Las lluvias llenan los canales y los traspatios, ahogando urracas a su paso.Desborda los paraguas recien cosidos y resplandecientes y se incrusta como puñales violentos en los impermeables. Rompe el descanso de los ojos azorados y llena de sopor a los bebes vidriosos. La lluvia moja frentes bizarras y ombligos límpidos y se va, empapando el cabello de los granujas: Los canarios le temen a este tiroteo acuático.Es una metralla eficaz y esteril que se multiplica al redoble del chubasco o en los duelos de las fortalezas nubosas.La lluvia hace correr y renegar en maledicencia a los acólitos de los ritos satánicos que se escudan tras frases y cuentas anticristianas: El demonio los ha trabajado bien.Moja el paraje reseco y es salvadora de las gargantas sequizas. La lluvia es la pócima perfecta que la naturaleza arroja a la creación semi devastada para darle ratos de vida y reforzar sus alientos, beben de ellas los cáctus y sus reflejos.
Recorta, anega y ablanda los parajes ya dados por derrotados para transmitirles influencias vivificantes y alimento líquido. La lluvia arroja al piso al verbo y a los adverbios, que se lanzan como niños o púberes a chapotear en su súbita alberca.Su falta hace sumisos a los ricachones disecados que lamen las aceras para aquietar su sed.