Del libro "Patente de corso"
Publicado en Apr 17, 2010
YO, ESPARTACO
Dicen los historiadores que en el año 113, antes de llegar el supuesto Redentor Occidental, vine al mundo en una región de Tracia dominada en aquel tiempo por el Imperio Romano. Al negarme a servir en las tropas invasoras fui reducido a esclavitud, enviándome a las canteras para trabajos forzados. Comprado por alguien traficante en prisioneros para la escuela de gladiadores en Capua, pude escapar ileso gracias a mi fortaleza, mi penetrante inteligencia y mesurado juicio. Iniciada la rebelión, bajo mis órdenes fue derrotado Clodio Glabro, el pretor, en la llamada Tercera Guerra Servil, conocida como Guerra de los Esclavos, Batalla del Vesubio o simplemente Guerra de los Gladiadores. Agregamos a tal victoria, mis seguidores y yo, la derrota sufrida por el también pretor Varinio, a quien capturamos sus lictores y caballo obligándolo a escapar como un bandido, a marchas forzadas, sin partidarios y a pie. Tomamos varias ciudades por medio de las armas mientras me afanaba en preparar un ejército de 70 mil hombres, disciplinado y aguerrido, que llegó a sumar hasta 120 mil, para enfrentar sin temores y con éxito las poderosas y valientes legiones imperiales. Combatimos contra Léntulo Clodiano y Lucio Gelio evadiendo sus emboscadas, o tendiéndoselas. Jamás olvidaré tan azarosos encuentros, siempre bajo el auspicio de victorias decisivas. Observando que no éramos vencibles los romanos reunieron, a las órdenes del cónsul Craso Longino, todas sus fuerzas disponibles para la batalla definitiva en las llanuras del Po. Pero igual que en ocasiones anteriores, mordieron el polvo y maldijeron su desgracia. Al final, no sin antes conquistar mayores triunfos, fui traicionado por piratas sicilianos que me entregaron, con el grueso de mis tropas, a la barbarie sin tregua de mis perseguidores. En Apulia libré mi última batalla después de sacrificar mi caballo para igualarme con mis subalternos. ¡Ay de mí cuando imaginé que el enemigo me daría los necesarios tras su inminente derrota, o que en caso contrario, no tendría necesidad de él! ¡Oh soberbia! ¡Oh infortunio! ¡Oh vanidad de mis últimos momentos, llevada hasta los bordes de la irracionalidad! Luchando herido y de rodillas, en el instante supremo caí con 60 mil de mis hombres sobre la hierba roja. Los que lograron sobrevivir y no escaparon, fueron crucificados a lo largo de la Vía Appia entre Capua y Roma, para escarmiento de todos, y sobre todo, como lección de dominio y advertencia dada por los vencedores a las nuevas generaciones. Terminada la contienda, el noble Craso capturó a Varinia mi mujer, junto con nuestra descendencia de meses, siendo más tarde liberada en compañía del niño y enviada discretamente hacia su tierra natal protegida por un manto de riquezas materiales. Hoy mi espíritu regresa ordenando a los vencidos no doblegar la frente en sus luchas libertarias ni claudicar ungiendo poderes imperiales. Mientras Varinia duerme su sueño interminable y reposan callados mis ínclitos guerreros bajo la tierra parda que aplaudió sus hazañas, seguiré dando mi ejemplo alrededor del planeta que sueña impenitente fundir la oscuridad.
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alma