La cacera de Florencio Espiro (captulo 03)
Publicado en Apr 27, 2009
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- III
En Diamante

Río Paraná. Torrentozo, atroz. Téta del amazonas. Y Florencio Espiro cruzando en la balsa... Ya no llueve; cielo abierto, todo estrellas. Unos cuantos billetes hubo de apilar el fugitivo para que los contrabandistas no hicieran preguntas indiscretas: nada más reservado que un bagayero con dinero fresco en la mano, bien sabía Florencio. Y en ese mar disfrazado de río nunca nadie juega al atrevido. 
La balsa cruzaba veloz, intrépida. Florencio y su caballo arrullaban alertas en la corriente del río. Largo viaje desde el culo de Buenos Aires...
─Lind'alazán éte...
El bandeiro de sombrero alado tenía ganas de hablar. Recio, al timón, su rostro húmedo resplandecía en la noche. En la balsa no ardía una vela.
─Lindo animal, sí ─arrimó Florencio, apagado.
─Pingo rudo'l cimarrón, ché ─insistía el bandeiro.
─¿Y cual'e nombre'l pingo? ─terció, guaraní, el otro balsero.
Florencio entonces dijo lo que dijo sin pensar lo que su boca decía:
─Tormenta ─respondió seguro─. El potro se llama Tormenta.
Los balseros asintieron en gesto solemne...
La costa entrerriana blandía su monte. Ahí, oscuro, a pocos metros.

El alazán empinaba (ahora) intrépido la barranca. Florencio cedía en el animal el asunto del desfiladero. Trepaban. Lunas y estrellas frescas; el rumor del río desvaneciéndose atrás. Trepaban. Prófugos. El llanero y el potro, cansados, penosos, como atontados, sucumbiendo a la carrera enferma. Las leguas. Las horas. La huída. El cuerpo desecho. (El silencio.)
            ... Cuando Florencio despertó tardó algunos segundos hasta entender que había caído dormido del caballo. Y el caballo (ahora) lo miraba serio. A su lado, erguido, presto y dispuesto a seguir viaje. Florencio sonrió a su compañero y fue despertando con el sol de la mañana. En verano. En la provincia de Entre Ríos. Fugado; camino a Diamante.
            Bebió largos tragos de agua; refrescó la nuca el pecho la huevera. El animal contemplaba el suceso distante, como perplejo. Florencio lo miraba. "Ya vamos, ya vamos, tranquilo compañero" decía a su caballo, lúcido y grave: "Entérese que las casas de los primos están ahí nomás, unas pocas leguas ladeando el río" prometía... Ajustó montura y avistó en lontananza el fugitivo Florencio. Cerró bien fuerte la caramañola y rebuscó entre sus pertrechos la botellita de alcohol fino. La encontró y la destapó con ganas. "Tío sabio el tío Rosendo" dijo a su caballo. Y el líquido volvió a raspar en la garganta.
            El alazán (Tormenta) galopaba descansado, insolente, libertino bajo el cielo entrerriano. Y el llanero Florencio disfrutaba del paisaje, la pradera ondulada, las rabiosas tonalidades verdes, el sol picante, viril, y esa suave brisa viniendo del río. Todo parecía aclararse en la mente, el alma de Florencio, perturbado, castigado en el peligro de las circunstancias. Todo ya era bien distinto. Otro aire. Otro cielo.
            Florencio llegaba a Diamante, silbaba una tonada, y restregaba en su mente aquel viejo soneto del primo Diego: el poeta Fernández Espiro...

cantando su arrobante melodía
al compás de las ondas ajustada
va por los campos prósperos nimbada
con un fulgente resplandor de día

en explosión de amor y de alegría
su inagotable juventud bañada
se envuelve en una nube perfumada
por sagrados sahumerios de poesía

sabe la libertad de su bravura
que Montiel glorifica en sus rumores
y en su cerebro la suprema altura

por eso se alza en arrogantes bríos
coronada de palmas y de flores
la diosa de las selvas y los ríos


             ... Y allí blanqueaba, a lo lejos, pintoresca, la encantadora Diamante de sus ancestros. La tierra que refugió a los antiguos abuelos: el clan griego de los Spiro: la indómita Familia Espiro: pescadores matreros beodos poetas astutos hombres de trabajo filósofos de la tierra hijos del monte porfiados blancos sabios cuchilleros. Allí estaba Diamante. La historia en llagas de su estirpe griega. La tradición dionisia en los colonos, polizontes, pendencieros, marinos ya sin mar en vela; sangre maldita, procaz, escarpada.
             "Los Espiro", entonces. Siempre.

La tía Teresa y el primo Julio y el tío Glorio y el tío Juan y el primo Juancito y el primo Carlos y el tío Pelado y la prima Edith y la prima Viviana y los hijos de éstos y aquellos y los vecinos y los ocasionales agregados dieron la bienvenida al primo Florencio, "en visita", recién llegado de Buenos Aires. Cordero asado, vino en damajuana, acordeón, guitarra, amigas lindas de las primas, baile y declamación. Todo un recibimiento especial. Alborotado. La tía Teresa y el primo Julio supieron los pormenores del "paseo" a Diamante, el crimen, el altercado con el matón de Barceló, el precio en su cabeza, la huida. Pero eso quedó ahí, olvidado, rápidamente, como si nunca nadie lo hubiera mencionado: el primo Florencio estaba de paseo.
            Borracho espíritu abismal aquella noche Florencio se fue a dormir bien acompañado por una gringuita amiga de la prima Viviana. Grosero. Libidinoso. El prófugo amasó carne y cavidades de la rusita y al fin durmió como un duque. Durmió cinco sueños y soñó con el alazán cogiéndose a su gringuita amiga de la prima y con la lluvia y el río que hablaban en siseos. Y soñó con el matón degollado. Y vibró con la voz ronca de Barceló... buscándolo...
            Ninguna pesadilla logró burlar el descanso profundo del fugitivo.

            Ya pasado el mediodía, resucitado, entre sopor a pedos y aliento rancio Florencio salió al patio de la casa; salió enérgico, trepidante, resuelto a enfriar cabeza en el piletón de la tía Teresa. El sol alto en la siesta calentaba, emputecido. Todo quieto, indolente. El perrerío observaba, echado a la sombra, lengua afuera, fatigoso, orejeando movimientos al ilustre visitante. El calor maltrataba. Como suicida. Florencio hundió nuca y espalda en el chorro de la bomba, "aaggrrrr, aaggrrrr", chillaba bajo el espasmo del agua helada, "ááuuuu, ááuuuu", aullaba, "ggrrrmm, ggrrrmm, ggrrrmm", gimoteaba, cavernoso, primitivo...
            Olor a magnolias, a jazmines, paraíso en flor. Y el rumor del río arrimando de lejos. El imán de las sandías, en la huerta, los tomates; el viejo pozo; gallinas, patos picoteando el suelo, la tierra reseca, carroneando nísperos, higos rechonchos, ciruelas. Y al fondo los manzanos. Violetas. Florencio aguzaba el devenir del patio. Florencio Espiro, fresco y aseado, recostado en una reposera, abstraído en el tufo de la siesta. Estoy vivo, pensaba, vivo. Y así era: bien vivo estaba Florencio: una flamante erección brotaba entre sus piernas: empecinada y magnífica.
            La gringa amiga de la prima Viviana seguía durmiendo. Florencio retenía en la mente las formas de la rusita y en el ensueño sobaba su erección. Vivo, pensaba, estoy vivo. El sol ardía. La tía Teresa afloró en la galería y caminó sonriente buscando el patio: caminaba despacio, gorda, buena; caminaba en batón y chancletas, "como mi madre, como mi abuela", susurró (en rima) Florencio.  
          El mate y la pava seducían lindos en las manos de la tía Teresa.
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Foto del autor Martin Fedele
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Descripción

Hisrorias de malandras y cuchilleros. Hombres de la ribera.

Palabras Clave: Folletn Espiro Cacera

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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