Del libro "Trampantojos y otros versos"
Publicado en Aug 13, 2010
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LOS VIGILANTES

No intento escribir este poema
sobre los trabajadores de una empresa
que presta servicios de vigilancia privada,
sino acerca de los gigantescos Grigori
que persistieron después de la Caída
para reconstruir el orden desaparecido,
según nos cuenta el patriarca Enoc
en uno de los tantos recovecos
en que se divide el Antiguo Testamento.
 
Sus principales representantes, son:
Agniel, gran maestro de los hombres
en hierbas, raíces y encantamientos,
indispensables para cualquier hechizo.
 
Anmael, lúbrico empedernido
que estableció un pacto sexual
con la hembra de sus preferencias,
en alguna región desconocida
de las cavernas infernales.
 
Araquiel, aficionado a la agricultura,
que enseñó a la humanidad
los innumerables secretos de la tierra,
en forma eficiente y desinteresada.
 
Araziel, encargado de la concupiscencia
cuando las lechuzas vuelan silenciosas
entre el ramaje de las arboledas,
mientras los gallos no anuncien
los reflejos seguros de la madrugada.
 
Asael, impúdico, vago y desordenado,
sin ningún desempeño destacable
en los fértiles campos de la demonología,
o en los simplemente brujeriles.
 
Asbeel, intrigante y envidioso
sembrador de la discordia entre los suyos
y otros tantos referentes demoníacos
sin especificación comprobable.
 
Azael, que engendró en una diablesa
otra igualmente sicalíptica,
para espanto de moralistas tartufos
y regodeo de sátiros solitarios,
cuyo nombre se tragó el olvido.
 
Baraquijal, que instruyó en astrología
a famosos charlatanes y dementes
para su eterna ganancia estafadora
y la total complacencia de los memos.
 
Exael, quien demostró con claridad
cómo puede fabricarse un instrumento
para uso exclusivo de la guerra,
hasta en momentos de ilusoria paz.
 
Ezequel, experto en meteorología,
esa ciencia que trabaja con el clima
y siempre se equivoca
cuando pretende predecir el tiempo.
 
Farmoros, como Agniel,
señalador de varias hierbas y raíces;
aunque en este caso,
más con aplicaciones terapéuticas
que como pócimas para la hechicería.
 
Gadreel, el que combinó perfectamente
la fabricación de herramientas
propias del arsenal doméstico,
con esa otra de armas más mortíferas.
 
Kasdaye, quien impulsó a las mujeres
para que abortasen sin ningún temor
y no fueran postre de religión alguna
ni esclavas sumisas de sus propios hijos.
 
Kashdejan, descubridor de ungüentos
y otras muchas maravillas
contra los males del cuerpo y del espíritu,
como regalo final para los moribundos.
 
Kakabel, clasificador de las constelaciones
y mecenas sin par de los astrónomos
en centros científicos aún no definidos,
para bien intelectual de los humanos.
 
Penemue, que puntualizó cómo escribir
y de qué manera se debía leer,
no sólo en academias sino en la intimidad,
como paso inicial de liberación definitiva.
 
Penemuel, lo mismo que el precedente,
enseñó el arte de escribir con maestría
y el no menos importante de leer,
como vacuna infalible contra la ignorancia.
 
Sanatail, gran príncipe de los Grigori,
contrario a Tamiel que jamás realizó
un trabajo honorable conocido
en las artes y las ciencias infernales.
 
Viene luego Turel, idéntico al anterior,
aunque menos resbaladizo
y mucho más condescendiente
con ciertas debilidades, a veces inconfesables,
uncidas desde antiguo a los yugos del placer.
 
Y por último, el autonombrado Usiel,
de quien nada o poco puede reseñarse,
salvo que lleva una existencia idiota
en el planeta de los seres zafios,
tristemente conocida como la Fuerza de Dios.
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