ADIÓS, CAPITÁN MADERO
Publicado en May 12, 2009
ADIÓS, CAPITÁN MADERO
A mil kilómetros del mar y rodeado por un laberinto de caprichosas montañas, murió el capitán Madero, sabio pero testarudo, navegante sin tacha y valiente como pocos. Parece que la escapatoria fue imposible porque las legiones enemigas, que conocían mejor los intrincados pasadizos, decidieron por sorpresa iniciar la represalia, respaldadas por la inclemencia del tiempo y la traición de algunos que cultivaban la envidia contra el más grande y generoso aventurero. En medio del hambre, las plagas y las fieras, el capitán Madero se batió como un león arengando mientras blandía su espada, a la exigua tripulación, que aún fiel lo seguía con un fervor callado. En la playa, lejos de los acontecimientos, los barcos esperaban tostados por el Sol el regreso triunfal y seguro de su comandante. Pero los astros sabían que el capitán Madero no volvería jamás hasta el alcázar, porque inerte junto al río que lo acompañaba yacía como tronco mancornado entre las rocas. Qué desgracia para el bravo lobo de mar, que conoció tantos tifones y más lunas que amores en lejanos países orientales, morir traspasado por flechas asesinas en un sitio alejado de la corriente histórica, en vez de hacerlo entre tormentas oceánicas, amortajado por las olas incesantes que no dan tregua jamás. El capitán Madero, una vez visto como rey en su litera de oro, duerme ahora deshecho bajo la hojarasca de una selva inhóspita y extraña; no volverá ni en sueños a su patria ultramarina. Sus barcos inclinados en la arena como delfines enfermos, solitarios se hallan en la inmensidad de la vida y de la muerte. Nada ni nadie atestiguará sus pasos por esta tierra fértil de América. Naves y hombres, llegados de muy lejos sobre el dorso del agua y de la oscuridad, conformaron la flota del desdichado Madero. Qué apagadas están hoy las órdenes lanzadas sobre cubierta por su voz de trueno. Qué vagos sus ecos, prolongados y tozudos como las estrellas que alumbraron sus andanzas. Su cuaderno de bitácora, maltrecho viene y se va sobre las crestas dolidas de unas aguas maltratadas por los rayos y los vientos. El puñado de caballeros que lo acompañaba (verdaderos "caballeros de fortuna"), sucumbió también, como era obvio, entre las lianas traicioneras de la manigua. ¿Qué dios cruel los incitó a penetrar hasta el corazón de las montañas insidiosas? Si hubiesen continuado en el mar como hasta entonces, ni dormido ni despierto sería incontenible mi llanto solidario. ¿Qué pasó con su destreza, capitán Madero, que no intuyó siquiera la inminencia de su muerte y la no menos triste de su tripulación?... Hoy el mar sería distinto: Más hermoso y menos insensible. ¿Cómo no vio más dulce el rumor de las aguas con su magia de cantos y sirenas, que el ladino y silencioso reptar de la serpiente?... ¿Cómo no escogió mirar la estrella polar, rodeada por su séquito en el imperio cósmico, a mirar las asechanzas del tigre y los arácnidos?... Nada qué hacer, mi capitán Madero, todo está consumado. Ése fue el más grave de todos sus errores. Mejor será que duerma como un cóndor en la soledad de su picacho, mientras sigo soñando y navegando por esos mares que usted dejara un día sin pensar en sus hombres ni en sus barcos.
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