Ferrocarril número 3 (Novela Corta). Capítulo 6.
Publicado en Oct 05, 2010
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El avaricioso, obsesivo y envidioso señor Sáiz, sacó del bolsillo derecho de su flamante traje negro con finas rayas blancas que le hacían asemejar a Al Pacino en el papel estelar de "El Padrino" (la famosa película de Frank Coppola) como si se tratara de un verdadero capo mafioso, una baraja española ya deslustrada de tanto uso, y comenzó a barajar. En esos momentos Juan sacó a relucir su potente sentido de la intuición y sujetó la muñeca derecha de Sáiz; el cual sintió, repentinamente, como si una corriente eléctrica le sacudiese todo el cuerpo.
- Espere un momento.
- ¡Esperar un momento por qué!.
- Le repito que no vuelva a levantarme la voz.
- Pero es que si sigue apretando me va a destrozar los huesos carpianos de mi mano derecha.
- Sería razonable que lo hiciese. No es mala idea. Así aprendería usted a tratar a las damas y sobre todo a una madre, pero no deseo hacerlo. Sólo quiero que me deje observar esa baraja pero le advierto que zarandear o dar patadas a una mujer es un acto de violencia de género.
- ¿Es que usted cree que hay cartas trucadas?.
- Está bien que no quiera hablar de ese asunto. Sólo quiero confirmar algo.
- ¡Le juro que no hay cartas trucadas!.
- Entonces... ¿qué problema hay en que pueda ojearlas?. Si no hay cartas marcadas usted no tiene ningún motivo para que yo las pueda observar. Ya sabe usted que "quien nada debe nada teme"; algo que aprendí desde mi más tierna infancia.
La rabia de Sáiz era imposible de medir, pero el dolor comenzaba a extenderse por todo su brazo derecho.
- Puede usted revisarlas.
- Eso ya está mejor.
Juan soltó la muñeca derecha de Sáiz, quien respiró profundamente aliviado ya del dolor, y comenzó a observar, una tras otra, todas las cartas de la baraja.
- ¿Vio cómo no hay ningún naipe marcado?.
Juan sólo respondió con una ligera sonrisa.
- Señorita Laurencia, por favor, tráiganos una baraja española completamente nueva. Si es posible que esté sin estrenar.
- ¿Está usted diciendo que miento?.
- Si quiere usted escuchar la verdad, sí. Por ejemplo, están marcados los ases de cada palo, los tres de cada palo y los reyes de cada palo. Y eso que las demás las he dejado pasar por buenas. No olvide que estamos jugando en serio y por eso aclaro que aquí hay un caballero frente a tres tramposos.
Lo que verdaderamente temía Sáiz es que Juan no sólo estuviese descubriendo el "Código Duque" sino algo más allá de dicho Código que no conocían ni Vallés ni Herreros. Lo que sucedía, realmente, es que Juan estaba desarrollando su "Plan Madrid" completamente diferente y opuesto al "Plan Madrid" de Sáiz, Vallés y Herreros. Ahora era Juan quien llevaba la delantera, había roto el "Plan Madrid" de los malvados y estaba atacando ya en serio con un "Plan Madrid" que el resto de los jugadores no conocían. A Sáiz sólo le quedaba el truco de emborrachar a Juan y a esa circunstancia se agarraba ahora, ansioso, para sacarle la información que tanto buscaba.
- !!Laurencia, de paso trae inmediatamente cuatro de lo mismo!!.
- Que le repito, una vez más, que un caballero no se debe dirigir con esos gritos a una señorita... por cierto, Laurencia, no se olvide que mi cubalibre es de ron "Alma de Bohemio" y el de estos tres caballeros son cubalibres de ginebra "Gordon's".
La chica guapa que estaba sentada a la diestra de Juan soltó una ruidosa carcajada mientras Sáiz la miraba como intentando fulminarla, mientras Laurencia llegó con la bandeja completa: los tres cubalibres de ginebra, el cubalibre de ron y la baraja española tan nueva que aún no había sido abierta y permanecía en su funda, todavía con el plástico correspondiente que demostraba que era, por así decirlo, una baraja española todavía virgen. Mientras ella colocaba los cubalibres en la mesa, Sáiz cogió con cierta desgana, la baraja, quitó el plástico, sacó los naipes de su funda de cartón, en cuya portada estabán pintados el dibujo y el anagrama de Fournier, y comenzó a barajarlas.
- ¿Está ya bien?.
- Usted sabrá si está bien o no; pero es lo correcto. En realidad no me hubiese importado nada en absoluto jugar con las anteriores cartas.
Lo que Juan estaba llevando a cabo era una lucha cara a cara para romperle los nervios a Sáiz. Precisamente lo contrario que éste quería hacer con él. Sáiz ya no entendía nada. Su mente comenzaba a naufragar por culpa del alcohol y eso que todavía quedaban las tres partidas por jugar.
- Entonces... ¿para qué me ha hecho pedir baraja nueva?.
- Le vuelvo a repetir que para demostrar que aquí estamos sentados un caballero y tres tramposos.
- Ha dicho tres.
- Si. He dicho tres. Pero sepa usted que el total son cinco.
- ¿Y quién es el caballero y los cuatro malvados tramposos?.
- Yo sólo digo que yo soy un caballero; así que saque usted la conclusión.
Sáiz se tragó la rabia por dentro, dio un largo trago a su cubalibre y comenzó a sudar.
- Esperemos a que se le pase el sudor, señor Sáiz, para jugar con total limpieza y sin ningún naipe marcado. Le advierto que no me importa toda la clase de señales legales o ilegales que quiera usted enviarle al señor Herreros. Yo por mi parte voy a jugar sin ninguna clase de señales con el señor Vallés. Voy a jugar simplemente al mus a la vasca como hemos pactado antes. Ganan los primeros que lleguemos a cuarenta.
- Se dice que lleguen a cuarenta.
- Exacto, señor Sáiz... pero en este caso hago una excepción y sigo diciendo lleguemos.
La labor de romper los nervios a Sáiz era perfecta. Aquello le daría a Juan muchas posibilidades de poder ganar fácilmente la primera partida. Era una batalla y tenía que usar sus armas lo mismo que sus rivales iban a usar las trampas de las señales no legales.
- Así que usted es el divino, señor Vallés...
- En efecto, me llaman el divino Vallés.
- ¡Jugamos ya al mus o no!.
- Usted reparta las cartas con total tranquilidad, señor Sáiz, y cuando digo total tranquilidad es que juguemos sólo al mus y sin pensar en alguna mujer.
- Oiga, yo...
- Usted lo que tiene que hacer es pensar en su esposa si lo desea paro no me estoy refiriendo precisamente a su esposa, amante, querida, compañera o como quiera usted llamarla. ¿Está entendiendo lo que le digo?. Y usted, señor Vallés, esté atento a mi juego porque cuando comience el baile nadie va a comenzar con ninguna ventaja.
Que Juan sabía toda la verdad del "Código Duque" era ya muy evidente... pero ¿sabía el secreto que había más allá del "Código Duque" y del cual no tenían ni idea ni Vallés ni Herreros?. Completamente nervioso, Saíz comenzó a repartir las cartas a la velocidad de un rayo.
- No vaya tan deprisa, porque ésta sólo es la primera de las tres partidas y tengo que aclararle algo a mi compañero de juego, el divino Vallés. No me importa nada de lo que piensen los demás.
- ¡No!. ¡Yo sólo quiero jugar al mus!.
- Divino Vallés, por supuesto que vamos a jugar al mus.
- Pues si usted no se concentra en el juego podemos fácilmenter perder.
- O fácilmente ganar.
- ¿Es eso posible?.
- Sí. Es posible. Puedo hacer dos cosas a la vez, por lo menos. Por eso lo primero que quiero que usted recuerde o memorice, y haga un esfuerzo por favor, es si se acuerda de quien les enseñó a jugar al mus a ustedes tres. Sí. Quien hizo la labor de maestro para que aprendiesen ustedes.
A Vallés volvió a quedársele la cara blanca. Y lo mismo sucedió con Herreros y Sáiz.
- Tomemos todos otros tragos de cubalibre para que les vuelva el color a la cara. Y, señor Vallés, recuerde usted también, y le pido que siga haciendo esfuerzos mentales por favor, asuntos tales como los del camino de las bellotas de la Casa de Campo madrileña, lo del club deportivo Vallehermoso de Madrid o lo de ciertos temas de artes marciales en el gimnasio madrileño de Hermandades del Trabajo. No es por nada, Vallés. No es por nada malo quiero decir. Es para saber donde se encuentra la verdadera amistad y cómo se debe manifestar la verdadera amistad.
De aquello nada sabían Sáiz ni Herrreros. A Vallés se le subieron los colores a la cara.
- Oiga... ¿habño usted con la Señora Moreno durante el viaje del ferrocarril número 3?. Sólo es por curiosidad.
- La curiosidad a veces es mala consejera, señor Vallés. Hay un dicho que dice que "la curiosidad mató al gato". Pero le soy sincero al decirle que no hablé con ninguna Señora Moreno y no he conocido a ninguna Señora Moreno en mi vida. Así que no he podido hablar con ninguna Señora Moreno. También le recomiendo a usted que piense sólo en su esposa. Piense. Piense y recuerde los momentos de su vida que antes le cité...
- ¿Qué busca con ello?.
- Primero, como le dije, demostrarle lo que es la amistad y cómo debe manifestarse la amistad... pero también puede usted añadirle qué es la libertad y cómo debe manifestarse la libertad...
Vallés volvió a sudar. Un sudor frío le recorría toda la espalda.
- Mientras piensa usted en esos temas quiero contarle una historia.
- ¡Imposible!. ¡La partida va a empezar!.
- Señor Sáiz, no levante usted la voz. La partida va a empezar, hoy, cuando yo lo disponga. De momento vuelva usted a repartir las cartas porque, por ir tan rápido y no escuchar mis consejos, ha repartido tan mal que yo sólo tengo tres cartas mientras usted tiene cinco. Y sigo con usted, señor Vallés, ¿se le ha perdido algo en La Gasca?.
- En la calle Lagasca no se me ha perdido nada.
- No he dicho calle Lagasca sino La Gasca... y me estoy refiriendo a una avenida no madrileña.
- Tampoco se me ha perdido nada por allí.
- ¿No es usted experto en conocer domicilios usando los archivos de cierto Banco?.
A Vallés aquello le produjo una pequeña conmoción nerviosa; mientras Sáiz le daba pataditas por debajo de la mesa para que guardara silencio.
- Así que tenían ustedes como contacto en la zona de la Avenida de La Gasca a un tal Paradas Jara... ¿no es cierto?.
- No sé de qué me está usted hablando...
- Deje de darle pataditas por debajo de la mesa, señor Sáiz, que parece que eso bloquea la mente del señor Vallés.
Sáiz estaba rabioso. Tenía que conseguir emborrachar a Juan fuera como fuera... a base de seguir bebiendo y fumando sin parar para que le diese la información que buscaba. O incluso mentir diciendo que se trataba de un demente. A tal grado llegaba su obsesión y envidia.
- ¿Quién es el señor Paradas Jara?.
- Se me olvidaba que usted y el señor Herreros sólo saben la mitad de la mitad. Pero le voy a refrescar la memoria...
- Perdón... ya recuerdo algo... pero es que me obligaban a investigar...
- Le obligaban a investigar sobre las calles cercanas a la Avenida La Gasca de Quito ¿verdad?. Y por favor, señor Sáiz, deje de darle pataditas.
- Es verdad.
- No se inquiete tanto, señor Sáiz, Mí suegra dice muchas veces una frase genial: "Carrera de caballos paradas de burros" y lo digo por el señor Paradas Jara. Así que, señor Vallés, ¿se hacían investigaciones o no se hacían investigaciones?. No se preocupe. No es para lozalizar a nadie porque ya bastantes localizaciones tengo. No es eso. Es mejor que continuemos razonando para aclarar un asunto que siempre me llamó la atención.
- Pero... ¿usted quién es?.
- Tranquilo señor Sáiz que pronto iniciamos la primera partida. Ahora estoy hablando libremente con el señor Vallés y deseo que respete usted la libertad de expresión del señor Vallés.
- Sí. Se hacía.
- Bien. Eso está bien para aclarar ese asunto que tanto me preocupaba porque lo reconocí enseguida. ¿Es cierto o no es cierto que había brujerías por medio?.
- De eso no sé nada.
- Pues mire usted por dónde era cierto. De parte del señor Paradas Jara. Por eso contrataba a brujas como empleadas de hogar. ¿Sabe usted algo más sobre ese asunto?.
- Sí. Reconozco que algo sabía pero no tanto como usted.
- Y era por eso por lo que quería ir usted mismo en persona, enviado por cierto por otra persona, a la ciudad de Quito. ¿Qué quería hacer allí?.
- Me enviaba a ver palacios.
- Palacios y algunas iglesias en compañía de Paredes Jara... ¿no es verdad?.
- Sí. Es verdad.
- No se preocupe. Palacios ya no existe. Así que hubiese hecho usted un viaje en balde. Un buen dinero que se ha ahorrado usted. Bebamos un poco más para brindar por nuestra victoria en esta primera partida.
- ¡Todavía no la hemos empezado, Señor Don Juan!.
- Es igual. Siempre un maestro en mus, al igual que un maestro en ciertas artes marciales, sabe más que sus alumnos. Por eso estoy afirmando que el señor Vallés y yo vamos a ganar la primera partida. Y termino contándole la historia del Divino Vallés, señor Vallés... y conste que lo hago no para producirle un mal sino para liberarle de un mal.
- Entiendo... Cuéntemela...
- No tiene nada que ver con ningún problema sino que, repito que es para liberarle. Francisco Vallés también conocido como Divino Vallés (Covarrubias, Burgos, 1524 - 1592) es el mayor exponente español de la medicina renacentista. Estudió en diversas ciudades europeas, lo que le hizo entrar en contacto con Andrea Vesalio, al cual sucederá como médico personal de Felipe II, siendo «Médico de Cámara y Protomédico General de los Reinos y Señoríos de Castilla». Ejerció la mayor parte de su vida en Alcalá de Henares, donde enseñó medicina, fue el primero que en Alcalá enseñó la Medicina sobre el cadáver. Además de la medicina fue un gran humanista y escritor. Sus últimos años los pasó en la botica del Monasterio de El Escorial preparando la destilación de plantas naturales. Se encuentra enterrado en la Capilla del Colegio Mayor de San Ildefonso, en Alcalá de Henares. Gracias a su reconocimiento en el mundo de la medicina, en 1912, se construyó en Burgos el Hospital Divino Vallés, nombrado en su honor.
- No lo sabía.
- Sólo es cuestión de saber y querer investigar para el bien cultural de la sociedad y no para el mal particular de una persona, señor Vallés. En Divino Vallés 32-36 vive un hermano suyo. Así que ayúdele si es que es de verdad hermano suyo. Por mí no se preocupe. No tengo ningún problema con usted. Esa era toda la historia que quería que conociese. Y ahora sí, juguemos la partida.
La primera partida fue más fácil de ganar por Juan y Vallés de lo que pensaban Sáiz y Herreros. a Sáiz le empezaba a hacer efectos en su cerebro los cubalibres de ginebra "Gordon's" mientras Juan seguía como si no hubiese bebido ni una sola gota de alcohol.
- Paguen señores. Hemos ganado la partida Vallés y yo.
- Eso es. Gracias a usted Señor Don Juan por haber sabido dirigir bien la partida. Gracias a su labor hemos ganado. Por fin comienzo a comprender el porqué de estas partidas.
Herreros sacó un billete de 100 euros y pagó.
- De nada, señor Vallés pero espere un momento. Sólo hemos empezado. Quedan todavía dos partidas más. Ahora me toca de compañero el señor Herreros, ¿verdad señor Sáiz?.
- Sí.
- Ya. No se preocupe. No olvido el orden de su secuencia. Tampoco olvido lo que no se puede olvidar. Y conste que no lo hago por maldad, como usted, sino por aclarar el asunto nada más.
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Foto del autor José Orero De Julián
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Descripción

Novela corta de ficción más realidades.

Palabras Clave: Literatura Novela Corta Ficción Realidad Conocimiento.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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