Ese instante eterno,
ese beso brujo de las madrugadas,
cuando te escapabas
y al rayar el alba
era una posguerra, la cama maltrecha
la piel oxidada,
el cuarto un desvelo
tu selva arrasada.
Después cigarrillos y un vodka tardío
sabroso veneno para el recorrido,
de amarte sin culpas,
sin gritos, sin niños
y verte desnuda, de tiempo, de mitos.
Silencio que truena, cercano infinito
aquí late Jorge su historia de penas
no existen cadenas que amarren la culpa
solo una condena esquivándole al grito.
Ese desgobierno,
esa rebelión que invade tu calma,
dulce prisionera,
páginas, cuadernos que me despreciabas,
para tu tormento una flor sin alas,
para tu tristeza un pañuelo de agua
y para mi origen, duda acorralada,
un traidor leal a tu fe gastada.