La cacera de Florencio Espiro (captulo 02)
Publicado en Apr 27, 2009
- II
La noticia Irene comentaba la noticia a Pulserita. En el burdel de La Gallega: ─¿Pero cómo que no escuchaste nada? ─Nada, no escuché nada ─Pulserita ya empezaba a asustarse. ─Florencio mató a Luciano Méndez, y ahora lo buscan por todos lados... Pulserita sintió un nudo en el estómago, un mareo, sudor áspero en la espalda. Florencio estaba muerto, pensó. Y ya no quiso pensar más. Prefirió seguir escuchando a Irene. ─... y ahora nadie sabe dónde está, lo buscan por todos lados ─repetía Irene aflautando la voz. ─¿Quién lo busca? ─preguntó Pulserita. ─ ¡Ay, pero nena, no seas boluda! ─¿Quién? ─insistió. ─Los matones de Barceló, nena: ese Luciano Méndez, el finado, era hombre de Barceló; así que ahora, imagináte, andan todos atrás de Florencio... pobrecito... ─Ah, sí, claro ─dijo Pulserita, como abstraída. Irene tomó con firmeza las manos de la joven pupila. Y ordenó: ─Ahora vos tenés que rajar de acá, desaparecer, esconderte, no sé, algo, salir ya de este lugar y esconderte. Pulserita atendía con la vista lejana. Fantasmal. ─¿Me estás escuchando, nena? ─Irene la devolvía a la realidad; sacudones y palabras imperativas, duras─. Esos tipos van a averiguar o capaz ya averiguaron que Florencio venía visitando seguidito este lugar para ver a una negrita, ¿entendés?, esa negrita sos vos, vos sos la negrita a la que frecuenta Florencio Espiro, ¿entendés?, en este lugar, en este burdel de La Gallega, ¿entendés? Pulserita entendía todo, entendía todo muy bien; desde el principio, desde el momento mismo en que Irene le preguntó si había escuchado la mala noticia que envolvía a Florencio... sí, la negrita era ella, sí... en el prostíbulo de La Gallega... sí, sí... Entonces entró Inés. Y trajo más malas noticias: ─Llegó el Bochita del río ─gritó─. Dice que alguien nombró tu nombre, Pulserita. Y el Bochita dice que vienen para acá; te andan buscando, dice. Pulserita entonces no sabia encontrar ni buscar coraje. Sentía desmayarse, irse, sorda, ajena. Vivía las piernas flojas. Un estado espiritual y orgánico dónde nada era ni probable ni insólito. Desfallecía la negra ansiada en una patota de Barceló: la hembra de Espiro: la pupila delatada. ─¡Hóstia qu'aquí na' va a'armá escándalo! ─Irrumpió La Gallega─ . ¡Ni escándalo ni escandaléte ni na'! ─sentenció. Pulserita pensó que caería (redondamente) muerta. Pero La Gallega entraba en ganas de jactar en su bien ganada fama de buena patrona. Ya tenía todo arreglado. Y dijo: ─Tú, negrita, recoge'nseguía tu ropa y tu mugre y te'e sube ya mism'al carro ‘e Hortensio. ¡Enseguía, jode'! Pulserita olvidó todo eso de los mareos la angustia la muerte. Como un animal salió corriendo a su cucha y amontonó en segundos trapitos y catinga vieja. Así le gustó a la madamma, que observó en silencio como su chica trepaba al carro. Era la pupila más linda del burdel. Eso lo sabía bien La Gallega. Conocía que esa negrita brillosa enloquecía a sus hombres. Linda. Fresca. Hortensio crispó las riendas y el carro echó a andar. Pulserita dio un último (tímido) golpe de vista: allí quedaban la Señora, Irene, Inés: allí alzaban la mano: saludaban. El carro traqueteaba sobre el puentecito. La Gallega respiró aliviada. Intuyó que en el interior de aquella criaturita habitaba algún santo protector. Estaría a salvo. Bendita. La vieja no pudo con su genio. Y ordenó zorra a sus chicas: ─¡Y aóra toíta'entro, hostia!... ¡Qu'esta jodía noche ya'e perdío'un dinerá! Irene Inés marcharon prontas al garito. La Gallega rajó un último bufido, y masculló entre dientes: "¡Jode', viene tormenta!". Irene Ines temblaron mudas. El andar del carro ya se perdía entre los primeros truenos.
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