Cordones rojos a rayas negras
Publicado en Apr 14, 2010
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Desde hace unas semanas, cuando su madre empezó a toser y escupir sangre, Charlotte está a cargo de la pequeña tienda, en los suburbios de París,   En el hospital aconsejaron medicamentos  y mejorar su alimentación. ¿cómo hacerlo?  Esa  mísera pocilga da apenas para unos mendrugos. Sólo algunos carretes de hilo, agujas, botones, muy poco para ofrecer y una clientela paupérrima. La chica de diecisiete años, a pesar de todo, es feliz. Por primera vez, saldrá con  Marcel, su nuevo amigo. Le ha prometido una sorpresa y está tan entusiasmada que a cada rato se asoma para calcular la hora,  por la incidencia de la luz solar.
 El llamador de la puerta, deja oír su tintineo y  entra un hombre de rostro sereno y bondadoso.
 –En qué puedo servirle, Monsieur?
- Necesito cordones negros para mis zapatos- Afanosa, busca en una caja alargada y  muestra el único par, rojos y con rayas negras.
- No, eso no, exclama el hombre y amaga salir, luego se detiene y resignado, dice:- Está bien, vengan, los necesito y  ahora! - Paga y se retira.
Charlotte, luce el único vestido decente y va al encuentro de Marcel que espera en la esquina.
Caminan por las estrechas calles adoquinadas, atentos al paso de los carruajes y de los caballos  que  trotan en todas direcciones. A medida que se acercan al lugar, empieza a ver mucha gente que se aproxima hacia un entarimado, construído en  medio de la plaza. Marcel, arrastra a su compañera, no quiere perderse de nada.
 Se ubican al frente de donde va a empezar el espectáculo. Entre la chusma que grita y ríe feliz, avanza una carreta, abierta, tirada por dos caballos percherones. Charlotte empieza a comprender. Va a ser testigo del final de esos cuatro hombres y una mujer, que agobiados por la certeza de lo que les aguarda, esperan su turno ante los insultos y el griterío infernal de la gentuza. Un representante del pueblo, erigido, para la ocasión en juez, lee una escueta sentencia, y su  voz gangosa se empeña en remarcar :
–“ Culpables de traición a  la Patria y  a sus ideales revolucionarios” Con  un gesto de su mano, da comienzo a la función.
-¡ Primero, las damas!- ordena a los ayudantes del verdugo, que se  adelanta encapuchado blandiendo  el hacha en sus manos. Aquéllos, tienen que sostener a la mujer, cuyo rostro, de color ceniciento, no parece entender la sentencia que la condena. La arrodillan ante el tajo. Al otro lado, un gran canasto de mimbre, espera el macabro envío.
Charlotte comprende la atrocidad de la acción de la que es espectadora. Quiere escapar. Su sensibilidad rechaza ese horrible entorno de violencia. Los rostros, a su alrededor, espectantes y feroces la asquean. Imposible deshacerse de esa multitud abigarrada. Se aferra  al borde del entarimado, para no caer.
El hacha corta el aire y separa limpiamente el torso de la cabeza de la primera ejecutada, que rueda hacia el canasto.
Charlotte se derrumba y en un relámpago, antes de perder la conciencia,  los cordones rojos, con rayas negras que sujetan los zapatos del verdugo, atraen, fugazmente, su perturbada atención.
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Foto del autor haydee
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Descripción

Una de las tantas, posibles, escenas durante la sangrienta revolucin francesa y anterior a la invencin de la guillotina.

Palabras Clave: entarimado tajo canasto

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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Jose Oliva

Bueno, muy bueno tu relato Haydee. Es un gusto haberte conocido e ir disfrutando de a poco de tus escritos. Saludos
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April 22, 2010
 

Alfonso Z P

Querida Haydée: últimamente nos estás regalando unos cuentos amenos, interesantes y
con finales inesperados.
Quien iba a pensar que ese hombre aparentemente bondadoso resultaría ser un verdugo,
y sería descubierto por un pequeño detalle, unos simples cordones para zapatos.
Felicitaciones y todas las estrellas.
Abrazos: Alfonso
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April 14, 2010
 

haydee

Por lo que he indagado de quienes tuvieron ese denigrante oficio de verdugos, trasmitido de padres a hijos, vivían aislados del resto y trataban de guardar el anonimato.
La vida privada, era como la de cualquier individuo, quizás algo más solitaria porque nadie, a sabiendas quería relacionarse con un ejecutor oficializado y el secreto, es difícil de sostener.
Gracias, querido Alfonso!
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April 15, 2010

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