Que sensación extraña siento cuando, a pesar de estar rodeado de gente, me invade una angustiosa soledad. Una sensación, diría, opresiva; asfixiante; desoladora...
Consigue con tanta firmeza satisfacer su apetito en devorar mi alma, que al verme en un espejo, casi no me reconozco.
Insiste, ella, lucha con paciencia para convencerme de que es omnipotente como una diosa, gobernadora de ilusiones que me roba con sutilezas y lleva días darme cuenta.
No escasea perversidad al alimentar (sólo un poco) mi desnutrida esperanza, porque no es tonta. Sabe que para dar continuidad a su capricho, me necesita saludable. Y caigo siempre en su combo de mentiras, como un adolescente que revive con un falso "sí".
Quizás debería saberlo a esta altura. Separar la paja del trigo no es cosa sencilla y para ser sincero nunca lo hice bien...
Se disfraza de amiga, de novia y hasta de gran consejera. Entra en mi cuarto sin permiso con movimientos sensuales logra meterse en mi cama, donde percibo su perfumado cuerpo que me abraza porque conoce mis deseos...
Podría decir tantas cosas, que ha sido capaz de realizar con tanta desvergüenza, que si lo hago, estaría compensando otra de sus miserias...
No me preocupa desterrarla porque le he descubierto su peor mentira, ella estará esperando al final del camino y aunque ese día esté rodeado de gente, como ya me ha dicho: "a la larga serás mía".
No le temo a su compañía, ya lo sé es en vano luchar, pero le hablo y la miro. Sólo ruego que respete mi alegría que en breves instantes se da en mi vida...
Su nombre no es mentira ni tampoco soledad. Sé que me está observando y por no darle el gusto, no la quiero nombrar.