Demasiado Tarde
Publicado en Dec 22, 2009
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El paso del tiempo, obra como cicatrizante de las heridas del alma.
Dejé pasar años, interminables, agobiantes, recién ahora, estoy volviendo a reconciliarme con la vida.
 
Fui una niña normal, dentro de una familia común, reducida a papá, mamá y yo.
Nunca los escuché levantar la voz ni discutir. El, proveedor por naturaleza, pasaba muchas horas fuera del hogar y el resultado era una vida cómoda y desahogada, de compras, paseos y juegos que compartía  con mamá.
Llegó la adolescencia y mis intereses cambiaron, prefería  salir con amigas y compañeras del colegio, situación aceptada en la familia. Conocí chicas y chicos,  mi vida social, se hizo más divertida,  empecé a frecuentar clubes y  boliches para practicar deportes y bailar. Me daba lugar para todo, mis notas excelentes, favorecieron el permiso de mis padres, para asistir a  los eventos. Iba todo sobre ruedas, disfrutaba y  hacía mis deberes.
Al festejar los quince años, pedí como regalo, una raqueta de tenis, la mejor. Me había anotado en el club y tomaba mis primeras lecciones. Una tarde, después de hacer la práctica diaria, se acercó una pareja que no conocía. Se presentaron, él pidió jugar un doble. Alentada por mi profesor, acepté. Después de un par de horas, estaba  muy cansada y tensa, terminamos de pelotearnos y se acercaron a saludar. Ernesto, de veintiún años, apenas lo vi, me causó una impresión desconocida. Algo indefinido y profundo, tuve la sensación de conocerlo ó de recordarme a alguien importante para mí. Estaba muy bien además y lamenté que estuviera acompañado, imaginando que sería su novia. Al  aproximarse los exámenes de fin de curso, dejé el entrenamiento, por unas semanas y lo retomé al finalizar las clases, con entusiasmo renovado.
 En la fiesta de despedida del año, en el club, lo volví a ver. Me reconoció y se acercó a saludar, bailamos  y  conversamos  toda la noche. Teníamos gustos similares y  nos conmovían las mismas cosas. Fue una noche perfecta y  yo deseaba prolongarla pero iban a cerrar el club y mis amigos debían llevarme a casa, Ernesto también nos acompañó. Quedamos en juntarnos esa misma tarde.
Mi madre notó algo en mi. A ella le contaba  todos mis secretos, le dije que había conocido al hombre de mi vida. Me besó y deseó toda la suerte del mundo.
Nos hicimos inseparables, en el club y en todas las salidas estábamos juntos.
 Estudiaba y vivía  con su padre, su madre, había fallecido siendo él un niño y la recordaba  con profundo sentimiento.
Llegó el día de llevarlo a casa, su deseo era formalizar la relación, también yo lo deseaba y  hacíamos proyectos de futuro. Su padre, ingeniero y piloto aeronáutico quería conocerme y  fijamos un día para reunirnos.
Llegó ese día. Todo lucía perfecto y puse especial atención en  mi persona, quería que mi  padre político me considerara ideal para su único hijo. Llegaron puntuales. Papá no estaba, había salido en busca de un postre helado y se demoró en volver.
Fue al presentarlos que noté en mi padre un cambio, una reacción, algo difícil de explicar y que atribuí  a  celos por descubrir que su niña estaba prometida  y en vías de ser mujer. Lo noté muy tenso durante la comida. Cuando Ernesto tocó el tema  de un próximo casamiento, no más de dos años, lo que le faltaba para recibirse, se levantó de la mesa  y pidió excusas alegando que no se sentía bien.
Se fueron antes de lo previsto en consideración al malestar del dueño de casa.
Papá, no podía contener sus emociones. Me miró y me dijo que debía olvidarme de esa relación. En menos de un mes iríamos a vivir a  Colorado, con su hermana mayor, que enviudó  y nos reclamaba. El se haría cargo de los negocios de su cuñado y nos estableceríamos allá. Pensamos con mamá que había sufrido alguna grave alteración de sus facultades mentales. Era la primera vez, en años, que mencionaba a  Rebeca, con quien no tenía de las mejores relaciones.
Ante su intransigente  posición, le comuniqué – ¡Yo no me muevo de aquí, vayan ustedes, los visitaré junto a mi esposo!
Sufrió una convulsión y estuvo dos días postrado.
Los acontecimientos se precipitaron, su negativa, a la que yo no encontraba asidero, me provocó un rechazo hacia su persona que crecía  a la medida de su  intolerante posición.
A mi pesar, se lo conté a Ernesto. Decidimos casarnos ya, no tendría potestad sobre mi y  tampoco podría llevarme al extranjero.
 Busqué mis documentos. Nos casó un juez de paz de un  pueblito de Córdoba. Teníamos que consumar el matrimonio, condición indispensable para  confirmarlo.
Lo que debió ser una experiencia sublime, por la carga emotiva y negativa que soportábamos  los dos, no lo fue.
Me dormí llorando sobre su pecho. Al otro día, regresamos a casa.
 Papá, completamente destruído, los ojos desorbitados al escuchar mis palabras, corrió hacia el dormitorio y volvió con un revólver en su mano. Me interpuse entre él y mi flamante esposo. Descargó el arma en su  propia sien, después de dejar en mis manos una carta
Demasiado tarde. La pude leer al día siguiente. Ernesto era su hijo. Fruto de un amor incontrolable y  culposo y causa de la muerte prematura de Ligia, su madre.
Me encerré  en mi  dolor. Me negué a verlo, no respondí sus llamados.
Hace quince años de aquello.
Tengo que volver a vivir, no se cómo. Pero lo intentaré.
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Descripción

una tragedia familiar que pudo evitarse

Palabras Clave: juez de paz intransigencia

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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JUAN CARLOS

Querida Haydee..Un conmovedor relato..La pregunta que queda dando vueltas..Por qué no habló antes ,si sabía de que su hija no podria casarse..Tal vez el ser intransigente y no sentarse a conversar precipitaron los trágicos hecho..Un hermoso y trágico texto.que atrapa de principio a fin..Felicitaciones una vez mas mi querida Haydee.. Estrellitas ¡¡¡

Besos y todo mi cariño..
Tu amigo..Juan Carlos..
Responder
December 30, 2009
 

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