LA VENTA
Publicado en Apr 03, 2010
Prev
Next
Image
 
LA VENTA
 
 
El cartel que sentenciaba la venta me pasó por la garganta como una piedra de cien puntas.
“RONSINO PROPIEDADES VENDE HERMOSO CHALET DE FIN DE SEMANA EN MORENO. CON QUINCHO, PARRILLA. URGENTE”. Decía.
Nunca pensé que llegaría ese momento. A pesar que en las reuniones con mis amigos fanfarroneaba diciendo que…para mí solamente son ladrillos… ¡mentira!, asquerosa y triste mentira.
En el viaje a la escribanía de Moreno con mi señora pasamos, por casualidad, por el frente de la casa.
La construimos desde cero en el año 2002, con la idea de disfrutarla toda la familia y para que les quede a nuestros hijos.
Comenzamos en Mayo, con un albañil y dos ayudantes y terminamos en Noviembre, la obra íbamos a controlar tres o cuatro veces por semana. Las maderas del machimbre del techo y de todos los tirantes las barnizamos entre mi esposa y yo.
Las instalaciones de gas, agua y electricidad las colocamos nosotros, también.
Comprábamos los materiales como si estuviéramos viendo el ajuar de nuestro primer hijo, en realidad era otro parto, distinto pero parto al fin, que nació en los finales de ese año y en los que la situación económica en el país era particularmente difícil, pero los ahorros que en un principio serían para unas vacaciones en Europa, terminaron en la casa de Moreno. Que hoy, siete años después, estamos yendo a entregar a otra familia. ¿Quienes serán?, ¿cuidarán de la casa como la cuidamos nosotros?, ¿Regarán las plantas como nosotros, las podarán para que crezcan más fuertes? Pensaba.
Esa quinta fue lugar de cenas alrededor de la mesa del quincho, bien cerca de la parrilla en inverno, o bajo los fresnos en verano.
Mi lugar, siempre fue la parrilla y me encontraba casi todos los fines de semana, haciendo asados en noches fabulosas, con amigos tan inolvidables como las anécdotas que se empezaban a contar después del tercer vaso de vino.
Fueron también, partidos de truco, sin flor por supuesto, con cuatro o seis veteranos atorrantes y, justificadamente mentirosos para el envido, que, sumados a otras tantas botellas vacías de vaya Dios a saber a esa hora que líquido era, convertían a una noche potencialmente aburrida, en la velada perfecta.
Siempre se descolgaba alguno de ellos, por lo general el bohemio que tocara de turno, con sus frases celebres que pegaban como una trompada al hígado: -…a ver muchachos, que alguien le ponga precio a este momento…- los que lo escuchábamos le respondíamos con un sonido como -… ¡Ehhh, si, si!… o un… ¡Claro, que no tiene precio!..., otros, solo agachaban la cabeza y se deprimían solo por melancólicos depresivos. Otra de las frases famosas, que vaya uno a saber quien la dijo antes era:
-…Hay un punto en tu vida en el que te das cuenta quien importa, quien nunca importó, quien no importa más y quien siempre importará.
De modo que no te preocupes por la gente de tu pasado, hay una razón por la que no estarán en tu futuro…- todos éramos unos filósofos baratos, de pensamientos profundos, formados a partir del vaso lleno, gesticulando entre la picada que precedía el asado, creyéndonos ser como Aristóteles, alrededor de sus atentos discípulos, escuchando de fondo a Goyeneche con Troilo, felices de la vida que nos tocó. O simplemente era el chiste rápido y procaz, hacia alguna parte del cuerpo desproporcionada de cualquiera de los presentes. Todo servía para el disfrute, el goce, el olvido de todo lo demás.
Será por eso que hasta hoy los recuerdo.
El flaco Jorge siempre decía que -…si una mina me da bolilla es por que tiene mal gusto o por que está muy necesitada de plata…- . El flaco tuvo la suerte de morir rodeado más de amigos que de parientes. Fue fabuloso ver el cortejo siguiéndolo en el cementerio y recordándolo con sus anécdotas, que buena despedida. A mi me gustaría una así. Todos riendo, incluso hasta hoy, brindando por él en cada reunión.
Las mujeres, adentro, en el comedor, tomando café o algún licorcito casero mientras le sacaban el cuero a algún otro personaje cercano, fortuitamente omitido en esa reunión.
Allí, vi a mi padre radiante, feliz como pocas veces, disfrutando cada centímetro cuadrado, era algo que él me había prometido en mi juventud y no pudo darme, pero yo a él si.
Mi padre siempre quiso tener una casa de fin de semana, pero las vueltas de la vida, su vida, no le dejaron hacer.
Me gustaba verlo sentado en la reposera, debajo de la galería de entrada, tomando mate, o lo que fuere. Si, el también lo disfrutaba.
En silencio, como nos gustaba disfrutar a nosotros dos, de hecho, lo heredado no se elige.
Parecía estar en completa soledad, ausente, pero en realidad, estaba conectado con todo lo demás.
Solo separaba lo que quería escuchar y lo que no, de lo que quería ver y lo que no.
Mirar algo sin expresión facial no es indiferencia, es atención por lo que uno observa.
Allí crecieron mis hijos, colgados con una soga y la rueda vieja del ombú añejo, jugando al fútbol hasta la madrugada, o quedándose a dormir en la casa de los otros amigos hasta el otro día.
En ese lugar perdí amigos, gané enemigos. Algo se gana siempre.
Separé en categorías a conocidos hasta llegar a casi hermanos. Los demás eran seres sin categorizar.
Me di cuenta que esa casa no eran ladrillos, fueron amaneceres de muchos veranos, esperando a los chicos que vuelvan a la casa después de la salida de los fines de semana.
Era escuchar a mi esposa decirme-…yo no puedo dormir con los chicos en la calle…- y yo, para tranquilizarla, calentaba el agua de la pava, acomodaba la yerba y la bombilla y así, terminábamos los dos, esas madrugadas esperando en pijamas el nuevo día, tomado mate en la galería hasta que, por fin, veíamos llegar a los chicos.
¡Era maravilloso! Volvíamos el tiempo atrás. Éramos dos enamorados viendo el cielo. O quizás el cielo nos veía a nosotros como cómplice de ese instante eterno. No necesitábamos nada más.
Hoy me doy cuenta que esa noche, la felicidad pasó por la casa de Moreno.
Ah, me olvidaba de Pavarotti, que cantaba bajito a propósito. Lo hacía para que lo escucháramos solo ella y yo.
Sin otro ser humano despierto en los alrededores, acompañábamos el paso de las estrellas que se perdían en Moreno, de Este a Oeste y a las que juntos, cobijados bajo la vieja frazada por el frío de la noche, les indicábamos el camino correcto por donde ir.   
Hoy la vendo. Allí vi crecer a mis hijos, vi morir a mi padre. Basta. Ya estamos grandes y la verdad, es que ya no estamos yendo como antes. Además es un gasto innecesario, que tendríamos que evitar.
Si. Mi esposa está tan de acuerdo como yo. -…Vendámosla, va a ser mejor…- nos decíamos.
-…Al final de cuentas, la casa no guarda recuerdos. Los recuerdos los guardamos nosotros en nuestra mente, en nuestro corazón, no en ladrillos ni en las maderas.
La casa no tiene memoria, nosotros la tenemos…- Pensaba.
-…Ella no tiene sentimientos hacia nosotros. ¿Por qué tendríamos que tenerlos nosotros?...-
-…Fue una buena excusa para reunirnos con amigos y para que disfrutáramos la familia…- insistimos.
Tratamos de convencernos entre ambos con todas esas teorías, mientras dejábamos atrás la imagen de la casa. -…Tenés razón…- me decía ella.
 -…Listo, ya está…- le decía yo.
Las imágenes del jardín del frente con los rosales abarrotado de pimpollos multicolores y el verde amarillo del limonero lleno de frutas, me seguían por el espejo retrovisor del auto como diciendo adiós.
Retomamos en la ruta y volvimos a la casa.
No tenía herramientas para el trabajo, pero después de lastimarme las dos manos hasta sangrar, lo logré. Me envolví con dos pañuelos y seguí.
Arrancamos el cartel. Se lo devolvimos al vendedor de la inmobiliaria.
Todavía nos faltaba ver jugar en el ombú a Abril, nuestra nieta.
La casa de Moreno no se vende.
 
 
 
FIN 
Página 1 / 1
Foto del autor roberto diego barletta
Textos Publicados: 2
Miembro desde: Apr 03, 2010
0 Comentarios 341 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Cuento, narrativa.

Palabras Clave: El cartel que sentenciaba la venta me pas por la garganta como una piedra de cien puntas.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (0)add comment
menos espacio | mas espacio

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy