Un viernes cualquiera
Publicado en Dec 17, 2009
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A las seis de la mañana sonó el despertador y supe que sería un mal día. Lo supe porque me desperté afiebrado y porque me había dormido muy de madrugada y, sumadas las horas de sueño, no se acercaban ni remotamente a las que acostumbro dormir; pero “así son los viernes”, pensé.
 
Maldije, como todas las mañanas que tengo clase en la universidad, al indecente que tuvo por idea la brillantez de instaurar en las clases un límite de inasistencias que, de alcanzarlo, te haga perder el curso y, lo que más me molesta, el tiempo. Me bañé maldiciendo, no me jaboné bien por maldecir tan basta y ordinariamente, eso me molestó más, la fiebre se volvió un fastidio notable. Me vestí, como de costumbre, de invierno aunque sea primavera, con bufanda y suéter, salí de mi casa y, a pesar que estoy acostumbrado a la mirada expectante de uno de mis vecinos, esta vez me molestó sobremanera porque parecía burlarse de mi abatimiento, no perdí la oportunidad y lo maldije.
 
Llegué, y no sé cómo ni porqué, muy temprano al salón de clase del primer piso del pabellón A, el 103, que maldije ciento tres veces por obligarme a estar sentado en su interior por seis horas escuchando clases que no me importan y soportando personas que, valgan verdades, tampoco me importan; y siendo las siete de la mañana, como era de esperarse, no había ni un alma, pero yo tenía que estar ahí, maldije a todos por no llegar temprano. Soporté, incluso, mocoso y todo, el llegar de los orgullosos aspirantes a juristas – porque los no tan orgullosos como yo llegamos tarde o no llegamos – desfilando y saludándose alegremente, casi homosexualmente, los unos a los otros, todos felices, todos leídos y presuntuosos, sin moquear ni lagrimear y vestidos de verano, volví a maldecirlos. No me sorprendió que no me saludasen, yo nunca lo hago a no ser que necesite urgentemente un favor o que sea uno de mis amigos, porque los tengo aunque parezca increíble, o al menos eso creo, de estas cosas uno nunca puede estar seguro. En fin.
Llegó marchando, porque no camina, el profesor Eliche Navarrete. No es que marche porque sea una especie de dictadorzuelo de aula de clases, ni porque tenga un problema psicomotor o enfermedad corrosiva, es porque no sabe caminar el pobre, sencillamente nunca aprendió. Pero, anteponiéndose a tamaña gabela que le impuso la vida, llegó jocoso y sonso alegre, feliz. A él no lo maldije, no pude hacerlo; él me maldijo antes por poner más esmero en mi nariz fluyente e incontrolable y en mantenerme despierto, que en la muy sagrada Lola, o Lupe, o Lope, o lo que fuere que estaba explicando. Acepté mi culpa, aunque de todas formas me dormí. 
 
Sólo se quedó dos horas de las cuatro que le correspondían, nos dijo que iría a hacer algo al congreso. Me imaginé un desfile con otorongos marchando acompasados, amaestrados algunos y gordos; burros vanidosos, bateas y jofainas; lava pies profesionales y cosas por el estilo. Cualquier cosa debía ser más importante, o por lo menos más entretenida, que estar con esos críos medio idiotas, habrá pensado, intuyo. En todo caso, yo estoy de acuerdo.
 
Aproveché la interrupción de su clase para ir al tópico de enfermería y pepearme un poco. La enfermera, una señora mayor pero con cara de santa, me atendió amable, imposible maldecirla.
 
¿Cuántos años tienes, hijito?, préstame tu carné para llenar los datos rápido, ñaño.
 
Yo tenía un termómetro en la boca, estaba asqueado por eso y me enfermé más. Maldije al termómetro sucio, gamberro. Cuando me atendió el doctor, un depravado sexual que convence a las alumnas de hacerse análisis ginecológicos “porsiacaso vayas a tener algo, estamos en campaña”; me asqueé más solo con verlo y ver sus guantes blancos tendidos sobre el escritorio, seguramente recién muertos en acción, y lo maldije como a ninguno hasta ahora. Tomé dos pastillas que me recetó y robé, sigilosamente, como un maestro, otras cuantas. Porque todo pasa un viernes cualquiera, Zavalita.
 
Eran las diez de la mañana y yo estaba pensando seriamente en ir a mi casa y dormir como nunca se ha visto, a pesar que sabía debía enfrentar la furia de papá y mamá por perder mi tercer curso en lo que va del ciclo por faltas. Trato de convencerlos que soy médicamente idiota, borderline; pero no quieren creerme. Me visitaron dos amigos, como los fantasmas de la navidad.
José Luis, “la flaca” para mí, me contó que regresó con su chica, luego que ella le terminase en condiciones un poco extrañas que no llegué a comprender. Se aman y él estaba feliz, yo estaba feliz por él. En esta ocasión maldije al tío de mi chica que se casa mañana en Trujillo y no me invitó, pero a ella sí.
Milagritos está tranquila y está feliz. Maldije no verla tan seguido.
 
Comenzó la clase de Civil I, llegó Pasos Jayachiel y nos repartió los exámenes. Naturalmente no estudié nada, pero oí a una amiga conversando acerca de algo que tenía que ver con “el objeto”, de qué o quién, no lo sé, pero me sirvió para responder una de las preguntas. Aprobaré el examen, pero igual maldije no haber estudiado. Terminado y recogido el examen hecho con amor por el profesor Pasos, nos contó de otra cosa, que sospecho, también hizo con amor. Yo siempre pensé que Pasos era tan criticón, insatisfecho y exigente porque no podía ejercer su hombría cabalmente o como quisiera, a causa de algún entumecimiento en la zona urogenital o algo que impidiese que su desenfreno sexual produjera una sublevación en su zona íntima. Pero me sorprendió, se hizo una. Christian Pasos va a tener un hijo. Lo maldije. No porque fuera a ser padre, sino porque yo estaba convencido que yo lo sería primero. Porque siempre, desde crío, he querido ser padre; claro, en ese entonces no sabía que hacer luego con la madre, ahora más o menos tengo una idea.
 
Terminaron las seis horas mortíferas de los viernes, esas horas que hoy se convirtieron en días y me maldijeron. Estaba acabado, pero sentía algún tipo de placer por cómo aguanté estoicamente frente al dolor, el sueño, el aburrimiento y los aspirantes a juristas que creen saberlo todo y a los profesores que creen no saber nada, ni siquiera caminar.
Salí de la universidad y compré un cigarrillo, como siempre me pasa, me dieron vuelto de más, como siempre hago, lo devolví. Estaba aún más feliz por mi buena acción, todo está mejorando en mi día, sólo tengo que caminar una cuadra, tomar un taxi y ya estoy en mi casa.
Por fin quietud, tranquilidad, alimento y sueño. En eso pensaba y me abstraía cuando me choqué con algo que apestaba a cochambre. Al alzar la vista, encontré, más bien, a alguien. Era de la barra de la U y no lo describiré porque todos son iguales, clónicos especimenes.
 
No soy choro, porsiacaso.
Mi silencio delataba turbación. ¿Qué pasa?, pregunté.
Me mostró caramelos en bolsas de plástico, notoriamente clandestinos y seguramente mortales. Entendí que quería que le compre uno, yo no quería comprarle, pero tampoco quería seguir oliendo tremenda porquería que despedía su cuerpo.
¿Cuánto cuesta?, una pregunta idiota. Quedé a su merced.
Mil dólares, nomás. Ninguno de los dos sonrío.
Un sol, sentenció.
Probablemente le han costado diez céntimos al grandísimo hijo de perra. Debo reconocer que, por lo menos, es una manera sutil de robar. No denunciable.
Me rehusé a pagar.
No quiero, gracias.
Impidió que avanzara y comenzó a cantarme improperios y procacidades. Crápula maldito.
 
Perdí dinero y algo de estabilidad como consecuencia. La fiebre volvía a ser notoria. Caminé hasta tomarme un taxi. Probablemente me vio devolviéndole dinero al sujeto que me mal vendió el cigarrillo, pensó o que tenía mucho dinero o que era muy idiota, lo suficiente como para pagar un sol por caramelo. Como siempre me pasa, ser bueno no resulta factible.
 
No maldije al pobre anormal. Maldije a los bienquistos e inteligentes sujetos que inventaron el fútbol, a la droga barata y a las minorías raciales resentidas y bandidas. En el taxi pensaba: “así son los viernes”.
 
 
 
 

 
 
 
  
 

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Foto del autor Joaquín Garcés
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Un día cualquiera.

Palabras Clave: viernes clase universidad universitario crápula

Categoría: Artículos

Subcategoría: Comentarios & Opiniones



Comentarios (3)add comment
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raymundo

MUY BUENO EL TEXTO. SALUDOS CORDIALES.
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December 12, 2010
 

Paris

Jejeje. Espero que tu comentario en mi artículo no haya sido sarcasmo. Lo que pasa es que escribo con groserías y mal puntuando para que la semántica no desentone con la sintáxis.

Esta publicación me entretuvo de prinicipio a fin. Un estilo muy sobrio pero divertido. Extraña combinación en mi opinión. ¡Que talento! ¡Felicidades! Saludos.
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December 28, 2009
 

José Solano De León

Gracias por leerme. Ha pasado tanto tiempo que no recuerdo mi comentario, pero seguramente no fue sarcasmo. Saludos también.
Responder
June 01, 2010

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busy