Dmonos el ltimo beso.
Publicado en Jan 13, 2010
Prev
Next
Esta mañana al despertar de mi sueño caótico e insufrible he descubierto que aunque seas igual que yo eres la mujer de mi vida. Apenas he dormido molesto por el calor y, aunque cansado y pesado mi cuerpo,  mi mente ha intentado reordenar mis sentimientos y pensamientos empeñada en darme una paz anhelada pero sólo provocando una sensación de angustia y desamparo para mi corazón. He tenido mucha sed y un sudor frío ha poblado cada rincón de mi ser.
La maleta está hecha y la decisión tomada.
 Te llamo temeroso e inseguro, como un adolescente, sólo para decirte que quiero que nos demos el último beso y el último abrazo, pero no me contestas. Escucho tu voz grabada, dulce y madura, e imagino la media sonrisa que dibujaba tu rostro en aquel momento. Me hace recordar lo mucho que te quise sin saberlo y lo mucho que te quiero sin negármelo ya. Me cuesta respirar. Es algo físico que me agobia y desequilibra tanto como la sensación de tu pérdida que ya noto como compañera de viaje irremediable. Ahora empiezo a comprender lo que sentías y lo que seguramente todavía sientes y el cómo y el por qué. Es difícil amar sin ser amado y aceptarlo pero es más difícil ser amado creyendo que uno es incapaz de amar, aunque desee. Y de qué manera te deseo y te he deseado siempre, desde que te conocí.
Lo que empezó como un simple colegueo en aquella cena de empresa se convirtió en poco tiempo en una verdadera amistad compartiendo historias personales repletas de secretos inconfesables a los demás. Tenemos tanto feeling que con solo mirarnos sabemos lo que pensamos. Nuestras miradas se cruzan y reímos a carcajada limpia al descubrir que hemos visto, oído, descubierto lo mismo, provocando el desconcierto en los demás que no entienden nuestra complicidad.
Pero cuando vinieron los roces, la piel erizada, los besos fugaces en la clandestinidad de un encuentro no planeado en un bar,  el deseo latente y patente y yo tenía que contener mi fuerza bruta por respeto a una pareja a la que quería pero no amaba y apenas deseaba me desmonté. Y la negación al día siguiente, a pesar de que reinventábamos la situación y la hacíamos divertida  empeñándonos en ocultar la naturaleza leal del deseo que nos dominaba. Yo empecé a  construir barreras infranqueables entre lo que mi mente racional pensaba, mi corazón sentía y mi cuerpo deseaba. No quería fallarme a mí mismo, quería serme fiel. Quería demostrarme que era capaz  de llevar a cabo lo que me había propuesto. Quería no volver a hacer daño y ser insensible a la vida, a la sangre que fluye por mis venas, por ejemplo como cuando te veo caminar arrastrando torpemente tus piececillos alzados sobre altos y finos tacones que pasean una silueta delgada y sin caderas pero que soporta el peso de unos pechos grandes y turgentes y que me hacen perder el sueño.
Y casi consigo mi propósito pero me pusiste entre la espada y la pared y me miraste insistentemente con tus ojos de gata hipnotizada, hipnotizando, diciéndome una y otra vez que me deseabas, con la seguridad aplastante de quien sabe seducir, y confesando abiertamente que tú sí volverías a ser infiel sin remordimientos porque tu cuerpo necesitaba eso. Ahora pienso que he sido para ti como ese postre que sabes que no debes probar pues ya estás saciada pero  te puede la curiosidad y el placer de tomarlo. Soy lo que no puedes comer por recomendación médica y por eso saboreas con la ansiedad de pensar que es la última golosina prohibida con la que te deleitarás y  probablemente, después de eso, decidirás fríamente que nunca más vas a repetir y así lo harás hasta que se presente ante tus ojos un nuevo dulce mejor. Es el juego de la conquista, del quiero y no puedo, del saberse todavía atractiva.
Te imagino haciendo el amor salvajemente, con tu pareja, dejándote follar de la forma que te hubiese gustado que yo te lo hiciese. Y reviento de ganas de tenerte a mi lado, para tocarte y olerte y dejarme arrastrar desbordado por el deseo que ambos compartimos.
Pero entonces me morí de terror. Pensé que me querías y yo no quería sentir nada. No quería volver a oír latir mi corazón. Peleaba para seguir inerte y tranquilo, en pozo seguro de soledad controlada. Sólo me pediste sexo, nada más a cambio, pero no te creí. Deseabas fluir como río turbulento sintiendo la energía del agua cristalina que porta brava y que rompe pletórica en cascada para luego volver a su cauce de mujer formal.  No te entendí, no supe mover ficha.
Entonces apareció ella. Joven, guapa, expertamente inexperta, amorosa y empezó a hilvanar su mullida tela de inocencia consciente. La veda que habías abierto acabó de ceder y caí rendido incapaz de ganar la pequeña batalla que libraban mis sentimientos.
Fue cuando te dije, de nuevo,  que nunca podría enamorarme de ti porque eras igual que yo, pero sí de una mujer como ella. Y rompí tus esquemas porque tú no me amabas tanto como me deseabas pero luchabas contra eso y te ofreciste desnuda tal cual eras mientras que ella disfrazada, maquillaba su esencia con dulzura y alimentaba mi ansiedad diciéndome que nunca la poseería hasta que no abandonase a mi pareja.  Tú nunca interpusiste trabas. Nunca me exigiste nada porque sabías que no tenías derecho a hacerlo. Sólo  te obligaste a quererme para no sentirte vacía como en otras aventuras pero ni eso conseguiste quedándote en penumbra para mí por la contradicción de tus deseos, con lo clara que fuiste en tu demanda.
Yo te dije que nunca podría enamorarme de una mujer como tú porque eres igual que yo consiguiendo herir tu ego de mujer y no fui justo ni sincero. Descubro tarde que me equivoqué, que somos dos almas paralelas y gemelas que pudieron llegar a converger pero que ahora están condenados a olvidarse. Te tenía miedo y ahora sé por qué. Me vienes grande. Además de desearte soy yo el que te quiere y no estoy preparado para esto.  
Yo, manipulador. Yo, insensible. Yo, frío. Yo, caliente, excitado, incontrolado, masculino, insatisfecho, inconformista, curioso, provocador. Insaciable. Yo, hombre. Pero,  y ¿tú? No tenía derecho a compararte conmigo, a hacerte comer la misma mierda. Tú me ofreciste tu cariño. Me escuchaste, me guiaste, me respetaste, comprendiste mi elección y nunca me has juzgado.
Veo tus grandes ojos, directos y seguros, que me traspasan porque me dicen lo que sienten, y quiero esconderme como un niño mimado y repelente que temeroso por lo que ha hecho no acepta su castigo.
Ya no te tengo a ti, ya nos las tengo a ellas, pero eso no me importa porque ellas no son tú.
Escucho de nuevo tus palabras en el contestador y delato a mis ojeras con mi voz que titubea, mientras te digo, démonos el último beso, sintamos por fin el calor de nuestros cuerpos sin ataduras y sin lastres de historias pasadas porque la maleta está hecha y la decisión tomada y tú sólo tienes que perder a un cobarde pero yo pierdo a la mujer que amo.
Página 1 / 1
Foto del autor Noelia Terrn Torres
Textos Publicados: 29
Miembro desde: Jan 06, 2010
2 Comentarios 694 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Un hombre arrepentido pierde a la mujer que ama verdaderamente por no escuchar a su corazn ni escuchar ni entender el de ella.

Palabras Clave: Amor deseo arrepentimiento beso

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (2)add comment
menos espacio | mas espacio

LAPIZ ESCRIBE

Estupendo mujer; me encanto leerte . un abrazo amiga.
Responder
May 03, 2013
 

nydia

QUE ROMANTICO!!!. Y YO APENAS PUEDO RESPIRAR....
VAYA NOELIA...QUEDO PENSATIVA.........
... A DONDE ESTAS COBARDE???...
GRACIAS NOELIA..BESOS
Responder
January 28, 2010
 

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy