Madame moon light
Publicado en Oct 11, 2010
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INSPIRADO EN UNA HISTORIA VERDADERA. 
Esta historia es verdadera; más o menos verdadera. La escuché en la casa de la familia de mis padres. Son retazos de su historia... Son recuerdos de un baúl repleto de fotos.
Son recuerdos de una viejecita adorable, proactiva y productiva. Yo que no fui familia siempre la recuerdo, pues terminé queriéndola mucho. A veces veo a mi esposa contemplar a nuestras hijas con los ojos húmedos de recuerdos. A veces la nombramos, siempre la recordamos...
El 03 de diciembre de 1922 a la una de la mañana nacía Marina Leung Ba. Así cuenta según la partida de nacimiento de la capilla de San Francisco Javier allá en Nanking. Su padre el señor Wang Leung, un distinguido comerciante descendiente de la familia de los Han.
La guerra civil de los Barones de la guerra asolaba China. Las tropas japonesas intervenían cada vez más descaradamente en la región. Los ingleses desde Hong Kong y en Shangai. Por si acaso. Pero al gran señor Wang Leung nada de eso le parecía extraordinario.
El también estaba en un clan de señores de la guerra y le sacaba provecho. A veces se oían rumores de levantamientos campesinos inspirados por los bolcheviques. Se oía de un joven oficial del ala derechista del kuomitang que quería seguir una línea prooccidental. El emperador había sido expulsado del palacio. El Señor Wang era particularmente pro-japonés.
Comerciaba directamente con muchas casas japonesas de Yokohama y el cónsul general era un asiduo a su fastuosa casa. Igualmente los sacerdotes belgas de la orden de los Paules eran extremadamente íntimos con él. Por eso el era un fanático católico y al nacer una niña la bautizó inmediatamente.
Tiempos modernos se insinuaban en China. No se sabía si el emperador estaba en Shangai ó en Nueva York, para lo que importaba, mucho menos a él, fascinado con la cuarta niña.
-Es un mal número- le dijo Na Li, su esposa, que con una sonrisa recibía la niña, -estoy dispuesta procrear otra para que sea cinco, que es un mejor número.- ¡Supersticiones! -dijo con alegría el gran Leun Ba- sólo el poder de nuestro señor Jesucristo es lo que importa.
-¿Por que Marina? Es un nombre ruso- preguntó la mujer viendo arrobada la criatura. -Algún día serán muy fuertes. Uno nunca sabe y ese nombre nos lleve directamente a un buen enlace.
-¡Por Dios Wang! Tiene dos horas de nacida y ya piensas en negocios. El hombre besó la frente de su esposa. Un hijo es un hijo. Y no le importa en lo absoluto que fuese hembra.
Pasaron los años y la niña creció sana, saludable, aprendiendo de las costumbres occidentales, aprendió inglés, se defendía bastante bien con el japonés y entendía perfectamente el francés. Tenía una voz preciosa de soprano y ya marchaba por el sexto año de estudios de piano.
Toda una lady. Así que llegó un día en que su emoción fue muy grande. Su casa se engalanaba para recibir al representante plenipotenciario de Japón en Nankin. Ya estaba bien entrado el año 1934. Y los japoneses sin ningún tapujo se mostraban a pesar de la masacre de los civiles chinos, hecha por ellos sin ningún motivo.
El señor Leung impartió sus precisas instrucciones según el protocolo. Ningún comentario se debía hacer acerca de los actos militares japoneses. La temperatura del sake debía ser correcta, la forma de sentarse y los sitios del protocolo.
Así fue y a las veinte horas de un día de verano llegó el embajador plenipotenciario, cuadrado y grosero, unos despreciativos oficiales japoneses enmascarados en gélida cortesía, los representantes comerciales groseros y despiadados y otro joven de raza occidental que los acompañaba.
Todo eso lo había aceptado el señor Leung desde años atrás; todo por los negocios y presentó a los japoneses a cada uno de sus hijos. El mayor Pool Leung, que pronto partiría a la academia naval de Hiroshima, renunciando a su nacionalidad china y aceptando una ciudadanía japonesa de segunda clase, más o menos igual al status de los coreanos.
Nunca lo sería vicealmirante, pero quería ser japonés y lo demostraba con su actitud y corte de pelo. Esto hizo arrancar en un gesto de aprobación de los japoneses con los labios cerrados. El gran Leung enseñó a su segunda hija, Virginia Leung, con su hábito de novia del seminario católico Belga de Tientsin.
La joven fue saludada con una gélida cortesía japonesa. El tercer hijo no fue presentado, pues había muerto víctima del tifus en al año 1927 y el señor Leung Ba presentó a Marina Leung Ba, quien pronto cumpliría sus 12 años... Anunció que cantaría una pieza tradicional en honor de tan ilustres invitados.
Los japoneses le obsequiaron un trato cortés, pero no les gustó mucho el uniforme escolar occidental pues hacía que la reverencia no fuese tan perfecta. Pero Marina Leung Ba no habría podido hacer la reverencia de acuerdo a las normas. Observó al feo embajador, al grosero general, a los serios comerciantes, los edecanes japoneses y finalmente a un joven distinto a los demás que no era japonés.
Sin embargo si lo hablaba con gran soltura y se veía perfectamente enmarcado en medio de ellos. Marina comprobó que los cuentos occidentales sobre un tal señor cupido y sus flechas de oro era completamente verdad. Marina la sintió venir, desde ese joven… una, dos, tres, diez, cincuenta, o serían trescientas flechas de oro que cupido le lanzó. Fueron tantas que se desmayó en medio de la conmoción general.
II A mediados del siglo XIX, una oleada de emigrantes chinos llegaron a San Francisco en Estados Unidos, otros llegaron a Panamá y unos cientos desembarcaron en Perú. Pequeños grupos de chinos llegaron desde Panamá a las costas de Colombia y Venezuela, viviendo una vida de aislamiento total. En 1856 llegó a la Guayra un pequeño grupo de 30 familias chinas, los hombres con sus largas coletas, las mujeres con sus pijamas tradicionales.
No sabían donde estaban ni entendían el idioma. No pudieron adaptarse y los pobladores se burlaban sin tener misericordia de ellos, tampoco trataban de entenderlos. Con mucho trabajo se asentaron en Caracas, entre rechazos a pedradas de los muchachos y el asco de las mujeres.
Sin embargo comenzaron a trabajar arduamente: planchaban perfectamente, lavaban con esmero y cocinaban muy bien. También fueron víctima predilecta del dengue, la tuberculosis, los perros con mal de rabia y el sarampión. Gong Yu Ting tenía 15 años, con estoicismo y en el más absoluto silencio fue llevada por las monjas de la milagrosa, para que trabajara en la cocina de la casa del General José Antonio Trompiz Guedez, un viejo rancio a orines y aguardiente.
Este general, viejo, gordo, escupidor de chimó, vivía entre todas las conspiraciones inimaginables, detenciones y líos de faldas. Veía con analítico ojo el maniobrar silencioso de Gong, le hablaba y la joven bajaba la cabeza y corriendo se escondía en sus labores de la calurosa cocina.
Una noche de lluvia a pesar de su defensa conoció la sucia rudeza del general, quien demostró en ella su peor cualidad. La joven lloró y pensó en suicidarse, pensó en reservarse para un príncipe de aventuras y terminó siendo violada repetidamente por ese viejo gordo y mal oliente.
Recibió repetidamente la simiente de un hombre que podía ser su abuelo. Una noche llegaron soldados y se llevaron al general preso, entre golpes, maldiciones y patadas. La joven descansó y por unos días pudo dormir en paz, aunque con horrorosas pesadillas donde veía la cara barbuda y hedionda a saliva del sátiro.
Su vientre se abultó lentamente e inmediatamente fue echada a la calle como un perro, por la esposa del general. No pudo volver a su casa, fue nuevamente al convento y las monjas con ceño más que fruncido la recibieron.
Pasó su embarazo rezando a ese nuevo Dios y limpiando afanosamente el piso del convento, poco después parió en el convento, atendida por las monjas. Gong murió de fiebre tres días después y una nueva revolución triunfó. Así que la puerta principal del convento voló por los aires vuelta trizas a consecuencia de un cañonazo.
En medio de la humareda entró el general a caballo hasta el interior del convento con una turba de soldados. Estos hicieron una descarga de fusilaría dentro del convento haciendo gritar a las aterrorizadas monjas.
-Me sabe a mierda lo que piense mi esposa. Tengo 18 hijos, cada uno de ellos tiene su mamá y cuentan conmigo que soy su papá. A ver. ¿Dónde está mi retoño? -dijo la voz del ebrio fuera de si.
Al minuto recibió a su hija. Del Valle Cristina Y Trompiz Guedez. Fue reconocida por el general, criándose en la casa bajo la furiosa mirada de la esposa del general, que recordaba las facciones de India Maracucha de la joven, al menos eso creía. La joven vivió una vida tranquila y serena, y en 1877 se casó con un ingeniero canadiense de minas y vivió en Aroa.
En 1882 nació su tercera y última hija, después de fallecer sus dos hermanos en medio de la peste de 1880. Su última hija Dulce María Wilson Trompiz hizo en 1902 un viaje de placer al mediterráneo y conoció a un apuesto y arruinado Conde italiano, quien se vino a perseguirla hasta Barquisimeto, casándose con está.
Gracias al dinero de la joven esposa, viajaron y vivían entre los dos países a pesar de los agotadores y peligrosas travesías, pues el conde decidió que no iba a morirse de aburrimiento ni picado de culebras en una tierra tan fastidiosa y monótona.
Así que el 15 de Marzo de 1910 nació el conde Fulvio Gallipoli Wilson, en Milán, en la casa de campo de los Gallipoli, donde nadie hubiera pensado que éste retoño provenía de una silenciosa y pobre sirvienta china que murió a los 16 años en un país que nunca supo donde quedaba.
Ese Teniente Fulvio gallipoli de 24 años, de los Bersaglieri fue el que originó ese desmayo con unos delirios extraños, haciendo que Marina Leung Ba menstruara por primera vez en la vida y que la madre de está a espaldas de su padre contratara una hechicera china para despojarla del fuerte hechizo de el cual la joven fue victima, fracasando estrepitosamente en el intento.
Fulvio era un italiano en su estampa, en su amor al buen vino, a la pizza, a los buenos quesos madurados, a los profiteroles, a montar a caballo, aventurero y espadachín, enamorado de cuanta escoba con faldas se atravesase, cantante, amante, inteligente, alegre, feliz inmisericorde, irresponsable, mentiroso.
Con mucho mas dinero; producto de la herencia de su madre, del que pudiese gastar en juegos, a los que era muy aficionado. Fue el alférez mayor de la academia y tuvo que obedecer al Dulce, pero no se lo tragó.
Fue a la guerra de Etiopía a los 18 años y regresó a Roma para saltar de todos los balcones de señoritas, señoras, viudas y solteronas que consiguió, rompiéndoles el corazón y olvidándose absolutamente de todas y cada una.
En el frío enero de 1934 le tocó ir a Japón a aprender tácticas de infantería de Marina del ejército japonés que se encontraba en el cenit de su violenta gloria. Por eso andaba en China, viendo el accionar de estos contra la población civil y todo lo que se atravesase.
Vivía en una angustiosa emoción que le golpeo con intensidad cuando llegó a la misteriosa y hermética china. Amó aquellas llanuras anegadas sembradas de arrozales, sus derruidos templos, sus increíbles atardeceres y en contra de sus instructores japoneses quienes le enseñaron el código del samurai, el karate; pero el aprendió a usar el Primer Ching, que también era usado en secreto por los japoneses.
Degustó a placer la comida pekinesa y cantonesa, comió serpiente y sopa de aleta de tiburón. Como mujeriego Suma Cum Laude entendió por que Marina Leung Ba se desmayó. -¡Ay Dios, ya ni las niñas!- dijo con autosuficiencia y en medio de una inmensa sonrisa, y después de darse él mismo un golpecito en el mentón, apuró un caliente sake; pues a pesar del percance el señor Leung Ba no suspendió ni por un momento la recepción.
Meses después Fulvio volvió a Italia, después fue a la guerra civil española con los legionarios italianos, estuvo varias veces de vacaciones en Venezuela y hasta tuvo tiempo para conocer a sus familiares norteamericanos en Oklahoma. Ya en 1937 se mantuvo fijo en Italia, para descubrir que su patria ya no era su patria.
La barbarie, la ignorancia y la brutalidad del fascismo hacia irrespirable el país. Fulvio sintió que algo dentro de él había cambiado. Aquella lejana tierra envuelta en guerra lo llamaba día a día, es más, hora a hora. Algo le decía que debía volver. A su vez pasó a ser un oficial veterano de guerra y muy disciplinado.
Consultaba permanentemente el Primer Ching, modifico su apartamento de acuerdo a normas de una técnica llamada feng shue y no dejaba de meditar en los rasgos de su ilustre antecesora que seriamente miraba a todo el mundo desde el inmenso cuadro de la sala de su casa allá en Venezuela y que desde aquí en Roma, e él se le antojaba que se le aparecía en los recuerdos de cada esquina de Shangai.
A Marina le costo mucho reponerse. Duró tres días enferma y era vista de manera diferente por los servicios y por su propia madre. Quería repentinamente acompañar a su padre a todas las ceremonias japonesas. Parecía buscar a algo o a alguien.
Y no ocultaba su decepción cuando eso no lo encontraba. Pasaron años y así llegó a 1938 y la niña a sus diez y seis años se transformó en una seria y espectacular adolescente. Fue enviada a Hong Kong a estudiar contabilidad, a lo que se dedicó con disciplina ejemplar. No podía negar que le gustaban muchos chicos, pero algo le impedía enamorarse.
No entregaba su corazón bajo ninguna circunstancia. Vio y conoció los discursos del inmenso Chang Kai Seng e ingresó contra viento y marea en una hermandad secreta. Los tigres del Kuomitang. Con disciplina cumplió misiones secretas en Hong Kong y su estrecho conocimiento de los japoneses fue de gran ayuda.
Leía con avidez los resultados de la guerra en Europa. Rusia se defendía difícilmente de los alemanes y los japoneses eran una mancha incontenible en Asia. Singapur, Indochina, Filipinas, Birmania y pare de contar.
Marina Lenung Ba gracias a su pasaporte especial, que usaba profusamente en beneficio de los tigres del Kuomitang pudo escapar de Hong Kong, cuando los japoneses tomaron bárbaramente la ciudad. Fue en un tren de refugiados hasta Canton y de allí siguió los 1200 kilómetros más peligrosos de su vida hasta Shangai.
Pero de allí no pudo continuar. Se entero del asesinato de su padre y de la incautación de todos sus bienes por parte de los japoneses. Así aquella bella muchacha conoció el horror del desamparo, el hambre, la soledad y la miseria en medio de una ciudad que no conocía y en plena guerra...
En 1943, la guerra era un mare mágnum que daba vaivenes. En Shangai la vida era muy dura y giraba en torno a los japoneses. Los tigres del Kuomitang eran famosos y temidos. Asesinaban oficiales japoneses, saboteaban los tendidos eléctricos, volaban camiones militares, acechaban a los informantes y traidores y colaboraban estrechamente con las guerrillas comunistas del ejército de liberación.
Sin embargo la actividad de diversión era fortísima e importante. Burdeles, casinos, lugares de baile, estaban hechos para el disfrute de los invasores y de los colaboradores chinos. Shangai era un sitio de reposo para las fatigadas tropas japonesas y los vapuleados marinos japoneses que recibían ataques sin tregua por parte de los norteamericanos en el Océano Pacífico.
En medio de las luces de neón y el blanco humo de cigarrillos norteamericanos de contrabando se destacaba una voz romántica, de mezzosoprano, cantarina, limpia, dulce y por mas bella. Pertenecía a los 21 años más bellos de todo el oriente. Una nada santa Madame Moon Light, rompecorazones, danzarina, mordaz e implacable.
Era la favorita de los oficiales Japoneses que se desvivían por oírla cantar y bailar. En esa noche de final de verano, pero por demás no menos calurosa, ella cantaba una canción campesina japonesa, que lloraba por el amor perdido, ese que no se va del corazón y que duele en todo momento por la lejanía.
Al terminar hizo arrancar aplausos incontenibles de los japoneses. Pero no estaba de humor para compartir. Madame se retiró a su sencillo camerino. Casi inmediatamente la puerta se abrió violentamente haciendo que la joven diera un agudo grito de puro susto.
Entró el dueño de la pierna que dio la feroz patada. Nada menos que el comandante del tercer ejército Japonés de ocupación, el Teniente General Takeo Namura, quien pistola en mano y con un regalo en la otra, entró violentamente.
-Te vienes inmediatamente conmigo. Nos casaremos ésta misma noche o sino…
-¿Qué cosa?- dijo la madame, más tranquila, encendiendo un largo y fino cigarrillo y sentándose dejando ver aquellas enloquecedoras piernas, disfrutando del desvastados efecto que aquella visión hacia en el Teniente General.
-Si no, me mato inmediatamente, para que mí espíritu te aterrorice eternamente -Pero eso, bien mío, lo haces permanentemente -dijo la joven con una sonrisa, lanzando el humo a la cara del hombre que había caído de rodillas ante ella-
-No necesitas matarme para aterrorizarme a cada rato- El hombre comenzó a gemir como un niño ante el desprecio de la mujer. Ésta implacable lo miró directamente y le dijo. -Pégate el tiro. Siempre he querido ver como es un disparo directo a la cabeza-
El hombre ante la noticia soltó un rió de lágrimas, para recibir una fuerte cachetada de la muchacha. Ésta lo vio y con una amplia sonrisa le siguió dando cachetadas sin ninguna piedad a lo que el hombre sin respetar su uniforme no hacia ningún intento por defenderse de las burlonas cachetadas de la joven.
-No me amas- dijo el hombre con voz trémula de dolor, -no voy a seguir viviendo ni un segundo más-. Me suicidaré. Acto seguido llevó su pistola amartillada a la sien dispuesto a disparar.
-No puedes morir- dijo la joven enfáticamente levantándose de la silla giratoria, y acto seguido alzo su vestido y se despojo de su bloomer, lanzándoselo a la cara del Teniente General, quien rápidamente lo atrapo y con pasión comenzó a restregárselo en su cara, secándose sus abundantes lágrimas y besándolo con incontenible pasión...
-Para mi es muy importante que sufras por mi amor- dijo la joven, -Tu suicidio es un insulto a la belleza de mi cuerpo, toda la ciudad debe saber de tu pasión y sufrimiento.-
-No toleraré que seas de nadie- dijo el general aspirando e perfume del bloomer. Dos herméticos capitanes de fragata aparecieron y Madame hizo un imperceptible gesto para que se llevaran al hombre quien en el suelo permanecía. El hombre fue retirado y la muchacha suspiró con fastidio y cansancio.
La repetitiva escena de todos los días, quería dormir, quería dormir mucho. Mañana tendría reunión con los tigres del Kuomitang y siempre era un riesgo ir, estar y salir de las reuniones. Vio un estuche en el suelo. Lo tomó y abrió. Era un diamante, bastante grande la joven sonrió.
Sería de gran ayuda para los tigres de Kuomitang...
Fulvio continúo muy activo después de 1939. Había vivido la campaña de Etiopia y la guerra civil española. Brevemente le tocó vivir el desastre de la invasión injustificada de Grecia, pero cuando el ejército italiano se derrumbaba a Mussolini se le ocurrió devolver a los oficiales más veteranos a inmovilizarlos administrativamente en Italia.
Así Fulvio vio aquel aciago año 1940 y 1941. El ejército italiano mal entrenado, mal dirigido y peor armado se embarcó para la aventura de Rusia para seguir conociendo desastres. Igual que en África del norte. Solo el desastre era evitado por el ejército nazi alemán.
Cuando ya desesperaba oír la inactividad fue llamado de urgencia nada menos que al ministerio de defensa y recibió una asignación impresionante. El ejército japonés requería de un sistema de giroscopios mas avanzados para sus destructores. La avanzada tecnología italiana los hizo, pero puso las instrucciones en italiano.
Nadie sabía japonés. Así que recibió órdenes de irse en submarino hasta Japón, dándole la vuelta a África e ir traduciendo los manuales durante el viaje. Nada menos que todo el año 1941 duró en el maratónico viaje a través de medio mundo, a noventa metros bajo el agua.
Faltando pocas semanas antes del 8 de diciembre de 1942 llegó junto a un transporte japonés que pacíficamente navegaba junto al Timo Portugués. Pero allí el submarino estallo en llamas perdiéndose la tripulación y dejando a Fulvio a la deriva.
Y en medio de bellas geishas lo alcanzó el ataque japonés. Fulvio no pudo volver y como Italia era aliada de Japón, se embarcó y así estuvo en corregidor, en Bataam, en las Salomón y encendió que los Norteamericanos eran un enemigo malo, tenaz, incansables y demasiados bien armados.
Por eso en el mismo momento que Madame Moon Light se desembarazaba del insistente Namura, un barco hospital japonés iniciaba el atraque para descargar heridos. Allí venia convaleciente de una fisura mayor de las costillas, el Mayor Gallipoli y en la mañana siguiente fue transportado en una caravana de ambulancias japonesas a terminar de curarse en el hospital japonés de Shangai.
Esa silenciosa caravana japonesa detenía el tránsito y pasó frente a un desvencijado tranvía arrastrado por dos famélicos caballos. Entre los pasajeros muy sencillamente iba Madame Moon Light, quien vio las ambulancias dirigirse por la amplia y solitaria avenida.
La muchacha suspiró, los japoneses también eran humanos y morían. Sin saber por que se acordó de aquel terrible día en que aquel extranjero le destrozó para siempre su corazón.
Horas después y a la luz de una vela, alrededor de una desnuda y pobre mesa Marina Leung Ba repatría para los tigres del Kuomitang unos panes negros, un poco de te y azúcar, una botella de sake y mil yenes. -Cortesía del ejército japonés y especialmente del Teniente General Namura- dijo la joven con sorna. -¿Qué le has sacado a Namura?-
-Está locamente enamorado de mí. Quiere casarse conmigo- dijo la joven conteniendo la risa. -Necesitamos encontrara los nombres y seudónimos de los informante chinos a favor de los japoneses- dijo la jefe de la sección, la doctora Xia Jiang, una tranquila médico pero feroz resistente- El teniente General es muy reservado.
Lo que si se es que son verdad los rumores. La marina Japonesa tiene grandes pérdidas contra los norteamericanos. -¿Y eso?- dijo la médico abriendo los ojos con sorpresa. -El general me lo confeso cuando le permití me besara los pies. El grupo soltó la carcajada- Pues es verdad- continúo diciendo la joven riéndose también
-Mis pies son también un arma de lucha y muy efectiva por demás contra los japoneses-.
La doctora impuso silencio y anuncio. -Estamos planificando un ataque contra el casino. Debemos golpear duro a la oficialidad japonesa y si es posible directamente contra el mismo Namura-
-Precisamente se la pasan en el Moon Light celebrando ficticias victorias-
-Eso traería represalias terribles contra la población- dijo asustado uno de los complotados. -Esa misión está decidida por el secretariado conjunto. ¿Contamos contigo Marina? -Por supuesto- dijo inmediatamente la joven-
-También debemos mantener la atención en sacar a los pilotos prisioneros en el campo de concertación de la playa. Necesitamos esos oficiales para incorporarlos a la guerrilla- finalizó la doctora. Namura insistía siempre en que Madame Moon Light le cantara a los heridos japoneses en el Hospital.
Ella siempre se negó. Por eso ni siquiera se lo creía a si misma cuando acepto y fue llevada inmediatamente al hospital. Fue, cantó dos canciones japonesas, repartió unas rápidas sonrisas a los moribundos, lanzo un beso al aire y hasta agitó una banderita japonesa.
Lo que si le hizo el efecto de un mazazo fue verlo dormido en una cama del tercer piso. Su corazón estalló. Era él, sin afeitar, más delgado, pero definitivamente era él. Dos días después; Fulvio veía la ventana en medio del calor otoñal de las dos de la tarde. Cavilaba que debía hacer para salir vivo de aquella hecatombe, como hombre inteligente, ni dudaba que Japón perdiera.
Pero sus cavilaciones se es furgón como por arte de magia al ver entrar aquella miniatura que se dirigía hacia él. Precisamente a él. Entonces era verdad de los japoneses que decían que la propia Diosa Matsuílos había venido a visitar. La joven se acercó y se paró junto a su cabecera en perfecto silencio chino.
-Madonna mía. Dios me ha traído al paraíso y no me di cuenta- asustado de ver aquella portentosa aparición- Debo arrepentirme por mis pecados. La joven le sonrió enigmáticamente y con aquella voz de golondrina le dijo en Inglés. -¿me entiende? ¿Puedo comunicarme con usted?- preguntó aquella aparición que a Fulvio se le antojo escapada de la tercera puerta del cielo.
-No no le entiendo. No se hablar el idioma de los ángeles- le contestó Fulvio, sintiéndose observado por aquella gata, que se le antojaba lo miraba tal cual una gata mira a su futura presa.-
-No se que he hecho o dejado de hacer para tener la dicha de comprobar que su belleza me cure inmediatamente- dijo el joven incorporándose en la cama para verla mejor. -Dos días atrás vine a cantarle. Pero estaba dormido. No me pudo escuchar. Vine a completar mi misión.
-Deberá disculparme. Soy idiota de nacimiento. Le juro que no dormiré más nunca esperando por su vuelta. -Sus heridas. ¿Son graves? -le dijo la joven con un sincero dejo de preocupación.
-No es nada. Solo se que tengo un muy querido hermano en la Fuerza aérea de USA.- -¿y por qué?- le preguntaron aquellos negros ojos oblicuos que para nada pestañeaban y no dejaban de mirarlo fijamente. -Pues por que me mandó aquí y me permite conocerla.
La joven se inclinó hacia el y sin dejar de verlo fijamente, se acercó a su oído, envolviendo al hombre en una dulce fragancia de cerezas y duraznos y comenzó a cantarle en inglés una sencilla canción china; era más bien un poema que hablaba de una pobre campesina, enamorada de un apuesto príncipe feudal quien ni siquiera la miraba.
Esa cruel indiferencia la mató de amor y en su agonía pidió ser enterrada en el camino por donde paseaba el joven príncipe, para que los geranios sembrados en su tumba le alegrasen la existencia al cruel e indiferente hombre.
Al terminar de cantar la joven con una reverencia se despidió, vengándose así de Fulvio, pues le clavó diez, veinte, treinta, mil, diez mil, treinta mil, flechas de cupido, dejándolo en un cataléptico arrobo al ver aquel sinuoso caminar.
Minutos después el Mayor de los Bersaglieri Fulvio Gallipoli apartaba a manotazos a los médicos japoneses que le impedían salir del hospital, mientras en japonés les preguntaba quien o mejor dicho que era aquella aparición que en solo segundos lo curó y lo mandó directo a las puertas de la locura.
Imposible fue detenerlo. Fulvio Gallipoli salió a un nublado y caluroso Shangai y sin precaución, sirviendo de blanco fácil camino buscando a la joven. Paró a un porteador. No tenía dinero, ya vería como le pagaría, pero no dejaría de buscar a aquella muchacha ni que el propio Hiroshito se lo impidiera.
A lo lejos vio la explosión. Vio volar por los aires los restos de un camión militar japonés. Después escucho el rítmico tabletear de las ametralladoras y vio los camiones militares japoneses llenos de soldados disparando a mansalva contra las casas.
Fulvio llegó al sitio de la explosión; vio a los militares japoneses golpeando indiscriminadamente a la población civil y un poco mas alejado vio al grupo de civiles arrodillados en fila. Un Oficial japonés disparaba a la cabeza de estos al azar. Vio a la última persona de la fila.
Arrodillada junto a los demás miraba fijamente a la nada. -Teniente- gritó Fulvio en japonés, interponiéndose entre el teniente y la fila de gentes arrodilladas-
Teniente, gracias a Buda, yo soy el agregado militar de Italia. Se lo que pasó. Pero tengo un deber. Y se me ocurre que puede ayudarme. El Teniente lo vio y los ojos se le convirtieron en dos rayas.
Tomó su pistola y por un momento apuntó a Fulvio. Después controlándose le pregunto. -¿Qué quiere hacer? -Quiero llevarme a todo este grupo. Necesito gente para limpiar mi casa y las letrinas de mi legación.-
Son parte de mis castigos -replicó el japonés.- ¡Oh vamos! Mis galones valen aquí. Yo también obedezco a Namura. El otro dudó. Finalmente asintió en silencio y ordenó a los civiles que subieran a un camión militar.
-¿Dónde queda su legación Italiana?- Pues... yo le diré- le dijo Fulvio montándose con esfuerzo en la cabina y pensando en la magnitud del lío en que se estaba metiendo. Miró con disimulo hacia atrás y efectivamente allí estaba ella, sentada en silencio, junto a los demás en la caja del camión, custodiada ferozmente por dos soldados japoneses. -¿Es en la zona reservada?- se atrevió a preguntar el sargento conductor. -Pues claro... dirígete allá- declaró enfáticamente Fulvio, viendo a todos lados. El pesado camión rodó por las desérticas calles y entraron en la zona reservada.
Eufemísticamente, pues no tenía nada de reservada e igualmente es blanco de la guerra en todas sus manifestaciones. -¡aquí! ¡Aquí es!- dijo Fulvio, viendo una bombardeada y semidestruida mansión en una amplia intercepción de avenidas.
-Pero... ¿Cómo fue que la bombardearon ayer? Por eso estoy vestido con bata de hospital- dijo Fulvio significativamente. El Sargento japonés asintió a boca abierta viendo al otro y deteniendo violentamente el pesado camión. -¿necesita algo más de mí?- No. Estaré bien...
Pero usted debe tener muchas cosas que hacer…Váyase por favor. El grupo fue introducido a empujones por lo soldados japoneses y dejó a Fulvio con el grupo de personas. -Es todo lo que puedo hacer por ustedes- dijo Fulvio en Inglés, a conciencia que la joven les traduciría.
El grupo se inclinó en el tradicional saludo chino y en silencio se fueron. Igualmente la joven se dispuso a marcharte pero fulvio le dijo. -Después que me devolvieras a la vida, estaba dispuesto a pelear con todo el ejército japonés para tener el placer de volverte a ver- dijo el joven a manera de sarcasmo, pero siendo sincero desde el fondo de su alma.
-Gracias, pero no deja de ser doloroso para mi que usted perezca a mis opresores-dijo la joven fascinada nuevamente por aquel hombre tan distinto a todos los que en su vida había visto. Y sin poder contenerse exclamo.- ¡tienes los ojos color miel! dijo con angustia.
Para Fulvio la primera impresión en una mujer era importante y vio casi en éxtasis como la joven se quitó el moño, para soltar aquella cascada de pelo negro liso, no era de piel amarilla, mas bien de un blanco nácar impresionante, pues no tenía ni una gota de maquillaje, ella eliminaba el concepto que enunciaba que las chinas tenían los ojos pequeños; pues no, poseía unos inmensos y enigmáticos ojos negros, era delgada, no podía atisbar su cuerpo en medio de aquella ancha camisa y pantalones tradicionales y los pómulos eran salientes, típicos chinos y aquella boca simplemente estaba hecha para besarla, tan simple como eso.
Por lo demás era serena y segura. En definitiva la nueva chica mala en la vida de Fulvio; pensó este con el corazón palpitándole por aquella aparición. -¿Cómo te llamas?, ¿dónde vives?, ¿por qué se te ocurre aparecerte así tan de repente?-preguntó Fulvio dando un paso hacia la joven y haciendo que esta retrocediese en automático otro- No me tengas miedo. Soy incapaz de hacerte daño. No seré nunca tu enemigo. Ya te lo demostré.
La joven lo miro en silencio y a Fulvio se le agotaron las preguntas. En esos segundos y en medio de aquellas buidas ambos expresaron su dominio sobre el otro, así lo entendieron y fulvio se aindió. -Ya sé. Quieres que me rinda.
Sea la convención de Ginebra de prisioneros de guerra dice que me debes cuidar y mimar, pues estoy herido… Profundamente herido en mí corazón- volvió a tratar de hacer chiste Fulvio, para una vez más hablar sinceramente desde su corazón...-
Continuará...
 
Te doy las gracias precisamente a ti que me estas leyendo. Pues si llegaste hasta aquí es por que te gusta.
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Descripción

una historia la cual viene de generacion en generacion en casa de mis abuelos y padres

Palabras Clave: historias

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Angel De La Noche

Derechos de Autor: Angel De La Noche


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