The Man With The Gun
Publicado en Nov 28, 2009
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The Man With The Gun
Rodrigo R. Morales
  
Para N.I.R.O.
  
Primera Parte
 
 
“I read the news today oh, boy…
About a lucky man who made the grade…”
 
A Day In The Life - The Beatles
 

 
Capitulo 1
 
  En la vida, casi siempre las cosas no suelen ir como uno lo planea o lo quiere, y en la gran mayoría de ellas, uno tiene que empujar un poco para que todo fluya. Tal vez, no conforme, no sólo se necesite un empujón, tal vez se necesita adicionar una buena patada, un puñetazo en las costillas o un disparo en los testículos para que afloje y coopere en serio. Y es que, aunque todo el mundo lo sabe y lo ha experimentado, muchos se ciegan y algunos en diversas ocasiones quieren huir de la porquería que la vida nos pone, haciéndose creer que nada pasa y que todo desaparecerá al abrir y cerrar los ojos. Imbéciles.
  Pero la realidad es, que la vida siempre nos va a poner un montón de porquería, porquería que siempre intentarán fregarnos lo mejor posible (y no es que me ponga de su lado, pero ese es su trabajo, no la culpen). Siempre deberemos encontrar la salida, trabajando en ella hasta saber que es la maldita respuesta correcta, y al final, obteniendo aquello que nos hará respirar un día más y decirnos: “¡Hey! Lo has hecho bastante bien”.
  Si, así es como se supone debemos agarrar a la vida. Obligarla a punta de espada para que coopere cuando nos pone enfrente ese montón de porquería que superar. Incluso aún cuando mida al menos 1.90 m, esté a reventar de masa muscular y su nombre sea Esteban. Para mi mala suerte (como es costumbre), jamás creí toparme con una porquería tan grande y lo digo literalmente, lo de “porquería” y lo de “grande”, porque, aunque no lo creas, me he enfrentado a porquerías y grandes, pero esta superó a todas las anteriores.
  Lo sé, ahora mismo debes estarte preguntando: “¿Y a que carajo viene todo esto?”.
  Bien, es bastante simple. Mi vida y mi trabajo en los últimos dos años, se han basado en eso, superar porquería y media. Pero ninguna se ah asemejado a la de los últimos cinco meses.
 
  Eran los primeros días de un septiembre lluvioso, me encontraba en mi típico departamento de soltero, en compañía de un típico matón, estrangulándome como lo hace típicamente un matón, e irónicamente, como es típico en mi vida, intentando salvar mi pellejo. El matón del que hablamos en cuestión, es Esteban  Zarza, un hombre como ya mencioné, hecho completamente mierda. Era realmente feo, y no hablo de la fealdad que encuentras a diario en la calle, no, claro que no, era feo con acentuación en toda la palabra (intenta hacerlo, verás que el sonido que produces es equivalente al adjetivo).
  Su fealdad, básicamente se centraba en una sola sección de su ser, y era su cabeza, su rostro. Su cabeza era ancha y aplastada, como la punta de un huevo para ser más precisos, solo que aún más deformada. Vayamos ahora a su rostro. Su rostro moreno (si es que se le podía llamar a así) se conformaba principalmente de una frente que iniciaban desde unas pronunciadas cejas bastante exageradas, hasta la nuca, donde un puñado de montículos de carne formaban lonjitas detrás de su cráneo. Debajo de estas cejas exageradas, había unos pequeños ojos negros brillosos que era mejor desaparecerlos, ya que casi no se notaban. Su nariz era boluda y algo achatada, como si con algo la hubieran tratado de hundir aún más en aquel rostro gordinflón. La boca era pequeña, apenas visible entre aquel par de gigantescas mejillas deformadas por la gravedad. Y, si alejamos un poco la cámara y miramos a ambos extremos de todo este conjunto ya mencionado, encontraremos dos mallugadas y rojas orejas miniatura.
  Hasta este punto, podrás decir que no es tan feo como lo imaginaste (puede ser, tal vez), pero es porque no eh mencionado las cicatrices… ¡Dios! esas cicatrices. Estaban por todas partes. Adornaban con un glamur bizarro e incomprensible. Había diversidad de cicatrices: Grandes, pequeñas, largas, gruesas, profundas, americanas, afganas, incluso había una que parecía como si hubiesen arrancado la piel de la mejilla izquierda, la hubiesen mordisqueado y después, escupido de nueva cuenta en su lugar. Había de donde escoger, hechas por mil y un artefactos que ni te imaginas.
  Así es, ahora mismo tras solo describirte el desastroso y feo rostro de Zarza, reestructurarás en tu mente que no es un atlético hombre, incluso, ni siquiera te imaginarás a un hombre obeso, si no a un huevo viviente, un huevo moreno. Tal vez pediría disculpas si realmente lo sintiera, ya que al referirme a “Masa”, hablaba de masa… y grasa, no precisamente a esos músculos bien torneados y aceitados de un físico-esculturista, si no a músculos envueltos de grasa  y sudorosos de un camionero.
 
  Supe su nombre de la manera menos común que pudieras imaginártelo… no, no se lo pregunte, tampoco me lo dijo mientras me estrangulaba, pero tampoco me lo dijo en la cama, empezando porque no soy gay, y si alguna vez lo hubiese sido, me hubiese odiado de por vida.
  Su nombre apareció una tarde debajo de mi puerta, escrito en un sobre de buena calidad, escrito con una destreza que sus manos no te permitían imaginar e imagino que también lo hizo con una buena pluma. Era rico y no es que lo haya deducido por lo anterior, si no porque me estaba dejando debajo de mi puerta un cheque al portador… así es, un cheque con la rayita predecía por “Nombre” completamente en blanco y con un valor de un millón y medio de pesos con esa elegante firma en la parte de abajo. Admito que es bastante extraño, nadie te da tremenda cosa por ninguna circunstancia nada más así porque si… ni siquiera en navidad. La verdad es que no sé como carajo se las había ingeniado para encontrar, incluso, el investigarme para saber que necesitaba con urgencia dinero… no en esa exorbitante cantidad, pero que si necesitaba. Es más, no me interesaba, porque me estaba dando un millón y medio de pesos. ¡Hombre! ¡Si no la has captado, es un millón y medio de pesos…!
  Por supuesto que la has captado.
  Le emoción fue tal, que ni me percaté de un trozo de papel que venía con él. Me senté en la sala y descubrí que era una carta, escrita a computadora y firmada por el mismo hombre. En esta carta, solicitaba mis amplios conocimientos y habilidades para una misión. Una misión en la que, tras meditarlo toda la noche, disputando los pros y contras, el bien y el mal, el “no comerás como debes otros indefinidos meses” y el “¡Puta madre! Un millón y medio de pesos”, supe que no traería nada bueno. Aún teniendo el dinero en el instante en el que yo quisiera.
  La noche siguiente se presentó en mi puerta. Creí que era alguien que quería pagármelas, algún ebrio con el que me había peleado en un prostíbulo cualquiera, pero me mostró su tarjeta. Era él. Esteban Zarza, vestido con un traje blanco, fino y bien planchado, con una pulcra camisa vino adornada con unas cuantas joyas de gran valor y esos zapatos negros con un brillo que ¡Demonios! Jamás había visto un zapato tan perfectamente lustrado.
  Me hubiera encantado que el resto de la noche hubiese sido amena, que no hubiéramos dejado de tomar, que toda la noche la hubiésemos pasado tan putamente bien, como un par de amigos. Pero ahora estaba ahí, las cosas habían dado un vuelco que nadie imagino hasta encontrarnos en la actual situación… La estrangulación.
 
  Me tenía a al menos 10 cm. del suelo, tomado del cuello con sus dos gruesas y escamosas manos morenas. Mi escuálido cuerpo apenas y podía moverse tras la falta de aire, cosa lógica, llevaba al menos medio minuto así y sentía la cabeza a punto de estallar. Por más que había intentado golpearlo, no había logrado siquiera, hacerle cosquillas. El desgraciado me sonreía y orgullosamente me mostraba esa maldita dentadura que parecía pudrirse. Era obvio que no resistiría ni un minuto más en sus manos y a esa altura, no consiente, por lo que opte por usar la teoría del “Cerebro supera Fuerza”, pero que algunos eruditos como yo preferimos llamar “Agarra huevos, pártele la madre y huye como buen mariconazo”.
  Como pude, hice llegar mis manos hasta su cara, mientras que con ambos pulgares, empujé con las pocas fuerzas que tenía sus globos oculares. Parecía dar efecto, la presión y la altura redujeron, lo que me dio oportunidad, una oportunidad que me duró nada y me supo a aire entrando por mis pulmones para reunir las fuerzas necesarias para introducir los pulgares hasta donde me pude. Lloró del dolor, y yo también lo hubiera hecho si alguien me metiera dos pulgares en los ojos y con la uña de frente. Me dejó caer, mientras él se alejó unos cuantos pasos hacia atrás tomándose el rostro. Me puse de pié con una velocidad que no sabía que tenía y casi inmediatamente, tomé la pose de guardia que adoptan los boxeadores. Noté entonces que sangraba y bendije el no haberme cortado las uñas los días anteriores. Parecía que Zarza comenzaba a reaccionar de nuevo y no podía permitirme ese lujo, por lo que recordé mis viejas clases de Karate vía TV con el profesor Pat Morita en la repetida película de “Karate Kid 2”, inhalé y lancé una patada directo a su entrepierna, yendo a parar de lleno a sus genitales. Zarza calló inmediatamente de rodillas, mientras yo, con la gracia de un venadito di una vuelta de 360º llevando mi pierna izquierda directo a su cara, que culminó con los aullidos y en un aliviador “Crack”.
  Zarza calló sangrante y flojo.
  Sin darme cuenta, me encontraba saltando y dejando salir el aire poco a poco. Tras mi ritual karateka, me detuve y me dejé caer sobre el sofá, mirando a Zarza inconsciente y posiblemente muerto. Los latidos que iban a mil por hora, retumbaban en mis oídos… ¿o era que mis tímpanos bailaban eufóricos de alegría? Mis pulmones, por su parte, inhalaban cantidades de aire que no creí jamás poder tomar. Era una sensación de necesidad y desesperación, no para mi, si no para mis pulmones, que parecían vagabundos hambrientos frente a un banquete colosal. Intenté descansar, tomar aire suficiente, relajarme y ponerme de pié para poder tirar la basura, pero como un endemoniado anciano manejando una Harley Davidson, me vino a la mente: “¡Carajo! Este hombre no ha venido solo, eso es seguro.”. Me puse de pié y corrí hasta una de las habitaciones para mirar por la ventana. No fue hasta entonces, mirando por la ventana, que me percaté de que mis anteojos habían terminado en el suelo durante la pelea, por lo que volví por ellos y me los puse para ver el exterior nocturno y lluvioso.
  En la acera había un tipo grande junto a otro tipo grande bajo una lluvia tranquila, que desde mi ángulo, lucían bastante Gorilas y que por consecuente, no podría desafiar en el estado en el que me encontraba. Una limusina negra era lo que aquellos dos resguardaban. ¿Cómo era que estaban bajo la lluvia, sin paraguas y sin preocupación de amanecer resfriados? ¿O es que los Gorilas como ellos no se enferman?
  Afortunadamente, ninguno de los dos había escuchado nada, parecían tranquilos, en lo suyo. Uno miró su reloj y alzó la vista a mi ventana, por lo que me aleje de esta y me apoyé contra la pared. Miré en derredor en busca de un reloj que no hallaba en medio de la oscuridad, un reloj que había estado ahí días, meses, años y que ahora desaparecía en un momento crucial, en el que lo necesitaba. Fue entonces que logré dar con él, al otro lado de la habitación. La poca luz lunar que entraba por la ventana me hizo calcular la hora: 10:35 p.m.
  Tomé una 9 mm que tenía guardada debajo de un mueble, miré que el cartucho estaba lleno y la pasé a ocultar en la parte trasera, entre mi bóxer y mi pantalón. Después fui a mi habitación y saqué de debajo de un mosaico flojo el sobre con el cheque y lo guardé en una de las bolsas de mi gabardina. Me dirigí hasta el otro extremo del departamento, donde analicé rápidamente una de las ventanas. La abrí y miré arriba y abajo. Oscuro, aún llovía. Volví por las cortinas que alguna vez una mujer me había regalado, las amarré asegurándome de que el nudo quedara lo bastante firme y resistiera mientras yo bajaba hasta el primer piso. Lancé la cuerda de cortinas y la amarré a una silla, la cual cruce para que quedara perfectamente atorada con la ventana. Pero antes de salir, miré de reojo a Zarza, tumbado, sin sentido y sangrante. No sentí lastima en ningún instante, en cambio, me sentía completamente aliviado de que estuviera en aquel estado, vivo o muerto, no me interesaba.
  Salí por la ventana y esperé que tanto el diseñador de las cortinas y el carpintero de la silla, hubieran hecho el mejor de los trabajos, que el haberles creído el típico rollo de “Esta es la mejor calidad que puede usted hallar” fuera una de las mejores decisiones de mi vida. Bajé lentamente, impulsándome cada vez que tocaba la pared con mis pies. Adoloridos por cierto. Fue que al llegar al 3er piso sentí como la maldita cortina se tambaleó y me hizo dar un tirón quedándome colgando. Me sostuve lo mejor que pude, esperando que resistiera, mientras las gotas no dejaban de empaparme. Se calmó. Comencé mi descenso nuevamente y llegué al primer piso, donde levanté la vista mirando las cortinas balanceándose con el aire que circulaba entre ese espacio de los edificios. Noté que los cuatro departamentos del primer piso, que conformaban aquella abertura, paralelos a los superiores, estaban habitados. Significaba que si entraba y me miraban con los rastros de sangre y el sudor, sospecharían y llamarían la atención de los demás, incluso sabiendo que era su vecino. Afortunadamente, uno de ellos era habitado por dos ancianos bastante amables, y que, juzgando la hora, estaban yendo a la cama. La única luz que lograba ver desde la ventana, era la del dormitorio. Por lo que forcé la cerradura de la puerta y entré. Caminé lo más sigilosamente posible, haciendo que mis tenis Converse no me delataran. Logré atravesar la habitación y la cocina, y llegué a la sala de estar. Pero fue ahí, cuando sentí como algo rosó contra mi pierna, y fue seguido de un “motorcito encendido”. Se me erizó la piel y me tensé por completo sin hacer ningún ruido. En la oscuridad, llevé lentamente mi mirada hasta el suelo donde mis ojos se encontraron con los de un gato blanco. Maulló. Y casi inmediatamente la anciana le llamó.
  -“Nieve”. ¿Dónde estas mi pequeña “Nieve”?
  Y como pude, abrí la ventana, y salí lanzándome al exterior, para ir a parar entre los arbustos. Me quedé quieto, sin hacer ningún ruido, aún cuando las espinas y las ramas me pinchaban el cuerpo.
  -¿Qué sucede “Nieve”?- Dijo -. ¡Vaya! Dejamos la ventana abierta, eres una gatita hermosa. Mereces que mañana te compre un jugoso filete.
  La gata maulló mientras la anciana cerraba la ventana y le ponía el seguro.
  Para su suerte, “Nieve” obtendría un buen filete al día siguiente por conseguir que casi me descubriesen y fuera a parar a un arbusto lleno de espinosas ramas.
  Adoro a los gatos. Tal vez, en algún otro momento, “Nieve” y yo podríamos haber sido buenos vecinos, amigos de noches con luna llena. Solitarios. Pero ahora mismo me debía una, esa maldita gata me debía una y juré que me la pagaría.
 
  Con la respiración y los latidos calmados, caminé entre las sombras, cuidando que ningún Gorila que caminara entre las sombras me descubriera y llamara a los demás Gorilas para ir por mí. Si algo comenzaba a oler mal, sería Zarza, pero se ocuparían de él, lo que me daría escasos segundos para escapar. Fue que tras atravesar el área verde de los edificios, llegué al estacionamiento. Abrí las puertas y miré a todos lados, necesitaba encontrar un maldito auto. Si, tengo una motocicleta, afortunadamente no la tenía conmigo, no permitiría que le pasara algo malo, así que decidí por tomar el deportivo de un presumido y castrante sujeto del edificio de enfrente. No me tomé la molestia de forzar la puerta, solo opté por romper en trozos el vidrio y encenderlo lo más rápido mientras la alarma avisaba a todo el mundo de mis acciones. Lo sé, debes pensar que esto ha sido una estupidez de mi parte, intentar ser lo más sigiloso posible y ahora, llamando la atención de todo mundo. La verdad, es que solo me interesaba aprovechar la oportunidad para destrozar ese maldito auto de una vez por todas.
  Subí y lo encendí, como lo hacen en las películas. Jamás creí que pudiera hacerlo, pero así fue, tardé no más de un minuto para que el maldito auto lograra encender. Y listo salí de ahí, con todo el vidrio roto, acelerando hasta la salida de los departamentos.
 
  Cada dos minutos, me aseguraba de que nadie me siguiera, miraba por el retrovisor mientras sujetaba un poco más el volante. No había lugar a donde ir, no porque no lo tuviera, si no porque no se me ocurría llegar a alguno. Mi mente estaba más concentrada en el rostro de Zarza y sus guardias Gorilas que en un lugar seguro. Fue cuando volví a mirar el reloj, observé que ya eran las 11:22 p.m., llevaba ya casi una hora en volante dando vueltas por la ciudad y al fin, había dejado de llover. Sin sentido. Por lo que, al mirar a todos lados, descubrí que no tenía ni idea de donde carajo me encontraba. Me orillé y me tomé un respiro. El cuerpo me comenzó a doler un poco más, comenzaba a desestresarme y eso significaba que los esfuerzos, los golpes recibidos y la relajación de los músculos, tendrían sus efectos. Dejé caer mi cabeza hacia atrás, amortiguada por el acojinado asiento del deportivo, que lamentablemente no logré disfrutar. Lo había robado, había probado que tan rápido era, que tan cómodo y costoso era, y nada de eso importaba ahora. Mierda.
  Salí del auto e intenté descubrir donde es que estaba, mientras caminaba en las calles mojadas. Tras avanzar dos cuadras, logré dar con el nombre de la calle. Decidí continuar el paso otras cuatro cuadras más, era una noche perfecta para pasear aunque en el instante no lo hubiera descubierto. La calle estaba desolada y podía dejar atrás el deportivo sin que nadie supiera que yo era el ladrón, sin que el afeminado presumido de mi vecino lo supiese y se retorciera en su desesperación por intentar descubrir que había sido yo. Eso me hacía aliviar un poco el dolor, admito. Había algo en las calles que me hizo dar en donde estaba, así que decidí ir a un motel cercano donde podría esperar ayuda.
  Al llegar al motel, tomé mi celular y llamé a la única persona en quien podía confiar en esos momentos, pero no contaba con crédito, por lo que tuve que ir a un teléfono cercano y llamarlo. Me dolió depositar las únicas 3 monedas con las que contaba, porque pretendía usarlas para un chocolate la mañana siguiente (claro, antes de saber que Zarza quería matarme), por lo que rogué que me contestara o patearía el maldito teléfono hasta que me las devolviera.
  Dio tono. Esperé mientras mis ojos atravesaban el paisaje urbano que tenía detrás de la cabina telefónica. El dolor que había tenido en la espalda y las costillas, estaba aumentando en cuanto esperaba que atendieran. Casi no podía moverme y eso me fregaba. Tras unos instantes de espera, las monedas cayeron y la llamada inició. Una voz adormilada y algo ronca me atendió con un varonil “¿Aló?” a la par de que dejé salir un suspiro de alegría.
  -Me alegro de que hayas contestado…- Dije con una sonrisa dibujada en mi rostro, cosa no muy común en mi.
  -¿Qué… que demonios ocurre? ¡Son las 11:45: p.m.!
  -Lo sé perfectamente- Dije mientras pasaba mi mano por la nuca y pensaba las palabras siguientes que iba a decir -. Estoy en graves problemas.
  No fueron las mejores. Esa frase era común entre nosotros dos. Lo cuál significaba un problema más que grave..
  -¡No puede ser! No me digas que estas de nuevo detenido… o que los dueños de algún bar te…
  -¿Mi reputación es tan mala?
  -Contigo todo es posible…
  Estuvo a punto de continuar, pero no podía seguir perdiendo el tiempo con regaños que se fundamentaban en hechos del pasado. Decidí que lo mejor era ir al grano.
  -Estoy en un motel, “Paraíso Celestial”. Se encuentra cerca del centro. Necesito que vengas de inmediato por mí y hablemos sobre… este problema que tengo en manos. Juro que solo necesito que vengas y hablemos…
  Nunca antes nos habíamos negado en acudir en ayuda uno del otro, pero era precisamente yo quien la pedía más. No podía negarse, y le hacía mucha falta salir en aquellos momentos para despejar la mente después de su divorcio.
  -De acuerdo- Me dijo ya con la voz más concentrada y despierta, al igual que la mente -, llegaré en unos minutos, espérame.
  Colgué y entré sin demora al motel.
  El nombre, no tenía nada que ver con el motel, no era para nada un “Paraíso Celestial”, empezando por la recepción, a la cual, decidí llamar “La Puerta de San Pedro”. La recepción era de lo peor. Olía mal, el escritorio era de una madera roída y astillosa que parecía haber sido sacada de un barco demolido y vuelto mesa. Era impresionante ver aquella cosa mantenerse de pié. Había miles de papeles y otras cosas sobre el escritorio, mientras un trozo de pizza podrida, una lata de refresco a medio tomar y un par de donas, esperaban detrás del recepcionista, a quien creí en el momento sería San Pedro, el hombre que me abriría las puertas del paraíso. Me registré en una libreta llena de grasa y porquería, y no, no de la que te pone la vida… si no de la que desecha algún animal cuando “San Pedro” se distrae.
  No soy religioso y sé que nunca lo seré, pero eh visto imágenes de San Pedro, millares y todas se parecen, pero mi San Pedro no se parecía en nada al de las pinturas, que, para dar crédito, los artistas logran asemejar aunque sea en los detalles menos obvios, algo que hace único a todos los San Pedros inmortalizados en pintura. Supongo que ese es el objetivo, establecer una imagen que todo el mundo identifique al momento de ver y se sienta tan seguro de poder decir: “¡Hombre! Puedo jurar que ese tipo es San Pedro, y si no lo es, que me corten las pelotas”. Pero este… era decepcionante y depresivo. Pobre del que hubiera apostado sus pelotas por este…
  Era un hombre delgado, sudaba a chorros a pesar de que no hacía nada de calor, incluso, el ventilador pequeño al otro lado de la habitación, le daba de frente y el sudor continuaba escurriéndole de todo el cuerpo. Su cabello grasoso y cano, hacían un conjunto perfecto con la barba blanca llena de migas de pan y otros alimentos. Tenía una sonrisa desastrosa. Miraba un programa de comedia. Reía como un loco por las idioteces que pasaban. Fue entonces, que por primera vez, me sentí avergonzado de comparar a imbéciles como él con los retrasados mentales. Intentó compartir su “gusto” por la comedia de 5ta conmigo, huyendo de inmediato a mi habitación.
  Admito… que San Pedro está zafado.
  Mi habitación, la 235, en si no tenía vida. Un tapizado antiquísimo, con calefacción que apenas servía y unas cortinas que me dieron pena (Amé mis cortinas). Constaba de un baño pequeño, un sofá duro y rígido, una televisión con cable barato que consistía de 230 canales de los cuales, 20 eran de TV abierta, 38 eran porno y el resto no recibía señal. La cama, lo más importante de una recamara… ¡Dios! Era un trozo de piedra, los resortes salían en diversidad de costados y me hizo recordar mis años mozos de locura juvenil, donde terminabas acostándote con cualquiera en donde fuera. Pero yo, en aquel estado… preferí ir al sofá y mirar el porno, creyendo que salvaría la espera de mi colega, pero resultó ser igual de pésimo y decepcionante que todo lo demás.
  No, reafirmo, no era un “Paraíso Celestial”, era más bien “El Infierno de Dante” de los moteles.
  Media hora después, tras mirar una y otra vez como hombres penetraban mujeres, hombres penetrando hombres, mujeres penetrando animales e infinidad de actos sexuales grotescos, mi puerta fue tocada. Me puse de pié rápidamente y me quedé quieto, entre desconcertado y asustado. Dejé el control y estuve por sacar mi arma, cuando escuché su voz. Eso me hizo volver a la calma y abrí la puerta. Fue que entró y me pidió una explicación.
 
  Eder Gutiérrez es un año mayor que yo, al menos 10 cm. más grande que yo, un poco más moreno que yo y “no-sé-cuanta” suerte más que yo con las mujeres. Siempre ha sido un amigo, mi único mejor amigo.
  Nos conocimos en la secundaria, mientras cursábamos el primer grado, contando tan solo con 11 y 12 años de edad. Aunque en distintos grupos, tuvimos el placer de conocernos. El desgraciado siempre ha tenido amores al por mayor. Es un mujeriego, admitámoslo, y también un poeta enamorado de esos seres traicioneros que el prefiere llamar “Musas”. Hombre pacifico y tranquilo. Prefiere muchas veces no romperle el brazo a alguien si tiene forma de solucionarlo con su lengua suelta. Una de las tantas cosas que nos diferencian. Es un genio, mal pagado, como todos en mi país, solo que él, llegó a decidir que era mejor triunfar en su nación antes de regalarle su cerebro a los extranjeros comunistas…
  Si, Eder siempre me ah sacado de miles de problemas, me ha ayudado a salir adelante en situaciones desastrosas y me ha dado prestamos que jamás han tenido paga, incluso con ese millón y medio de pesos.
  No tardamos en iniciar con la plática, le explique lo del cheque al portador, lo de la pelea y posible muerte de Zarza, mi huida, lo del deportivo (¡Manejé un deportivo y no lo disfruté! ¡Mierda!). Parecía no creerme hasta que le mostré el cheque. Se dejó caer sobre la cama de piedra, quejándose de su dureza.
  -No ah sido el mejor motel en el que eh caído, pero tampoco el peor.
  -Lamentablemente tienes razón.
  Se notaba cansado y nervioso. Pareciera que estaba aún más tenso de lo que yo me encontraba. Intenté decir algo relajante, algo que hiciera a Eder al menos escucharme sin soltarme un sermón, pero no encontré nada, jamás podría, recibiría el maldito sermón.
  -Desde que nos conocemos- Inició -, has estado en problemas malos, bastantes, pero jamás te me habías inmiscuido en uno tan… grave.
  -No lo es Eder, lo quieres ver grave simplemente.
  -Dejaste a un hombre posiblemente muerto en tu departamento… ¡¿Qué otra evidencia crees que ellos querrán para inculparte?!
  -Supongo que mi testimonio.- Intenté sonreír, pero sus ojos, esos ojos cafés no se apartaron de mi.
  Giré la vista a la TV.
  -Un millón y medio de pesos- Dijo, aunque sin entusiasmo. Cualquiera hubiera puesto patas arriba la casa, pero en la situación en que nos encontrábamos, el instante, no permitían siquiera que pudiéramos celebrarlo. Suspiró - ¿Qué demonios quería que hicieras ese tal Zarza para darte un millón y medio de pesos?
  No podía decirle que pasear el perro, mucho menos que me daría ese dinero solo por ser un buen ciudadano… empezando porque no lo soy. Era difícil… y vaya que lo era, pero la confianza y sinceridad, siempre habían vivido entre nosotros.
  -Quería que lo protegiera de un grupo de matones…- Dije.
  -Ja…- Dijo casi con ironía -¡Por supuesto! Y después quiso que tomaran una copa de champagne ¿No?
  -De acuerdo. Quería que hiciera un trabajo por él… espero que sepas a que me refiero, porque no pretendo decirlo literalmente- Dije mientras tomaba un poco de un tequila sin marca.
  -¿Y aceptaste?
  -¡Ese es el maldito problema! No acepté. No sé de donde demonios creyó que yo cometería tal crimen por medio millón y medio de pesos… bueno, lo admito, lo haría pero si estuviera realmente desesperado… Ok, lo estoy, pero la verdad no sé que me hizo decir que no…
  Y en verdad que no lo sabía, a pesar de que tenía mucho por ganar y solo la libertad del resto de mi vida que perder si me atrapaban, no temía por hacerlo… y aún así, me negué.
  -Pero le dijiste que no… se enfureció e intentó matarte…- Dijo intentando adelantarse a los hechos.
  -No Watson, más bien, me negué, se puso de pié y me dijo que no podía dejar testigos… Mi departamento debe ser una fortaleza de investigaciones para estas horas. Buscaran aclarar muchos “¿Porqués?”. Pero eso no es lo que más me preocupa.
  -¡Vale!- Dijo tomándose del rostro -. ¿Qué intentas?
  -Por algo me eligió este sujeto. Por algo decidió estrangularme e involuntariamente también decidió que lo dejara sangrando en medio de mi departamento.
  -¿Crees que haya algo más?
  -¡Vamos! Siempre hay algo más… Además, ese tipo, para ser un matón multimillonario poderoso… tenía unos movimientos muy lentos y brutos.
  -¡¿Qué?! Ahora mismo media policía debe estarte buscado y ¿te preocupan más los golpes que te dio?
  -Por supuesto. Era un hombre curtido. Había cicatrices que jamás podrías imaginarte. Un hombre de esa alcurnia no las tendría… no señor… y si necesitara de armarse de huevos para matar a alguien, solo sacaría un arma y soltaría 6 tiros. O si lo gustas… tendría al menos, técnicas de combate.
  Pareció captarla, como espero que tú también ya lo hayas hecho. Eder se puso de pié y caminó por toda la habitación, mientras yo ya me había alistado para darme una ducha.
  -¿Crees que ese hombre solo estaba fingiendo ser… “Esteban Zarza”?
  -Tal vez, puede caber una posibilidad.
  Era extraño, es cierto, pero podía ser. Un matón de esas ligas no anda tan solo y tan mal protegido. Salí sin problemas, sin encontrarme a otros Gorilas rondando por las cercanías. Vamos, el hombre, si es que me había investigado, sabría que tal vez me negaría, en una fracción mínima dentro de una extensión muchísimo más amplificada de un “Acepto porque me estas dando un millón y medio de pesos libres de impuestos”. Debería haber tenido un plan “B” a no ser que el único plan “B” fura eliminarme. Se arriesgó a entrar solo, a que casi medio edificio escuchara los “Pum” y los “Pow” que estuvimos intercambiando. No, algo malo ocurría y debía entender el “¿Porque carajo?” y el “¿Quien carajo?”. No iba a dejar que un carbón destruyera mi apartamento, intentara matarme y quisiera destruir mi vida, todo en una sola noche. Si seguía vivo, no dejaría que continuara estándolo.
  El resto de la noche intenté dormir, pero no lo logré. Pareció que Eder tampoco pudo pegar los ojos en toda la noche y lo compadezco, a él no era al que estaban buscando. Dio miles de vueltas, de aquí a allá en la cama de piedra, mientras yo estuve sentado haciendo guardia mientras miraba por la ventana, pensando en Zarza, en el millón y medio de pesos, en la mitad de la policía que seguramente debía estarme buscando, pero también, pensando en la otra mitad… ¿Qué estarían haciendo?
 
  Huimos del motel al punto de las 7:00 a.m., así es, “Huimos” tras decidir por un voto unánime entre yo y yo, por el mal servicio que había en el templo de San Pedro, optamos por verificar que el motor de automóvil de Eder continuase siendo una bestia. Por suerte lo fue y nos las arreglamos para que nada se nos interpusiera en nuestra huida al estilo “Starsky & Hutch”.
  Mi día se alegró cuando el auto de Eder se detuvo frente a su casa y mi vista se encontró con mi aparcada Kawasaki Ninja ZX-6R. Verde con unas franjas negras adornando los costados, maniobrable, con un excelente agarre, no se diga las velocidades, extrema en la más alta y excepcional en medios y bajos. Bajé rápidamente hasta ella y le agradecí a Eder haberla cuidado los últimos 5 días de los cobradores de impuestos. Me ignoró. Entró a su casa mientras yo me despedía casi eróticamente de la Kawasaki mientras frotaba su asiento de piel bien cuidado. Amo a los japoneses.
  Desayunamos, miramos las noticias en busca de algo que me incriminara y fue cuando vimos, que dieron la noticia que tanto esperamos. La suerte de Zarza fue bastante mala, bueno, para ese entonces ya sabíamos que su nombre no era Zarza, realmente… ni siquiera ellos sabían quien era. Lo que si sabían, era la identidad de su ejecutor y el castigo que le esperaba. Después de ver la noticia, entramos a la red, en busca de la identidad de Esteban Zarza, para nuestra suerte, el buscador no dio con nada. El sujeto no existía, ni en la base de datos de la PGR ni en ningún otro lado. El sujeto era un fantasma.
  Eder se negó rotundamente a ayudarme… al principio. Creía que él era el único con la capacidad de usar la “parla” para convencer a la gente… pero se equivocó. Hacía mucho que no nos veíamos como compañeros de trabajo, incluso amigos. Solo nos veíamos por los favores que con urgencia necesitaba de su parte. No tuve más opción que recurrir a “Te prometo que si tu vienes conmigo, yo…” y resultó. Para el medio día, nos alistamos. Terminé por ceder a la teoría de Eder por presentarme ante las autoridades para limpiar mi nombre. No ah sido la mejor idea que se le a ocurrido, pero tendría que aceptar, porque ahí teníamos a un viejo amigo que podría ayudar en todo esto.
 
  Él subió al ya antiguo pero aun bien cuidado Shelby Mustang 1965 azul oscuro, que aún rujia como un tigre joven y viril, aún ayudándonos a huir de moteles de 5ta. Mientras que yo, volví a sentir la adrenalina de hacer que mi Kawasaki volviera a andar. La noche anterior había llovido, pero para cuando nos dispusimos a ir a la procuraduría, el suelo ya estaba seco. La calé, primera… segunda… Metí hasta la última y la gocé como no lo había hecho en días. El motor continuaba sonando igual, la sensación era la misma y seguía retando a la muerte sobre ella.
  Pero no era lo único que pasaba por mi mente. Rondando como un maldito hámster en su rueda de ejercicio, estaban aquellas preguntas que me habían invadido desde la noche anterior: ¿Que demonios ocurría entre Zarza, el millón y medio de pesos y mi intervención en un crimen que había cometido… pero en defensa propia? ¿Cuál era el maldito objetivo de esta porquería que la vida me había puesto enfrente?
 
  Nota para mí: No olvidar, que después de terminar con todo esto, visite al que hizo esa silla, al diseñador de las cortinas y una visita más a mi madre, por habérmelas dado.
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Descripción

Un Detective, descubre que la verdad no es absoluta, y que hacer lo correcto, e sla mejor forma de seguir adelante, cuando se entera que es parte de un plan que ni l mismo imagina.

Palabras Clave: The Man With The Gun Rodrigo Morales

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Creditos: Rodrigo Morales


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