No hay fin del trabajo
y el ocio del hombre apenas emblema.
Me miro al espejo, me veo mas viejo
y aflora la infancia que amé en libustrinas
comiendo quinotos, trepando a las moras
lidiando con perros y gatos en tardes amenas
despues de la escuela.
Martín y Fernando, la calle cortada y
la bici un porrazo al asfalto tan duro
como el crecimiento que apilan los años,
como la justicia que fuí a perseguir.
Haciendome hombre para construir un camino
no exento de piedras,
jurar por la patria y amarlas sin pena.
Despues las guitarras, las letras,
la cruel reflexión de nuestra contienda,
materia que asusta y la edad que ya pesa
para refutar fundamentos,
miradas atentas.
De aquello que fuí hay un apenas,
caí muchas veces, volví por la huella
pero el pibe se instala y
no resigna la cuenta,
merodea el suburbio a la pesca del rumbo,
por la barra y el mundo que entonces
forjaban un curso distinto,
de proezas con alas que batían a gusto
por la vieja cortada,
ahí nomás de la vía donde el tren dibujaba
el futuro profundo de los chicos de Munro
invadiendo la vida,
procurando un trabajo,
alejados del ocio,
tan cercanos al frío presente
de la adultez.