EL ÚLTIMO AGUAFUERTE DE DON FRANCISCO DE GOYA
Publicado en Apr 28, 2009
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EL ÚLTIMO AGUAFUERTE DE DON FRANCISCO DE GOYA
 
Las sombras de la noche y los vahos del Garona
abrazaban por igual
las cónicas siluetas de los cipreces vecinos.
 
La luna bordelesa jugando al escondite
dejaba ver las trompas de gruesos nubarrones
que amenazaban la calma de aquel lugar embrujado.
 
Búhos de suave toca, como soldados perfectos
vigilaban los contornos con aleteos demoníacos
y zarabandas sarcásticas.
 
Con esa prisa nerviosa que lo caracterizaba,
aquel pintor fracasado violentó la sepultura,
retiró lo que buscaba
y otra vez puso la losa en su lugar definitivo.
 
Sus melenas como ríos
dejaban ver sólo el brillo de unos ojos
desorbitados,
centelleantes y febriles, en la penumbra siniestra.
 
Envolvió la calavera en los pliegues de su capa
y salió del cementerio
con paso sigiloso como cualquier delincuente.
 
Miró extasiado el recio cráneo,
que desde sus cuencas vacías le recordaba
impertérrito
una mirada poderosa y una inteligencia genial.
 
Ya en su casa dejó el macabro despojo
sobre una antigua y rudimentaria mesa
atestada de pinceles y de pinturas baratas.
 
Pero a pesar de los días
aquella ruda osamenta no propició el milagro
tan locamente anhelado
por el excéntrico y mediocre personaje.
 
Poco a poco la envidia remplazó a la devoción
y un odio sin fronteras fue surgiendo
como una hoguera infinita
contra el macizo cráneo.
 
Tres estudiantes, amigos del derrotado rival,
partieron todo en pedazos para la investigación
como si sólo fuera una cabeza de toro.
 
Finalmente
el río supo del cansancio inevitable
que producen los objetos nada o poco merecidos,
mientras llevaba sus restos hacia el océano Atlántico.
 
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