El ABC de l@s radialistas enamord@s
Publicado en Jan 20, 2009
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El ABC del radialista enamorad@
  
Autor:Gonzalo Santiago García
  
Ediciones: Perro de Pueblo
  
  
  
  
"La radio comunitaria es de quien la trabaja, la escucha y la defiende"
                                        Subcomedianta Celia
  
  
  
Dedico esta investigación:
 A mis hijos Marcos Vladimir y Jorge Luis,
 A mis padres Francisco Santiago Montaño y Juana García Quintero
Y en especial a todos los niñ@s  del mundo.
 A mis hermanos de las comunidades del Consejo Indígena Popular de Oaxaca "Ricardo Flores Magón, del Colectivo Libertario Magonista, de La Bazucada teatral, Dignidad Rebelde, Mujer Nueva. y del Movimiento Universitario Magonista.
  
  
  
  
  
  
¿Qué es una Radio comunitaria?
¿Qué hace que una estación de radio sea comunitaria? La mejor manera de responder a esta pregunta quizás sea a través de las palabras de los miembros de AMARC:
'' Radio comunitaria, radio rural, radio cooperativa, radio participativa, radio libre, alternativa, popular, educativa... Si las estaciones de radio, las redes y los grupos de producción que constituyen la Asociación Mundial de Radios Comunitarias se refieren a ellos mismos por medio de una variedad de nombres, sus prácticas y perfiles son aún más variados. Algunas son musicales, otras militantes y otras musicales y militantes. Se localizan tanto en áreas rurales aisladas como en el corazón de las ciudades más grandes del mundo. Sus señales pueden ser alcanzadas ya sea en un radio de un kilómetro, en la totalidad del territorio de un país o en otros lugares del mundo vía onda corta.
Algunas estaciones pertenecen a organizaciones sin ánimo de lucro o a cooperativas cuyos miembros constituyen su propia audiencia. Otras pertenecen a estudiantes, universidades, municipalidades, iglesias o sindicatos. Hay estaciones de radio financiadas por donaciones provenientes de su audiencia, por organismos de desarrollo internacional, por medio de la publicidad y por parte de los gobiernos. '' _________________________________________________________________________
'' Cuando una radio promueve la participación de los ciudadanos y defiende sus intereses; cuando responde a los gustos de la mayoría y hace del buen humor y la esperanza su primera propuesta; cuando informa verazmente; cuando ayuda a resolver los mil y un problemas de la vida cotidiana; cuando en sus programas se debaten todas las ideas y se respetan todas las opiniones; cuando se estimula la diversidad cultural y no la homogenización mercantil; cuando la mujer protagoniza la comunicación y no es una simple voz decorativa o un reclamo publicitario; cuando no se tolera ninguna dictadura, ni siquiera la musical impuesta por las disqueras; cuando la palabra de todos vuela sin discriminaciones ni censuras, ésa es una radio comunitaria.
No se someten a la lógica del dinero ni de la propaganda las emisoras que así se denominan. Su finalidad es distinta, sus mejores energías están puestas al servicio de la sociedad civil. Un servicio, por supuesto, altamente político: se trata de influir en la opinión pública, de inconformar, de crear consensos, de ampliar la democracia. En definitiva -y por ello, el nombre- de construir comunidad. ''
Manual urgente para Radialistas Apasionados". José Ignacio López Vigil. 1997
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'' Históricamente la filosofía de la radio comunitaria es la de permitir expresarse a los que no tienen voz, de servir de portavoz de los oprimidos (se trate de una opresión racista, sexista o de clase social) y, en general, de ofrecer una herramienta para el desarrollo.
(...)
La radio comunitaria es definida a partir de tres aspectos que la caracterizan: se trata de una actividad con fines no lucrativos, la comunidad tiene el control sobre la propiedad y está caracterizada por la participación de la comunidad.
(...)
Es necesario que sea claro que el objetivo de la radio comunitaria no es el de hacer algo por la comunidad, es, más bien, el de dar una oportunidad a la comunidad para que haga algo por ella misma, como por ejemplo, poseer el control de su propio medio de comunicación. ''
"What is Community Radio". AMARC Africa y Panos Africa Austral. 1998
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'' Existen en América Latina aproximadamente mil radios que se pueden considerar comunitarias, educativas, populares o ciudadanas. Se identifican por sus objetivos políticos de transformación social, de búsqueda de un sistema justo, con vigencia de los derechos humanos, con acceso y participación de las mayorías en el poder. Se reconocen también por no tener fines de lucro. Esto no les impide crecer, intentando una inserción en el mercado.
(...)
La radio comunitaria y ciudadana se define por la comunidad de intereses compartidos que representa y por los objetivos político-culturales, comunicacionales y empresarios coherentes con esos mismos intereses.
(...)
La radio comunitaria y ciudadana incorpora nuevos lenguajes, nuevos formatos, otros sonidos, músicas, voces. Son otras formas de hablar, nuevos tratos con los oyentes, formas de preguntar y de responder, formas de demandar, de peticionar a las autoridades. "Gestión de la radio comunitaria y ciudadana". ''
Claudia Villamayor y Ernesto Lamas. AMARC y Friedrich Ebert Stiftung. 1998
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'' La radio comunitaria se ha convertido, con el pasar de los años, en una herramienta indispensable para el desarrollo de las comunidades. Las personas pueden reconocerse, identificarse y, además, comunicarse entre ellas.
La radio comuntiaria es un difusor cultural adaptado perfectamente al contexto de la francofonía canadiense. Sus ondas reflejan la realidad cultural: canciones, música, escritura, de la población francófona a la que sirven. Las radios comunitarias son los mejores estandartes de nuestra cultura.
(...)
Cada radio comunitaria tiene su tonalidad bien modulada con la imagen de aquellos que la escuchan. Lo importante es la búsqueda de la diferencia.
La radio comunitaria es un factor de acercamiento, un puente, un paso hacia el otro, no para que el otro se convierta en lo que noosotros somos, sino para que él pueda ser lo que es. No se trata de tener más, sino de ser, ésa es la verdadera misión de las radios comunitarias en Canadá. ¿No es el sentido más profundo de la cultura el de hacer tomar conciencia a la personas de la grandeza que existe en ellas? ''
Alliance des radios communautaires du Canada, ARC. Canadá
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'' Emisoras que ejercen la radiodifusión como un servicio a la comunidad y la comunicación como un derecho de todas las personas.
Que buscan construir un camino común para apoyarse y fortalecer la comunicación de nuestro pueblo.
Radiodifusoras que se reconocen parte integrante de la comunidad en la que participan. Y como medio desarrollan una comunicación pluralista y participativa, abierta a la necesidad de expresión de los sectores sociales y culturales con menor posibilidad de acceso a los medios con fines exclusivamente comerciales.
Que ejercen el derecho a la comunicación y, en especial, el derecho a la información.
Que ejercen la radiodifusión como un servicio y no como una simple actividad comercial - lucrativa. ''
Federación Argentina de Radios Comunitarias, FARCO. Argentina.
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'' En el sistema de medios dominado comercialmente, radio comunitaria significa radio en la comunidad, para la comunidad, acerca de la comunidad y por la comunidad. Existe una amplia participación de los miembros regulares de la comunidad en el manejo y producción de programas. Esta participación de miembros de la comunidad las distingue del medio dominado por lo comercial en Filipinas, los cuales están operados por el lucro, la propaganda, el poder, la política, los privilegios, etc. Sirvir la gente, el público, es más bien una posición principalmente para justificar la existencia en la burocracia gubernamental de procedimientos de licencias.
(...)
Estaciones operadas colectivamente por las personas de la comunidad.
Estaciones dedicadas al desarrollo, la educación y el fortalecimiento de las personas.
Estaciones que adhieren a los principios de democracia y participación. ''
TAMBULI - Communication Project. Filipinas
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'' Radios libres, independientes, laicas, consagradas a los derechos del hombre y atentas al medio ambiente.
Ellas son plurales y pluralistas.
Ellas se niegan a la comunicación mercantil.
Ellas respetan escrupulosamente la deontología periodística y amplían el ámbito cultural al permitir la más extensa expresión de artistas y de su canal de escucha.
Ellas tienen un estatus asociativo, un funcionamiento democrático y una financiación coherente con el hecho de que no tienen fines lucrativos.
Ellas son solidarias entre ellas y constituyen comunidades de trabajo que permiten a cada una cumplir con su misión.''
Charte de la Confédération Nationale des Radios Libres, CNRL. Francia
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'' En primer lugar, la radio comunitaria está caracterizada por la activa participación de la comunidad en los procesos de creación de noticias, información, entretenimiento y material culturalmente relevante, y ello con un énfasis en temas y preocupaciones locales. Con capacitación, productores locales pueden crear programas usando sus voces locales. La comunidad puede, igualmente, participar en el manejo de la estación y opinar en la programación y contenido de los programas.
En segundo lugar, es esencial que sea una empresa sin fines de lucro. En estos días de alta comercialización de la radiodifusión, el carácter de la radio comunitaria lo constituye su independencia y responsabilidad en el servicio a la comunidad, no al anunciante. Como la estación es de propiedad de la comunidad, se mantiene cierta responsabilidad en el manejo de la estación.
En tercer lugar, la programación de la radio comunitaria es designada por la comunidad para mejorar las condiciones sociales y la calidad de su vida cultural. La comunidad misma decide cuáles son sus prioridades y necesidades en términos de la provisión de información. ''
¿Qué es AMARC?
AMARC es una organización no gubernamental internacional al servicio del movimiento de la radio comunitaria, que agrupa cerca de 3.000 miembros y asociados en 110 países.
Su objetivo es apoyar y contribuir al desarrollo de la radio comunitaria y participativa de acuerdo con los principios de solidaridad y la cooperación internacional.
En el Consejo Internacional de AMARC se encuentran representados todos los continentes.
Erase una vez, en 1983 ...
AMARC evoluciona a un ritmo tal que sus gestores y miembros son poco concientes del tiempo transcurrido. No obstante, el inigualable movimiento de radios comunitarias constituido por la Asociación, festejó en 1998 sus 15 años. En efecto, en 1983 un grupo de apasionados de la radio comunitaria se reunieron, casi espontáneamente, en Montreal, Canadá; allí comenzó a ser evidente la existencia de un movimiento mundial que los unía entre sí.
En 1986, con motivo de la Segunda Asamblea Mundial realizada en Vancouver, Canadá, lo que en un principio fue un movimiento espontáneo, se convirtió oficialmente en la Asociación Mundial de Radios Comunitarias. En 1988, en Managua, la Asociación adquierió el título de organización no gubernamental.
En Dublín en 1990, las discusiones de la Cuarta Asamblea Mundial de AMARC se centraron en la afirmación del Derecho a la Comunicación. En la misma ocasión, un grupo de mujeres propuso la creación de una red internacional de las mujeres trabajadoras en el sector de la radio comunitaria. No obstante, debió esperarse hasta la Asamblea de Oaxtepec en México, en el año de 1992, para que la Red Internacional de Mujeres fuera creada. Simultáneamente, fue establecida la Red de Solidaridad de AMARC.
En Dakar, la Sexta Asamblea confirmó la existencia de un movimiento arraigado localmente a través de oficinas regionales fuertes y autónomas que, igualmente, evolucionan eficazmente en el contexto mundial de la globalización.
La Séptima Asamblea Mundial de AMARC se llevó a cabo en Milán, Italia, en agosto de 1998. Dicha Asamblea se inscribió en los lineamientos determinados en Dakar, dirigidos a facilitar a la organización el paso a través de tres nuevas fronteras: la frontera legal, en el contexto del reconocimiento de los medios comunitarios dentro de las nuevas legislaciones internacionales; la frontera técnica, ayudando a sus miembros a asumir el viraje tecnológico y permitiendo la colaboración de las radios comunitarias con otros medios de vocación similar; y la frontera geográfica, abriéndose camino en Asia y los países árabes.
La octava Asamblea y Conferencia de AMARC en Katmandú, Nepal, en el 2003, constituyó la más grande reunión de productores de radio comunitaria que jamás haya tenido lugar en la región, lo que permitió que se convirtiera en la piedra angular para el desarrollo del movimiento de la radio comunitaria en la región de Asia-Pacífico. Por otra parte, los participantes en la reunión aprobaron el plan de acción estratégico de AMARC para el período comprendido entre el 2003 y el 2006. La Declaración de Katmandú fue el documento final elaborado a partir de las deliberaciones y adoptado por la Asamblea General.
La próxima Asamblea Mundial, AMARC 9, está prevista para el último trimestre de 2006. El secretariado general de AMARC ha emitido desde ya una invitación a presentación de propuestas para hospedar el evento.
Y la historia de AMARC's continúa ...
PROGRAMAS DE AMARC-ALC
Programa de Legislaciones y Derecho a la Comunicación
Busca contribuir a la democratización de las políticas y marcos regulatorios en materia de comunicación e información, particularmente en radiodifusión. Trabaja para lograr un acceso en igualdad de oportunidades de la sociedad civil a las frecuencias de radio y que se reconozca la importancia de las radios comunitarias. A través de tareas de lobby nacional e internacional, asesoría jurídica y técnica, investigaciones y monitoreo permanente, el Programa promueve el fortalecimiento de las asociadas y redes nacionales para defender y ejercer sus derechos. Las líneas de acción incluyen varias misiones a países de la región por año, y el apoyo a través de su Red de Solidaridad Internacional frente a actos arbitrarios o represivos. Programa de Género
Este programa es particularmente activo en América Latina y el Caribe. Con la convicción del papel esencial de las mujeres en el proceso comunicacional, AMARC ALC se propone promover la discusión en las radios comunitarias desde una perspectiva de género. A través de este programa, AMARC ALC apoya el trabajo de las mujeres, principalmente a través de la formación, el intercambio de información y de experiencias entre las mujeres en las radios comunitarias. (http://www.redmujeresamarc.org.pe)./ Agencia informativa Púlsar
Ofrece a las radios comunitarias e independientes una gama completa de información de América Latina y el mundo sobre temas de interés para la sociedad civil atendiendo a la especificidad del lenguaje radiofónico. Como fuentes periodísticas, la Agencia Púlsar privilegia las radios comunitarias, periodistas y agencias informativas vinculadas a AMARC y otras redes de comunicación alternativa con el objetivo de asegurar una perspectiva ciudadana y de género. Ofrece un sitio web de actualización permanente de noticias, documentos y notas de fondo, más una sección en portugués (http://www.agenciapulsar.org)./ Programa de Gestión
Surgió ante la demanda de las emisoras y centros de comunicación asociados y del diagnóstico que indicaba que las mayores debilidades de las radios comunitarias y ciudadanas se dan en el terreno de la gestión en todas las dimensiones que involucra. El Programa de Gestión se inició con la intención de construir y desarrollar nuevas metodologías y herramientas coherentes con los objetivos políticos y la realidad de las emisoras, centros y redes. El objetivo es la consolidación de cada proyecto y del movimiento de manera conjunta. Programa de Formación
La capacitación ha sido el primer servicio de AMARC ALC desde su fundación. Hoy, el programa tiene como objetivos principales la articulación de todos los esfuerzos de capacitación y formación que parten desde otros programas y proyectos de AMARC ALC y responder eficientemente a las demandas de capacitación de la membresía en todas las áreas. Ciudadanía Ambiental
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) junto con 6 redes ciudadanas latinoamericanas estamos desarrollando el proyecto de Ciudadanía Ambiental Global. El proyecto tiene una duración de tres años con 5 componentes: Adaptación y creación de materiales educativos e informativos, Actividades demostrativas, Capacitación y asistencia técnica y monitoreo y evaluación. Esta es la primera vez que el PNUMA desarrolla un proyecto de tal magnitud con redes ciudadanas. (http://www.ambiental.agenciapulsar.org)./ Radios Rurales
La Onda Rural es la Iniciativa Latinoamericana sobre Comunicación para el Desarrollo Rural, producto del taller realizado en Quito en abril del 2004, convocado por FAO, ALER y AMARC. Surge para impulsar el desarrollo de acciones en materia de comunicación, aprovechamiento de la radio y su articulación con las NTICs, con el objetivo de promover el desarrollo rural que beneficie a las comunidades rurales, indígenas, afroamericanas y campesinas. Propone reflexionar en torno a sus proyectos políticos comunicativos y examinar su rol en los procesos de desarrollo, potenciar su papel de articuladores de los diversos actores sociales y fortalecer los movimientos sociales como motores de cambio. Centroamérica en Sintonía
Se desarrolla en forma conjunta entre AMARC y ALER (Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica). Busca aportar al fortalecimiento de las radios comunitarias y populares y centros de comunicación de Centroamérica para contribuir con la articulación social de diversos actores de la sociedad y aumentar la incidencia política y comunicacional de estas asociadas en la audiencia. (http://www.ensintonia.org)./ Ritmo Sur
Programa conjunto de AMARC y ALER con participación de Free Voice y CMC de Holanda. En 2003 y 2004 se realizaron viajes a los 12 países que formaran parte del programa (México, Republica Dominicana, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay, Argentina) para sistematizar un diagnóstico con las redes nacionales. Este programa se propone la puesta en discusión de los proyectos político comunicacionales de las radios y su gestión integral, con el objetivo de actualizar y realizar los cambios necesarios en emisoras y redes.
Estos programas, sumados a otros proyectos -el funcionamiento de un estudio de grabación, publicación de la revista Cara y señal de difusión gratuita entre las asociadas, investigaciones, cobertura periodística de encuentros internacionales- tienen la intención de aunar los esfuerzos de muchos hombres y muchas mujeres que días
Principios de la AMARC
La declaration de principios de AMARC establece que los miembros de la asociacion:
Contribuyen a la expresion de diferentes movimientos sociales, politicos y culturales asi como a la promocion de todas las initiativas favorables a la paz.
Reconocen el rol fundamental y especifico de las mujeres en el establecimiento de nuevas practicas de comunicacion.
Difunden una programacion que respeta los siguientes principios:
la soberania y la independencia de los pueblos;
la solidaridad y la no-intervencion en los asuntos internos de otros paises;
la cooperacion international basada en la creacion de lazos permanentes y generalizados sobre bases de igualdad, de reciprocidad y de respeto mutuo;
la no-discriminacion por motivos de raza, de género, de orientacion sexual o de religion;
el respeto de la identidad cultural de todos pueblos.
Los principios enunciados y propuestos por los miembros de AMARC han sido refrendados y actualizados diferentes cartas y declaraciones:
La_declaracion_de_Katmandu
La_Declaracion_de_Milan
Community_Radio_Charter_for_Europe (Inglés)
Carta_de_las_Radios_Comunitarias_y_Ciudadanas
La_carta_popular_de_la_comunicacion (Sitio Web)
Declaracion_del_festival_de_radiotelevisionarios_de_America_Latina_y_del_Caribe
Declaracion del festival de radiotelevisionarios de America Latina y del Caribe
Nosotros, los participantes en el Gran Festival de la Radio y la Televisión Comunitaria y Popular de América Latina y el Caribe, organizado por el Grupo de los Ocho (Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica - ALER; Asociación Mundial de Radios Comunitarias - AMARC; Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina - CIESPAL; Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social - FELAFACS; Federación Internacional de Periodistas - FIP; Asociación Latinoamericana de Comunicación Grupal - PROA; Radio Nederland Training Center - RNTC; y Asociación Católica Latinoamericana de Radio, Televisión y Medios Afines - UNDA/AL), apoyado por el Centro Canadiense de Estudio y Cooperación Internacional - CECI y el Consejo Mundial para laRadio y la Televisión - CMRTV, celebrado en Quito, Ecuador, del 20 al 24 de noviembre de 1995.
Declaramos que:
1. La libertad de expresión, derecho fundamental e inalienable de la persona y de los pueblos, se afirma sobre la justicia social y constituye la mejor garantía de la democracia y la paz.
2. La sociedad civil puede y debe ejercer la libertad de expresión a través de medios de comunicación propios que le den voz e imagen públicas y le permitan ser sujeto de su propio desarrollo.
3. Centenares de experiencias exitosas de radio y televisión comunitaria y popular desarrolladas desde hace 50 años en los paísesde América Latina y el Caribe, nos han legitimado ante nuestros públicos, conquistando así el derecho al reconocimiento legal. Ellas han sido y siguen siendo expresión de las mayorías marginadas y empobrecidas de la región.
4. En estos tiempos de globalización y homogenización crecientes, las radios y televisoras comunitarias y populares se convierten en espaciosde participación ciudadana donde se expresan todas las voces y se defiende la diversidad de idiomas y culturas. El derecho a ser y pensar diferente, a tener gustos y aspiraciones distintas, se vuelve hoy un imperativo de la democracia.
5. La defensa de los Derechos Humanos, el respeto a la identidad étnica, la preservación del medio ambiente, el protagonismo de los jóvenes, la protección de la niñez y la tercera edad, la educación y la salud, la denuncia de la corrupción, así como la integración regional, constituyen prioridades de nuestro quehacer comunicacional.
6. La participación democrática de las mujeres en los medios de comunicación debe estar garantizada en todos sus niveles. Ello supone, especialmente, presentar una imagen real y valorada de la mujer en la radio y la televisión, incrementar la producción de programas desde una perspectiva de género y promover medios de comunicación propios.
7. Repudiamos las acciones de algunos gobiernos y propietarios de medios destinadas a entorpecer la labor de los medios comunitarios y populares. El cierre arbitrario de emisoras, la confiscación de equipos, la detención de periodistas y comunicadores, la negativa o demora injustificada en la asignación de frecuencias, atentan contra la libertad de expresióny deben ser condenadas.
8. Los gobiernos no solamente deben autorizar, sino garantizaf la existencia de los medios de comunicación comunitarios y populares como una tercera forma de propiedad, la social, con igual categoría que la privada comercial y la estatal. De este modo, se asegura la independencia del ejercicio comunicacional respecto a finalidades lucrativas o políticas.
9. El espectro radioeléctrico debe compartirse equitativamente entre todos los sectores de la sociedad civil. Una cuota de frecuencias deberá reservarse para las empresas sociales sin fines de lucro en las bandasde AM y FM, en los canales de televisión, así como en las actuales negociaciones sobre difusión numérica.
10. En las concesiones de frecuencias a las radios y televisoras comunitarias y populares, no deben existir restricciones arbitrarias ni discriminaciones en cuanto a la cantidad de emisoras por localidad, a la potencia de la señal, a la venta de espacios publicitarios, a la formación de redes ni al empleo de las nuevas tecnologías, como ocurre enalgunos países.
11. Se hace cada vez más urgente la revisión y modernización de las legislaciones vigentes en los países de América Latinay el Caribe respecto a las telecomunicaciones. En muy pocas se contempla, en efecto, la creación de nuevos medios de comunicación comunitariosy el fortalecimiento de los ya existentes, tal como se reconoció en el Plan de Acción aprobado en el Seminario sobre el Desarrollo de los Medios de Comunicación y la Democracia en América Latina y el Caribe celebrado bajo los auspicios de la UNESCO, las Naciones Unidas y el PNUD (Santiago de Chile, Mayo 1994).
12. Los medios de comunicación estatales, comerciales o sociales, deben cumplir con el espíritu del servicio público y la responsabilidad social del periodismo, respetando los derechos laborales de los periodistas y demás trabajadores de la comunicación, rigiéndose en sus programaciones a un mismo código de ética y promoviendo valores nacionales y humanistas entre la población.
Saludamos con entusiasmo la unidad lograda en el Grupo de los Ocho. Esta alianza se consolidará y ampliará convocando, particularmente, a todas las redes regionales de comunicación comunitarias y populares, y promoviendo la cooperación sur-sur. Invitamos a los gobiernos, a las agencias de cooperación internacional, a las organizacionesno gubernamentales, a los gremios periodísticos, a los medios de comunicación comerciales y estatales, a todos los radioapasionadosy televisionarios a sumarse a este movimiento internacional que busca democratizar las comunicaciones para así contribuir a la democratización de nuestras sociedades.
Quito, 24 noviembre 1995
2- LA PERSONALIDAD DE LA RADIO ¡Error! Marcador no definido.
Hace 15 mil millones de años, el universo original, como un minúsculo huevo recalentado, reventó en pedazos y comenzó a expandirse sin cesar. Por raro que parezca, aquel estallido ocurrió en el más completo silencio. El Big Bang, la explosión más fenomenal que se haya dado jamás, no causó el más leve ruido, sencillamente, porque no había quien la oyera.
La naturaleza es sorda. Lo que llamamos sonido no son más que vibraciones del aire, ondas de diferentes longitudes. Al principio del mundo, los volcanes explotaban sin estruendo, los mares se encrespaban sigilosamente y los truenos desataban tormentas mudas. Más tarde, cuando los seres vivos, por necesidades de defensa, fueron dotándose de órganos auditivos, las ondas provocadas por movimientos y choques de los elementos naturales fueron captadas y traducidas como sonido. El sonido no está en las cosas: ¡es el oído el que las hace sonar!
Con los colores pasa otro tanto. Porque el espectro electromagnético es el mismo para los dos sentidos, visual y auditivo; para toda la materia, desde las ondas más cortas, los rayos gamma, hasta las más largas, que son las de radio.
Pero entre el sonido y la luz hay una diferencia. Las ondas sonoras se propagan a través de algún medio material, normalmente el aire. Aquellos ladridos que escuchamos en la lejanía son vibraciones de las moléculas del aire existente entre el perro y nosotros. La luz, en cambio, puede desplazarse en el vacío. Eso explica que podamos ver los rayos del sol, que viajan a través del espacio intermedio, pero nunca, por mucho que nos esforcemos, podremos escuchar las violentas erupciones de la corteza solar.[1]
De cataclismos, pasemos a sensaciones auditivas más armoniosas. La música, por ejemplo. Tampoco existe. Las notas son apenas rizos de aire, ondulaciones calladas que surgen de unas cuerdas de guitarra o de un soplo de flauta o por un redoble de batería. Pero la música no la producen los instrumentos musicales: la produce nuestro oído.
¡El oído! He aquí al verdadero artista, el creador de las melodías, el prodigioso aparatito que todos llevamos con nosotros desde el nacimiento sin asombrarnos suficientemente de su perfección.[2]
El mejor de los pianos
Vamos a molestar nuevamente al hada madrina del capítulo anterior. Que nos dé otro brebaje, esta vez para hacernos pequeñitos, diminutos como duendes.
Entramos por el pabellón de la oreja. Para ello, nos deslizamos por un tobogán alucinante, subidas y bajadas de una montaña rusa en miniatura que, por su extraño diseño, nos permite atrapar las ondas sonoras venidas en todas direcciones. Con la última voltereta, caemos en un pasadizo angosto, de 24 milímetros, excavado en la roca viva del hueso temporal. Gateamos, nos abrimos paso entre pelos y montículos de cera dispuestos para no dejar paso a los inoportunos insectos, y llegamos hasta una ventana herméticamente cerrada al final del túnel. Es el tímpano. A lo que más se parece esta membrana, por lo tersa y tensa, es a un cuero de tambor. Y funciona como un tambor. Las ondas rebotan contra el tímpano y lo hacen vibrar, tal como las manos ardientes de un bongocero de carnaval.
¿Qué hay detrás del tímpano? Una palanca. Funciona con tres engranajes: un huesito llamado martillo, el que sigue a éste llamado yunque y un tercero, conocido como estribo. Son los huesos más pequeños de todo el cuerpo humano. Vibra el tímpano y vibran los tres huesitos unidos a él por ligamentos. Si fuera uno solo, si no estuviera articulada la palanca, el oído apenas toleraría vibraciones suaves. Un ruido fuerte podría agujerear la ventana. Con los tres huesitos se consigue un juego de amortiguadores capaz de acomodarse a un susurro romántico o a una sonora bofetada. Además, los tres huesitos funcionan como un preamplificador: del tímpano al estribo, se mantiene la misma frecuencia de sonido, pero su intensidad ha aumentado veinte veces.
Sigamos viaje. Dejemos atrás el oído medio para toparnos con una ventana oval situada al fondo, ya en la profundidad del cráneo. La atravesamos y nos descubrimos en un intrincado laberinto. Hay que atravesarlo sin perderse y nadando. Ahora buceamos en un líquido muy especial, la endolinfa. Al abrir los ojos, quedamos deslumbrados. Ante nosotros, un palacio encantado, lleno de diapasones y cuerdas vibrantes, el salón de música más increíble que jamás se haya soñado. Hemos llegado al santuario del sonido, el caracol del oído. Lo que estamos viendo es como una escalera en espiral cuyos peldaños son innumerables teclas de un piano fantástico. El piano de Mozart tenía apenas 85 teclas, entre blancas y negras. El piano de nuestro oído -el órgano de Corti- tiene 25 mil. Y el teclado no ocupa más de 25 milímetros de longitud.
¿Dónde está el artista que lo sabe tocar? El genio es nada menos que la endolinfa, el líquido que llena las cavidades del caracol. El mecanismo resulta tan sencillo como sorprendente: las vibraciones del aire venidas del exterior llegan al pabellón de la oreja. Éste las recoge con su forma de embudo y las transmite por el conducto auditivo externo hasta la membrana del tímpano. Chocan contra ella y la hacen estremecer, poniendo en movimiento, al mismo tiempo, la cadena de huesitos. Éstos las transmiten a la ventana oval que cierra el oído interno. Cada sacudida conmueve a la endolinfa en el interior y despierta en ella ondas imperceptibles que corren por la rampa de la escalera y van a golpear exactamente una u otra de las 25 mil teclas o células auditivas, precisamente las que deben sonar y no otras.
Veamos el piano por dentro. Todas sus teclas están conectadas por hilos delgadísimos que forman el nervio auditivo. Siguiéndolo, nos internaremos hasta los lóbulos temporales del cerebro. Allí, en una alquimia difícil de imaginar, los impulsos sonoros se convierten en informaciones y sentimientos. Para hacer esta lectura, nuestra computadora cerebral utiliza todas las memorias archivadas en sus inagotables entramados celulares. Desde nuestro nacimiento, incluso antes, desde el vientre materno, el cerebro se ha dedicado a almacenar y clasificar todos los efectos de sonido que llegan a su cabina. En la edad adulta disponemos de una colección superior a todas las emisoras del mundo. Somos capaces de distinguir a la perfección medio millón de señales de audio con distintos significados.[3]
Y así, contrastando y desechando datos, recordando otras experiencias sonoras, el cerebro nos ofrece en milésimas de segundo una imagen mental de la fuente del sonido y una determinada emoción frente a ella. Nos hace vibrar otra membrana, la del alma.
Sensibilidad a flor de oído
Ya no somos duendes andando por entre las orejas. Ahora viajamos en un autobús, a pleno sol y en plena ciudad de Rio de Janeiro. Fíjese en aquel muchacho de camiseta verde cotorra y gorrita playera. Va con un walkman, escuchando su emisora favorita. Otros pasajeros lo rodean, lo apretujan. Pero él mantiene su sonrisa de felicidad y un rítmico cabeceo. ¿Quién es la persona más cercana, más próxima a nuestro amigo? ¿Los demás viajeros que están a su lado, bien pegaditos, que lo prensan, que lo miran? ¿O el locutor de la emisora, situado tal vez a kilómetros de distancia, pero que le habla al oído?
Más que la vista, más que el tacto, el oído es el sentido de la intimidad.[4] ¿A quién le permitiría usted musitarle palabras de amor al oído? La vista, llegado el momento, sobra. Se cierran los ojos para besar. El beso de lengua es bueno. El beso de oreja, con una palabra de cariño, todavía es mejor.
Nuestros oídos son muy sensibles. Captan desde el tenue balanceo de una hoja al caer (10 decibelios) hasta el atronador despegue de un cohete espacial (160 decibelios). En esa gama caben infinidad de tonalidades. Nuestros oídos sienten. Como vimos, el cerebro traduce sonidos a sentimientos. Haga un experimento: póngase a ver una película y quítele el audio. La fotografía puede ser impactante, la actuación espléndida. Pero el resultado resulta frío. Ahora, lo contrario: apague la imagen y deje correr solamente la banda sonora. Escuche los diálogos, las músicas, el ambiente... Aunque a ciegas, su recepción será mucho más emotiva. El calor lo da el oído. Hasta las películas eróticas, sin los consabidos jadeos, no logran excitar mucho.
Como el oído al que se dirige, la radio es un medio de comunicación íntimo, casi privado. Al principio, no fue así. El antiguo receptor de tubos, en aquellos años dorados, ocupaba el centro de la casa y convocaba a toda la familia. Ese puesto lo ocupa hoy la televisión. En realidad, los radialistas le agradecemos a la pequeña pantalla el haber liberado a nuestro medio de esa función espectacular. Ahora la radio puede concentrarse en su lenguaje más específico, el de los sentimientos, y en su carácter de compañía personal.
Si cambió el modo de escuchar radio, debe también cambiar el modo de hablar por radio. Los locutores gritones, vociferantes, ya no se estilan. Aquí sí vale la redundancia: tenemos que hablarle al oído del oyente, de la oyente. Intimar con él, con ella. Para lograr esto, emplearemos un tono coloquial, afectivo. La calidez no viene dada tanto por las palabras empleadas como por la manera de decirlas. Pronuncie qué alegría verte con solemnidad, y después diga la misma frase con sincero entusiasmo. Notará la diferencia. Desde luego, si las palabras son rebuscadas, no hay lengua que las ablande. Pero la temperatura de la comunicación se juega, básicamente, en las tonalidades de la voz.[5]
Cuando hablamos de lenguaje afectivo, no nos limitamos al amoroso. Afectos, emociones, son igualmente el dolor y la ternura. La esperanza y la angustia. Los sentimientos heroicos o la melancolía. Si nuestro programa de radio hace reír o llorar, va por buen camino. Si provoca furia (no por lo malo del programa), también vale. Pero si no mueve ni conmueve, si deja frío al a quien escucha, no es radiofónico. Hablar por radio es emocionar. Si no, el mensaje no llega, no impacta. En radio, lo afectivo es lo efectivo.[6]
Luz roja. Ni entre Romeo y Julieta fue todo tan íntimo. En la radio, como en la vida, seguirá habiendo espacios alborotados, bullangueros, pura exterioridad. Pero queremos subrayar el lenguaje básico del medio, el estilo coloquial, cotidiano, que debe prevalecer en la programación. También es importante aclarar que íntimo no es lo mismo que intimista. El intimista se cierra sobre sí mismo, su mayor preocupación reside en su ombligo. La intimidad de la que hablamos, por el contrario, se refiere al tono de confianza, hasta de complicidad, entre locutor y oyente. Esa misma confianza sirve para conversar sobre mil cosas -de política y de cocina, de cosmética y de astronomía- y comprometerse en otras mil. Como decía Saint Exupéry, amistad no es mirarse uno al otro, sino mirar juntos en una misma dirección.
El nombre de la risa
Si una emoción ha de ser privilegiada en la radio, ésa es la alegría. Tiene visa en casi todos los programas. Tiene demanda en casi todos los oyentes. ¿Para qué prendemos el radio la mayoría de veces? Para distraernos. La vida cotidiana es tediosa. Siempre las mismas ollas, la misma tabla de planchar, el mismo taxi, los mismos libros, la misma vaina. Siempre lo mismo. Y para que no lo sea, encendemos la cajita mágica que nos puede evadir de la rutina. La gente conecta el radio para desconectar los problemas.
¿Qué pasa si en el dial aparece una voz tristona, si echa una monserga, si me sale un baboso hablando babosadas? Cambio. Pruebo con otra emisora, que hay muchas. Una que me ponga buena música. O que me haga reír. En este mundo, nadie tiene obligación de aburrirse. La audiencia no suele ser masoquista.
Alegrarle la vida a la gente: tal vez sea esa la primera misión de una radio. Una misión educativa, por cierto. A fin de cuentas, ¿pedagogía no es acompañar, hacer camino juntos? Pues nada más acompañador que una amiga simpática, un amigo que entretiene. Esto vale para los programas ligeros y para los que quieren pasar un contenido, incluso para el tratamiento de un tema de fondo. Antes se decía: la letra con sangre entra. Un gran disparate, porque entra con risa, con buen humor.
La risa es tan antigua como la especie humana. Nuestros antepasados primates la estrenaron y nos la trasmitieron. Y sin embargo, esta emoción -tan radiofónica por lo sonora- se nos ha vuelto clandestina. En la escuela no se ríe. En la iglesia, menos. En el sindicato, en el comité, en la asamblea, tampoco. La risa queda reservada para la taberna o el patio de la casa.[7]
Sociedad reprimida la nuestra, donde las maestras, los dirigentes y hasta los padres piensan que riendo pierden autoridad. Que cualquier gesto de naturalidad les resta importancia. Que lo profesional es lo severo. O tal vez, ni lo piensan: por inercia repiten la misma pesadez con que ellos fueron educados. El resultado es psiquiátrico, ciudadanos y ciudadanas con doble personalidad: en privado ríen, en público se acartonan.
En las emisoras pasa otro tanto. Locutores, entrevistadoras, conductores que pierden toda la espontaneidad frente al micrófono. No ríen ni sonríen. Se mantienen en pose. Acaba el programa y entonces sí, comienzan los chistes y la picardía.
       
Ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario. Se trata de dejar corretear al niño que todos llevamos dentro, a la niña que aún quiere jugar. Hay que aprender a reírse -pero de verdad- ante el micrófono. No somos hienas, no sirven las falsificaciones. Y en el fondo, el truco no es muy difícil de aprender: basta con perder el miedo al ridículo. Arriesgarse a payasear un poco, hacerse vulnerable a la audiencia, que es otra forma de intimidad. Como dice Rius, el humor es el arte de reírse de uno antes que lo hagan los demás.
En el gran festival de los Radioapasionados y Televisionarios se vendió una mascota muy original para encapuchar los micrófonos y volverlos amigables, risueños.[8] Ridiculizando el aparato, perdiéndole el falso respeto -decían los inventores colombianos- aprenderemos a tratar con mayor consideración a la audiencia. Ella se merece una radio alegre, a la altura de sus oídos. Que así sea, en nombre de la risa.
La pantalla más grande del mundo[9]
Se llama Jackeline. Trabaja en la radio comunitaria de Curanilahue, un alejado pueblito del sur chileno. Anima una revista de dos horas todas las tardes. Cuando Iván Darío Chahín fue a conocer la emisora, la encontró locutando, anunciando discos, dando avisos, saludando a sus oyentes. La cabina estaba totalmente a oscuras. Solamente parpadeaba frente a ella la luz roja de AL AIRE.
            -No se extrañe. La radio es ciega, igual que yo.
Jackeline es invidente. Por el micrófono, ella conversa de los verdes valles donde se cosechan las mejores uvas del mundo y de las montañas nevadas donde vuela el cóndor de alas negras. Después, baja al puerto, habla del mar azul y de sus olas encrespadas. A través de su voz, los oyentes ven las barcas llegando y el brillo plateado de los peces. La conexión es directa, de una imaginación a otra.
        -Mejor, pues -dice la joven locutora-. Así cada quien le pone al mar los colores que prefiera. Como hago yo, que nunca lo he visto.
La radio -escribió McLuhan- es un medio eminentemente visual. Esto es posible porque los humanos no tenemos dos ojos. Tenemos tres. El oído también ve. O mejor expresado, el oído hace ver al ojo interior, a ése que llamamos imaginación. Los ojos de la cara pueden estar cerrados. El tercero, el de la mente, sigue bien abierto y espera que los demás sentidos -especialmente el oído- lo estimulen.
Imaginación viene de magia. Y magia es el arte de realizar cosas maravillosas, transformaciones que van más allá de cualquier ley natural. El ojo de la imaginación no tiene límites de espacio o tiempo. Viaja más rápido que la luz y no sabe de calendarios. Los otros ojos ven lo que tienen delante. Se someten a la realidad. El de la imaginación, no. Es libre, caprichoso, hace lo que le viene en gana. ¿Quién lo controla? Estamos estudiando álgebra, cansados. Los numeritos ya nos bailan, se emborronan. Nos recostamos sobre la mesa. Y de pronto, nos vemos en una acogedora cabaña junto al río, rodeados de amigos y amigas, tocando guitarra, tomando vino. Distraerse es cambiar de ojos.
La imaginación puede andar sola. Nos desvelamos en la noche y, sin necesidad de colores o sonidos, comenzamos a deambular por el mundo y a repasar las que hicimos y las que quisimos hacer. Soñamos despiertos con más intensidad que dormidos. La imaginación tiene un cómplice, un correveidile: el oído. Lo que éste sabe, enseguida se lo cuenta a la imaginación. Pero para que ésta se interese, el oído tiene que transmitirle imágenes.
Las famosas imágenes auditivas. ¿En qué consisten, cómo se crean? No hay que ser un Spielberg de la radio para lograrlas. Basta hacer sonar unos grillos y anochece en nuestra mente. Basta hacer cantar a unos pajaritos y ya está amaneciendo. Con la música pasa lo mismo. Un samba nos transportará al carnaval de Bahia. Y un palo de mayo nos hará bailar con los nicas de la Costa Atlántica. Y en cuanto a las palabras, su capacidad de excitar la imaginación dependerá de escoger las que estén más cercanas a la vida. Si yo digo producto alimenticio, por más que me esfuerce nunca lograré una representación mental de esos dos conceptos. Pero si digo pollo frito, se me hace agua la boca.
El arte de hablar por radio consiste precisamente en usar palabras concretas, que se puedan ver, que se toquen, que se muerdan, que tengan peso y medida. Palabras materiales. Palabras que pinten la realidad. No discursee por radio, es como vender bufandas en la playa. Si quiere filosofar, hágalo. Pero no por radio. El lenguaje radiofónico es esclavizantemente descriptivo, narrativo, sensual. Este mismo libro sobre radio no se puede transmitir por radio. Aburrirá a los oyentes. (¡Espero que no aburra a los lectores!). Por cierto, cuando hablamos de sensualidad, nos referimos al empleo de palabras y expresiones que se dirijan a los sentidos, que los estimulen. En radio, no solamente se trata de hacer ver a los ciegos, sino de hacer oler sin nariz y acariciar sin manos y saborear a la distancia.[10]
Cuando estos ingredientes -efectos sonoros, música y palabras- se mezclan, no hay atención que escape ni orador que resulte más persuasivo. Los chinos decían que una imagen vale más que mil palabras. Y lo decían antes de haberse inventado el cine o la televisión. Porque aquellos sabios no se referían, exclusivamente, a las imágenes de la vista. El aforismo sirve también para las de la mente.
               
Hacer ver a través del oído, ése es el singular desafío de un radialista. Si el calor, como ya vimos, lo ponen los sentimientos, el color lo pondrá la imaginación. Así son los buenos programas de radio, los realmente profesionales: calientes y coloridos. No resisto la tentación de copiarles el siguiente diálogo de Stan Freberg, explicando las razones por las que vendía publicidad radiofónica:
CLIENTE        ¿Radio? ¿Por qué habría de hacer publicidad por radio? En la radio no se ve nada.
VENDEDOR   Escuche, usted puede hacer cosas por la radio que no podría hacer por televisión.     
CLIENTE        Cuénteme otra.
VENDEDOR   Está bien. Escuche esto. (SE ACLARA LA GARGANTA). ¡Listos todos! Ahora, cuando dé la señal, quiero que la montaña de 200 metros de crema batida ruede dentro del lago Michigan, que ha sido vaciado y llenado de chocolate caliente. A continuación, las Reales Fuerzas Aéreas de Canadá volarán por encima, remolcando una guinda de 10 toneladas, que        se dejará caer dentro de la crema batida, entre los vítores de 25,000 extras. ¿Todo preparado?... ¡Adelante, la montaña!
        EFECTO         ESTRUENDO DE MONTAÑA Y ZAMBULLIDA.
        VENDEDOR  ¡Adelante la Fuerza Aérea!
            EFECTO         RUGIDO DE MUCHOS AVIONES.
        VENDEDOR  ¡Adelante la guinda!
        EFECTO         SILBIDO DE BOMBA QUE ACABA EN CHAPOTEO DE LA                              GUINDA AL GOLPEAR LA CREMA BATIDA.
        VENDEDOR  Está bien... Ahora los vítores de los 25,000 extras...
            EFECTO         RUIDO DE MULTITUD. AUMENTE Y CORTA DE REPENTE.
        VENDEDOR  Y ahora, ¿quiere usted intentar eso en la televisión?
CLIENTE        Pues...
        VENDEDOR  Verá usted, la radio es un medio muy especial porque estira la
                                   imaginación.
        CLIENTE        ¿Y la televisión no estira la imaginación?
        VENDEDOR  Hasta veintiuna pulgadas, sí.[11]
En este ejemplo hay más que imaginación: hay fantasía. Y es que el oído reconstruye la realidad y también la inventa. Todo es posible aunque no lo sea, desde viajar a la galaxia Andrómeda hasta poner a bailar hipopótamos. Fantasía también es el sueño de la empleada que quiso ser princesa. Y un día, al menos, oyendo su radionovela, llegó a serlo. No hay que satanizar la fantasía. ¿Qué importa más, que sea real o que te ayude a vivir? Jesusa Palancares sacó fuerzas feministas creyéndose reina en su segunda reencarnación.[12]
FM La Tribu, una emisora juvenil de Buenos Aires, se inventó como felicitación navideña de 1995 este sugestivo texto que resume lo que venimos diciendo:
               
                El oído es la mitad del poeta
                y acepta las fantasías
                que los otros sentidos rechazan.
                Cierre los ojos sin miedo:
                los oídos no tienen párpados
                y la radio mantiene abiertos
                los ojos de la mente.
Los nietos del oído
Siempre me impresionó la anécdota de Miguel Ángel golpeando la pulida rodilla de su Moisés. ¡Parla! Y es que el artista había humanizado tanto aquella piedra que ya sólo le faltaba hablar.
La palabra nos hace hombres y mujeres. Sin ella, no pasaríamos de simpáticos primates. En definitiva, ¿qué nos distingue de ellos? El lenguaje, nuestro sistema de sonidos articulados. Los animales también se comunican, los delfines nos siguen en inteligencia y los chimpancés llegan a dominar un repertorio de expresiones equivalente al diez por ciento del inglés básico.[13] Pero nuestro código de símbolos es enormemente superior y nos permite efectuar un aprendizaje mucho más rápido, así como desarrollar a plenitud nuestras capacidades intelectuales.[14] Darwin atribuía la superioridad de nuestra especie al uso continuado de una lengua perfecta.
Aprendemos a pensar hablando. La conciencia es un regalo de la comunidad, la recibimos de los demás, la construimos en el diálogo con otros y otras. Las palabras son como el esperma que fecunda a esas cien millones de células que componen el sistema nervioso central. Son como el beso del príncipe que despierta a las bellas ideas en el hemisferio izquierdo del cerebro, especializado en el lenguaje. Y a ese santuario maravilloso donde se elabora el pensamiento, entramos por el umbral del oído.
Aprendemos a hablar escuchando. El oído es el pedagogo de la palabra. Como sabemos, los sordos son mudos. No pueden dar cuenta con la voz de lo que no han recibido mediante el sentido auditivo. El niño salvaje de la película de Truffaut no era sordo, pero como no se relacionó con seres humanos hasta la adolescencia, apenas imitaba el canto de los pájaros y los ruidos del bosque.[15]
Así pues, los pensamientos son hijos de la palabra y nietos del oído. Esta maravillosa genealogía la desencadenamos al conversar con un amigo cara a cara. Y también, cuando nos comunicamos con muchos a través de la radio.[16]
Subrayando el carácter emotivo, imaginativo, del medio radiofónico, no lo hacemos en desmedro de su racionalidad. Hablar por radio es despertar nuevas ideas, estimular la criticidad, sentar juicios y sacudir prejuicios. El oído desarrolla el pensamiento propio. Todo esto se puede y debe hacer en nuestros espacios informativos y de debate, en las revistas, en toda la programación. El asunto es hacerlo con gracia, matrimoniando razón y corazón.
Radioapasionadamente...
La palabra personalidad tiene que ver con el sonido. Los actores griegos se ponían máscaras con diferentes expresiones para denotar el carácter del personaje que estaban interpretando. De ahí viene la palabra per-sona, sonar-a-través-de. ¿Cuál es la naturaleza de este medio, la radio, que trabaja con una máscara invisible, una voz sin rostro?
Digamos que el carácter de un medio de comunicación depende del sentido al que se dirige. La personalidad de la radio no la establecemos los radialistas, sino el oído humano.
Ya vimos que el oído vibra, siente, imagina. ¿Cómo llamaríamos a una chica que hace vibrar y sentir, que hace soñar a muchos, que enamora a todos? Una seductora. Ésa misma es la personalidad más profunda del medio radiofónico, su capacidad de seducción. Quienes saben de Tarot, entenderán fácilmente que la radio se sitúa en la vía húmeda, lunar, femenina.
       
Hacer radio es seducir al oyente. La atracción puede darse con una noticia impactante, con un sketch cómico o la plática amena de una animadora. Todos los formatos sirven. El caso es establecer esa corriente afectiva del emisor hacia el receptor y viceversa.
Usted puede tener buena voz, buenas iniciativas, saber de técnica y haber hecho cinco años de periodismo en la universidad. Pero si no siente algo por dentro, si no se mete en la magia del medio, si no disfruta el programa, nunca llegará a ser un buen radialista. Será un trabajador de radio, pero no un comunicador ni una comunicadora. Porque habla bien, pero no comunica.
Hacer radio es una pasión. Si usted hace radio porque le pagan buenos billetes, felicidades. Siga sacando al aire sus programas y procure que no lo descubran. Igual que las electromagnéticas, hay otras vibraciones que caen fuera del espectro, pero que el público capta con nitidez. Son las ondas de la simpatía. Lindo significado el de esta palabra: simpatía, pasión compartida. Es decir, amor.
Un amor que es ciego, como el oído. Como la radio. El zorro lo reveló al Principito: sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos.
GÉNEROS Y FORMATOS
Nada nuevo hay bajo el sol, dice la Biblia. Y nada nuevo detrás del micrófono, añaden los veteranos radialistas, después de haber explorado todas las formas posibles de comunicarse a través de las ondas hertzianas. En poco menos de un siglo de radiodifusión, desde las primeras óperas hasta los últimos programas interactivos, se han experimentado todos los formatos habidos y por haber.
Casi todos. Porque la imaginación siempre vuela más lejos. En muchas ocasiones, la necesidad obliga a innovar. Por ejemplo, el 30 de septiembre de 1991 se dio el golpe de estado contra el presidente haitiano Jean Bertrand Aristide. Radio Enriquillo, emisora dominicana ubicada en la frontera sur, hacía llegar fácilmente su señal hasta Port-au-Prince, la capital de Haití. Ante la terrible situación que se estaba viviendo en el país hermano, la radio, que lleva el nombre de un cacique rebelde, comenzó a enviar mensajes en creole para alentar la resistencia popular. Cómplice del golpe, el gobierno dominicano prohibió terminantemente a Radio Enriquillo cualquier noticia, cualquier aviso leído en lengua haitiana.
-¿Y la música? -preguntó con picardía Pedro Ruquoy, el director de la radio.
-Pongan la música que les dé la gana -respondió impaciente el funcionario de Telecomunicaciones.
Como las canciones no estaban sancionadas, el departamento de prensa se convirtió en orquesta. Pedro decidió meter tambora y guitarra en la cabina master y comenzar a difundir los boletines de última hora a ritmo de merengue y salsa. Cuando había mucha información que pasar, cambiaban al rap. Se había estrenado un novedoso formato radiofónico: la noticia cantada.
  
En busca de una clasificación perdida
¿Es posible clasificar la producción radiofónica? Más aún, ¿es necesario hacerlo? En este terreno, como en tantos otros, cada maestro tiene su librito. Y todos pueden resultar válidos, en la medida en que sean útiles para dinamizar dicha producción. Porque no se trata de hacer un ejercicio taxonómico o de coleccionar definiciones, sino de mostrar un menú amplio y apetitoso, la gama más variada de formas, para estimular la creatividad de los radialistas.
En todo caso, dejamos abiertos los casilleros que vamos a proponer. Saque, meta, cambie, corrija a su antojo. O mejor, a su experiencia. Y cuando crea haber terminado su catálogo personal, comience de nuevo. Porque la radio es vida. Y la vida no se atrapa en un papel, no se diseca. Usted habrá comprobado, al releer manuales antiguos de producción radiofónica, que faltan muchas cosas. Enseguida notará los vacíos. En éste, no se dice nada del sociodrama, en aquél no se menciona la charla ilustrada ni las actuales técnicas del periodismo de intermediación.
Vamos al grano, como decía el pavo. ¿Qué sugieren estas dos palabras, género y formato? La primera tiene una raíz griega que significa generación, origen. Digamos que son las primeras distribuciones del material radiofónico, las características generales de un programa. La segunda viene del vocablo latino forma. Son las figuras, los contornos, las estructuras en las que se vierten los contenidos imprecisos. Todavía hablamos de la horma del zapato o del sombrero, donde se doblega el cuero o el fieltro.
Los géneros, entonces, son los modelos abstractos. Los formatos, los moldes concretos de realización. En realidad, casi todos los formatos podrían servir para casi todos los géneros.
  
El menú de la producción radiofónica
Abramos la carta. Para distribuir el menú, tomemos prestado el esquema ya mencionado, tan conocido como simplón, de emisor-mensaje-receptor. En este caso, nos servirá para clasificar los géneros desde tres perspectivas: el modo de producción de los mensajes, la intencionalidad del emisor y la segmentación de los destinatarios.[17]
                                  
Según el modo de producción de los mensajes
Aquí aparecen los tres grandes géneros de la radiodifusión, en que habitualmente se ordenan los tipos de programas que transmitimos:
                                                 DRAMÁTICO
   GÉNERO                              PERIODÍSTICO
                                                 MUSICAL
  
Según la intención del emisor
 
Los objetivos de los productores dan lugar a un segundo ámbito de géneros:
                                        INFORMATIVO
                                        EDUCATIVO
                                        DE ENTRETENIMIENTO
      GÉNERO                   PARTICIPATIVO
                                        CULTURAL
                                        RELIGIOSO
                                        DE MOVILIZACIÓN
                                        SOCIAL
                                        PUBLICITARIO
                                        ...
En esta casilla tendremos tantos géneros como intenciones queramos plantearnos. No son excluyentes, de manera que un mismo programa puede tener finalidades educativas y de entretenimiento. La finalidad publicitaria se relaciona, naturalmente, con el aspecto lucrativo de las cuñas o los espacios vendidos.
Según la segmentación de los destinatarios
 
Tomando en cuenta los públicos a los que prioritariamente se dirige un programa, podemos hablar de:
                                          INFANTIL
                                          JUVENIL
                                          FEMENINO
        GÉNERO                   DE TERCERA EDAD
                                          CAMPESINO
                                          URBANO
                                          SINDICAL
                                          ...
Y tantos otros destinatarios y destinatarias que definimos como nuestro público objetivo, tomando en cuenta la edad, el sector social, el género, la lengua. Es el target de nuestro programa.
En estas tres casillas podemos clasificar prácticamente toda la producción radiofónica. Tomemos, por ejemplo, una cuña cantada para vender desinfectantes. En cuanto a su finalidad, pertenece al género publicitario. Según la modalidad del mensaje es musical (jingle). Y se dirige, principalmente, al público femenino. Un cuento puede pertenecer al género educativo por su finalidad, dramático por su elaboración e infantil por sus destinatarios. ¿Un noticiero agrícola? Educativo, periodístico y campesino. ¿Un hit parade? Entretenimiento, musical, juvenil. Y así, atendiendo a esta triple perspectiva, podemos ordenar nuestras producciones.
Ahora bien, no todo programa ha de entrar, por fuerza, en las tres llaves. ¿Dónde cabe el deporte? En cuanto a su producción, podemos ubicarlo como género periodístico (periodismo deportivo). Y en cuanto a su finalidad, como género de entretenimiento. Las competencias deportivas, sin embargo, no especifican destinatarios. Se dirigen a todo público. ¿Y los concursos? Su finalidad, generalmente, es también el entretenimiento. Unos pueden dirigirse a un público más juvenil y otros a sectores adultos. Pero los concursos no implican una modalidad de producción específica de la radio. Los mismos concursos se hacen en la escuela o en una reunión social. Un concurso de adivinanzas no es dramático, ni periodístico, ni musical.
No hay que buscarle cinco pies al gato. Hay mil cosas en la vida que pueden salir al aire y no por eso las tenemos que endosar a uno u otro género. No todo lo que se hace por radio puede catalogarse como formato radiofónico. Si un locutor lee unos versos en su revista, sería caprichoso hablar de género lírico o de formato poema. Simplemente, se trata de una poesía leída a través del micrófono. Los números de la lotería son números de lotería, se canten o no en la programación. Y si el párroco dice su misa por radio, podremos hablar de género religioso o evangelizador, tomando en cuenta la intención del emisor. Pero no necesitaremos forzar las cosas y hablar de formato eucarístico.
Los géneros se presienten
¿Quién no sabe que después de un efecto de telégrafo antiguo vienen los avances de noticias? ¿Quién no se predispone a llorar cuando suena un fondo musical triste bajo los reproches de la esposa sufrida o los llantos del huerfanito? Los géneros son casilleros de producción y son también modos de relación que establecen emisores y receptores. El público, durante años, se ha acostumbrado a una manera de oír radio, tiene una apreciación tradicional de los géneros. Una marcha militar, lamentablemente, sugiere el espacio informativo. Y un instrumental suave y meloso preludia el espacio para los enamorados. Una locución solemne se considera apropiada para las fiestas patrias y otra muy distinta se espera a la hora de narrar un partido de fútbol. El oyente siente y presiente qué tipo de comunicación van a establecer con él.
Estos hábitos de escucha pueden modificarse, por supuesto. Inclusive, muchas innovaciones se consiguen cruzando pautas clásicas de locución o aplicando el ritmo noticioso en un programa dramático. Pero no pueden hacerse estos quiebres de manera arbitraria o repentina, so pena de que el oyente no sepa si le hablan en broma o en serio, si se trata de algo verídico o ficcionado.
El 30 de octubre de 1938, vísperas de Halloween, el joven Orson Welles, desde un rascacielos de New York, puso en vilo a millones de personas transmitiendo en vivo y en directo la invasión de los marcianos.[18] ¿Cómo se logró este pánico colectivo? Presentando un género dramático como si fuera un formato informativo. Tal subversión de códigos, sin avisos ni experiencias previas, hizo que la gente tomara la ficción como realidad.
El caso contrario fue cuando la CNN, bajo la orden y censura del Departamento de Estado norteamericano, transmitió la Guerra del Golfo como si fuera una película de vaqueros. La gente comía pop corns delante del televisor y, al principio, seguía con entusiasmo las batallas. A nadie le conmovían los miles de muertos irakíes ni las bombas arrojadas sobre hospitales y en medio de la población civil. Era una guerra un poco lenta, con poca acción. Las de Rambo resultaban más emocionantes.
Cada género, entonces, crea sus hábitos. Cada formato radiofónico tiene sus leyes, sus pautas aceptadas por el público después de muchos años de experimentación. Como productores, tenemos que familiarizarnos con ellas si queremos entablar una comunicación fluida, sin ruidos, con nuestra audiencia. Pero la onda no es quedarse ahí, machacando siempre lo mismo. Porque los géneros se apoyan tanto en buenas costumbres como en pésimos estereotipos. Por ejemplo, en los programas infantiles ha prevalecido la ñoñería. ¿Nos conformaremos repitiendo el estilo de esos programas que más parecen dirigidos a retrasados mentales? En los noticieros no se suelen emplear voces femeninas. ¿Por qué? Alguien dijo que la credibilidad en una sociedad machista pasa por la autoridad que infunden las voces masculinas. ¿Será cierto? ¿Qué tal si experimentamos con una locutora y luego sondeamos la aceptación del público? Naturalmente, no hagamos la evaluación en los primeros días, cuando todavía está muy reciente el cambio. Dejemos correr el río si queremos pescar buenas opiniones en él.
Los programas culturales se han caracterizado por su formalismo. ¿Qué pasa si los dinamizamos? Los de entretenimiento, por su vaciedad. ¿Y si los combinamos con algo educativo? ¿Qué ocurre si utilizamos en el género periodístico los escenarios sonoros propios de los programas dramatizados? ¿Por qué no arriesgarnos a introducir ritmos latinos en los llamados espacios juveniles, monopolizados por el rock y la música norteamericana?
Los modos de relación que establecen los distintos géneros no son esquemas rígidos. Se pueden cambiar, se deben perfeccionar. Porque muchas veces llamamos hábito del oyente a lo que no es más que rutina del productor. Hay que inventar, aun a riesgo de meter la pata. La evolución de las especies se logró con mil ensayos y novecientos noventa y nueve errores de la naturaleza.
  
Bondad, verdad y belleza
Antes, llegabas a una emisora y encontrabas tres ambientes bien definidos: el estudio de grabación para el elenco dramático, la sala de prensa y la discoteca. Los tres géneros fundacionales de la producción radiofónica fueros ésos: el dramático, el periodístico y el musical. 
Sin descuidar las otras dos perspectivas de clasificación -intenciones y públicos- vamos a acercarnos un poco más a estos tres grandes géneros que han articulado el trabajo de la radiodifusión desde sus inicios. Veamos ahora, muy esquemáticamente, las características de los tres, explicitando sus subgéneros y mencionando algunos de sus formatos. En los siguientes capítulos, nos daremos gusto desarrollando cada uno de ellos.
Género dramático
El género dramático tiene relación con los valores, con la ética. ¿Quién tuvo la culpa, quién tiene la razón? ¿Quién es el malo y quién el bueno? Estas preguntas son fundamentales en todo argumento dramático.
                                                          
El drama es un género de ficción: muchas veces se inspira en hechos reales, pero trabaja con lo que podría pasar. Eso sí, aunque estemos en el terreno de la imaginación y la fantasía, la acción que se representa debe ser verosímil, pudo haber pasado. Es creíble.
¿Y el realismo mágico? Cuando Laura Esquivel describe los sacos de sal que se recogieron al secarse las lágrimas de Tita[19], ¿estamos ante algo verosímil? Ciertamente, no. El problema, sin embargo, no está en la exageración de los hechos. Primero, porque nuestra realidad -latinoamericana y caribeña- ya es de por sí desproporcionada.[20] Y segundo, porque el arte -especialmente el cómico- siempre ha jugado con el recurso de la exageración. El asunto está en presentar coherentemente lo imposible. Si Tita llora y se recogen sacos de azúcar, se pasa de la magia al absurdo. Ya no tiene gracia.[21]
Veamos los subgéneros dramáticos. Cuando uno va a una tienda de alquiler de videos, encuentra una carpeta con las películas románticas, otra con las comedias, con las de aventuras (o de acción, como las suelen llamar), de misterio, de terror, eróticas, de ciencia ficción, y así. Me parece que esta sencilla clasificación cinematográfica puede servirnos perfectamente para organizar los subgéneros dramáticos. No hay que complicarse mucho la vida: a cada emoción básica que queremos despertar en los receptores (amor, miedo, risa, ansiedad...) corresponde un subgénero.
En cuanto a los formatos, el género dramático abarca bastantes y variados:
            l En la forma teatral -cuando el acento está puesto en el diálogo y la acción de los personajes-, tenemos los radioteatros, radionovelas, series, sociodramas, sketches cómicos, personificaciones, escenas y escenitas, diálogos y monólogos de personajes...
            l En la forma narrativa -cuando el acento está puesto en la evocación que hace el narrador-, están los cuentos, leyendas, tradiciones, mitos, fábulas, parábolas, relatos históricos, chistes...
            l En las formas combinadas -cuando se cruzan con otros géneros-, aparecen las noticias dramatizadas, cartas dramatizadas, poemas vivos, historias de canciones y radioclips, testimonios con reconstrucción de hechos...
Género periodístico
El género periodístico se vincula con la realidad, con los acontecimientos concretos. ¿A quién le ocurrió qué? La noticia quiere alcanzar la verdad de los hechos.
Estamos ante un género documental: se muestra y se demuestra lo que ha pasado. La información que se presenta debe ser verídica.
Este género se puede dividir en cuatro subgéneros, tomando en cuenta la misma historia del periodismo: al principio, se hablaba únicamente de dos especialidades, el periodismo informativo y el de opinión. Más tarde, se sumó una tercera modalidad, el interpretativo. Muchos autores añaden un cuarto subgénero, el periodismo investigativo. Estas cuatro funciones (enterar, explicar, valorar y revelar) se implican mutuamente, son aspectos, más o menos acentuados, que intervienen en toda labor periodística.[22]
El género periodístico también abarca muchos formatos:
            l En el periodismo informativo están las notas simples y ampliadas, crónicas, semblanzas, boletines, entrevistas individuales y colectivas, ruedas de prensa, reportes y corresponsalías...
            l En el periodismo de opinión tenemos comentarios y editoriales, debates, paneles y mesas redondas, encuestas, entrevistas de profundidad, charlas, tertulias, polémicas...
            l En el periodismo interpretativo e investigativo el formato que más se trabaja es el reportaje.
Género musical
Si los géneros anteriores se ocupaban de la bondad y la verdad, el género musical tiene relación con la belleza, con la estética, con la expresión más pura y espontánea de los sentimientos. ¿Qué motivos no se motivan con unos melancólicos acordes? ¿Qué amor no se canta, qué despecho no se transforma en tango o en ranchera?
El género musical se puede dividir en diferentes subgéneros, los mismos que sirven para clasificar ordinariamente nuestras discotecas: música popular, clásica, moderna, bailable, folklórica, instrumental, infantil, religiosa...
Múltiples son los formatos del género musical: programas de variedades musicales, estrenos, música del recuerdo, programas de un solo ritmo, programas de un solo intérprete, recitales, festivales, rankings, complacencias... y no pares de cantar.
  
¿Y las revistas?
Algunos clasifican las radiorevistas o magazines como un cuarto género de la producción radiofónica. Un género tan importante y ostentoso que ocupa, a menudo, espacios de tres, cuatro y más horas de programación.
Pero si las miramos de cerca, las revistas se arman, en definitiva, con música, informaciones y dramatizados, recombinando de diferentes maneras estos tres géneros básicos. La revista no es un nuevo género, sino un contenedor donde todo cabe, un ómnibus donde suben formatos de todos los géneros. Hablaremos con más detalle de las revistas en el capítulo IX.
  
Para animarse mejor
Aquí entra la infinidad de iniciativas que toman los locutores y conductores para dinamizar sus programas. Presentan discos, saludan a sus oyentes, leen cartas, dan la hora, responden a una llamada, identifican su espacio y la emisora, ponen una cortina musical o un tip para sorprender a la audiencia... Todas esas posibilidades enriquecen el programa, le dan personalidad. No constituyen un formato, sino recursos para dinamizarlo.
Un formato es un producto completo. Tiene sentido por sí mismo. Aunque pequeño, debe ser autónomo. Una cuña de pocos segundos es un formato en la medida en que se explica sola, no depende de otros elementos para alcanzar su significado. Por el contrario, la presentación de un disco que hace el discjockey necesita de la canción que suena después. Y la canción, a su vez, se estructura en un programa musical. El formato, entonces, es ese programa musical, no la presentación del animador ni un disco suelto.
Siguiendo esta lógica, algunos autores dicen que la entrevista o la nota de prensa serían recursos, dado que se incluyen en otros formatos más amplios, por ejemplo, en un reportaje. No nos confundamos. Si esa entrevista se puede transmitir independientemente guardando su significado, es ya un formato, camina sola. Pero si edito la entrevista y tomo de ella apenas un fragmento para documentar una noticia, ese fragmento no será más que un recurso radiofónico al servicio de la noticia. El formato, en este caso, será la nota documentada.
Con los formatos pasa lo que con las matriushkas, esas muñecas rusas que aparecen unas dentro de otras. Pequeñas, medianas o grandes, todas son figuras completas. Lo mismo ocurre en la programación. Una nota de prensa es un formato autónomo, pero cabe dentro de otro más amplio, por ejemplo, un boletín. Este boletín, a su vez, puede ser parte de un formato de mayor envergadura, una revista informativa. Y si le gusta, diga que la programación, en su conjunto, es un superformato que engloba a todos los demás.
                                                                                                                                                           
¿Cuál es el mejor formato?
l El que comunica más. Las ventajas o desventajas, las bondades o maldades de un programa de radio, no se miden por la obediencia a unas determinadas reglas de producción, sino por la mejor o peor aceptación por parte del público. Es el receptor quien valida un formato, aunque éste viole normas técnicas o experiencias profesionales acumuladas. Recuerdo que en Radio Santa María leíamos a dos voces largos listines de nombres, como si fuera una guía de teléfonos. Eran los cientos de graduados y graduadas de las Escuelas Radiofónicas. Aquello resultaba, obviamente, antiradiofónico. Pero los campesinos de la zona escuchaban con gran interés aquella letanía interminable. Tal vez una comadre mía ya sabe de letras y consiguió su diploma, decían. Y seguían escuchando.
¿Cuántas veces el programa más loco, repleto de errores (a veces, hasta premeditados por el conductor) es el que tiene más pegada? La calidad del formato la decide la audiencia, no los manuales. En radio, como en la tienda, el cliente siempre tiene la razón.
l El más adecuado. El mejor formato será también el que mejor responda a la intención del emisor. No todo molde sirve para comunicar cualquier mensaje. Para comprender este paquetazo económico ayudará una mesa de debate y para enfrentar el prejuicio machista de que el varón se afemina si lava la ropa y los platos, resultará más útil una batería de cuñas humorísticas. Para opinar sobre la privatización del seguro social, buscaré a un buen comentarista. Y para investigar sobre la corrupción del concejal, a un buen reportero. En cada caso, hay que evaluar la mayor o menor oportunidad de un formato en función de los objetivos planteados en el programa. El formato es para el tema, no el tema para el formato. Nadie se rebana un pie si no le calza el zapato.
Ahora bien, la elección de los formatos y sus recursos tampoco puede condicionarse a las limitaciones del productor. Como Pablito no sabe inventar un diálogo cómico, toda la revista se vuelve una seriedad. Como Susanita no se atreve o no le gusta salir a la calle, toda la participación se hace desde cabina. Precisamente por esto, necesitamos comunicadores integrales que, aunque tengan especialidad en un género, dominen el conjunto de la producción radiofónica.
l El que se rompe. Como la buena cocinera, el radialista conoce primero la receta, la practica, y luego prescinde de ella. Saber guisar es muy distinto a saber aplicar recetas. Sin embargo, tan peligroso puede resultar la impaciencia por ser originales como el temor a serlo. La radio es arte. Pero las musas no revolotean sobre atolondrados ni apocados. Aun los artistas más sublimes, saben que el mayor porcentaje del éxito conseguido correspondió a la transpiración antes que a la inspiración. Una vez hecho el aprendizaje, una vez apoyado el ingenio sobre la experiencia, el productor debe soltarse, desinhibirse, arriesgarse a inventar. Por eso, dicen que el mejor formato es el que se rompe. Y que la única pauta segura para un radialista es la creatividad.
  
 GÉNERO PERIODÍSTICO
  
Año 1984, todavía con Pinochet como Dictador Supremo del pueblo chileno. En el barrio Lo Hermida, a las afueras de Santiago, un comunicador popular proyecta diapositivas concientizadoras. La sucesión de imágenes sobre la blanca pared de la iglesia resulta escalofriante: carabineros pateando civiles, un torturado con descargas eléctricas, una torturada con hierros en la vagina, otro encapuchado, otro en la picana... Al terminar el audiovisual, el comunicador quiere iniciar el diálogo con los asistentes.
            -Esa es la cruda realidad -les dice sentencioso-. Las atrocidades que se cometieron en el 73 deben permanecer vivas en nuestra memoria. ¿Qué opinan de lo que han visto?
La mayoría son mujeres, madres de familia pobres, esposas de desempleados. Todas permanecen calladas, el espanto en los ojos.
            -Usted, señora, sí, usted misma... ¿qué le parece lo que ha visto?
Ella, la señalada, no sólo lo había visto en la foto proyectada. Lo había vivido demasiado cerca cuando desaparecieron a Alfonso, su hijo mayor.
            -Hable, hable sin timidez, señora.
No habló. Se puso en pie, se tapó la cara con un pañolón de lana vieja y abandonó la iglesia donde se hacía la reunión. Atrás de ella, las otras también salieron. En unos segundos, el local se había vaciado. Yo me acerqué al comunicador:
            -Son fuertes esas fotografías, la gente quedó muy golpeada...
            -Tengo más -seguía él sin entender-. Tengo unas terribles de los cadáveres apilados en La Moneda.
            -¿Por qué no hablaron las señoras? -pregunté, haciéndome el extranjero tonto.
            -Poco a poco se irán soltando, ya verás. La próxima semana me volveré a reunir con ellas a ver si van superando su alienación y su silencio.
La siguiente semana, según supe después, no asistió nadie a ver las nuevas diapositivas del terror. Pero esa noche, ya saliendo del barrio, se nos acercaron corriendo dos chiquillos.
            -Oiga, caballero, ¿cuándo es la próxima película?... ¡La de hoy fue el descueve!
Y se reían y se alejaban imitando las muecas de los torturados.
  
El mundo está loco, loco, loco...
Viendo algunos informativos de televisión, recuerdo la anécdota vivida en aquel barrio santiaguino. Por diferentes rumbos, con muy distintas intenciones, el comunicador popular y el locutor sensacionalista obtienen similares resultados: el desinterés fruto de la saturación o el interés basado en la morbosidad. Dos actitudes contrarias y en aumento, la de quienes no quieren saber de noticias porque nos amargan la vida, y la de quienes ven las noticias como espectáculo, como una película de Rambo o un capítulo más de los desagradables Beavis an Butt-head.
Cada vez las noticias son más angustiosas. Comienza el informativo con un terremoto en China, un tren descarrilado en la India, inundaciones en Florida, un avión que explotó llegando a Cali y otro saliendo de New York, drogas y muerte, bombas y muerte, desastres, catástrofes, desgracias. La sensibilidad se embota. Demasiados problemas tengo yo encima para cargar también con los ajenos. Mejor Pocahontas. O el show de Don Francisco.
Cada vez las noticias son más superficiales. Nos llegan amontonadas, en una avalancha de datos sueltos, sin relación ni sentido. El presidente Bush descalificó a Colombia para que la DEA controle a Maradona que tiene prohibido jugar tasas de interés superiores... El exceso de información desinforma. La mente humana, como la retina y el tímpano, superpone imágenes y palabras. Al final, todo se embarulla y no sabemos armar el conjunto con los fragmentos sueltos. Uno comienza a sospechar, entonces, que el objetivo de muchos noticieros no consiste en informar. Lo que pretende el emisor, de manera imprecisa, es dejar en el receptor una sensación, igualmente imprecisa, de estar informado.
Algo similar pasa con algunas emisoras católicas que transmiten el rosario y hasta obtienen con ello un rating alto. La abuela o la mamá prenden el radio y ahí lo dejan a buen volumen, avemaría tras avemaría, mientras la familia se ocupa en otras actividades. La radio reza por ellos y les proporciona una benéfica sensación de que el hogar está siendo bendito. Lo mismo ocurre con muchos noticieros sintonizados y no escuchados: el ruido de fondo nos tranquiliza, nos hace sentir que estamos al tanto de lo que acontece en el país y en el mundo. La radio encendida conjura nuestra impenitente ignorancia. Si luego un amigo nos pide un resumen de los últimos sucesos, comenzamos a tartamudear. Es que me interrumpieron con un encargo y no pude prestar mucha atención, ¿comprendes?
Primero, lo primero. ¿Para qué transmitimos noticias? Podríamos optar por una emisora musical y asunto terminado. Podríamos prescindir de los espacios periodísticos -caros y riesgosos- y dedicarnos a un sano esparcimiento a través de las ondas hertzianas. Si el mundo está loco, que lo arregle otro. ¿Quién nos manda a meternos en una programación informativa?
Corrientes de agua y de opinión
La información tiene una finalidad social. Una triple finalidad donde se juega, a mi parecer, el sentido mismo del trabajo de comunicación que hacemos.
Informar para formar
Hace unos años, cuando se afirmaba esto, pensábamos inmediatamente en los programas educativos, es decir, de alfabetización, de salud, consejos para el hogar, campañas de limpieza o sobre cómo controlar la plaga de la roya. Estos espacios de instrucción siguen siendo necesarios, porque todavía, irritantemente, nuestra región latinoamericana y caribeña muestra amplios sectores de la población marginados, sin posibilidad de ir a la escuela. Lo que nuestros gobiernos pagan como intereses por la deuda externa suele ser diez veces superior al presupuesto destinado a la educación.
Sin subestimar la utilidad que brindan estos programas de educación ciudadana, cuando hoy hablamos de informar para formar nos estamos refiriendo, prioritariamente, a la formación de la opinión pública. A influir, a través de la radio, en la opinión pública. A generar o impulsar corrientes de opinión favorables a los intereses de las mayorías nacionales.
Me gusta la palabra corrientes de opinión. Huele a lluvia y tiene la fuerza de los ríos caudalosos. Es cierto, nada hay más parecido a la opinión pública que el agua. Nace de las profundidades, sin que nadie pueda impedir su irrupción. Representa una pequeña parte del total de las aguas, de las opiniones latentes que la población no expresa. La opinión pública es la que sí se expresa, la que sale a la superficie y se hace sentir, la que moja. Frente a un mismo hecho noticioso, no hay una sola corriente de opinión, sino varias. Todas compiten por arrastrar a las demás. Una pequeña, menos significativa, acaba sumándose a otra mayor y ambas desembocan, como afluentes, en una tercera. Con mayor o menor rapidez, una tendencia se va haciendo dominante, el río crece. Mientras más fuerza demuestra, más fuerza acumula. Como se dice en política, la gente vota a ganador.
Sin embargo, estas corrientes subterráneas nacieron de arriba, de la cultura impuesta, de la educación recibida, del cúmulo de juicios y, sobre todo, de prejuicios de quienes nos antecedieron y nos pasaron el relevo generacional. Cuando Lorena Bobbitt le cortó el pene a su marido John, miles de norteamericanos y norteamericanas pusieron el grito en el cielo. ¿Cómo iba a permitirse una cosa así? Lorena era ecuatoriana, migrante latina, y el apéndice mutilado era made in USA. Lorena era civil y el tal John, a pesar de las palizas que propinaba a su mujer, representaba al glorioso ejército del Tío Sam, defensor de la democracia mundial. Lorena, sobre todo, era mujer. ¿Cómo tolerar semejante rebelión en la granja de los sexos? Esposa quiere decir esposada. Las virtudes femeninas, tal como enseña la santa iglesia de los varones, consisten en someterse al marido, bajar la cabeza y aguantar lo que venga.
Estas corrientes de opinión, marcadas por un obvio machismo, dominaron en un primer momento. La polémica se agrandó, el juicio de los Bobbitt comenzó a ocupar las primeras planas y los titulares de todos los medios de comunicación. Nuevos datos sobre el comportamiento salvaje del marido hicieron brotar nuevas aguas del sentimiento colectivo. Grupos de feministas en todo el mundo levantaron su voz a favor de Lorena. ¿Quién fue más violento, quién debe ser castigado, la víctima que, en un rapto de desesperación, echa mano a un cuchillo de cocina, o el sádico que, día a día, la tortura en su propia casa? Las corrientes chocaron, se entrecruzaron. Las opiniones liberales, mejor argumentadas, iban haciendo mella en las tradicionales. Al fin, el sentido común, el sentido de la justicia, prevaleció. A inicios de 1994, un tribunal norteamericano declaró libre de toda culpa a Lorena Bobbitt. La presión de la opinión pública fue decisiva en el fallo. La opinión pública, que en tiempos romanos se conocía como vox populi, y que un viejo adagio latino la hacía equivalente a la vox Dei.[23]
La mayor parte de nuestras opiniones no están comprobadas ni fundamentadas por nosotros. Nos dijeron. Nos repitieron en la familia, en la escuela, en la iglesia, entre los amigos. Esa opinión del ambiente fue amplificada y reforzada por los medios de comunicación masivos. Creemos que son ideas propias, porque las mamamos desde muy pequeños, como leche materna. Porque las escuchamos en todas partes, en la taberna y en el bus, en la oficina y en la panadería. ¿Cuánto ejercemos la libertad de opinión, incluso en ámbitos tan aparentemente personales como la fe religiosa? Millones de personas creen que creen. Otros millones creen que no creen. En realidad, a la inmensa mayoría nos han regalado esa creencia o ese ateísmo. Las ideas propias son muy pocas.
Y es que no alcanza la vida para pensar ni opinar sobre tantas cosas. Sin tiempo ni fuentes para elaborar juicios ponderados sobre tantas y tan complejas realidades que nos rodean -¿por qué trabajo más y gano menos, cuál es el mejor candidato, cómo cambio el grifo del baño, serán enfermos los homosexuales, qué marca de computadora compro, en qué galaxia vivo, de dónde vengo y a dónde voy?-, necesitamos alguien que nos diga en qué creer. Necesitamos echar mano a generalizaciones, a estereotipos, a esquemas (los de este libro también lo son) para poder desenvolvernos en la sociedad. Necesitamos demagogos, conductores de pueblos, alguien que nos diga qué es bueno y qué es malo en infinidad de áreas de la vida que nos resultan extrañas e inaccesibles. No le pedimos que explique, sino que afirme. Él tampoco pide que lo entendamos, sólo que lo atendamos. Nuestro indispensable complejo R, esa primitiva capa de masa encefálica similar a la de los reptiles, nos ordena muchas cosas. Entre otras, seguir al líder.[24]
Al líder de opinión. Cuando hablamos de estos líderes, la mente se nos escapa hacia el periodista individual o la entrevistadora estrella. Antes que ellos, sin embargo, está la emisora o televisora como tal, la vigorosa influencia que tienen los medios de comunicación en la formación de la opinión pública. No son omnipotentes, desde luego, no pueden impedir la avalancha de las aguas ni poner dique a las corrientes mayoritarias de opinión. Pero sí las debilitan o fortalecen, las desvían o las encauzan. No sacan manantiales del desierto. Pero sí hacen llover en las cabeceras de los ríos y aumentan los caudales. El género periodístico, más que otros, juega este papel de formador de opinión pública. La información y su tratamiento democrático puede poner de pie muchas ideas que se daban por sentadas.
  
Informar para inconformar
Por más que nos repitan aquello de que estamos mal, pero vamos bien, la verdad es muy distinta. Vamos peor. Las cifras no engañan. Vivimos en un mundo parecido a una copa de champaña. Arriba, en la boca ancha, el 20% de la humanidad acapara el 83% de las riquezas mundiales. Abajo, en la base estrecha, otro 20% intenta sobrevivir con apenas el 1,4% de los bienes. Este absurdo desequilibrio tiende a agrandarse por obra y gracia de las políticas neoliberales.[25] Los datos son enervantes: diez personas, los diez más opulentos del planeta, tienen una riqueza equivalente al valor de la producción total de cincuenta países, y 447 multimillonarios suman una fortuna mayor que el ingreso anual de la mitad de la humanidad.[26]
En América Latina no andamos con mejores promedios. En los años 80, uno de cada cuatro habitantes vivía en pobreza crítica. En los 90, ya eran dos de cada cuatro. No hablemos de los analfabetos ni de los desempleados, ni los campesinos sin tierra o los niños con cólera, ni de las mujeres que representan el 70% de la población pobre de América Latina. En nuestro eufemísticamente llamado continente de la esperanza, hemos logrado un récord mundial nada esperanzador: somos el lugar del mundo donde se producen más opulentos en menos tiempo. En 1987, sólo había 6 multimillonarios latinoamericanos. Hoy ya son 42. El México de Salinas de Gortari fue a la cabeza con 24 de estos multipícaros.[27]
Frente a un panorama tan cruel, ninguna persona sensible, con entrañas, puede permanecer indiferente. Ningún medio de comunicación tampoco. Es hora de poner todos nuestros esfuerzos profesionales, toda nuestra creatividad, para mejorar esta situación. No caben mirones cuando está en juego la vida de la mayoría de nuestros congéneres, incluida la del único planeta donde podemos vivirla.
Ni el arte por el arte, ni la información por la información. Buscamos informar para inconformar, para sacudir las comodidades de aquellos a quienes les sobra y para remover la pasividad de aquellos a quienes les falta. Las noticias, bien trabajadas, aun sin opinión explícita, sensibilizan sobre estos graves problemas y mueven voluntades para resolverlos.
  
Informar para transformar
Un gran radialista paraguayo, Arturo Bregaglio, después de varios años de experiencia, me dijo que la radio no sirve para crear conciencia en la gente. Que eso es pedirle demasiado a un medio de comunicación que vive en el fogueo diario. La conciencia madura lentamente, se desarrolla a través de complejos factores personales y culturales.
Más que de conciencia, hablemos de consensos. Ése es el terreno propio de los medios masivos. La conciencia, implica una comprensión global del mundo y de sí mismo, hace referencia al entendimiento y la percepción intelectual. El consenso es más humilde, tiene que ver con sentimientos compartidos.
Una radio sí crea consensos sociales. Una emisora puede aglutinar la opinión pública en torno a ideas democráticas. Puede movilizar a la población en un determinado momento a favor de causas nobles. Puede influir poderosamente en las decisiones colectivas.
La opinión pública es una gran fuerza. Se demostró en la guerra de Vietnam y en la victoria del NO contra Pinochet cuando el plebiscito chileno de 1989. Pero es una fuerza inconstante, como las emociones. La tendencia dominante de hoy puede cambiar mañana. Todas las encuestas de Nicaragua, hechas una semana antes de las elecciones, fracasaron en aquella infausta madrugada del 26 de febrero de 1990, cuando el FSLN obtuvo exactamente un porcentaje de votos inverso a los pronósticos.
Precisamente, por esta volubilidad de la opinión pública, la radio busca articularse con los movimientos sociales y las organizaciones ciudadanas. De no lograrlo, su incidencia en la opinión pública se disolvería, como los ríos en el mar. Se trata de canalizar el agua para aprovechar su energía. Se trata -matrimonio indisoluble- de vincular la comunicación con el desarrollo. De esto hablaremos más adelante.
  
Noticias y novicias
En inglés, se dice news. ¿Significa novedades? Parecería que sí, pero ocurre que los adjetivos in english no diferencian el singular del plural. Dicen que lo de news viene de los cuatro puntos cardinales, una periodística rosa de los vientos (north, east, west and south). Puede ser. En cualquier caso, la palabra anglosajona suena a algo nuevo. En francés, otro tanto: nouvelle, nueva.
¿Y en castellano? La palabra noticia viene del latín notus, conocido. Si hubiera seguido el ejemplo de otros idiomas, en español se diría novicia, novedad.
Pero las dos etimologías no se contraponen, todo lo contrario. Juntando ambas, la noticia responde a dos necesidades básicas y complementarias del ser humano: enterarse de lo que pasa (curiosidad) y comunicarlo a los demás (sociabilidad). Conocer y dar a conocer.
Veamos los tres elementos fundamentales de la noticia-novicia:
  
Primer elemento: los hechos
El género periodístico trabaja con la realidad. No se trata de ficción, como en el género dramático. Los hechos han ocurrido, son ciertos, lo que se informa -mejor o peor informado- da cuenta de acontecimientos que han ocupado un tiempo y un espacio reales.
Noticia puede ser lo que no ocurrió (un ciclón que cambió de ruta o Eros Ramazzotti que canceló su concierto). Da igual. En ambos casos, estamos pisando terreno concreto, no imaginario.
Las declaraciones también son noticia. El alcalde dijo, el obispo declaró, el coronel propuso y el obrero desmintió. Declaraciones de los distintos sectores sociales, de arriba y de abajo, de derecha y de izquierda, que no son hechos, pero hacen referencia a hechos ocurridos o por ocurrir. Una idea en el aire, un discurso abstracto desvinculado de la realidad, difícilmente se convertirá en noticia para nadie.
Otro ámbito noticioso lo constituyen los datos. Los nuevos campos de la estadística y la informática nos brindan cifras y relaciones para elaborar noticias. Por ejemplo, siempre se habla del cartel colombiano y del cartel mexicano. Pero el gran cartel del narcotráfico se encuentra más al norte. Se calcula que el negocio de la droga produce 400 mil millones de dólares anuales. El 90 por ciento de esa enorme suma se queda en los bancos norteamericanos.[28] Este dato no es un hecho concreto, pero sí una suma promediada de hechos, una situación estructural. Igual que las declaraciones, los datos se refieren a lo que acontece. Materia prima de cualquier noticia, la realidad siempre está presente, los hechos resultan ineludibles para el trabajo informativo.
Segundo elemento: la actualidad
No todo hecho se convierte en noticia. Para efectuar esta traducción -de la realidad a la palabra que la relata- se necesita un segundo factor clave, decisivo, sin el cual no habrían periódicos sino libros de historia: que el hecho sea actual.
Lo actual se aplica tanto al acontecimiento reciente como al descubrimiento reciente.[29] El meteorito Allan Hills que demostró la vida en Marte fue un notición en agosto del 96. Pero este pedrusco celeste había caído en la Antártida hacía 13 mil años, cuando nuestros antepasados andaban tallando hachas de piedra y viviendo en las cavernas.
Los hechos futuros también pueden adquirir categoría de noticia por alguna relación con otros hechos del presente: eventos con fecha fija (elecciones próximas y candidatos ya nombrados, la Copa del Mundo que se acerca y el fichaje actual de los jugadores) o pronosticados (un paquetazo económico que se huele en el ambiente, una posible vacuna contra el SIDA).
Por ser actual, la noticia es un artículo perecedero, igual que una caja de tomates. Una noticia deja de serlo con el simple transcurso del tiempo. Su ciclo de vida es breve. Por la mañana se divulga la inminente caída de un ministro, por la tarde se desmiente y por la noche a nadie le interesa el asunto. Nuevos hechos ocupan el sitio de los anteriores, la atención se dirige a otros estímulos informativos. La salsa de Héctor Lavoe nos recuerda el carácter efímero de los sentimientos y las noticias: tu amor es un periódico de ayer que nadie más procura ya leer... En el canal 5 de la televisión ecuatoriana, al finalizar su noticiero vespertino, el locutor solemniza: ...y recuerden que esto ya es historia.
  
Tercer elemento: el interés colectivo
La noticia para una sola persona tiene otro nombre. Se llama aviso, comunicado, servicio social... En muchas emisoras de la región existen espacios donde se anuncia la cédula extraviada, la llegada del recluta, la boda de Tomasa y el velorio del abuelito.
Estos avisos no califican como noticias, a pesar de ser hechos de actualidad, porque les falta la dimensión colectiva. Sus destinatarios son individuos o familias. Para los medios masivos de comunicación, sólo será noticia aquello que concite el interés de muchos.
Lo colectivo se refiere, primeramente, a la cantidad de afectados por un hecho. Una ley que regule las aduanas del país beneficia a los ciudadanos y perjudica a los contrabandistas. Para bien o para mal, todos quedan afectados por esta disposición. La subida del precio de la gasolina preocupa a todos, mientras que un eventual impuesto aplicado a los perfumes franceses irritaría a un pequeño sector social. Esto último es menos noticiable, porque es menos importante para la audiencia.
Subrayemos que la importancia del hecho es relativa al área de cobertura de la emisora. En una radio local, la construcción de un nuevo puente o el apresamiento de un abigeo encabezarán el noticiero. En una ciudad como México, con 27 millones de habitantes, estas informaciones pasarían totalmente desapercibidas.
El interés colectivo tiene dos desencadenantes. Puede conseguirse por la misma importancia del hecho relatado. Pero también puede tratarse de algo intrascendente que despierta la curiosidad del público. Los inacabables amoríos de Lady Di, antes de su aparatosa muerte, hicieron gastar mucha tinta de revistas y mucha saliva de locutores, siguiendo el gusto de los receptores. Aquí entran las farandulerías de los artistas, los chismes de los deportistas, el alcahueteo de los políticos, el perro de Bush y el gato de Clinton. (Es chocante ver cómo los personajes públicos convierten en noticia sus vidas privadas y privatizan los espacios públicos, donde se decide el rumbo del país, donde los gobernantes firman los pagos de la deuda externa y aceptan los ajustes impuestos por el FMI.)
Estas noticias light, que no afectan a nadie pero sí aficionan a muchos, pueden estar presentes, con los debidos balances, en los buenos informativos. Incluso pueden ser objeto de comentarios pícaros.
Ya tenemos, entonces, los tres elementos infaltables para armar una noticia: los hechos, su actualidad y el interés de la audiencia. Ahora bien, la noticia no es el hecho mismo, sino su relato, la versión de ese hecho a cargo del periodista o del corresponsal o, simplemente, del oyente que llama a la emisora y la da.
Aproximémonos, ahora sí, a una definición: noticia es el relato de un hecho actual de interés colectivo.
La tan subjetiva objetividad
Antes de terminar de leer la anterior definición, ya más de uno estará protestando y considerándola incompleta. Falta un elemento indispensable, necesita la palabra periodística esencial, la que nos profesionaliza: la objetividad.
Ya dijimos que la noticia no es el hecho, sino su versión. El hecho, en sí, es objetivo. Pero cualquier relato que se haga del mismo nos sitúa en el terreno de la subjetividad del relator.
El asunto es que no hay más camino para convertir un hecho en noticia que a través de las palabras. Es el lenguaje el que nos permite comunicar los hechos que observamos (o que otro observador nos cuenta). Esto implica, necesariamente, un nivel de interpretación, dado que la realidad no se refleja en nuestros reportes como en un espejo. Y aunque así fuera. ¿Qué más objetivo que el objetivo de una cámara de fotos? Y sin embargo, ni siquiera este ojo mecánico satisface nuestra imposible búsqueda de la objetividad. Porque no es lo mismo enfocar en picado que en contrapicado, aplastando o engrandeciendo la imagen. Las fotos publicitarias son expertas en mostrarnos una vulgar mermelada como si fuera la ambrosía del paraíso.
Compliquemos más las cosas. Digamos que lo subjetivo no comienza en el relato de un determinado hecho, sino en la selección que hace el reportero de este hecho y no de otro. ¿Por qué informar sobre la nueva escuela que inauguró el señor Presidente y no sobre las 99 que ofreció y no cumplió? ¿Por qué destacar el color del traje del señor Presidente y no los pies descalzos de las niñas y niños que salieron a recibirlo?
Lo subjetivo tampoco acaba en el relato. Porque es otro sujeto, a través de la radio, quien lo recibe e interpreta a su manera. El periodista hace una versión de los hechos y el oyente otra. El proceso de la información resulta, de esta manera, doblemente subjetivo: por el lado de quien emite y por el lado de quien recibe. O indefinidamente subjetivo: quien oyó, lo cuenta a un tercero, y éste, a su vez, lo reinterpreta y lo vuelve a contar a otro, y a otra, y a otro más, y el hecho que dio origen al primer relato se va alejando como eco de montaña.
¿Significa esto subjetivismo en la información? De ninguna manera. Significa aceptar las limitaciones de la comunicación humana. La objetividad -perspectiva global- es privilegio de los dioses, no alcanzable por los humanos.
Un frenazo a tiempo. No se trata aquí de un asunto filosófico ni metafísico al estilo de Kant. Estamos ante un problema ético, de respeto a los hechos y a la audiencia. Para nosotros, comunicadores, la objetividad se relaciona con la responsabilidad periodística, con el deber de informar verazmente. La verdad absoluta -con permiso del Santo Padre- nadie la detenta. La verdad es un concepto dinámico, tendencial: pretendemos acortar distancias entre la realidad y su relato.
En esta perspectiva, la objetividad podría entenderse como la menor subjetividad posible, el acercamiento más exacto a los hechos, sabiendo que nadie logra esto al cien por ciento. Con mucha lucidez, el catedrático español Martínez Albertos hace equivalente la objetividad a la honestidad intelectual del periodista.[30]
Dicho esto, ¿debemos renunciar al término objetividad? No. ¿Por qué tendríamos que abandonar un término prestigiado en muchos círculos de prensa y dejarlo, precisamente, en manos de quienes lo manosean tanto y lo respetan tan poco? También el concepto de libertad y democracia son tendenciales, aproximables, y no tendría sentido prescindir de ellos. Podemos hablar de objetividad informativa siempre que entendamos por ella la honestidad del sujeto informante. Y siempre que no confundamos objetividad con neutralidad. Nadie es neutral y los periodistas menos. Un periodista sensible a los intereses de las mayorías empobrecidas de nuestros países no puede permanecer imparcial ante esto. Apostamos por un periodismo comprometido con las justas causas de la sociedad civil, sin menoscabar por ello la honestidad intelectual y profesional. Al contrario, garantizándola.
¿En qué consiste, en definitiva, la honestidad periodística, la objetividad informativa? El templo se alza, incólume, sobre cuatro columnas:
= Mantenerse fiel a los hechos. No hay que abultar las cifras ni exagerar los datos, decir lo que no es ni dejar de decir lo que es. Queda prohibido tergiversar los hechos aduciendo que los oyentes no están en capacidad de comprenderlos o que perjudicaría su conciencia política o su piedad religiosa. Estos pretextos ocultan afanes propagandísticos. Propaganda es decir lo que queremos que pase, no lo que en realidad pasa. Nada más lejano de la honestidad periodística. Repito: no es cuestión de neutralidad. Un periodista relata lo que ocurre con el corazón caliente y la cabeza fría.
= Comprobar los hechos. Aquí no caben especulaciones ni rumores, ni me dijeron tal cosa. El primer deber de un reportero y de un corresponsal es asegurar la exactitud de los datos, que estén bien confirmados. La credibilidad de la audiencia está en relación directa a la veracidad de la información. Y la veracidad no es otra cosa que la verdad probada.
En una noticia, siempre que se pueda, debe citarse la fuente. A veces, sin embargo, esto no es posible porque pondría en riesgo al informante. En esos casos, el periodista, igual que la abogada o el sacerdote, apela al secreto profesional.
= Separar hechos de comentarios. El público tiene derecho a saber cuándo se trata de una cosa y cuándo de otra. Ambas funciones periodísticas -informar y opinar- son igualmente válidas y deben ejercitarse. Pero no mezclarse. El formato noticia no puede arroparse con comentarios o matices editorializantes. Un grafiti machista dice que la mujer y la espada se parecen porque imponen cuando están desnudas. La noticia también.
= Recurrir a la otra versión. Cuando el hecho es complejo, no se conforme con la primera versión. Cuando es conflictivo, no se conforme con una de las dos versiones. Entreviste a los obreros despedidos y al patrón que los despidió. Reporte desde la bancada oficialista y desde la oposición. Grabe las dos versiones, las tres, las que existan. El pluralismo es un apodo bastante seguro de la objetividad.
Bernstein y Woodward, los periodistas del Watergate, sostienen que todo hecho, para ser relatado como noticia, debe estar verificado, al menos, en dos fuentes independientes entre sí.
  
Las fuentes informativas
Cada día y en cada lugar, ocurren montones de hechos actuales de interés colectivo. ¿Cómo escoger entre tantas noticias potenciales? La radio, más que otros medios, tiene que ser selectiva. Si un periódico publica un promedio de 200 notas, en un noticiero radiofónico de media hora (que podría equivaler al tiempo empleado para leer la prensa diaria) esta cantidad queda diezmada, apenas salen al aire unas 20 noticias. O sea, la diversa y dispersa actualidad del mundo, de la región, de la localidad, será discriminada hasta alcanzar la reducida cifra de 20 noticias.[31] Por eso, el asunto de los criterios de selección y de las fuentes a donde vamos a beber la información pasa a un primerísimo plano en el periodismo radiofónico.
En el 95, estaba animando un taller de informativos en San Salvador. El jefe de prensa de la Doble FF, desalentado por la actitud pasiva de tantos colegas, me hizo esta confesión:
-Este es el país de las maravillas, vos. Aquí hasta un mudo puede contratarse de periodista. ¿Qué cómo así? Mirá cómo funciona esto: vos llegás tempranito a la emisora, preguntás cuál es la pauta de hoy. Al toque, te indican las ruedas de prensa que hay que cubrir: la de ONUSAL, la de los DDHH, la del ministro tal, la del comandante más cual... Vas a la primera rueda, abrís el micrófono, grabás lo que todos graban, cerrás el micrófono, vas a la otra rueda, abrís y cerrás el micrófono, en la siguiente lo mismo, regresás a la radio. Y listo. Sin abrir la boca, has cumplido la pauta periodística de la jornada.
¡La pauta! Ir a donde te llamen, trabajar a remolque de las conferencias de prensa que otros se inventan, quedar reducido a un periodista por encargo, domesticado, sin iniciativa propia.
            -¿Saben qué es una pauta, amigos? -se me ocurrió decir a aquellos periodistas jóvenes-. Una pauta es una maula mujer.
Otros están peor. No son periodistas a domicilio, sino costureras en casa. Hacen noticieros de tijeras. Su más lejana fuente informativa es el kiosco de la esquina. Allá compran los diarios matinales, los hojean un par de minutos antes de salir al aire y los leen en voz alta ante el micrófono.
Desde luego, tenemos que aprovechar los periódicos para los informativos radiales. También iremos a las famosas y tediosas ruedas de prensa (¡y haremos preguntas en ellas!). Pero conformarse con esto sería negar la actitud básica de nuestra profesión: la vigilancia.
El periodista es un vigilante de la sociedad. No espera que lo llamen. Va donde lo invitan y, sobre todo, donde no lo invitan, donde no quieren saber de él. Comprometidos y entrometidos, las reporteras y reporteros tendrán que cubrir, naturalmente, las fuentes oficiales (el Palacio de Gobierno, el Parlamento, los ministerios y alcaldías, la Corte de Justicia). También zapatearán los hospitales, los cuarteles y todos los lugares de sucesos. Como profesionales democráticos, irán a buscar información en las organizaciones de la sociedad civil: juntas de vecinos, comunidades, barrios, ONGs, asociaciones de consumidores, de mujeres, medioambientalistas, así como en sindicatos y partidos de oposición. Todavía más: el nuevo periodismo nos exige una nueva profesión, la de detectives sin gorrita, investigadores de los hechos ocultos y ocultados, rebuscadores de alcantarillas.
La variedad de fuentes a las que acudiremos por propia iniciativa nos garantizará una selección de información más plural y balanceada. Si sólo cubrimos las fuentes oficiales o si -por una falsa alternatividad- descuidamos éstas y nos concentramos en las fuentes populares o en las de oposición, nos volveríamos sectarios, es decir, estaríamos trabajando para un sólo sector. Y la independencia periodística nos exige vigilarlos todos.
El periodista, obviamente, no puede ser siempre testigo de los acontecimientos dignos de ser convertidos en noticia. Así pues, el periodista tiene que basarse en testimonios para escribir sus relatos. Toda noticia está respaldada por un testimonio. A estos testimonios les llamamos fuentes informativas.[32] Hay fuentes oficiales y extraoficiales. Fuentes del poder y de la sociedad civil. Fuentes confidenciales. Fuentes directas (testigos que estaban ahí, en el momento y lugar de los hechos) y fuentes indirectas (los que oyeron de otros). Ningún medio es tan ubicuo que pueda cubrir todos los hechos importantes ni contar con enviados especiales en todos los puntos donde haya material informativo.
Para eso se inventaron las agencias de noticias. La ventaja de las agencias es que nos facilitan el trabajo haciendo una selección previa de la información. La desventaja es ésa misma: cada agencia responde a determinados intereses políticos y comerciales. ¿Quién nos garantiza que la selección hecha coincida con nuestros criterios democráticos?
Nueve de cada diez noticias que transmiten las emisoras latinoamericanas provienen de agencias de noticias primermundistas.[33] Nos enteramos de lo que pasa en nuestros países a través de cables redactados en escritorios norteamericanos. ¿Qué estamos rebotando a través de nuestros micrófonos? En un estudio sobre las noticias internacionales en la prensa latinoamericana durante 1992, un 28% corresponde a jefes de estado, funcionarios del gobierno y militares; el 26% a los deportistas; un 12% a artistas y celebridades. Los grupos de presión alcanzan el 2% y los particulares el 4%.[34]
Sesgo en la selección de los contenidos y también en el lenguaje con que se envasan las notas. Durante la guerra de Nicaragua, las agencias norteamericanas se hacían eco del discurso de Reagan: los contras eran luchadores por la libertad, sandinista era sinónimo de comunista. Ahora, la heroica resistencia palestina es terrorista y un criminal como Ariel Sharon es calificado como hombre de paz por su compinche George W. Bush. Si por prisas o vagancias trabajamos con el perezoso sistema de "corta y pega", tendremos problemas en nuestros noticieros.[35]
Contamos con múltiples fuentes informativas indirectas, especialmente las otras emisoras de radio y televisión. Como siempre, debemos conocer quiénes son los dueños de estos medios para poder reconocer sus intereses económicos y políticos.
Ahora bien, aunque tengamos a nuestro alcance todas las fuentes posibles, una meta central de nuestra radio será convertirse ella misma en fuente informativa. Que ofrezcamos primicias. Que se refieran a nuestros titulares. Que nos mencionen. Que nos copien. El mejor indicativo de que un medio comienza a pesar en la opinión pública es cuando lo citan otros medios.
Pasar de reproductores a productores de información depende, especialmente en el ámbito local, de saber articular dos redes informativas en nuestro departamento de prensa: una red de corresponsales y otra de confidentes.
Con reporteros y enviados especiales podremos cubrir, sin duda, un buen número de acontecimientos. Pero nunca garantizaremos el territorio potencial de información, que coincide con los intereses de nuestra audiencia real. La solución consiste en montar una red de corresponsales que, como la sangre a través de los vasos capilares, mantengan un flujo informativo desde todos los rincones de nuestra zona de cobertura y, al menos, desde las principales ciudades del país. Corresponsales de campo y de ciudad, hombres y mujeres, profesionales o no, pagados o voluntarios. Algunas emisoras astutas contratan a un periodista de planta únicamente para atender y promover esta red de corresponsales. Dicho responsable se comunica con ellos, los visita, recibe sus quejas, los estimula. Y sobre todo, los capacita en producción radiofónica, en criterios de selección y redacción.
Los corresponsales envían sus notas por teléfono, por correo electrónico o por la vía más rápida que dispongan. En la Amazonía peruana conocí a Teodoro Macahuachi, un corresponsal de La Voz de la Selva, que despachaba sus primicias en papelitos escritos a mano que viajaban 23 días en bote, bajando por el Huallaga, subiendo por el Marañón, hasta llegar a la emisora. Y llegaban.
La segunda red es de confidentes, de informantes que no salen al aire ni escriben nada, ni el público sabe de su existencia. Nos referiremos a ellos al hablar del periodismo investigativo.
La triple proximidad de los hechos
Hasta aquí, en vez de resolver, hemos complicado las cosas. Ahora tenemos más fuentes directas que cubrir y más indirectas que descubrir. Más chorros y los mismos cántaros. Reporteros, corresponsales y confidentes, medios propios y ajenos. Y sólo nos caben, como promedio, veinte notas en un noticiero. ¿Cómo procederemos?
El criterio rector para seleccionar la masa informativa y priorizar las noticias no es otro que la proximidad de éstas a la audiencia. Una proximidad que se expresa en tres coordenadas: temporal, espacial y de intereses.
= La proximidad en el tiempo es lo que conocemos como actualidad. ¿Qué capta nuestra atención? Lo que acaba de pasar y todavía no se sabe. Lo reciente, lo caliente. Mientras más inmediata sea la transmisión de lo sucedido, más excita nuestra curiosidad. Y al contrario, con el correr de los días, se corren también las emociones. El ser humano está tan sometido a esta temporalidad que hasta la muerte de un familiar nos duele menos si nos enteramos de ella después de algunos meses de ocurrida. El tiempo, como los ríos, va arrastrando el interés sobre hechos y personas, va disolviendo la atención sobre cualquier suceso, aun el más importante. El 21 de julio de 1969, cuando el primer ser humano puso un pie en la Luna, todos nos conmocionamos. Pasadas tres décadas, tal vez recordamos aquel notición al recibir una estampilla de correos conmemorativa.
Relativo como todo criterio, los hechos actuales tomarán sus justas proporciones y cobrarán sentido al vincularlos con otros hechos pasados. De no ser así, viviríamos en un mundo incoherente, donde se superponen los acontecimientos sin relacionarse entre sí. Si yo informo sobre la huelga de hambre de las jubiladas y jubilados ecuatorianos en julio del 2004, en la que murieron de inanición 15 ancianos, y no recuerdo la negativa al diálogo del presidente Lucio Gutiérrez ni la causa fundamental que desencadenó este hecho (pensiones miserables de hasta 3 dólares al mes), no podré entender la información. Todas las protestas populares se parecen: la verdadera diferencia está en las causas que las provocan. La actualidad sin historia, resultado de una irresponsable amnesia periodística, vuelve caótico el mundo.
= La proximidad en el espacio se llama cercanía. Es natural que nos interese más lo que pasa a nuestro lado, en la esquina de nuestra casa, que en la tundra siberiana. Como círculos concéntricos, como anillos en torno a la piedra que cayó al agua, la distancia geográfica disminuye el interés informativo. No puede ser de otro modo. No nos alcanza la sensibilidad para angustiarnos por todas las guerras, para llorar por todos los muertos, para rebelarnos contra todas las injusticias, para asombrarnos ante todos los descubrimientos. La curiosidad tiene sus límites y selecciona lo que alcanza primero. De esta manera, lo más cercano se convierte en lo más noticiable. Hasta en cuestión de amores, la mayoría de las parejas se han formado por simple vecindad.
Este criterio de la cercanía también hay que relativizarlo y combinarlo con el interés colectivo. De lo contrario, puede acabar importándonos más un pleito de borrachos en el parque que la matanza de inocentes en Sudán o el holocausto de los chechenos a manos del despiadado ejército ruso. Aquí el peligro consiste en el provincianismo: sin dimensión planetaria, el noticiero se puede ir llenando de chismes y asuntos pueblerinos, la demanda de la hija del alcalde al hijo del teniente, un cenicerazo en el Congreso, la politiquería de cuatro diputados que no alcanzan a ver más allá de las tejas de su partido. El mundo se vuelve minúsculo, a causa de la miopía de los periodistas. Y los oyentes llegan a pensar que su aldea queda en el centro.
= La tercera proximidad tiene que ver con los intereses particulares del público al que nos dirigimos. Cada sector tiene sus preferencias, sus temáticas específicas. Radio Tierra, en Santiago de Chile, continúa dando informaciones sobre la ya terminada Conferencia de Beijing, sin preocuparse de la distancia en el tiempo o el espacio, porque los asuntos allí planteados, la violencia contra la mujer y los derechos sexuales y reproductivos, son de máximo interés para su público femenino. Una noticia sobre los seguros de vejez no tendrá el mismo relieve en un espacio dedicado a los jóvenes y será muy bienvenida en una revista para adultos. Los intereses se diferencian según el género, las edades, la clase social, la cultura (etnias y lenguajes diferentes) y la ubicación en el campo o la ciudad. Dime qué target tienes y te diré sobre qué tienes que informar.
Falta el pero. Si al jardinero sólo le informo de flores, acabará su vida en una maceta. Si esta tercera proximidad no la combino con las anteriores, corro el riesgo de convertir las preferencias en exclusiones. Es común centrar los informativos rurales en temas agropecuarios y descuidar, por ejemplo, los vaivenes del dólar que, indirectamente, afectan la economía del campo. A las mujeres, cosas de mujeres. A los jóvenes, locuras de juventud. Tanta compartimentación, fruto de una rigidez periodística, no permite construir los necesarios puentes entre los diferentes sectores sociales. ¿Cómo lograr que los citadinos se preocupen de los campesinos, y al revés, si no intercambian información? ¿Cómo los padres y madres serán más tolerantes con sus hijos si no escuchan noticias referentes a lo que éstos viven, a sus problemas? La proximidad de intereses es indicador de ruta, camino abierto y no túnel.
Este criterio de la triple proximidad orienta el quehacer periodístico. Manejándolo con amplitud, sin exclusivismos, podemos ordenar las informaciones y seleccionar las de mayor interés para nuestra audiencia.
  
Otros criterios de selección
Ahora bien, aparte de lo dicho, ¿qué otros asuntos despiertan la atención de la gente? Con mucha frecuencia, hechos verdaderamente importantes que afectan a la población, captan menos los oídos y los ojos de esa misma población. Y cuatro banalidades la encandilan. ¿Qué hacer? Una radio comercializada, sin política informativa, apostará por estas últimas. Es el camino fácil del pan y el circo.
Pero no dramaticemos tanto. Repasemos esos otros criterios de uso diario en las salas de prensa que sirven para despejar el monte de informaciones recibidas cada día. Conviene conocerlos, evaluarlos, y tratar de revertirlos a nuestro favor. Señalemos los cinco criterios de selección noticiosa más empleados:
= Lo raro, lo insólito, lo extraordinario. Responde a la vieja consigna de los periodistas: si un perro muerde a un hombre no hay noticia; si un hombre muerde a un perro, entonces sí. El criterio es perfectamente legítimo y lo ponemos en práctica todos los mortales. Llegamos gritando a casa si nos ganamos la lotería, no cuando cobramos el sueldo habitual. Es válido también para los manifestantes que, sabiendo que las pancartas ya no dicen mucho, se encadenan a las rejas de la Casa Blanca o hacen las iniciales de la OMC con sus cuerpos desnudos en Cancún. Estas nuevas formas de protesta aplican el mismo criterio de lo inaudito, de lo nunca visto.
Destacar lo que sale de lo normal no implica necesariamente sensacionalismo ni superficialidad. Si algún día, de veras, aparecieran flotando sobre varias ciudades del mundo los gigantescos platillos voladores de Independence Day, nadie -ni siquiera los educadores que abogan contra el sensacionalismo- quedaría en su casa. Y es que, como en todas las cosas de la vida, hay insólitos triviales y otros que hacen pensar. Por ejemplo, es bien raro que los hombres se hagan la vasectomía. Pero ya muchos han optado por este método, el más seguro y barato, para controlar la natalidad. Informar sobre los avances de esta práctica sería una excelente noticia.
= Lo trágico, lo desastroso, lo catastrófico. Por eso, en el ambiente periodístico se dice que las malas noticias son las buenas noticias. Todas las desgracias inclinan las orejas del público. Terremotos, accidentes, explosiones, ciclones, tiburones... Todo el mundo se detiene a ver el carro estrellado en la carretera, sobre todo, si hay muertos. A todo el mundo le interesa saber si el tren descarriló o si el incendio carbonizó a los muchachos que bailaban en la discoteca. Nos atrae la desgracia ajena, tal vez porque la sentimos como advertencia sobre la propia.
Podemos cuestionar, con porcentajes a la mano, la saturación de calamidades que nos brindan los informativos. Debemos exigirnos, a la hora de confeccionar los boletines y los informativos, que aparezcan más noticias constructivas, alentadoras, que siembren esperanza y ganas de vivir en la gente. Pero viendo las cosas más de cerca, tal vez lo torcido de este criterio no radica en el hecho de informar sobre situaciones trágicas, sino en haberlas reducido a las aparatosas y puntuales. ¿Por qué no dar a conocer también los dolores silenciosos, los 40 mil niños y niñas anónimos que cada día mueren por falta de un vaso de leche o de una vacuna que cuesta un dólar, los millones de hectáreas de bosques tropicales que cada año se talan, la migración incontrolada de campesinos y campesinas sin tierra hacia las ciudades? La mayor catástrofe de la humanidad se escribe con seis letras: hambre.[36]
= Las personalidades, los famosos y famosas. Otro criterio que se maneja para dar paso o no a una información es el relieve de sus actores. La tendencia natural del rebaño humano es referirse al líder, mirar al jefe. Nos interesa todo lo que haga o deje de hacer, lo que diga o contradiga el ídolo. Políticos, artistas y deportistas viven rodeados por una nube de reporteros con cámaras y grabadoras.
Si le sobran unos minutos, haga este distractivo ejercicio: tome el periódico de hoy y vaya llevando la cuenta de los sujetos que aparecen fotografiados, de los nombres que aparecen en titulares. Salvo en las páginas policiales -única sección donde los pobres son protagonistas- sólo hacen noticia las llamadas figuras públicas.
Volvemos a lo de antes. El fallo no radica en el mismo criterio, sino en la estrechez de considerar la importancia de alguien por el cargo que ocupa y no por los méritos logrados; por la fama de la camiseta y no por los goles que mete. Buena parte de las noticias que oímos o leemos sobre los grandes de este mundo -estadistas y militares, empresarias y cardenales- no son otra cosa que publicidad gratis para ellos o campaña política disfrazada. No han hecho nada aún, pero declaran que van a hacer. No tienen ideas originales, pero llaman constantemente a la prensa y opinan sobre todo y traen a remolque a un grupo de reporteros sin lengua propia para hacer las debidas e incisivas preguntas. Eran las geishas de Fujimori, el grupo obsecuente de periodistas mujeres que iban a todas partes con el presidente peruano, viajaban con él, le copiaban cuanta palabra salía de su boca, y lo mantuvieron permanentemente abanicado ante la opinión pública.
= El llamado interés humano. Son noticias individuales y emotivas, que despiertan la compasión. Es el sidoso exiliado que quiere volver a morir en su patria, la joven operada de un fibroma gigante, el niño heroico que salvó del fuego a su mascota, el reencuentro del marido secuestrado, la cándida Eréndira y su abuela desalmada.[37]
Está bien, compensemos los informativos con casos y cosas de la vida cotidiana. Pero no carguemos tanto las tintas. El interés humano puede lograrse con situaciones menos espeluznantes. Podemos hacer noticia con una comunidad indígena que comienza a exportar a Europa sus artesanías. Podemos informar sobre la señora que inventó un nuevo tipo de almohada para proteger las cervicales. O reportar la generosa página de Internet donde don Lucho ofrece diariamente nuevas recetas de cebiche. En vez de escarbar la vida privada de los personajes públicos, ¿qué tal si hacemos públicos los éxitos desconocidos de muchos ciudadanos y ciudadanas que han mejorado la calidad de vida de sus compatriotas?
= Y por último, las infaltables SS: sangre y semen.[38] No hace falta leer a Freud para descubrir estos dos fluidos vitales entreverados en la psicología humana, el amor y el odio, eros y thanatos, que periodísticamente se traducen como sexo y violencia. No hay duda que la crónica rosa y la roja capturan fácilmente el interés del público. Tanto escritos como audiovisuales, los medios de comunicación han usado y abusado de este recurso para aumentar las ventas. La caricatura de Quino es perfecta:
RADIOREVISTAS
Siempre me gustó el café. Y como tenía mi programa a las 5:45 de la mañana, entraba a cabina con mi tacita humeante. Me sentaba y comenzaba a hablarles de Dios o del matrimonio a los campesinos del Cibao.
Una de tantas madrugadas, se me ocurrió compartirlo con la audiencia.
            -¿Ya se tomaron su cafecito?... No sé ustedes, pero yo aquí tengo el mío, bien caliente, pa' matar cualquier bostezo que quede rondando... -hice sonar la cucharilla, el plato y el sorbo de café-. ¡A buen tiempo!
A partir de entonces, nunca más compré café. Me lo mandaban los oyentes, venían a la radio a regalarme una librita. A veces, traían el termo y las tazas para tomarlo juntos, ahí en la emisora. Y luego, cuando salía a visitar las comunidades, lo primero que me comentaban era el cafecito mañanero.
            -Me río tanto cuando usted dice eso...
Yo no entendía dónde estaba la gracia. Pero agradecía con entusiasmo el nuevo pertrecho de granos bien tostados, café con aroma de radio.
            -Es que a esa misma hora, yo estoy colando el mío.
La risa era de complicidad. Los oyentes sentían que el locutor no era un extraterrestre, que tenía el mismo paladar que ellos, que saboreaba algo tan central en la cultura dominicana como es el café. Con café uno se levanta y se acuesta, el café acompaña las comidas, el café da fuerzas en el trabajo y rompe la timidez de los enamorados, con café se reciben las visitas y se despiden los muertos. El café atraviesa toda la vida del campesino cibaeño. Entonces, si a la emisora le gusta el café, a mí me gusta la emisora.
Antes que el programa -Despertar del Cristiano se llamaba-, mucho antes que mis consejos matrimoniales o mis sermones camuflados, a ellos y a ellas les interesaba tomar café conmigo en esa intimidad mágica que permite la radio, especialmente cuando todavía es de noche y comienza a amanecer. Lo primero es lo primero. Lo primero es la amistad.
De todo y para todos
Una amiga, una comadre, entra en tu casa con toda la confianza del mundo, saluda, va hasta la cocina, se sienta en el viejo taburete.
            -¿Qué hay de nuevo, comadre? -pregunta la vecina.
            -¡Muchas cosas! Imagínese que...
Y comienzan las dos mujeres a conversar sobre precios y accidentes, sobre un remedio nuevo para la jaqueca, sobre la juventud de ahora que no obedece, sobre lo que dicen que dijo el gobernador... Están pasando revista a lo ocurrido últimamente en el barrio, hojeando la vida de la comunidad. Ninguna situación más cercana al formato que trabajaremos en este capítulo, el más natural y cotidiano de todos, la radiorevista.
También se la conoce como magazine. Igual que la comadre, llega a buena hora, entra en nuestra casa, se mete hasta el patio. Su primer objetivo -antes que ningún otro- es hacernos pasar un buen rato, entretenernos. Más allá de cualquier norma técnica, los conductores de una radiorevista se relacionarán con sus oyentes con la misma gratuidad con que se visitan los amigos y amigas. Previo a saludables intenciones educativas o informativas, se trata de entablar una conversación amena que nos haga más llevadera la jornada. Charlar es el deporte que cuenta con más aficionados en todas las culturas y latitudes.
La revista, como ya dijimos, no constituye un cuarto género de la producción radiofónica. Más bien, es un formato amplio, híbrido, capaz de englobar a los demás. Todo cabe en la revista, todos los géneros y subgéneros pueden trabajarse en su estructura. Y todos caben, cualquier oyente puede engancharse en su ruta. Por eso, también se la conoce como programa ómnibus, un transporte público que se detiene en muchas estaciones y donde suben los más variados pasajeros. La buena dirección del conjunto la asegura el chofer de la revista, quien conduce el programa.
Muchas revistas segmentan sus públicos. Según los destinatarios, podemos hablar de revistas infantiles, de mujeres, de jóvenes, de migrantes, dirigidas a grupos sindicales, a comunidades cristianas, para los sacrificados madrugadores o para los contumaces trasnochadores. Es bueno aclarar que la segmentación no significa excluir otras posibles audiencias, sino priorizar un sector sobre otros.
También podemos especializar los contenidos. Hablaremos, entonces, de revistas informativas, deportivas, musicales, educativas, religiosas, culturales... Y dentro de cualquiera de éstas, podemos enfocar aún más el lente: una revista musical sobre rock, una educativa sobre derechos humanos, una informativa internacional, una cultural sobre actualidad cinematográfica, y así.
En las páginas siguientes, me referiré, sin embargo, a la más común de las revistas, la de miscelánea o transporte público, la de todo y para todos. Sus posibilidades, su modo de producción, resultan igualmente válidos para las revistas especializadas.
  
¿Cuánto tiempo, cuántas veces?
La tendencia del formato ha sido ir ganando en extensión. Se arman espacios de tres, cuatro y más horas. Algunas emisoras dividen su programación en cuatro grandes revistones que corresponden a los cuatro bloques fundamentales del día (mañana, tarde, noche y madrugada).
Abundan también las revistas de mediano tamaño, de una o dos horas de duración. No tienen una dinámica muy diferente a las anteriores, es sólo cuestión de más o menos tiempo, de menos o más secciones. Y sobre todo, de aguante de los conductores.
Y están las revistas que podríamos llamar compactas, oscilando entre los 15 y los 30 minutos de duración. Por su brevedad, requieren un diseño más estructurado, que aproveche al máximo los recursos y logre la variedad no tanto al interior de un solo programa, sino a lo largo de muchas emisiones.
En cuanto a la frecuencia, sigue vigente un antiguo criterio de programación: mejor 3 minutos al día que 30 a la semana. La razón es simple: el programa diario crea el hábito. Los conductores -igual que la comadre que visita- entran a formar parte de la familia, se convierten en amigos y amigas que, a diario, se acercan a platicar con nosotros, que siempre están ahí, al alcance del botón del receptor.
La revista semanal es muy utilizada, sobre todo, por colaboradores de la emisora que no tienen tiempo para más: grupos de jóvenes, de vecinos, de defensa del consumidor, mujeres organizadas, comunidades religiosas, ecologistas... La opción de espacios semanales no es mala, por supuesto. Podríamos ubicarlos en sábados o domingos. Estos programas deben ofrecer un menú especialmente atractivo, igual que cuando uno sale a comer fuera de casa el fin de semana.
Otra posibilidad es pautar la revista los lunes, miércoles y viernes. O dos veces por semana, los martes y jueves. Lo riesgoso de esta fórmula es que muchos oyentes -tal vez usted mismo-sintonizan el jueves creyendo que es miércoles y al revés. ¿No será mejor decidirse a media hora diaria que a una hora cada dos días?
Pensar en revistas quincenales o mensuales es perder un poco el tiempo. Difícilmente un programa tan espaciado logrará sostener su audiencia.
La magia del conductor
O de la conductora. O de ambos. Porque todas las combinaciones salen bien si quienes animan la revista tienen carisma. Carisma significa gracia. Significa duende, chispa, jale, magnetismo, salero, gancho, swing, pilas, pegada, espuma, mil sinónimos para expresar la principal cualidad que se espera de un presentador o presentadora de revistas: la capacidad de conectarse con el oyente, de cautivarlo.
No es tan fácil encontrar personas con ese don de comunicarse. Es un talento, se nace con él. También se entrena, es cierto. Hay dinámicas para aprender a hablar bonito, para desarrollar la picardía y el ingenio. Pero tiene que haber una base natural, una ebullición de sangre. A quien parieron soso, soso lo entierran.
En una revista breve, digamos de 15 minutos o media hora, un  conductor de poco brillo puede funcionar. Su menor liderazgo ante el micrófono tal vez pase desapercibido entre las secciones del programa. Pero en revistas largas, si el conductor falla, todo se viene abajo. No hay música ni recurso que lo sostenga.
Hay quienes confían demasiado en su locuacidad, en su capacidad comunicativa, y todo lo improvisan. Peor aún, entran a cabina dispersos, pensando en pajaritos, y no logran imaginar al oyente, sentirlo. Tampoco el oyente los siente a ellos. El resultado es una conducción fría, desinteresada, con muchas palabras tal vez, pero con poca energía. A la cara se la enmascara, a la lengua no. Uno se da cuenta perfectamente cuándo la visita está por compromiso o si realmente tiene ganas de conversar. El falso entusiasmo se disimula un par de minutos, no más.
Lo que pasa es que el tono vital, el termómetro del corazón, no anda siempre con los mismos grados. En eso radica, precisamente, la primera profesionalidad de los conductores, en su capacidad de recuperación emocional rápida. Aunque el conductor no está representando un personaje, tiene que meterse en situación igual que un actor, tiene que posesionarse de sí mismo, sentir deseos de hablar. De no ser así, las palabras, desganadas, no llegarán muy lejos.
¿Cuántos conductores para una radiorevista? Hay una poderosa razón para trabajar con uno: la dificultad de encontrar dos. Ante el micrófono, también vale aquello de mejor solo que mal acompañado. Y es que si la pareja no está bien acoplada, si no juegan en igualdad de condiciones, el resultado será contraproducente. Sobra recordar esos magazines conducidos por un vivo y un bobo, o un vivo y una boba, que suele ser la combinación más frecuente.
Ahora bien, si podemos contar con dos buenos animadores, tan dinámicos como balanceados, multiplicaremos las posibilidades comunicativas de la revista. Por la variedad de voces, sí, pero por algo más decisivo aún: la posibilidad de dialogar entre ellos, de contrapuntearse las opiniones. Hasta un chiste sale más gracioso con alguien delante. ¿Quién se reirá solito, frente al frío cristal de la cabina y el rostro impávido del operador? Entre dos, las emociones afloran más fácilmente.
Los conductores pueden ser dos hombres o dos mujeres. Sin embargo, en la mayoría de los casos, frente a una pareja de iguales, el oyente sentirá preferencia de uno sobre el otro. Por el contrario, en la combinación de mujer y hombre se da una complementación más natural y la audiencia puede identificarse con ambos, con la pareja en su conjunto. Además, contrasta mejor una voz femenina y una masculina.
En cuanto a la fórmula de tres conductores, a primera vista más dinámica, probablemente resultará más confusa. La experiencia enseña que uno de los tres acaba marginado, en la esquina del triángulo. ¿Será que el menage à trois, el matrimonio de tres, tampoco funciona en estos terrenos?
Si disponemos de una tercera voz fija, más que meterla en la conducción, podríamos reservarla para una sección especial, para entrevistar o reportar, para leer las cartas o realizar dentro de la revista otros muchos formatos que necesitan una animación específica.
La pareja radiofónica
La pareja radiofónica vive problemas muy semejantes a los de las parejas en la vida real. En primer lugar, hace falta un tiempo de conocerse, de saber cómo reacciona el otro, cuándo habla, cuándo calla. Al poco tiempo de conducir juntos un programa, suelen darse comportamientos autoritarios de uno hacia el otro. O dependencias. O competencias para ver quién sobresale.
Abunda el machismo radiofónico. Salta a la oreja cuando un conductor está acaparando el micrófono y no deja hablar a la conductora. Ésta se limita a repetir con otras palabras lo que ha dicho el Gran Jefe, pequeñas intervenciones para confirmarlo. Hace de eco.
 
                CONDUCTOR        Hoy hablaremos del reciente aumento de la gasolina...
                CONDUCTORA      Sí, la gasolina ha subido en estos días...
                CONDUCTOR         La gasolina que antes estaba a 40, hay que pagarla
                                                ahora a 60.
                CONDUCTORA      Antes a 40, ahora a 60... ¡una barbaridad!
                CONDUCTOR        No es una barbaridad, Laurita, es una tremenda
                                               injusticia.
                CONDUCTORA      Claro, es muy injusta un alza así porque...
                CONDUCTOR        Porque lo que ustedes deben pensar es que...
Estos mandones emplean siempre un código de órdenes: ustedes deben, tienen que, hay que, no se olviden de...
Otras veces, el desequilibrio no se da entre los conductores, sino entre éstos y el público. Ambos adoptan una actitud magisterial, de inteligencias superiores que creen saberlo todo. Los radioescuchas, para ellos, son alumnos. Mejor dicho, niños de escuela. Para subrayar su autoridad, se pasan el programa ponderando sus propias opiniones.
 
                CONDUCTOR        Ahora, mucha, mucha atención. Esta recomendación  de
                                               hervir el agua es muy interesante.
                CONDUCTORA      Y es muy importante que ustedes lo comprendan bien
                                               porque...
Sus palabras favoritas son ésas, interesante e importante. Pero en la radio, como en la calle, no hay que andar piropeándose a sí mismo. Mejor es que los calificativos vengan de la otra acera, de los receptores.
Con frecuencia, uno de los conductores, de tan catedrático que se siente, acaba convirtiendo a su colega en un aprendiz más. Esta altanería se descubre enseguida: uno hace preguntas y la otra, dócilmente, las responde.
También se da el caso contrario: impotencia en vez de prepotencia. Imbuidos de un falso respeto por el público o por una timidez no superada, la pareja radiofónica utiliza un estilo indirecto en sus expresiones. Hoy quisiéramos referirnos a... No dé vueltas: si quiere hablar, ¡hable! ¿Qué les parece, amigos, si ahora ponemos este lindo tema musical que seguramente les va a gustar a todos? No consulte ni pida permiso para hacer lo que va a hacer: ¡hágalo! Todos estos circunloquios y preguntas inútiles refuerzan un sentimiento de inseguridad. Hacen perder tiempo del programa y paciencia del oyente.
Otros conductores, por exceso de celo, se sitúan como mamás y papás frente al público. Hablan con mucha suavidad, con muchos diminutivos, con tanta dulzura que se diría están amamantando. Para ellos, los oyentes son sus hijos. Pero hijos subnormales. Porque les ahorran esfuerzo. Les dan todo masticado. No dejan espacio para que descubran las cosas por su propia cabeza.
Típico de estos sobreprotectores es la excesiva personalización en el saludo del programa, en la despedida, en la manera de hacer sentir que ellos se sacrifican por la audiencia.
 
            CONDUCTORA     Hoy me disculparán, mis queridísimos    radioescuchas,
                                               porque tengo un poco de gripe... ¿no oyen cómo estoy
                                               mocosa?... Tiene gracia, ¿no?... Pero, a pesar de todo,
                                               hice el esfuerzo y vine como siempre a estar con ustedes
                                               porque ustedes me hacen falta, porque es hermoso
                                               conversar así, familiarmente, con tanto cariño como lo
                                               hacemos en          este programa...
Una cosa es el estilo frío, distante, que adoptan algunos locutores. Y otra, la melosería. Los animadores del programa pueden contar anécdotas propias, pueden estar afónicos y decirlo por el micrófono. Ése no es el problema. Al contrario, mientras más humanos y naturales sean, más se identificarán los oyentes con ellos. Pero esto se puede hacer sin ñoñerías ni paternalismos, que son formas sutiles de manipulación.
No queremos gentecita gris ni anónima al frente de las revistas. Al contrario, buscamos gigantes de la palabra, personalidades que sobresalgan y tengan éxito. La diferencia consiste en que el gran animador, por serlo, no se toma tan en serio, se sabe reír de sí mismo. Precisamente por importante, no se da importancia. Y al revés, cuando alguien se infatúa, es que no tiene nada valioso que decir. Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Un diálogo a tres
Como vemos, bastantes escollos sortearán los animadores de una radiorevista hasta alcanzar una relación equilibrada entre ellos y con la audiencia. Anotemos, entonces, algunos aspectos que deberán ser armonizados cuando trabajamos en pareja:
= Los volúmenes de voz. Cuidar que los dos micrófonos sean de igual calidad y que ambos conductores, según su fuerza de voz, se sitúen en planos similares.
= El tono alto que deben mantener los conductores a lo largo de todo el programa. Ambos tienen que botar la misma corriente, no puede estar uno en 110 y la otra en 220. Si uno decae, que la otra lo levante, y viceversa.
= El ritmo de la locución. Uno atropellado y la otra en cámara lenta, no funciona. Tampoco tendría sentido si un conductor suena a leído mientras la otra mantiene un tono coloquial. Se desnivelan.
= El lenguaje sencillo que los dos emplearán. ¿Qué tal si uno manda al enfermo al nosocomio y la otra al hospital?
= La cantidad de intervenciones. No es asunto matemático, de andar cronometrando quién habló más. Pero hay que andar muy atentos a los comemicros, para que no monopolicen la palabra y, en vez de diálogo, tengamos un monólogo.
= La calidad de las intervenciones. ¿Quién tiene la autoridad, el peso de opinión en la revista? Ni mandones ni mandados. Más bien, que los dos preparen el tema, que investiguen, que consulten, que ambos tengan ideas propias para exponer y debatir.
= Un verdadero diálogo. Y no dos conversaciones paralelas, yuxtapuestas. No sirve si un conductor se echa el rollo solito y luego la otra hace lo mismo. La clave está en las frases incompletas, que el compañero las concluye. Así, entre los dos, van construyendo una idea común. De los pies se aprende. El derecho se apoya en el izquierdo y, a su vez, brinda a éste el impulso necesario para avanzar.
El balance más importante, sin embargo, es el que se establece entre los conductores y el público. A los oyentes no los vemos, pero están ahí, los presentimos, son nuestros interlocutores. De este modo, tenemos un colega al lado y otro enfrente (el radioescucha). Y tenemos que dirigirnos tanto a uno como al otro. Cada conductor deberá mantener, entonces, una doble dirección en su diálogo: hacia el compañero y hacia la audiencia.
 
Si los conductores sólo hablan entre sí, sin dirigirse a los oyentes ni involucrarlos en la conversación, estaríamos en el esquema propio de una entrevista:
 
 
En este segundo caso, las flechas indican que los conductores se dirigen a los oyentes. Pero no se hablan entre sí. Es el esquema clásico de los noticieros:
 
El primer conductor se dirige al segundo y a la audiencia. Pero el segundo sólo conversa con el primero. Es el esquema típico del vivo y el bobo, el director y su ayudante. O su ayudanta:
 
 
Éste es el modelo correcto del diálogo radiofónico. Las flechas indican que los conductores conversan entre sí y con la audiencia. En ambas direcciones, emplean la segunda persona (¡no la tercera!). Es un diálogo a tres.
 
Pareja  extraña la radiofónica. Ambos están enamorados de un tercero, que es el público. Se deben a él, viven pendientes de su parecer, mueren inventando tácticas para seducirlo. Aunque también es cierto que, si entre ellos dos no se quieren, si los conductores no son como botón y ojal, difícilmente podrán conquistar a la audiencia ni pasarle vibraciones positivas. Mejor que se divorcien.
¿En vivo o grabada?
Con tantos elementos a tener en cuenta, podría pensarse que la mejor opción es pregrabar la revista y así no correr riesgos. Grabando antes, se puede lograr un montaje sin baches, editar las entrevistas, repetir lo que no haya salido bien, en fin, obtener un producto mejor acabado.
Sería una locura. ¿Quién grabará todos los días una revista de dos horas, de tres? Más aún, aunque encontrásemos esos conductores y operadores tan sacrificados, el esfuerzo no valdría la pena. Grabar una cuña o un radioteatro, tiene sentido. Al hacerlo, no estamos conversando con nadie. Pero la revista es diálogo, interlocución. Y los diálogos se enfrían como la sopa a destiempo. Al dirigirse al público sabiendo que no hay público en ese momento, cambia inconscientemente la actitud del conductor. Grabar es una forma de ensayar, porque siempre hay una retaguardia. Si no salió bien, repetimos.
Una radiorevista es plato caliente. Los conductores están ahí, frente al micrófono, y tienen por delante unas cuantas horas de animación. O sale o sale. No hay más camino que hacia delante. Así como en la vida sacamos fuerzas de flaqueza, también al transmitir en vivo la lengua se traba menos, los CDs aparecen antes, las cortinas entran mejor, se siente más vivacidad y dinamismo en todo el programa.
Podemos contar, eso sí, con algunas secciones ya grabadas. Los dramas, las narraciones, algunas encuestas, un reportaje... todo eso se tiene listo en cabina para insertarlo a su debido momento. Igualmente, tendremos una buena despensa de enlatados para aprovecharlos cuando sea necesario. Pero el conjunto de la revista y su conducción va en vivo.
¿Y si me voy de vacaciones y no tengo suplente? En ese caso, ni modo, deje grabados los programas. Haga, sin embargo, un esfuerzo especial: grábelos como si estuviera saliendo en directo, sin parar la máquina, arriesgando errores. Es el mejor camino para que los oyentes no se den cuenta del desfase.
Un pequeño rompecabezas
¿Cuál es la mejor visita? La de todos los domingos, la del vecino que viene a jugar cartas y echarse unos tragos. La confianza nos permite recibirlo en chancletas y no preocuparnos si la sala está barrida. Ya sabemos cómo es su carácter, ya estamos familiarizados con su forma de conversar. Pero también nos agrada la visita inesperada, la amiga que llegó de lejos y nos deslumbra con las anécdotas de su viaje a Galápagos.
Antes de hablar de la estructura de la radiorevista, señalemos los dos componentes primordiales que la atraviesan, su tejido interno: la costumbre y la sorpresa. ¿Por qué la gente compra tal revista en el kiosco? Porque le gustó el último número y espera encontrar en éste algo semejante. En radio pasa lo mismo. Se escucha la revista de hoy porque resultó grata la de ayer. Así se va creando la costumbre de oír un determinado programa. Si cada día nos presentaran un programa completamente nuevo, con distintos conductores, con diferentes secciones, quedaríamos desconcertados. Y molestos. Equivaldría a encontrar los calcetines en una gaveta distinta cada vez.
               
Por otra parte, si ya sabemos lo que va a pasar, si el famoso vecino siempre habla de lo mismo, comienza a cansarnos su presencia. La charla se convierte en un disco rayado. La costumbre se transforma en rutina y nos fastidia. De igual manera, un programa muy predecible genera, a la larga, aburrimiento. Si los revisteros no llegan con novedades, si no excitan la curiosidad de sus oyentes con temas y recursos imprevistos, irán erosionando el hábito de escucha que ellos mismos crearon. Con la particularidad que perder audiencia siempre es más fácil que ganarla.
Así pues, una radiorevista debe mantener una estructura tan reconocible como sorpresiva. Coherencia y variedad, como recomienda McLeish[39]. Esposa y amante a la vez, como aconsejan las gitanas.
Ahora sí, hablemos de la estructura. Para aclararnos, separemos las tres piezas básicas de una revista: la música, las secciones y la conducción. ¿Cómo armar este rompecabezas?
La música, o más específicamente las canciones, ocupan un espacio considerable en revistas y revistones, hasta el 50% o más del tiempo total del programa. Los discos irán distribuyéndose entre las secciones y los comentarios de los conductores. Pueden ir en entregas simples, o pasando dos o más canciones seguidas. La selección musical responde, generalmente, al criterio ya explicado de mezclar ritmos e intérpretes, épocas y nacionalidades. También hay que acomodarse lo mejor posible a las solicitudes de los oyentes. A pesar de la variedad, cada radiorevista definirá su perfil musical, su estilo propio de combinar los discos y de preferenciar unos géneros sobre otros.
Las secciones son espacios breves, generalmente hablados y de mayor elaboración, donde se juegan los principales contenidos del programa. Algunas se pregraban para poder editarlas como se debe (reportajes, encuestas, sketches). Otras quizás vienen ya enlatadas (novelas, cuñas, radioteatros). Y muchas pueden hacerse en directo, mientras sale al aire la revista (debates, consultorios, concursos).
¿Cuánto deben durar las secciones? Imposible responder. Varían tanto como el clima de Quito. Un mensaje sobre protección de los bosques puede resolverse en un minuto. Un reportaje sobre el mismo tema durará quince. Y un debate con acusadores y acusados, con ecologistas y pirómanos, puede llenar media hora.
No hay por qué someter todas las secciones al mismo minutero. Unas pueden ser más extensas, otras más intensas. Lo que importa, en definitiva, es la mayor o menor aceptación del espacio por parte de la audiencia. Más que mirar al reloj de la cabina, atienda a su aburrímetro. En asuntos de comunicación, como en la física de Einstein, se cumple implacablemente la ley del tiempo relativo. Un testimonio electrizante de diez minutos parece de cinco. Y una monserga de cinco parece de diez. La ley se formula así: en radio, el tiempo es inversamente proporcional a la monotonía de la locución y a lo monolítico del tema tratado.
Antes, se trabajaban las revistas con estructuras muy esquemáticas. Cada sección en su lugar y a su hora, incluso con presentación y despedida propia. Rompiendo rigideces, algunos productores han pasado al relajo simple y llano, una especie de programa invertebrado donde cualquier cosa puede acontecer en cualquier momento. En nombre de la espontaneidad, nada se planifica, todo se deja a la inspiración del instante.
Ensayemos caminos intermedios. Podemos diseñar secciones fijas y otras que varían. Por ejemplo, la información sobre los precios del mercado deberá aparecer siempre en el mismo horario. Un oyente interesado en ella -y no en el resto de la revista- sabrá cuándo ubicarla. Dígase lo mismo de los capítulos de una novela, de los consejos de una doctora o de los boletines de prensa. Con otras secciones seremos más flexibles. Podemos lanzar el concurso al inicio del programa o por la mitad. Una mesa de debate puede abrirse antes o después, sin hora fija, igual que las curiosidades o un enlace desde la móvil. De esta manera, vamos combinando lo habitual con lo novedoso.
¿Cómo distribuir las secciones a lo largo del programa? En un informativo, se comienza con las principales noticias. En una radionovela, lo mejor se guarda para el final. En el caso de una revista, no tendría sentido ninguno de estos ordenamientos, menguantes o crecientes. Una revista larga, de varias horas, difícilmente será escuchada en su totalidad por una misma persona. Como ómnibus al fin, unos oyentes subirán en la primera parada, otras a media ruta, unos se bajarán antes y otras después. No hay cómo pretender una secuencia lógica entre las secciones, ni una estructura de pirámides, invertidas o no. 
Como en la programación musical, la amenidad es el criterio que rige el armado de las revistas. Si terminó una sección hablada, pase a una musical. Si un reportaje resultó muy dramático, cambie el ritmo del programa con algo más ligerito. Después de una farandulería, cae bien una nota periodística. Combine los formatos, juegue con las expectativas, contraste los sentimientos del oyente, lo triste con lo alegre, lo romántico con lo político, lo profundo con lo trivial. Ahora bien, esta pauta presupone el sentido común de los conductores. Si estos carecen de aquél, batirán cócteles explosivos. Colocarán los resultados del hipódromo inmediatamente antes de la bendición del obispo. O harán sonar una salsa machista en la celebración del 8 de marzo.
Algunos animadores no se conforman con la estructura de secciones fijas y movibles, por más variadas que estén. Les resulta -y no sin razón- un esquema tradicional, una simple yuxtaposición de los recursos. Prefieren apostar por un diseño transversal. ¿En qué consiste éste? Se trata de planificar ejes o hilos conductores que crucen toda la revista y contribuyan a su armonía. Como la costurera que hilvana con puntada larga, esa idea central irá apareciendo cada cierto tiempo, sin quitarle agilidad al espacio. Basta un hilo por programa, aunque algunos revisteros prefieren trabajar con dos.
¿Cuáles podrían ser esos hilos? Un tema. Por ejemplo, el boxeo. ¿Es deporte o salvajada? Con entrevistas a boxeadores, con llamadas telefónicas, con una encuesta callejera, se puede ir desarrollando el asunto. A lo mejor, el tiempo neto que se le dedica no representa ni el 20% del total de la revista. Pero como va salpicado a lo largo de ella, da unidad al conjunto.
El hilo conductor puede ser un hecho circunstancial (la entrada de los niños a la escuela), una fiesta (el Inti Raymi), una noticia de actualidad (la oveja Dolly clonada), una canción de estreno (que se repite y comenta). El hilo puede ser también un concurso que atraviesa todo el programa o buena parte de él. Lo mismo podría hacerse con un invitado especial que está en cabina e interviene de vez en cuando. O con un radioteatro que se va emitiendo, poco a poco, por escenas. O con un paquete de cuñas sobre un tema concreto que se intercalan aquí y allá. Más adelante, nos asomaremos a varios formatos que sirven para dar tanta variedad como continuidad a la revista.
En fin, ya tenemos música, tenemos secciones -fijas, movibles o cosidas- y nos resta el tercer elemento, la conducción. Los conductores, como vimos, son las voces amigas que animan el programa, saludan al público, presentan los discos, van dando entrada a cada una de las secciones, las comentan y, por último, se despiden hasta el día siguiente. Los oyentes se identifican con ellos, acaban sintiéndolos como parte de su familia. A veces, los llaman a la emisora para contarles sus intimidades con más franqueza que al cura confesor. Más que el perfil musical o las secciones, son los conductores quienes imprimen el sello característico a la revista y logran su coherencia. El principal hilo conductor son ellos mismos.
La personalidad de una revista ómnibus depende en gran medida de sus conductores. No conviene andar rotándolos ni cambiarlos, a no ser por razones de mucho peso. Mientras más estables sean, mejor.
Juntemos ya las piezas. Si cada una fuera de un color -los momentos musicales, las secciones habladas, las intervenciones de los animadores- obtendríamos algo semejante a un arco iris. En segmentos breves y brillantes, con mayor o menor hilación entre ellos, la radiorevista avanzará con una estructura tan ágil como disimulada, tan ligera como armónica, pasando del rojo al naranja y al amarillo y al verde y a toda la gama de recursos que nos ofrece el lenguaje radiofónico. Al pie del arco, hallaremos el mejor tesoro: una audiencia multiplicada.
  
Bienvenidos y bienhallados
Vamos a la otra punta del arco iris: el público. Tal vez el formato radiofónico que permite una participación popular más intensa es la revista. No sólo permite: necesita. Otros espacios de la programación son más autosuficientes, pueden libretarse en un escritorio y realizarse en una cabina aislada. La revista, no. Uno no se imagina a los conductores hablando al vacío, sin dialogar con Elenita en el barrio Las Flores o con don Moncho en la comunidad de Sabana Larga, sin recibir saludos y enviarlos, sin una torre de cartas por leer y dos teléfonos sonando al mismo tiempo. La esencia misma de una radiorevista es ese camino de ida y vuelta, ese vaivén con los oyentes.
¿En qué secciones puede hacerse presente el público? En todas. Y fuera de las secciones, también. La misma versatilidad del formato posibilita la más variada participación, desde recomendar una pomada para el acné hasta denunciar un molote callejero. Veamos, entonces, las cuatro vías que se han empleado tradicionalmente para estimular y lograr esa coautoría de radioescuchas y radialistas.
Las visitas    
El primer camino empleado fue abrir las puertas de la radio para que el público entrara y viera. Algunas emisoras antiguas conservan aún los auditorios o pequeños anfiteatros, donde los vecinos asistían para reírse con los programas de chistes y para sufrir con los últimos capítulos de la radionovela, que se transmitían en vivo, delante de todos.
Si no tenemos auditorio, tendremos un patio. Y si no, podemos meter gente en cabina, la que quepa. El asunto es que la emisora esté al alcance de sus oyentes, que demos a todos la bienvenida. Están los invitados especiales, que participarán en una mesa de debate, y están los invitados por nadie, fisgones que pegan las narices en el cristal para admirar a sus locutores. Está la señora que viene a anunciar el concurso de jardines de su barrio. No pierda la oportunidad: en vez de recibir el aviso, recíbala a ella. Pásela a cabina y que la misma señora cuente cómo van a participar los vecinos, qué premios habrá, y aproveche para saludar a su tía que está de cumpleaños. ¿Por qué no? Ya no se estila aquella radio tan formal, donde un chasquido de lengua se editaba y un cuchicheo recibía el regaño del director. El ambiente de cabina, mientras se está transmitiendo una revista, será muy suelto, espontáneo, sin ninguna solemnidad. Se puede entrar, se puede salir, no hay que caminar en puntillas. Los ruidos que molestan deben evitarse. Pero hay otros sonidos que dan frescura al programa. La presencia del público en la misma cabina o en otros salones de la emisora está entre estos últimos.
Las cartas y los emails      
Otra vía empleada casi desde el inicio de la radiodifusión fueron las cartas enviadas a los animadores de los programas. En la Cuba de ayer, Clavelito recibía 60 mil cartas mensuales cuando cambió la música guajira por los radiomilagros.[40] En la Lima de hoy, el Ronco Gámez llena canastos con cartoncitos de caldos maggi enviados por amas de casa dispuestas a ganarse la lavadora o un canastón de comida. 
Están los papelitos campesinos, enviados sin sobre ni estampilla.[41] Están las cartas para pedir un ramillete musical. Están las infaltables de soy un fiel oyente de tan prestigioso programa. Están las cartas de mujeres sufridas que hablan con pena de su marido borracho y las de jóvenes entusiastas, convencidos de su vocación locutoril, que piden un examen de prueba. Las emisoras se volvieron sucursales de correos.
Hoy, más que cartas de papel, tenemos correos electrónicos, los emilios, como dicen en España. En muchas emisoras, ya se cuenta con acceso a Internet en la cabina master, de manera que estos mensajes lleguen de inmediato a los locutores y éstos los puedan leer directamente desde la pantalla de la computadora. El uso creciente de este canal de participación trae excelentes augurios para la radio.
Las llamadas telefónicas
En Asunción, conocí una conductora que sabía, antes de levantar el auricular, quién la llamaba. Porque siempre timbraban los mismos oyentes y casi a la misma hora. Ella conocía el nombre de todas sus fans, las tuteaba, estaba feliz con el teléfono instalado en la cabina. Aquello, más que programa de radio, parecía un té de vecinas.
Hay que escapar de esos círculos estrechos, falsamente participativos. Para comenzar, digamos que no hay que sacar al aire todas las llamadas. Si insiste otra vez la quinceañera, la saludaré por teléfono interno y hasta mañana. Si un político llama todos los días buscando tribuna gratis para sus ideas, lo remitiré al debate del domingo. Si un melancólico encontró en mi programa su terapia, le daré el número de la emisora rival.
Que llamen muchos y muchas, sí, pero distintos. Que llamen los de cerca y las de lejos, amigos y enemigos. Y si no llaman, ¿por qué no tomamos nosotros la iniciativa? La línea telefónica es de ida y vuelta. ¿Qué pasa si los conductores marcan un número al azar y se mandan una entrevista con quien se ponga al aparato? ¿Por qué no ensayar una vox pop por teléfono, por qué no ampliar un debate con cualquiera que nos salga en la otra punta de la línea? También podemos hojear las páginas amarillas y llamar a determinados establecimientos comerciales o empresas, y especificar la participación que buscamos. Si cuelgan, no pasó nada. Y si se enganchan con nuestra conversación, ganamos una nueva voz y estrenamos un oyente.
Los animadores de la revista aprenderán a hablar radiofónicamente por teléfono. No hay que olvidar que la conversación está saliendo al aire y no puede circunscribirse a quien está en la otra punta de la línea. El conductor está hablando con una persona, pero está siendo escuchado por miles. No puede, por consiguiente, charlar como si estuviera en su casa, perdiendo de vista -mejor, de oído- a la gran audiencia. Esto implica ritmo, agilidad, intuir al interlocutor sin verlo, saber formular preguntas abiertas, saber cortar a tiempo, evitar cualquier indiscreción o insinuación de mal gusto, no perder nunca el control de la situación, aunque nos suelten una impertinencia. Se requiere todo un entrenamiento para aprender a combinar la intimidad del teléfono con la masividad de la radio.
La radio entre la gente
A quienes nos visitan, escriben y llaman, los recibiremos con hospitalidad y les abriremos nuestros micrófonos. No basta, sin embargo, bienvenirlos en la emisora, hay que bienhallarlos allí donde están, donde la gente vive.  
¿Y no es suficiente si vienen a la radio? No, porque la mayoría no viene. Además, aunque lo hicieran, los resultados comunicacionales serán muy diferentes. Compruébelo con un sencillo experimento. Una vecina de un barrio popular ha escrito a la emisora protestando por las aguas negras, por las alcantarillas que el candidato prometió y nunca llegaron. Invítela a la emisora. Hágala pasar a cabina y dígale que formule su denuncia. La alfombra, el aire acondicionado, la luz fría, el silencio, el micrófono, el dedo alzado del operador, la señal de hablar... Lo más probable es que nuestra amiga se sienta inhibida y su denuncia tenga poca fuerza y mucha formalidad. Ahora, invirtamos la situación. Es el locutor quien va al barrio. Se reúne con los pobladores, le enseñan el agua empozada, la pestilencia. Saca la grabadora y pide que expliquen la situación. La vecina lo hará con su lenguaje cotidiano, se expresará con energía, levantando la voz. Está jugando en su propia cancha. Está respaldada por sus vecinos. Y el problema está ahí, a la vista de todos.
Una radiorevista de exteriores, que entra en contacto directo con sus oyentes y nutre sus secciones con palabras frescas, con opiniones recogidas al calor de los acontecimientos. Si contamos con unidades móviles o celulares, mucho mejor. Y si no, vamos a la calle con uno de los aparatitos más democráticos que se han inventado, la grabadora reportera, que ha permitido hablar a medio mundo. (¡Para que el otro medio escuche bien, limpie los cabezales, ponga pilas nuevas y use micrófono externo!). El asunto es salir, movilizarse, llevar la radio a la gente, transmitir desde la otra punta del arco iris. Augusto Boal decía que se puede hacer teatro en todas partes, ¡incluso dentro de las salas de teatro![42] Digamos nosotros, entonces, que se pueden hacer radiorevistas, ¡hasta en las cabinas de las emisoras!
Tan bonita como útil
El género informativo atraviesa toda la radiorevista. En su diseño, se pautan boletines de prensa cada hora o media hora, avances, flashes, la programación se interrumpe para mantener al público al tanto de lo que está pasando en el país y en el mundo. Ya hablamos de esto al tratar de la política informativa de la radio.
Son acontecimientos de interés colectivo, noticias. Pero hay otros sucesos de interés individual, los que comúnmente llamamos avisos o servicios sociales, que tienen un sitio especial en las revistas y que captan mucha audiencia. Porque lo que más interesa a Pancho es si su mujer parió un Panchito.
Estas noticias familiares consiguen, sin mucho esfuerzo, el mayor puntaje de sintonía, a gran distancia de cualquier otro formato. En la Amazonía peruana, los ribereños hacen cola cada mañana frente a La Voz de la Selva para avisar que el barco se retrasó, que vendí los plátanos a buen precio, que el boticario es un abusivo, que me encuentro sola, mamita, no te olvides de tu hija. No lee el texto un locutor, lo dicen ellos con sus palabras, con su emoción, hablando de tú a tú con ese familiar distante, pero que a esa hora, religiosamente, estará pegado a su radito, oyendo el Directo-Directo.
En el altiplano de Bolivia y en el sertón de Brasil, desde las sierras mexicanas hasta las llanuras patagónicas, miles de emisoras, populares y comerciales, han brindado generosamente este servicio a la comunidad. Si se tomara en cuenta la utilidad que han representado esos innumerables avisos transmitidos a lo largo de tantos años, sólo por ello habría que condecorar a la radio como el medio de comunicación más servicial de todos.
En las emisoras de las grandes ciudades, esta sección de servicios sociales continúa, sólo que ha cambiado de temática. No se avisa el burro perdido, pero sí el carro robado. El sentido es el mismo: hacer más llevadera la vida de los oyentes, facilitar las cosas, ayudar a resolver los problemas que se nos presentan cada día.
Otra utilidad, inmediata, es saber la hora. Los que tienen reloj y los que no tienen, ambos agradecen que se les recuerde el retraso. En una revista, especialmente matinal, hay que dar la hora con bastante frecuencia.
Están las informaciones meteorológicas, que suelen predecir lo contrario de lo que va a pasar. No importa. Transmita el estado del tiempo. Luego, recomiende paraguas si anuncian sol y abrigarse bien cuando pronostican la entrada del verano.
Algunas revistas cuentan con reporteros o contactos en la policía de tránsito que les mantienen al corriente de las carreteras bloqueadas y las rutas de mejor circulación. Los choferes ahorran tiempo e hígado con estas indicaciones. Una emisora de Sao Paulo se compró un helicóptero para observar los atascos y dirigir el tráfico desde el aire.
En la prensa escrita siempre han tenido éxito los clasificados. ¿Y si hacemos lo mismo por radio? Pueden resultar más coloquiales que las dos líneas miniaturizadas del periódico. Experimente, nada pierde. Abra una sección de compras y ventas, de artículos usados, de muebles de segunda mano, de cambalache y permutas. Se sorprenderá del flujo de avisos.
Otro tanto puede hacerse con la bolsa de trabajo. Los que buscan empleados y los que ofrecen su fuerza de trabajo, pueden publicitarse en la revista. En estos tiempos de economía informal, la radio puede contribuir a resolver, siquiera provisionalmente, muchos casos de desempleo.
Son innumerables las informaciones útiles que se pueden canalizar a través de una revista. Las farmacias de turno. Los precios del mercado. La guía de espectáculos. Los trámites legales, cómo y dónde hacerlos. Los primeros auxilios. Los últimos trucos para limpiar la ropa manchada y arreglar sartenes rotos y planchas quemadas.
En fin, que no falten las recetas de cocina, una de las secciones más imbatibles de todos los tiempos en todas las emisoras. Porque, como decía Rius, la panza es primero.  
               
El consejo nuestro de cada día
               
Otra sección típica de las revistas y que siempre ha gozado de gran aceptación entre el público es el consultorio. Su producción es muy sencilla: se invita a un especialista a la emisora y los teléfonos quedan abiertos para que los oyentes llamen y pregunten. Como la consulta es gratis y no hay que moverse de casa para hacerla, suelen llover las llamadas. Desde luego, la clave del éxito radica en la autoridad, capacidad y confianza que logre despertar el consultor.
¿Consultorios de qué? El más conocido y tradicional es el de la Doctora Corazón. Bien llevado, este espacio de orientación sentimental resulta muy útil y socorrido por cantidad de personas que andan solas y tristes, confundidas, que hambrean una palabra de aliento para seguir cargando la vida. Un consejo que intuyen, pero no se atreven a formular: ¡sepárate de ese energúmeno, muchacha!... ¿cómo vas a estar enamorada de dos al mismo tiempo?... ¡no sea tan celoso, caballero, llévela suave!... ¿por qué no hablas con él y le cuentas esto mismo?... Sólo se burla de estos espacios quien no ha necesitado recurrir a ellos. O quien tiene dinero para pagar un sicoanalista.
Pensemos otras posibilidades. Un consultorio médico donde el público llama y explica sus síntomas y dolencias. Un consultorio sexológico donde la gente pregunta sobre la eyaculación precoz, cómo se pone el condón o a quién de los dos hay que hacerle tomar la píldora. Un consultorio laboral para analizar derechos y deberes de los trabajadores. Un consultorio jurídico para aclarar líos de tierras, herencias y otros entuertos. Un consultorio financiero donde se orienten buenas inversiones, cuánto necesito para poner un puesto de salchipapas, con quiénes puedo asociarme para montar una cooperativa de taxis. Un consultorio de belleza que nos diga cómo subir el busto y bajar la celulitis. Un consultorio ecológico, que responda inquietudes sobre la gasolina sin plomo y donde reciclar el papel y las botellas. Un consultorio veterinario donde uno pueda enterarse sobre gatos inapetentes y cómo tranquilizar a Nerón. Y otro botánico, para aprender a hablar con las plantas y saber distinguir los hongos venenosos. Un consultorio escolar, especialmente antes de los exámenes, donde los chicos llamen y pregunten cómo hacer una regla de tres y quién fue Nabucodonosor. Un consultorio religioso, con un cura o un pastor a la cabeza, que resuelva de una vez por todas si el diablo existe, si Dios creó al mundo en siete días o si Jesús murió en Cachemira. Un consultorio astronómico para distinguir un púlsar de un quásar. Y otro astrológico, para saber si un sagitariano combina con una tauro, o si es mi ascendente el que me tiene descendido. ¿Y qué tal un consultorio para interpretar sueños? ¿Y otro para dar a conocer la etimología de los nombres? ¿Y uno grafológico, donde te descubran el carácter a partir de la carta que enviaste a la emisora?
Todo funciona. Todo ayuda. Con una impajaritable condición: que invitemos a gente seria y no a charlatanes. Especialistas que conozcan su materia y tengan carisma para aconsejar.
¿Sabía usted que...?
... el guepardo es el animal más veloz de la tierra, alcanzando los 115 kilómetros por hora cuando se lanza tras su presa? ¿Sabía usted que con un solo huevo de avestruz se puede hacer una tortilla para dar de comer a doce personas? ¿Sabía usted que en la Gran Pirámide de Keops se necesitaron 4 mil albañiles permanentes durante 30 años para levantar los 2 millones 300 mil bloques de piedra caliza que tiene, cada uno con un peso de 2 toneladas y media?
                              
Los conductores de la revista irán acopiando libros de anécdotas, diccionarios de personajes ilustres, récords de Guinness, efemérides, frases célebres, enciclopedias infantiles que suelen tener muchos datos científicos en lenguaje muy sencillo. En ellos, encontrarán mil curiosidades para hacer atractivo el programa.  
¿Para qué sirven estos conocimientos? Para nada. Pero llaman la atención. ¿Para qué sirven? Tal vez para sospechar que el mundo va más allá de lo que alcanzo a ver con mis ojos. Que hay maravillas de la naturaleza y de la historia que vale la pena conocer. ¿Sabía usted cuál filósofo definió al hombre como un animal curioso?
               
A la una, a las dos... ¡y a los concursos!
                                              
¿Quién no lleva por dentro un niño o una niña que aún no jugó lo suficiente? Así pues, ni cursos ni discursos: ¡concursos!
Los hay de tres tipos:
                = Los de competencia, donde gana el mejor.
            = Los de azar, donde gana la más suertuda.
                = Los de participación, donde nadie gana y todos gozan.
¿Cuáles sirven en nuestras revistas? ¡Los tres! Todos divierten, individuales y colectivos, de saber o adivinar, realizados por teléfono, por cartas, con la móvil en la calle o con público en la cabina. La única precaución en los concursos es no humillar al oyente. El asunto es reírse con la gente, no de la gente.
Los concursos en radio aparecieron ligados a las radionovelas. Las empresas jaboneras patrocinadoras regalaban desde un exprimidor de limones hasta un carro último modelo o una casa. El premio podía aparecer en el mismo cartón del detergente o rifarse luego en la emisora, metiendo todas las etiquetas en una tómbola.
Después de estos primeros concursos simplemente comerciales, se estrenaron otros que podríamos llamar propagandísticos. La Frase Semanal consistía en repetir machaconamente el slogan de la emisora. La Palabra Misteriosa obligaba al oyente a escuchar la programación durante toda la mañana para ir coleccionando letras sueltas y, al final, formar una palabra que daba derecho a participar en la rifa.
Poco a poco, los productores fueron descubriendo el valor propio de los concursos, su carácter lúdico y su objetivo principal: entretener y captar la atención del público por la misma dinámica del juego y no tanto por la expectativa del premio a ganar.
Desde entonces, el listín de concursos experimentados en las emisoras es interminable: adivinanzas, trabalenguas, imitación de personajes, la mentira más grande, quién canta qué, el medio refrán, competencia de chistes, competencia de piropos, bingo por radio, el sonido misterioso, el karaoke radial, el primero que llegue a la emisora vestido de amarillo...[43]
Podemos programar estupendos concursos sin necesidad de premios. También dar regalos sencillos: camisetas, calendarios, discos, llaveros... Lo importante, sin embargo, es estudiar la competencia y no quedarse atrás si las otras radios están ofreciendo premios más atractivos que los nuestros. La manera más barata y eficaz será siempre la de canjear por publicidad los artículos que vamos a rifar.[44]
Una fórmula interesante son los regalos colectivos para una comunidad o un barrio. O amarrar premios individuales con un equivalente para alguna institución benéfica. Si el concursante gana, la mitad es para él y la otra mitad para un comedor popular  o una aldea infantil.
Prohibido prohibir: los debates
Las mesas de debates -formato autónomo y con dinámica propia- con frecuencia se insertan en las radiorevistas largas. Suelen ser uno de los recursos privilegiados por los conductores, dado lo apasionantes que resultan si se saben manejar. Los tratamos en este capítulo, indicando que podrían igualmente desarrollarse dentro del género periodístico de opinión.[45]
Debatir, discutir, polemizar. Pólemos viene del griego y significa guerra. Una guerra que, por una vez al menos, deja saldo positivo. Los formatos polémicos, más que otros, contienen un alto valor educativo. Invitan a pensar, a tomar posición a favor o en contra de los que debaten. Así se entrenan los músculos de la mente, se cultiva el pensamiento propio a partir de ideas contrapuestas.
Veamos los cuatro elementos fundamentales para lograr un buen debate:
= El tema seleccionado. Que sea provocativo. Que encienda los ánimos. Los grados de temperatura de un tema dependen, concretamente, de su actualidad o de su carácter tabú. Pueden ser noticias de primera plana, el problemón del desempleo o las chauvinistas leyes migratorias. Pueden ser también temas más cotidianos: ¿hombres con aretes?, ¿los sueños predicen el futuro?, ¿cuál es la comida más rica del mundo?, ¿qué palabras no se deben hablar delante de los hijos? Tal vez la abuelita o el panadero se animarán a participar en un programa sobre estas cuestiones aparentemente banales. Y a pasito lento, se andará más lejos de lo que creíamos. Por todos los caminos se llega a la conciencia.
Ningún tema debe estar prohibido. Si en una determinada cultura, más tradicional o moralista, resulta chocante hablar de la masturbación o de nuestros antepasados los monos, podemos abordar otros temas que no colapsen la participación popular y sean igualmente atractivos. Por otra parte, la radio no puede acomodarse eternamente a los convencionalismos. Hay que quebrar cascarones, desempolvar prejuicios. Este formato tiene a su favor la imparcialidad: la radio no se abandera con una u otra opinión, sino que facilita el espacio para discutir libremente los puntos de vista. Además, todas las cosas son como se traten. Se puede hacer un debate sobre la homosexualidad con mucha audacia periodística, pero sin espantar a quienes mantienen un pensamiento atrasado sobre el tema. Calientes sí, morbosos nunca.
= Los invitados o invitadas. Éstos, naturalmente, tendrán ideas contrarias. Además, deben seleccionarse de un nivel semejante, sea por el cargo que desempeñan o por su capacidad de argumentar. No vale echar al ring a un peso pesado contra un pluma. Si así fuera, la emisora mostraría sus preferencias y perdería credibilidad.  
Los invitados no tienen que ser especialistas o académicos. Quien más sabe de un problema es quien lo padece. Para debatir sobre el control natal invitaremos a una mujer casada y cansada de tener hijos y a un médico conservador. Si el tema es la reforma escolar, que hablen los profesores, pero también los estudiantes. Y si se trata de mujeres sacerdotas, que venga una que quiera serlo.
¿Cuántos invitados? La mejor solución radiofónica son dos y con el moderador, tres. Así no se confunden las voces. De todas maneras, podemos experimentar con tres invitados que sostengan posiciones contrapuestas. Poniendo cuatro o más polemistas, corremos el riesgo de que nadie sepa quién está contra quién ni qué voz es la de cada uno.
= El moderador o moderadora. Puede ser el mismo conductor o conductora de la revista u otro colega que maneje bien el tema y la metodología del debate. El nombre de su función -moderar- puede resultar engañosa porque él o ella deben ocuparse tanto de aplacar los ánimos de los invitados, si andan exaltados, como en exaltarlos, si andan a fuego lento. Por esta razón, quien modera debe dominar la técnica del abogado del diablo tanto con un bando como con el otro.
¿Cuáles son los errores más frecuentes en que incurren los moderadores y moderadoras de debates?
            Moderar demasiado
Poner normas rígidas, innecesarias, que si un minuto exacto para cada uno, que si la tiranía del reloj, que si ya agotó su tiempo, que aquí mando yo. Antes del programa, establezca la metodología. No hay que recordarla a cada momento cuando estamos en el aire.
            No moderar nada
Saludar y presentar el tema y después quedarse como invitado de piedra mirando cómo bostezan o como se jalan las greñas quienes debaten. Ni tanto ni tan poco. El programa acabará descontrolado y seguramente el moderador sea llamado esa misma tarde por la dirección de la radio.
            Robar protagonismo
Un debate no es una entrevista colectiva. Los invitados pueden hablar directamente entre sí sin pasar necesariamente por las preguntas del moderador. Al principio, estas preguntas sirven para motivar el debate. Pero si la mecha se prendió no hay que seguir soplando.
            No ser imparcial
Regla inviolable de la moderación es la imparcialidad. Quien modera, en ningún caso debe dar o filtrar su opinión. Tampoco deben favorecer a un invitado, permitirle más intervenciones, satirizar la posición contraria. Así no vale.
            Sacar conclusiones
Un debate siempre debe quedar abierto y que gane quien gane. No le corresponde a quien modera sacar conclusiones ni juzgar quién argumentó mejor ni quién tiene la razón. Los moderadores tampoco tienen que hacer esos odiosos "resúmenes" sintetizando las posiciones de cada cual. ¿Qué hacer, entonces, al final? Agradecer a los invitados, invitar a la audiencia a seguir discutiendo, y hasta la próxima.
No es fácil moderar. Implica mucho conocimiento sobre el tema para cruzar inteligentemente las opiniones contrarias. Supone un buen dominio de nervios y control del tiempo. Implica humor, ingenio, flexibilidad. Saber cortar al charlatán, saber estimular al apabullado, dar iguales oportunidades a todos. Y que nunca decaiga el ritmo. A lo que más se parece una mesa de debate es a una de ping-pong.
= Dinamizadores. Para mantener el buen ritmo, el moderador puede echar mano a varios recursos que dan brillo y agilidad al programa. Repasemos los principales:
Un testigo o testiga
No está invitado a debatir, sino a contar su experiencia. Quizás prefiera mantenerse en el anonimato o incluso que se le desfigure la voz cuando habla. Puede intervenir desde el comienzo del programa o a la mitad, para relanzar el tema. Si hablamos de la drogadicción, que dé su testimonio un drogadicto.
               
                Un sociodrama
Insertemos una historia breve, provocadora, tal vez sin final, para sensibilizar sobre el tema que nos ocupa. Cambiará bastante el debate acerca de la eutanasia si lo hacemos después de escuchar una escena patética de una enferma de cáncer que reclama su derecho a morir.
                Una encuesta
Pregrabada o en directo con la móvil, la voz popular cuestionará, seguramente, los argumentos de los invitados. A mitad del programa, un sondeo callejero cae muy bien. Con un poco más de tiempo, podemos preparar un reportaje sobre el tema.
                Una canción
Que puede servir como desencadenante de la problemática y como cortinas ambientadoras. El vallenato del Santo Cachón y, aún mejor, la respuesta de la Cachona, alborotarán más a la audiencia que cualquier discurso sobre la infidelidad conyugal.
Noticias de actualidad, cartas de los oyentes que se refieren al tema, estadísticas de archivo, llamadas telefónicas... todo ello contribuye a dinamizar la discusión sin reducirla exclusivamente a la opinión de los invitados.
También podemos desarrollar un debate sin polemistas ni invitados especiales. En este caso, los conductores de la radiorevista proponen el tema a través de alguno de estos dinamizadores y piden directamente la opinión de los oyentes, sea por teléfono, por móvil o con público presente en la emisora. En cualquiera de las formas, los conductores no deberán dar su opinión ni sacar conclusiones al final del debate.
En la televisión están muy de moda los talk show. El gancho de estos programas está dado por la personalidad fuerte del presentador o la presentadora y la combinación de elementos: invitados especiales, gente en el set que también opina, testigos disfrazados, teléfonos abiertos, cámara móvil reportando desde la calle. Con lo dicho hasta aquí, no es difícil imaginar un talk show radiofónico.
Para terminar, dos palabras sobre la estructura interna de los debates. El esquema básico es el siguiente:
               
Apertura
El moderador saluda al público y presenta el tema de una manera periodística, provocativa, no simplista.
                Presentación de los invitados (nombres y cargos)
Una primera oportunidad para que saluden o digan algo. Así los oyentes conocerán sus voces. Durante todo el programa, el moderador se referirá a ellos por sus nombres y cargos para identificarlos ante un oyente distraído o que tomó el debate ya empezado.
                Primera ronda
            Los invitados explicitan sus puntos de vista. El moderador guía más las preguntas en esta parte. Atiza el fuego.
                                        Segunda ronda
                        Polemizar, argumentar. El moderador interviene menos, deja que los invitados discutan entre sí. Si el ritmo decae, hace preguntas incisivas a unos y otras.
                Tercera ronda
Entran las llamadas telefónicas o las opiniones de los presentes en cabina. Los recursos dinamizadores (testigos, sondeos, dramas, canciones) pueden reforzar cualquiera de las rondas.
            Ultima ronda
Como en los juicios, el moderador da una última oportunidad a cada invitado, una especie de alegato final para sintetizar sus posiciones.
                Cierre
Como dijimos, el moderador no concluye nada. Agradece a los invitados y rebota el tema a los oyentes: ¿qué dicen ustedes? Despedida del programa.
Un debate así, con todos los componentes, puede durar una hora o más. También podemos limitar los recursos y llevarlo a media hora. O por el contrario, extenderlo a lo largo de toda la revista, como hilo conductor, intercalando otras secciones de diferentes contenidos entre los segmentos polémicos.
El problema no es la duración, sino la calidad de los debates. Bien manejados, se volverán indispensables en el diseño de una programación moderna y educativa.
  
Tribunales de anteprimera instancia
¿No se ha dicho siempre que la prensa es el cuarto poder? Pues vamos a ejercerlo. A ponerlo al servicio de los sin poder. Vamos a aprovechar toda la autoridad moral y el caudal de audiencia que hayamos podido acumular en nuestra radio para favorecer a los excluidos del sistema neoliberal que, desgraciadamente, son la mayoría de la población. Debatir ideas, sí. Resolver problemas, también.
Luis Cabrera, en los años revolucionarios de Nicaragua, convirtió su revista mañanera en un tribunal. A Contacto 6-20 llamaba todo el mundo: el vecino a quien le habían cortado arbitrariamente la luz, los de Villa Libertad donde no recogían la basura, los del asentamiento Jorge Dimitrov, a quienes el INAA tenía sin una gota de agua desde hacía una semana. Y Contacto 6-20 llamaba a las autoridades públicas y a los correspondientes funcionarios. El conductor mantenía en una línea al demandante y por la otra se comunicaba con la institución demandada.
CONDUCTOR           Soy Luis Cabrera, de La Voz de Nicaragua. Tengo una denuncia de la comunidad del Jorge Dimitrov que...
SECRETARIA            Lo siento, señor. Tiene que pasar por nuestras oficinas. (CUELGA EL TELÉFONO).
CONDUCTOR           Pero, compañera... ¡Ya ven, amigos oyentes, cómo es el trato en el Instituto Nicaragüense de Agua y Alcantarillado!
Ése era el primer round. La pelea continuaba a los pocos minutos. El conductor volvía a la carga.
SECRETARIA            No moleste, señor. Ya le dije que pasara por las oficinas...
            CONDUCTOR           ¿Cómo se llama usted, señorita?         
            SECRETARIA            ¿Yo?
CONDUCTOR           Sí, usted. Está hablando con Luis Cabrera, de La Voz de Nicaragua. Estamos al aire, la están escuchando miles de personas. Póngame de inmediato al señor gerente, el Ingeniero Argüello.
            SECRETARIA            ¡Ideay!... Espéreme un momentito, señor...
CONDUCTOR           (AL PÚBLICO) Por lo visto, amigos radioescuchas, los del INAA no quieren dar el agua... ¡ni tampoco dar la cara!
SECRETARIA            Señor, el gerente no puede atenderlo ahora. Está en una reunión...
            CONDUCTOR           ¿Y cuándo acaba esa reunión?
            SECRETARIA            No sé, señor... Llame en una media hora...
El tercer round, a la media hora. Luis Cabrera llamaba y otra vez lo ninguneaban. Nunca estaba el gerente. Pero tanto da la gota en la piedra hasta que la agujerea. Porque todo, las insistencias del conductor y los desplantes de la institución, salían en directo. Al final, se daba el contacto entre el periodista y el funcionario. Mejor dicho, entre éste y los vecinos sin agua.
GERENTE       Pero, señora, entienda, estamos en guerra, no tenemos personal para todas las emergencias.
VECINA         ¡Pero ustedes prometieron arreglar esos tubos y eso fue hace un mes!
            GERENTE      Como le explico, estamos...
VECINA         No me explique nada, señor. ¡Dígame cuándo van a arreglar los tubos!
GERENTE       Está bien, señora, no se altere. La próxima semana enviamos la cuadrilla...
A la semana siguiente, vuelta otra vez. El conductor llamaba al INAA y la vecina se ponía al habla con el gerente.
VECINA         ¿Qué jodida cuadrilla mandó usted al Jorge Dimitrov que todavía no hemos mirado a nadie?
           
Antes se cansaba el funcionario que la vecina y el periodista. Por fin, venían los obreros a arreglar el entubado. Para el barrio, un alivio. Para la emisora, un chorro de credibilidad. Y para los de INAA, una preocupación creciente cuando volvía a sonar el teléfono y escuchaban:
            CONDUCTOR           Soy Luis Cabrera, de La Voz de Nicaragua...
Tenemos que experimentar estos formatos de intermediación que convertirán a la emisora en negociadora de conflictos sociales. Si un vecino protesta porque hay una ola de asaltos callejeros, hay que llamar a la estación de policía y provocar un careo entre el ciudadano y la autoridad competente. Si una mujer es apaleada por su marido, hay que contactar a la Comisaría de la Mujer y rastrear a ese picapiedra. Si en el hospital no atienden bien, hay que interpelar a sus directivos. Y si los concejales y hasta el mismísimo alcalde prometieron y no cumplieron, la ciudadanía les pedirá cuenta. El que la hace, que la pague. Y el que la embarra, que la barra.
Hay que ser ecuánimes. No toda protesta popular merece nuestro apoyo. Ni toda demora institucional, nuestra condena. Corresponde a los conductores estudiar cada situación, consultar en caso de duda, y ver cómo puede resolverse de la mejor manera. A veces, se necesitará un contacto directo entre denunciantes y autoridades. Otras, bastará con dar una orientación a quien llama y decirle a dónde dirigirse. Y otras, aconsejar un poco de paciencia porque la llegada de las lluvias no depende del gobierno.
¿Quiere saber más de este formato? En mi otro libro, Ciudadana Radio, lo desarrollo ampliamente y lo bautizo como periodismo de intermediación. Dicho periodismo resulta más urgente y más eficaz que nunca para construir ciudadanía, que es, en definitiva, la misión de un medio de comunicación social.[46]
Radiorevistas compactas
Todos los formatos dramáticos, periodísticos y musicales vistos en los capítulos anteriores (VII, VIII y IX) tienen cabida en una radiorevista. Usted puede programar en ella un cuento de terror, una canción dramatizada y un personaje inesperado. Puede incorporar un sondeo de opinión, una mesa redonda y un reportaje investigativo. Los magazines son de hule: se estiran para todos lados, cubren todos los géneros de la producción radiofónica.
Otra opción son las revistas compactas. Estamos hablando, en este caso, de programas de 15 a 30 minutos de duración. A pesar de su brevedad, siguen caracterizándose como revistas, puesto que tienen conductores, variedad de géneros y de contenidos. Se trabaja la misma estructura flexible de una revista larga, pero con menos tiempo y, por lo tanto, menos versatilidad.
Muchos grupos externos a la emisora se deciden por este camino, más accesible a sus posibilidades de producción. Igualmente, muchos educadores populares prefieren revistas compactas, porque así pueden concentrarse mejor en sus objetivos. Temas de agropecuaria, de derechos humanos, de salud, de catequesis, se suelen trabajar en estos espacios cortos.
Las revistas breves tienen la ventaja de serlo. Pueden, por tanto, elaborarse con mayor cuidado, puliendo bien cada segmento. Ahora bien, precisamente por breves -y tal vez semanales-, el peligro radica en querer decirlo todo. Algunos conductores impacientes, por el afán de aprovechar el tiempo, meten cinco, seis, siete secciones distintas en media hora. Transforman el programa en embutido, una salchicha de ideas que nadie puede asimilar. Compactar no significa atiborrar los 30 minutos con lo que antes se decía en tres horas. Se refiere a un estilo más preciso, con menos música, más ordenado incluso.
Otro peligro es no decir nada. Como el tiempo es corto, se saluda, se pone un disco, se dice lo que se va a decir, se pone otro disco y, al final, no se ha dicho nada. Esto ocurre, sobre todo, cuando los conductores improvisan. Si no tienen ordenadas las ideas -o no tienen ideas- el tiempo se va volando, como la paja que se habla.
Para evitar ambos peligros, tal vez sea mejor, al menos en un comienzo, someterse a una estructura básica para armar la revista compacta. ¿Cuántas secciones? Dos, máximo tres. Si podemos contar con una pareja de conductores, estupendo. Éstos abrirán con un saludo alegre y -sin la tan habitual como inoportuna cancioncita para descansar- presentarán el tema central. Este contenido principal, que ocupará el mejor tiempo del programa, puede trabajarse de múltiples formas: un drama seguido de vox pop y comentario, una mesa redonda, una entrevista colectiva, una narración que desemboca en un debate, un testimonio con llamadas telefónicas... Después de esta sección principal, caerá bien una canción. La segunda sección será más liviana: algunas noticias, algún concurso, una entrevista breve. Una segunda canción, algunas cartas y avisos, y la despedida.
La radiorevista es un yate ligero. Largas o cortas, las revistas no pueden cargar demasiados contenidos, mucho lastre, so pena de hundirse. Aquí vale el dicho al revés: para que zozobre, mejor que fafalte.
 
¿Y las 364 que faltan?
Haga memoria: ¿se acuerda de su estreno en radio, de aquellas primeras revistas que sacó al aire? Despliegue de imaginación, de entusiasmo, de andar afiebrado experimentado formatos y probando todos los trucos de la consola. Escoba nueva barre bien.
Después, comenzaron las prisas, los reprises porque no había nada que poner, el entrar a cabina con los papeles desordenados. O sin papeles, la pura improvisación. Es que producir un buen programa es asunto fácil. El quebradero de cabeza comienza con el de mañana, el de pasado y el de después de pasado. La creatividad radiofónica se mide en tramos largos: semanas, meses, años. De nada vale que una revista sea una obra maestra, si las que vienen atrás se escriben con otra m, la de mediocridad. El virus que siempre está al acecho, que ataca a novatos y experimentados, no es otro que la rutina. Y el único medicamento que lo ataca se llama planificación.
La revista de hoy no se piensa hoy, ni siquiera ayer. Supone tomar pizarra y marcador, ver el calendario y administrar la producción. Y hacer todo esto en equipo. Algunas secciones serán frías (no por aburridas, sino por tenerlas grabadas de antemano). Otras, deberán ser trabajadas al filo de la actualidad. En la parrilla de planificación se determinarán los temas (qué), los formatos y recursos a emplear (cómo), el responsable de cada sección (quién o quiénes), la fecha de emisión (cuándo). ¿Y si hay que reajustarlo todo porque al Presidente de la República le dio un infarto? No hay problema. Quien cambia lo planificado se llama flexible. Quien no planifica, irresponsable.
 
 
¡A jugar se ha dicho!
Para algunos animadores, las niñas y los niños son enanos. Así los tratan y así los regañan, con la severidad y pesadez de nosotros, los adultos. Son esos programas infantiles que se gastan en dar consejos, amonestaciones para que los chicos estudien, para que se porten bien. El slogan clásico de estos revisteros es aquello
de los niños son los hombres del mañana. ¿Y hoy? Parecería que niños y niñas valen por su futuro, no por lo que ahora son.
Otros, por el contrario, los tratan como bobitos. Como retrasados mentales. El conductor -más frecuente, la conductora- se dirige a ellos con un lenguaje ñoño, con abundancia de diminutivos, todo un derroche de amor sobreactuado.[47]
Ni tanto consejo de maestros ni tanto cariñito de abuelos. Lo que más interesa al niño es jugar (¡y transgredir las normas de los adultos!). Un programa infantil se caracterizará, fundamentalmente, como un espacio de juegos y aventuras. Los animadores del espacio vendrán siendo como los jefes de patrulla, líderes de la travesura.
Para los juegos, lo principal es la imaginación. Radio Color, en La Paz, invita a las niñas y niños que llaman por teléfono a entrar en una cueva misteriosa en busca del tesoro del pirata. Lucía, la conductora, los va guiando a través del viaje fantástico.
                CONDUCTORA      ¿Qué estás viendo ahora, cuéntame?
                NIÑA                            Veo... veo una montaña grande delante de mí...
                CONDUCTOR       ¿Una montaña dentro de la cueva?
                NIÑA                   Sí... ¡una montaña de helado!
                CONDUCTORA      ¿De vainilla?
                NIÑA                  No, de chocolate es... ¡Una montañota!
             CONDUCTORA     ¡Uy, qué rico!... Come un poco y sigue caminando...
                                               ¿qué más ves?
                NIÑA                  Ahora veo... veo un perro feo...
            CONDUCTORA        ¿Un perro anda por ahí?... (AVISA AL LOCUTOR)
            NIÑA                         Sí, es un perro horrible...
                EFECTO                          UN LOCUTOR HACE DE PERRO Y LADRA AL FONDO
                CONDUCTORA      ¡Cuídate de ese animal y sigue avanzando!
En una revista infantil, el universo se vuelve animado. Todo puede hablar: las cosas, los animales, las plantas, las estrellas. Basta desfigurar un poco la voz para tener al Tiranosaurio Rex hablando en cabina. En el capítulo VI ya nos referimos a las personificaciones.
Nada hipnotiza más a un niño o una niña que los cuentos. Almacenemos todos los cuentos habidos y por haber, nacionales y extranjeros, de aventuras, de hadas y monstruos. Algunos, muy crueles o discriminadores, los dejaremos a un lado. Pero la mayoría sirven. Tampoco hay que aplicar una lupa muy potente, como la de aquel dictador que censuró el gorro rojo de caperucita.[48]
Mucho mejor, si grabamos nuestros propios cuentos. ¿Contamos con actores, músicas y efectos? Perfecto. Si no, a una sola voz, haciendo onomatopeyas con la boca y doblando los personajes que van saliendo en la narración. Como en casa, cuando leemos cuentos a nuestros hijos e hijas.
Los concursos son también un ingrediente básico en cualquier programa infantil. Preguntas de ingenio, colmos, el grito más largo y el mejor imitador de ranas. Competencias al aire libre, de carreras, cometas y lo que se nos ocurra. En la emisora y en la calle y en la escuela, con premios o sin premios. El asunto es jugar.
¿Y las mascotas? Búsquese un mono, una cotorra, todos los animales que pueda. Hablarán en el programa y serán los mejores amigos de los niños cuando éstos vengan de visita a la emisora o cuando la emisora los visite en sus comunidades. Una costurera amiga puede diseñar lindos disfraces: un pirata loco, un marciano despistado, una computadora coqueta, un payaso guaso. Cuando salga la móvil para una transmisión infantil, que vaya acompañada de estos personajes. Hacer radio para niños tiene mucho de circo.
Y tiene mucho de derechos humanos. No hay que olvidar, como dice la UNICEF, que en América Latina la mayoría de los niños son pobres y la mayoría de los pobres son niños. Por eso, en las radiorevistas infantiles debe haber un tiempo para jugar y otro para ponerse serios. Hay que hacer hablar a los niños trabajadores y a los que deambulan por las calles. Que hablen las niñas abusadas por sus parientes, forzadas a la prostitución por empresas inescrupulosas. Que tengan voz los huelepegas, las vendechicles, os meninos da rua, niños y niñas sin niñez.
En realidad, todos los formatos radiofónicos anteriormente vistos pueden ser experimentados en un programa infantil. ¿Qué tal una rueda de prensa con el maestro donde los muchachos sean los entrevistadores? ¿Y un informativo con denuncias hechas por los mismos menores sobre los maltratos que reciben en sus casas? Radio Cumiches[49] envía sus reporteros de 8 y 10 años -aprendices de periodistas- a cubrir los acontecimientos de la ciudad y a interrogar autoridades.
Algunas emisoras han desarrollado con éxito revistas infantiles conducidas por los propios niños y niñas. La clave está en dar con los adecuados, porque así como hay chicos muy pilas, hay otros bien aburridos o afectados. En la mayoría de los casos, especialmente para la planificación del programa y sus recursos más creativos, se necesitará un refuerzo de adultos (con corazón infantil). Y sobre todo, se evitará que los pequeños animadores aconsejen a otros niños con el moralismo de los grandes, o se pongan a imitar a los locutores que oyen en las emisoras comerciales.
Mente sana en emisora sana
Desde siempre, el deporte ha sido uno de los mayores entretenimientos de los seres humanos. En México, el tlachtli azteca, con bolas de caucho, electrizaba a todos los habitantes del imperio. Las antiguas tribus que vivían en Norteamérica disfrutaban con grandes globos empujados sobre un mar de manos levantadas. Los japoneses juegan con esferas de madera, los españoles con peleles, los ingleses con dardos, los esquimales con cuerdas y los afganos con huevos. En todas las culturas han habido competencias y torneos. Es que llevamos el deporte en los glóbulos rojos y blancos de la sangre.
Una radio popular no puede serlo sin dedicar un buen espacio de su programación a los deportes. Una radio juvenil, tampoco. Aquí sí vale lo de alternativo: frente a la drogas y la vagancia, frente a las pandillas y el yoquepierdismo, mens sana in corpore sano.
Se trata de pensar una política deportiva. Un departamento que se ocupe del asunto. Y un responsable del área, un encargado de deportes, igual que contamos con una jefa de prensa o un responsable de ventas.
Anoto algunos criterios para diseñar esa política deportiva:
= Incluir espacios deportivos en la programación. En los noticieros, se suele abrir una sección para la información deportiva. También se pasan avances y flashes a lo largo del día, especialmente para dar a conocer los resultados de los partidos. Muchas emisoras dedican, a más de esto, un espacio amplio, de media hora o más, para comentarios deportivos. El horario del mediodía y la sobremesa son bien cotizados para estas revistas deportivas. En ellas, se traen invitados, se montan debates, se pueden experimentar desde las crónicas hasta las notas ilustradas.
= Transmitir desde las canchas deportivas. Las radiorevistas con comentarios son muy escuchadas. Pero nada sustituye a la emoción del partido, transmitido en vivo y en directo. Con buenos patrocinadores y buenos narradores, podremos acceder a los estadios profesionales. O encadenarnos con otros medios de más recursos y obtener con ello buenos ingresos. Nuestras emisoras priorizarán, sin embargo, el deporte aficionado: las ligas barriales, los campeonatos entre ciudades vecinas, los torneos interprovinciales. La programación de fin de semana se presta para estas transmisiones especiales.
= Contar con comentaristas superpilas. El periodismo deportivo es una especialidad. Quienes lo practican, tienen que dominar las reglas del juego, la agenda del campeonato, las trayectorias de los jugadores, la historia del deporte en cuestión. Todo esto es importante. Y más aún, la emoción con que se narra el partido, haciendo uso de la jerga rebuscada y el consabido tono apocalíptico que emplean los narradores veteranos.
El buen comentarista -me decía Marcus Aurelio de Carvalho- es quien te hace ver el estadio sin estar allí. Sentir el Maracaná, escuchar las ovaciones, avanza el delantero centro, un bólido que nadie detiene, cruza la defensa, atención señores, patea al arco... ¡gooooooooooool! El pitcher que pide señas, la recta de humo que viene, es un batazo largo, corre el jardinero central, corre más, salta desesperadamente, pero la bola se va, se va y se fue... ¡jonrón! Narradores y comentaristas nos prestan sus ojos, nos contagian su arrebato. Describen y narran, llenan los espacios vacíos con sus apreciaciones, califican jugadas y jugadores, te hacen entrar al partido sin pagar la entrada. El dominio de la disciplina deportiva es tan fundamental como la capacidad de electrizar a la masa de oyentes.
= Cubrir y comentar todos los deportes, no sólo el fútbol o el béisbol. Apostar por la diversidad cultural implica, también, diversificar los intereses deportivos. Hay que hablar de voley, de baloncesto, de carreras y ciclismo, de natación, de alpinismo y esquí donde haya nieve, de natación, de gimnasia y boxeo, de atletismo, de tenis y tiro al blanco, de ping-pong, de todos los deportes, reconocidos o no en las Olimpiadas. Y de todas las competencias callejeras, desde los patines hasta el salto de fogatas, pasando por la petanca de los viejitos.
En las revistas deportivas, abriremos líneas telefónicas para que los oyentes protesten por los resultados y pronostiquen quién ganará. También podemos llevar los micrófonos a las canchas. Entre una jugada y otra, entrevistaremos a la fanaticada. Acerquemos un micrófono a los vestidores, donde los jugadores se preparan para el segundo tiempo, para el próximo inning. Podemos, con handys y celulares, mezclarnos entre el público y encuestar sobre lo que está pasando en el estadio. Si el deporte es universal, que todas y todos opinen sobre el deporte.
= Promover campeonatos. Una radio con vocación deportiva, desarrollará sus propias competencias. Con buenos premios para los ganadores y transmisión en directo, con ocasión de su aniversario o del Día Mundial contra el Tabaco, la emisora promoverá una carrera de bicis en la avenida central o una regata de canoas en el río cercano. La radio puede convocar a su audiencia juvenil para las primeras eliminatorias de voley-playa, de skate, hasta de parapentes, si tienen un Pichincha al lado. Emisoras entusiastas, patrocinarán un equipo (obsequiando los uniformes, al menos) y hasta formarán el suyo, con su personal, para enfrentar a otros clubes de la localidad.
Los juegos de mesa también se prestan al patrocinio de la radio. En un salón contiguo a la emisora o en el parque, podemos realizar y transmitir campeonatos de ajedrez o de dominó, hacer hablar, con las manos en la baraja o el cubilete, a los tahúres del truco o del cacho.
           
¿En qué se parece el fútbol a Dios?
 
En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales.[50] Entre éstos últimos, el antropólogo francés Jean Marie Brohm, quien ha hecho un extenso análisis del deporte contemporáneo, desde su nacimiento en Gran Bretaña a mediados del siglo pasado, hasta las locuras colectivas ocurridas en los estadios de Heysel y Sheffield.[51]
El deporte-espectáculo -nuevo opio del pueblo, como explica Brohm- es la vitrina por excelencia del capitalismo avanzado. Las empresas funcionan como clubes deportivos y los clubes deportivos como empresas. A los unos y las otras sólo les preocupa el rendimiento, los récords, están obsesionados por la competitividad. El deporte se ha convertido en el mejor vehículo de los valores que sostienen al sistema neoliberal: ¡arriba los fuertes, abajo los débiles! El mundo pertenece a los seres rentables. Se consolida así el mito gringo del self made man, los campeones que surgen de los suburbios y se vuelven reyes como Pelé o Maradona.
Todo esto es cierto. Y lo peor, que no solamente es el deporte lo que queda contaminado por los vapores de la ideología mercantil. Es también la música, el arte, la cultura en general. Hasta la religión se ha vuelto espectáculo y los viajes llamados pastorales más parecen de marketing.
Nuestras radiorevistas, sin embargo, no van a China a cubrir los Juegos Olímpicos, ni a Alemania, a transmitir el Mundial de Fútbol. Nuestra responsabilidad deportiva está más próxima y es menos riesgosa. En el parque de la Carolina de Quito vi un partido sorprendente. Doce discapacitados, hombres y mujeres, en sillas de ruedas, jugaban básquetbol. Con una mano hacían avanzar la silla, con la otra dribleaban la bola. Los más impedidos, quedaban junto al aro. Desde allí, recibían los pases y encestaban. Se reían mucho. Se sentían importantes. La única pena fue no ver ninguna emisora transmitiendo el partido, sacando al aire el entusiasmo de aquel dream team, el más auténtico de todos.
DINÁMICAS PARA CAPACITAR EN REVISTAS
 1- Animadores y animadoras. Se hace con cámara de video. Los participantes, delante del grupo, hablan improvisadamente durante dos o tres minutos, como si estuvieran animando una revista. Uno tras otro, van pasando por la supuesta cabina y todo se va filmando, procurando acercar la toma para notar bien las expresiones de la cara y las manos. Después, se pasa el video. Los criterios de gesticulación, de modulación, de expresión corporal, saltarán a la vista.
 2- Diálogo de conductores. Por parejas, tienen media hora para preparar una diálogo de 3 minutos. Se puede grabar aisladamente o delante de todo el grupo. La evaluación en plenaria atenderá, especialmente, a la relación entre los dos conductores: equilibrio de voces, de intervenciones, de autoridad, de ritmo, de entusiasmo. También se tendrá muy en cuenta si lograron envolver al oyente en su charla o lo dejaron fuera.
 3- Los participantes se dividen en grupos. Cada uno recibe del instructor un lote de fichas donde aparecen los variados recursos y formatos que pueden intervenir en una radiorevista. Tienen que diseñar un programa de una hora. O de dos horas. En papelógrafos, lo presentan en plenaria. Se comparan y evalúan las propuestas.
 4- Planificación de revistas. Con parrillas de programación donde aparecen los días, las horas, los temas, los recursos, los responsables de los recursos, etc, cada pareja hará una propuesta de programas para una semana o mes.
 5- Para capacitar en debates.  Se forman tres grupos. En cada uno, eligen un tema, un moderador, dos o tres polemistas, público que supuestamente llama por teléfono. Después de un tiempo de preparación, se hace el simulacro. Un grupo debate durante unos 20 minutos y los otros dos escuchan. Al final, se evalúan las tres muestras y se sacan criterios. El papel del moderador o la moderadora debe ser especialmente evaluado.
PARA CAPACITAR A LOS COMENTARISTAS DEPORTIVOS
 1- La mejor fórmula es aquella de capacitación en la cancha. Se graba la narración y los comentarios de los participantes y se hace una primera evaluación en grupo fijándose en dos aspectos fundamentales: el dominio de la disciplina deportiva y la capacidad de transmitir al oyente la emoción y la imagen del partido. Luego de evaluados, a la cancha otra vez.
 2- Todos los ejercicios de animación y locución propuestos en el capítulo IV sirven para los comentaristas deportivos.
 3- Se deben complementar las prácticas con charlas de especialistas en las diferentes disciplinas. El departamento deportivo irá armando un buen archivo con las páginas y suplementos que aparecen en todos los diarios y revistas.
PROGRAMACIÓN RADIOFÓNICA
  
  
Amanece. El papá, antes de darle un beso a la esposa, alarga la mano y enciende el pequeño radio transistor que tiene sobre la mesita de noche. Ya comenzaron las noticias. Un bostezo, un remezón. La mamá se levanta y levanta a los muchachos. De prisa, a lavarse los dientes, ¿quién entra primero al baño?... El chico prende también su radio y hace competencia al noticiero del papá con una música escandalosa. La chica quiere cambiar ambas emisoras, pero no la dejan.
La mamá, siempre de prisa, sirve el desayuno. El papá apura su taza de café, mientras hojea el periódico mañanero. A su lado, el radio encendido. Algunas noticias coinciden, las lee y las oye al mismo tiempo.
El papá sale a la oficina, los muchachos al colegio. La mamá, al fin, queda tranquila. Ahora puede oír el programa donde dan el horóscopo y hablan de un nuevo método mental para adelgazar. En su cuarto, la abuela recuerda sus tiempos, cuando pasaban radionovelas.
Horas de trabajo. El marido, empleado público, no soporta el volumen en la otra ventanilla, donde su compañero pasa las horas oyendo música empalagosa. No le salen las cuentas con tanto Julio Iglesias. En la casa, la mamá está contenta. Por casualidad llamó a Radio Azúcar y ganó un juego de ollas taiwanesas.
Cae la tarde. El papá regresa en el bus oyendo un programa deportivo. El chico se encierra en su cuarto, dice que a estudiar. Desde afuera, se escucha la bulla de un rock metalero. La mamá prepara algo de cenar. A la abuela la colocan frente al televisor para que vea las telenovelas. Como está un poco ciega, las escucha solamente y recuerda las de su juventud. En el portal, la chica conversa con el enamorado. Una emisora, de fondo, les acompaña.
De noche. Después de hablar sobre cañerías rotas y contar el último robo del vecindario, el papá se arrellana frente al televisor y a los pocos minutos ya está roncando. La mamá aguanta un poco más. Cuando la hija entra a casa, le da un beso de buenas noches. Luego, apaga la escandalosa música del varón y también se va a descansar. La abuela, la última en dormir, se acuesta pensando en Ama Rosa. Ésas sí eran novelas que te hacían llorar.
Una declaración de amor
La programación es el diálogo que la radio entabla con su público, los mensajes que emite para relacionarse con cada uno de los personajes recién descritos. Como vimos, son relaciones muy distintas las que la radio establece con el papá o la mamá, con los chicos o la abuela. Pero todas tienen algo en común: la buena compañía brindada. Día y noche, la radio ha estado presente en la vida de esta familia. Discretamente presente. A nadie le ha impedido ni retrasado ninguno de sus deberes cotidianos. Al contrario, los ha facilitado todos (menos el estudio del chico, que al día siguiente habló de los Kiss cuando le tomaron examen sobre héroes patrios). La radio no es celosa de su público, como la televisión y la prensa, no lo quiere para ella sola. La radio sabe que la gente tiene mil cosas que hacer y otras mil en qué pensar. Ella está ahí, al lado de quien la llame, siempre disponible, nunca absorbente. Ningún medio de comunicación es más generoso que la radio.[52]
Volvamos a la programación. En un primer acercamiento, podríamos decir que ésta no es otra cosa que el conjunto de programas que transmite una emisora. Hablamos de programación diaria, semanal, mensual. Hablamos de programación regular, cuando se refiere a los días laborales, de programación de fin de semana, de programación especial para fiestas y vacaciones. Lo que sale al aire, lo que se produce en la radio, es lo que comúnmente conocemos como programación radiofónica.
La definición anterior, sin embargo, resulta incompleta. Así como un montón de ladrillos no hace una casa, tampoco una suma de programas, juntos y revueltos, forma una programación. No basta aglomerar programas en una parrilla. Hay que organizarlos.
En la jornada descrita anteriormente, no fue por coincidencia que la revista que gustó a la mamá estaba pautada para las 10 de la mañana. Los productores habían investigado horarios y llegado a la conclusión -bastante obvia, por cierto- que las mujeres constituyen el segmento de oyentes más numeroso a esas horas. Conocer los hábitos de la audiencia nos permite situar con buen tino los programas. Ocurre lo mismo si vas a saludar a un amigo y lo llamas antes para ver si estará en casa. La programación, entonces, se piensa y estructura a partir de los horarios y las costumbres del público al que quiero visitar.
La programación es una conversación planificada entre emisores y receptores, tomando en cuenta la disponibilidad de éstos últimos. Los programas no se suceden simplemente unos tras otros, al tuntún, cuando a los productores les viene en gana producirlos. ¿Quiénes queremos que nos escuchen? ¿Cómo coincidir con ellos? La programación viene siendo la solicitud que hace una radio determinada buscando a un público determinado.
La programación es la palabra conquistadora, la declaración de amor de ella, la radio, a él, su público. Candidatas en el dial hay muchas. Todas las emisoras difunden música, noticias, todas hablan y esperan ansiosamente ser escuchadas. La diferencia radica precisamente en la manera de pronunciar esas palabras, esos sonidos sensuales que viajan a través de espacios inmensos para alcanzar multitudes y que, sin embargo, parecen haber sido dichos para una sola persona y al oído. La programación es la coquetería de cada radio, su estrategia particular de seducción.
¿En torno a qué se organiza la programación radiofónica? Puede ser que prevalezca el objetivo periodístico, y entonces hablamos de una radio informativa. Puede ser que lo principal sea la música y el entretenimiento. O el género dramático, como ocurría con tantas emisoras de antes, donde los capítulos de las radionovelas se pisaban los talones unos a otros. Una programación puede definirse como participativa, y en función de esto diseñar sus espacios. O una radio feminista, que propone el enfoque de género como criterio organizador de su programación. O una radio ecológica, que se especializa en esta temática. Ese eje central, rector, en torno al cual se articula el conjunto de la programación es lo que llamamos el perfil de una radio. La palabrita sugiere: se trata de la cara de la emisora, de su personalidad. Las gentes tenemos un rostro, las radios también.
Cuando los oyentes han captado ese perfil, hablamos de posicionamiento. Este término, de origen publicitario, equivale a la identidad lograda por la radio ante el público. El posicionamiento se define como el lugar específico que ocupa un producto frente a otros en la mente del consumidor. ¿Qué es una marca? Es una palabra que identifica a un producto. ¿Qué es el posicionamiento? Es el significado de esa palabra. Así de simple... Pero no basta con tener un significado preciso y diferente. Es necesario ser competitivo. Para ello, los conceptos y sentimientos que representa nuestra marca deben resultar más atractivos que los de la competencia.[53] 
 
Ahora bien, una cosa piensa la reina y otra el espejito. Sucede, a menudo, que la radio define su perfil y el público no lo percibe así. ¿Cutis o maquillaje que se corre? Mi radio quiere presentarse como juvenil y las cuñas de identificación proclaman eso, pero resulta que el estilo acartonado de los locutores contradice la imagen deseada. Quiero proyectarme como la radio de los barrios marginales y los libretos del equipo productor salen más rebuscados que versos de Góngora.
¿Cómo saber, entonces, la posición que tal emisora ha conquistado entre el público? Muy sencillo. Por el adjetivo con que el público la califica. Ésta es una radio populachera, aquélla es culturosa, ésta es pura politiquería y la otra es gris, aburrida. Ésta dice la verdad y la otra mucho bla-blá. Un posicionamiento privilegiado, que va más allá de cualquier lugar del rating, se logra cuando la gente no sólo identifica, sino se identifica con la radio: ésa es la nuestra. Así he escuchado decir a muchos oyentes refiriéndose a las emisoras comunitarias instaladas en tantas ciudades y campos de América Latina y el Caribe.
La programación es exactamente la que permite hacer el tránsito del perfil diseñado por los emisores al posicionamiento alcanzado entre los receptores. La programación tiene dos direcciones. Igual que un puente, puede recorrerse de allá para acá -desde las expectativas del público hacia la radio- y de acá para allá -desde las ofertas de la radio hacia el público-. Ambas puntas son indispensables para diseñar una programación: qué quiere la gente, qué quiere la radio. Esta dialéctica, que ya apareció cuando hablamos de la música, resulta igualmente válida para el conjunto de la programación. Una programación impositiva, pensada únicamente desde nuestros objetivos, está destinada al fracaso. Una programación condescendiente, armada solamente desde los gustos de los oyentes, cosecha un éxito tan fácil como voluble.
Por urgencias económicas, algunas emisoras se ven obligadas a alquilar espacios a productores independientes. En estos casos, la programación se fragmenta según los variados y, a veces, contradictorios perfiles de cada uno de los programas que se van sucediendo a lo largo de la jornada. Atrás de un reportaje sobre reivindicaciones populares entra un pastor alabando a Jehová y llamando a la resignación, el espacio de música chicha queda contiguo a uno de jazz clásico, los anuncios de agrotóxicos preceden a la revista campesina y los locutores contratados por los diferentes grupos entran y salen de cabina con los estilos más disparatados. No estamos ante una casa organizada, sino ante un hotel, donde los cuartos se alquilan. O ante un motel.
Estas radios arrendadoras de sus espacios, difícilmente se posicionarán ante el público, ya que no ofrecen un perfil definido, a no ser que los directivos controlen y condicionen a los productores en función de la línea general de la programación. La experiencia muestra, sin embargo, que cuando la finalidad del medio es el lucro, dicha coherencia se descuida.
Otras radios, sin personalidad propia, optan por imitar a las bien posicionadas. Si un programa tiene éxito, enseguida lo están plagiando. Si el estilo de un locutor pega, se consiguen un doble de voz para hacer lo mismo. Con los programas musicales, con las mismas cuñas de identificación y los slogans, hacen otro tanto. Para estos monos copiones vale la advertencia de Carlos Rivadeneira: Una máxima de los juegos de cartas puede ser usada en radio: quien empata, pierde. Así ocurre con las programaciones imitadoras de otras, que no ostentan ninguna ventaja diferencial con respecto a la competencia.[54] 
Cuatro modelos de programación
Antes de seguir adelante, vale la pena recorrer los diferentes modelos de programación que se han experimentado en la historia radiofónica.[55] Para esquematizar, hablemos de cuatro tipos básicos de programación: la total (de todo para todos); la segmentada (de todo para algunos); la especializada (de algo para algunos); y las llamadas radio-fórmulas.
Programación Total
También se la conoce como general, convencional, de servicio completo. Históricamente, es el modelo de la AM. En Estados Unidos, incluso en esa banda, ha ido desapareciendo a causa de la saturación del mercado que empuja más y más hacia la especialización. En Europa y América Latina, está vigente y convive sin dificultad con los otros dos modelos.
¿Qué caracteriza a la programación total? Ofrecer una variedad de géneros y contenidos a una audiencia igualmente variada. Esto no implica que todos los espacios sean para todo público. La segmentación de los oyentes se puede dar a nivel de programas, pero el conjunto de la programación pretende alcanzar a muchos y variados públicos.
Por esta misma variedad, resulta fundamental para el jefe de programación conocer las horas preferenciales de cada público ambicionado y ordenar en base a ellas los distintos espacios. ¿Cuál ha sido la distribución horaria más frecuente en la mayoría de nuestros países?
AMANECER (4:00 a 8:00). Alta audiencia de la radio. Predominan los informativos destinados a públicos adultos. En zonas rurales, revistas para madrugadores.
Mañana (8:00 a 12:00). Son las horas punta de la radio. Se ocupan con revistones de variedades dirigidos a un público prioritariamente femenino.
Mediodía (12:00 a 14:00). La televisión comienza a hacer competencia. Estas horas se suelen emplear para segundas tandas de noticieros, programas deportivos, culturales. La familia, supuestamente reunida, es su principal destinatario.
Tarde (14:00 a 18:00). Son horas de menor audiencia. Se suelen destinar, preferentemente, a un público juvenil pautando revistas musicales y notas ligeras.
Atardecer (18:00 a 20:00). Reina la televisión. La radio se concentra nuevamente en los adultos con una oferta de informaciones, programas culturales y enlatados.
Noche (20:00 a 24:00). Las horas nocturnas muestran un repunte de audiencia. La radio acompaña a conversadores y enamorados con programas de música del recuerdo y romántica. También abundan las tertulias políticas o de temas especializados. Y para los fiesteros, música bailable.
Madrugada (24:00 a 4:00). Estos espacios gozan de una notable audiencia entre choferes, vigilantes e insomnes. Predominan los espacios hablados y de mucha participación a través del teléfono. No faltan programas eróticos y esotéricos, muy coloquiales, muy cómplices con el oyente.
Veamos ahora la evolución que se ha venido dando en la estructura de la programación total. Al principio, fueron los mosaicos. La unidad de tiempo fundamental era la media hora. Los capítulos de las radionovelas duraban, generalmente, eso. Los noticieros también. Venía el espacio de música mexicana, el de tangos, un programa de niños, 30 minutos o una hora de música nacional, otra radionovela, otro informativo. El resultado era un mosaico de programas sin hilación entre sí. Contiguos, pero no continuos.
Escribo en pasado porque esta estructura está bastante abandonada en la mayoría de emisoras. Queda claro que una programación así, tan picoteada, difícilmente obtiene un buen posicionamiento. Además, los públicos resultan tan inconstantes como la misma ruleta de programas.
El estilo mosaico fue muy empleado en los comienzos de la radio por la natural experimentación del nuevo medio. También ha sido muy utilizado por programadores benevolentes de radios educativas: se asignaba media hora para el club de madres, media hora para los maestros, otra media para los agricultores y una más para los minusválidos. Conocí una radio que ofrecía 30 minutos para filatelistas y andaba reservando otros 30 para los amantes de pájaros.
Actualmente, la programación en mosaico solamente es utilizada por emisoras con problemas económicos que se ven forzadas a vender sus espacios. Y algunas otras de servicio público que emplean buena parte de su tiempo atendiendo minorías sociales, migrantes y otros sectores discriminados. Las radios de onda corta también se suelen estructurar así, en base a espacios de corta duración, por las características de sus audiencias, escasas pero muy activas, que buscan en la frecuencia extranjera programas sobre temas muy específicos.
De los mosaicos se fue pasando a los bloques. Esta segunda estructura -la más empleada en la actualidad- amplía la unidad de tiempo a dos, tres y hasta cuatro horas. El formato englobante para estas largas duraciones es la revista ómnibus, llamada por algunos revistón o contenedor. La variedad de los temas y recursos, así como la holgura del espacio, exige un elemento cohesionador. Éste no es otro que el conductor o la conductora de la revista, que pasan a primer plano en esta fórmula.
Los grandes bloques dan continuidad al conjunto de la programación. Permiten una gran versatilidad a la hora de componer el espacio. Los que antes eran programas o programitas yuxtapuestos y fijos, ahora se han convertido en secciones dinamizadoras y movibles dentro del bloque. Estas secciones suelen durar de cinco a diez minutos.
Algunas emisoras se mantienen en un estado híbrido: al interior del revistón, dan paso a programas de 20 minutos y hasta media hora, con sus correspondientes características de entrada y salida y sus conductores propios. Esta fórmula rompe la fluidez del bloque. Las secciones pueden titularse, incluso pueden tener sus identificaciones musicales, pero deben ser y parecer parte del programa global. Son secciones, no programas incrustados.
Los bloques más comunes se arman a partir de las franjas horarias ya mencionadas: el primer bloque informativo, la revista matinal para mujeres, la tarde para los jóvenes, la noche y madrugada para conversadores y noctámbulos.
La estructura de bloques no implica que todos los contenidos se enfunden en alguna revista ómnibus. Los espacios más largos pueden y deben combinarse con otros de corta duración. La información atravesará toda la programación con boletines y flashes. En el capítulo sobre la radiorevista ya nos detuvimos a explicar el armado interno de estos bloques.
Las ventajas de esta segunda estructura quedan confirmadas por la experiencia de muchísimas emisoras que organizan así su programación. Ganan en coherencia y no pierden en variedad. Los conductores ya no hacen visitas de médico, como en la programación de mosaico, sino que acompañan largos tramos de la jornada. Esto les permite establecer una relación más amistosa, casi familiar, con los oyentes.
Ahora bien, conducir una revista de tres y cuatro horas es tarea muy exigente. Hay que encontrar guapos y guapas para jinetear estos espacios de largo aliento, manteniendo siempre el mismo entusiasmo y un constante buen humor. De no ser así, los bloques se convertirían en ladrillos.
Y una tercera estructura, la de programación continua. Aquí se echan abajo todas las divisiones entre un programa y otro, entre una revista y la siguiente. La mejor imagen es el río, un flujo incesante de música, informaciones, secciones de distintos temas y formatos, comentarios y comentaristas apropiados para los diferentes públicos que predominan en cada momento. La programación se vuelve un sólo programa variado y englobante de 24 horas.
Vista así, esta tercera propuesta resulta atractiva. La realización de la misma, sin embargo, entraña sus riesgos. Los perfiles específicos de los diferentes tramos de programación pueden irse disolviendo, volviéndose todo muy parecido, uniformado. En una programación especializada esto no sería problema. En una programación total, que apuesta por contenidos y públicos variados, sí. Es como decorar una casa con diferentes ambientes, pero sin ninguna pared. Por otra parte, un exceso de espontaneidad podría arrastrar a la improvisación y dificultar el control de los objetivos programáticos. No hay que descartar esta estructura de completa fluidez, pero tampoco adoptarla sin precauciones.
Las tres estructuras mencionadas -mosaicos, bloques y continuo- también pueden desarrollarse en los otros modelos de programación que enseguida veremos.
Programación segmentada
Segmentar es seleccionar públicos. En este modelo, no se trata de la segmentación de uno u otro programa, sino de la programación en su conjunto, es decir, marcar un target global para la radio. Los contenidos de los programas, los géneros y formatos, siguen siendo variados. Pero toda esa variedad se orienta a un público objetivo, preferencial.
Si en una ciudad sólo existiera una emisora, ésta no tendría ninguna necesidad de segmentar su audiencia. Es lo que pasaba antes, cuando no había tanta oferta en el dial. O lo que pasa todavía ahora en zonas rurales o con menos competencia. El origen de los modelos de programación segmentada y especializada tiene relación directa con el mercado y la publicidad.
¿Qué variables se toman en cuenta para segmentar los públicos? Ya lo vimos cuando la música: las clases y sectores sociales, el sexo, las lenguas y la edad. Este último elemento -la edad- se ha convertido en el más decisivo a la hora de escoger audiencias. Especialmente en cuestiones de música, los gustos varían más según los años que la escala social o el sexo.
En este segundo modelo de programación, encontramos las radios juveniles, las radios femeninas, las radios que buscan captar el creciente segmento de los migrantes del campo a la ciudad, las emisoras infantiles. Radio Chavala en Managua y Radio Upa en San Salvador orientan todos sus espacios a los niños y niñas. Están también las emisoras segmentadas a partir de la lengua madre de sus oyentes. Radio San Gabriel, en La Paz, dedica toda su programación desde hace 40 años a los aymaras del altiplano. Las emisoras del INI, en México, se concentran en audiencias indígenas. Existen radios sindicales, radios campesinas, radios para el populorum y para la pituquería. Un colega de Bogotá me anunció una radio de viejitos y viejitas con este slogan: la primera para la tercera edad.
Programación especializada
Un paso más. Ya no sólo segmentamos la audiencia, sino que vamos a especializar la programación. Es la misma lógica de una editorial que se dedica a publicar textos escolares o diccionarios para ganar un nicho de mercado. ¿Qué se especializa en este tercer modelo? Unas veces, los géneros radiofónicos. Otras, los contenidos, la temática tratada en ellos.
Especializando los géneros, la radio -sobre todo, la norteamericana- ha experimentado los siguientes tipos de programación:
l All music. Sólo música. Son emisoras eminentemente musicales que, sin excluir algún boletín informativo, dedican un 90% o más de su tiempo a espacios musicales. No hay que confundirlas con las radio-fórmulas, puesto que cuentan con locutores en vivo, reciben llamadas telefónicas, varían los formatos musicales sin someterse al ciclo horario.
Las radios musicales se especializan en determinados ritmos: sólo música tropical, sólo rock, sólo románticas, sólo del recuerdo, según las audiencias que quieren alcanzar (sectores populares, jóvenes, mujeres, adultos).
l All news. Sólo noticias. En esta especialización se ofrecen informaciones locales, nacionales, internacionales, así como diferentes secciones de opinión y análisis, muchas entrevistas y algunos reportajes. Varían los formatos, pero siempre dentro del género periodístico. La principal audiencia, como se imaginará, es de adultos. Estas emisoras, bien manejadas, logran convertirse en líderes de opinión. La CBN de Rio de Janeiro no suena ningún disco en sus 24 horas de programación. Su slogan lo dice todo: a rádio que toca notícias.
l All talk. Sólo palabras. Esta modalidad, más empleada que la anterior, prioriza la información, pero incluyendo todo tipo de programas hablados, consultorios, tertulias, debates, mucha participación popular, programas de intermediación entre ciudadanos y autoridades. Eso sí, no hay espacios musicales. El único soporte es la palabra. Es el caso de Radio Programas del Perú.
La especialización puede darse también a nivel de contenidos. Los ejemplos más claros de este tipo son las radios religiosas que se pasan todo el santo día predicando la palabra de Dios. Hacen uso de los más variados géneros radiofónicos (musicales, dramáticos, informativos, hasta realizan milagros en cabina). Estas iglesias electrónicas han proliferado durante los últimos años y en todos los países de la región. Por lo visto, captan tantos adeptos como limosnas.
Algunas radios se han especializado en contenidos deportivos, incluyendo no sólo las informaciones y comentarios, sino las transmisiones en vivo. Podría pensarse en una emisora que priorice los contenidos ecológicos, la educación ciudadana o los derechos del consumidor.
Las radio-fórmulas
Son también conocidas como radios de formato, porque en este modelo de programación se determina no solamente el público, el género y los contenidos, sino hasta el mismo formato, repetido con muy ligeras variaciones durante todas las horas, todos los días y todas las semanas del año. Ya conocimos los experimentos de McLendon con sus famosos relojes musicales. Estos hot clocks, relojes calientes, acaban perdiendo temperatura a falta de conductores en vivo y participación de la audiencia. Quedan a cargo de una buena computadora.
El esquema puede aplicarse también al campo informativo. Una de las primeras radio-fórmulas en América Latina fue la cubana Radio Reloj, cuya rutina consistía -y sigue consistiendo desde hace 70 años- en dar la hora cada minuto, resumir las principales noticias del momento, y acompañarlas con el característico goteo del segundero.
Estas emisoras disfrutan de una audiencia tan fiel como puntual, que las sintoniza en períodos breves para actualizarse rápidamente sobre lo que está pasando en el país y en el mundo.
Compito, luego existo
La competencia no la inventó el sistema capitalista. Viene inscrita en los códigos genéticos, en la inmisericorde ley de la selección natural. Viven y prosperan las especies que mejor se relacionan con su entorno. No las más fuertes ni siquiera las ostentosamente equipadas por la naturaleza, sino aquellas que logran adaptarse mejor al medio real en donde están situadas. Los colosales dinosaurios se derrumbaron, mientras las pequeñas y astutas musarañas crecían y se multiplicaban.
Esta ley de la vida vale también para la radio: ganarán aquellas emisoras que mejor conozcan a su audiencia, que mejor satisfagan sus gustos y mejor respondan a sus necesidades. La gente tiene muchas opciones en el dial. ¿Por qué habría de escucharme a mí? ¿Qué tiene mi radio que no tengan las otras? Esa pregunta hay que hacerla permanentemente por una simple razón: el oyente es libre. En una conferencia aburrida, la gente no se levanta y se va por el qué dirán los otros. En un cine -entrada pagada, tiempo gastado-, la película tiene que ser muy mala para dejarla por mitad. En cuestiones de radio, sin embargo, las cosas son más sencillas. Nadie se entera si giro el botoncito y cambio de emisora, el esfuerzo para hacer esta operación es mínimo. ¿Cómo asegurar, entonces, la audiencia? No hay filtros mágicos para lograr esto. Puede ocurrir que una emisora siga siendo sintonizada durante un tiempo gracias a otra ley de la naturaleza llamada inercia, que funciona también en comunicación y que inclina al oyente a quedarse en la estación conocida. Pero esta fidelidad no dura eternamente si la tentación es fuerte. El público puede divorciarse, escaparse con la emisora de la competencia. La anterior pregunta se llora amargamente, cuando ya no hay remedio: ¿qué tenía ella que no tenía yo?
 
No hay que fiarse de las primeras respuestas de los oyentes cuando uno investiga sus preferencias radiofónicas. Seguramente, usted habrá sido testigo de algunas encuestas similares a ésta:
-¿Qué radio escucha?
-Radio Santa Teresa.
-¿Y por qué escucha esta radio?
-Ehh... porque es cultural y nos ayuda.
-¿Qué programa le gusta más de Radio Santa Teresa?
-Todos.
-¿Alguno en particular?
-Ehh... Todos.
-Y dígame, ¿cuándo escucha Radio Santa Teresa?
-Siempre, yo siempre estoy pegado a esa radio.
-¿Se acuerda de qué habló ayer Santa Teresa?
-Ehh... Ayer no escuché porque...
-¿Y anteayer?
-Es que anteayer tampoco pude porque...
Este vecino no sintoniza nunca Radio Santa Teresa. Tal vez la escuchó en otras épocas, cuando en su pueblo sólo se captaba la señal de esta emisora, o cuando la Santa tenía programas menos santos, más divertidos. Ahora, al ser abordado por el encuestador, siente un cierto complejo de culpa. Dicha radio es educativa y él aprecia la educación. Dicha radio es cultural y él quiere saberse culto. El debería escucharla, aunque no lo hace. Así las cosas, nuestro amigo responde al cuestionario desde una mala conciencia, no desde sus hábitos reales.
En un taller de programación radial, tenía como participante al P. Rufino Lobo, dominico, buen amigo, director por entonces de Radio Quillabamba, en el oriente peruano.
-Rufino, ¿en qué lugar del rating está tu radio?
-En el primero -contestó con aplomo.
La respuesta me sorprendió, conociendo las dificultades que tenía Radio Quillabamba, su escaso personal, los casetes que el mismo Rufino había traído al taller, muestras de programas lentos, realizados con tanta voluntad como inexperiencia. 
-¿Están en el primer lugar, Rufino? -insistí desconfiado.
-Sí, por allá todos están enganchados con nuestra emisora.
-Por cierto -se me ocurrió preguntar- ¿cuántas emisoras se pueden escuchar en tu zona?
-Sólo la nuestra -respondió feliz, con sonrisa de triunfador.
Es fácil ocupar el primer lugar cuando sólo hay uno. Años más tarde, me crucé con Rufino y lo hallé preocupado. Acababan de instalar dos FMs en Quillabamba con música cautivante para la juventud y toda la nota moderna. No quise preguntar su posición en el rating, sospechando que ahora ocupaba el tercer lugar.
¡La competencia! Algunas radios de carácter educativo asumieron durante un tiempo actitudes candorosas. Nosotros hacemos lo que podemos -le oí decir a un obispo guatemalteco, dueño de una emisora- y que los otros hagan lo que quieran. Nosotros no estamos compitiendo con nadie... El asunto, monseñor, es que ellas sí están compitiendo con usted.
Esa actitud -hay que reconocerlo- se relaciona con la forma relativamente cómoda con que muchas radios educativas obtenían y aún obtienen sus fondos: donaciones de agencias de cooperación o del Estado.
No discuto la excelente voluntad de las financiadoras ni el deber estatal de favorecer una comunicación de servicio público. El problema está del otro lado. Acostumbrados a recibirlo y no a producirlo, el dinero que llegaba a la radio no se relacionaba con la calidad de los programas. La pregunta es inevitable: estas emisoras de filantrópicas intenciones, ¿se han mantenido en el aire por la bondad de sus emisiones o de sus donantes? O dicho en negativo: si les quitaran los subsidios, ¿resistirían la competencia de las radios comerciales?
No critico los proyectos recibidos de las agencias de cooperación. Al contrario, estas ayudas desinteresadas han permitido echar a andar y sostener económicamente a muchas radios educativas en el llamado Tercer Mundo. Mientras podamos recuperar alguito de lo que el Primero nos debe, pues mejor. Pero las agencias están recortando los aportes o priorizando otras regiones como África y Europa del Este. Igualmente, los Estados se achican, sus empresas se privatizan. Una emisora responsable no puede fundamentar su presupuesto indefinidamente en lo que llegue de afuera o de arriba.
En los campos de concentración, ante las barbaridades que cometían los nazis y que él mismo padeció, Dietrich Bonhoeffer dejó escrito: aprender a vivir como si Dios no existiese. Nadie vendrá a solucionarnos los problemas, tenemos que defendernos con nuestras propias fuerzas, sin esperar ningún auxilio del cielo. Creo que la atinada pero inquietante recomendación de aquel teólogo protestante vale también para las radios educativas y comunitarias. Me atrevo a glosarla diciendo que estas iniciativas tienen que crecer y desarrollarse como si les hubieran cortado las ayudas internacionales o estatales. Aunque todavía las reciban, hacerse ya a la idea de que no van a recibir más. Y que la única posibilidad de mantenerse en el dial es compitiendo a base de calidad con las demás radios. Compito, luego existo.
Otras muchas emisoras de carácter popular transmiten sin donaciones ni subsidios. Apelando a la mística o al entusiasmo juvenil, estas radios trabajan con personal voluntario. ¿Será la solución? Para el arranque del proyecto, a falta de otros recursos, tal vez sí. A la larga, pienso que no. Porque la luna de miel se acaba en el hogar y en la cabina. Con los cuartos menguantes, comienzan los pleitos y los cansancios. La remuneración del trabajo -la justa remuneración- es la que nos permite exigir calidad y controlarla. Una emisora no es un juguete de fin de semana. Una emisora son muchas horas de transmisión, muchos discos que comprar, muchos equipos que renovar, muchas facturas de electricidad, mucha gasolina para andar en la calle, para visitar las comunidades. El carácter participativo del proyecto lo encarece aún más. Devolver la palabra al pueblo cuesta dinero.
No se trata, entonces, de sostener una programación tacaña a costa de voluntarios generosos. El único camino seguro para ir autofinanciando la emisora será mejorar la calidad de sus emisiones. La calidad del programa atrae la cantidad de audiencia. Y ésta última, atrae a los anunciantes.
Todas las emisoras -comerciales, estatales o comunitarias- juegan en la misma cancha, que no es otra que la oreja del oyente. Con diferentes objetivos -lucrativos, propagandísticos o sociales- todas las radios se ven sometidas al mismo proceso de selección. Si se escucha una, se deja de escuchar la otra. Al oyente no le interesa si esta emisora se define como educativa o comercial, si pertenece al estado o a la iglesia, si su figura jurídica es con o sin fines de lucro. Le interesan los programas. Una vez en el dial, todas las radios tienen que aceptar la misma lógica de la competencia. Y que gane la mejor.
Competencia, sí, pero entre iguales. ¿Cómo va a desafiar una radio local a otra de cobertura nacional, bien equipada, tal vez con programación digital y acceso al satélite, con todos los recursos técnicos y financieros a su disposición? Esta pregunta asusta y acompleja a muchos radialistas populares, que trabajan con equipos menos sofisticados, hasta caseros. Los desalienta hasta límites de abandonar la pelea por miedo a perderla.
No hay que desdeñar la importancia de la pregunta. Pero tampoco paralizarse ante ella. A mí me hizo pensar una situación que se dio hace unos años con varias radios limeñas que tenían repetidoras en todo el país y montaban sus concursos en base a regalos de alto precio: viajes a Miami, motos y bicis, cenas con artistas de moda... Mientras tanto, un locutor de una emisora provinciana de Trujillo ofrecía bolsitas de condones a los que llamaban adivinando el nombre del cantante. Su éxito fue completo, superó en audiencia a las gigantonas de Lima. ¿La explicación? No es difícil descubrirla: el concurso de la emisora trujillana resultaba más próximo, más pícaro, hasta más ganable.
Cuando antes hablábamos de las noticias, nos referimos al criterio de la proximidad. Esto vale también para la programación en su conjunto. El locutor que más nos simpatiza no es el de mejor voz, sino aquél que está más cerca, el que sabe conversar de las cosas del barrio, de los asuntos de nuestro pueblo. En la radio local conocemos y nos conocen, saludan a nuestra comadre y nos felicitan el cumpleaños. A la radio local podemos llamar para pedir un disco y para protestar por la mala atención en el hospital. En la radio vecinal salen noticias del vecindario. En la radio comunitaria nos sentimos en comunidad, en familia. Los locutores hablan como hablamos nosotros. Y nosotros podemos hablar como lo que somos, por la confianza.
No desconozco ni quiero subestimar las amplias audiencias que captan las grandes cadenas de radios instaladas en las capitales ni el impacto de la programación de audio enviada por cable o por satélite. Pero hay un tiempo para todo, como decía el sabio Qohelet. Un tiempo para acercarse y otro para separarse. Una radio local, bien manejada, resulta altamente competitiva. Sólo ella puede estar presente en el quehacer cotidiano de sus oyentes, sólo ella puede llevar los micrófonos, día a día, a las calles de su pueblo, nadie mejor situado que ella para desarrollar un periodismo de investigación y de intermediación sobre los problemas que afectan la calidad de vida de ese público concreto. Ahí está su fuerza, en su proximidad. Abarca menos, puede apretar más.
El fetiche del rating
  
Cuando nos enseñan la foto de un grupo donde aparecemos, los ojos se nos escapan, inevitablemente, hacia nuestro rostro. Lo mismo ocurre cuando nos traen los resultados de la última medición de audiencia. De inmediato, buscamos el nombre de nuestra radio en la lista de las emisoras. Si aparecemos muy abajo, hacia la cola, nos angustiamos. Si no aparecemos, nos angustiamos más. Ningún radialista queda indiferente ante las cifras del rating.[56]
Y es natural que así sea, porque ninguna radio tiene vocación de perdedora. Si está en el aire, es porque quiere volar con sus mensajes hasta los oídos de mucha gente. Cualquiera sea su finalidad, un medio de comunicación busca y necesita el éxito. Esta palabra, de tan sobada, parece equivalente a frivolidad. No lo es, indica solamente salir adelante, triunfar en los objetivos propuestos.
Un medio comercial, cuya principal finalidad es el lucro, atenderá los resultados del rating en la medida en que subir o bajar en el casillero de emisoras le facilita o dificulta los contratos publicitarios. Más que por los oyentes, se preocupa por los anunciantes.
La lógica de un medio comunitario o de servicio público es muy distinta. Naturalmente, estas radios también necesitan captar publicidad para poder financiarse. Pero para ellas las entradas económicas son medios y no fines. Ahora bien, aunque sus objetivos sean sociales, no por eso dejan de ambicionar los primeros lugares de audiencia y quieren figurar en el rating
¿Que el rating no es la última palabra? Por supuesto que no. Pero sí la penúltima. ¿Ganar audiencia es el objetivo? No, ciertamente. Pero sin audiencia -sin mucha audiencia- estas emisoras no podrán lograr sus objetivos. Porque si no te escuchan, no existes. ¿En nombre de quién hablas, a quién representas? En la cultura masiva, el éxito no es el criterio de la verdad, pero sí su condición.
Ahora bien, hay que saber leer el rating. En sus porcentajes aparecen revueltas todas las emisoras, apenas clasificadas según las bandas de AM y FM. Supongamos que en la banda de FM hay 30 emisoras, incluida la mía. ¿Con cuántas estoy compitiendo? ¿Con las 29?
Supongamos también que el rating sea confiable y que en el primer lugar aparezca Radio Pizpireta, una radio eminentemente musical, que se pasa todo el día hilvanando baladas. ¿Esa es mi competencia? Si el perfil de mi radio fuera musical y para el mismo segmento de audiencia, sí. Pero si mi radio es informativa, no me preocupará el reinado de la Pizpireta. Los diferentes perfiles de las radios diferencian la competencia. La segmentación de los públicos segmenta también a los competidores.
Las radios comunitarias tienen vocación periodística. Como ya dijimos, un periodismo con responsabilidad social que busca informar para formar opinión pública, para inconformar con la injusta situación en que vive la mayoría de nuestros congéneres, para contribuir a transformar dicha situación. Si esos son los objetivos, nuestra competencia no serán las radios musicales, estén encima o abajo en el ranking de emisoras. Debemos fijarnos en aquellas que lideran la opinión pública, porque nosotros también queremos ser líderes de opinión. Las que tienen perfiles similares a los nuestros, sea en AM o FM, ésas son las contendientes.
No competimos contra todo lo que suena. Un tocadiscos suena y no constituye un rival para nosotros. Un chico va con su walkman por la calle. Déjelo que se divierta. Con ello, no estamos perdiendo un oyente, porque no pretendemos que todos los públicos potenciales nos escuchen las 24 horas del día. ¿Que las emisoras musicales tienen mucha audiencia, especialmente entre la juventud? Estupendo. Brindan un servicio de música, alegran la vida de la gente, igual que un amigo que toca la guitarra en una reunión familiar. Mi competencia, entonces, se concentra en las emisoras que orientan o desorientan la opinión pública.
No hay que perder nunca de vista que los resultados del rating, aun siendo importantes, sólo son cuantitativos. Midiendo sintonía, sabemos cuántos aparatos están encendidos en un momento determinado y cuántas personas, como promedio, están escuchando en ese mismo momento tal o cual emisora. Nada conocemos sobre el impacto que está logrando dicha comunicación. Una emisora puede liderar la opinión de una ciudad y no ocupar el primer lugar del rating. El editorial de una radio informativa puede pesar más que horas de consumo musical o simple diversión de otras emisoras. Igual que una palabra de la novia influye más que mil bromas de los amigos.
Por no saber leer el rating, algunos directores y jefes de programación se achican ante él. Se obsesionan por los porcentajes, se amargan porque tienen diez emisoras por delante, sin discriminar la competencia. El rating se les vuelve un fetiche. En su altar, inmolan locutores y programas, tuercen el perfil de la radio y hasta olvidan la misión social que dio origen al proyecto. Cediendo a la dictadura de los numeritos, se ponen a imitar a las radios que ocupan los primeros lugares, sin tomar en cuenta los diferentes objetivos de las mismas. Conocí a una radio exguerrillera -no digo nombre ni lugar, por la vergüenza- que hipotecó su programación informativa para subir un par de escaños en el rating. Y para conseguir un par de anuncios más. No sé cuántos platos de lentejas obtuvo. Pero perdió la primogenitura.
Una programación masiva
  
Masa significa pasta homogénea, igualada, uniforme. Con razón esta palabra provoca rechazo en muchos comunicadores que apuestan por la diversidad cultural, por emisoras que promuevan la ética y la estética de lo diferente. ¿A qué nos referimos, entonces, cuando hablamos de masividad? Al menos, a dos cosas: mucha audiencia y muchas facetas de la audiencia.
Primero, muchos y muchas oyentes. Los modernos medios de comunicación, con capacidad para alcanzar multitudes, no pueden volverse elitistas. Se dirigen a muchos ojos, a muchas orejas, y esperan la participación de muchos rostros y muchas voces. Una emisora de radio o de televisión no se conforma con públicos selectos. Sería caer hacia arriba.
Ahora bien, la masividad es un concepto relativo a la densidad de población. Si en este pueblo habitan cinco mil personas, lo masivo tiene un techo de cuatro dígitos. Si habitan cincuenta mil, de cinco dígitos. Y así.
Llamamos audiencia potencial a la que podría escuchar nuestra programación aquí y ahora. No se identifica con la cantidad de gente que vive en el área de cobertura de la emisora, porque no todos tienen un receptor de radio en su casa o en su carro. Guatemala cuenta con un receptor por cada 15 habitantes, mientras que en Brasil tiene 1 por cada 3. Y en Canadá 1 por 1.[57]
Tampoco la audiencia real se identifica con la cantidad de personas que están oyendo la radio en el momento en que se realiza la medición. Aquí entran en juego muchas circunstancias. Por ejemplo, en un autobús a usted le hacen oír una emisora que no eligió. Sería ingenuo contabilizar cien oyentes porque al chofer se le antojó poner tal radio. La edad de los oyentes es otro factor importante. En muchas familias, los adultos deciden la emisora que queda encendida. Por estas dependencias, el rating suele tomar en cuenta la opinión a partir de los 12 años.
Así pues, la relación se establece entre la audiencia potencial con acceso al aparato receptor y la audiencia real con libertad de sintonía. ¿Qué puntaje tenemos, a qué porcentaje aspiramos? Las cifras absolutas dicen poco. El éxito o el fracaso masivo depende de la cantidad de emisoras con las que compito y si tengo o no segmentado mi público. No es lo mismo lograr un 30% de audiencia en un dial saturado o en otro que esté vacío. Tampoco es lo mismo enfrentar emisoras musicales o informativas, emisoras con una programación total o especializada. Por otro lado, si mi público objetivo son los jóvenes, concentraré solamente en ellos -que representan tal vez el 50% de los posibles oyentes- mi expectativa de audiencia.
Tomando en cuenta estas variables, volvamos al primer contenido del concepto masividad: tener muchos oyentes, muchísimos. Subrayo esto, porque en algunas radios populares de América Latina, tal vez por una práctica intensa de educación presencial, los directivos redujeron demasiado a los destinatarios del medio. En las horas puntas, se pautaban los programas dirigidos a las organizaciones (muchas veces, producidos por estas mismas). Este público de sindicatos, juntas de vecinos, cooperativas o clubes de madres, representaba, quizás, un cinco o un diez por ciento de la audiencia potencial. ¿Y el resto, es decir, las mayorías?
Tuvimos alergia a lo masivo por una precipitada equivalencia entre masivo y masificante. Olvidamos que la primera característica de cualquier radio, antes que comercial o comunitaria, es ser masiva. Y que no se puede ser popular sin tener popularidad.
  
Ya es tiempo de arrinconar la visión instrumentalista de la radio como herramienta de apoyo a los grupos organizados. Un medio masivo tiene su dinámica propia, muy diferente a la del trabajo presencial. Ciertamente, desde nuestra programación apoyaremos a los movimientos sociales y los sectores más dinámicos de la población. Pero el apoyo no consiste en reducir destinatarios con programas de audiencias cautivas, donde los militantes hablan entre sí y acaban convenciendo a los convencidos. El mejor aporte de un medio masivo será la proyección de los organizados hacia la masa, para que sumen. El mejor servicio será estimular los valores colectivos y la ventaja de estar asociados entre las audiencias dispersas.
Primero, por tanto, muchos oyentes: hablar -y hacer hablar- a todos y todas, los organizados y los despapayados. Y segundo, muchas facetas del oyente. Porque los afanes de transformación revolucionaria nos llevaron, hace dos décadas, a caracterizar unilateralmente a los receptores como clase social. Recortando otras dimensiones, olvidamos que esa obrera explotada en la fábrica es mujer y es negra y es joven y está enamorada y... la vida tiene muchos colores, como paleta de pintor.
La masividad se refiere también a eso, a retomar todos los aspectos de la vida, a pintar con todos los matices, a no reducir la temática a la problemática. Hay que hablar -y hacer hablar- de todo, de lo que se comenta en el mercado y en la cantina, de lo sublime y lo ridículo, de lo profundo y lo superficial. No hay que satanizar la moda ni la farándula, la interpretación de los sueños ni las recetas de cocina ni los consejos de belleza. Para todo hay espacio y momento. Recuerdo una gran discusión entre educadores populares que cuestionaban si una radio educativa podía transmitir los deportes profesionales. Eso es comercial, decía uno. Eso es alienante, confirmaba el otro. Pero acabada la discusión, todos se clavaban ante el televisor para ver el partido.
Subrayando los gustos populares no descuidamos los intereses de esos mismos sectores, mayoritarios y excluidos. Siempre simbolizo este asunto con la figura de una paloma. Una paloma vuela con dos alas. Gustos sin intereses nos llevarían a una oferta radiofónica facilona, de pan y circo. Pero intereses sin gustos nos arrastrarían a una programación pesada, ideologizada, el consabido adobe. Se trata, pues, de equilibrar las cosas, de volar a doble ala, de enganchar nuestros programas con lo que la gente quiere, para desde ahí favorecer lo que la gente necesita. Esa es la dinámica: ir desde los gustos hacia los intereses. O como decía Brecht, hacer interesantes los intereses.
 
 
Una programación de doble vía
En zonas campesinas y alejadas de nuestro continente, la radio jugó durante años un papel subsidiario de teléfono público. Ahora, éste le devuelve ampliamente el favor. Hoy en día, el invento de Bell es compañero inseparable del de Marconi. Gracias al teléfono, la radio se ha vuelto bidireccional. En sus inicios, las emisoras tenían auditorios a donde acudía la gente para aplaudir los conciertos y tomar parte en los concursos. Pero asistían apenas unos cuantos y, mayoritariamente, en calidad de observadores. Es el teléfono el que logra la doble vía, la participación plena y fresca del público. Cualquier persona, desde cualquier punto geográfico donde haya un teléfono, puede convertirse en emisor e intervenir en el programa en condiciones de audio similares a las del locutor de cabina.[58] (¡Incluso muchos oyentes que llaman a la radio aventajan a los locutores en voz y en capacidad comunicativa!) El sueño de Brecht -los emisores/receptores- se hace posible en este fecundo matrimonio de medios. El mensaje telefónico se colectiviza a través de la radio. Y el mensaje radiofónico se individualiza a través del teléfono.
Los enlaces telefónicos sirven no solamente para relacionar locutores y oyentes, sino para poner varias emisoras en cadena, multiplicando así la cobertura y la audiencia. La vía telefónica facilita las transmisiones por línea desde fuera de los estudios. Los sistemas múltiplex permiten una conversación entre varios a la distancia. Ahora, con los celulares, todo individuo es potencialmente una unidad móvil. Desde el lugar de los hechos e instantáneamente, cualquiera puede conectarse con la emisora y transmitir, en vivo y en directo, una información de último segundo. El teléfono ha instalado la participación ciudadana como parte indisoluble de la producción radiofónica. Como en los amores intensos, ya la radio no sabría vivir sin él, se suicidaría si le faltase.
  
Una programación callejera
La participación del público no se agota, ni mucho menos, en las llamadas telefónicas, las cartas o las visitas a la emisora, tal como vimos en el capítulo IX. No basta que la calle entre a la radio. Hace falta, y cada vez más, que la radio salga a la calle.
Cuando decimos esto, pensamos rápidamente en los reporteros del informativo que andan zapateando hospitales, comisarías y esquinas calientes. De acuerdo, pero hay que ir más afuera y más lejos. Los temas de la revista pueden debatirse desde la plaza y en la parada de buses. Los concursos pueden realizarse en las escuelas y a la salida del cine. Los sociodramas pueden grabarse en la comunidad. Las denuncias, en el lugar de los hechos. Las transmisiones deportivas, desde la misma cancha. Los festivales, al aire libre. Ya es hora de romper el huevo insonorizado de nuestras cabinas y sacar los micrófonos al exterior, acercarlos a la gente donde la gente está. La calle es el lugar natural de la producción radiofónica.
Radio Cabal se lo tomó en serio. Bajo la inspiración de Superbarrio, el fortachón de lucha libre que aparece disfrazado en cualquier manifestación popular y encabeza los justos reclamos de los barrios mexicanos, esta joven emisora inventó su personaje para mezclarse con los más humildes de la capital salvadoreña.
            -Y quién es ese loco? -pregunta la vivandera que lo ve llegar al mercado, micrófono en mano, enmascarado y con su traje de satén rojo.
            -Ningún loco, señora -responde otro vendedor-. Ése es uno que habla por radio, el cabal de la Cabal.
            -¿Y qué cabalidad trae usted, vaya?
            -Pues le traigo la siguiente -el locutor ya está rodeado de mil curiosos-. Escuchen ésta: ¿en qué se parece el gobierno de ARENA a un bikini?
            -Pues...
            -¡En que nadie sabe cómo se sostiene -se carcajea el Cabal- pero todos quieren que caiga!
           
La algarabía. La risa de la gente. Y la radio en medio de la gente.
Una programación callejera, de eso se trata. Una radio que no espera que vengan a ella, sino que sale al encuentro de su audiencia. De esta manera, las cabinas dejan de ser el punto único de difusión para convertirse en cruce de caminos, confluencia de muchas voces emitidas desde los más variados lugares. Una emisora itinerante, como bien la describe Cebrián Herreros.[59] Una radio móvil que, por eso mismo, resulta movilizadora.
Una programación interactiva
Hablamos de programación participativa. ¿Es lo mismo que interactiva? No, ciertamente. La interactividad va más allá, consiste en decidir la programación, no solamente participar en ella. Las nuevas tecnologías han avivado el concepto. Cada oyente podrá tomar la iniciativa para armar su propia programación a través de una computadora casera.
En el futuro próximo, como explica Negroponte, el soporte de todos los mensajes mediáticos será digital. El emisor enviará una corriente de bits y el receptor podrá decidir si prefiere leer, escuchar o ver dicho mensaje.[60]
Excelente. Pero, ¿qué ocurre si el menú de la carta es pobre -hamburger and hot dog- y la interacción no tiene mucho lugar donde ejercerse? Tener más canales de audio o video no asegura tener más opciones para el oído o la vista. Al contrario, el frenesí de la competencia pareciera generar la incompetencia de los productores que acaban repitiéndose, nadando con la corriente, ofreciendo más de lo mismo.
El término interactivo, a pesar de lo moderno, ya se ha gastado bastante. Por ejemplo, el canal 10 de Guayaquil presenta cada semana su llamado cine interactivo. ¿En qué consiste? El canal propone tres películas para la velada. Los televidentes llaman, votan por una u otra, y el filme que más puntos obtenga, ése se pasa.
En este sentido simplón, el dial ha sido siempre el principal espacio interactivo, puesto que en él se apiñan decenas de emisoras y el oyente puede girar el botoncito a derecha o izquierda para escoger la de su preferencia. Y si se aburre de una, salta a otra.[61]
Sí, podemos hablar de interactividad entre los aparatos y el oyente, en la medida que éste selecciona o navega a través del menú y va armando su propio argumento. Prefiero, sin embargo, reservar una palabra tan dinámica y democrática -interacción- para cuando el oyente pueda realmente influir en las decisiones de la programación de la radio, modificarla, no solamente consumir un programa u otro. Reaccionar ante lo que me dan no es lo mismo que interaccionar entre lo que me ofrecen y lo que solicito.
Se trata de hacer juntos la radio, emisores y receptores. De aprovechar las buenas iniciativas del público, la creatividad colectiva que desborda, con mucho, a la del equipo productor. Para responder a este nivel más exigente de participación, así como hay Defensores del Pueblo en cuestiones sociales y Defensores del Consumidor en cuestiones comerciales, muchas radios están estableciendo la Defensoría del Oyente.[62]
En la prensa escrita, esta misión corresponde a los conocidos ombudsmen. El término viene de los países escandinavos. En el siglo pasado, por reclamo de los lectores, el gobierno sueco contrató profesionales para oír y direccionar las críticas y sugerencias de los ciudadanos.[63]
En muchos periódicos latinoamericanos, ya existen columnas donde se reciben quejas de los lectores, cartas con reclamos y rectificaciones. ¿Por qué no hacer lo mismo en las emisoras de radio y televisión? 
Conocí en España un programa en directo, Tribuna del Oyente, que recibía llamadas diarias de los radioescuchas. Una señora protestaba por las inmoralidades que, según ella, se proferían en una revista nocturna. Otra reclamaba más concursos y mejores premios. Un señor criticaba las fallas gramaticales del locutor tal. Y otro corregía una información que se había dado en el noticiario matutino. El ombudsman escuchaba, tomaba nota, discrepaba a veces de las opiniones de los oyentes aportando elementos técnicos, orientando la protesta. Al final, como buen abogado, prometía subir las quejas válidas a la dirección. De hecho lo hacía y se eliminaban muchas cosas y se incorporaban otras a partir de la iniciativa ciudadana.
Los ombudsmen y las ombudswomen son representantes y defensores de los intereses del público. Su función no se limita a acoger las rectificaciones periodísticas o dar cabida al derecho a réplica. Son ellos quienes mejor pueden facilitar una auténtica interactividad en los medios de comunicación masivos. A través de ellos, el público participa no solamente en los programas, sino en la misma programación y su diseño.
El problema de los ombudsmen y las ombudswomen radica en la credibilidad que puedan ir acumulando. ¿Quién les paga, a qué intereses sirven? ¿A los de la empresa o a los del público? Esta crítica interna puede resultar muy incómoda para una radio comercial. ¿Qué pasa si una mayoría de oyentes rechaza un programa que deja buenos dividendos? Hoy mismo leí en la prensa sobre la petición de censura a la película Crash, cuyos protagonistas sólo se excitan sexualmente al ver accidentes de tránsito con víctimas mortales. Dudo que un ombudsman pagado por Hollywood logre sacar de pantalla esta bazofia producida por ellos mismos. ¡Primero sacan al ombudsman de su oficina!
En las emisoras comunitarias y de servicio público sí pueden consolidarse estas Defensorías del Oyente. Mantener estos espacios de manera permanente y abierta a todos sería un excelente sistema para controlar la calidad de la oferta radiofónica, para garantizar la ética y la estética de los programas, así como la seriedad periodística de los espacios informativos.
Algunas emisoras populares, con buen criterio democrático, se rodean de asesores y representantes de la comunidad. Estos se reúnen periódicamente con los directivos de la radio para evaluar la programación. El mecanismo es válido, pero deja fuera la opinión del gran público. Abriendo un espacio regular -una media hora diaria, un espacio de fin de semana- donde los oyentes puedan llamar y participar, habríamos dado un gran paso hacia la programación interactiva.
 
Digamos, por último, que estos representantes deben saber de radio para relativizar las propuestas inviables o antitécnicas, y deben saber de público para no tramitar cualquier majadería sugerida por un grupito de fans. Por ambas exigencias, los ombudsmen trabajan de la mano con el departamento de investigación.[64]
  
Una programación sensual 
  
Me gusta esta palabra: sensual. Suena bien, sabe sabrosa. Ninguna más apropiada para el lenguaje de la radio. Sensual quiere decir que nos entra por los cinco sentidos. Y que nos deleita. Que despierta en nosotros vibraciones, emociones, apasionamientos. Somos materiales, no podemos negarlo. El alma sólo se descubre a través del cuerpo, decían incluso los antiguos escolásticos. De este cuerpo tan hermoso con que la naturaleza nos ha dotado. Hasta en el polo norte, los inuksuit -figuras de piedra para guiar a los viajeros perdidos en la nieve- tienen la forma de un cuerpo humano.
No confundamos sensualidad con erotismo barato ni cursilería. Los colores, los olores, los sonidos, los sabores, las texturas, todas las imágenes auditivas que podemos crear con un buen uso del lenguaje radiofónico, producen belleza. A eso nos referimos cuando hablamos de una programación sensual.
Necesitamos programas técnica y estéticamente bien terminados, bien musicalizados, excelentemente conducidos, armoniosos, coloridos, poéticos, atractivos, cautivantes. Metamos ahí todos los adjetivos que queramos, todos nos ayudarán a describir el tipo de programación seductora que andamos buscando. Por suerte, ya pasó el tiempo en que lo popular se confundía con lo tosco y, a veces, hasta con lo sucio. Por suerte también, el público se ha vuelto más exigente y ya no aguanta esos programas facilones donde todo es un pretexto -incluida la gente que participa- para darle un brillo fatuo al animador, típicos de las estaciones comerciales. Hacer buena radio, independientemente de su finalidad servicial o lucrativa, tiene mucho de arte. Todas las letras de artista se hallan en la palabra radialista.
Sensuales y sentimentales, para que las palabras no se queden en la piel y lleguen al corazón, a los pliegues profundos del espíritu. No sé quién inventó la paticoja definición de la radio como música y noticias. No sé quién la echó a andar, pero muchos la siguieron. ¿Qué pasó con los formatos dramatizados, de alta temperatura? ¿Dónde quedaron los cuentos, los mitos, las leyendas, las fábulas, los sketches que provocan risa, la narrativa que desencadena en nosotros mil emociones diferentes?
Cuando acabes de conducir tu revista, pregúntate si los contenidos fueron adecuados, si el público aprendió algo que no sabía, si intercambiaste trigo y no sólo paja. Pero pregúntate también por las emociones: ¿lloraron, rieron, sintieron ternura por alguien, detestaron algo? Si no transmitiste sentimientos a tu público, ¿de qué sirven las ideas? Si no hablaste con pasión, ¿para qué hablaste? Eduardo Galeano se refiere al lenguaje sentipensante, el que junta razón y corazón, tomando prestada esta sugestiva palabra de los pescadores de la costa colombiana.[65] Ese lenguaje vivo, de sangre caliente, es el que necesitamos a lo largo de toda la programación.
Y es que la sensualidad que buscamos es doble: de programas y de programadores. Para que aquellos lo sean, es necesario que éstos -locutores y libretistas, periodistas y musicalizadores- sientan a su público, que vean cómo viven y oigan cómo hablan, que huelan sus amores y sus miedos, que toquen la verdad escondida y, sobre todo, que gusten, que disfruten su trabajo, que boten igual energía positiva detrás del micrófono como delante de la gente.
  
Una programación fantástica
  
La FANTASÍA. Hay que escribirla así, con mayúsculas. En estos tiempos de plomo del neoliberalismo, nos urge una sobredosis de fantasía. Que la gente pueda soñar, imaginar otros mundos. E imaginar su propio mundo transformado. Eso es la fantasía: la capacidad de meter colores al blanco y negro de la vida cotidiana.
Me preocupa esa palabra que se repite hasta el cansancio en los discursos sobre comunicación: la cotidianidad. Creo que es un término muy significativo, pero también muy riesgoso. A veces, hemos confundido dicha cotidianidad con estar hablando todo el tiempo de la manteca de la olla, la caca del niño, el precio de la leche y lo que ocurre en la vereda de al lado. Todo eso es cotidiano, por supuesto. Y le gusta a la gente. Pero a esa misma gente también le gusta el Hombre Araña y la Gatúbela, que no tienen mucha proximidad con su vida.
¿Les gusta o les han hecho gustar? Cuando llaman a la radio y nos piden una canción de Madonna, ¿escuchamos la voz del oyente o el eco de la casa disquera? Lo segundo, probablemente. Pero, ¿existen los gustos puros? ¿Hay culturas incontaminadas? Afirmar nuestra identidad no es negar ni mantenernos aislados de otras identidades. Defender nuestro patrimonio cultural no nos impide establecer matrimonios culturales.
No busquemos lo popular con la cabeza hacia atrás. Lo popular está adelante, es un proyecto que se amasa con muchas y diversas manos. La cultura masiva, tan híbrida, es popular. Y nos gusta conocer lo que pasó en otros tiempos y lo que pasa en otros lugares. Más aún, me atrevería a decir que mientras más extraña es la cuestión, mientras más distante está de nuestra tediosa cotidianidad, más nos atrae.
¿No se contradice esto con lo dicho antes, el criterio periodístico de la proximidad? Al contrario, porque noticia es lo que no conocemos y, por eso mismo, despierta la curiosidad. Pero sobre los avatares de nuestra vida, ya sabemos de sobra.
Lo cotidiano. La palabra hace referencia a la cuota diaria, la pena nuestra de cada día, el peaje que pagamos por vivir. Por eso, hay que entender bien la palabrita: lo cotidiano no es un tema, sino su tratamiento. Cualquier tema puede ser abordado en un lenguaje sencillo. Cualquier asunto -las excentricidades de Dalí o los agujeros negros del Cosmos- puede ser aproximado a nuestra vida, hacérsenos familiar. Cualquier situación puede incorporarse a nuestros amores y temores, entrar en nuestro diario vivir, cotidianizarse.
Recordemos nuestros programas llamados educativos. ¿De qué tratan? Machismo, alcoholismo, drogas, el precio del pan que sube, la moral que baja, la delincuencia que aumenta... Debemos hablar de todo eso, sí. Pero los días pares. En los impares, conversemos de otras cosas más refrescantes. Esos temas que se repiten una y otra vez, aburren. Y a quienes más aburren es a quienes en la realidad los sufren. Si yo vivo en la miseria, entre cuatro cartones, no quiero que me repitan eso. Quiero prender el radio y escuchar al Rey del Mambo o que me hablen sobre el Bob Esponja o de los marcianos, algo que excite mi fantasía.
Conocí una emisora boliviana que celebró su aniversario levantando un globo premiado sobre la ciudad de la Paz. Conocí otra en Perú que hace una especie de ouija musical con los oyentes invocando a Jim Morrison y a los que, según ellos, siguen tocando rock desde el mas allá. Y a una periodista tan loca -¿o tan cuerda?- que entrevista a los bufeos rosados -los delfines del Amazonas- porque los ribereños le han dicho que son mujeres y que también pueden sumarse al movimiento feminista.
Fantasía para evadirse de esta jodida realidad y tomar un poco de resuello. Y fantasía para volver a ella, pero viéndola con otros ojos, soñándola diferente. ¿Fue fantasía o milagro cuando Jesús multiplicó los panes y los peces para que los pobres comieran? Lo cierto es que aquella tarde en Galilea todos acumularon fuerzas para luchar por un mundo más justo. Ése fue el verdadero milagro. Ésa fue la Fantasía de Dios. A fin de cuentas, la fantasía es un apodo de la Esperanza.
Una programación ágil
  
Me contaron que en África hay un poblado donde los jefes se ven obligados a echar sus discursos sobre un solo pie. Así se cansan ellos antes que el público.
El colesterol también sube en la programación. Los programas se engordan, se vuelven pesados, sin gracia, sin ritmo. Uno pasa por una radio, regresa a los cinco años, y se encuentra con los mismos espacios, las mismas cuñas, hasta los mismos afiches en la cabina.
Hablar de programas ágiles es hablar de puntadas y tips. De flashes, notas simples, titulares, pases de unidad móvil, microprogramas, microreportajes, minidramatizaciones, sketches, entrevistas muy editadas, golpes de efecto, entradas rápidas y salidas más rápidas aún. Programación ligera y no por ello superficial. Programación de goteo, como la bautizó Pedro Ruquoy, aprendiendo del agua que traspasa rocas con su terca suavidad.
La vida también es veloz, sorpresiva. La vida, como decía John Lennon, es lo que te ocurre mientras estás ocupado haciendo otros planes. Parafraseando, digamos que programación es lo que sale al aire mientras estás preparando lo que va a salir: llamadas inesperadas, baches más inesperados, una noticia que rompe la pauta, una visita que llega y hay que pasarla a cabina, un entrevistado que no llega y hay que cambiar el debate, la cuña que se perdió, el corte de luz, la móvil que no entra, la competencia que nos robó la primicia musical, al operador le toca locutar, a la locutora le toca grabar, y el director tiene hoy que servir el café. La vida radiofónica.
Agilidades programadas y agilidades porque así son las cosas. Para ambas debemos estar entrenados. Y como de agilidad se trata, mejor me callo y paso a la siguiente y bien polémica característica.
Una programación con oídos de mujer
  
Es hora de reconocerlo: ellas son especialmente aptas para la radiodifusión.[66] Nos guste o no, las mujeres superan a los hombres tanto por el lado de la recepción (la escucha) como por el de la emisión (el habla).
¿Es un cuento esto? No, es una comprobación científica. A través de una larga evolución, las mujeres fueron equipándose con unos aparatos sensoriales mucho más refinados que nosotros, los varones. Para proteger a sus crías, ellas necesitaban percibir los más leves indicios de dolor, de hambre o de peligro.[67]
La mujer dispone de un mejor oído que el hombre. El cerebro femenino distingue muchos estímulos auditivos sin mezclarlos. Una mujer puede escuchar dos o más conversaciones al mismo tiempo. Los hombres, al contrario, no logran hablar con el radio encendido y los niños jugando. Si en ese momento, para colmo, suena el teléfono, un hombre bajará el volumen de la música y mandará a callar a todos. Una mujer levantará sin problemas el auricular.
La gran capacidad auditiva de las mujeres se relaciona con la llamada intuición femenina. Ésta no es otra cosa que esa formidable aptitud que tienen ellas para descifrar diferentes tonos de voz, matices sutiles, hasta el sentido de los silencios. Así pues, cuando usted tenga que evaluar un programa de radio, cuando deba hilar fino tanto en la interpretación de los actores como en los planos acústicos y la selección de la música, no lo dude, llame a una compañera.[68]
Ahora vamos a la otra punta, la emisión de los sonidos. Los hombres, desde luego, no han destacado nunca por su locuacidad.
Los consultorios de los psicólogos infantiles están llenos de papás y mamás llevando a sus varoncitos. Pocas niñas o ninguna veremos en esas salas de espera. Éstas comienzan a hablar antes que los niños. A los tres años, tienen el doble de vocabulario que un niño de la misma edad. No es cuestión de mayor o menor inteligencia, sino de dominio verbal.
Las encuestas no engañan. Las mujeres son más expresivas en todas las latitudes y en todas las culturas. ¿No lo cree? Haga esta sencilla prueba. Pregúntele a su hija adolescente qué tal estuvo la fiesta de anoche. Nos relatará con detalles lo ocurrido, qué música bailaron, qué vestidos llevaba cada cuál. Si le preguntamos a nuestro hijo, éste contestará:
            -Eh... Estuvo bien.
Esta diferencia tiene que ver con la especialización de los trabajos. Los hombres no evolucionaron para ser comunicadores, sino cazadores. Persiguiendo a un bisonte o a un mamut, utilizaban señas. Se sentaban silenciosos a observar la presa durante horas. Las mujeres, por el contrario, hablaban constantemente con sus crías. De ellas dependía el desarrollo del lenguaje en los recién nacidos. Hablaban entre sí durante la recolección de alimentos. Hablaban con sus callados compañeros cuando regresaban de las largas cacerías.
Las mujeres son las grandes comunicadoras. Ambas vías -hablar y escuchar- les resultan milenariamente conocidas. El sonido es su especialidad y, por ello, la radiodifusión es su medio natural. O dicho con más salero, la radio es femenina.
 
Y sin embargo, las emisoras fueron durante muchas décadas fincas privadas de los varones. Cuando entraba en ellas una mujer, la finca se convertía en coto de caza.
Ahora bien, el machismo imperante aún en nuestras radios no se resuelve contratando más mujeres. También hay que hacer esto, claro está. Hay que equilibrar las voces, formar parejas en informativos y radiorevistas, ir transfiriendo la operación técnica, siempre reservada a los técnicos, a manos femeninas. Pero no basta completar la planilla con mujeres, ni aunque éstas ocupen cargos directivos. Porque no es un problema principalmente de sexo -número de testículos o de ovarios-, sino de género.
Género: relaciones de poder entre hombres y mujeres. La mayoría de las veces, relaciones de subordinación de éstas a aquellos. Otras veces, de imitación: mujeres masculinizadas para que les permitan sentarse en la rueda de los varones. Casi siempre, discriminación hacia dentro, en el equipo de trabajo, y discriminación hacia fuera, en lo que se difunde desde la antena.
Necesitamos oídos de mujer para evaluar toda la programación de la radio y para proyectarla con mejores resultados. Ya en el capítulo tercero, indicamos algunas sugerencias que pueden reeducar nuestro lenguaje sexista. Pero hay que enfocar también los contenidos igualmente sexistas de nuestros mensajes.
Me acuerdo cuando íbamos a publicar un folleto de radiochistes en la oficina regional AMARC.[69] Yo encontré éste en una página de Internet:
            Caperucita le dice al lobo:
-Espera y verás, lobo feroz, le voy a decir a mi abuelita que me violaste dos veces.
-¿Cómo así, Caperucita, si sólo fue una vez?
-Ay, ¿es que ya te vas, lobito?
 
A mí me pareció muy simpático. Yo mismo lo había oído y contado, con otras palabras, en reuniones de varones. Pero a Tachi Arriola, coordinadora por entonces de la Red de Mujeres, le resultó desagradable.
            -El mensaje es que la violada disfruta la violación.
            -¡Un chiste es un chiste! -me rebelé-. Tampoco hay que buscarle cinco pies al gato... ¿A ti no te hace gracia?
            -Ninguna -dijo ella-. Y no creo que haga reír a las miles y miles de mujeres que han sido abusadas.             
  
Entonces, no entendí. Ahora entiendo. Y me sumo al rechazo de esta broma y de tantísimas otras que sólo reflejan la poca sensibilidad de nosotros, los varones, frente al abuso cotidiano que soportan muchas compañeras.
En una radio con oídos de mujer, estos chistes sobran. También están de más las músicas sexistas y homofóbicas, como ya indicamos al hablar de las canciones cantineras y otras, aunque tengan envoltura moderna y juvenil.
            -Ésas no son canciones -le oí decir a una radialista venezolana-, sino insultos cantados. Y en nuestra radio no se permite insultar a nadie.
No basta con limpiar los programas de groserías, incluidas algunas publicidades que hacen gala de mal gusto. ¿Qué proponemos, qué imagen de mujer proyectamos a lo largo de la programación?
Urge revisar los informativos para ver qué protagonismo tienen las mujeres. ¿Siempre víctimas de sucesos, en la crónica roja? Urge también balancear las fuentes informativas. ¿Quiénes debaten, cuántas veces invitamos a una mujer para una entrevista? Necesitamos poner en la agenda temas como violencia doméstica o derechos sexuales y reproductivos. Hacer campañas a favor de la igualdad de oportunidades -y de salarios- para hombres y mujeres. Grabar cuñas, jingles, elaborar reportajes, informar, comentar, editorializar sobre los nuevos valores de equidad ciudadana. La perspectiva de género no se agota en un espacio matutino dedicado a las mujeres. Es un eje transversal a toda la programación.
La nueva radio, la del tercer milenio, será una radio muy femenina. ¿Y nosotros, los machitos? En lugar de ponernos a la defensiva, en vez de intentar mantener privilegios cavernícolas, mejor haríamos aprendiendo de ellas y de su superior sensibilidad.
Caracterizada la programación radiofónica -masiva, de doble vía, callejera, interactiva, sensual, fantástica, ágil y femenina- veamos ahora los pasos para armarla.
  
Pasos para armar una programación
Las siguientes etapas tienen más de sucesión lógica que de temporal. En la vida real de una emisora, las cosas se entrecruzan. Con frecuencia, un equipo diseña la programación valiéndose más de intuiciones que de diagnósticos, apoyado más en el sentido común que en las encuestas. Al principio, tal vez, le va bien. Luego, debe meter freno, dar marcha atrás y enrumbar por otros caminos. En todo caso, más que el orden, interesa la presencia de todos los elementos que a continuación se indican.
Perfiles y públicos
El kilómetro cero consiste en respondernos a nosotros mismos para qué y para quiénes pensamos la programación. No nos referimos ahora a los grandes y previos objetivos del proyecto radiofónico: el lucro, la propaganda política, el proselitismo religioso, el servicio a la comunidad. Estamos hablando de finalidades más específicas que se relacionan con el perfil de la radio. Por ejemplo, una emisora indígena pondrá en primer plano el reto de la identidad cultural. Una radio instalada en una ciudad muy tradicional puede proponerse una programación callejera acentuando la participación ciudadana. Se trata de determinar el eje central en torno al cual se diseña el conjunto de la programación.
Y para quiénes se diseña. Porque la audiencia no es un todo homogéneo. No hay un público, sino muchos públicos. ¿A cuál de ellos priorizaremos? ¿Vamos a dirigir toda la programación hacia un solo segmento de audiencia, por ejemplo, los jóvenes? ¿O manejaremos una oferta más englobante, dedicando diferentes espacios para las diferentes edades? Y en cuanto al sector social que queremos alcanzar: ¿más popular, más de clase media, más urbano, más campesino, más de migrantes o informales? 
Comencemos por ahí, definiendo con qué rostro y con quiénes queremos relacionarnos.
Un buen diagnóstico
  
Hay que conocer muchas cosas antes de lanzarse a la aventura de montar una programación:
l Conocer el contexto. ¿Qué instituciones hay en la zona, cuáles tienen credibilidad, cuáles son los centros de poder económico y político, quiénes son los amigos y los enemigos, con quiénes podemos relacionarnos, con quiénes debemos hacer alianzas?
l Conocer los públicos. ¿A quiénes me dirijo cuando abro el micrófono? ¿Cuáles son sus horarios, qué les gusta y disgusta? ¿Cómo se divierten, qué música prefieren? ¿Cómo hablan, qué refranes emplean? ¿Qué opinan de la situación que vivimos, cuáles son sus necesidades más apremiantes? ¿Qué otros medios de comunicación consumen? ¿Cultura, costumbres, religiosidad?
l Conocer la competencia. ¿Cuántas emisoras entran en los receptores de mis oyentes potenciales, qué alcance tienen, a qué necesidades del público responden? ¿Cuáles son sus mejores programas y sus locutores favoritos? ¿Qué puesto ocupan en el rating?
l Conocer nuestro equipo. ¿Con qué recursos humanos contamos? ¿Qué capacitación tienen, con qué motivación trabajan, cómo se relacionan unos con otros? ¿Son creativos? ¿De qué equipos técnicos disponemos? ¿Recursos financieros? ¿Posibilidades reales de autofinanciarnos? 
Estilo, objetivos y oferta de programación
  
Tenemos que decidir si la programación será especializada o total, si se estructurará en mosaicos, bloques o continuo. El estilo está relacionado directamente con el perfil de la emisora. Ambos factores marcan la personalidad, el sello característico de una radio. Quien la sintoniza, la reconoce enseguida por la expresión peculiar de sus locutores, por sus cuñas y tips, por su estilo musical inconfundible, por las entradas y salidas de los programas.
Ahora vienen los contenidos. ¿Qué vamos a ofrecer al oyente? ¿Qué novedades, qué géneros y formatos desarrollaremos, tomando en cuenta lo que brinda la competencia y lo que demanda el público? ¿Cuáles son los ejes temáticos, transversales a toda la programación, que dan coherencia a la misma? Por ejemplo, la perspectiva de género, la preocupación ecológica, la defensa de los derechos humanos y otros temas de la agenda ciudadana, que no se agotan en un programa específico: atraviesan toda la programación.
Cada programa tiene sus propios objetivos. Y la programación en su conjunto, los suyos. Puede ser que en cierta temporada preelectoral, queramos dar muestras inequívocas de imparcialidad política. O que en esta coyuntura económica, decidamos marcar distancias con el gobierno. Pretendemos posicionarnos mejor en la ciudad como radio informativa. O reconquistar la audiencia juvenil perdida. O impactar en la opinión pública con una campaña sobre los derechos infantiles. O modernizar el look de la radio con una batería de spots originales. Todos estos objetivos de programación se planifican y evalúan en el corto plazo.
Franjas horarias
Se trata de conocer los hábitos de trabajo y ocio de nuestro público objetivo para adecuar los horarios de los programas en función de la vida cotidiana. Si vamos a lanzar una revista femenina, averiguaremos en qué momento las mujeres están en la casa con más libertad de escuchar radio. Si el programa se dirige a los choferes, conoceremos los momentos de mayor tráfico. Cuando los públicos y sus horarios se superponen, toca decidir a cuál queremos atender con prioridad.
La radio es cíclica, como la vida. Vuelve y vuelve, no se detiene. Los ritmos de la radio varían y se relacionan con las estaciones del año, con las semanas lunares, con los giros de la tierra pasando del día a la noche y de la noche al día. Los ritmos de la radio son constantes y, como los de la naturaleza, crean hábito. Por eso, los programas sueltos o incluso interdiarios nunca han dado mucho resultado.
La periodicidad óptima para un programa de radio es la diaria, de lunes a viernes. Los programas de fin de semana también captan mucha audiencia. Como los sábados y domingos son jornadas de descanso y deportes, la programación también se relaja y vuelve más festiva. Sin embargo, ese mismo programa de fin de semana, ubicado un día cualquiera, un martes por la tarde, difícilmente se posicionará.
Parrilla de programación
Armar una parrilla o barra de programación tiene mucho de juego, de quitar y poner, de subir y bajar, de ajustar y balancear muchos aspectos en busca de un todo armónico.
Hubo un tiempo en que se decía: si la radio debe informar, educar y entretener, démosle un 33% a cada una de estas tres funciones básicas. Una distribución tan mecánica resulta doblemente absurda: primero, porque descoyunta la necesaria educación entretenida, la indispensable información educativa; y segundo, porque en una buena receta no todos los ingredientes se mezclan en iguales medidas.
En programaciones totales, ciertamente, hay que balancear los espacios hablados y los musicales, los informativos y los deportivos, los que tienen un mensaje y los de puro entretenimiento. ¿En qué porcentaje? La investigación y el sentido común lo dirán.
Hay que balancear géneros y formatos. La radio moderna no descuida los espacios dramatizados ni la dramatización de los espacios noticiosos y de opinión. Hay que experimentar todo formato, especialmente, los que no se han inventado todavía.
Hay que balancear los temas a tratar. Temas macros y temas micros, temas heavy y temas light, temas y enfoques que den cuenta de todas las dimensiones del ser humano, las intelectuales y las afectivas, las lúdicas y las religiosas, las colectivas y las individuales.
Balance de voces también. ¿Cuántas locutoras hablan en tu radio? Aquí no se trata solamente de equidad frente al machismo radiofónico, sino de lograr un mayor contraste de voces, de belleza. La palabra de la mujer debe protagonizar la comunicación radiofónica a la par que la del varón.
Balance de sectores sociales que participan. Balance de opiniones. Balance de corresponsales y reporteros. Balance de participación popular y producción profesional. Balance de géneros y ritmos musicales. Balance de todo y todos, de gustos e intereses, de contenidos y formas, de productos y productores.
Balance: equilibrio en movimiento. La palabra invita a un reajuste permanente de la programación, a un chequeo para comprobar si los objetivos propuestos se corresponden con los resultados obtenidos.
Validación, monitoreo y evaluaciones periódicas
Necesitamos chequear la programación antes, durante y después de su difusión. Para ello, tres tareas a cumplir:
Prueba de materiales. Echar a andar un programa cuesta mucho tiempo, dinero e imaginación. ¿Por qué hacer un esfuerzo tan grande y no invertir un poco en validar las muestras y evitar errores posibles? Pongamos a prueba el programa que queremos sacar al aire con algunos oyentes representativos de nuestro público objetivo. Un publicista hace lo mismo, no se arriesga a lanzar un nuevo champú al mercado, sin haber testeado antes las reacciones de aceptación o rechazo que causa en sus clientes potenciales.
Monitoreo permanente. Un programa nuevo (y mucho más si se trata de una programación completa) es como un recién nacido. Hay que acompañarlo en sus primeros meses hasta que camine solo. ¿Cómo va pegando, qué reacciones provoca, cuánto participa la gente, qué relación establece el conductor con su público? Los responsables de la programación deberán escuchar muchos días el nuevo espacio y no dejarse guiar por dos o tres llamaditas alentadoras. Si el programa está bueno, puede estar mejor. Si está mejor, puede llegar a óptimo. Así, sobre la marcha, se van haciendo los necesarios ajustes.
Evaluaciones periódicas. La audiencia no es tan estable como quisiéramos: se cansa, se aburre, se deja seducir por otras ofertas. La competencia acosa y mejora sus productos. También la creatividad de nuestros productores se desgasta y va perdiendo el impulso inicial. No hay que dormir sobre ningún laurel de ratings pasados. Cada cierto tiempo -una vez al año, al menos- haga una evaluación un poco más amplia para conocer cómo está llegando tal programa al público que pretende alcanzar.
Para las tres acciones mencionadas -validar, monitorear, evaluar- podemos recorrer los dos caminos clásicos de la investigación: el más cuantitativo, que se trabaja en base a encuestas, y el más cualitativo, que emplea las entrevistas individuales, las colectivas y los focus group. Enseguida volveremos sobre esto. Pero antes, unas indicaciones sobre el último paso -y no por ello menos importante- para armar la programación: titular los programas.
  
  
Bautismo de programas
No es lo mismo llamarse Ernesto que Esperencejo. No da igual Sofía que Sofronia. En la radio, como en la vida, los nombres atraen o repelen, calientan o enfrían los ánimos del receptor. Chequee su barra de programación: ¿qué títulos resultarán sugestivos para el público?
Un buen título gana buenos oyentes. Un título creativo vende publicidad. La primera originalidad de una emisora, su inmediata popularidad, se descubre revisando los nombres de sus programas. A continuación, algunas normas simples para no hacer tan simples nuestros títulos.
l Evite títulos largos. Los títulos largos confunden y no podrán ser recordados por los oyentes. Lo mismo ocurre cuando a un niño lo bautizan como José Antonio Manuel Policarpo. Nadie lo llamará así en su casa ni en la calle. Le dirán Toño o Poli.
También para los locutores es un lío: resulta pesado identificar a cada rato un programa de nombre largo, de muchas palabras. Seguramente, el público retitulará el espacio con una contracción. Y tal vez le ponga como apodo lo que usted debió poner como título.
l Evite títulos abstractos. No valen porque no tocan la imaginación del oyente. No crean imágenes auditivas. Ya dijimos que el lenguaje radiofónico emplea palabras concretas, materiales, que se pueden oler y palpar, sentir y saborear. ¿Qué título de estos prefiere?:
REFLEXIONES PLURALES o          FUEGO CRUZADO
MUJER Y VIDA COTIDIANA           o          ¡LA SARTÉN POR EL MANGO!
Los primeros, conceptualmente, dicen lo mismo que los segundos. La diferencia está en las palabras, en el empleo de expresiones que entran por los sentidos. Para tocar aún más la imaginación, podemos grabar las presentaciones de los programas incorporando efectos de sonido. En los ejemplos mencionados, tableteo de ametralladoras o aceite hirviendo.
l Evite títulos con gerundios. Revise los títulos de los libros, de las novelas, de las canciones... En general, no llevan verbos. ¡Y mucho menos, gerundios![70] Esta forma de titular, sin embargo, abunda como la mala hierba:
COMPARTIENDO                            PROMOVIENDO LA CULTURA
DIALOGANDO CON USTED           ALEGRANDO LA MAÑANA            
La función de un título no es motivar a la acción, sino llamar la atención. Se trata de atraer al oyente, interesarlo en lo que va a venir. El nombre de un programa es anzuelo y no mensaje. Por eso, más que con verbos, los buenos títulos se arman con sustantivos y adjetivos.
l Evite títulos muy comunes. Es como casarse Juan con Juana. Con nombres tan oídos y repetidos, difícilmente daremos personalidad a nuestros programas. Fíjese en estos títulos... ¡debe haber diez mil iguales!
LA HORA DE LA SALUD                 LA TARDE EN RADIO CRISTAL   
EL SHOW DE FULANITO               ALEGRÍAS MUSICALES         
Estos títulos sirven para cualquier emisora en cualquier tiempo y en cualquier lugar del planeta. Son nombres muy manoseados, sin personalidad. Se me ocurre que un buen título requiere de 3 indispensables cualidades: originalidad, originalidad y originalidad.
l Evite títulos pedagógicos o ideologizados. Fíjese en éstos:
UNIDOS Y ORGANIZADOS  CAMPESINOS EN MARCHA
DEFENDAMOS NUESTROS DERECHOS
Todos estos títulos tienen algo de pornográfico, porque evidencian el contenido sin dejar espacio a la imaginación. Y además, aburren como los consejos de la abuelita.
Son también frecuentes los llamados títulos de proceso, igualmente explícitos:
 
DE LA PROTESTA A LA PROPUESTA
DE MARGINALES A CIUDADANOS
Lo dijeron hace siglos los griegos: sugerir es el arte. Y esto vale para el arte de titular.
l Invente títulos que suenen bien. Hay palabras agradables al oído, combinaciones de sílabas que suenan armoniosas, con vocales abiertas y consonantes variadas. Compare la sonoridad de estos dos nombres:
DANIELA                                          PIPINO
Así pasa con los títulos de los programas de radio. Y con el tono que grabamos sus presentaciones. Algunos tienen música por dentro. Parecen campanas al vuelo. Otros están apagados como fogón de pobre. Por cierto, una manera de doblar la sonoridad de un título es rimando sus palabras:
¡GENTE CALIENTE!                        ¡NO TE DESESPERES, PÉREZ!
l Invente títulos típicos. Dichos populares, las expresiones propias de su región o país, los refranes, los medios refranes (la otra mitad se sobrentiende)... son muy útiles a la hora de titular:
DIME CON QUIÉN ANDAS...         > para un espacio político.
            LOS MUCHACHOS DE ANTES       > programa para la tercera edad.
A veces, los giros regionales resultan difíciles de comprender
por otros públicos:
LA PUNTA DEL OBELISCO            > lo entienden en Buenos Aires.
            DE LA NARANJA SU MITAD           > lo entienden en Iquitos.
            DONDE EL JEJÉN PUSO EL HUEVO        > lo entienden en La Habana.
Cada oyente se reconoce en sus expresiones y las disfruta.
Se establece, así, una complicidad cultural entre la audiencia y la emisora.
También podemos incorporar jerga de moda, especialmente para titular programas juveniles:
¡CACHETE BRODER!
l Invente títulos pícaros y con humor. Porque pegan rápido en la audiencia. Porque van acordes con la onda moderna y alegre que debe impregnar toda la programación. Imagínese que usted, señor locutor, tuviera que animar un programa llamado:
MALES CONSUETUDINARIOS
Por suerte, una locutora astuta lo renombró así:
¿A DÓNDE VAS, SATANÁS?
Los juegos de palabras, los dobles sentidos, las frases ingeniosas ofrecen mil posibilidades para titular nuestros espacios. Ahora bien, lo pícaro no debe confundirse con lo grosero. Recuerdo una emisora en Nicaragua que llamó ROMPIENDO CUERITOS (=DESVIRGANDO DISCOS) a un programa para las canciones de estreno. Sin comentarios.
l Acomódese al horario, al tema y al público. Un programa de música caliente para acompañar a las amas de casa durante la mañana podrá llamarse ¡SALSA PICANTE! Y un espacio nocturno y romántico apelará a expresiones más poéticas: SERENATA BAJO LAS ESTRELLAS.
 
Muchos títulos se refieren al quehacer y al entorno de los oyentes. No va a llamarse SOBRE RUEDAS un programa dirigido a los pescadores de Guapi, en la costa del Pacífico colombiano. Se llamará REMA QUE REMA.
Las audiencias juveniles gustan de títulos locos e irreverentes. Para oyentes adultos, caben títulos más clásicos. Los deportistas prefieren palabras altisonantes y agresivas. Los niños, nombres llenos de fantasía. Como en toda buena comunicación, también los títulos hay que pensarlos desde el gusto de los oyentes y no del nuestro.
l No escoja el título... ¡deje que el título lo escoja a usted! Un buen título no puede forzarse ni sale a la primera. Más aún, es recomendable rechazar las ideas iniciales que suelen ser las que a todo el mundo se le ocurren.
El mejor título viene después de revolver muchas otras posibilidades. Aparece cuando menos se espera, al agarrar el bus o en el baño. Cae como un flechazo. ¡Eureka, ya lo tengo! Es una chispa que se enciende, un golpe de ingenio. ¿Se puede provocar una situación así? Ciertamente. Sólo hace falta perder el miedo al ridículo y atrevernos a decir en voz alta lo más exótico que nos venga a la mente. En una tertulia de amigos o caminando solos, lo que hacemos es sonsacar a la imaginación, coquetear con varias palabras hasta que una de ellas se abalanza sobre nosotros y nos atrapa. Nos cautiva. Se iluminan los ojos, se termina la búsqueda. Ahí está: ¡el titulísimo!
Cambios de programación
La programación es un ser vivo, se mueve. Los programas nacen, crecen, se reproducen (o te los copia la competencia) y mueren. O mejor, son matados. Algunos jefes de programación, por compasión con el locutor o por comodidad con ellos mismos, prefieren esperar una muerte natural, por inanición de audiencia. Otros, más radicales, llevan estricta cuenta del rating del programa. En cuanto resbala unos puntos, se impacientan y deciden echar fuera producto y productor.
Si la primera actitud responde a la desidia, la segunda puede ser precipitación. Antes de sacar un programa del aire, conviene averiguar por qué ha caído su audiencia. Tal vez el formato siga siendo válido y el conductor no sea el apropiado. O al revés, buen jinete con mal caballo. Tal vez necesita un cambio de horario. O una renovación de recursos radiofónicos.
Nunca es fácil hacer cambios en la programación. Pero si después de una evaluación consistente se ve la necesidad de eliminar un espacio, no lo dude ni lo deje para mañana. Pode cuanto antes los ramajes para que el árbol crezca más pujante.
Cuando se sacrifica un programa, siempre repicará el teléfono con oyentes que protestan. No se extrañe. Por malo que sea un programa, siempre tiene sus aficionados. No se preocupe por los diez que llaman, sino por los diez mil que no llaman, ya que hace rato dejaron de escuchar.
También es complicado mover los horarios. Me acuerdo de la novela Calimán. La programé a las 10 de la mañana pensando acompañar con ella a las amas de casa mientras hervían sus frijoles. Una delegación de jóvenes me pidió que la pasara a las 3 de la tarde, porque a esa hora estaban de vuelta del liceo. Así lo hice y me cayeron dos delegaciones de mujeres quejándose porque a esa hora ya no podían escucharla. Pensé en el mediodía, como solución intermedia. Ahora estaban felices los empleados públicos e indignados los campesinos. Al final, me excusé diciendo que los capítulos estaban incompletos, que quedaba hasta nuevo aviso, y guardé las cintas de Calimán en la discoteca. No se puede complacer a todos.
Una vez que la gente se acostumbra, resulta molesto andar moviendo el horario de un programa. Por eso, no se precipite para fijarlo. Investigue primero cuál es la mejor opción para su público preferencial. Después, no cambie la hora a no ser por razones de buen peso.
¡Vivan los enlatados!
Hay quien dice que los programas enlatados no sirven. Que son fríos, que no establecen una relación comunicativa con el oyente. Quien habla así, tal vez no los necesitó nunca. Pero cualquier revistero, cualquier jefe de programación se frota las manos de felicidad cuando recibe una buena serie de programas dramatizados o de reportajes.[71]
En cuestiones de cocina, vale más la mano de la cocinera que los ingredientes. Si usted abre una lata de atún y la vacía sobre un plato y así la sirve, a ningún comensal se le abrirá el apetito. Pero si usted toma el atún y prepara una salsita de tomate con cebolla, y le pone su hoja de lechuga, ya cambia la cosa. Otro tanto pasa en radio con los enlatados. A un haragán le llega El Cometa Halley y lo desaprovecha pasándolo así nomás en la programación, el capítulo desnudo. Unos conductores ingeniosos reciben esta simpática serie de Walter Alves y montan toda una campaña infantil con ella. Cada capítulo lo preceden con una introducción y lo siguen con un comentario. O invitan a los niños a llamar a la radio y contar aventuras similares. Muchos enlatados tienen final abierto y se prestan a debates en directo, por teléfono o con la móvil. ¡Cuántos paneles no se han hecho con los episodios de Mi Tío Juan, la multitemática serie de Ana Hirsz!
Hay mil maneras de aprovechar los enlatados. Por eso, hay también mil nostalgias de la mejor productora de programas educativos con que contó América Latina, SERPAL, que merece un homenaje muy especial en este libro. Si no fuera por aquel dinámico equipo de Franziska Moser, Elena Otero y Manuel Olivera, no estaría yo ahora escribiendo estas líneas.[72]
  
¿Quién es el asesino?
 
¡Vamos bien, nos han llamado cantidad de veces!... Claro, llaman aquéllos y aquéllas a quienes les gusta el programa. ¿Y los que no llaman ni oyen, la mayoría silenciosa? ¿Cuántos timbrazos de teléfono fueron, una docena? ¿Y qué representa eso en comparación al medio millón de oyentes potenciales? ¿Y en la docena que llamará mañana, se repetirán algunos nombres? ¿Público masivo o un club de amigos a distancia?
El autoengaño es mayor cuando se hacen focus group con una sola muestra y, para colmo, conducida la experiencia por el mismo personal de la radio. Recuerdo una emisora peruana cuyo director estaba feliz porque sus locutores se habían reunido con un grupo de oyentes para evaluar sus programas. Y los oyentes los habían piropeado. En un ambiente campesino, ¿quién va a criticar nada delante de locutoras y locutores tan famosos? Más aún, ¿quién va a decir que no le gusta tal programa si no tiene otra referencia, una propuesta alternativa? Los gustos se deciden por comparación. Si un niño sólo come avena, dirá que la avena es lo más rico del mundo. ¿De qué sirve dicha apreciación? Hazle probar otros cereales y que escoja. Pienso que ahí radica la falsedad de muchas validaciones de programas realizadas a partir de una sola muestra. No es lo mismo decir "me gusta lo que oigo" que "oigo lo que me gusta".
 
Tan importante es, entonces, decidirnos a investigar lo que hacemos, como saber qué y para qué y cuándo investigar esa producción radiofónica. No es mi intención -ni sabría hacerlo- desarrollar aquí la amplia temática de la investigación de audiencias.[73] Me conformo con un par de ideas orientadas a mejorar la programación.
l ¿Para qué investigar? Para encauzar la intuición. Y para correr los menores riesgos posibles. Y para no comenzar de cero. Y para saber qué estamos haciendo, nuestras posibilidades y límites. Y para entender el porqué de los aciertos y el porqué de los errores. Para todo eso sirve la investigación. Como bien dice Ricardo Haye, refiriéndose a los extremistas: Unos y otros parecen ignorar que la práctica sin teoría es ciega y que la teoría sin práctica es estéril.[74]
l ¿Qué investigar? No hay que indagar por qué no tenemos rating en los programas musicales si la discoteca exhibe telarañas. Eso me da miedo, que se piense la investigación como varita mágica para solucionar los problemas obvios de la producción. Lo que se ve, no se averigua. Si el locutor tiene cara de bobo y habla boberías, no haga encuestas. Cancele al locutor. Lo que se sabe, no se investiga.
Ni se investiga solamente para saber. Digamos que no nos interesa alimentar bibliotecas, sino transformar las programaciones radiales. No nos interesa -aunque lo respetamos- el conocimiento puramente académico, si éste no se traduce en pistas útiles y orientadoras para mejorar la producción. Digo esto, después de haber leído algunas investigaciones en las que se llenaban páginas y más páginas para acabar descubriendo que la rueda es redonda:
-¿Y?
            -Buenísimas conclusiones -me dijo el director de aquella emisora peruana.
-¿Y?
-A los jóvenes les gusta la música moderna y a los mayorcitos la del recuerdo.
-¿Y?
-Las mujeres son las que más nos escuchan por la mañana. Y los jóvenes, por la tarde.
-¿Y... cuánto te costó descubrir eso?
-Bueno, salió un poco caro, eso sí, pero valió la pena.
¿Valió la pena? La investigación para una emisora es un instrumento tan necesario como funcional. No quiero pecar de pragmático, pero si invertimos tiempo y plata es para ver resultados concretos a nivel de producción, de administración, de enfoque global del proyecto.[75]
 
l ¿Cuándo hay que investigar? Tal vez por haber leído de niño muchas novelas de misterio, la palabra investigación siempre me suena a crimen y búsqueda del asesino. Se parte de una duda, de una incógnita. Por ejemplo, antes nos escuchaban y ahora no. Y sin embargo, no hemos cambiado la programación. ¿Serán los oyentes los que han cambiado? ¿Quién nos mató la audiencia? O al revés, cambiamos un programa malo por uno bueno y no engancha. ¿Cómo es posible esto, por qué? Hemos puesto el mejor esfuerzo creativo en un consultorio del consumidor. ¡Y la gente no llama! La locutora es dinámica, superpilas. ¿Tal vez la temática de la mujer todavía no es atractiva para las mismas mujeres? ¿O la culpable es ella, sin sospecharlo nosotros?
Me contaron esta sorprendente historia acontecida en una aldea africana. El educador europeo, para mostrar las terribles consecuencias del alcoholismo, reunió a los vecinos, tomó un frasco de alcohol y echó en él una lombriz que, al instante, murió retorcida:
-¿Ven, amigos? Eso produce el alcohol en nuestros órganos.
Nunca entendió el educador por qué, después de la charla, todos los hombres corrieron a la cantina a emborracharse. ¿Qué móvil oculto les impulsaba a ello? Al europeo se le olvidó el detalle del parasitismo imperante en aquella zona africana. Si el alcohol arrasa así con las lombrices, razonaron los pobladores, ¡acabemos con ellas de un solo baldazo!
En esos momentos tenemos que investigar, cuando no entendemos determinados comportamientos ni preferencias de los radioescuchas, a pesar de haber puesto lo mejor de nuestra parte. 
Ya señalamos, como parte integrante del armado de una programación, las etapas de probar materiales, monitorear programas y realizar evaluaciones periódicas. Después de unos años de trabajo, podemos ir más lejos y contratar algunos especialistas que nos ayuden a hacer un análisis global de la programación y un estudio de audiencia, una investigación de mayor envergadura en la que se involucre también al personal de la emisora, tanto en la recolección de datos como en su interpretación.
 
Ya tenemos los datos. ¿Y ahora, qué? Supongamos que las encuestas señalan una preferencia del público por el rock en vez de la música vallenata. ¿Significa esto que debemos eliminar de la programación esta última? En lo absoluto. Tan errado sería prescindir de los vallenatos como no tomar en cuenta el dato e imponerlos a toda hora.
Hay que interpretar los resultados. ¿Por qué los jóvenes quieren rock y no música vallenata? Puede ser que aquel ritmo responda mejor a su identidad generacional. O puede ser que las emisoras de esta localidad saturen con rock y los encuestados gustan de aquello que les han hecho gustar. O puede ser que la gente disfrute los vallenatos y los baile toda la noche, pero ante el encuestador dice preferir la música extranjera, porque eso da caché. Todavía cabe otra interpretación: que estuvo mal formulada la pregunta.
En cualquiera de las posibilidades, los datos obtenidos no deben ser obedecidos como letra sagrada. Más que órdenes, la investigación nos da pistas para ajustar los balances. Nos muestra el desnivel existente entre la oferta de la radio y la demanda de la audiencia. 
En el 80, fuimos con un grupo de agentes de pastoral al verde Guanacaste, en Costa Rica, a validar los primeros capítulos de la serie Un tal Jesús. De entrada, hubo un rechazo. Obviamente, si siempre nos presentaron a Jesucristo rubio de ojos azules y en el radioteatro aparece apodado como el Moreno, esto va a provocar sorpresas y disgustos. María lo reprende y Jesús se ríe. María le dice que bendiga las lentejas que van a comer y Jesús responde, con la boca llena, que ya están benditas, porque son las que sobraron del mediodía. Diálogos como éstos, insólitos para una mentalidad tradicional, tenían que causar recelos entre los participantes. Más de una beata se santiguó cuando terminó el casete.
Si los productores y libretistas hubiéramos dado marcha atrás ante la resistencia de aquel primer público costarricense, la serie nunca habría visto la luz (para alegría de los cardenales Baggio y Rossi, de los monseñores López Trujillo y Quarracino). La prueba de materiales nos mostraba los niveles de riesgo (no con los censores, sino con los oyentes futuros), la distancia -y la posibilidad o no de salvar esa distancia- entre las expectativas del público al que nos dirigíamos y nuestros objetivos. Si la finalidad de la serie hubiera sido lucrativa, habríamos presentado un Jesús gringo y hierático, como el de Zefirelli, en su film costeado por la General Motors. O peor aún, el masoquista y herético de Mel Gibson.
Lo anterior significa, a mi parecer, que las investigaciones son punto de partida más que de llegada. Un grupo oye una cuña novedosa y no le agrada. Tal apreciación está condicionada por la lógica de lo conocido. Tranquilo, no se desanime. Otro grupo escucha una cuña convencional y le gusta. Tranquilo, no se ilusione demasiado. En ambos casos, los resultados de la investigación son señalizaciones de ruta. Advertencias para el camino. Pero el camino -también el radiofónico- se hace al andar. 
  
DINÁMICAS PARA REPROGRAMAR UNA EMISORA
  
 1- Juicio a la radio. El grupo se divide en dos. Unos acusarán a la emisora, otros la defenderán. Los cargos pueden ser diversos: alejada del pueblo, elitista, aburrida, vendida al gobierno. Se nombra un juez, un fiscal y un defensor. Estos pueden preparar sus testigos, sus pruebas y sus golpes de efecto. Al final, el veredicto queda en suspenso. En plenaria, la mayoría decide quién ganó el juicio.
Variante: hacer esta misma práctica, pero con oyentes reales.
 2- El abecedario radial. El pizarrón se divide en dos. A la derecha, se escribe GUSTOS. Y se ponen en vertical todas las letras del alfabeto. A la izquierda, se escribe INTERESES. Igualmente, se ponen en vertical todas las letras del alfabeto. Los participantes deben llenar ambos abecedarios con palabras que tengan esa letra inicial. Por ejemplo, escribirán Deportes en la D de los GUSTOS y Derechos Humanos en el lado de los INTERESES. Pueden escribir Moda en la M de Gustos y Medicina en los INTERESES. Ninguna letra debe quedar vacía. Y ningún concepto debe estar repetido. Al final, viene la pregunta y la reflexión: ¿cuántos de estos GUSTOS se tocan en nuestra programación? ¿cuántos de estos INTERESES se descuidan?
 3- Si usted fuera el director... A cada grupo de participantes se les da una gran hoja en blanco y se les nombra directores por un día. Piensen, imaginen una programación diferente. ¿Qué programas faltan, qué programas sobran? ¿Qué horarios hay que cambiar, qué estilos hay que emprender?
4- Las radios de tu ciudad. Se pide a los participantes que recuerden cuáles son las radios más exitosas de sus respectivas ciudades. En grupos, deberán responder a estas cuatro preguntas:
¿Cuántas radios hay en tu ciudad?
¿En qué lugar del rating está la tuya?
¿Cuál es la radio más escuchada?
¿Qué tiene ella que no tenga yo?                     
En el pizarrón se van vaciando los datos. Se discuten los resultados.
 7- ¿Qué cara tiene tu radio? Sobre la pared se ponen varios rostros: alegres, tristes, gruñones, regañones, amargados, condescendientes, gritones... Los participantes deben escoger uno de ellos, el que represente mejor la actitud general de la emisora ante los oyentes. Cada quien justificará su elección. Y propondrá un nuevo rostro para la programación. Pueden dibujar el nuevo rostro en el pizarrón.
  
PRÁCTICAS INVESTIGATIVAS
Se trata, fundamentalmente, de sensibilizar con algunas prácticas de investigación. Por ejemplo:
 1- Píntame a tu público. Por grupos, los participantes responden preguntas acerca de su audiencia: ¿Qué hacen, en qué trabajan, de qué hablan, qué música prefieren, cómo descansan..? Después, se comparan los resultados con el perfil del público que aparece en los objetivos de la emisora. ¿Hay coincidencias?
 2- Pequeña encuesta callejera. En grupos de tres o cuatro salen a encuestar por la calle. El tema puede ser la música: un sondeo sobre gustos musicales. Cada uno entrevista a cinco transeúntes, diferenciando edades y sexo. Se tabulan y se analizan los resultados en plenaria.  
 3- Focus group. Invitar de cinco a diez personas, que no se conozcan entre sí, para escuchar un par de programas producidos en el taller y dar su opinión sobre ellos. Uno de los participantes coordinará el grupo facilitando los comentarios. Otro puede estar de observador. Los demás esperan fuera. Todo se graba y se evalúa después en plenario.
 4- Oyendo las radios de la ciudad. Desde que comienza el taller, el capacitador o capacitadora encomienda a los participantes monitorear algunas emisoras de la ciudad. Tendrán una planilla para ir anotando los datos. Deben chequear los slogans, la música, a qué público se dirigen, cuáles son sus ganchos, los horarios de programas, etc, y compararlos con lo que hacen nuestras radios. Ésta es una dinámica que atraviesa todo el taller, como una actitud permanente de escucha de las radios más exitosas de la ciudad.

[1] Carl Sagan, Cosmos, Planeta, Barcelona, 1980, págs. 93 y 201.
[2] Véanse los antiguos y siempre sugestivos capítulos del libro de Jesús Simón, A Dios por la ciencia, Lumen, Barcelona, 1950.
[3] C. Rayner, El Cuerpo Humano II. Orbis, Barcelona, 1985.
[4] Sören Kierkegaard llamaba así al oído: el sentido de la intimidad.
[5] Estas ideas se las agradezco al colega Marcus Aurelio de Carvalho, un radioapasionado de Rio de Janeiro. Creo que era él quien viajaba en el autobús, walkman en mano.
[6] Jesús Martín Barbero: Hay en el elitismo una secreta tendencia a identificar lo bueno con lo serio y lo literariamente valioso con lo emocionalmente frío. Obra citada, pág. 152.
[7] Umberto Eco: Quizá la tarea del que ama a los hombres consista en lograr que éstos se rían de la verdad, lograr que la verdad ría, porque la única verdad consiste en aprender a liberarnos de la insana pasión por la verdad. El nombre de la rosa, Lumen, Barcelona, 1982, pág. 595.
[8] Quito, 20 al 24 noviembre 1995. El centro En Contacto, de Bucaramanga, distribuyó el simpático matachito.
[9] Pido prestado este subtítulo al maestro Walter Ouro Alves, quien a su vez lo tomó de Orson Welles. Cuando un amigo alababa las cualidades de la televisión, el autor de la Guerra de los Mundos comentó: ¡Ah, pero en la radio la pantalla es mucho más amplia!
[10] E.L. Doctorow: A veces pienso que el cine es un derroche de dinero. Si yo quiero que usted viva la experiencia de la lluvia, dispongo de una herramienta maravillosa: la palabra lluvia. No es cara y puedo hacerla fría o cálida y nebulosa, cayendo a través de un bosque. Si mi amigo Francis Ford Coppola quiere darnos la sensación de una lluvia semejante, tiene que gastar sesenta mil dólares por minuto. Citado por Bob Schulbelg, Publicidad radiofónica, McGraugil, México, 1992.
[11] Robert McLeish, Técnicas de Creación y Realización en Radio. Pablo de la Torriente, La Habana, 1989, pág. 249. Unas páginas antes, McLeish nos da un excelente consejo para crear imágenes auditivas: Se ha dicho que en la descripción de una escena, un comentarista debe pensar en un amigo ciego que no podía estar allí. Es importante recordar el hecho evidente de que el oyente no puede ver. Si se olvida esto, es muy fácil el ponerse simplemente a conversar sobre el acontecimiento con alguien que tienes a tu lado... Pero el comentarista no debe limitarse a utilizar su vista, sino que debe transmitir información por medio de todos los sentidos, para realzar en el oyente su sensación de participación. Así, por ejemplo, la temperatura, la proximidad de la gente y de las cosas, o el sentido del olfato, son factores importantes para una impresión global. El olfato es particularmente evocativo: el olor de la hierba recién cortada o el que se percibe dentro de un mercado de frutas o el imperecedero olor a moho de un viejo edificio. Si esto se combina con un estilo adecuado de expresión y los sonidos del propio lugar, se estará en camino de poder crear un poderoso juego de imágenes.
[12] Elena Poniatowska, Hasta no verte, Jesús mío. Era, México, 1969.
[13] Carl Sagan, Los dragones del Edén, Grijalbo, México, 1977, capítulo 5.
[14] C. Rayner: La adquisición del lenguaje simbólico ha sido un factor decisivo en el desarrollo del pensamiento racional del hombre. Las numerosas y sutiles combinaciones fonéticas que permite el lenguaje aseguran la formación de gran cantidad de palabras para comunicar una amplia gama de ideas. La mente humana, Orbis, Barcelona 1986, pág. 73.
[15] Curiosamente, también aprendemos a leer escuchándonos a nosotros mismos: Cuando un niño aprende a leer, lo que hace es construir a partir de los símbolos impresos una imagen acústica, que pueda reconocer. Cuando ha logrado el reconocimiento, pronuncia la palabra, no sólo para satisfacción de su maestro, sino también porque no puede entender por sí mismo los símbolos impresos sin transformarlos en sonidos; solamente puede leer en voz alta. Cuando puede leer más de prisa de lo que puede hablar, la pronunciación se convierte en un murmullo y con el tiempo cesa del todo. Cuando se ha llegado a esta fase, el niño ha sustituido la imagen acústica por la imagen visual. H. J. Chaytor, Leer y escribir, en El aula sin muros, Barcelona 1974, pág. 96.
[16] No es sólo por el oído que llegamos a las palabras. El conocido caso de Helen Keller, invidente y sordomuda, es una prueba de ello. La instructora Ana Sullivan la sacó un día de paseo, la llevó a un pozo donde estaba bombeando agua y puso la mano de la muchacha bajo el chorro. Le tomó la otra y deletreó sobre ella la palabra agua. Permanecí inmóvil, concentrando la mente en el movimiento de sus dedos. De repente, me asaltó como una vaga conciencia de algo olvidado y, sin saber muy bien cómo, me fue revelado el misterio del lenguaje. Supe entonces que A-G-U-A correspondía al maravilloso frescor que yo sentía resbalar por mi mano. Aquella palabra viva despertó mi alma, le infundió esperanza, ¡la liberó!... Me alejé del pozo con un deseo enorme de aprender. Ahora todo tenía un nombre y cada nombre alumbraba una nueva idea. Helen Keller, La historia de mi vida, citado por Carl Sagan en Los dragones del Edén, pág. 153.
[17] En el taller de capacitadores latinoamericanos realizado en octubre de 1994, Cristina Romo, catedrática del ITESO, Guadalajara, nos ayudó a estructurar la clasificación de géneros y formatos.
[18] Adaptación libre para radio de la novela de H.G.Wells, La guerra de los mundos.
[19] Laura Esquivel, Como agua para el chocolate. Planeta, México, pág. 13.
[20] Gabriel García Márquez: Nuestra realidad es desmesurada y con frecuencia nos plantea a los escritores problemas muy serios, que es el de la insuficiencia de las palabras. Cuando hablamos de un río, lo más grande que puede imaginar un lector europeo es el Danubio, que tiene 2.790 kilómetros de largo. ¿Cómo podría imaginarse el Amazonas, que en ciertos puntos es tan ancho que desde una orilla no se divisa la otra?... La vida cotidiana en América Latina nos demuestra que la realidad está llena de cosas extraordinarias. En Comodoro Rivadavia, en el extremo sur de la Argentina, vientos del polo se llevaron por los aires un circo entero. Al día siguiente, los pescadores sacaron en sus redes cadáveres de leones y jirafas. El olor de la guayaba, Oveja Negra, Bogotá 1982, pág.62 y 36.
[21] Gabriel García Márquez: ¿Hasta dónde se puede forzar la realidad, cuáles son los límites de lo verosímil? Son más amplios de los que uno se imagina. Pero hay que ser consciente de ellos. Es como jugar ajedrez. Uno establece con el espectador -o con el lector- las reglas del juego: el alfil se mueve así, la torre así, los peones así... Desde el momento en que se aceptan esas reglas, pasan a ser inviolables; si uno trata de cambiarlas en el camino, el otro no lo acepta. La clave está en la gran jugada, la historia misma. Si te la creen, estás salvado. Puedes seguir jugando sin problema. Cómo se Cuenta un Cuento, Voluntad, Bogotá, 1995, pág. 33.
[22] En mi libro Ciudadana Radio (Lima, 2004) desarrollo un quinto periodismo, el de intermediación. Se trata de canalizar las denuncias ciudadanas, interpelar a las autoridades correspondientes y contribuir a la solución de los conflictos sociales.
[23] Excelente trabajo de Andrés Geerts y Hernán Gutiérrez sobre la opinión pública, ALER, Quito, 1996.
[24] Carl Sagan, Los dragones del edén. Grijalbo, México, 1977, págs. 80 y siguientes.
[25] Xabier Gorostiaga, ponencia presentada en la Cumbre Social de Copenhague, marzo 1995, Revista Envío 157, Managua.
[26] Informe del PNUD 1997, citado por Eduardo Galeano, Patas Arriba, Buenos Aires, 1998, pág. 28.
[27] Tenemos otros dos récords mundiales: la inequidad en la distribución de la tierra y la desigualdad en la distribución de la riqueza. María López Vigil, La marginación en América Latina, Managua, 1995.
[28] Entonces, ¿el objetivo de la prohibición será bajar el consumo de drogas o elevar el precio de las mismas? http://www.radialistas.net/clip.php?id=1500044
[29] Mar Fontcuberta, Estructura de la noticia periodística. ATE, Barcelona, 1981, pág. 13.
[30] J.L. Martínez Albertos: La objetividad es un problema de honestidad intelectual, de sinceridad del informador consigo mismo que se refleja en una preocupación constante por alcanzar esa meta -la objetividad periodística- entendida como un valor límite, es decir, un punto al que nos acercamos cada vez más, pero sabiendo que es imposible llegar a él. Curso general de redacción periodística. Paraninfo, Madrid, 1992, págs. 65-66.
[31] Esta cantidad depende del perfil de la emisora (más musical, más hablada), de la existencia de otros espacios noticiosos en la programación donde se da curso a más informaciones, del mismo ritmo y secciones que tenga el noticiero.
[32] Manuel López, Cómo se fabrican las noticias, Paidós, Barcelona, 1995, pág.29.
[33] Howard Frederick: En el mundo existen más de 100 agencias de prensa, pero solamente cinco de ellas (Asociated Press, United Press International, Reuters, France-Press y Tass) controlan un 96% de los flujos de noticias mundiales. Democratizando el Ciberespacio, CHASQUI 45, Quito, 1993.
[34] Fernando Reyes Matta, Redes electrónicas y periodismo transnacional investigativo, CHASQUI 45, Quito, 1993.
[35] Y no sólo ideológicos, sino de formato, porque los largos cables de las agencias están pensados y redactados para la prensa escrita. Son textos para la vista, no para el oído.
[36] El hambre, inseparable compañera de los pobres, es hija de la desigual distribución de las riquezas y de las injusticias de este mundo -así comenzó su discurso Fidel Castro en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, Roma, 16 de noviembre 1966-. Y así lo concluyó: Las campanas que doblan hoy por los que mueren de hambre cada día, doblarán mañana por la humanidad entera si no quiso, no supo o no pudo ser suficientemente sabia para salvarse a sí misma.
[37] Miguel Pérez Calderón: El interés humano se halla presente en todos los detalles excepcionales de una persona vulgar y en todos los detalles vulgares de una persona excepcional. La información audiovisual, Madrid, 1970, pág. 38.
[38] Los franceses son menos machistas... ¡hablan de sang et sein!
[39] Robert McLeish, obra citada, págs. 177-178.
[40] Reynaldo González, obra citada, pág. 212 y ss.
[41] Algunas emisoras campesinas, a falta de un sistema de correos, han instalado sus propios buzones en los cruces de camino. Choferes amigos recogen a diario las cartas de los oyentes, depositadas en estos buzones populares.
[42] Augusto Boal: Técnicas latinoamericanas de teatro popular, Sao Paulo, 1984, pág. 19.
[43] Véase el folleto 100 Concursos para nuestras radios comunitarias, AMARC, Quito 1994.
[44] Ojo a los cazaconcursos: en San Salvador me advirtieron sobre una banda de oyentes que se dedica a rastrear todas las emisoras y participar en cuanto concurso pueda para arrasar con todos los premios.
[45] No confundir debates con mesas redondas. En éstas, se pretende complementar ideas en torno a un tema, iluminarlo desde distintos ángulos. En el debate, se busca la polémica.
[46] Ciudadana Radio, el poder del periodismo de intermediación. Línea y Punto, Lima 2004.
[47] Para radio vale lo de la literatura infantil: el buen libro o el buen programa para niños pasa su prueba de fuego cuando también gusta a los adultos.
[48] El Ministro de Educación de Nicaragua, Humberto Belli, asesorado por el Opus Dei, prohibió el cuento de Andersen El traje nuevo del Emperador porque podría mermar la autoridad de los gobernantes.
[49] En Estelí, Nicaragua.
[50] Eduardo Galeano, Fútbol a sol y sombra, Mundo Editores, Bogotá, 1995, pág. 36.
[51] Jaurías deportivas, crítica de la dominación. El deporte moderno es una mercancía. Los clubes venden y compran deportistas. Los deportistas más famosos venden su imagen a empresas que venden sus productos con esa imagen. El Comité Olímpico Internacional vende los Juegos a las multinacionales y a las grandes cadenas televisivas. Estas multinacionales, a su vez, venden sus productos gracias a los anillos olímpicos. Y las grandes cadenas televisivas venden sus espacios publicitarios a otras empresas que aprovechan las transmisiones deportivas para vender sus productos. El deporte moderno mueve millones y millones de dólares en operaciones opacas, con métodos que, a menudo, se parecen a las mafias. Entrevista realizada a Jean Marie Brohm, revista Proceso, México,  4 de agosto 1996.
 
[52] La radio suele estar en segundo plano mientras hacemos otras cosas.  La oímos, pero no la escuchamos. Cuando algo nos interesa, nos acercamos a ella,  hacemos un zoom auditivo, y luego la volvemos a dejar como telón de fondo. Mariano Cebrián Herreros:  La radio es el medio de la amistad que acoge a todos los oyentes por igual con independencia de la clase social y nivel cultural. La radio es el medio que aproxima la información al ciego, al analfabeto y a los lectores perezosos. No se exige el aprendizaje de un código previo y es más fácil y cómodo escuchar que leer. Obra citada,  pág. 367.
[53] Jorge Montalvo, obra citada, págs. 33-34.
[54] Carlos Rivadeneira, Programación radial, Apuntes de la Universidad de Lima, 1994.
[55] Véanse los bien fundamentados capítulos 4 y 5 del libro de Josep Ma. Martí, Modelos de programación radiofónica, Feed Back, Barcelona, 1990.
[56] Todos sabemos cómo se manipulan los ratings. Se paga por aparecer en ellos, porque de esa apariencia dependen los contratos publicitarios. Debido a esto, hay que saber distinguir entre unas empresas encuestadoras y otras. O mejor aún, solicitar la medición de audiencia a instituciones académicas que gocen de excelente credibilidad. En El Salvador, los datos que brinda periódicamente la Universidad José Simeón Cañas son tomados muy en cuenta por las agencias publicitarias y por los empresarios que quieren anunciarse.
[57] World Communication Handbook1992-94.
[58] En televisión, las cosas son distintas. Cuando participa el público, es porque el canal ha tomado la iniciativa, porque ha enviado la móvil a este barrio para hacer un reportaje. O porque ha puesto en tal esquina a su reportera estrella para que haga una vox pop. En algunos programas, los televidentes llaman por teléfono. Están, sin embargo, en muy diferentes condiciones: mientras ellos se mantienen en off, el animador está empantallado. En los concursos y los talk show,  la participación está muy condicionada. El set, lleno de gente, viene siendo un recurso más del programa.
[59] M. Cebrián Herreros, obra citada, pág. 93.
[60] Nicholas Negroponte: Imagínese un futuro en el cual su agente de interfaz pueda leer todos los telegramas de las agencias noticiosas y todos los diarios, captar todas las estaciones de radio y televisión del mundo y armar un sumario personalizado... Piense en un monitor de computadora que le muestre las noticias, con una perilla que, al igual que el control de volumen de su radio o televisor, le permita aumentar o reducir el grado de personalización. Podría disponer de muchos controles de este tipo, incluso un botón deslizador, que le permita moverse, tanto física como políticamente, de la izquierda a la derecha y viceversa, y modificar el tono y la intención de las notas. Estos controles cambiarían su visión de las noticias, tanto en lo que se refiere a su extensión como al tono editorial. Ser digital, Atlántida, Buenos Aires, 1995, págs. 159-160.
[61] Nunca dieron resultado las cadenas radiales impuestas por gobiernos totalitarios ni los receptores con frecuencia cautiva, distribuidos por iglesias paternalistas, que sólo permitían captar una estación. Los campesinos, forzados a alfabetizarse o evangelizarse, descubrían rápidamente el truco, eliminaban el filtro trasero y liberaban su radio.
[62] Algunos prefieren hablar de la Defensoría del Consumidor de Medios.
[63] Mario Xavier, ¿Son necesarios los ombudsmen?, CHASQUI 54, junio 1996, pág. 63.
[64] La propuesta de los Observatorios de Medios va mucho más allá que los ombudsmen. La desarrollamos en Ciudadana Radio, el poder del periodismo de intermediación, lima 2004.
[65] Eduardo Galeano, El Libro de los Abrazos, Siglo XXI, 1990, pág. 107.
[66] "Después de la música country, que está en primer puesto, los norteamericanos escuchan en la radio noticias y programas de tertulia. Muchos de estos programas están hoy escritos, producidos o presentados por mujeres. La influencia femenina en las ondas radiofónicas está aumentando también en otros países. Según estadísticas de las Naciones Unidas, entre 1970 y 1991 los países en vías de desarrollo duplicaron su participación en las radios del mundo, y más del 25 por ciento de los puestos en las emisoras de África, América Latina, Europa y Asia están actualmente ocupados por mujeres." Helen Fisher, El primer sexo, Punto de lectura, Madrid, 2001.
[67] Allan y Barbara Pease, Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas, Amat, Barcelona, 2000.
[68] Esto ocurre en la mayoría de los casos. Habrá hombres con oídos tísicos y mujeres con dos tapones en las orejas. Pero, por lo general, así son los sentidos masculinos y femeninos.
[69] Radiochistes, Quito 1996.
[70] Los gerundios expresan una acción en proceso de ejecución y se reconoce por sus terminaciones ando o iendo.
[71] Las series de Mario Kaplún -Jurado XIII, El Padre Vicente y tantas otras- han servido para dinamizar las programaciones de centenares de emisoras latinoamericanas desde hace años, y siguen aún vigentes por los temas tan humanos que abordan y por su excelente realización. Sería petulante descalificarlas con el rótulo de enlatados.
[72] En 1981, Monseñor López Trujillo, de infeliz memoria, con la complicidad de otros purpurados vaticanos, provocó el cierre del Servicio Radiofónico para América Latina, SERPAL. No soportaron su última serie, Un Tal Jesús, que escribimos mi hermana María y yo. A pesar de los inquisidores, el Moreno sigue vivo y riéndose en muchas emisoras cristianas del continente.
[73] Véase el manual Cómo conocer la audiencia de una emisora, de María Cristina Mata, ALER, Quito, mayo 1994.
[74] Ricardo Haye, Hacia una nueva radio, Paidós, Buenos Aires, 1995, pág. 18.
[75] Un perspicaz enfoque sobre este asunto lo plantea Gina Gogin en su texto ¿Qué significa hablar de radio?, DIA-LOGOS 35, Felafacs, marzo 1993.
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Le neta es un manual,. uma investigaciòm persomal com varias fuentes. Es uno de los manuales más coompletos que existen ahora en nuestras manos.

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Categoría: Ensayos

Subcategoría: Análisis


Creditos: Editprial: Colectivo libertario Magonista.

Derechos de Autor: Gonzalo Francisco Santiago Montaño.

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