Con el espíritu levantado
Publicado en May 04, 2009
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 CON EL ESPÍRITU LEVANTADO...
  
Me gustaría, que mis memorias quedaran escritas, para que  mis hijos,  mis nietos, mis bisnietos,  cuando yo me haya ido y no regrese,  puedan leer de lo poco que me acuerdo, cómo fue mi niñez, cómo fui creciendo, cómo me desenvolví después de que me casé, y mis sufrimientos que soporté en mi vida.
  
Cuando mi madre enviudó, nos dijo  que tenía que tomar las dos riendas; es decir, tenía que ser papá y mamá a la vez, así que llamó a dos de mis tíos para que ayudaran a mis hermanos a trabajar. Lo único que nos dejó mi padre que murió muy joven,  fueron sus tierras. Me acuerdo que era muy chica,  pero iba con gusto a dejarle de  comer a mis hermanos que estaban sembrando la tierra. Me agradaba ver crecer las mazorcas de maíz y por lo tanto las cuidaba que no se las comieran los zanates. ¡Hay Díos mío!,  como quise a esos tíos que enseñaron a mis hermanos a trabajar.
  
El pueblo era muy bravo, siempre había balazos, sobre todo de dos familias que se mataban  entre ellos. Teníamos una casita muy humilde de una sola puerta, una ventana con muros de bajareque y piso de tierra.  Mi mamá siempre la andaba alisando con tierra. Aunque era una casa de campo, yo la veía bien bonita, bien hermosa. Teníamos algunas vacas, puercos, guajolote. Nosotros fuimos felices en el campo, teníamos pensamientos sanos, no pensábamos nada malo. Jugábamos a la comidita, con las frutas que cortábamos de los árboles frutales, o brincábamos la reata, los niños jugaban a las canicas.
  
Me gustaba ir a la escuela, donde todos los niños de diferentes edades aprendían lo mismo, la maestra nos dejaba la misma tarea.  En una ocasión llegaron  unos señores de la ciudad que nos dijeron que eran de un partido político,  nos prometieron la construcción de  una escuela muy bonita para que los niños aprendieran en diferentes salones. Hasta me aprendí de memoria una porra que decía: Agua, limón y papaya que Padilla nunca falla,  le hicimos valla.  Pero que falla porque nunca  vi la escuela que soñaba.  Quería estudiar  y terminar la primaria,  porque creía que terminándola,  iba a ser maestra o doctora y con eso iba a ganar dinero para ayudar a mi mamá que trabajaba,   desde que salía el sol hasta que se escondía la luna. Un día no regresó la maestra y nos mandaron otro maestro y luego otro y después ninguno,  y por eso ya no fuimos a la escuela. 
  
Todavía sueño con una escuela grande y bonitas sillas que Padilla nos prometió. No sé, hasta que grado terminé, puede ser el segundo o el tercero porque apenas aprendí a escribir y leer con el silabario, pero yo pensaba ser útil estudiando...
  
Cuando faltó dinero en casa,  mi mamá que era  muy  inteligente,  empezó a vender los puercos y vacas que teníamos, además ya se estaban robando estos animales. Era muy buena. Mucha gente la quería, ya que siempre daba más de lo que le compraban. Siempre proporcionaba el pilón: si le compraban un kilo de carne,  regalaba medio kilo de más. Luego vendió pan y jabón que ella misma producía. Con el tiempo ninguno de sus hijos fueron más a la escuela, pues le teníamos que ayudar.
  
 Tuve tres novios. Me casé, cuando ya estaba de pensamiento, madurita pues. Yo pensaba casarme como en la foto: con vestido blanco, que me viera bonita y con una gran fiesta. No me casé enamorada, pues nunca sentí mariposas en el estómago; aunque sí quise a mi esposo porque era muy caballeroso  conmigo y muy trabajador. Él me regalaba siempre cosas que traía del lugar donde trabajaba. 
  
Estando embarazada, le ofrecieron a mi esposo unos terrenos ejidales para sembrar.  Me quedé sola en la casa de mi suegra, pero cuando nació mi hija, le dije que quería  irme con él. Él me dijo que no,  que nuestra hija era muy pequeña para llevarla a los terrenos donde habían muchas culebras, alacranes y  mosquitos. ¡ O sorpresa la mía!,  me enteré que tenía otra mujer que había trabajado  en un lugar no recomendable. Además apostaba en los gallos y jugaba barajas,  por lo tanto ya no me mandaba, ni para los huaraches. Yo no discutí con él,  con mis tres hijos, me salí  de la casa de mi suegra  que no me trataba bien.  Con los ahorritos que tenía de las tandas que hacía,  renté una casa  y por necesidad  me volví maestra, aunque apenas sabía leer y escribir.  Fui de casa en casa para hablar con mujeres que tenían niños pequeños para que ellas me mandaran a sus hijos a mi nueva vivienda y ahí aprendieran a leer con el silabario. Venían niños bañaditos caminando desde la  montaña, cobraba cinco pesos cada ocho días.
  
Después  de algunos años de ahorro, me compré una mesita que cargaba todos lo días al mercadito para vender jugo de naranja y leche.   Y como la gente sabía que tenía mis centavitos,  se me acercó una viuda para pedirme prestado tres mil pesos,  porque quería comprar leña para cocer  sus tabiques crudos. Sin pensarlo le di el dinero. Además, por esos días me habían ofrecido un terrenito en el monte, que con mis hijos limpiamos cada fin de semana. Un día me querían devolver lo que había prestado, pero  ese dinero se transformó en tabiques con los que empecé a construir esta casa en donde mis hijos crecieron y fueron a la escuela...
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Foto del autor Carlos Campos Serna
Textos Publicados: 361
Miembro desde: Apr 11, 2009
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Descripción

Está es la historia de una senora, la cual quería contarme su vida. Aquí muestro parte de ésta porque todavía no ha terminado de contármela.

Palabras Clave: vida historia trabajo escuela casa tierra cultivo maíz vivir gracias vejez espíritu

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: A la Sra. Petra

Derechos de Autor: Carlos Campos Serna


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