La cacera de Florencio Espiro (captulo 05)
Publicado en May 01, 2009
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- V
El comisario

Barceló estaba hecho una furia, envilecido. Tronaba iracundo en el interior de su despacho. Odio. Odio en estado puro, sincero. El senador no entraba en razones: 72 horas del crimen del Torito Luciano y ninguna pista firme en el rastro de ese Florencio Espiro. Nada. Nada de nada. Ni un dato, ni un calzón, nada nada. El senador iba y venía (en el despacho a oscuras) sobre sus propios pasos, marcial, semblante encendido: 72 horas del crimen de su hombre de confianza y el tal Florencio Espiro cagándose de la risa: soplando un fantasma: vivito y prófugo... Barceló estaba ido, perturbado: cientos de allanamientos, razzias, alerta general. Y lo único que tenía era media docena de boludos apestando calabozos: el hermano mayor de Florencio Edgardo Espiro el primo Jacinto y el tío José María dos amigotes de la ribera y un compinche quinielero. Pero ningún puto pelo del fugitivo. Nada.
            Barceló estaba que se lo llevaba el diablo. Caminaba por las paredes, maldecía. Insultaba a Dios y a la Virgen María y a todos los santos amontonados; puteaba, a los gritos, malo, oscuro.
José Nicolás Ruggiero (Ruggierito) escuchaba aterrorizado. Solo.
Y Barceló puteaba...
Estaba cabrero. Fuera de sí.
─Ubicálo a Ordóñez ─dijo de pronto.
Ruggierito saltó de la silla y hundió talones en estrépito.
─Ya se lo traigo ─dijo. Y salió rabioso del despacho.
  
Ordóñez era un ex comisario de la Policía provincial que servía al senador Barceló. Un poronga de la Fuerza retirado antes de tiempo por el mismísimo Barceló en virtud a la "infame honestidad" del Capitán Inspector Cesario Pablino Ordóñez, el Comisario Ordóñez; correntino, natural de Santo Tomé; "buen policía", decían todos, "zorro viejo", apuntaban; un sabueso astuto y mañero, empeñoso, detective de novela.
            Ordóñez llegó al rato, vestido de civil, altanero, con una pomposa pulsión empírica en el semblante. Barceló estiró la mano y estrecharon inmediata reconciliación entre apodos de Negrito y Jefe querido proferidos con entusiasmo. Ruggierito respiraba en silencio.
            ─Sentáte ─ordenó Barceló sonriente y distendido.
            Ordóñez ensayó una nueva reverencia y tomó asiento.
            ─Y vós servite unos vermú ─ordenó (ahora) a Ruggierito.
            El senador no estaba para andar perdiendo tiempo en preámbulos inútiles: Barceló sabía que Ordóñez sabía lo sucedido en la ribera: la muerte de su matón: la fuga de ese tilingo de Villa San Juan. Barceló sabía que Ordóñez aunque retirado era un hombre siempre bien informado.
            Barceló fue al grano. Y Ordóñez entró resuelto en sintonía:
            ─Ustéd bien imaginará Jefe que yo ya recogí alguna información ─dijo.
            Barceló sonreía, complaciente, odioso.
            Entonces el Comisario Ordóñez atropelló decidido:
            ─Cualquiera más o menos bien informado sabe que toda esa cría de los Espiro tiene madriguera en otra provincia, en Entre Ríos, en un pueblo costero llamado Diamante.
            ─Ajá... ─suspiró Barceló.
─Usted podría asignarme en comisión a ese lugar, Jefe ─apostó Ordóñez─ Yo le aseguro que ese Florencio Espiro está escondido entre esa prole: ¡segúro estoy Jefe que ahí se oculta! ─remató, ágil, tonito orgulloso.
─Ajá... ─suspiró Barceló.
─Y después está el asunto ese de la putita a la que frecuentaba últimamente Espiro ─arremetió el comisario─. Una negrita del docke; una tal Pulserita, dicen. ─El comisario gozó una pausa y siguió─. Yo ya hice mis averiguaciones, Jefe. ─Otra pausa engreída y concluyó─: a esa negrita la tienen de agregada en una casa en Villa Nueva, en la ribera de Quilmes: en la casa de unos gringos medios locos, los Ribezzo: ¡allí la tienen escondida!
Un tenso silencio. El burbujeo de los vermú. Barceló quedó unos segundos tieso, rígido, como clavado en la nada, observando serio a Ordóñez. Ruggierito casi ya no respiraba.
─Siempre tuviste buen olfato Negrito ladino ─dijo al fin el senador─: siempre. Un instinto natural. Nato. Así que ahora estás al frente de este caso, ¿sabés? Tenés el mando absoluto, Negrito. Todo a tu disposición. Todo. Hacé todo lo que tengas que hacer; pedí todo lo que tengas que pedir; pensá todo lo que tengas que pensar. Todo. Pedí, Negrito, pedí: guita, armas, gente, todo, contactos, fuentes, todo tuyo Negrito, todo. Pero todo, ¿entendés? ─Barceló sonrió amistoso y consumó el operativo─. Así que ahora mismo te ponés a laburar. Pasás a buscar tus papeles tu chapa por el destacamento y empezás a trabajar ya mismo. Ruggierito te va a dar una mano en todo. Dále.
Casi en un parpadeo Ordóñez estaba en pie, estrechando alegre las manos de Barceló. "No se va a arrepentir, Jefe", repetía, "no se va a arrepentir".
           
        
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Cacera Espiro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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