LA MOTO
Publicado en Apr 03, 2010
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LA MOTO
Manolo se despertó sobresaltado, transpirado,  nervioso, despeinado.
Pensó en el sueño que tuvo. No podía recordar que era. En su mente aparecían imágenes sueltas, sin sentido.
Sus padres, fallecidos hacía ya unos años junto a su hermana en un accidente. Su hija y su esposa sentadas en el cordón de la vereda.
Un callejón con tachos de basura y una moto incendiada que era arrastrada por perros siberianos, grises y negros.
Lo primero que notó, fue no podía levantarse de la cama para ir a su trabajo, estaba como pegado a las sábanas.
-…Creo que me estoy agarrando una gripe de aquellas…- se dijo a sí mismo.
-…No tengo fuerzas para levantarme de esta maldita cama…- continuó.
-… ¿Señor, puedo servirle en algo?…- preguntó una voz, que se acercaba hasta donde estaba él. 
-... ¿Usted quién es…que hace aquí en mi habitación?...repreguntó él.
-…Me contrató un matrimonio de ancianos que me dijo que le cuidara como si fuera mi hijo.
Pero… ahora que lo veo, usted está más grandecito que mi hijo…- contestó una mujer que, vestida de enfermera color amarillo, daba por entendido que no estaba en las mejores condiciones clínicas.
Pero todavía no podía saber que era lo que lo aquejaba, no sentía dolor en su cuerpo, pero no podía moverse.
Su habitación era su habitación, veía sus cuadros, el espejo, la televisión, los roperos, hasta el radio reloj, pero sentía en su cuerpo que su cama no era la de siempre, el colchón era más duro. La almohada estaba más baja, como más finita.
Trató de acomodarse el pelo que le caía en la frente, con su mano derecha notó que tenía un rayón, una cicatriz que no recordaba haber tenido la noche anterior.
La enfermera ya no estaba.
La llamó con un grito: -… ¡Enfermera, enfermera!..-, no respondió nadie.
Viendo que seguía sin poder moverse de la cama, su cicatriz en la frente y la enfermera que no contestaba, decidió dormir un rato.
Cuando despertó ya no era el mismo.
Su cuerpo estaba mejor, se pudo levantar de la cama, no supo cuantas horas durmió pero como se sentía bien, pensó que habían pasado muchas horas.
Se tocó la frente para sentir otra vez la cicatriz, como un acto reflejo, pero había desaparecido.
Lo mismo sucedió con el lugar,  su vista se estaba acomodando a estar despierto después del largo sueño.
Igualmente pudo ver, casi adivinar, que estaba en otra sala más grande, con ventanales altos, inalcanzables, que dejaban entrar la luz del exterior como si fuera un faro con el haz de luz fijo, apuntando a la sala.
A medida que iba acomodando su visión pudo ver que había muchas camas a su alrededor.
Todas vacías.
Caminó hasta la puerta, que era como la de su habitación, verde manzana, quiso moverle la manija para abrirla.
No pudo.
Estaba cerrada con traba desde el otro lado.
Volvió tras sus pasos hasta su cama, sintió algo que le tiraba como un anzuelo en el pecho y en el estomago. Se tocó por arriba de la remera que usaba para dormir y sintió dos cicatrices, sintió también que estaban cosidas y que comenzaban por encima de sus pezones.
Trató de levantarse la remera pero no pudo.
Volvió a gritar. En este caso con desesperación -… ¡Enfermera, enfermera, donde está, enfermera contésteme, por favor!...-.
En ese instante, desde la misma puerta que antes estaba cerrada y en forma sigilosa, apareció la enfermera dándole una sorpresa.
-…Dígame, señor...- le dijo ella.
-… ¿Qué es esto? preguntó sobresaltado por la aparición.
¿Qué estoy haciendo aquí?
¿Por qué tengo estas cicatrices en el cuerpo?...-
-…Usted está entre sus seres más queridos, siempre deseó después de su divorcio y el suicidio de su esposa, poder estar con sus familiares, sus padres, sus abuelos, su hermana…- le contestó la enfermera.
-… ¿Usted quiere decir que yo estoy muerto?...- Preguntó él, con cara de horror.
-… ¡A bueno!…perdóneme que no le avisé antes al señor, que estaba en otro plano…- exclamó irónicamente la mujer.
-… ¿Acaso usted se cree que yo estoy aquí para atenderlo por que me gusta recibir a los que vienen del otro lado y convencerlos que ya no son lo mismo?
¿Que no respiran más?
¿Qué no son más de lo que ven?
¿Qué su vida ya no es más su vida y que ahora son dueños de su muerte?
¿Usted cree que es fácil para mi convencer a todos los que llegan acá y decirles que la vida eterna no existe y que sí existe la muerte eterna? Le reclamó ella. 
Pero…usted perdone, pero… ¿por qué está vestida de enfermera? Le preguntó cada vez más nervioso y más intrigado.
-…Para que sepa señor, yo era una enfermera que fue atropellada por una ambulancia en el mismo hospital.
Un día llamaron informando sobre un choque con heridos en la calle, cerca del hospital, una mañana de niebla espesa.
Yo estaba cruzando la calle de la salida de las ambulancias era la hora de entrar a mi turno y el chofer, ese idiota, justo ese día se tuvo que olvidar de salir del estacionamiento sin las luces ni las balizas puestas, pedazo de marmota.
De haberlas visto o de haber escuchado la sirena, yo no estaría acá, explicándole a usted  y a todos los muertos en accidente de tránsito, lo que significa la muerte… ¿Ahora entendió el señor?...- Volvió con la ironía.
Sepa señor que usted ha muerto en un accidente de tránsito. Con su moto, atropelló a un par de perros.-
¿Siberianos? La interrumpió, recordando la imagen.
-…Si, siberianos, iguales a los de su sueño…continuó…al atropellar a esos perros usted perdió el control de su moto y fue a golpear con su cabeza en la pared de un callejón.
Ese golpe le produjo la perdida de masa encefálica, condición necesaria para estar en coma cuatro y esperando su final sin opción, hasta ahora…-
Volvió la desesperación, cerró los ojos, se llevó las manos a la cara, lloraba pero sin lágrimas, gritaba pero no se escuchaba, quería salir corriendo pero no se movía.
Se quitó las manos de la cara.
Su esposa y su hija estaban con él tratando de despertarlo.
-…Me asustaste Manolo, no te podía despertar, tuviste una pesadilla, se notaba que hablabas con alguien pero parecía una discusión…-
¿Qué te pasó? Preguntó Carla, que ya se había incorporado y estaba junto a su hija Florencia.
-…Nada, nada, ya pasó. Voy a vender la moto…- les dijo él, viendo las caras de preocupación.
¿La moto? Preguntó Carla, ya más apartada de la cama.
¿Qué moto?..- continuó ella… Hace años que no tenemos la moto, ya no la necesitamos más.
Al menos eso es lo que nos dijiste a todos nosotros.
No nos ibas a volver a hacer sufrir, ni a tus padres, ni a tu hermana, ni tu hija ni a mi…acá no se aceptan más penas ni sufrimientos… ahora estamos todos juntos… otra vez - le terminó contestando Carla, mientras su cuerpo, el de Manolo y el de su hija estaban flotando hasta desaparecer en el medio de la habitación.-
 
***F*I*N*** 
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Foto del autor roberto diego barletta
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