La cacera de Florencio Espiro (captulo 04)
Publicado en May 01, 2009
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- IV
Los Ribezzo

Los cuatro hermanos Ribezzo: Krakelo, Kroke, Krauko, Krakis. Y la madre viuda apañándolos. Y dos primos: Uberto y Rudolff. Y el tío Cosme. Todos escudriñando a Pulserita, sentada ahí, temerosa, aturdida. Eran los auténticos Ribezzo: mitad tanos, mitad griegos. En la madrugada, a escondidas. Y Pulserita sentada en el living de los Ribezzo, flaquita, virgencita puta, mojada y pobre, hija nieta de Cabo Verde. Ahí estaba, sabrosa, la negrita. Encomendada por Doña Encarnación; la Señora del ambiente bien referida como "La Gallega".
            Hortensio explicaba a los Ribezzo:
            ─Esta pobre guachita se ha metido en un brete, Doña Ángela ─repetía como un loro loco, fija la atención en la dueña de casa─. Pobrecita, mezclada en un hecho de sangre, un pleito entre hombres, tipos bravos, matones del senador ─repetía, maquinalmente, apilando guaraní, brulotes en italiano, cocoliches del Río de la Plata. Valeroso y decidido Hortensio hacía quedar bien a su patrona. Y seguía explicando...
            Los Ribezzo escuchaban en silencio, respetuosos y corteses, como mudos en exposición. Y el mensajero explicaba. Y los Ribezzo escuchaban. Callados. Apenas si intercambiaban breves cuchicheos entre ellos, en griego, en bruto helénico de los volcanes. Y nada más. Hortensio hablando, y hablando, y repitiendo una y otra vez la misma historia de cuchillos y venganza. Y los Ribezzo escuchando. Altaneros.
            Entonces Doña Ángela se puso de pie. Miró al menor de sus hijos y le dijo algo breve, en griego; y se retiró a su cuarto, madraza y mediterránea. El menor de los Ribezzo consultó veloz directo con su tío Cosme, con su hermano Kroke, con el primo Uberto, y dijo a Hortensio. En un pésimo castellano:
            ─Está bien. Puede quedarse. A mi madre le agrada. Va estar en esta casa como doncella de Laura nuestra hermana.
            Hortensio, exagerado, atañó la escena con palabras largas e infinitas muecas de reconocimiento: "¡Madre Santa, Doña Ángela! ¡Es una Santa, es una Santa" clamaba alzando las manos al cielo: "Esa mujer es una Santa" profería el mensajero: "Una Santa" gimoteaba mientras Krakis Ribezzo lo acompañaba hasta la puerta.
            ─Adiós; y muchas gracias, jovencito. Se lo digo a usted y a toda su familia Santa. ─Mundano se despidió Hortensio ya subido al carro con las riendas prestas─. Doña Encarnación sabrá recompensar esta gauchada. Acuerdesé. Yo sé bien lo que le digo.
            El menor de los Ribezzo ni lo escuchó. Ya estaba cerrando la puerta.
            Amanecía en Villa Nueva.
             
              
Krakis volvió urgente a la reunión. Hermanos y primos y el tío Cosme bufaban apiñados en la cocina del fondo. Discutían. Mordaces y acalorados. Helénicos. Pulserita acomodaba sus pilchas en la pieza asignada: en el piso de arriba: donde caldeaban las cuatro habitaciones de los cuatro hermanos. Abajo la hermana Laura dormía: ni enterada de nada. La madre chusmeaba la reyerta familiar, escondida. Y los hombres gritaban. Todos. En dialecto griego.
            El concilio de los Ribezzo trataba un único y urgente tema: cuál de los presentes sería el primero en acostarse con la negrita: cuál de todos: cuál... Porque estaba claro que los hombres de la casa tenían derecho a conocer y disponer de las virtudes amatorias de la negrita. La discusión entonces encendía motores: todos clamaban ser ese "cual" al que tanto buscaban: los jóvenes, por ser jóvenes, Hijos de Rodas; los viejos, por otro tanto; los más cultivados, los menos pasionales; los bellos por derecho divino y los feos sucios malos por ventaja helénica: todos alzaban razones: precisos argumentos: humanas mentiras. Todos. A tiempo que una voz arrancaba un fraseo para que todos gritaran el mismo momento. Un vendaval de histrionismo, casi teatral, Olímpico; pulsiones de la retórica sin tregua; calumnias, golpes bajos, intensas exhortaciones a la razón y la estética; brutales. Y siempre el arte (siempre) como única bandera...
            Corrían las horas, el sol levantaba, dónde andaría Florencio fugando entretanto Pulserita rezaba hecha un ovillo en el rincón de la piecita. La hermana Laura sufría desvelada el barullo de los hombres. Doña Ángela (ahora) dormía. Y en la cocina de los Ribezzo encontraban un principio de acuerdo: parecía que la cordura imperaba: "pasión y melancolía". Esa era la solución. Una buena receta. El método lógico para abordar a la negrita: conquista amorosa y galantería: nada de guarangadas ni cogidas rudas. Belessa. Así entrarían allanadas todas las edades y todas las condiciones naturales, todas las virtudes, los derives mediterráneos en las artes del alma, la cocina, la Historia y la Ciencia; toda la tradición helénica entrando en juego. Toda. En Villa Nueva.
           Estaba decidido, entonces: el desafío iniciaba a la hora del almuerzo.
           ... mientras Pulserita afligía rezando, entregada al miedo; negrita y sola.
                     
           
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Palabras Clave: Folletn Cacera Espiro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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