A veces, llego a correr sobre la hierba
y deslizarme en ella con mis manos viscosas.
Veo entonces el marrón de su sangre
que busca mancharme en cada cordillera.
A veces sólo contemplo al mundo
sin llegar a entender su medio genital.
Arboles y hombres tenemos un terruño
y, en nuestros ocasos, compartimos raíces.
La madera y la piel caen como latidos
y son destellos tácitos que se van al unísono.
Bebemos de las aguas de las perturbaciones
mientras nos van llenando los eclipses fangosos
y somos deshojados por cualquier terciopelo.