AMORES DE VERANO
Publicado en Nov 06, 2009
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  Hay quien dice que una buena historia debe empezar con una imagen. Otros, en cambio, prefieren filosofar desde el principio hasta el final.  Conozco unos tantos que nos echan su cuento sin rodeos. Escuetos. Sin anestesia. En bruto.  Llenos de abstraccionismos inconexos. Sin rostro ni enfermedad.  Con la píel en carne viva y casi sin pulir. En mi caso particular yo me quedo con la primera opción. Yo prefiero las imágenes. Por tanto empiezo así: mi imagen es ésta. Estoy parado en el medio de un bosque muy bello y hay mucha paz. Es como una de esas imágenes que salen en los libros de los Testigos de Jehová. Ardillas y pájaros saltando entre los árboles. Venados saturando el cuadro. No hace frío ni calor. No hay clima. La tonalidad es azul texturada, tipo blue-jean. Muy azul oscuro; muy el-hombre-Marlboro-en-esos-comerciales-de-los-70s. Como ya dije... animalillos por doquier. Y también hay un lago. Digamos que es más como una pradera y, a cambio de una manada de búfalos, lo que vemos es una comunidad de homo sapiens. Hombres y mujeres, y niños, todos ultra evolucionados, todos descansando bajo los árboles. Todos disfrutando de la dolce vita. Todos viniendo del futuro. Todos teniendo computadores portátiles cuyas baterías se cargan vía intravenosa con nuestras propias proteínas.  Es también como si nosotros estuviéramos recibiendo una especie de suero con vitaminas desde nuestros ordenadores personales. Y todo esto dentro de los más estrictos parámetros naturales. La naturaleza pura coexistiendo en completa armonía con la tecnología digital. El triunfo de la espiritualidad sobre la visión industrial.   Humanos y leones conviviendo de igual a igual.   

De repente llegan las maquinarias y empiezan a construir una ciudad. Grandes edificios se levantan a nuestro alrededor. Vuelve el hierro. El acero rompiendo la carne. Hay matanzas. Todo se jode. Yo sigo ahí, parado en el medio de todo aquello, atestiguando cómo se arruina mi imagen del paraíso. Grandes ciudades crecen a mi alrededor. Los humanos con marcas del 666 en sus espaldas. Todo el mundo con un chip bajo la piel para poder comprar en los supermercados. Luego viene la imagen de Rosario y yo, sentados en sendas sillas Rimax, a la entrada de La Bohemia. Luego viene otra imagen menos inquietante, pero más surrealista. Uno de esos sueños recurrentes. La estuve viendo en una revista mientras esperaba el avión. Después vendría otro ensueño rápido. Digamos que una especie de micro-sueño. Una de esas transportadas de cinco segundos cuando te quedas dormido por el calor.  Estaba en Nueva York y me deportaban para Facholandia y yo me sentía muy mal. No quería volver. Aún tenía treinta años de edad. Lo que estaba viendo en mi patria no me gustaba nada. Fascismo en cada rincón, en toda la publicidad, en todas las conversaciones; fascismo importado y fascismo en las formas.  

Fascismo criollo, fascismo mestizo, mulato. Fascismo autóctono, lugareño. Fascismo provinciano y fascismo en castellano: el más bajo y el más apestoso de todos los fascismos. Fascismo invertido; fascismo indirectamente proporcional a la fuente de prejuicios emanada por aquellos que se hacían víctimas de los prejuicios mismos. Fascismo revestido de buenas costumbres y de nobles intenciones por parte de los activistas políticos y de la hipocresía de mis amigos los periodistas.  Fascismo de segunda ☼categoría. Fascismo disfrazado, y reciclado, y camuflado entre liberales que siempre votaban por conservadores. La tiranía de la estética dominante. El triunfo de la uniformidad. La ignorancia. Y el exceso de estupidez, el cual constituía algo mucho peor que la ignorancia misma.  Luego la guerrilla; la guerrilla y su puta barbarie. La guerrilla y su falta de respeto al conducto regular.   

Total, tomaba un bus de servicio intermunicipal y me venía para la selva del Urabá antioqueño. Había elefantes y carreteras con mucho polvo como si esto fuera Africa. Luego me desperté. Me había ausentado de la realidad sin ausentarme. Miré el reloj. Todo duró no más de cinco segundos. En la imagen había enfocado una gran plaza pública y no había gente por ningún lado. Sólo se veían unos perros rottweiler caminando de aquí para allá. De repente, me veo otra vez dentro de la imagen. Estoy entre la revista y mi sueño. Estoy llegando en una carreta, una suerte de carretilla jalonada por un burro. Estoy completamente rodeado por racimos de guineo y otras legumbres. Empiezo a avanzar lentamente por el medio de la plaza. Me bajo de la carreta y sigo andando a pie mientras los perros me olfatean. El burro se queda atrás. Desolado.  Ya, en el sueño, el protagonista no volvía a ser yo. Era otra persona. Mejor dicho, era yo, pero me podía ver desde afuera. Entonces empiezan a llegar las maquinarias y los edificios de nuevo. Después vuelve a repetirse la imagen de Rosario y yo, sentados en un par de sillas Rimax, junto a una de las mesas de La Bohemia.  

Rosario luciendo ese vaporoso vestido diseñado en batik. Una especie de minifalda violeta con tirantes en la parte superior. También llevando unas valetas negras y unos aretes de coral y muchos anillos de plata en sus dedos. Yo vistiendo una camiseta con la imagen de Gabriel García Márquez y preguntándole a ella, Qué quieres hacer? Y ella diciéndome que no sabe, que tal vez quiera hacer la siesta bajo algún árbol, pero que no está segura, que en ese momento la están atropellando los recuerdos de su abuela, su odiosa abuela que tanto la odiaba sin razón y que tanto daño le produjo con ese amor-odio inexplicado, y que ayer había recibido una caja de parte de su hermana, con algunos regalos de su familia adentro. Que quizás quiera irse a emborrachar conmigo por la calles, o que quizás quiera terminar ese video que estamos haciendo, dice. Me sentí muy mal abriendo esa caja y encontrando tantos regalos de mi madre y ninguna carta con ellos, dice, nada de palabras, puros objetos.  

 Nico´ acercándose y preguntándonos si queremos tomar algo más, ¿Un cafecito, muchachos? Cómo les pareció el almuerzo, Poca´luchas, Estaban muy ricos lo fríjoles, Nico, muchas gracias.   Nico empezando a contar la historia de ☺Micifú, que estuvo perdido varios días, que a veces pega pa´l monte, pero que siempre vuelve más gordo porque se la ha pasado atragantándose con las iguanas y con los camaleones.  Rosario y yo mirándonos, como riéndonos internamente de la historia de Nico y de lo loco que está y nos reímos con Nico' y Nico' se va a atender a unos clientes que le piden la cuenta en las mesas de adentro; luego, Nico' volviendo e invitándonos a su finca de Necoclí el próximo domingo, nos iríamos ya, dice Nico, pero es que Astrid trabaja hasta los sábados y la idea es ir con ella y con Manuela. Le decimos: Listo Nico, va pa´ esa, el domingo nos vamos a Necoclí.  Nico queriendo mostrarnos los arreglos y los avances agrícolas en la finca. Diciendo que va liderar una reforma agraria desde su proyecto, que por fin el campo va a tener lo que se merece; Nico alardeando que tiene un gran plan piloto entre sus manos. Infraestructura y grandes créditos para sembrar la tierra. Exención de impuestos para los propietarios de pequeñas granjas e industriales menores. Pacificación de la zona a través de la inversión social. Asesoría para el latifundio. Tecnología de punta. Investigación especializada en laboratorios de biocultivos. Sí señor, una Reforma Agraria con mayúsculas, una reforma agraria desde la lombricultura hasta la hoja de coca, imaginate, Poca'lucha.

Nico' volviéndose a alejar y yo diciéndole a Rosario que vamos por una botella de whisky, y que nos la tomemos en casa, viendo el atardecer en el sofá, mientras hacemos el amor y mientras sentimos a los zancudos merendando en nuestros traseros. Pero Rosario diciendo que no se siente bien, que la han vuelto a atropellar los recuerdos de la masacre, la del día anterior, que tenaz todos esos cuerpos regados en la mitad de la calle y toda esa sangre en las paredes; que le gustaría ver las imágenes que grabamos. Otra vez. Que mejor nos vamos a ver morir la tarde al lado de las ♀bananeras cuando los trabajadores de las plantaciones salen a jugar su partido de fútbol y Luego, dice, Queriendo visitar a Raul, y a Patricia, que ellos han estado invitándola a su casa desde hace tiempo, y yo diciéndole, Prefiero pasar, que Mejor me voy a la casa, a ver el noticiero, y que allá la espero.   

Yo la veo irse entre la tarde a Rosario con su vaporoso vestido violeta y aquellas figuras hechas de batik, diciéndome que me quiere, que no se va a tardar mucho, que necesita despejar la cabeza y que quiere saludar a Patricia,  que quiere ver un proyecto de títeres, muy bacano, que se traen entre manos esos dos. Yo diciéndole que Chao y en ese momento la Mona y Lía llegando, y lanzándonos un par de chistes con ese humor fino de ellas dos, con ese humor sangrón de dos sicólogas inteligentes que se han devorado todos los libros de Habermas y de Carlos Castaneda y de mister Freud, y entre todos le damos un último adiós a Rosario, y la Mona y Lía buscando una silla en la mesas de adentro, y yo quedándome afuera y yo sacando aquel libro de Nietzche y poniéndome a leerlo por un buen rato. Pero luego aburriéndome y guardando el libro. Entonces yo poniéndome a jugar solitariamente el juego aquel de adivinar la vida de los transeúntes, percatándome que Rosario ha dejado sus diseños, a propósito, para que yo se los ponga a salvo y se los lleve a la casa. De todos modos yo empacando la cámara de video y los diseños de Rosario en mi mochila estilo militar, con ganas de irme, pero celebrando la imagen de Trinidad, y de Enilda, que llegan junto a los dos periodistas ingleses y ellos que se ponen a conversar un rato conmigo, y con la Mona, y con Lía, y alguien allí, adentro de la Bohemia, hablando de la Planeación Por Escenarios y la otra hablando de un viaje al Parque Natural Los Katíos, que Es una reserva paradisíaca, pero con mucha guerrilla y que dizque por lo tanto la han cerrado, que nadie puede pasar de cierto punto. Pero Trinidad contestando que a ella le han prestado una cabaña en Capurganá, que mejor dicho no se la han prestado, sino que es de sus padres, pero que a ella le desagrada alardear con aquello; a lo que yo me pregunto si irán a ir emparejados, me refiero a ella, Enilda y los dos ingleses.  

Me distraigo concentrándome en las gafas de sol que tiene uno de los periodistas, pues son unos lentes a todas luces costosos y peculiares, nunca vistos por aquí, seguramente traídos de Inglaterra. Trinidad diciendo que ha conseguido un nuevo trabajo y yo acordándome de la rumba de ayer. La que se desarrolló en esa misma mesa donde se están acomodando Ana María y Nancy quienes han acabado de llegar. Y me acuerdo de las rayas de cocaína y de  Nico' tocando su saxofón imaginario y yo tocando las sillas del bar como si fueran congas. Y Trinidad con esa frescura hablando de la noche de antenoche, como si no hubiera pasado nada entre nosotros, como si no hubiéramos terminado besándonos bajo un árbol, un poco ebrios la verdad.  

Por qué no hablarán los dos extranjeros, me pregunto, Seguro que todos son así en Inglaterra, me respondo. En lo que llevo viéndolos por acá, acaso les he escuchado la voz, pero al parecer son buena gente, según Trinidad. O será que son unos petulantes y yo no les caigo bien, o será que se creen fantásticos y están experimentando celos profesionales. No importa. Nancy saludando a la distancia y Nico' ya saliendo a ofrecer el menú. Trinidad contando que cuando vuelva de su paseo en Capurganá, se estará integrando al equipo de la Cruz Roja Internacional, que ya no va más con la alcaldía.  Y yo estando un poco deslumbrado con su escote. Y yo poniéndome a ver a Micifú. Y Micifú paseándose entre las piernas de todos y yo pensando que en realidad Micifú sí ha regresado más regordete después de haberse desaparecido por semanas.  

Miro afuera de la Bohemia y la tarde está fresca. Llena de rayos de sol derramados por el concreto de las aceras y de sombras trepadoras en las fachadas blancuzcas de las casas. Lo cierto es que debería haber polvo en el soporífero momento de la siesta, pero en esta parte del pueblo la calle se encuentra pavimentada. Estamos en el célebre Barrio Ortiz. Un barrio de colonos. Sus habitantes en gran medida somos gente oriunda de la ciudad y la gente de la ciudad no soportamos vivir entre nubes de polvo, por eso estamos aquí, en el único pedazo de pueblo donde las calles no son destapadas. Lo que pasa es que estamos un poco expectantes, esperando a ver qué pasa con la situación política del gobierno de turno, Nico' diciendo. Quizá eso es lo que nos ha tenido tan enganchados a este lugar, le respondo. Nos intriga saber qué va a pasar con el Consenso, la fuerza política y grito de batalla de Su Majestad Nuestra Alcaldesa, nuestra líder. Apartadó es el laboratorio a escala del proyecto La Franja Amarilla, dice Enilda, quien acaba de regresar del baño y quien, Todavía está muy joven para estar pensando en esas cosas, pienso; esta muchachita debería estar fumando marihuana en la casa de su novio y no especulando en cómo va a  terminar la Alcaldesa su gobierno sin que la maten y cómo va a manejar el asunto de las masacres en San José de Apartadó, pero a ciencia cierta, a Enilda es la que más le conciernen estos temas de todos nosotros, porque Enilda es la única afrocolombiana del grupo y la única quien es autóctona de la región. Ella y Raúl, y un poco Nico' también, creciendo acá, atestiguando las desapariciones y demás dinámicas de influencia paramilitar y de saqueo de la multinacionales del banano. Enilda conociendo de primera mano los escenarios de exclusión racista en los municipios de la costa antioqueña. Pero callándolos, acaso omitiéndolos. Tal vez nunca deglutiéndolos.  

Yo pensando que hace rato me quería ir, pero que algo me ha engranado en aquel restaurante. Una vez más me estoy auto saboteando para perder el tiempo. Es una de mis principales características. A veces me descubro cumpliendo actividades inútiles como mirar un gato regordete o como adivinar la personalidad de las personas que se me cruzan por la calle. Puedo pasar todo el día viendo los árboles de la acera y a sus hojas mecidas por el viento. También puedo fantasear con las mujeres bonitas. Todo ello con tal de no ponerme a trabajar en el documental, que estamos haciendo Rosario y yo, y que quiere retratar un poco cómo es la vida en la zona de ♥Urabá. Miradas citadinas en tierra de trincheras. Rosario y yo queriendo tal vez retratar cómo son nuestras vidas allí. Pero yo sufriendo de parálisis creativa, una especie de bloqueo en los momentos claves de mi vida; y a veces costándome más trabajo de la cuenta para terminar los proyectos que empiezo. Ángela diciendo que es una cosa de los astros. Ayer, antes de la farra, estábamos sirviendo la comida después de despedir a uno de sus pacientes y ella empezando a decirme que, por mi signo, yo soy un iniciador de procesos. Que es una de mis misiones en esta tierra, pero que al mismo tiempo soy todo lo contrario para terminar dichos procesos. Ángela diciendo que es mi designio dejar las tareas botadas a mitad de camino. También diciendo que nací con mis articulaciones predestinadas a sufrir lesiones durante toda mi existencia. También Ángela hablando de nudos energéticos y de un curso de santería cubana que ella sueña tomar. Angela diciendo que muy pronto nos dará la sorpresa y que viajará a la Habana y que volverá a contarnos todas esas experiencias paranormales con los brujos yoruba y sus talizmánes de la buena suerte. Yo cerrando los ojos y viendo a Ángela en mi cama. Yo también viendo a Trinidad y también viendo a Irma.  Todos estando desnudos y estando amándonos. Adivinándolas hermosas. En el aíre flotando mucha ternura. Muchos senos en primer plano. Muchos besos y muchas caricias. Yo abriendo los ojos y presenciarnos vestidos otra vez. Hasta este punto mis fantasías siendo mitad realidad y cincuenta por ciento ficción. En términos francos, yo disfrutando en mis sueños más salvajes de muchas mujeres que se encuentran en este lugar y todavía no descartando totalmente a las demás. Tampoco descartando repetir un escarceo con aquellas con las que he dejado algo inconcluso. Del mismo modo, no importándome demasiado que muchas de ellas sean mujer contra mujer. Por el contrario, las lesbianas siempre despertándome aquellos gemidos de dragón ulcerado.  

Yo mirando a Micifú y escuchando a Trinidad entusiasmada al hablar de su propio sueño; o más bien registrando aquellos decibeles agrios de su proyecto de irse a vivir a España con su novio, pero que, mientras tanto, está lo de su nuevo contrato con la Cruz Roja. Trinidad llevando esa falda negra y Angela luciendo aquellos pantalones anaranjados con camiseta blanca por fuera que siempre usa de pijama. Yo recordando los tres echados en las hamacas escuchando el ruido de las estrellas durante los intervalos de nuestra conversación.  Angela haciendo gala de su voluptuosidad virtuosa de sonar subacuático; Ángela teniendo bellas piernas morenas y  yo soñándola acostada con sus senos al aire en medio de nuestras innumerables ♂borracheras. Yo queriendo descifrar si es buena en la cama, tanteando sus tetas derramadas por la pijama mientras la espío cuando paso cerca a la puerta de su habitación. Su culo alcanzando ribetes de clásico. Y Trinidad ahí, también siendo un poco más delgada, yendo a visitarnos en las bucólicas tardes dominicales del Apocalipsis etílico. Pero sólo levemente un levantársele la falda y sólo darnos aquel beso bajo el árbol. Yo queriendo llegar a sus hermosas cimas de la montaña rusa, pero también aburriéndome de tanto insistir y parar todo aquello. Ella, al final, insistiendo en seguir un poco más y yo sentándome en medio de la mañana a pensar de que, ambas, Trinidad y Angela me parecen de lo mejor.  Par diosas luciendo como un par de melocotones bajo la luz de la tenue bombilla de la entrada. Entonces diciéndonos "buenas noches".

Yo escuchando y no pudiéndolo creer. Trinidad actuando como si nada hubiera pasado. No es que me importe en lo absoluto la atención de Trinidad, pienso. Yo tengo lo mío; hay una mujer que me espera en casa y es Rosario, mi útero perdido. Estamos estrenando apartamento y la de hoy será nuestra primera noche juntos en él, le digo a Nico'. Una noche muy anhelada que ya nos merecíamos, concluyo. Por lo tanto, no falta decir que es una noche muy especial y que sólo me basta con la atención de Rosario, pienso. Lo cual también quiere decir que atraviesan por un excelente momento en la relación, Poca'lucha, dice Nico'.

Sin embargo, algo intrigándome. Al parecer, nuestro beso de antenoche fue para Trinidad tan trivial como sacarse un moco; algo ejecutándose, un resorte de juguete importado, un mecanismo celestial desechándose y olvidándose. Algo como picar el cadáver de un sindicalista recién acribillado y algo como tirar los pedazos de ese cadáver y arrojarlo río abajo. Yo suponiendo que debo captar algún mensaje desde sus labios; interpretar sus omisiones como un mensaje de advertencia, como una luz en el cielo, como una humareda en el cuarto de máquinas; una suerte de etiqueta a lo aquí no ha pasado nada o de nada personal, hay cosas que nada significan, no te atrevas a filtrar esta información a la opinión pública porque de veras no tiene importancia, fue un beso no más. Cómo si a mí me importara, deduzco. ¿Quién no termina besándose con sus compañeros de la universidad en un pueblo aburrido como éste? ¿Ah? ¿Quién?, me disculpo. Hasta el menos solitario es presa de sus impulsos, leo en La crítica al superhombre.  Por favor estamos en ☻1996, dice Nico' en la conversación de una mesa ajena. A puertas del siglo 21, escucho que alguien afirma en el televisor que vomita su noticiero sobre la barra por donde a veces se pasea Micifú. Una avanzada de ultraderecha se asoma a la vuelta de la esquina, dice otro testimonio desde otra mesa. Un beso no significa nada al lado de las grandes orgías de sangre que están por venirse en el mundo entero, pienso. Si te pusieras a pensar en la cantidad de personas que están sosteniendo sexo clandestino en el preciso instante, te volverías loco, me martirizo. Luego de occidente haber pasado por "The flower power", un beso se torna tan delictivo como aplastar una cucaracha, dice el periódico Nueva Conciencia.  

Las palabras de Trinidad poco y nada delatando mi existencia en su relato sobre los eventos de antenoche. Yo ambicionando sobras de protagonismo, negándome a mendigarlo. La polaroid sobre la silla, brillante truco de apariencias. Tu presencia es mi pesadilla. Ella hablando de Ángela, hablando de la casa de Ángela, de lo mágica y limpia que es, pero Trinidad no mencionándome. Yo no existiendo. Ella contando lo apacible que estaba aquella casa en la noche de antenoche y en las subsiguientes y en las predecesoras y hablando sobre las noches llenas de estrellas también. Conversando sobre los indígenas desplazados y de su cosmogonía emberá, todas esas ideas raras que Ángela le mete a uno en la cabeza y de las cuales Trinidad ha sido presa fácil.  Trinidad soltando datos por su boca como si le hubieran acabado de dar cuerda; o como si le hubieran acabado de poner un par de pilas Energizer. El 6R de la Cruz Roja, bla, bla, que sus relaciones con la alcaldesa, su jefe, bla, bla, bla; que ella entendiéndola cuando pierde el control, bla, bla, bla, bla, que ella también es mujer y que las mujeres deberían ostentar más cargos de poder, bla-bla-bla-; que ya harto han demostrado las mujeres de lo que son capaces. Lía replicando, diciéndole que las mujeres van a reinar en el siglo 21; que el poder se está corriendo hacia el hemisferio derecho de nuestros cerebros, bla, bla, hacia donde están las capacidades femeninas. La fé, la esperanza, el amor, la imaginación, la creatividad.    

Pero Trinidad no contando cómo ella y yo nos hemos encontrado a mitad de camino entre el Barrio Ortiz y el ☼Darién, ni de cómo hemos terminado compartiendo unas cuantas cervezas en aquel bar. Tal vez es verdad. Tal vez no lo recuerda. Tal vez sí estaba tan ebria como dice hoy haberlo estado. Tal vez no pasó, pero yo sí me acuerdo. Yo me acuerdo que nos besamos de vuelta a la casa de Ángela, que era también mi casa, y ambos no sabiendo por qué.  Yo acordándome de sus besos húmedos y apasionados, de sus manos forcejeando con las mías para que yo no llegara hasta su senos, sus muslos juntándose con los míos, su falda ergonómica; la apercuellada, la pasión, la exuberante erupción de ternura entre un hombre y una mujer, dos cronopios parados bajo un árbol, bañados levemente por la luz de la luna; sus ojos cerrados tiernamente para sentirlo mejor. Aquellas manos suyas acariciándome la cabeza.   

Pienso que es mejor dejarlo. Trinidad hablando pero yo no escuchándola más. Yo aprendiendo a desarrollar esa habilidad con ella. Trinidad hablando y hablando y nadie  callándola. Trinidad hablando y pidiendo la palabra al mismo tiempo. Ella diciéndome que la deje hablar y yo contestándole !pero si estás hablando! Llevás veinte minutos con esa historia. Así es Trinidad. Hablás de todo, pero hoy, ni nunca, hablarás de mí.  No recuerdo haberte visto Trinidad con el pico cerrado antes de esta tarde y parece que hoy no fuera a ser la excepción. Así que desconecto.  Que Dios y los ingleses se encarguen de tu espíritu parlanchín.  Nico' llegando con una bandeja llena de limonadas. Ahora casi todas las mesas de La Bohemia ocupadas. Y yo queriéndome ir. Cómo me gusta estar en el restaurante de Nico' cuando está lleno de clientes, porque a Nico' se le ve feliz y porque uno puede intercambiar ideas constructivamente. Uno pudiendo adelantar conversaciones interesantes con verdaderos interlocutores que han estudiado mucho y que tienen muchos post-grados y mucho contacto con la gente del poder. Gente que sabe cómo se manejan las cosas. Miren! Allá afuera hay una guerra contra esos bárbaros del Frente 16 de las FARC y nosotros estamos sosteniendo una conversación civilizada. Como debe ser, imaginate vos. Como se estila entre los homo sapiens evolucionados.  

En fin. Al restaurante de Nico' venimos la crema y nata de la sociedad local; lo más excelso del pensamiento progresista. Lo más granado de la intelectualidad capitalina. Somos el kinder. Jóvenes supra cualificados. Acaso una suerte de elegidos. Somos la gente que va a sacar este país adelante. Estamos en el momento justo y en el lugar indicado. En un punto estratégico del mapa. Lo sabemos todo sobre Redes, Investigación y Planeación. Somos gente de ciudad solucionando los problemas de la gente del campo. Tratamos de justificar un cheque que nos paga el gobierno central y también muchas noches sin dormir durante nuestra formación universitaria. Nos hemos pasado toda la vida recibiendo una educación a la que debemos hacer honor. Los sacrificios de nuestros padres. Cada persona que pasa por La Bohemia se precia de tener grandes aspiraciones. Nuestro objetivo es traducir las necesidades de los más necesitados.  Somos judíos especialistas en lógicas palestinas. Pertenecemos a aquella delgada sábana que es la clase media colombiana y el grueso colchón de  la clase baja es nuestro objeto de estudio. Entendemos a los drogadictos desde el punto de vista de los presocráticos. Interpretamos la lógica de los desplazados según el manifiesto marxista. Hemos discernido las motivaciones psicopáticas de todos esos asesinos en serie desde el manifiesto zen. Nuestra piedra filosofal es la teoría de los arquetipos según Jung. Somos lo más excelso de las tribus urbanas. Lo mejor. Los más humildes: miren! Nos hemos venido hasta acá y no tememos en untarnos con el campesinado. Pensamos en las minorías. Creemos en un sueño sin utopías; somos profesionales aterrizados; somos conscientes de esta agridulce pesadilla; somos la traba de Micifú mientras hace la siesta, somos la grama que se despacha micifú para poder trabarse.  Pero también soñamos con la partida. Alguna tarde triste y gris, al final de uno de esos días húmedos llenos de pantanos en la carretera, viajaremos al exterior.

 Yo cayendo. Saliendo. Oyendo a Lía hablando de Ludovica, que los astros, que el I -chin, que estuvo investigando sobre nuestros futuros; que alguna autoridad en el tema le dijo que a mí me esperaban 7 años de mala suerte, que una fuerza muy oscura me tiene rodeado; que me hala hacia abajo, hacia el abismo. El acabose, pienso, Lía me odia, qué se le puede hacer, no hay de otra. Cuando alguien le coge idea a uno, hay que resignarse. Hazte fama. Pero ella lo maneja. Ella hace ver que es tan evolucionada como sus lecturas; Lía vendiéndose como neutral; ella creyendo en la diplomacia, en el combate ideológico más que en la guerra; esa guerra que nos está desangrando a todos. Lía siendo una activista de mente abierta. Dando el beneficio de la duda tanto al carácter mágico del mundo como al marco teórico de todas y cada una de las ciencias sociales. Lía sabiendo que una palabra puede hacer más ruido que todas las metralletas del mundo si aquella se pronuncia con la verdad.  

En la mesa de la esquina se encuentran Nancy y Ana María. Son ♥pareja y son muy silenciosas y son muy amigables también. Muy cálidas en su justa medida. Ellas que hacen gala de una cortesía profesional.  Su euforia que no es precisamente de talante caribeño. Es más: cualquiera diría que no son de por aquí, que no nacieron en Necoclí. Pareciera que tantos libros entre ceja y ceja hubieran moldeado sus caracteres a la usanza de un esquimal o de un aborigen del altiplano cundi-boyacense, alguna suerte de prototipo del nerdenthal. Uno suele verlas de un lado a otro del pueblo en sus bicicletas, pero sólo ocasionalmente.  Del resto, nada más se les ve con certeza en los eventos académicos y culturales. Exposiciones de arte en la Cámara De Comercio, conciertos en los centros educativos, talleres inter-institucionales en las sedes de las multinacionales bananeras, conferencias y cosas así. Nancy y Ana María siendo un matrimonio muy reservado a pesar de todo. Ana y Nancy siendo sicólogas y el libro de Nietchze, que por estos días cargo a todas partes, perteneciendo a la biblioteca de Nancy. Rosario y yo estando en aquellas hamacas de su casa tomando aquel canelazo que suele preparar Ana María, y Nancy diciéndonos: Nietchze es un autor que siempre va estar de moda.   

Nico' oyendo esto y haciendo chistes. Nico' siempre haciendo chistes cuando oye a sus amigos hablando de escritores. Nico' sirviendo platos de frijoles humeantes a diestra y siniestra. En la mesa, que está junto a la puerta lateral, Trinidad, Enilda y los ingleses acomodándose. Los ingleses, no hablando, sólo usando el mascadero. Trinidad que parlotea. Enilda que de vez en cuando interviene. Todos cuatro tienen sus cabezas clavadas en el plato.  Entonces yo incorporándome de mi mesa y uniéndome a la mesa  de la Mona y de Lía, quienes ya terminan su banquete de frijoles y carne de cerdo.  Es la mesa que está junto a la barra. Ellas diciéndome que hay una vacante para dar clases en la universidad donde se desarrollan sus maestrías. Lo que me faltaba; que me ofrecieran más trabajo. ¡Con lo ♫perezoso que soy yo! ¿Acaso se han vuelto locos? ¿Qué les pasa? ¿Por qué todo el mundo me ofrece quehaceres? ¿Así de desocupado parezco? Pues, déjame decirte que sólo son apariencias. No soy tan listo como ustedes creen. Ni tan juicioso. ¿No ves, Monita, que yo acaso me mantengo sobrio? Digo. Me esperan 7 años de mala suerte. ¿No ves lo poco preparado que estoy?, ¿No ves que vine a esta selva a pasarla bien, a conseguirme unos buenos polvos? ¿Ves que voy por la vida de vacaciones? Yo mirando alrededor y haciendo memoria; a ver: Trinidad...  Enilda... reservas del sumario. La Mona... informaciones desclasificadas, datos del fuero interno guardados en los archivos de los secretos de estado...  Irma, Rosario... demasiado bueno para ser verdad, definitivamente, puras reservas del sumario.

La Mona y Lía, la directora de la Casa Juvenil, la pareja de la Mona, que me hablan, que me enjuician, que me sermonean con el dedo índice, pegan su rostro al mío como el profesor de The Wall, la película de Alan Parker, me estrujan el rostro con el de ellas. Me dicen que ya no soy un adolescente; que es hora de tomar el timón de mi propia vida; que una lista de responsabilidades no me vendría mal. Que estructura no me falta, ni capacidades tampoco. Que por qué le hice a Irma lo que le hice; que no se me ocurra hacerle algo parecido a Rosario; que si voy a acabar con todas la mujeres del pueblo.   

Yo que veo cómo el sol empieza a ganar el suelo de La Bohemia; una luz lateral que tira rayos desde el poniente. Yo que estoy vestido con esos pantalones de rayas anaranjadas y que tengo esa camisa azul turquesa de la que hablábamos. La de la foto de Gabo. También un escudo del Deportivo Independiente Medellín tatuado en la muñeca. Chiquito. No muy ostentoso para no dar mucha boleta. Para no sacar peleas contra los aburguesados del Atlético Nacional.  Soy la categoría más a la mano para denominar la descripción de un paisa criado en las cordilleras, pero perdido en la costa caribe. Llevo aquellos zapatos Nike comprados de contrabando en Turbo y me he pintado el pelo de amarillo, rosado y azul. Algo así como una burla. Un gesto de parodia a este país ilusorio llamado Facholandia. Amarillo por el oro que se robaron los españoles. Azul por el facho de nuestro inconsciente colectivo y rojo por las bragas de todas nuestras cancilleres que bien nos han representado en el exterior. Las mejores embajadoras de la raza criolla. A propósito, Irma, la Alcaldesa y Ángela que entran por la puerta. Qué joyita de club! Saludan a todo el mundo. Se sientan en una mesa junto a la pared. Micifú que les sale al paso y les pasa la cola entre las piernas. El club de oro es recibido con una bienvenida cordial de gato alimentado con carne de iguana. Noto que Irma también se ha teñido el pelo. Es un rojo naranja, muy al estilo de la vocalista de Garbage. Una tendencia actual. La moda del fin de siglo. Pintarse está de moda. ►Pintar. Me dan ganas de expresar que yo también tengo deseos de hacer lo mismo. Lo que me hice en mi pelo, pero con las casas. Pienso que algún día lo voy a hacer. Un día de estos, los habitantes de este pueblo se van a levantar en la mañana y van a descubrir todos los techos pintados de rojo; puertas y ventanas pintadas de amarillo y fachadas pintadas de azul. Sí señor. Como mi pelo. Es una propuesta cívica, Su Majestad. Pero también es una propuesta artística pensada desde la denuncia.   

Trinidad también que deja su plato y que va a hablar un rato con Su Majestad, la alcaldesa. Detalles de trabajo. Su Majestad que le advierte algo y Trinidad que vuelve a la mesa. Ángela que me dice algo sobre la casa. Que me ha dejado las llaves debajo del tapete, que a ver si nos ponemos las pilas a sacarle una copia. Yo que me acerco para oírla mejor y Su Majestad que me pregunta qué me he hecho en el pelo. Ángela que se ríe, Irma que se ríe. Ángela que dice: Muy bacano, es que a Varón siempre le gusta desarrollar su lado femenino. Ahí está. Ésa es Ángela. Siempre haciendo asociaciones de ese tipo. Angela poniendo en práctica sus conocimientos adquiridos en su fugaz paso por la facultad de Sicología. Angela aplicando lo aprendido en los cuarteles del EFM, el Ejército de Liberación Femenina. Ángela. Otra con el discurso de "¡las mujeres al poder!" El coctel ése. Una mezcla letal de bio-energética, chamanismo, Freud y Carlos Castaneda juntos.  Dinamita pura. Sos toda una terrorista de Género, déjame decirte, querida Ángela. Preocúpate por lo pronto de tu limonada que muy amablemente te está sirviendo Nico'. Mira que a mí me crió mi madre y recuerda lo que pasa con la primera figura materna en la vida de un hombre. Mi madre fue mi primera mujer y estoy condenado a ello. Este pueblo se está llenando de maricas, dice Su Majestad la primera mandataria. Irma que vuelve a reírse. Mandíbula batiente. Yo que le doy las gracias. Irma que me hace un gesto de desaprobación, mientras le saca la pepa a medio aguacate. Nancy que le pide otra arepa a Nico', pero Nico' que dice como una letanía, arepas no hay, Las arepas se me acabaron, Poca'lucha. Yo estoy ahí, parado al lado de la mesa de la Doctora y su corte. Así es Ángela; así es Irma. Ángela congeniaría hasta con una lagartija en estado de descomposición si ésta representara poder. El poder en versión femenina le seduce profundamente y está en el territorio acertado, en una posición social adecuada. En este municipio se ha formado una compleja dicotomía de fuerzas políticamente disímiles. Ángela se mueve con facilidad en el espectro de los generales de la brigada y las más recalcitrantes progresistas. Desde el ultravioleta de la Doctora hasta el ↓infrarojo del General Del Río. Se puede decir que Ángela es la terapista de los reyes y de las birreínas. Le hace masajes a tu loca cabeza y le hace masajes a tu tensionado cuerpo también. Irma me pregunta por Rosario. Lo hace con ironía, con sarcasmo, lo sé. Hace algunos días vivíamos juntos Irma y yo, pero ahora yo vivo con Rosario. Le duele. Le tiene que doler. Y ¿qué opina Rosario de tu nuevo look?, me pregunta Irma. Ahí está su me-importa-un-culismo salvándola del escarnio, su mírame-lo-charm-que-bien-lo-llevo-sin-vos y que-amable-puedo-ser- en medio de mi tragedia con-mi-dignidad.   

Tal vez me equivoqué con vos, No debí dejarte. Eso es lo que querés que te diga, pienso. Pero yo ya te lo dije: Rosario vendría por lo que le correspondía, por este amor bien ganado. A punta de sudor. Un amor puro, lleno de sueños y de placeres transparentes. Un amor con el aire interior nada viciado. Un amor empacado al vacío, un amor empacado en una lata que ningún cuchillo puede abrir. Un amor sin riesgos de cáncer, como el tuyo. Además se trata de una venganza, ¿Te acordás? Te lo advertí la noche aquella en que lo discutíamos, desnudos. Estábamos en esa hamaca del kiosko al borde de la piscina. Después de la fiesta aquella. Memo y los otros estando adentro de la casa con sus respectivas parejas. Te lo dije aquella noche. Es una venganza por todo eso que me hiciste en Medellín. Una venganza por ser una de esas mujeres maquinadoras, maquiavélicas y controladoras que siempre están moviendo los hilos.  Una venganza por haberme enseñado las técnicas más sofisticadas de la ♥maldad sentimental, las reglas sucias del amor.  Una venganza por haberme dañado. Antes de vos, yo era aire puro, una inocente criatura. Hasta que viniste con tus ojos verde esmeralda, tus ojos verde moco, y tu sarta de mañas emocionales adquiridas en la más clasista de las cunas provincianas. Pues, bien, mira: las estoy poniendo en práctica. Te aprendí. Estoy a punto de retirarme hacia otra mesa. Has creado un monstruo lleno de ojos de semáforos en luz amarilla, ojos intermitentes de medianoche cuando las calles están desiertas y los autos no marcan parada. Que te aproveche ese aguacate. Que te atragantes con la pepa. Yo ya he hablado lo que tenía que hablar con Ángela. Sólo vine a preguntar si las llaves están debajo del tapete. Ahora me retiro a mis aposentos. A la mesa de la Mona y Lía, quiero decir. Ellas también son tus aliadas. Ellas también te dieron refugio en un momento dado como te lo están dando Su Majestad la alcaldesa y Ángela en este instante.   

Permiso, el monstruo con ojos de semáforo, y sin sentimientos, se retira. Pobre muchachita, dice Su Majestad la alcaldesa con respecto a Rosario. Con lo buena y talentosa que es, y ennoviada con semejante loco. Ya quisiera usted estar en mi cama, pienso. Ya quisiera que el gran Varón le hiciera lo que le hace a Rosario. Ya quisiera tener una herramienta espacial para usted sola, una suerte de transbordador todo-terreno alunizando en la base. Ya quisiera clavar la bandera de Estados Unidos en estas lunas históricas de 1996.  

Y entonces se acerca Trinidad. Yo retirándome del lado de la mesa de Su Majestad. Trinidad invitándolos a todos a su finca de Capurganá. Trinidad yendo de mesa en mesa con el mensaje. Incluso invitando a unos emisarios internacionales quienes se han sentado en las mesas de afuera. Unos peces gordos de alguna ONG. Invita también al representante de Fedepaz, quien los acompaña. Un impotable. Se cree un superdotado como se creen los otros colaboradores de su oficina. Una mano de rolos misteriosos, oscurantistas como el mismo espíritu que los anima en sus cheques. Actuando como si el municipio de Apartadó no se los mereciera. Por supuesto, Trinidad absteniéndose de invitarme a mí, porque Nico' ya le ha contado que Rosario y yo nos vamos con él y con Astrid a su finca de Necoclí. Nico' ahorrándole el trabajo a Trinidad; ese engorroso compromiso de mirarme a los ojos. Oscar y Rocío arribando. Saludando. Parqueando la moto de Rocío. Afuera estamos Trinidad, Nico y yo, de pie. Viendo hacia afuera, pareciendo posar para una instantánea.

Sentados, de izquierda a derecha, los funcionarios internacionales, y el impotable de Fedepaz, también pareciendo estar listos para una foto. Oscar apeándose de la moto, entrando a La Bohemia y diciéndome algo sobre el debate de esta mañana en la Secretaría. Pareciéndole del todo paradójico que yo haga apología del 'individualismo' sabiéndome conductor de un programa de radio sobre valores solidarios. Así es. Muy raro, ¿o qué? ¿No ves que me he leído a Victoria Camps? ¿No identificás sus 'paradojas' en mi discurso?

Afuera la temperatura subiendo. Los almendros bostezando. La modorra siendo total y los frijoles que me empiezan a hacer efecto. ¿Lo ves?

♀Nubes en el cielo azul hacen pequeñas figuras de algodón.  Entonces, disgresión. ¡Un castillo! ¡Un pez! ¡Un dinosaurio! ¿Por qué casi todas la figuras tienen que ser de animales?, me pregunta Rosario. Ella tiene aquel libro de Rafael Chaparro en las manos y estamos tumbados en una terraza, mirando la tarde y su cielo azul. Elevando aquella cometa con la que te conquisté, pienso. ¿Querés que vayamos a casa?, le digo. Podemos ir a barrer las hojas del garaje. Te tengo suficiente trabajo para que acabemos de pasar el resto del día. Hay hojas desde el siglo XV en nuestro garaje. Los árboles han estado arrojándolas sin compasión por siempre. Vamos a casa. Necesito evacuar un par de perlas en el sanitario. Veo aquel par de árboles a la entrada de nuestro nuevo apartamento y ya quiero estar allí.  Fin de la disgresión.  Algo en mi estómago que se mueve. Son los frijoles. El bolo digestivo que se regodea en mi esófago, que sube hasta mi garganta. Yo que me siento como si me hubiera tragado una fábrica entera de piedras, procesando cemento y necesitando desalojarlo. Voy al baño de La Bohemia y suelto un diamante. Desde hace días cago gemas. A veces son esmeraldas y a veces son diamantes y rubíes, todos en bruto. Es sólo por temporadas y por ello no me preocupo demasiado. La última vez que me dio por cagar cosas raras logré asustarme, pero luego lo superé. Antes cagaba pescaditos de oro como los de ☺García Márquez. ¡Esos mismos que hacía el Coronel Buendía. ¡Cagaba pecesitos dorados! ¿Cómo os parece? Gabo los fabricaba, los hijos de la utopía se los comían y yo los cagaba. De ese tamaño eran las cosas antes. Pero ahora son las piedras preciosas. Luego serán otras cosas. Tal vez ciudades enteras o computadores. Tal como están las cosas, uno puede terminar cagando cualquier cosa.  

  Salgo. Oscar y Rocío buscan mesa. Oscar eligiendo una última que queda afuera. Rocío haciendo su ronda de saludo. El cuadro que es pre-rafaelista. Una pintura cara. Un fresco de la época. Vida social en el trópico. Yo que sé que Rocío juega ahora en el equipo de Irma. Lo sabe todo y yo sé que ella lo sabe. Irma me lo ha contado. Me ha querido dañar otra vez. Irma que me ha expresado lo mucho que me odia Rocío por lo que le dije a Oscar la otra noche. Cosas de borrachos. Irma que quiere venderme el mensaje de que soy un ogro social. Irma que siempre está vendiéndome ideas, telegrafiándome mensajes; pero yo, como soy tan naif, no captándola. Otra vez Irma intentado poner en práctica su maldad adolescente, la cual, a luces vistas, siempre es una maldad inofensiva. Una maldad muy del tipo Nabokov en Lolita. Una maldad socialmente aceptada como el vodka, o como el aguardiente para no ir muy lejos. Pero a mí, sinceramente, ya Irma resbalándome. Antes, habiendo un tiempo en que cualquier movimiento suyo producía un cataclismo en mi sangre.  El pecho hirviendo cada vez que ella respiraba o movía los párpados.

Pero eso fue hace muchos años, en Medellín. Ahora no me afecta y si volví a meterla de nuevo en mi círculo de tiza es porque buscaba inconscientemente la venganza. Lo que le dije la semana pasada no fue por romper lo nuestro no más. Fue por desquite. Yo mismo me había sorprendido de haber superado a Irma la mañana aquella en que me había llamado desde ♫Medellín, a decirme que andaba buscando trabajo. Para entonces, sus llamadas no me producían nada. Sólo me agradaba, de alguna manera, que se hubiera salvado algún amago de nuestra amistad.  A pesar de todo, aún consideraba a Irma como una excelente interlocutora. Le gustaba escuchar a la gente y yo no había conocido a nadie que supiera hacer tantas preguntas como ella. Me parecía del todo saludable y muy profesional conservar ese diván, acaso un paño de lágrimas, ese hombro sobre el cual llorar. Eso que yo algún día fui para ella, ahora ella lo era para mí.  

Pero ahora las cosas son diferentes. Un año después de yo haber recomendado a Irma para este empleo en la alcaldía. Aquí estamos. En La Bohemia. Odiándonos como nunca nos habíamos odiado. Mejor dicho, ella odiándome a mí. Irma pensó que mi corazón la iba a esperar toda la vida, que mi pasión de lava hirviente iba a estar líquida y al rojo vivo toda la vida. Pues bien, mirá: ahora soy arcilla pura y le he hecho un favor a tu madre; ella nunca te hubiera perdonado que te hubieras enredado con alguien como yo. Tu hermano menos. Sí. Tu hermano, ése que no tuvo infancia por estar pendiente de que nadie metiera la mano en las faldas de tu madre; ése que nunca aprendió a jugar fútbol por estar vigilando tus movimientos en la adolescencia; ése que se maduró biche, el que nació viejo; el que nunca avanzó hacia adelante por estar siempre mirando pa' los lados, hacia los logros de sus vecinos, hacia las metas de los demás y no las suyas propias. El universo es sabio, querida. La ley de la compensación existe y todas las demás supercherías también.    

Y cuando le informé que Rosario venía, Irma no lo pudo creer. Pensó que estaba bromeando, hasta que pronuncié mi discurso sobre la venganza. Entonces le pareció muy lógico todo aquello. Me creyó. Agarró sus cosas, montó un plan de emergencia con el asunto de la vivienda y se fue.   

Ahora, Irma tiene un aguacate en sus manos. Ahora el daño está hecho. Ayer cuando me encontré a Memo en el Hospital, éste me dijo: ♀"Vos tenés que ser un minetero el  berraco para que las mujeres te quieran tanto!" Entonces supe que Irma había estado mal. Tal vez llorando. Porque Memo es su mejor amigo en la actualidad. Memo lo sabe todo de ella porque Irma se lo cuenta todo. A veces los veo paseando por el parque del Barrio Ortiz o tomando cerveza en aquella tienda al frente de la alcaldía. Sé que se cuentan todo y no me importa demasiado. Lo que me está importando ahora es que quiero estar de nuevo con Rosario y salir de aquí. La verdad es que Rocío no me hace muy buena atmósfera que digamos. Es una suerte de bruja.  A esta gente yo las miro por encima del hombro y ellos me miran por encima del hombro a mí. Le pago a Nico' y salgo. Ya antes he empacado mi cámara y los diseños de Rosario. Agarro mi moto e intercambio algunas palabras amables con la Mona, quien se muestra ecuánime en toda situación. Me dice que piense lo de la docencia y que me quedan fantásticos estos pantalones con el rubio teñido de mi pelo. Yo agudizo los sentidos y oigo el sonido de la savia transitando por los manglares de todo el caribe antioqueño. También puedo olfatear el olor a gasolina de mi Yamaha V80. El verde de los árboles es mi única compañía en la carretera. Agarro la autopista en dirección a Chigorodó. Tengo una emisión de radio a las 6 y 30 y me he puesto una cita con Rodrigo a las seis. Para cuadrar detalles. Y decido, entonces, irme con anticipación.

 Paso por el Hospital Antonio Roldán Betancur y todavía está aquel sendero de árboles que coronan el acceso. Me interno un poco y me veo caminando por allí al lado de Alejandra. En sentido contrario vemos una tropa de soldados que vienen tirando infantería desde las veredas. Traen las botas llenas de pantano y sus rostros lucen maltratados por los combates. Fusiles a la espalda y cantimploras asomándose por sus menajes. Una nube de polvo se levanta desde el suelo. Una palenquera nos ofrece unas piñas que se bambolean dentro de una batea sobre su cabeza. La palenquera es de raza morena y lleva un bello vestido amarillo muy ceñido a sus curvas. Me siento asistiendo a una escena de Paul Gaugin viendo a esta negra tan hermosa.  Le digo a Alejandra que sólo voy tardarme un par de minutos, mientras reclamo un cheque a nombre del programa de radio. En la puerta de Urgencias me encuentro a Memo. Lleva uno de esos vestidos verdiazules anti bacteriales. Le digo que nos tomemos una gaseosa en la cafetería del hospital donde me espera Alejandra. Memo contesta que en el momento no puede. Que debe atender a un soldado que se ha volado un pie con una mina antipersonal; hacieno un chiste: diciendo que "otro ha metido las pezuñas" y también que otra señora lo espera con las vistas destrozadas por los efectos de las bombas mostaza. “El ejército viene usando un arma que no se usaba desde que los gringos hicieron el ridículo en la guerra de Vietnam. Se trata de una bomba que se lanza contra poblaciones enteras sin discriminar entre actores armados y población civil, una bomba que emite una luz tan poderosa que, con sólo divisarla a la distancia, corres con el riesgo de quedar ciego. Es una luz que te quema la retina al instante y te produce un efecto de cataratas en los ojos. Gentes proceden de las veredas hablando de dolores infernales y de cruzadas lacrimales”. Memo diciendo que la señora viene de muy lejos, de una vereda perdida, extraviada en la vastedad del olvido; que no le entiende bien lo que habla, que no habla bien español, que habla un extraño dialecto, una extraña combinación de emberá y quechua (risas);  que lleva dos días caminando, que viene huyendo de los bombardeos del ejército.  

Alejandra y yo nos damos una vuelta por los bongalús de los médicos, mientras esperamos a Memo. Allí viven puros estudiantes que hacen sus prácticas de medicina y varios amigos médicos le jalan al cuento de la pintura y al arte en general. Toco varias puertas con Alejandra y la introduzco con estos amables profesionales del bisturí. Los árboles alrededor le dan un aspecto amable al aire de aquel barrio. A veces llega el aire fresco de las bananeras y se funde entre nuestros cuellos empapados de humedad. Estamos en un área privilegiada en las instalaciones del hospital. Así estamos, Alejandra y yo, mientras Memo se desocupa. Memo llega una hora después y nos reunimos con él en la cafetería, según lo acordado. Nos gusta mucho hacer aquello. Siempre buscamos la oportunidad de sentarnos a botar corriente con Memo. Disfrutamos de nuestras personalidades y de nuestras amigas mutuas también. Tenemos muchas y nos gusta hacerles chistes y hablar a sus espaldas sobre sus provocativos cuerpos. Memo es un gran amigo, especialmente de las mujeres, y como buen médico goza de una excelente salud mental. Es muy importante la salud mental en un médico.   

Memo sigue haciendo chistes y Alejandra y yo le seguimos la corriente. Es imposible no reírse con las ocurrencias de Memo. Es imposible no reírse con alguien que hace de esta tragedia llamada existencia un chiste. Alejandra habla de un diseño que está haciendo para construir un barrio de desplazados. Cuenta que ya lo había terminado pero que lo tuvo que volver a empezar, que las casas no podían tener ventanas porque, de pronto, podría presentarse balaceras o irrupciones de grupos armados y que por tanto no había forma de que las ventanas quedaran tan bajitas. Dice que el barrio había alcanzado a ser construido pero que lo tumbaron ayer; que estaba en obra negra. Alejandra tiene ese acento bogotano de las mujeres que no le han dado un golpe a la tierra y tiene una de esas faldas de telas modernas. También lleva una camiseta esqueleto y una mochila arawak que le da cierto toque chic a esas historias sobre la oficina de planeación municipal. Una vez íbamos a irnos de paseo y Alejandra me pide que le ayudara a empacar. Es un sábado a la mañana y la lancha nos espera con los motores prendidos. He tenido que venir a sacarla de la cama porque pasaban los minutos y ella no llegaba. Llevo demasiados días soñando con ♥Alejandra, no estoy dispuesto a dejar esta oportunidad de oro. No puedo dejar que a Alejandra la deje la lancha. Viajaremos en aquellas lanchas hacia la finca de Trinidad en Capurganá y pasaremos un fin de semana paradisíaco junto al resto de los amigos. Mientras Alejandra se lava los dientes, yo pongo su ropa interior y su vestido de baño en su mochila arawak, como puedo.   Hasta ese punto de intimidad hemos llegado Alejandra y yo. No más.  Es un límite adecuado. Lo digo para ilustrar la magnitud de nuestro caso. Ambos queremos. Lo sé. Hemos estado muy cerca antes. Hasta hoy ya hemos salido un par de veces y nos hemos gustado. Hemos ido a tomar cerveza en La Bohemia y hemos ido a pasear por ahí. Hemos ido a la Casa de La Mujer a visitar a La Mona y La Mona me ha dado su bendición diciéndome que Alejandra es la mamacita más mamacita de todas mis mamacitas. Hemos jugado también en mi cama a hacernos cosquillas en el estómago y nos hemos contado nuestras respectivas historias. Hemos visto esos noticieros regionales y hemos criticado las telenovelas que les seguían. Yo he invitado a Alejandra a quedarse en mi casa un par de noches y ella no me ha dicho que no, ni que sí, pero siempre se ha marchado igual. Antes de esta mañana de sábado, Alejandra siempre me ha prometido que muy pronto se quedará toda la noche en mi cama a dormir conmigo. Cierta vez, estuvimos en silencio más de dos horas sentados en un sofá, mirando las hojas del garaje. No sé si lo he contado ya, pero nuestro garaje alberga hojas caídas de los árboles desde el siglo XVI. El caso es que estábamos ahí, sentados en el sofá y Alejandra  tenía ese vestido negro que la hacía ver como si fuera a graduarse de algún título importante o como si fuera a asistir a una ceremonia de gala y me dice que si le puedo acariciar el antebrazo. Yo tomo aquella piel de vellos diminutos y rubios y la acaricio suavemente por espacio de diez minutos. Evidentemente Alejandra me está probando, me cata como si fuera un vino de dudosa procedencia o como si fuera un vino no lo suficientemente añejo. Me está midiendo la temperatura. Qué tan precipitado soy, qué lento y qué delicado; qué paciente para deslizar mi mano y llegar disimuladamente a su falda y acariciar sus rodillas tal como lo estoy haciendo con los pelitos de su brazo. Qué tan astuto soy para empezar a quitarle sus tangas rojas, mientras ella empieza a contar esas historias de sus compañeros de la Universidad Javeriana en Bogotá y de su novio que dejó al "venirse para esta selva".     

Creo que si Alejandra no supiera que Rosario va a volver de Bogotá, nuestra amistad ya hubiera, o podría pasar a mayores. Algo en el fondo me dice que Alejandra ha venido a este pueblo por algo más que unas prácticas profesionales.  Bueno, por lo menos si Alejandra esperara de mí sólo sexo ya se hubiera quedado a dormir conmigo. De todos modos, aquella mañana de sábado pude darme cuenta de que iba a pasar lo que pasó. Ahora estamos aquí en la cafetería del Hospital. Alrededor hay otras mesas y todas están llenas de estudiantes de medicina con sus batas blancas. Alejandra habla de lo duro que es ser una arquitecta aprendiz y de lo feliz que se siente teniendo esta aventura lejos de casa. Luego se para y se dirige al despachador porque quiere encender un cigarrillo. Memo me mira y yo veo venir un chiste. Tiene forma de goma de mascar y patas amarillas. Sus ojos son azules, los del chiste. Así es Memo. Sus chistes tienen forma, tienen personalidad.  Me pregunta que si nos estamos acostando, pero yo le embolato el tema preguntándole por Trinidad. Le indago por datos. Le pido información. Le pregunto si ya son novios o que si él ya se acostó con Trinidad. Que yo los vi muy juntos en la fiesta de la piscina. Memo me dice que yo debo tener la lengua de oro, que las mujeres me adoran, que le hago honor a mi nombre, el gran Varón; que le ayude a conseguirle una novia al rolo, al oftalmólogo, que no se lo aguanta encerrándose todas las mañanas en el baño, (chiste), a masturbarse; que siempre le hace coger la tarde a Memo. Que de verdad le da pesar con el hombrecito; que lo ve muy solo. Luego me suelta la pregunta por Irma, que cómo va eso y yo le digo que él debe saber más que yo.  Que mejor se preocupe por curarle la cotorreadera a Trinidad. Le pregunto que cómo hace para aguantársela, que cuál es la fórmula para neutralizar tanta habladera. Que dizque nacieron el uno para el otro (risas). Y entonces nos despedimos. Memo debe ir a curar a su paciente enceguecida por una de esas bombas que tira el ejército. Ya otras personas, habían hablado de lo mismo, de una explosión en el cielo y entonces, aquella luz naranja.

♥Alejandra y yo estamos acostados en una de las hamacas. Es de noche y podemos ver las estrellas desde el corredor. Es la finca de Trinidad. Escuchamos el sonido de cigarras y el rugir del mar a la distancia. Hace calor. Olemos el vaho salino del océano. Ballenas se revuelcan en el fondo del mar. Marinos ahogados lloran sus barcos olvidados en lejanas playas vírgenes. Cantos de sirenas llegan a nuestros oídos. La noche es mágica. Todo se presta para el romanticismo. Es una isla alejada de todo. Es una luna de miel entre amigos. Gozamos de una edad paradisíaca. Nuestras hormonas corren a mil y nuestros corazones palpitan con la alegría de estar vivos. Hemos pasado el día recorriendo las playas coralinas y las rocas gigantes de los acantilados. Hemos celebrado la magia del cuerpo sin arrugas ni celulitis, poniéndonos en contacto con la misma agua cristalina donde los indígenas contrabandistas matan a los incautos turistas que quieren pasar a Panamá y que los contratan como guías. También hemos estado despachando botellas de aguardiente como condenados. Miro a Alejandra. Le examino su piel. Blanca como la espuma. Pecosa como un tiburón de río. Miro el mar, miro la botella, tomo, hago apneas, me quedo en calzoncillos, me desnudo, celebro, dios mío! Estamos vivos! El mar en nuestras pantorrillas, el sol camuflado en la piel de ellas, un azul cristiano reflejado en la sinfonía de la flora marina, el mar.  

Alguien nos pasa una botella de guaro y Alejandra y yo tomamos sendos tragos. Estamos borrachos. Estamos vivos. Rotamos el trago. A nuestro lado hay una hamaca y más allá hay un chinchorro. En total son cuatro. Tres chinchorros y una hamaca. La de nosotrros.  Parejas aquí y allá. Una en cada chinchorro. Hay un quinto, pero no lo vemos desde la posición de Alejandra y yo. Pero no importa porque cada pareja está en lo suyo. A veces nos comunicamos entre chinchorro y hamaca. Hamaca y hamaca. Hamaca y chinchorro. Como si estuviéramos tratando de unir los puntos de un mapa demasiado arrugado. Memo hace sus chistes. Trinidad parlotea. Es una especie de orgía verbal. En nuestras bocas hay palabras, pero en nuestras mentes hay imágenes libidinosas, veo a todo el grupo practicando sexo. Todas contra todos. Sueño que ellas nos persiguen. Nos invaden. Nos violan, nos ultrajan, quieren devorarse nuestras ceibas erectas, aserrar nuestra madera salvaje, nos perdemos en el frenesí. Nos erotizamos en tríos. Practicamos el amor libre, un kamazutra grupal. Hacemos el trencito, nos deleitamos con los gemidos de las parejas vecinas, terminamos trabajos empezados por otros.  Somos un video porno, un pop en la pantalla.

Vuelvo a la realidad. El Rolo, el oftalmólogo, dice que ya casi se acaba el aguardiente. Yo pongo mis dedos en un muslo de Alejandra y empiezo acariciar su piel. Por nuestra posición, ambos sabemos que mis manos, y sus piernas, están fuera del campo visual de los demás. Cada uno en sus hamacas y chinchorros. Todos tratando de acercarse a sus respectivas parejas. Irma me observa. Lo sé. Sé que me vigila. No se con quién comparte hamaca, pero siento sus ojos encima mío. Trato de robarle un beso a Alejandra pero, por nuestra posición, nos queda difícil. ♥Alejandra tiene su cabeza hacia el sur y yo tengo la mía hacia el norte. Pero nuestras piernas están entrelazadas y mis dedos ya han empezado a recorrer su ropa interior. Siento su olor a champú. Alejandra tiene una de esas costosas salidas de mar y su pelo está recién duchado.  Hemos vuelto de la caminata al caer la tarde y nos hemos puesto a cocinar. Luego nos hemos duchado y nos hemos venido aquí, hasta las hamacas del corredor, a ver las estrellas y su sinfonía. En los pasillos hay macetas con flores y las puertas están cuñadas con conchas de caracoles gigantes. También hay uno de esos artefactos que se cuelgan en las casas para que el viento juegue con ellos.  Todos estamos cansados y estamos bastante ebrios. Irma se incorpora y va a acostarse en una de las hamacas del patio. Yo la siento sollozando y me convenzo que es por causa de ese novio que había dejado en Medellín. Trato de albergar compasión, pero mis sentidos están demasiado ocupados en la piel de Alejandra. Noto que el personal sigue conversando. Vienen los zancudos y empiezan a atacar. Hay millones de mosquitos flotanto sobre nuestras cabezas. Nubes enteras de bichos, la mayoría de ellos inofensivos. Nuestro sistema alicorado no se inmuta ante sus aguijones. Yo me percato de que no me pase lo mismo de la otra noche en el sofá de mi casa, cuando sólo me quedé en caricias, y decido masajear la pelvis de Alejandra por encima de su tanga. Bajo por la calle que va al cielo y me encuentro con Dios. Es un bazar, un festín, la arepa más jugosa, la pizza más fina, el vino más añejo, un delicioso fricasé, un moño hermoso que imagino de bellos colores. Alejandra me dice que le oprima más suave y yo obedezco. Yo he decidido poner mi mano allí sin demasiados preámbulos, con fuerza, porque no quería que nuestros acercamientos se fueran a dilatar en una especie de cortejo amistoso, como se dilatan muchas atracciones entre hombres y mujeres. Decido operar sin anestesia. De verdad yo estaba decidido a tener algo con Alejandra desde aquel día en que la vi por primera vez, cuando ella iba caminando por una calle del barrio Ortiz con su mochila Arawak terciada.   Ahora ella me cobija con sus piernas y se acomoda mejor. Yo sigo acariciando. Miro la piel de sus rodillas y las recorro con la otra mano. Es una piel suave como la de un recién nacido. Su rostro ahora es rojo camarón por los efectos del sol. Le pido que me dé un beso y se incorpora un poco. Se lo robo. Sigo bamboleando mi mano y Alejandra se retuerce. Todo lo hacemos en el máximo sigilo posible, pero creo que algunos de nuestros amigos se han dado cuenta. De repente todos nos hemos quedado callados. Levanto un poco la cabeza y veo que Memo se está besando con una que no es Trinidad. Trinidad está en otra hamaca con otro de los médicos que ha venido con nosotros, pero sólo miran hacia la inmensidad del mar. Esa inmensidad que a esta hora sólo se puede imaginar. Suenan flautas, canciones de bossa nova en el fonógrafo de nuestro corazón. A mí me excita mucho saber que Alejandra lo está disfrutando y que no puede gemir. Sólo puede actuar como si estuviera pensativa como los demás. Empujo mi mano. Trato de hacerla reaccionar, pero ella disimula muy bien. Escarbo. Trato de llegar por una ruta clandestina al país soñado pero aquellas bragas están muy apretadas. El Rolo se incorpora a traernos lo que queda de licor y pilla a Alejandra con la falda demasiado levantada. Hace caso omiso y se marcha. Alejandra y yo despachamos lo que queda en la botella. Luego vamos a la parte de atrás de la casa y nos internamos en la pieza de los padres de Trinidad. Forcejeamos un rato y yo logro besarla a la fuerza. Noto que ella le gusta porque cae de rodillas a mis pies con un gemido y empieza a buscar a Pedro Juan en la oscuridad. Yo saco a ♂Pedro Juan y lo pongo en su boca. Ella está desesperada. Luego empiezo a golpearla por causa de su estatus social, trato de hacerle entender mis ideales y mi teoría de ´Todos en la hamaca o todos en el suelo´, digo. Y sigo con algo de filosofía barata, algo sobre sus vergüenzas sociales y las de la corona española. También hago referencia a todas esas perras de clase media que se creen de mejor familia. Le digo que estas bofetadas en su nalga se producen por ser una de esas estudiantes de universidad privada, llenas de prejuicios: una putica clasista y doble moral. La azoto fuerte. Mis palmadas, al igual que mis palabras, la excitan. Yo quiero llegar a su útero y masajearlo. Le pego otra palmada en el planeta redondo y le digo que ésta es por su sangre blanca, por llevar la misma sangre de Hernán Cortés, mezclada con la de los indios y la de los afroamericanos. Sangre manchada. Sangre contaminada con pecados mortales. Sangre ladrona de cosmogonías y de ciertas formas de estar en el mundo, las cuales se perdieron y ya nunca más volvimos a recuperar. Y entonces, de inmediato, siento que Pedro Juan se divierte con Alejandra, cada vez más. Vuelvo a arremeter y esta vez le asesto un coscorrón en la cocorota, en la torre, en esa cabeza plana de ideas gomelas, donde debí haber puesto una botella de tequila y unos limones y un puñado de sal. Le digo que ése va en nombre de los Cabezas Rapadas, la tribu que llevo en mi sangre, jóvenes guerreros que nunca nos rendiremos. Luego trato de meter mis dedos en la sonrisa vertical de Alejandra, mientras ella sigue trabajando en Pedro Juan, mi Empire State. Es una experta. Se lo devora como un niño comiéndose una banana split. Puedo ver sus cachetes sonrosados. Empieza a temblar. Yo hago que se incorpore y le pregunto, Alejandra, Qué te pasa, y ella me dice, Estoy muy borracha y también estoy muy excitada quiero que dejes entrar a ♀Pedro Juan; llevo mucho tiempo sin visitar el Amazonas y tú me traes jadeante desde hace días, el cielo ya no puede esperar, ó eras tú ó era otro, pero este paraíso fue creado para ser habitado. Ella deja que yo la bese mientras me dice todo esto. Yo tengo un Tah-majal erigiéndose en la habitación. Trato desesperadamente de llegar a sus querubines los cuales son más bien pequeños, como cupidos sin alas. Ella me dice que me espere y me introduce a sus arcángeles. Son discretos, pero me gustan, tienen su aureola de tamaño adecuado y una buena dureza de carácter; se sienten bien en mis atenciones, me dice ella . Yo los trato lo mejor que puedo, con cordialidad y con el grado de amistad severa que se merecen. Entonces le bajo las tangas a Alejandra y meto mis dedos entre sus humedades. Somos un poema de Rimbaud en la era del sida. Es la época cuando no se ha arraigado la costumbre de afeitarse la pelvis entre las damas. Pongo mi cara en aquel bosque septentrional y siento como si estuviera sumergiendo mi cabeza entre una bella mascota empapada de whisky. Está mojado, digo. Llevas dos horas peinando una medusa, dice ella. Estoy como un tren. Estamos. Empiezo a beber. Muerdo. Lamo. Alejandra forcejea. Luchamos y nos las arreglamos para levitar con los trajes puestos. 90 % Polyester a la altura de las rodillas. Flotamos a la luz de la luna y un rayo fulminante se filtra entre las persianas de aquella habitación, hiriéndonos desde el centro mismo del universo. Una pulsión cósmica nos invade. La sangre sale. Tsunamis de semen. Jugos de vía láctea como acondicionador. Respiramos bañados en ácido desixorribonucléico. Niveles de ansiedad a su máxima expresión. Nos desmayamos. Llega la lucidez divina. De repente sentimos que lo hemos entendido todo.

De regreso a Apartadó, todos hacemos silencio. Nos despedimos cansados y cada cual agarra para su casa. Ha sido una larga mañana montados en una lancha, atravesando el golfo, las olas bravas, la marea, la resaca. Trinidad y yo mirándonos. Ella sonriéndome pícaramente, levantándome las cejas, señalándome el otro extremo de la lancha donde va Alejandra. Junto al motor. Trinidad que se acerca haciendo equilibrio y que se sienta a mi lado. El mar sacudiendo la embarcación. ♥Alejandra que se recoge su hermoso pelo castaño para que el viento no lo alborote. Esa cabellera larga; esa cabellera Pantene, Conzil, esa cabellera Alberto VO5; una cabellera bien cuidada por años de productos costosos. Irma que mira a la distancia; el golfo que nos muestra sus manglares; islotes deshabitados, parajes inhóspitos, verdaderos panoramas de selva agreste y de huracanes indomables. Buques fantasmas de Gabo. Si naufragáramos, pienso, no nos encontraría nadie: nos encontraríamos en el fondo del mar con ese practicante de buceo, quien una mañana salió de su casa con rumbo a la playa, cuando iba a caretear, a practicar un poco las apnéas. Le había dado un beso a su esposa y le había dicho que lo esperara en la cama para desayunar juntos, cuando él regresara, que no se iba a demorar más de dos horas. Ella que lo había visto sumergirse desde una ventana de aquella maravillosa cabaña. Y él que nunca más había vuelto. Se lo había tragado el mar y cuenta la leyenda que ella todavía lo espera. Que se  ha quedado a vivir en aquella playa y que a diario se le ve tomando paseos por la playa, con un chal de tejidos emberá en sus hombros, mirando hacia la infinitud de su majestad, el océano aquel, donde el agua es espumosa y negra, porque es allí donde desembocan varios ríos. Una mierda de leyenda, pienso. De seguro toda la gente de mar la ha escuchado en algún lugar de este caribe supersticioso y altisonante.   

Los médicos saboteaban al piloto de la lancha, un afrocolombiano quien se nota bastante confundido. ¿Por qué tan distantes?, me dice Trinidad casi gritando. Ella sabe (que yo sé) que se refiere a Alejandra. El motor hace un gran barullo y Trinidad se cuida con el volumen adecuado. Perdónanos por usar la cama de tus papás, le contesto. No hay problema, me dice. Pero me hicieron dormir en una hamaca para nada; yo pensé que se habían metido a la pieza de mis papás para hacer el amor. Si por lo menos la hubieran sabido aprovechar. Yo sonrío. Eso sonó muy sexualmente frustrado. Muy aquí-voy-a-ser-la-próxima-mama-frustrada-sexual-de-Colombia. No niego ni afirmo nada. Dejo a Trinidad con la duda y con nuestro lamento tácito de que nadie le hubiera hecho nada a ella. Eso-si-que-es-un-desperdicio, pienso.  

Ahora vamos caminando por la calle que lleva al Darién. Vamos Irma, Alejandra y yo y vamos exhaustos. Adelante Memo y los otros. Es un viaje casi de 6 horas contando el momento en que cierras la puerta de tu casa y pasas por encima de las hojas del garaje, hasta cuando las vuelves a pisar de vuelta, y hasta que vuelves a abrir la puerta para entrar. Irma se adelanta. Alcanza el grupo de los médicos. Yo me quedo atrás con Alejandra, dándole los últimos toques a una conversación estéril. Y qué vas a hacer esta noche, me dice. Sabe que vivo con Irma, pero no sabe que nos acostamos juntos, no se imagina que seguro vamos a estar retozando, Irma y yo, en lo que queda de luz solar azotando las matas de plátano, mientras vemos esos noticieros que yo solía ver con ella. Sé que tampoco le importa. ♥Alejandra pregunta por preguntar; por esa cortesía tan típicamente bogotana, por llenar con palabras los últimos momentos de silencio que compartimos en esta amistad, como si supiéramos que es el fin de lo nuestro, que ya no habrá más cortejos sexuales ni salidas a pasear por las calles.  Tal vez vaya a pintar las casas de este pueblo, le digo. ¿Cómo es eso?, me dice ella, Alejandra, señora Cabello Pantene; señorita minifaldas capitalinas, Alejandra,  Mrs. zapatillas Diesel. Eso, le digo, esta noche voy a poner en marcha mi gran proyecto. Esta noche empiezo a pintar las casas de este pueblo. Esta noche empiezo con los techos, todos de rojo, o quizá de azul, todavía no lo tengo muy claro; azul por el facho de nuestro inconsciente colectivo. Hemos llegado a su casa. Es el fin.   

Desde entonces, pasarán los días y sólo nos encontraremos, esporádicamente, dos o tres veces en algún corredor de la alcaldía, ó en alguna reunión del hospital. Alejandra se irá a enamorar de un oftalmólogo, quien no era el Rolo, sino un oftalmólogo nuevo que va a llegar en los meses posteriores a nuestro paseo de Capurganá. Uno que viene a trabajar a una E.P.S.  Alejandra se irá a vivir con él y luego terminará sus prácticas profesionales y volverá a Bogotá a organizarse con ese nuevo amor encontrado en la selva de Urabá. Yo regresaré aquella tarde a casa, pisaré las hojas de los árboles derramadas en nuestro garaje, haré el amor con Irma mientras vemos el noticiero, cenaremos con Ángela, iré al baño y cagaré algunas gemas, algún diamante y algún precioso rubí. Discutiré con Irma en mitad de la noche sobre nuestra suerte, sobre lo que será de nuestro amor de verano después de la llegada de ☻Rosario. Luego, a mitad de la noche, me escurriré entre las sombras y empezaré a pintar los techos de rojo. Haré una gran revolución escarlata en las tejas de zinc como tributo a la sangre mulata irrigada en las bananeras y en honor al rojo de las camisetas liberales, y en honor al rojo de los rubíes que cago cada mañana antes de irme a trabajar, cuando estoy oyendo a Ángela cuadrar sus citas del día y preparar el desayuno de tortillas de chocló con café. Luego, veré pasar los días como ríos de glifosato ante mis ojos y, una mañana cualquiera, una de esas mañanas tropicales donde el resplandor del sol te hiere la mirada y te golpea las horas con una luz furiosa, y casi mediterránea, y derramada sobre casas blancas,  cuando ya ha pasado todo lo que habría de pasar con Irma y con Rosario, cuando ya me he aprendido todas las canciones de Violeta Parra y de Victor Jara por cuenta de Ángela, cuando ya me he acostumbrado al ruido de las avionetas sobre-volando el pueblo, sobre mi cama encontraré una carta de Alejandra diciéndome adiós. Que ha terminado sus prácticas profesionales y que se ha regresado a Bogotá. Qué ha conseguido un trabajo en una oficina de arquitectura, "Ya no más como practicante", que extraña la vida urbana de la capital, que extraña a sus padres y que está feliz de volverlos a ver. Una carta. Diciéndome, Alejandra, que de vez en cuando recordará a Urabá, y que, de vez en cuando, también se acordará de mí. Y entonces, todo estará por venir.    

Por el momento, todavía estamos frente a su casa después de aquel paseo a Capurganá y yo le devuelvo la pregunta. Ella me dice que lo primero que hará será darse un baño y que se acostará a dormir. Es domingo, me dice. No hay avionetas pasando sobre los techos.  Podemos irnos a descansar. Podemos estar todo el día en casa, mira si pudiéramos estar tú y yo, como antes, si pudiera visitarte, sólo sería cuestión de diez minutos. Una ducha y, entonces, ir a tu casa y tomar el fresco en la entrada, contemplar la hojas muertas del garaje, las hojas que nunca barres, las hojas que caen de esos agradables árboles del ante jardín y si pudiéramos, luego, salir a dar una vuelta, a caminar por ahí y dibujarnos nuestras sombras en las paredes del pueblo, como lo hicimos la otra noche en homenaje a los desaparecidos cuando nos habíamos quedado sin algún bar abierto y nos habíamos ido a vagar por los alrededores de cierta estación de policía y toda esa gente al día siguiente asustada con los actos de vandalismo, que mira, que alguien había silueteado unas sombras de mujer y de hombre en la estación, que como los policías no se habían dado por enterados. Pero yo le digo que no va ser posible. Ha sido suficiente de proezas por este fin de semana, digo, que no me quedan energías, que ha sido un largo y bonito paseo a su lado, que mirá, que tengo resaca, que ya vendrán tiempos mejores, le digo. Ahora estoy muy cansado. Alejandra insiste. Parece saber que mis razones se reducen al nombre de Irma. Lo sabe. Tiene que saberlo, sabe que Irma está viviendo en mi casa, me parece habérselo contado. Quizás hasta se imagine que dormimos juntos, que Irma y yo tenemos algo, a pesar de Rosario. Ya nos hemos contado todo vos y yo, le digo a Alejandra. No hay más tema por hoy. Pero ♥Alejandra sigue con ese asunto de los patos. Que son patos inmigrantes. Que vienen del norte huyéndole al invierno, que podríamos ir a verlos regados en la autopista; Sería una bonita toma para tus videos, me dice. Que se dirigían al sur; a la Patogonia, pero que se habían atascado en los arrozales, ahí en el mismo punto del mapa donde también se atasca la Panamericana, que los campesinos los habían envenenado. Pusieron químicos en los cultivos, me dice Alejandra. Y entonces se vino una lluvia de patos; ¿no lo escuchaste por la radio? Lo dijo George a través de Apartadó Estéreo. De repente empezaron a caer patos del cielo como si alguien hubiera decidido lanzar toda la producción de Pollocoa desde un avión. La gente iba por la calle y tan! Sentían caer los patos a su lado, tiesos, como cuando uno va caminando selva adentro y siente caer los cocos de las palmeras. Es el mismo ruido, dice Alejandra. Una lluvia de cocos que podría descerebrarte. No. No lo escuché, le digo a Alejandra, dónde escuchaste eso vos, le digo. En el carro que nos trajo hasta acá, me contesta, es que tú te quedaste dormido; venías foquiado en el regazo de Irma y yo vi cómo ella te acariciaba la cabeza; se ve que te estima. No sé cómo pudiste dormir. Todos veníamos muy tensionados. La historia esa del muchacho que se montó a la mitad del camino. De que era un paramilitar y que venía perseguido por la guerrilla. Que lo habían sacado a plomo, que al resto de sus compañeros los habían matado en el combate y que él quería llegar hasta Medellín. Le digo que no. Que no me acuerdo, que a qué horas pasó todo eso. Que nunca me entero de los problemas del país. Que lo mío es el video y la radio, ¿me entiendes, Aleja? La lúdica! Eso es lo mío, el arte, el rock and roll, las salidas al cine los domingos por la tarde; las conversaciones inteligentes con los intelectuales de las universidades; las noches de cerveza con las niñas consentidas como vos... las atoradas con papas fritas en Mcdonald's; los videos de Depeche Mode; el top 10 de Bilboard, eso es lo mío. Yo no entiendo todas esas cosas de la guerra; yo soy un tipo de ciudad, yo soy un bacán, un camaján como dicen los abuelos. Un tipo chévere, un poco como vos; nacido para el hedonismo, los placeres exquisitos; las grandes gestas; los macro-proyectos; creo en el trabajo como fuente de diversión, que por eso algún día me quiero ir de acá, que no vine a quedarme a vivir toda la vida en este pueblo de cerdos flacos y de ventiladores destartalados y de charcos llenos de mosquitos; que por eso, a veces, rompo con la rutina y por eso, a veces, me gusta irme en días hábiles a la playa, a reflexionar, a jugar el rol de artista incomprendido.  

Quiénes son los tales paracos, Alejandra. ¿Qué hacen? ¿Pelean contra la guerrilla o contra el estado? ¿Quién los creó? ¿Cómo se financian? ¿Quién puso el plante para que agarraran tanto poder? ¿De dónde sacan esas armas tan sofisticadas? Parecen de fabricación israelí.  ¿Hay algún interés internacional detrás de ellos? ¿Por qué sus uniformes lucen tan nuevos y finos? ¿Cuáles son los cerebros qué están detrás de un engranaje tan bien diseñado? ¿Podrías decirme vos, Alejandra? ¿Vos que casi te vomitaste cuando nos tocó lavar los platos en la finca de Trinidad, porque el olor a desperdicios te daba asco? ¿Tenés una respuesta a estas preguntas? ¿Quién lava los platos en tu casa? ¿Quién hace los deberes? ¿Alguna vez has cogido una escoba para barrer las hojas del garaje?

Yo me despido de ♥Alejandra y sigo mi camino. A mis espaldas oigo cómo cierra la puerta. Con dulzura, con esa calma que siempre la caracterizó.    

Y entonces, ahí estamos, Alejandra y yo. En algún lugar de ese pueblo. Estamos separando nuestros destinos. Ella desnudándose en aquella casa que compartía con un abogado del Incora. Está poniendo la ducha. Está armándose un porro. Está pidiendo comida a domicilio. Está abriendo una cerveza. Está masturbándose. Está poniendo música suave y a bajo volumen. Está arreglando su habitación. Está lavando los platos y está poniéndose un pijama.  Yo afanando el paso para alcanzar a los de adelante. Pensando que quizá ya todos han llegado a casa y yo todavía no. Yo me he enredado. Como siempre. Estoy perdido en el camino, varado. Sin llegar nunca a donde voy. Saliéndome de la trayectoria y cogiendo carretera mientras el mundo permanece en el mismo lugar. Voy disfrutando de los amigos que se van haciendo y los que se van encontrando en medio de la ruta. Los amigos que van y los que vienen. Los que se murieron y los que sobrevivieron. Los amigos. Los pocos amigos que quedan; los muchos amigos que siempre vendrán. Así estoy. Bajo el sol forastero. Saludando a Joaquín y su novia, Loida, preguntándole por sus genialidades y por el hijo que esperan. Es domingo. Es el caribe y hace una tarde fantástica. El sol que se escurre entre las matas de plátano y las fortalezas de agua subterránea regurgitando bajo nuestros pies.   Un vaho caliente que nos abraza desde abajo. Joaquín y Loida, vaya par de raros. Nunca salen de casa, nunca van a la Bohemia, unos verdaderos artistas. Sólo se les ve en sus exposiciones de pintura y en ciertas eventualidades de carácter oficial. Por demás se les podría comparar con esas tortugas que entierran la cabeza en la tierra para dejarse morir. Sigo mi camino al barrio El Darién y me digo que esa suerte de isla mental es la que me espera si sigo empeñado en el video-arte. Por qué no mejor el video institucional o la elaboración de comerciales. Una vida dedicada a la sensatez. No un chorro de mierda congelada en el refrigerador a cambio de dos gramos de lucidez. Yo también pude haberles fanfarroneado con mi arte. Yo también tengo lo mío, aunque indudablemente no tan buen arte como el de ellos. Sin punto de comparación con esas muñecas de cuello largo y expresión sesgada de ♂Loida.  Pero yo no debí haberme quedado atrás. Les debí haber mencionado sobre mis perlas y que yo, a veces, cago diamantes. Así es. Les debí haber restregado mi sensibilidad polifacética. Recordarles que hablo su mismo idioma, que soy tan dotado como ellos; que a veces me voy por las calles del pueblo y dejo que el sol me pegue en la espalda para dibujar con un marcador King Size mi sombra silueteada en las paredes. Contarles que todas esas extrañas figuras humanas, dibujadas con tiza en las paredes, son de mi autoría. Pienso. Pero no se los digo; dejo que sigan su camino hacia el barrio Ortiz. Dejo que se vayan en una vía opuesta en la mía. Dejo que sigan con su genialidad oscura; con su hermetismo de pintores malditos. Nadie debe saber, por el momento, de mis proyectos. Nadie debe saber que algún día este pueblo de Apartadó va a despertarse con todos los techos pintados de rojo y con sus ventanales pintados de azul-hombre-marlboro, azul-bandera-nacional .

Y entre pensamiento y pensamiento, llego a casa. Desde afuera contemplo los  dos árboles que protegen el ante jardín. Me extasío con sus hojas y añoro tomar el fresco en las hamacas.    Abro la reja de la entrada y atravieso el garaje pisando las hojas muertas de los árboles. Levanto el tapete de la entrada como un acto reflejo, de pura costumbre. Lo levanto aunque sé que no voy a encontrar nada debajo. Las llaves no están. Sobrepaso el umbral y empujo la puerta. Se nota que hay gente adentro. Suele suceder que siempre estamos a puerta abierta, excepto cuando no estamos en casa. Es una costumbre indígena, una costumbre cubana, garcíamarquiana, de las de Ángela. Siempre dejamos la casa disponible para que los amigos vengan y nos visiten y, efectivamente, cada tanto vienen los amigos y se quedan para tomarse un café o para auto invitarse a comer. Así es la casa de Ángela y allí vivo yo. Es como una especie de La Bohemia pero en el otro barrio, en El Darién. Cada que alguien está aburrido, y no tiene nada mejor qué hacer, entonces viene a hacerle la visita a Ángela.  En esta casa misma casa donde estoy ahora. Por fin he llegado. Miro al interior. Veo a Ángela y a Irma sentadas a la mesa, sus hermosos traseros, aquellas sillas con forma de mariposa. Irma que lleva el albornoz puesto. El cabello mojado, la adivino salida de la ducha, la adivino sin ropa interior. Su piel canela, los ojos rojos, no hay nadie más. Quién iría a creer que tanta sensualidad iba a deriver en formas monstruosas.

 Sólo ellas dos, Te hemos estado esperando, me dicen. Estas dos mujeres esperándote, dice Irma, deberías sentirte halagado. Andan tomando tinto en aquellas tazas de barro que Ángela usa para servir a los invitados. En las paredes hay objetos artesanales sujetados con cabuyas. También unos telares que ella diseña con geometrías basadas en su visión del universo. Una excentricidad de ☺Ángela. Algo bonito y folclórico. Escuchaste lo de los patos, me dice Irma. Hay cientos de ellos en la autopista. Muertos. Han atascado el tránsito de comercio pesado junto a los retenes de la guerrilla y junto a los buses incendiados durante el paro de camioneros. Venían volando y ¡plaf! Se cayeron. Como si alguien los hubiera apagado, como si alguien les hubiera quitado las pilas. Como si alguien fuera a grabar la segunda parte de esa película de Hitchcock, toda llena de pájaros. Plaf! Puros cadáveres de patos envenenados con arroz y glifosato. Cumplían la ruta Canadá- Argentina, pero algo les falló y decidieron caerse en manada sobre el asfalto de Urabá, como una granizada, como una lluvia, como un maná. Y entonces todo se paraliza. Veo que Irma no alcanza a tomarse ese sorbo el cual apenas se iba a empujar. Ángela también se ha quedado estática. Suenan las lechuzas a la distancia; también algunos espíritus de micos nocturnos. Hasta el maldito reloj ha dejado de marcar los segundos. Yo no estoy aquí. Nada se mueve. Yo estoy en otro lado. Es esta misma casa, pero es otro tiempo. Una mosca que va volando a gran velocidad también se queda congelada en el aire. En realidad yo estoy es con Rosario. Todo esto no está pasando.  Todo esto está pasando, pero en otra parte. Aquí sólo estamos Rosario y yo sentados, en La Bohemia, en un par de sillas Rimax. En otro cuarto del universo. Trato de ver, pero no puedo. Me he quedado en algún limbo.  

Avanza la escena e Irma me está diciendo que tome una ducha y yo le digo que estoy muy cansado. Una ducha te hará bien, me dice, es lo mejor para relajarse. Y entonces empiezo a acariciarla. Mientras tanto Ángela se ha quedado en la sala y nosotros nos hemos venido para la habitación. Cierro la puerta y enciendo el televisor para que no se escuchen nuestros gemidos. Nadie cuenta historias de amor en el canal 5; tampoco en el 11. La cama revuelta. He recibido una llamada, me dice Irma. Una llamada, le digo. He encontrado un trabajo, pero no estoy segura. Creo que es con las multinacionales. Qué importa, le digo. Lo que importa es que te vas a forrar, te vas a ganar el doble de lo que te ganás con Su Majestad la alcaldesa. Qué importa el imperialismo, qué importa la descentralización del estado; que importan las papas fritas de Ohio en todo esto. Lo que importa es el dinero; lo que importa es que te vas a poder conseguir tu propio espacio, vas a poder estar muy lejos de esta casa para cuando venga Rosario. Eso es lo que importa. Te hablo en serio. Tal vez es que, acaso, no me creés. Es en serio. Se acabó. La venganza se consumó. No te necesito y estaba esperando este plato para servírtelo frío. Además no es la gran cosa. Es solamente un adiós. Nos veremos cualquier día por la calle y nos saludaremos tranquilamente, sin resentimientos. Y vos me dirás que has vuelto a comer carne, que se acabó el régimen vegetariano de ☺Ángela; que han vuelto los días de la abundancia y que tu nevera es "Tú" nevera. No la nevera de Ángela ni la nevera de otro. Es tuya porque vos la has comprado con tu propio dinero, con tus lucas que te has ganado trabajando para las multinacionales genocidas, y me preguntarás si recuerdo todas esas mañanas que pasábamos tirados en la cama, escuchando la radio y los vallenatos a la distancia y haciendo el amor con el sonido de las avionetas sobre nuestras cabezas. Y no protestarás la venganza, mi venganza contra vos, como nunca la protestas ahora. Y yo te diré: si, claro; estuvo bien, es válido ese recuerdo; son válidos esos días. Cuentan. Para qué nos vamos a decir mentiras. Pero ahora es el turno de Rosario. Es ella la dueña de mi corazón. Ya te dije que se lo ha ganado. De todos modos, son cuatro años menos de edad y eso, en el tiempo de una mente adolescente, cuenta. Las conversaciones son otras con una mujer de 22 años. Es otro el vuelo. Hay menos desgaste. Más poesía. Menos anclas tiradas en la playa del dolor. Más hormonas ávidas de despertar, todos los mecanismos de la piel calibrados y listos para activar.  

Mejor hagamos el amor, digo, aunque sea por última vez. Ya vendrán más oportunidades para pensar en ello. Ya habrá tiempo. Tiempo para cagar gemas. Tiempo para pintar las paredes de amarillo. Tiempo. Ese que nos desgasta; ese que nos come por dentro, ese que se convierte en el principal enemigo de nuestro poder. El tiempo que tanto desperdiciamos. El tiempo que un día dirá: Basta! Ya no va más. Ya habrá más dosis del mismo para planificarlo todo; la forma en que te vas ir; en buenos ó en malos términos.  

Y entonces, traigo a Irma hacia mí y la voy liberando lentamente de su albornoz. Pero ella no está muy segura. Siento su piel canela fulminada por los pantallazos de luz, provenientes desde el televisor.  Miro hacia la ventana, hacia el cielo, hacia la noche estrellada. Y noto que hay luna llena. Afuera las ranas y su sinfónica nocturna. La manigua y su espesura, sus parajes mojados; todos aquellos pantanos y las regiones cenagosas. Adentro Irma y yo, susurrando en la semi oscuridad. Ella que se deshace de mí, de mis manos que empezaban acariciarle la espalda. Veo a Irma, la miro, siento que la conozco por dentro, que conozco todas sus intenciones, cada uno de sus músculos, todo el sistema nervioso, toda la telaraña de fibras y conductos; la instalación eléctrica en su totalidad. Siento que escucho el ruido de su sangre; que adivino sus próximos movimientos, que presiento su gesto al ponerse el albornoz, su cabello aún está húmedo; puedo sentir el olor a shampú. Que se pone de rodillas. Que se hace su propio espacio en el piso, junto a la cama donde empieza a rezar. Ahí está, esa es Irma. Esa es la estudiante universitaria que se acostó con media facultad. Esa es la que reza junto a mi cama del mismo modo que lo haría una niña de diez años el día de su primera comunión. Esa es la mujer que se cansó de ensayar con los corazones de todos los mechudos y de jugar a la diva hiper-mega-popular; la que, después de decir sus tres Padrenuestros y dos Avemarías, se incorporará y me dirá que tiene ganas de meterse algo a su boca, que las mujeres son diferentes, que cada mujer es como un pequeño planeta, que ella funciona con los ciclos y con las palabras y con el placer  de su pareja, pero que aquello no las hace menos sexuales; que sólo esta noche quiere ser oral y, no tanto, genital. Esa. Ésta. La mujer que está arrodillada junto a mi cama, diciendo, Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, luego, terminará su plegarias y se incorporará y me indicará las coordenadas exactas de su cielo, me dará cátedra de las diferentes clases de artillería a utilizar, me proporcionará el mejor entrenamiento de la zona de peligro, el más profesional y callejero al mismo tiempo, la más melódica de las baladas del soldado;  implorará que diseñe un plan de escalada, todo  un desembarco para ella, jurará que toda la infantería se pone en marcha, que los bombarderos se lubrican cuando le pronuncio frases coloquiales a su oído, cuando le digo que le quiero agotar todas sus municiones y hacer una exhibición de maniobras personales para ella.  

¿Qué hacés?, le digo a Irma cuando ella se arrodilla junto a la cama. Rezo un Padrenuestro, me dice, ¿no ves que soy católica? Yo creo en Dios, me dice. Yo también, le digo, ¿Te imaginás? Si pudiéramos derrotar a esos putos guerrilleros☻. ¿Te imaginás cómo sería Apartadó en el futuro?, pregunto mientras Irma reza. Irma va por la parte donde uno se da golpes de pecho, esa parte donde uno dice por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.  

Mientras tanto, yo estoy ahí, a su lado, preguntándole si no le parecería magnífico ver a Urabá lleno de centros comerciales. ¿Y si pusieran un Unicentro aquí? ¿Te imaginás? Si vinieran las compañías gringas; esas que sí saben cómo hacer las cosas. Qué tal un Burger King en vez de tanto monte, ¡tanta naturaleza desordenada! Todo estaría supervigilado; habría cámaras en cada esquina y vos, y yo, podríamos salir a la calle a la hora que quisiéramos, como se hace en la más paupérrima de las ciudades gringas, podríamos irnos de compras a media noche si nos saliera de los cojones. En este preciso instante yo podría decirte que fuéramos a tomarnos un café helado y a comernos una hamburguesa doble con queso si esto fuera como Estados Unidos; podríamos meternos a un multicine si lo quisiéramos, decenas de películas para escoger; acción, drama, terror, comedia; imaginate: si tuviéramos grandes centros comerciales aquí y allá, todos con sus sistemas de monitoreo y sus celadores en cada puerta y sus cajeros electrónicos, y con grandes televisores de pantalla plana de cristal líquido en cada esquina del pueblo, todos sintonizados en MTV, y esos videos de Puff Daddy y Nirvana al lado de los de Carlos Vives llevando el vallenato a las máximas cumbres de la gloria internacional. Tal vez podríamos mezclarnos con los colonos anglos y tener niños de ojos azulitos que hablaran inglés y no español. Esto sería más o menos como las Malvinas. ¿Te imaginás? No más valores hispanos; el secuestro, esa manía tan española, sería por fin erradicado. También la holgazanería de la siesta a las 2 p.m. No habría cerdos buscando desperdicios en las calles pavimentadas y podríamos darle vuelta a la página de los sindicalistas asesinados en nombre de la inquisición moderna. Podríamos tener un verdadero movimiento de trabajadores fortalecido a lo largo y ancho de toda la nación; un solo organismo con credibilidad y poder, e influencias, que nos abarcara a todos los trabajadores honestos, a los que no creemos en la toma del poder a través de las armas. Los trabajadores honestos que creemos en la sociedad civil, en el tejido social. Te imaginás, ¿cómo sería todo de bonito? Todos trabajando unidos con altos niveles de productividad hasta convertirnos en  líderes mundiales a nivel económico. Tendríamos nuestros carros de fabricación americana parqueados en el garaje y cada domingo iríamos a los Starbucks para leer el diario y luego pasaríamos por los Dunkin Donuts a comprar una caja de 24 Bavarian Kreme para llevar a nuestros respectivos hogares, ¿te imaginas? Todo Urabá lleno de Car Washers a lo largo del eje bananero y nosotros llevando nuestros autos allí, viendo a través de los grandes ventanales cómo unos negritos, que podrían ser los desplazados de Bahía Solano,  lavan automáticamente una docena de carros en menos de cinco minutos.  

Sabías que en estos suelos hay petróleo, ¿Irma? Así es. Hay petróleo y del fino. Vinieron unos científicos japoneses contratados por el presidente de la república y dictaminaron que Urabá está repleto del oro negro. Trajeron su tecnología, unos aparatos super desarrollados y llegaron a la conclusión de que el futuro de la región está en la explotación de hidrocarburos. Diagnosticaron que la industria del banano estaba llamada a desaparecer, ¿cómo te parece? Profundizaron en el asunto y descubrieron que el plástico usado para proteger los racimos había impermeabilizado el suelo, pues éste nunca es tratado adecuadamente después de haber sido usado, ¿Te acordás? Esos plásticos azules que ves en los cultivos. Esos son los que están haciendo a esta tierra tan irrespirable y hermética como el clima de trabajo en el gabinete de su majestad la alcaldesa.  

Pues sí, así es bonita. Algún día esta tierra habrá olvidado el horror de la guerra y de la discriminación y del olvido, y se convertirá en una tierra de prosperidad y de desarrollo, los negros del Chocó tendrán su lugar y nosotros los blancos de Medellín también, la inútil lucha de clases será una utopía obsoleta y la carretera  al mar por fin enlazará con la Panamericana, oronda, paseándose por la selva, llegando hasta Panamá, empalmando con Guatemala, uniendo al continente, y los pozos de petróleo aquí y allá, y los grandes rascacielos, y la superpoblación, porque ya habrán más garantías sociales impulsadas por la empresa privada, podrían nacer más bebés y habrían menos partos fallidos, menos abortos, toda una política de salud mental en temas de madresolterismo;  todos los postulados de la OMS al amparo de las grandes corporaciones; y el canal interoceánico con sus exportaciones yendo del Atlántico hasta el Pacífico, y la selva, otrora llena de flora y fauna y de reservas fluviales y de guerrilleros, en el futuro tan solo un recuerdo. Un recuerdo las masacres. Un recuerdo el abandono. Un recuerdo el carácter indomable de estos lares. Sí, ya no seremos más el patio trasero. Seremos el jardín de cemento si nos lo proponemos. ¿Sabés? Podría ser factible. De lo contrario sería mejor emigrar, como los patos envenenados, o como las mariposas. No tendría mucho sentido quedarse en este desorden natural, en este eterno viaje de LSD en el que se ha convertido Colombia. A propósito... ¿te apetece una rueda de speed? Siguiendo con el tema, habría que venirse a vivir a esta selva para darse cuenta por qué los gringos le temen tanto a la legalización de las drogas. No por un asunto moral. Es por un asunto económico. Principios. Valores. El matrimonio de Mrs. Asepsia y Mr. Progreso, con sus padrinos la Señora Libertad y el Señor Estricto Orden del Santísimo Control. Se vendría abajo todo el soporte religioso de la filosofía judeo-cristiana; esa remarcada tendencia a la productividad. Te imaginas ¿lo terrible que serían los países desarrollados con la cocaína y la marihuana en los estantes de los supermercados? ¿Como si fueran Café Nestlé? Te imaginas a toda la gente feliz, levantándose tarde, disfrutando la existencia en otras dimensiones, siendo visitados por otros dioses, todos los obreros de todas las empresas fuera de foco; en cama hasta el mediodía; con la mirada hecha una bruma, las fábricas arruinadas y todo eso porque nadie quiere levantarse a trabajar. ¿Te imaginás todos los trabajadores gringos yendo a trabajar con resaca, como lo hacemos vos y yo y el 50 por ciento de los colombianos? ¡Qué sería de nuestra pobre economía mundial con otros 30 países como el nuestro!!

Y entonces Irma termina sus padrenuestros, se echa la bendición y se incorpora. Luego se sienta al borde de la cama donde estoy yo, mirando por la ventana, hacia la luna, imaginándome todos esos paraísos artificiales del futuro.  Contame una cosa, dice ella, sinceramente; pero quiero que seás totalmente franco, honesto, no importa que nos pongamos colorados por un rato, porque es mejor una verdad fea, dicha a tiempo, que una mentira bien bonita y sostenida para siempre. ¿Le estás haciendo a la cocaína, Varón? Porque no puedo creer todas esas cosas que estoy escuchando, todos esos sueños locos que salen de tu boca. Yo podría ayudarte en cualquier caso. Mirá que es mejor no arriesgarse con esas cosas. Cada día debemos luchar por ser mejores personas. Yo ya no soy la misma universitaria que conociste en Medellín. ¿Han pasado cosas, sabes? Cosas que la cambian a una. Ya no soy esa que trabajaba para la tribuna. Ahora trabajo para un patrón. He cambiado y cada día me reafirmo en ello.  Conozco unos cuantos sicólogos que te podrían ayudar. Te podría recomendar la mía, por ejemplo. Se llama Esther y es super querida; podés llamarla a cualquier hora en caso de crisis. No cobra muy caro y podés pagarle por consulta o por tratamiento y, eventualmente, si te quedas corto de plata, ella también puede darte crédito. No es muy apegada al dinero Esther. También tiene paquetes especiales para estudiantes y desplazados. Vos podrías solicitarle el servicio de Recién Egresado Con Bajas Aspiraciones.  Esther siempre está dispuesta a prestar su oído. Cree mucho en Colombia, quiere apostarle al bienestar de la psiquis nacional. Sus ideas son compatibles con las tuyas. Ustedes dos podrían encajar. Le conozco varios proyectos sociales. Creeme. Tienen madera. Vuelo social. Resonancia planetaria. También conozco otras asociaciones para gente con problemas. Como puedes apreciar, la zona de Urabá está llena de expertos en el área de las ciencias sociales. Nuestros amigos mismos son gente profesional en la que se puede confiar. Deberías solucionar las cosas con tu madre, mirá, que si no estás bien con ella nunca vas a tener una relación normal con ninguna mujer. Todos nacimos para perdonar a los que nos ofenden y para superarnos a nosotros mismos. Es hora de un nuevo comienzo sobre la base de nuestras tradiciones más antiguas. Refundar nuestros cimientos. No es fácil, yo sé. El auto descubrimiento es el peor enemigo de la auto estima. Hace cuántos años no pisás la entrada de una iglesia. ¿Sabías que muy cerca de aquí hay una reunión de Narcóticos Anónimos, y otra, entre el General Fito Cangrejo del Río y varios importantes empresarios que quieren refundar la patria? Todo va a ser hermoso aquí dentro de diez años. Quizás tengamos escuelas de desmembramiento de cadáveres y hasta de pronto podremos tener una nueva bandera como símbolo nacional. Tal vez algún día podamos incluir el dibujo de una motosierra dentro del escudo, justo al lado del cóndor y las tres calaberas de Cristóbal Colón. No me vengás ahora con esas bobadas.  No me digas que no ves la relación entre los paracos y los videos de MTV. Aprovechá ahora que podés salvarte, porque cuando esta gente se adueñe del país, ya no habrá puntos medios, cero matices, nada de escalas; todo blanco y negro, como debe ser; buenos contra ovejas descarriadas y espíritus salidos del molde; y los que reinaremos seremos los buenos: la gente formal, los feligreses, los creyentes, la gente que se lleva bien con sus padres, los católicos de bien. Mirá; no está bien llevársela mal con los padres. Te lo digo por ellos, por los que están detrás de todo esto. En lo personal no tengo ningún tipo de prejuicios alrededor de la cocaína. Ya conocés mi nivel cultural; soy de mente abierta, yo también tuve 20 años y un corazón vagabundo. Todos los vicios en su justa medida. Has visto que hasta yo misma te he pedido un poco de este LSD. No. Yo te lo digo por la santa madre. Te lo digo. Cuando estos señores se adueñen del país no va a quedar ni un puto vago en las calles. Ni un sólo cocainómano. Tus pastillas de speed serán una extravagancia. La pobreza no será una opción. No más estudiantes de bajos recursos en las universidades públicas porque el concepto como tal habrá desaparecido. La educación sólo será para los ricos o sea para todos, porque en el futuro todos seremos pudientes. Pero antes habrá que acabar con la holgazanería, derribar los temores que atormentan a los corazones juveniles. Todos esos marihuaneros de pelo largo, e ideas cortas, tendrán que ser pasados al papayo. También todos esos mariquitas que se ponen aretes en las orejas.  No es que me quiera comparar; pero mirá, qué bien me la llevo yo con mi madre, con mis amigos, con todo el mundo. ¡Mira que bien van mis dietas! He nacido con el chip de la diplomacia. No necesito llamar la atención con modas excéntricas. Soy toda una devota de los postulados católicos, apostólicos y romanos. ¡Ah! Veo que te estás reanimando, hola Pedro Juan, dejame ayudarte, ¿Puedo tocarlo? Qué bien se ve así, todo despierto. Si te portas bien te dejaré entrar al cielo. Como te decía... dejamelo metérmelo a la boca; haré algo por él... y entonces, odio a la gente sin estilo, los que andan por ahí, perdidos, sin familia, vos sabés a lo que me refiero. Soy de casta y debo cuidarla. Aunque no lo creás, y yo no fanfarronee mucho con ello, debes creerme que yo vengo de buena familia. Yo he conocido gente importante desde que estaba niña; yo sé tratar con los influyentes; tengo un buen soporte educacional. Está mal que yo lo diga, pero así es. Hay personas que no nacimos para ganarnos la vida con un bulto de papa al hombro. Hay gente en este país que le da un mal nombre al amor, a Dios, porque Dios es amor. Hay demasiada lobería suelta.  También tengo cierta sensibilidad, no quiero que me malinterpretes. Me gustan los espíritus sensibles como el tuyo. La gente culta, que se preocupa por cultivarse. Por eso haría un esfuerzo en entenderte si me dijeras que estás metiendo coca. Nadie se shockea con una simple calcomanía de ácidos. Mezclaste, ¿cierto? No te preocupes; yo te entiendo. Hay gente a la que el speed le queda bien. Tal vez a los artistas, aunque para decirte la verdad, ya no me la llevo tan bien con los hombres que se hacen tantas preguntas. Ahora prefiero los hombres de carreras más ortodoxas, que no me confronten tanto. Ustedes los artistas a veces se ponen un poco pesados, les falta poner los pies un poco más en la tierra. Madurar. Ustedes, los escritores, nunca maduran. Ustedes, los cineastas, nunca piensan en los demás; ustedes sólo piensan en sí mismos.  Es bueno sublimar el talento. No es lo mismo ver al hijo de un ministro con un vareto en la boca que a uno de esos gamines que se traen de Medellín para desaparecerlos acá.  Y no es moralismo, te lo juro. Te lo digo para que lo dejemos en nuestro fuero interno; reserva del sumario, Pedro Juan. Prométeme que si algún día te chutas no lo vas a hacer sólo. Mirá, que ya las agujas son un asunto más serio. Si esto fue sólo LSD, o coca, o lo que sea, pero con heroína estamos hablando en mayúsculas y si tocas el tema del crack, o de la bola rápida... ¡olvídalo! ¡Olvídame! Cuando te lo pregunten, mejor será abstenerse de opinar. Esto va terminar peor que España, te lo digo; la palabra 'Facho' impronunciable. Decime: y qué vamos a hacer cuando seamos otra colonia de Estados Unidos? Imaginate. Todas las instituciones... mmmh qué amable se porta Pedro Juan! ... todas las tiendas exigiendo el idioma inglés. Imaginate a todo el mundo prohibiendo el español como en los estados interiores de USA. Imaginate a toda Latinoamérica queriéndose venir a vivir a Facholandia, porque nuestro país se ha convertido en el nuevo milagro económico, la única alternativa democrática de Suramérica, porque, dejame decirte que en el futuro toda Latinoamérica se habrá volcado hacia la izquierda. Imaginate a todos esos inmigrantes cavando túneles en las fronteras de Colombia, buscando un nivel de vida más digno. Venezuela, Argentina y Brasil arruinados por el caudillismo y Facholandia gozando de las bondades de la democracia. Para entonces ya no estaremos acá, Varón. Porque esto se habrá llenado de Red Necks, todos con una escopeta en las manos tratando de detener la inmigración ilegal, todos disparándole a los venezolanos ilegales como si fueran zorros que se comen sus gallinas.  Estaremos lejos de acá porque la cruzada cristiana habrá ganado terreno en predios católicos y porque el país nos necesitará en otros puntos vulnerables de la geografía nacional. Ya Urabá no necesitará a nadie, todo en Apartadó será automático. Automáticas las emisoras, automáticos los Mcdonalds en cada esquina; automáticas las refinerías de petróleo, automático el ecosistema. Todo controlado desde las grandes ciudades y aquí solamente unos cuantos operarios con sueldo de esclavos. ¿Te has puesto a pensar en eso?

De inmediato, yo siento que Pedro Juan languidece. Algo lo ha desanimado, tal vez las perspectivas del futuro dominado por la tecnocracia. De repente me veo andando por las calles de alguna metrópolis. De repente me veo sentado en el estrado de un juzgado norteamericano, con un juez al frente, y con un grupo de compatriotas como jurados. Mis padres son atormentados por mis testimonios y toda la opinión pública quiere lincharme. De repente me veo en el Show de Cristina. De repente escucho a Don Francisco acusándome de que siempre he sido un muerto de hambre.  De repente me veo viajando en un avión al lado de Alvaro Úribe Vélez y este sermoneándome porque soy un drogadicto. De repente me veo en uno de esos shows televisivos donde uno va a ventilar casos de familia y Benito Mussolini se encuentra sentado al lado mío, también hay otros panelistas entre los que se encuentran mis amigos los periodistas y varios vecinos de mi barrio de infancia. Hay controversia. Sentimientos de auto compasión. Gritos. Regaños del conductor del programa, una suerte de Oprah pero en versión masculina y en versión  colombiana, para acabar de ajustar. El presentador es un negro como del pacífico, como de Buenaventura, lo cual me hace sentir un poco más aliviado porque sé que los prejuicios van a ser menores.   Acto seguido la gente del público, puros analfabetas, obreros de la construcción y empleadas domésticas, empiezan a hacerme preguntas y a lincharme por desechable; me empiezan a impugnar veredictos de muerte con tortura. De repente, espero algún "ya volvemos después de unos mensajes comerciales" y le digo a Irma que quizás no, que quizás yo me quede. Le pido que siga intentando con Pedro Juan, que le dé una segunda oportunidad; que nunca antes me había pasado. Con todo el dolor del alma, le digo que ya hago planes sin ella. Que quizás yo me dedique al rentable negocio de la guerra, que tal vez haga un trato con los israelitas para traer más armas al tercer mundo. Que quizás me anime con lo de las escuelas de torturas y monte mi propio negocio en el ramo. Le digo que, quizás, mejor yo continúe con mi programa de radio haciendo esas campañas de prevención de la enfermedad y de promoción de la salud, y que quizás logre el patrocinio del hospital municipal y algunas otras instituciones importantes. Le digo que algún día Rodrigo y yo vamos a tener la agencia de publicidad más importante de todo el eje bananero y que quizás nos extendamos a la industria del video y, por qué no, a la política, que quizás yo compre una casa en la playa y tenga muchos hijos con Rosario y me haga amigo de los actores armados, y luego me vuelva objeto de orgullo muriendo por alguna ideología, alguna causa justa, que, dicho sea de paso aún no la tengo, le digo. Sabías Irma, que a muchos nos falta una causa justa, algún vestido filosófico que nos quede a la medida. No todo puede ser el placer por el placer. A veces hay que comprometerse un poco, buscar la incomodidad si es necesario. Muchos vivimos por inercia, por el solo hecho de respirar. El solle por el solle. Y no me salgás con que esos putos padrenuestros tuyos son una causa justa.  

Irma sigue jugando con Pedro Juan y arguye que no ve muchas esperanzas en mí, si sigo como voy, con esa doble vida llena de secretos; que yo ya no soy un adolescente, que es hora de encontrar a Dios. Yo, sin riesgos de mencionarle sobre mis gemas en el sanitario, y mucho menos de contarle mi proyecto de pintar las casas con los colores de la bandera. Más bien hago silencio por un rato y dejo que Irma siga mimando a Pedro Juan. Trato de concentrarme para que éste se anime. Mirad hacia afuera, me dice ella.  Observad esa oscuridad. ¿Qué te parece? ¿Alcanzás a percibir algo? ¿Sólo se ve la luna, cierto? Hay una oscuridad allí afuera, es cierto. No te podemos decir que aquí todo es luz. Pero esta oscuridad es nuestra oscuridad. No la de otros. Es una oscuridad propia, que nosotros mismos hicimos. Una oscuridad made in Colombia. Una oscuridad que se junta con la de la noche y a la que podemos meter en frascos si nos da la gana. Podemos guardar esta oscuridad en los cajones de la cocina y dejarla allí. Quizás tomarle fotografías y posar junto a ella para el recuerdo. No tenemos que ventilarla como un asunto público tampoco, o como a una mascota asustada, ó como un perico australiano que ha sido pillado por un chaparral o como un gato que acaba de comerse al canario. No es que estemos hablando de una epidemia ó algún caso de salud pública. Es una simple gripe necesaria. Para limpiar el organismo, para evacuar las toxinas. Podemos guardarla a la oscuridad o podemos empacarla al vacío, ponerle una etiqueta que diga OSCURIDAD 100 % COLOMBIANA y exportarla si nos da la gana. ¿La ves? El punto es que tenemos suficiente oscuridad nacional para el consumo interno; no necesitamos ponernos a importar oscuridad extranjera. Nuestra oscuridad puede ser incluso más negra y de mejor calidad que la de otros países, me dice Irma. Y yo pienso en ello y me imagino un futuro no tan feliz como unos minutos antes.   

Es como si lo recordara. Como si recordara al futuro y como si lo viera lleno de reinsertados en el más absoluto abandono. Todo este barrio sumido en el caos y en el olvido. Niños barrigones y llenos de parásitos y descalzos y yendo tras alguna pelota en mitad de la calle por donde antes pasaban los camiones del ejército. Nubes de polvo siendo tragadas por todas esas cámaras de los canales de televisión y todas estas hermosas casas desmanteladas por el efecto de la marginación, la maleza tragándose todos los rincones; lotes baldíos con algún burro paseándose por ahí, detrás de alguna nevera oxidada. Y entonces, pienso en cómo he vuelto hasta aquí. Cómo he vuelto a vivir todo esto, si se supone que ya lo había vivido. Se supone que debo estar con Rosario a mi lado, bajo los almendros. Se supone que ella ya ha regresado de Bogotá y que estamos sentados en sendas sillas Rimax, a la entrada de La Bohemia. Se supone que Nico' nos está sirviendo un par de limonadas y que Rosario está acariciando el pelaje de Micifú, enredando sus anillos de plata entre las orejas del felino.  

¿Has visto ese comercial de sillas Rimax? , le digo a Irma. Claro, me dice ella, ese donde sale un tipo todo musculoso tratando de destrozar un par de ellas. Sí, digo yo, y luego no puede, y se larga a lanzar sillas Rimax desde un balcón y las sillas caen intactas a la calle; Qué mal comercial, digo yo queriendo volver de este viaje.  

Despertate, oigo la voz de Memo. Oigo que habla atrás de mí, pero no lo veo. Sólo lo oigo y yo le digo Sí, ya voy, no es nada, sólo es un bajón, un pase, una calcomanía de LSD, una raya de más, un poco írseme la mano. Pero ya muy pronto estoy con ustedes, ya pronto vuelvo a estar de pelea. Decile a Nico' que no se preocupe, que no le voy a calentar el negocio y que le voy a cancelar todas las deudas, esos cinco platos de frijoles que me ha fiado; que nada más es un mareo, un bajón, la presión arterial, el azúcar disparada, los principios de la cirrosis, decile que no llame a la policía, que no me he muerto todavía, que no venga la Cruz Roja, que no necesito un doctor; que ese helicóptero es innecesario. Un vaso de agua y todo estará bien. Ya sé que hay una guerra que librar. Hay toda una sarta de guerrilleros a los que debo patearles el culo. Tengo una rume de 20 video-casettes vírgenes en casa, listos para ser grabados. Hay toda una realidad allí afuera para ser documentada.

Entonces Memo vuelve a hablarme. Oiste ome', me dice, levantate, mirá que están tirando patos del cielo; mirá que a alguien le dio por dárselas de espontáneo y dibujó sombras en las paredes. Yo levanto un poco la cabeza y abro un ojo. Después el otro. Siento una sed terrible. Un desierto en mi paladar. Como si me hubiera tragado el Sahara y estuviera eructando el Cerrejón. Veo cuatro caras. Una es la de Trinidad y otra es la de Enilda. A su lado se encuentran Nico' y Memo. Memo tiene una hipodérmica en la mano. Más allá escucho la voz de Su Majestad la alcaldesa, hablando con Irma y con la Mona. Dicen que era de esperarse; que ya se veía venir; que yo era un caso perdido; que me faltaba cuna; que me faltó más catequesis durante la infancia. ¿Estas bien?, me dice Trinidad. ¿Podrían darme un vaso de agua?, digo yo. Claro Pocalucha, me dice Nico y se va por él. ¿Dónde está Rosario?, pregunto. Se ha ido a la casa de Patricia me dice la Mona desde otra mesa.  Acordate que te lo dijo. Tratá de descansar, me dice Memo, un gramo más de perico, una papeleta más de LSD, una ampolleta más de heroína y no estuvieras contando el cuento. Ahora recuerdo, pienso. Anoche fue la fiesta.   Anoche estuvimos aquí, tocando las congas con Ángela y con Trinidad y luego yo me fui a bailar salsa al bar de Marinero. Y luego la casa de Ángela que también es la mía. Y luego las hamacas y las hojas muertas del garaje. Y luego Alejandra en medio de la madrugada y las sombras en las paredes de la estación de policía y luego todos esos patos muertos en medio de la autopista y esos caballos que de vez en cuando atropella un carro y que se quedan tumbados a la vera del camino.

Debo ir a Chigorodó, digo. Tengo programa de radio y Rodrigo me está esperando. No estás en condiciones, dice Memo con la hipodérmica en la mano. Nico' llega con el vaso de agua y yo me lo tomo. Trato de incorporarme, pero mi equilibrio me traiciona, me voy de bruces y quedo aplastado sobre una silla. Persiste la sed. Te acabo de inyectar, dice Memo, es una droga muy fuerte. Tiene que descansar, le dice Memo a los otros, No dejen que coja esa moto, yo me tengo que ir, estoy de turno en el hospital. Gracias por venir Pocalucha, le dice Nico' a Memo. De nada, dice Memo, siquiera me llamaron, porque casi se nos va. Yo oigo cómo todos cuchichean. Irma menea la cabeza. Rocío le da la razón. El gesto de reprobación va de mesa en mesa. Es como un bostezo que se contagia inconcientemente. Su Majestad la alcaldesa dice que soy una vergüenza, que le doy un mal nombre a la administración, a las instituciones democráticas, al Consenso, al Opus Dei; al buen nombre del Espíritu Santo; que cómo es posible que este degenerado todavía siga hablando por la radio, que yo atento contra la seguridad y la tranquilidad municipal, la concordia ciudadana, que mi existencia es una amenaza para la armonía y el buen funcionamiento de las instituciones, que "¡Míren ese pelo teñido de rosa! ¡Míren esos pantalones de payaso! ¡Míren esa facha! ¡Escuchen esa voz de marica que se manda! ".   

Pregunto por Rosario, digo que la quiero llamar, que si alguien podría alcanzarme una cerveza, ¿Por qué hay tanta gente afuera? ¿Por qué hay un helicóptero sobrevolando el bar? ¿Es un velorio? ¿Quién es el muerto? Le doy órdenes a mi cuerpo pero no responde. Trato de reaccionar, pero no puedo.  Soy un plato de fideos en un restaurante chino, a punto de ser devorado por un francés. Escucho las aspas del helicóptero, hacen pa-pa-pa-pa-pa-pa. Soy un satélite abandonado en órbita lunar. Soy una chatarra ante-perestroika, a punto de ser reciclada por alguna guerrilla maoísta. Un pedazo de metal para orientar sus misiles teledirigidos. En resumen, soy un despojo humano tirado en una silla, una barra de jabón deshaciéndose en el fondo de un estanque, siento que voy a vomitar.  

El combo de Fedepaz pregunta quién soy. Es que ellos viven desentendidos de caras. Nico' les dice que yo soy lo que soy; lo que ellos ven; el muchacho que transmitió el partido de los Marlyns cuando Edgar Rentería salió campeón. Nada. No me distinguen. No se preocupen, dice Nico', se pondrá bien, ya está fuera de peligro. Le hemos puesto una inyección. Nos vamos a ir juntos de paseo. Mírenlo. El que hace los programas de Salud y tartamudea en la radio los sábados por la mañana. Tampoco. El que se irrita con las avionetas del pesticida. El que odia el color local pero impulsa a Rodrigo y demás lugareños para que imiten voces de personajes costumbristas; el ingenuo que una vez le compró un gato ciego a un chilapo. Ese mismo. El que una vez fue de calle en calle haciendo dibujos de tiza en las paredes. ¿Lo ven? Ése; el que está doblado sobre esa silla, en medio de una sobredosis de speed, y el que a veces caga gemas. El que montó un canal de televisión con dos VHS. El que hizo un comercial de La Bohemia y lo rotó, todo un fin de semana por frecuencia de onda corta, en agradecimiento a Nico' y sus extensivas cuentas sin cancelar. El que se pasa documentando la noche con una cámara de video. El que, por colorear una mariposa en las sillas de Ángela, terminó confeccionando una suerte de mosca en las nalgas de Rosario. El que sorbe la sopa. El que tapó once penalties antes de los 12 años y el que quedó goleador tres años consecutivos en el bachillerato. El que va a emborracharse con whisky a la playa, a cualquier hora del día. El que va a defraudar a sus padres. El que algún día caminará por las calles de su barrio natal mientras todos murmuran a sus espaldas. El que será condenado en la adultez por todos aquellos tópicos por los que fue celebrado en la juventud. El que fue abochornado por su padre alcohólico ante la honorable sociedad antioqueña. El que fue humillado sistemáticamente por todos los que le cargaron envidia y el que será vapuleado por todas las mujeres que lo han amado.  Ese mismo: el que vive haciéndose la víctima. El que compra ropa usada en el puerto y la luce por todo Urabá como si estuviera en un desfile de modas. Ése es. El mismo. El raro. El de la motico. El de ideas progresistas llevadas a la práctica. El vanguardista peligroso. El de peinado estrambótico. El que nunca podrá encajar en Colombia. El de los pantalones afeminados. El que una vez entrevistó a los guerrilleros del ELN y vio ejecutar a dos prisioneros. El que se mantiene con un libro de Nietzche para arriba y para abajo. El hijo de la peluquera y el oficinista, quien hiciera castillos de arena con cajas de Gallina Knorr y quien fuera abusado sexualmente por sus primas cuando apenas tenía uso de razón. El mismo quien fuera expulsado de una cabina de radio por poner canciones de U2 a cambio del himno de Apartadó y quien pintara su autoretrato en un grano de arroz. El que fuera despedido por tráfico de influencias en la taquilla de contabilidad. Nada. Los Fedepaz no me identifican. No entro en sus registros. Soy un invisible más en su larga lista de potenciales candidatos a la excomunión.

Por mi parte, yo vomito. Vomito gemas y después cocaína. Vomito montañas de cocaína. Cocaína pura. Cocaína crystal. Cocaína hecha en Colombia. Montañas de cocaína de primer nivel. Todo un cerro blanco al lado del refrigerador. Estoy adentro, quiero buscar a Rosario, pero no puedo salir. Sigo hablando con Irma. Irma sigue jugando con Pedro Juan, lo besa, le lame la cabeza. Los ingleses se ríen. Les parece patético todo este floclorismo que usamos los colombianos para manejar los problemas. La policía llega. Todos quieren ver el muerto. Hay un tumulto a la entrada de La Bohemia. ¡Llamen a Apartadó Estéreo!  ¡De seguro alguien quiera donar sangre a la víctima! ¡Qué lo pasen en un extra! RH positivo. ¡Qué lo digan en el boletín de las 2 p.m.! ¡Hay un herido grave en La Bohemia!  ¡El perdedor de una pelea a machete en el tranquilo Barrio Ortiz! ¡El deceso de un joven con mucho potencial! ¡El ajusticiamiento de un periodista por decir lo que pensaba! Por irse en contra de los actores armados; un pacifista de los finos; uno que quería el progreso para la región; ¡uno que iba a viajar al exterior y que se iba a salvar de la violencia partidista! Otro que iba a terminar escribiendo en Nueva York. ¡Otro artista colombiano más en el exilio! ¡Un escritor de más en el país de los escritores y un profesional de menos en el país de los autodidactas; otro pésimo poeta jugando a la parodia del artista!  ¡Extra! ¡Extra! ¡acaban de encontrar el cuerpo del joven periodista Varón González en inmediaciones de la más absurda de las sobredosis! La comunidad se encuentra verdaderamente consternada por este nuevo mártir del Rock and Roll, pero especialmente, por la aparición de nuevas drogas que atentan contra la moral pública. ¡Extra! ¡Extra! ¡Qué lo anuncien a los cuatro vientos! ¡En todos los municipios y en las veredas! ¡Qué los periodistas ingleses hagan un documental de media hora y lo pasen por la BBC de Londres! ¡Qué se enlacen con Caracol Radio! ¡Qué contacten a Darío Arizmendi en Bogotá y le den el Honoris Causa por lamberiscas! ¡Qué publiquen un aviso de pésame en El Colombiano! "El gremio de comunicadores sociales de Medellín lamenta la muerte del joven periodista, quien nunca supo asumir la profesión con toda la seriedad y entereza del caso. Lamentamos, pues, que una mente tan dotada de lucidez y buenas ideas no haya estado a la altura de la ortodoxia, el orden y la limpieza requeridos en el noble oficio de la Comunicación Social. Sobre todo, lamentamos que el joven medellinense no haya aprendido a hacer malabares sobre la cuerda floja de las mentiras como los demás colombianos; obviamente, el no poder surfear sobre una vida de verdades ocultas dificulta la realización de cualquier licenciado en comunicaciones. Nosotros, los informadores antioqueños extendemos nuestro más sincero mensaje de condolencia a sus sufridos dolientes. Que sirva el caso en mención para establecer un precedente, para advertir a las nuevas generaciones sobre las consecuencias de actuar y pensar distinto; las nefastas secuelas de no usar el español correctamente, de tener mala ortografía y de usar los acentos en palabras distintas a las enseñadas en la escuela.  No se puede bucear bajo la superficie de las cosas. Tampoco procurar habilidades raras o desarrollar ideas de aventajamiento que hagan abochornar a los moldes canónicos. El caso de González es la prueba fehaciente de que la utopía del libre desarrollo de la personalidad ha quedado obsoleta, sepultada como un germen nocivo del pasado, junto a los otros grandes males engendrados en el siglo XX. Léase, para fines espirituales, en el mes de marzo de 1996. Hemos de perdonar todas sus afrentas y el mal nombre que este finado le proporcionó al periodismo y a la decencia, tanto a nivel colombiano, como mundial".   

¡Extra! ¡Extra!  ¡Qué se hagan paneles sobre la conducta cívica! ¡Qué convoquen a los especialistas de las instituciones! Qué llamen a una ambulancia de la Cruz Roja Internacional. Qué aprueben un tratado de extradición y que aprueben otro de libre comercio en todo el país! ¡Qué traigan a todos los miembros de esa ONG llamada Futuro Para La Niñez, que llamen a los trabajadores sociales de CorpoUrabá, que se vuelquen las universidades a las calles; que le pregunten a las Carmelitas Descalzas sin quieren modular el tema; que Enilda tome nota; que haya representatividad de todos los estamentos; ¡qué vengan todos los médicos de Coomeva y los ambientalistas del Incora! ¡Qué opine Juanes! ¡Qué le hagan una estatua en la entrada del pueblo! ¡Qué se gasten medio rubro de educación en monumentos! ¡Qué Shakira haga un concierto de beneficencia a la Casa de la Tercera Edad! ¡Qué se malversen todos los fondos del estado! ¡Qué se serruche el presupuesto entre los caciques! ¡Qué haya preguntas del público y llamadas de los oyentes!; ¿Usted qué opina de la legalización de las drogas? ¿Está el país preparado para una intoxicación masiva de éxtasis?  

A. Estoy de acuerdo

B. No estoy de acuerdo

C. Me reservo el derecho de opinar

... ¡y la respuesta correcta es... BBBBBB!!!  ¡NO ESTOY DE ACUERDO!!!!! ¡Aplausos para nuestro ganador!! ¡Se hace usted merecedor de unas sinceras felicitaciones por parte de la Cámara de Comercio de Urabá, en favor de la productividad obrera y en aras de llenar las arcas de los mismos de siempre! ¡Felicidades! ¡Su premio consiste en continuar esclavizado por las multinacionales, además de un viaje para dos personas, en vuelo charter, hacia la vereda más cercana, todos los gastos pagos y curso de desmembrar cuerpos incluido! También se ha hecho usted acreedor de un pasaje, ida y vuelta en burro, ¡a Carepa! ¡También puede reclamar un paquete de chitos y dos coca-colas en la tesorería de esta emisora! ¡Felicitaciones!

¡Prueba superada!!!!!

Así es Micifú. Vos me pasás la lengua por mi cara y yo te digo que este es el momento de la película donde nuestro héroe es rescatado por su amada. Este es el momento donde la amada le dice al héroe que ha sido transferida de pueblo y entonces el héroe se lamenta pero le desea buena suerte. Hay un silencio entre los dos. Primer Plano al rostro de ella; sus ojos aguados, mirada enamorada. La amada sabe que se podrían ir juntos, pero no se atreve a modular palabra. Ambos los saben, ambos lo desean. Pero ella está esperando que él tome la iniciativa y le declare su amor eterno. Sin embargo, ella sabe que él no puede hacerlo. Ella intuye que algo se lo impide. Ella sospecha que tal vez el héroe está tumbado en algún lugar de su mente. Ella sabe que la mente de él está repleta de bares y de islas paradisíacas. Lo que ella no sabe es que el héroe se acaba de meter una sobredosis de speed en algún rincón del caribe colombiano. El héroe se ha acabado de ir de bruces y su amigo, Memo, le ha acabado de poner una inyección para reanimarlo, pero él se ha vuelto a desmayar, bocabajo, sobre una silla Rimax. Muchos especulan que podría morir. El héroe tiene los brazos colgando y los pies se le arrastran por el suelo. Micifú se desliza entre el bosque de piernas y viene hasta el héroe para lamerle sus dedos y después su cara. Sí. Así es. Este es el momento donde llegan los coordinadores académicos del Politécnico Grancolombiano y le preguntan a la Mona si ese muchacho, que está tirado en el suelo, es el supuesto nuevo profesor recomendado por ella. La Mona dice que sí. ¿Ese borracho? dicen ellos, ¿Ése que se encuentra intoxicado sobre la silla? ¿Ése? ¿El que anda tirado en un callejón por donde no pasa nadie? ¿El que luce como un burro amarrado en la puerta de un baile? ¿El leproso con sus llagas expuestas al aire? ¿El mismo al que el alcohol le ha tostado las neuronas? Entonces la Mona dice que sí. Que ése mismo. Que ese hijo del averno tiene el corazón más grande del lugar y que ello lo hace tener el coeficiente intelectual más grande en relación a todos los coeficientes intelectuales juntos en el pueblo. Pero yo sigo ahí. Varón varado en el momento clave. En el momento del viaje donde el tren se detiene y todos los pasajeros se bajan a comer y a estirar las piernas. Un tiempo demasiado crucial. El tiempo del casete donde los marcadores se ponen en ceros. El punto exacto del video-clip cuando aparecen los letreros del álbum y otros datos del cantante.  El instante cuando escuchamos un ruido en las habitaciones porque alguien ha entrado a la casa. Una curva del camino donde se explota la llanta. Los días de la primavera cuando la ciudad se llena de polen y todos empiezan a estornudar. La parte cuando el muerto siente las primeras paladas de tierra sobre su ataúd y entonces se levanta. Se arma un escándalo. Su Majestad la alcaldesa se persigna y no se sabe si es por susto o por devoción.  

Esta es la parte de la historia cuando vuelven los boletines extraordinarios, los informes de última hora a través de Apartadó Estéreo, extras diciendo que el muerto no estaba muerto. Que andaba de parranda.  La parte de la historia donde todos se sienten muy decepcionados y el muerto sale en busca de su amada después de contestar algunas preguntas a los militares. El muerto va a la casa de Patricia, desciende de su moto, toca la puerta, pero Raúl, el esposo de Patri, le dice que Rosario se ha ido ya, ha salido a dar una vuelta por el barrio Ortiz, tal vez a tomar una siesta bajo las palmeras; quizás a comprar una hamaca nueva para nuestro apartamento; de pronto a comprar aquella bici tan deseada.

El muerto vuelve a su caballito de acero y va a la discoteca del pueblo y allí se encuentra con La Turbina Tréllez y con el dueño de la emisora y estos le ofrecen trabajar en sus campañas políticas, porque "tú ya sabes", sos famoso, traés cierta popularidad; tu teléfono no para de sonar, das entrevistas y hablas por radio y esas cosas.  Allí, en la disco, suena música champeta, la cual, dentro de diez años derivará en un género llamado Reggeatón y se convertirá en la más millonaria del mercado. El muerto agradece profundamente al dueño de la emisora, pero se disculpa, diciendo que por ahora anda buscando a su novia, que necesita verla urgentemente. Lázaro criollo se excusa también con La Turbina y va al baño de la discoteca, donde encuentra algunos mensajes obscenos en clave de dialecto chilapo, algo así como "Chupame la mondá" o "bájame la papaya que quiero partirla en dos". El muerto sale, deja parqueada la moto en un callejón alterno y se va a caminar por los alrededores de la estación temiendo que Rosario haya decidido irse repentinamente. Luego entra a la plaza de mercado y el calor lo dispara hacia el bar de Marinero.

Una vez en el bar de Marinero parqueo la V80 bajo un árbol y me siento en las butacas de afuera, las que tienen vista a la avenida y al banco Cafetero, ese lado del bar donde uno puede ver los carros que llegan al pueblo y a donde el sol pega fuerte, allí donde la autopista se convierte en camino real, allí donde el camino pierde su ruta, aquí donde las líneas blancas del pavimento se convierten en rayas blancas del alma. Veo patos muertos. También hay un grupo de muchachos limpiando los vidrios de los carros en cada cambio de semáforo. Ese tipo de muchachos que se paran en las esquinas y te llenan de vergüenza ajena. Vos sabés a qué me refiero, Marinero. Sí, ese tipo de muchachos que nunca voy a meter en mis documentales por no rebajar el estatus de nuestra política de la proactividad. Sí; me refiero a ese tipo de seres humanos que nos generan pena ajena. Ese tipo de sentimiento que se te mete en el cuerpo y que te produce desaliento en las rodillas. Ese tipo de vergüenza que uno cree sentir en nombre del otro. Ese tipo de vergüenza que se te pone al frente como un espejo para que vos te reflejés en todo lo que sos, en todo lo que pudiste ser y en todo lo que podrían convertirse tus hijos. Ese tipo de pena que uno siente cuando se monta un mendigo al bus y empieza a cantar para que le den plata. Ese tipo de pena que uno siente cuando voltea la cara para no ver las llagas del mendigo en medio de un puente peatonal. Sí, Marinero, la vista aquí en tu bar es espectacular. Una vista que te produce sentimientos similares a cuando tu mejor amigo se mete una sobredosis de éxtasis y se queda desmayado todo el día sobre una silla Rimax. Como cuando tus padres ya han superado el miedo al ridículo, pero vos no. Como cuando tu vecino es capaz de tirarle la puerta en la cara a los niños que piden sobrados y vos te sentís como un culo asomado por una ventana, porque no tenés los suficientes cojones para hacer lo mismo. Esa misma vergüenza que experimenta tu mujer cuando le decís que has dejado tu trabajo para convertirte en cantante de rancheras. ¡Esa vergüenza!!! La vergüenza cuando uno recibe un e-mail colectivo de un amigo que se hace el simpático, diciéndote que reenvíes sus maricadas a cincuenta personas para que no te cague una paloma.   

Uno no tiene tiempo de aburrirse en el bar de Marinero, especialmente en ciertas mesas estratégicas que dan a la calle. Suena música salsa; pura descarga; salsa brava a todo dar, y los primeros clientes de la tarde ya han empezado a llegar. Se trata de gente con pieles tostadas por el fragor del embarque en el río León; negros puros; gente noble y bullanguera; gente feliz y apasionada. Gente explotada, gente excluida por los círculos de poder y por la élites nativas; gente castigada por el centralismo y la corrupción política, gente desterritorializada. Ruedan las primeras Pilsen. Ando buscando a Rosario, ¿la has visto Marinero? ¿Acaso ha venido por acá? ¿Acaso sabes lo importante que es ella para mí? ¿Acaso sabes que necesito verla? ¿Acaso sabes que algún día esta tierra será un lugar lleno de fábricas y de humo? ¿Acaso sabes que Urabá es el punto del planeta que más irradación manda al espacio? ¿No? No lo sabes. Pues te lo digo, te lo informo. Chequea las fotografías satelitales. No hay nada nuevo en ellas, pero descubres cosas. Descubres que conocer es recordar. Descubres que el mundo, como la música, se lleva por dentro. Fijas bien la vista y te das cuenta de que viene un tren del futuro. Viene hacia vos. Viene con todo su cargamento de inconsciente colectivo. Con su cargamento de creencias fijas y verdades inamovibles. Ahora mismo me meto a ese baño y me hago dos rayas; una para bajar la resaca y la otra para levantar la próxima borrachera. Tal vez me haga una tercera para escandalizar a Su Majestad la alcaldesa y a todos esos dinosaurios, libres de vicios pero asesinos. Luego salgo y quiero que pongás dos Pilsen más sobre esta mesa; una para vos y otra para mí, Marinero. Luego, ya harás vos lo que querás, pero primero me pondrás esa canción que tanto nos gusta, esa que dice: "pido la paz para esta guerra...". Luego iremos donde las muchachas, si querés; si yo todavía no encuentro a Rosario, cuando caiga la noche, cuando no haya nadie aquí, cuando el calor de la ciudad me castigue sin piedad y yo tenga que sonreír, a su sombra implacable, a mi desolación. Y aunque se haga polvo el mundo en el último segundo, ¿sabés? El secreto es mi canción; la canción del speed; la canción del LSD; ¡oh! Marinero, no me dejes caer, ¡oh! ¡Oh! ¡Marinero, fueron las olas del mar! Oh Rosario, no me dejes caer, por favor, aún no me recupero del viaje, aún no salgo de la farra de anoche y apenas estoy entrando a la de hoy. Sabés. Antes de venir acá, antes de venirme a vivir a Urabá, yo tenía aquella novia en Medellín y nos queríamos mucho, nos entendíamos, hacíamos viajes y esas cosas que hacen dos almas que se quieren; hablábamos los mismos lenguajes, caminábamos juntos por la ciudad; cruzábamos puentes al atardecer. Cierto diciembre tomábamos unas vacaciones en Cartagena y allá, en el Festival de Cine, nos encontramos con mi mejor amigo de la infancia. Yo los presenté y algo pasó. En el camino de vuelta se enamoraron. Habíamos decidido los tres hacer autostop desde Cartagena a Medellín y en ese viaje empezaron a involucrarse. Yo le tenía mucha estima a él y él me tenía mucha estima a mí. Con él, y con mi novia, pedimos aventones en medio de la carretera. Grandes camiones de ganado frenaban ante nuestros agitados corazones y allí poníamos nuestras hamacas cuando los remolques no llevaban carga. Vimos muchas puestas de sol en silencio y muchos rostros infantiles que nos saludaban desde la vera.  Así nos devolvimos para Medellín, de pueblito en pueblito, de ciudad en ciudad. De repente, yo empecé a sentir que esta novia mía como que se avergonzaba de mí. Cuando estábamos juntos, todo bien; felices; ella amándome a plenitud. Pero cuando entrábamos en contacto con terceros, ella como distinta, como rara conmigo, como conspirando a veces, como queriendo denotar distancia entre ella y yo, ante los demás; como queriendo ser otra persona distinta de esa chica feliz que aparentaba ser conmigo; en resumidas cuentas, como medio hipócrita, como una de esas mujeres provincianas que se dejaban afectar demasiado por la sociedad. Total, que una vez en Medellín, pocos meses después, ellos me dan la noticia de que se van a casar. Me dan la noticia por separado; ella por un lado y mi amigo de la infancia por el otro. Yo accedo con total profesionalismo y me hago el maduro, el comprensivo; les digo que esas cosas pasan; que las cosas del corazón son así; que el corazón es un cazador solitario; que el corazón ve cosas que la razón no entiende; que de esos casos está llena la historia humana. Se llega el día de la boda y mi amigo me pide que yo sea su padrino; que me encargue de llevarles los anillos. Yo accedo de vuelta y un día antes me pego tremenda borrachera. A la mañana siguiente asisto a la boda, todo descuadernado, descompuesto por la resaca y por la decepción. Me meto las manos al bolsillo y los anillos por ninguna parte. También me habían pedido que escribiera el discurso de felicitaciones y éste también lo había dejado en casa. Tal vez los había botado en medio de la borrachera. El caso es que era demasiado tarde para ir a buscarlos. Le pongo cara de tragedia a mi amigo en la puerta de la iglesia y éste se mete la mano al bolsillo de su chaqueta y saca dos anillos emergentes. Me dice que ha tomado precauciones, porque es muy normal que estas cosas pasen, que es muy normal que se pierdan los anillos dos minutos antes de la boda; en una sola palabra, mi amigo también se muestra comprensivo, dadas las circunstancias. Se acaba la ceremonia y yo tengo que leer mi discurso. Busco el papel por última vez y lo encuentro en el fondo de algún bolsillo. Pido silencio a los invitados y desarrugo mi escrito; lo miro a vuelo de pájaro y decido improvisar, decido no leer la sarta de lugares comunes y palabras cursis que uno emplea en este tipo de situaciones. Levanto la voz y siento que todos están callados; impera un silencio total en el recinto, todos esperando mis palabras de felicitación, todos con sus mejores vestidos y sus sonrisas más amplias. Entonces digo que mi amigo de la infancia es un gran tipo, menciono algunos recuerdos de los dos juntos, algunas anécdotas sobre el barrio donde nos criamos, los partidos de fútbol y los vidrios rotos en las casas de los vecinos y demás fechorías típicas de la edad. También digo que éste es el día más importante para él y que también es el peor día para mí. Ni yo mismo puedo creer que esté diciendo esto, pero sigo. Suelto todo el rollo de Cartagena y explico con detalles cómo sucedieron las cosas, cómo fue que se enamoraron estos dos. Le reclamo a mi amigo, en público, que él me ha robado a la mujer que más amo. ¡Imaginate! ¡El día de su boda! Todos están estupefactos; yo propongo un brindis y nadie me sigue; todos paralizados. Meses después, tenemos a esta ex novia mía llamándome por teléfono para contarme que se ha divorciado de mi amigo, que la convivencia no ha funcionado, pero que tiene tres semanas de embarazo, que si yo puedo recomendarle un sitio para abortar, que no quiere tener un bebé por ahora, que no quiere dañar su figura, que no quiere dañar su carrera. Yo la recibo en mi casa y la acompaño a abortar adonde un conocido de la universidad. Luego la cuido y le compro medicinas y le doy apoyo moral. Pasan los días y todo vuelve a la normalidad. Ella se va a vivir con sus padres y reiniciamos de nuevo un romance. Una tarde X estoy comiendo en un restaurante X y la veo a ella con él. Se me acercan los dos y me dicen que han vuelto a arreglar las cosas. Yo, desilusionado, me pierdo de su vista sin mencionar palabra. Y aquí estoy, Marinero, en tu bar, tomándome una Pilsen, sintiendo el ritmo frenético de esta salsa, esperándote a que cierres para que nos vayamos donde las putas; aquí me tenés. Escuchando a Gilberto Santa Rosa. Recogiendo una tapa de cerveza Pilsen del suelo y usándola para tallar unas palabras sobre la mesa: "Algún día, esta calle estará rodeada de rascacielos y Apartadó será una ciudad llena de malls a lado y lado de la carretera. En el futuro, este lugar se llenará de fábricas y de humo. En el futuro los autos tendrán alas y podrán volar como si fueran aviones, pero no tendrán que usar gasolina porque se habrán inventado nuevos tipos de combustible no contaminante".  

Voy al baño y me hago un par de rayas. Luego vuelvo a la mesa y encuentro el siguiente mensaje tallado en la madera, al lado del anterior: "Vos te podés meter tu discurso ecológico culo arriba. Andate mejor a que te metan una verga en el barrio de los maricas y todos los miembros de tu club pueden ir a que se los piche un burro". Yo me lleno de sentimiento y busco a Marinero y le digo, ¿Qué pasó, Marinero? ¿Por qué me pusiste este mensaje? ¿No te gustó el que yo escribí? No fui yo, me dice Marinero, fueron las Autodefensas. Pasaron por aquí mientras vos estabas en el baño; venían por la cuota de este mes, pero yo sólo les pude dar la mitad. Dijeron que más tarde volvían a ver si ya les he juntado su dinero y a ver si vos volvías. Me preguntaron que quién había tallado esas palabras en la mesa y yo les dije que vos, pero que te habías ido, que no eras de por acá, que sólo estabas de pasada. Ellos no te distinguen todavía, y entonces van a volver para ficharte. Yo miro alrededor y veo las paredes del bar pintadas con grafittis: "¡AUC presentes!!! Fuera guerrilleros y comunistas de Urabá!" Pero ¿por qué yo?, digo a Marinero; ¡si yo pienso igual que ellos! ¡Si yo estoy de acuerdo con su ideología! ¡Si yo quiero que Apartadó progrese! ¡Si yo quiero que los gringos vengan y llenen esto de libertad y democracia! ¡Si yo quiero que a Su Majestad la alcaldesa la pongan en su lugar! ¡Que la manden freír papitas a un McDonalds! ¡Que la manden a vestir Santos! Así son las cosas, me dice Marinero. Con esta gente uno nunca sabe. Entonces le pregunto a Marinero que a dónde se fueron todos, que dónde están los clientes; que qué pasó con mi negramenta, con mi salsa, mi sonido bestial, mi descarga, mi anarquía controlada, ¿¿mi himno de Gilberto Santa Rosa??????  

Marinero dice que eche un ojo al patio, al solar donde se secan los dos o tres palos de plátano que aún le quedan. Voy a la parte de atrás del bar y veo los cadáveres, los cuerpos mutilados, las moscas, las fosas comunes a medio excavar, la barbarie en su máxima expresión, más grafittis, carteles pegados en el pecho de los muertos, amenazas contra los auxiliadores de la guerrilla, voces de victoria, advertencias, macartismo, inquisición, oscuridad, mucha oscuridad, oscuridad 100 % colombiana, oscuridad de exportación. Y entonces, empieza a caer la noche.  

Vuelvo adonde Marinero, a la parte delantera del bar, y le pido una cerveza. Le digo que se me ha hecho tarde, que debería estar en Chigorodó Estéreo haciendo mi programa de radio. Marinero me pregunta si he visto lo que han acabado de hacer los fachos y los del otro lado, los marxistas. Son alucinaciones; puras alucinaciones tuyas y mías, Marinero. Es esta cocaína y las cervezas de tu bar, ¿sabés, Marinero? Después de cierto punto, los adictos empezamos a imaginarnos cosas, a ver realidades horribles que sólo suceden en nuestra imaginación. Ya verás cómo mañana se me pasa; ya verás cómo he de levantarme después de una buena dormida; ya verás qué bello se verá todo con el nuevo día. Ya verás que el sol brillará de nuevo al amanecer y todos comprenderán que se trata de un mal sueño; una pesadilla que se le ha instalado al cocainómano en sus viajes. Ya verás que he de levantarme al lado de Rosario y le diré que aquí no pasa nada, que Colombia es hermoso, que ella y yo estamos en el medio de un remanso de paz; que aquí no hay guerra; que aquí lo que hay es un grupo de ciudadanos decentes combatiendo a los terroristas. Ya le diré a Rosario, mañana mientras desayunamos juntos, cual video-clip, que nos olvidemos de todo, que nos encerremos en nuestras burbujas modelo Clase-Media-1970; que nos hagamos los pendejos; que sólo importamos ella, yo y nuestro televisor con los programas de farándula y con los canales norteamericanos.  

Mejor ven, Marinero, y te cuento qué pasó con aquella otra novia que yo tuve en Medellín; sí, la del aborto, la que acabó de pasar en una bicicleta con un bolso de terciopelo terciado y sus 50 kilográmos de peso. Resulta que estando yo aquí, pasados unos seis meses de haber dejado a Medellín, me llama por teléfono y me dice que anda buscando empleo, que anda en la ciudad toda desplatada, que ya está a punto de graduarse y que le gustaría cambiar el paisaje. En resumidas cuentas, me indaga que si yo sé de algún empleo, aquí, en Urabá. Yo le digo que me deje averiguar, y que me dé un par de días, a ver qué puedo hacer por ella. ¿Si la ves? Es ésa Marinero; la que va en aquella bicicleta, la del pelo teñido de naranja; ésa es la mujer de la que te hablo. El resto de la historia ya te la podrás imaginar, Marinero. Sí, la de la minifalda. La que amó profundamente a todos sus amantes. La que se escandaliza por una raya de cocaína, pero a la que le resbalan los millones de muertos acumulados en la puerta de su casa. La que empezó teniendo un novio sicario a los 14 y la que terminó persiguiendo a un yupi a los 25. Eso sin contar el artesano (pasando por el rockero), el cineasta, el escultor, el estudiante ingenuo mejorando lo presente, el poeta, el novelista, el caricaturista, el actor, el danzarín y el fubolista. Ésa. La que es mitad universidad pública, mitad universidad privada. La que una vez se me apareció de vuelta en mi puerta, a preguntarme "¿Qué haces?", "Sólo merodeaba por el vecindario"; "pasaba por aquí". "Vi luz y subí", a decirme que yo había sido lo único que ella realmente había amado, imaginate, Marinero. Y entonces yo le digo, prosigo, que las cosas han cambiado, que las cosas siempre cambian, que nunca permanecen iguales, que uno no es el mismo después de ciertos acontecimientos; que hay lecturas que lo modifican a uno, por dentro; que mejor gente llega a tu vida siempre, que mejor gente siempre habrá por conocer; que uno parpadea y el mundo entero ha desaparecido, que cualquier mañana te levantás y eres un extra en tu propia movie. Y ella me dice que lo entiende, que está bien; que va a respetar lo de Rosario y empezamos a convivir como al principio de las cosas, como amigos, como lo que nunca debimos haber dejado de ser. Y pasan los días y pasan los meses y una noche cualquiera, cuando ella juega con Pedro Juan, cuando estamos en unos menesteres demasiado íntimos como para que seamos capaces de auto catalogarnos de "amigos”, yo le digo que Rosario vuelve, que vuelve para quedarse, que vuelve a tomar lo que le corresponde, mi corazón. Así es, Irma. Mañana a las 2 p.m. llega Rosario en vuelo charter al aeropuerto de Chigorodó, proveniente de la ciudad de Bogotá. Y yo sé que te va a sonar muy cabrón lo que te voy a pedir, pero vos ya lo sabías, no me digas que no estabas advertida. Yo te había dicho que te podías quedar en mi casa hasta que Rosario volviera. Perdoname que te lo diga tan tarde y así, tan sin anestesia, pero vos tenés que comprender que no es fácil; yo también estoy confundido; yo también siento un remolino en mi pecho, también estoy experimentando sentimientos encontrados.  Además, habíamos quedado en que íbamos a evitar enredarnos de nuevo, vos y yo; que íbamos a seguir siendo amigos. Pero así es; te lo tengo que pedir; te ruego que empaqués maletas y te largués. Yo no sé cómo reaccionaría Rosario si supiera que vos estás viviendo conmigo. Yo sé que vos no creías que ella fuera a volver. Creeme: ni siquiera yo estaba seguro que fuera a pasar; pero pasó; así están las cosas. ¿Cómo íbamos a saber que yo te había superado, pero no a tu piel ni a tus piernas? ¿Cómo iba a saber yo, que se me iba a ocurrir esta magnífica idea de la venganza, que se me iban a alborotar mis viejas heridas?, digo; Rosario me ha llamado esta mañana y me ha pedido que si la puedo recoger en el aeropuerto. Llega cargada de equipaje para quedarse a vivir aquí, en la selva. Se lo trae todo. Su ropa completa y sus cosas. Sus pinceles y sus acuarelas, sus libros de dibujo y sus manuales de diseño. Sus compact discs y su atrapasueños, y su mandala también.  Dejá de jugar con Pedro Juan, te lo pido Irma, por favor. Mirá que se está animando y no considero que estemos para un bazar de atracciones lácteas. Tampoco para longitudes de onda ni efectos doopler. No están dadas las condiciones, no lo creo. Mañana viene Rosario y me gustaría que lo discutiéramos una vez más. ¿Te apetece que lo hagamos afuera? ¿Te suena que dejemos a Pedro Juan tranquilo y vayamos a las hamacas del garaje? Mira que un poco de aire fresco nos podría hacer bien. No he barrido las hojas del garaje pero la luna puede hacernos buena compañía.

Voy al baño del bar y me hago una raya. Luego vuelvo a la mesa y sigo hablando con Marinero. Que ¿cómo fue que nos volvimos a enredar? Pues del mismo modo en que se enredan los destinos; los que algún día tejieron un saco. Ahí, entre la cotidianidad, entre los platos sucios y la ropa sin lavar. Entre las reparaciones del gabinete de la cocina. Entre las idas al supermercado y los platos de frijoles recalentados y pescados fritos y toneladas de arroz con coco. Entre paseos matutinos en bici y trasfondos de cableados eléctricos y torres de energía y aviones. Entre humedades de algún amanecer. Entre cervezas extraviadas en la tarde y alguna botella de vino al anochecer. Entre zancudos y aguaceros feroces. Entre conversaciones triviales y confesiones tardías y alguna que otra lágrima desprevenida. Así. Como estamos vos y yo, compartiendo estas cervezas, yendo de la masacre a las putas; raspando las etiquetas de CERVEZA AGUILA en las paredes de la botella; esperando a los paracos, y a la guerrilla, que vengan por nosotros; eludiendo a Rodrigo quien me busca para que vayamos a hacer el programa de Radio. Así se va yendo la vida y así nos vamos enredando, Marinero.

Marinero se marcha y luego vuelve con dos cervezas. Nos las tomamos, miramos a los limpia-vidrios por un rato y luego vemos venir a un sobreviviente de la masacre. Parece que anda muy asustado. Su rostro palidece lívido. Se sienta en nuestra mesa y nos dice que viene de la parte de atrás del bar, que logró sobrevivir por hacerse el muerto, porque la masa encefálica de los otros cayó sobre su rostro y los genocidas lo confundieron en el body counting.  Este tipo me cae bien, le digo a Marinero, Servile una cerveza de mi cuenta. Me parece perfecta la metáfora: un tipo que se hace el muerto, pero que no lo está. Está más vivo que los demás. Es la única manera de sobrevivir en este país, le digo. Haciéndose el muerto. Los muertos no hablan, los muertos no se quejan, los muertos no sienten dolor, los muertos no opinan, los muertos no protestan. Los muertos no escriben cartas por Internet. Los muertos se encierran en sus tumbas a esperar que el tiempo haga lo suyo con sus cuerpos. Sí señor, aquí hay que hacerse el muerto porque a los muertos no hay que matarlos para que hagan silencio. De repente te matan, de pura envidia, ésos: los verdaderos muertos que se hacen los vivos. ¿Te imaginás, Marinero? Lo que es ver la vida a través de los ojos de otros. Lo que es ver la vida con unos ojos prestados. La otra semana vienen mis amigos los periodistas desde Medellín y te darás cuenta. Vas a conocer los ojos de un ventrilocuo puestos en la cara de una marioneta, porque yo te los voy a presentar. Yo los voy a traer a tu bar y pediremos muchas cervezas; te vamos a hacer el gasto y vos vas a ver lo que es lanzar una pelota de ping pong y salir tras ella mientras rebota calle abajo. Vas a ver.  Vendrán y se comportarán como si estuvieran en un país extranjero, como si ellos no fueran de por acá, como si lo que pasa en Urabá no pasara en el mismo país donde ellos viven. Los oirás lamentarse por el calor y los oirás filosofar, escucharás discursos absurdos como que la ciudad es como la libertad: "un puto concepto que sólo existe en nuestras cabezas". ¿Ahh???? ¿Te podés creer lo que estamos oyendo? ¡Que la ciudad es un puto concepto cuando aquí mismo tenemos a un amigo quien se acaba de salvar por hacerse el muerto!!!  Y allí vienen sus colegas, los que no se salvaron, los muertos de verdad. Se sentarán en nuestra mesa y pediremos cervezas. Habrá fiesta. Una reunión de cisnes. Nos estaremos mirando frente a frente en la mesa de las negociaciones. De un lado los muertos-muertos y del otro lado los muertos-vivos. Vos presidirás la silla principal, la de la mitad, como Jesucristo en la Última Cena. Beberemos el cáliz de tu sangre durante tres días y los muertos del lado izquierdo le contaremos a los muertos del lado derecho cómo fue que nos salvamos. De pronto vengan los muchachos que limpian parabrisas en las esquinas. Será una juerga romana y al que se duerma lo motilamos, porque la parranda es pa' amanacé.   Les diremos a los muertos del lado derecho que a los muertos del lado izquierdo nos salpicó su sangre mientras a ellos los mataban. Otros diremos que los cadáveres eran tantos que pudimos camuflarnos bajo algunos de ellos. Luego vendrán mis amigos los periodistas y se unirán a nosotros. Dirán que "así tiene que ser", que este es el comienzo, que se trata del autobús de la intolerancia, una avanzada de largo recorrido que empieza a recoger sus pasajeros. Tú sabes, Giulani y todos esos. Un autobús con un solo molde para poner tu culo. Si no cabe, será problema tuyo y de tu culo, pero de nadie más. Se trata de un carro automático sin chofer y si me traes otra cerveza te diré de qué se trata. Permíteme, Marinero, voy al baño.  Dialoga con los muertos mientras tanto. Dadles entretenimiento. No me los dejes aburrir, que no me tardo. Sólo será una raya y una pastilla de speed. Tal vez un varetico para bajar el embale, pero no más; en un minuto vuelvo, voy a empolvarme la nariz. Y cuando vuelva quiero ver esa Pilsen reluciente sobre la mesa, ¿eh? ¿No más Pilsen? ¿Sólo Aguila? Bueno, de todos modos, cuando vuelva sabrás el desenlace de todo esto. Te diré que el autobús de la intolerancia viene haciendo escala en Buenos Aires y Madrid; algunos creen que ha arrancado desde Nueva York, pero otros dicen que lleva ya varios siglos en la carretera.  Otros científicos, en cambio, afirman según investigaciones recientes, que el autobús de la intolerancia nace en la misma fábrica donde occidente ha sido convertido en chatarra. En el junkyard de la ONU.  En los límites entre sus instituciones y todas aquellas barreras sociales. Ahí, en el mismo barrio, donde la democracia construye sus fortalezas. Te lo cuento para que no te llevés una sorpresa. A veces mis amigos los periodistas desconciertan a sus interlocutores con sus historias. Pero son buena gente. Su único defecto es que son portadores de ese mensaje. El caso es que te advertirán. Te dirán que si no te montás, es tu decisión, pero que no digás que no estabas advertido. Pregonarán que ésa es su misión: por algo se habrán convertido en periodistas, para ayudar a la gente, para llevarles el mensaje y mostrarles así el camino de la salvación.  Así es, Marinero. Vienen tiempos duros. Tal vez, éstas sean nuestras últimas rayas de perico. Tal vez, éstos, sean los últimos atardeceres naturales que veamos. En el futuro todo ese paisaje va estar obstruido con grandes edificios. De modo que ponete las pilas y a no desanimar. A preparar unas cuantas sillas más para los nuevos invitados. De seguro los pasajeros de aquel autobús querrán bajarse aquí y tomar algunas cervezas en este bar. Tal vez querrán unirse a nuestra mesa y les haremos un lugar al lado de los muertos y al lado de mis amigos los periodistas y de los chicos del semáforo. Será un rato muy agradable. Tal vez tendremos que rezar algunos padrenuestros antes de cenar.  

Bien, Marinero, creo que debo irme antes que se haga demasiado tarde. Es preciso encontrar a Rosario y además debo darle unas disculpas a Rodrigo por no haber asistido a nuestro programa de radio. Recuerda lo que te dije. Si ves un autobús de la intolerancia, agárralo. No lo dejes ir. Vete en él, escoge el sitio más confortable y ponte cómodo. La intolerancia tiene la línea de naves más lujosas del mundo. Dale saludos, también, a todos nuestros muertos.  

Una vez en la calle, me encuentro con la Mona y con Lía. Les digo que voy rumbo al teléfono público; Necesito llamar a Rodrigo para avisarle que no puedo ir a hacer el programa de radio con él; que tiene que remar solo esta vez, que tiene que inventarse alguna entrevista porque yo estoy de rumba en el bar de Marinero, que estamos compartiendo un rato muy agradable con unos amigos muertos y que estamos esperando otros amigos periodistas, más muertos todavía, unos amigos de esos que realmente no les duele nada. La Mona y Lía por su parte, me dicen que van en dirección a Carepa, a dictar unos cursos en el Instituto Tecnológico y yo les digo que se cuiden, que la guerrilla está quemando carros a la salida del pueblo y que misteriosamente está lloviendo patos del cielo; que un paraguas no les caería mal. Ellas me contestan que si están lloviendo patos del cielo lo que necesitan es una canasta para recogerlos; ¿Llueven vivos esos patos?, me preguntan. No, llueven muertos, les contesto. ¡Ah! Entonces hay que ir por ellos antes que alguien se nos adelante y nos deje sin carne para el resto de la semana, me dice Lía, Mirá que aún no hemos mercado; mirá que estamos hartas con lo del régimen vegetariano, que nosotras somos carnívoras por naturaleza, que nuestros colmillos aún no han evolucionado a molares; yo le doy la razón y les digo que debo ir a llamar por teléfono y que debo ir a buscar a Rosario también; que no aparece; que lleva perdida desde por la tarde, que nadie da razón de ella. Lía y la Mona me dicen que fresco, que me tranquilice, que el perdido más bien soy yo y que Rosario ya muy pronto aparecerá; que a las mujeres hay que darles espacio. Por mi parte respondo que lo que ellas digan y cruzo la calle, y las veo alejarse en su moto que también es una V80 pero de otro color diferente a la mía. Pongámosle azul para encubrirlas, para no delatar aquí el verdadero horrible color caqui de su vehículo.

Así que aquí estoy yo. Cruzando la calle y allá van ellas. Las dos sicólogas rumbo a Carepa. Alcanzo un teléfono público y marco pero el artefacto no funciona. Está descompuesto. Cruzo otras cinco calles y por fin doy con otro teléfono público y hago otro intento. Meto una moneda en la ranura y una voz en la bocina me dice que eche una moneda. Yo le digo a la máquina que ya lo hice, pero la máquina se queda diciéndome el mismo mensaje, una y otra vez. Saco otra moneda y la echo por la ranura pero aparece la misma voz de antes con su puto mensaje de pedir dinero. Yo miro el reloj y pienso que ya Rodrigo debe estar arrancando el programa. Es el momento mágico de Dios donde la noche ha desplegado su manto de melancólicos crepúsculos en Facholandia. Es el momento justo cuando uno de nuestros programas de radio sale al aire. Pienso en Rosario también. Si todo estuviera resultando de acuerdo a lo soñado, deberíamos estar juntos en casa estrenando la primera noche en el nuevo apartamento. Hemos estado persiguiendo mucho este sueño, juntos. Habíamos querido rentar una casa en las afueras. Fuimos a verla pero no le gusto a ella. Luego fuimos a otra casa en el barrio de los reinsertados, pero no me gustó a mí. Así son las cosas entre las parejas. Unas cosas no te gustan a vos y otras cosas no le gustan a ella y el secreto estriba en aprender a respetar eso, por mucho que no lo tolerés. También es importante tener el valor para expresar lo que no te parece bien, mucho más que el valor de expresar lo que te parece bien. De lo contrario, olvídate! No podría funcionar. Sería el camino más corto para que una relación se cargue de hipocresías.

Al final, dimos entonces con este apartamento. No muy grande, tampoco muy pequeño. Sólo hay que decir que es bastante costoso porque es donde viven los terratenientes de la región. Casi todas las casas tienen balcones que dan a los jardines y hay perros de raza merodeando en las calles y cuando uno camina por ahí, se te acercan y te olfatean. Luego se van sin mayores aspavientos. Aquellos perros parecen saber que sos el nuevo del barrio y terminan echados junto a las puertas de sus amos, viéndote pasar con expresión adormilada.  

Así es. Ese es nuestro nuevo apartamento y ya no tendremos que soportar a los intrusos en la casa de Ángela, interrumpiendo nuestros escarceos amorosos. Quizás deba ir, tomar carretera porque el nuevo apartamento queda en la periferia. Quizás Rosario ha decidido irse por sus propios medios y me esté esperando en nuestro nuevo nidito de amor. Quizás esté poniendo las cortinas que le hacen falta a la cocina o quizás esté adelantando la pared que yo empecé a pintar esta mañana. Quizá esté organizando los útiles de la cocina y quizá este preparando algo rico en el fogón. Saco mi billetera y busco el número del nuevo apartamento. Aún no me lo sé de memoria. Guardo el papel con la lista de teléfonos y me percato que mis pasos me han llevado hasta otro teléfono. Trato de ponerlo a funcionar pero también está dañado. Esta vez una moneda se ha quedado atrancada en la ranura. Entonces cruzo otras tres cuadras y llego a una cantina donde todos los clientes están hablando de la lluvia de patos. Es una maldición, dicen unos. Es un mensaje divino, dicen otros, Se trata de un plan especial del gobierno central, les digo yo, Patos gratis pa' todo el mundo, una forma de suplir las necesidades básicas del pueblo colombiano, un complemento al Programa de Bienestarina, puesto en marcha a nivel nacional por el Ministerio de Salud a favor de los niños y de los ancianos de escasos recursos económicos. Los clientes del bar se sonríen conmigo y me muestran sus dientes de oro. En la parte de la barra atrapo el teléfono público de la casa y me cercioro de que funcione. Este es un poco más caro. En vez de una moneda tengo que echarle dos. Llamo a Rodrigo y le digo que no puedo ir a Chigorodó. Me dice que tranquilo, pero que él no sabe qué hacer. Le digo que se consiga una entrevista con un funcionario bien hablador y que le pregunte por la familia y por sus sueños eróticos cuando estaba pequeño y que los relacione con la problemática de los jóvenes incestuosos de las veredas. Rodrigo toma nota; escucho el típico silencio de una persona que escribe al otro lado de línea.  Casi puedo ver a Rodrigo doblado sobre sí mismo como un escolar que garabatea su tarea de matemáticas. También le digo que le pregunte al funcionario por una anécdota agradable en lo que lleva de carrera política y por su peor recuerdo de las veces que le ha tocado viajar a la capital. Le digo que le indague enfáticamente por sus escritores favoritos y por los personajes que más lo han influenciado como ser humano. Luego cuelgo. Vuelvo a marcar y espero que Rosario me conteste. Nada. Dejo repicar 10 veces y vuelvo a marcar de nuevo. Nada. Espero tres minutos y repito la operación. No tenemos contestador automático; no lo hemos conectado todavía, pienso. Qué vaina, digo y salgo de la cantina. En la calle me encuentro con Alejandra, quien acaba de salir de la oficina y me dice que si la puedo llevar a su casa. Yo le digo que no tengo la moto conmigo, pero que si me acompaña al bar de Marinero, Claro, te puedo dar un aventón, digo; es que dejé la moto allá; Es sólo a unas cuadras. De paso podrías tomarte una cerveza y conocer el lugar, la mejor descarga de Urabá.

Llegamos al bar de Marinero y la fiesta está en todo su apogeo. Todos bailan con todos. Los muertos-muertos con los muertos-vivos y los muchachos limpia-vidrios con las bellas mulatas del sector. Yo introduzco a Alejandra y de inmediato se ponen a bailar. Llegan las autodefensas y Marinero les paga lo suyo. Yo me les presento y entablamos rápidamente una amistad. Tenemos muchos puntos en común y todo malentendido se aclara. Llega el rumor de un muerto a la fiesta. Marinero detiene la música. Todos dejan de bailar. Se trata de un sujeto que se ha metido una sobredosis en una silla del restaurante La Bohemia en el barrio Ortiz. Parece que el sedicioso se le fue la mano con el speed y se ha quedado dormido sin nunca más despertar. Los de las autodefensas dicen que ya habían escuchado la noticia. Marinero dice que la alcaldesa está en la radio y todos ponemos atención: " Que sepan los habitantes del municipio, que la situación está controlada. Una golondrina no hace verano y nuestros jóvenes no corren peligro de que se propague una epidemia de drogadicción..." Hasta homosexual debió ser, dice Alejandra. Sí, hasta le debía pegar a la mamá, digo yo, corroborando lo que dice Alejandra con respecto a la noticia del muerto. Ese tipo de lacras son los que le hacen daño a nuestra sociedad dice Marinero; Sí, tenés razón, digo yo, habría que hacer algo al respecto, antes de que sea demasiado tarde. Habría que cortar el problema de raíz. Habría que atacar los focos de infección comunista en las universidades públicas. Habría que revisar bien el estrato de los estudiantes aceptados antes de que las calles se llenen de revoltosos tira-piedras. Habría que proteger a la gente decente de bestias como éstas. El tipo era un psicópata de atar. Yo lo conocí en los corredores de la alcaldía y vivía agrediendo a todo el mundo. A sus jefes y a sus sublaternos; yo no sé por qué no lo habían echado, por qué no le habrían cancelado el contrato. Una vez mordió a un policía de tránsito también. Su rabia era contagiosa como la de un zombie. Sus comentarios eran ácidos, mal intencionados, hablaba mal de las mujeres y sobre todo de las lesbianas. Había violado niños; era racista y homofobo como usted espectacularmente lo acaba de aseverar. Había sido atracador de esquina, ladrón de bancos e impulsor de pandillas barriales en su infancia y también traficaba cocaína hacia los Estados Unidos de América.  El tipo era de lo peor, remato. Sí, sí, dice Marinero, deberían haberlo desterrado, deberían haberlo mandado para Medellín, a que se juntara con esa otra lúmpen de allá y a que dejara tranquila a la de acá. Deberían haberlo mandado para Nueva York, digo yo, a que se muriera de frío en un barrio de latinos y a que lavara baños y se convirtiera en guionista y a que llenara miles de cuadernos con esa poesía barata de los escritores colombianos. Sí deberían, dice Alejandra. Deberían haber hecho que dejara a la gente decente en paz, dicen los otros muertos. Pero ya siquiera está muerto, digo yo. Y entonces vuelve a irrumpir otra voz en la radio, ¡Extra! ¡Extra!, el muerto no estaba muerto, andaba de parranda, interrumpimos esta transmisión para desmentir la muerte del joven periodista en inmediaciones del barrio Ortiz. La noticia corre de boca en boca y Su Majestad la alcaldesa vuelve a agarrar el micrófono. La escuchamos decir que se trataba de una sobredosis de éxtasis, con espasmo cardiovascular incluido, y entonces Marinero apaga la radio y pone el estéreo con la bandeja de cidís y entonces todos seguimos bailando vallenatos. Luego salgo del lugar, siento que el aire nocturno me patea, siento que mi camiseta con la imagen de García Márquez se encuentra empapada. El sudor del día escurre a chorros por mi cuello. Agarro mi V80 y me pierdo en la autopista. Dejo atrás los muertos. Dejo atrás a Alejandra y la dejo bailando con ellos. Dejo atrás el mundo.

Una vez en la alta carretera, trato de seguir esa raya blanca sobre el pavimento, esa misma que atraviesa la selva. A mi lado solo hay manglares. Un olor dulzarrón se apodera de mi sistema respiratorio. Las células se llenan de savia y pantano. Pienso en el día en que todo este verde sea remplazado por edificios y fábricas y centros comerciales, pero me tranquilizo. De alguna manera, Facholandia siempre estará repleto de zonas rurales en la cabeza de sus habitantes. Por mucho que este país se llene de megalópolis, la conciencia nacional seguirá habitada por vorágines de maleza y bosque. Es el destino tropical. Un montón de yerba en los pensamientos. Yerba y humo. Es el diseño milenario de nuestra alma. Monte, ríos, plantaciones bananeras y palos de café moldeando nuestro lenguaje. Burros. Sangre caliente y rastrojo. Sabor a pólvora. Palmeras cocoteras. Nunca nadie podrá urbanizar nuestros espíritus, pienso. Latinoamérica será por siempre el paraíso sexual de los Estados Unidos y de Europa; y no hay remedio.  Por siempre seremos ese lugar a donde vendremos a pasar nuestros veranos, y a tener aventuras, pero nunca seremos ese lugar que hemos de escoger como lugar de residencia. Y nuestra historia siempre estará cruzada por una raya blanca en medio de esta selva mental. La misma raya que yo trato de seguir. Esta que parte la autopista en dos. Esta raya blanca que posee un abismo a lado y lado, como si de una cuerda floja se tratara.

Supuestamente voy de Apartadó hacia nuestro nuevo apartamento, a medio camino entre la ruta que lleva hacia Chigorodó. He de llegar a casa y he de esperar a Rosario y he de rociar las flores del jardín mientras tanto. De alguna manera ese jardín representa el sentimiento entre Rosario y yo.  Cuando fuimos a que la casera nos mostrara el espacio, el jardín había sido lo que nos había enganchado a la negociación. Pagamos nuestra primera renta en medio de juramentos y promesas de que lo íbamos a cuidar como a un altar. Sin embargo, miro la única autopista que conecta los municipios de la zona y al mismo tiempo siento que es otra ruta. La ruta del fuero interno. La ruta de la reserva del sumario. Ruta de ángeles caídos en la vía. Me es díficil mantenerme encarrilado, debo confesar. Son muchas pepas en la cabeza. Muchas cervezas en un solo día. Muchos muertos en la maleta de los recuerdos. Demasiados zombies que ahora se me atraviesan en el camino. Demasiados personajes que caminan estirando las manos como sonámbulos, demasiados rostros cuyas miradas están tristes, y demasiados sujetos cuyos equilibrios tambalean de un lado a otro como si estuvieran borrachos. Personajes todos con los ojos desorbitados y con las ropas raídas como si alguien los hubiera acabado de desenterrar y con el cuerpo lleno de sangre como si otros zombies los hubieran acabado de morder. Yo trato de esquivarlos, pero son tantos que casi están bloqueando la autopista. Pienso que podría dejar la moto y seguir mi trayecto a pie, pero decido que puede ser peor. Así que insisto en seguir avanzando entre la multitud. Ellos tratan de tumbarme. Yo lucho; forcejeo; esquivo cadáveres ambulantes. Saco una botella de mi mochila y empiezo a darle de botellazos a los zombies en la cabeza. Con una mano conduzco y con la otra mano descabezo zombies que van cayendo como moscas muertas.  Paro un rato y me divierto decapitando zombies. Ellos me miran y me estiran los brazos como implorándome. Puedo ver sus ojos vidriosos llenos de vasos sanguíneos a punto de reventar. La luna resplandece en lo alto de la noche. Un ovni pasa y desde allí puede ver la escena de un mortal terrestre tumbándole la cabeza a otros inmortales terrestres. El ovni se aleja extrañado. Le parecen insólitos los juegos de este planeta. Demasiado violentos para los gustos intergalácticos. Podéis imaginar esa imagen desde el aire. La toma panorámica de una autopista llena de zombies tratando de morder a un motorista.

Logro zafarme. No son muy listos los zombies. Son más bien algo tontos. Uno los empuja y caen de espaldas como si fueran fichas de dominó. Lo dificil es que siempre andan en manada y cuando uno logra superarlos, siempre resultan más. Salen de todas partes los zombies. Eso sí: no te dejes morder por uno de ellos, porque en menos de dos horas estarías perdido. Una vez empezás a desarrollar la enfermedad, la piel se te cuartea y el rostro se te pone blanco-papel-pergamino. Dicen los especialistas, y yo lo he podido comprobar, que la mejor manera de dejarlos fuera de combate es asestarles un batazo en la cabeza o sacarles el cerebro. También uno debe cuidarse la espalda. Si te agarran por detrás te acaban. Ese es su fuerte. Tienen la extraña habilidad de desarrollar un fuerza descomunal cuando te tienen agarrado por detrás. Por eso me cuido de darles la espalda en el preciso momento. Mi gran obstáculo es que han hecho que me baje de la moto. De ese modo, tengo que empujar la moto con el motor apagado y al mismo tiempo tratar de desahecerme de los zombies.  Y es que parecen interminables los cadáveres andantes; como si esta tierra estuviera sembrada de muertos. Salen de las plantaciones de banano hacia la calle por borbotones.  Yo avanzo como puedo. Me percato que mi camiseta luce ensagrentada de tanto linchar zombies, la cara de Gabo ahora es un coágulo Negro, y de repente me topo con Marinero y con Alejandra. Ellos también salen de entre las matas de plátano al lado de la carretera. El reflejo de la luna brilla en el concreto. Examino su rostro y noto que mis amigos también han sido mordidos, aunque todavía están concientes; Alejandra y Marinero aún estan vivos y no tardarán demasiado en morirse. Sus miradas están distantes. Los siento a un millón de años luz de casa. ¿Qué pasa?, les digo, acaso ustedes no se habían quedado atrás, ¿acaso ustedes no se habían quedado en el bar tuyo, Marinero? Sí, pero hemos venido a ayudarte antes de que nos convirtamos en zombies totales. Por mi parte, yo ofrezco cualquier tipo de ayuda, pero ellos se niegan. Dicen que serían un problema para mí.

Mientras tanto, Marinero me ha pasado un rifle que traía en la mano, me dice que les tire duro y a la cabeza. Noto que Marinero empieza a brotar sus ojos como si quisiera que le echara gotas, como si tuviera rabia, como si fuera Michael Jackson en el video de Thriller, así, como cuando el rey del pop se convierte en lobo después de haber llevado su novia al cine. Dispaaaraaamee, me dice con voz gutural Marinero, a la vez que estira sus brazos sobre mí. Trata de morderme en el cuello, pero yo lo empujo y le digo que no le voy a disparar a mi mejor amigo. En ésas estamos cuando Alejandra me dice que no se siente bien y se agacha a agarrarse las heridas de mordiscos que tiene en el brazo. Otros zombies se acercan a nosotros. Vienen tambaleándose de un lado a otro. Son torpes, pero tienen hambre. Vete de aquí, me dice Alejandra sacando sus últimas fuerzas antes de empezar a convertirse en uno de ellos. Yo agarro mi moto y aprovecho un claro de concreto para prender el motor y poner la Yamaha en primera y arrancar a toda velocidad. Atrás se quedan Alejandra, Marinero, el rifle y cientos de zombies más. Yo voy esquivando muertos por la vía. Llego al barrio donde nos hemos acabado de mudar Rosario y yo, y noto que todo está desierto. En una esquina hay una ambulancia echando un zombie en una bolsa negra. Toda esta tension me desespera un poco. Miro un poco más allá y noto que los perros ya no están. Estoy parqueando la moto y veo a un zombie sacándole las tripas a una mujer, junto a la puerta de mi edificio. Las agarra con las dos manos y se las manda a la boca. Yo entro a mi casa tan rápido como puedo y, jadeante, cierro la puerta tras de mí.

Una vez adentro de casa, empiezo a recorrer las habitaciones todavía sin organizar. Rosario y yo hemos acordado tener habitaciones por separado, aunque siempre dormiremos juntos. Es una idea, de esas raras, que se le ocurren a ciertas parejas. Una noche sexo en su cuarto, y otra noche en la mía. Por demás, cariño en toda la casa. Cada cual con su propio closet. Reviso las ventanas y noto que las cortinas que hemos comprado esta mañana no se han desempacado todavía. También me cercioro de que las ventanas estén aseguradas; no vaya a ser que algún zombie se le ocurra la fabulosa idea de meterse a nuestros aposentos. Por fortuna, parece que Rosario ya se ha encargado del asunto. Definitivamente, parece que Rosario ha estado aquí, porque su ropa está un poco acomodada en su closet. Por el contrario, mi ropa aún está embutida en las mismas bolsas que habíamos usado para la mudanza y que yo había descargado en medio de la sala, posponiendo así el engorroso trance de la fase más cruel de una mudanza: la asignación de un lugar para cada una de tus cosas. Ya, con los días, el apartamento habrá tomado su forma, me había dicho Rosario. Así que nos habíamos ido a celebrar, a La Bohemia, con un buen plato de frijoles. Además estábamos con resaca y no queríamos exprimirle mucha energía a nuestros cuerpos aporreados por el sol.  Ya vendría la noche y su consabida cofradía para los menesteres y la piel.

Así que allí estoy yo, temiendo que los zombies puedan doblegar las ventanas.►  Éstas tienen una malla protectora contra zancudos y no estoy seguro qué tan resistente sea. El apartamento es lo suficientemente amplio para dos personas. Tiene un corredor y una tina en el baño. El living está unido con la cocina y allí podremos ubicar la mesa de trabajo de Rosario. Podremos poner también alguna hamaca y mis gemas de todos los colores. Ya me visualizo a Rosario, desnuda yendo de las piezas a la cocina, y yo cazándola junto a la nevera para follármela en el suelo como si fuera una perra. A las mujeres les gusta eso. Que uno se las folle en los lugares más inusitados, pero especialmente que una se las folle en el suelo como si fueran unas perras. Eso las hace poner en contacto con las zonas más primigenias de sus cerebros; las hace ir a esas regiones de sus entidades donde se sienten más esenciales, y a nosotros los varones también.  Voy hasta la grabadora que hemos instalado junto a la cocina y pongo el segundo álbum de esa nueva banda llamada Radiohead. En la carátula dice: The Bends. Es una música que Rosario ha acabado de traer de Bogotá y que no paramos de escucharla últimamente. Rosario la ha descargado en aquella misma montaña doméstica conformada por su atrapasueños, sus pinceles y sus mandalas. Miro los otros cidís y leo más títulos como Molotov, Beck, etcétera. Suena la canción High and Dry y me doy a la tarea de conectar el teléfono y el contestador automático. No vaya a ser que Rosario esté tratando de comunicarse. Debo tratar de localizarle, no sé; tal vez llamar a la alcaldía para averiguar por ella y por el estado de las cosas. ¡Qué música tan rara!, pienso con respecto a Thom Yorke y sus muchachos. Marco varios números, pero al parecer las líneas no tienen quién las atienda. Miro la luz artificial de la calle entrando por las ventanas y pienso que algunos espacios tienen sus propias personalidades definidas y que uno se olvida de entablar comunicaciones con esos espacios en presencia de terceras personas. En el preciso instante yo siento como si esta casa me hablara, como si quisiera decirme quién la habitó en el pasado. Sus paredes resuman cierta esencia a bucolismo industrial. Como si el aspecto prefabricado y tradicional de su diseño hubiera recibido cierto toque de humanismo, como si nos fuera preciso a Rosario y a mí continuar con dicha tarea. La tarea de la tradicionalización de los enceres.  

Recorro de nuevo el apartamento, casi midiendo los pasos. Busco detrás de las puertas con el afán de confirmar cierta ausencia total de zombies. También miro debajo de las camas y en los recovecos de los armarios. Quiero estar totalmente seguro. Apago la grabadora y enciendo el pequeño televisor de 14 pulgadas que hemos puesto en mi habitación. Siempre me ha gustado este desenfado de Rosario y yo, para con las cosas. Aunque sé que en el caso de ella se trata de una experimentación. ¡Vamos! Que Rosario anda en su etapa más de ensayo; en esta etapa de la vida cuando todos los excesos se perdonan, en esta etapa donde todos estamos descubriendo el mundo. No sin dejar de tener en cuenta que muchas personas llegan a la vejez sin haber sabido nada, dice Rosario cuando hablamos de estas cosas. Algunas personas viajan de un lugar a otro pero siempre vuelven sin haber captado nada, le contesto yo.  En mi caso propio, siento que el viaje es hacia adentro, siento que de verdad me tienen sin cuidados los objetos materiales porque no tiene nada que ver conmigo, remato. Y ella se queda mirándome fijamente, como extrañada. Están por fuera del ámbito de mi misma naturaleza, que es en el fondo lo que en realidad me importa, continúo. Ella se arrellana en la silla Rimax. Estamos en la Bohemia, pero no estamos. Mejor dicho, ella y yo seguimos allí, hablando de estas cosas; pero mi mente no. Mi mente está en el apartamento que hemos acabado de rentar y Rosario no se ha ido a caminar por ahí y yo me he acabado de meter aquel ácido. Recorro las habitaciones y nuestras voces retumban en mi cabeza: Para mí existen unas únicas cosas esenciales que van más allá de los simples productos culturales, le digo. Este televisor no es más que un pedazo de hierro convertido en herramienta pasajera llamada a desparecer y estas puertas no son más que unos pedazos de madera que en cualquier momento podrían derribar los zombies♠, le digo. Sin embargo, yo no, porque yo soy eterno, continúo. Yo lo entiendo así. Y entonces, veo que Rosario me lo respeta y yo se lo agradezco. Por su parte, ella asevera que, antes de estas cosas, lo que realmente importa es el factor humano y que sobre esa base está montada nuestra relación. Lo hemos discutido ya y Nico' pasa con su trapo y limpia algunas mesas. Todo esto pasará y lo importante será el saldo de nuestras almas, dice Nico, como burlándose, como llevándonos la corriente.

Llamémoslo historia, pienso. Los canales regionales no funcionan, pero en la televisión nacional están informando sobre el fenómeno de los zombies. Dan algunas instrucciones de cómo se deben eliminar y advierten calma a la opinión pública, pues las fuerzas armadas se han dado a la tarea de atacar el problema. Sigue a continuación una lista de las zonas afectadas y una entrevista con un experto que especula sobre las posibles causas de la zombificación facholandiana. Parece que todos mis planes de pintar las casas del pueblo se han estropeado con la crisis. Escucho ruidos afuera, como de gente que sufriera. Debe tratarse de ellos, los zombies, pienso☻. Miro a la ventana y veo sus sombras. Sus brazos en contraluz tratando de entrar a mi nidito de amor. Me pregunto dónde andará Rosario. Habrá sido mordida por alguno de ellos. ¿Les tocaría igual suerte a los demás?

Entonces, escucho que alguien mete una llave a la puerta del apartamento. Me pongo truchas y pesco una escoba de la cocina. Es lo único que encuentro a la mano. Me parqueo detrás de la puerta y veo cómo la cerradura empieza a traquear. Sus pasadores suenan. Alguien la está abriendo. Me pregunto si será la casera, quien habrá sido mordida por un zombie y ahora tratará de alcanzarnos a los nuevos inquilinos de su propiedad. No la pienso dos veces y levanto la escoba. En una fracción de segundos, pienso que una vez el zombie abra esa puerta, yo le estaría enterrando la punta del palo en el corazón. En algunas películas dicen que eso también funciona.  Entonces se abre la puerta y veo la figura resplandeciente de Rosario entrando. Me parece que luce como un ángel; una luz, tipo Living on a prayer, detrás de ella. Siento que la amo, pero temo que ya haya sido mordida y que esté en proceso de zombificación. Ella entra rápidamente y cierra la puerta con agilidad. Jadea como si hubiera estado corriendo: le falta la respiración. Apoya la espalda con alivio sobre la puerta cerrada y yo le pregunto si está bien, pero ella no me responde. En realidad, actúa como si no pudiera verme. Veo que se dirige a la cocina y sirve un vaso de agua. Me pregunto si es uno de ellos, pero deduzco que los zombies no toman agua. Los zombies sólo comen carne humana. De manera que me tranquilizo. Seguramente es el shock, divago.  Sigo haciéndole preguntas pero no me contesta. Debe ser la impresión que la tiene ida, pienso. Ella termina de tomar agua y descarga el vaso en el zinc. Yo hago lo mismo con la escoba y la sigo hasta el fondo del apartamento. Rosario ejecuta el mismo ritual de chequear las ventanas y asegurarse de que la puerta de la calle esté bien cerrada. Luego va hasta mi habitación y apaga el televisor. Agarra mis maletas y empieza a acomodar mi ropa en el armario. Yo me enternezco. Constato de una vez por todas que no ha sido mordida. Luego ella va hasta la tina y pone a correr agua caliente después de haber dejado mi ropa perfectamente doblada y al resto del closet reluciente de orden: en un lado las camisetas y en el otro los pantalones. Mis camisetas de escritores en un solo montoncito y mis camisetas de fondo entero en otro montoncito.  Acto seguido veo que Rosario va hasta su habitación y se desnuda.  Una vez en cueros, pasa por la sala y empieza a desempacar las cortinas mientras los zombies siguen pegando sus narizotas en el cristal de las ventanas. Los mosquitos, que el angeo no alcanza a filtrar, le pican la piel. Yo me siento en una de las cajas sin desempacar, en aquella que dice 'COCINA' en letras torcidas, y me pongo a disfrutar del espectáculo. Me parece que mi amor por Rosario se intensifica cada día. Al principio habíamos empezado como una aventura de vacaciones, como un amor de verano. Como uno de esos amores que uno engancha por lo excepcional de la temporada. Hicimos el amor una primera vez sin pensar que ese bus nos iba llevar muy lejos. Creíamos que nos íbamos a quedar en el próximo pueblo, en la estación más cercana, pero empezaron a llegar los destinos y vimos que ese vehículo no paraba. Giraban los itinerarios y nosotros seguíamos ahí, en la misma ventana que uno usa para ver pasar los paisajes y los días. Dos caras felices asomadas al viento de la vida y a la fricción del recorrido que nos hacía cerrar los ojos y sonreír y apretar las muelas de felicidad. Pasaron los meses y ella se había tenido que ir a la capital por medio año y nos dijimos adiós sin estar nada seguros que fuéramos a sobrevivir a la distancia. Pero así son las cosas. Sobrevivió el amor y aquí estamos; ella poniendo las cortinas y yo embelesado con su cuerpo desnudo. Ella haciéndole muecas burlescas a los zombies y yo moviendo mi culo de caja en caja para no aplastar los contenidos. En palabras más técnicas, soy como un movimiento de cámara que trata de registrar a Rosario desde todos los ángulos posibles.

Listo. Están puestas las cortinas. Ahora ella va hasta su cuarto y se extiende sobre la cama. Acomoda la cabeza en una almohada y abre las piernas. Me parece hermosa su desnudez, algunas pequitas aparecen juguetonas allí y allá, dentro de su piel curtida por el sol; sus senos derramados. Abre las piernas y empieza a tocarse el cielo. Saluda a los querubines. San Pedro en la puerta, haciendo el registro de todos sus elegidos. Yo sentándome a su lado y empezando a mirarla. Mi mirada delatando agonía, las pupilas que se dilatadan y mis hormonas que claman de hambre. Siento que no me ve, pero trato de poner una mano en su muslo, (la cual ella retira suavemente). Luego sigue saludando a un par de cupidos que juegan con sus flechas y con sus arcos en el lobby del cielo. Ella sentándose en la sala de espera y empezando a leer una revista femenina donde hablan sobre auto-estimulación en los senos. Por el altavoz una voz diciendo que Dios muy pronto estará disponible. Ya verás como te estoy esperando. Pero mientras tanto sigues con tu cielo personal, Rosario, ese cielo propio donde todos somos dioses y mejores que Dios; mmmhh, qué rico se siente, gracias Dios, por tanta gracia divina y por tanta gracia mojada. Yo me incorporo y empiezo a quitarme la ropa, no pienso perderme esta fiesta. Déjame tocar un poquito. Déjame estar a un ladito. Me echo a un costado, soy un invasor en aquella cama, como si fuera un perro faldero en busca de limosna afectiva y Rosario se retuerce con su propio placer. Rosario rehuyéndome. Parece querer terminar sola. Seguir su gesta como empezó: de una manera totalmente auto suficiente.  Entonces yo no me aguanto y, después agarrar un misil de mi placard y abalanzarse sobre ella. Ella saltando de la cama y yendo hacia la sala y yo quedándome desolado. Estrujando este desaliento en las almohadas, metiendo monedas en una alcancía, bordando dardos en las nubes, amplificando voces de fantasmas en busca de corporeidad. Yo preguntándome en qué estaré fallando. Hacer recopilaciones de nuestros recuerdos más eróticos y descubrir que hace varios días no bajo al dispensador de gaseosas. Recordar que en los primeros días había sido diferente. Yo iba y bebía de sus Pepsis y de sus Sprites, las que más me gustaban; aunque también a veces tomaba pura Fanta. También a veces mordía aquellas almendras almibaradas que vendían en paquetitos de colores. Bañarse con sus aromas brotados de la máquina de hacer cafés y chupar de aquellas paletas marca H. Dazen. Pero ahora me he vuelto perezoso. Pensar que mis 25 centímetros son suficientes con tal de que los logre sostener por el tiempo adecuado. ¡Qué equivocado se puede estar! ¡Siempre me pasa eso con todas mis novias! Al principio muy entusiasmado por allá abajo, pero después nada; cero pollito rayado. Me vuelvo un vago para insertar billetes en la ranura.

 Salgo de su habitación y la encuentro sobre mi cama con una foto mía. Rosario acariciándose cada una de sus texturas. Rosario buscando alguna costura por donde haya sido confeccionada y no encontrando ninguna. Ella toda siendo compacta. Una muñequita de lujo; uno de esos leoncitos de pana que venden en las tiendas más lujosas, una chaqueta de piel; algún metro de gabardina para regalarle al abuelo. A mí no quedándome otra alternativa que observar. Escuchar la tina prendida. El agua corriendo. Los zombies atacando las ventanas. Rosario masturbándose en mi habitación y entonces escuchar un ruido de cristal roto en la sala. Ir a ver qué pasa y encontrarlo allí. Uno de los muertos-vivos convertido en zombie. Teniendo medio cuerpo adentro; quedándose ensartado sobre un cristal en el marco de la ventana. Chapaleando y moviendo los brazos como si estuviera en una red. Los otros zombies aprovechando y destrozando aquellas flores del jardín, aquellas flores que Rosario y yo tanto íbamos a cuidar. Yo poniéndome a dar de escobazos a los zombies. Lograr contenerlos pero no derrotarlos. Algunas gotas de agua sangre y pus salpicándome en la cara. Alcanzando a aplastar dos o tres cabezas. Rosario viniendo hasta la cocina y abriendo la nevera. Sacando un par de tomates y empezando a pelarlos. Luego verla volver a la nevera y verla sacar un tercero, el cual se devora lentamente. Luego volver a los otros dos tomates y empezar a picarlos en rodajas sobre una tabla de cocina. Rosario poniendo agua en el fogón y yo combatiendo a esos zombies que cada vez son más y que pueblan el interior de nuestra sala. Notar a Rosario desnuda y verla quitarse la camiseta y arrojarla hasta la cocina. Ella agachándose y recogiendola y poniéndosela y antojándose muy sensual, así sin ropa interior, semidesnuda. Yo con los zombies. Rosario preparando una de esas comidas vegetarianas llenas de raíces y masatos a base de granos. Algo así como un humus a la colombiana. Luego poniéndose en la tarea de un empastado de maní y sentándose a esperar que la comida repose. El sexo a la deriva. Las papilas gustativas probando sus menjurjes y sazonando sus alquimias de vez en cuando con licores inventados. Las manos prendiendo un cigarrillo y el dedo índice ejecutando un cd de The Clash.  El parlante escupiendo esa canción llamada Lost in the supermarket. Rosario fumando y las volutas de humo haciendo aros en el aire. A mí pareciéndome absurda la situación, pensando que ella debería ayudarme. Bueno, un poco de solidaridad, por favor. Nunca viene mal saber que cuentas con tu pareja para resolver los problemas. Oiste, Rosario, vos sabés que a mí no me gusta la comida vegetariana, en ese sentido no soy muy progresista, más bien conservador, todo un cristiano legalista. Esas criaturas las puso mi dios en la tierra para que hiciéramos uso de ellas. Mirá que si vamos a ponernos light! Yo ya no voy a jalarle a la discurso ecologista. A mí que no me toquen el chicharrón en mi 24 de diciembre. Y llamame "creacionista". Que los pavos sufran cuando son sacrificados no es mi problema. Que los pavos sean engullidos con toda su carga energética de cadáver tampoco lo es. Si es por un buen pedazo de bistec, yo me cago en todas esas idioteces evolucionistas. El Edén está ahí y hay que agotarlo, tal como dispuso mi dios. A mí que me piquen uno de esos venados que se pasean sabrosamente por los documentales del Discovery, y también que me los sirvan con papas fritas y con arroz. Es mejor advertirle a Nico' que la carne tuya la ponga en mi plato, que yo me encargo para que esa carne no se pierda. Esperame a que me reponga; sólo es un bajonazo. Me recupero de este viaje y nos ponemos en lo de los frijoles.  ¿No que te ibas a lo de Patricia y Raúl? ¿Te hacía dando un paseo por las calles quietas de este pueblo. ¿O es que ya estás de vuelta? ¿Ya fuiste y viniste?

 Y yo nunca enterándome de nada. El tiempo pasándose como agua entre los dedos y yo tratando de empuñarla. No enterándome a qué horas has regresado. No enterándome siquiera a qué horas te fuiste. Estábamos sentados en esas sillas Rimax de la Bohemia y ahora estamos aquí, en nuestro nuevo apartamento y nos estamos contando nuestras vidas, mientras los zombies tratan de meterse por las ventanas. Y de repente, te veo cocinando tus tomates en la cocina y dos zombies después ya no estás.  Y el libro ese de Rafael Chaparro sobre la mesa con manchas de grasa en la cubierta y 3 granos de arroz y otras migas en las páginas interiores y también un gato extraviado con severo trip-trip que cosa tan jodida. Ya te has ido. Dos zombies después, ya me has dicho que no te sientes bien y que te han empezado a atropellar los recuerdos. Los recuerdos de la masacre, los recuerdos de tu abuela. Dos zombies después, yo te digo, ¿Que querés hacer? Y vos me decís que quizás querás irte a emborrachar por las calles conmigo o que quizás querás irte a visitar a Patricia, la teatrera. Y entonces te levantás de la silla y me decís que me querés y que no tardarás, pero pasan las horas y no volvés y yo empiezo a desesperar de tanto esperar. Esperar el cometa Halley, esperar el eclipse, esperar el partido de la Selección y esperarte a vos, a que volvás y a que me salvés de toda esta sordidez y de esta gente, del ruido del mundo, de toda esta guerra que se nos viene. Quién iría imaginarse. Que estamos en unos años claves. Unos años donde se empieza a desatar uno de los capítulos más oscuros de la humanidad. Vendrán más y peores masacres en relación a las que estamos viendo. Los humanos no mejoramos. La gente se vuelve peor persona. Sí; en los años que vienen todo el mundo jugará más sucio. Y yo dedicado a esperarte en esta silla. A esperar que vengás y terminemos ese video que estamos haciendo y que nos perdamos entre las sombras de este pueblo y que quizás hagamos la siesta bajo los árboles. Pero se llega la noche y vos no aparecés y entonces voy a buscarte. Mirá que somos el uno para el otro. Mirá, Rosario. Mirá qué bien se nos ve a los dos juntos! Mirá qué bien la pasamos en las horas ciegas del amanecer cuando mis erecciones y tu desnudez nos despiertan a los dos. Mirá cómo vos y yo representamos la última esperanza de nuestros amigos. Mirá cómo ellos nos ven andando por los parques y dicen, ¡Qué bellos! ¡Qué bonitos! ¡Qué hermosos lucen como pareja! ¡Yo quiero un amor igual, mamá! Un amorcito de verano de esos que salen en la tele; un amorcito de verano de esos que vimos en las vitrinas del centro; y vos ahí, siendo la atracción del pueblo; el sex symbol de la migración citadina, y yo ahí, tumbado en una silla con una sobredosis de ácidos mezclada con borrachera y guayabo puntudo, siendo el hazme-reír tuyo, queriendo que todo sea un mal sueño. Pero no. Todo es verdad, porque ahí están sus comentarios; los escucho, zumbándome en las orejas como una voz que recorre el pueblo, como algún artista desconocido que tiene algo que decir con su pintura y su dramaturgia, pero al que nadie conoce, mientras él mismo se hace preguntas la tarde de un domingo cualquiera sentado junto a una taza de vodka en su cocina; mientras él compone una canción y escribe una pieza de teatro con las razones por las cuales a la gente le gusta salir de casa a pasear un poco y ver si se encuentran con algún conocido antes de que caiga la noche para no sentirse tan olvidada de la gran sinfonía universal. Ahí los escucho, a ellos, los clientes de La Bohemia, en ese lugar del tiempo donde das un paso adelante y estás adentro, y luego das un paso al lado y estás afuera. Sí, Rosario, abrir la puertas de la percepción y caer a esa habitación donde la gente juega a meterse en una red, mientras vos y yo construimos un camping con una sola carpa y un tocadiscos adentro con muchos acetatos y con dos linternas apuntando a nuestros rostros y con una colección de carritos también sobre una caja de cartón cubierta por un edredón de motivos espaciales. Y la red, que más bien es un chinchorro, creciendo sobre las cabezas de los demás, y vos preguntándote que hay de atractivo en todo aquello y el artista del teatro sintiendo que se puede perder algo, apurándose entonces a echar los restos de vodka por su desagüe y a darse un buen baño y echarse una buena loción, para saltar a la calle y así sacarse esa sensación de que el mundo es una suerte de tiquete de ida, pero no de vuelta, y con fecha de vencimiento para el domingo en la tarde y que, si no lo usa, un avión demasiado importante lo podría dejar a solas, en la estación desolada de su propio domingo personal; y yo estoy aquí Rosario, pensando que es inútil tomar una foto de este instante porque en realidad los instantes no existen, los instantes todos ya se han ido; así es el mundo cuando te ponés a observarlo: se te va. Esta gran imagen de vos y yo sentados en este bar se fue, se la tragó el pasado, acaso el olvido; ya no está; ¡fua! Se esfumó mientras tus neuronas de Homero Simpson se interconectaban para construirla, y yo escuchando este zumbido en mis oídos, presintiendo a más gente enredada en el chinchorro y preguntándole a Nico' si por casualidad tiene un revólver; que necesito un estallido muy fuerte cerca a los tímpanos, algo que me sacuda, pero que no me queme como lo dicta la costumbre de mi radar moldeado por el rock and roll y los disparos.  Y Nico' diciéndome que nada, que no carga revólver desde aquellos días en que coronó dos barcos llenos de marihuana en la USA y yo respondiéndole que Fresco, que con un pase está bien, que por ahora mi prioridad es levantarme de aquí e ir en busca tuya. Coger la moto e ir a toda velocidad hacia la casa de la Mona, porque en la casa de Patricia ya Raúl me ha dicho que vos no estás, que vos acabaste de salir y yo llevándome las manos a la cabeza como si hubiera acabado de errar un gol y Raúl indagándome que cuál es la urgencia, que por qué la preocupación y yo contestándole que no es ninguna en especial, que es solo aquella noticia de unos zombies provenientes de las plantaciones bananeras que han bloqueado la autopista y que ya han asolado varias zonas del pueblo. Y Raúl riéndose y diciendo que yo lo había alcanzado a preocupar, que él pensó que se trataba de algo grave. Sí pero yo no sé dónde se encuentra Rosario, le digo. Y él tranquilizándome diciéndome que cerca, que Rosario siempre estuvo cerca, que eran los días de la primavera y que dejó su sonrisa en ella. Raúl diciéndome que Rosario no ha salido del barrio el Darién y que los zombies hasta aquí no llegan. Raúl en el umbral de la puerta con la luz de la sala saliéndose hasta la acera, aconsejándome que vaya a la casa de la Mona donde hay una fiesta, o que de pronto en la casa de Nancy y Ana María, porque algo mencionó.

Y entonces, yo allí, cabalgando al viento como Centella en mi moto Yamaha V80, a toda velocidad por las calles del Barrio El Darién, rompiendo la ansiedad con un témpano de cristales líquidos bajando por el tímpano donde todo aquel zumbido se neutraliza. Y la tarde derramada. Y la mañana boca arriba y la noche que es un camión sin frenos. Los caballos muertos en la autopista. Los retenes militares; los televisores oxidados en medio de los patios abandonados y las avionetas rugiendo por nuestras cabezas, planeando sobre las bananeras; los guerrilleros quemando buses y los zombies saliéndome al paso. Yo esquivándolos. Buscándote a vos por todo el pueblo, visitando cada una de las casas. Hola, ¿has visto por acá a Rosario? Una chaparrita; tal vez no la conozcas, nunca te la he presentado. Es que es un poco retraída, un poco disoluta, maneja el bajo perfil; vos sabés cómo es esto de la distinción bogotana; uno cree que es arrogancia, pura y simple displicencia urbana. Pero no. Es pura prudencia de final de siglo, discreción heredada que llaman; hacerse notar más por el silencio; más presencia que ruido, venderse por el no estar, brillar por tu ausencia, pasar como una sombra fugaz entre las tardes del domingo, aunque para decirte la verdad, Rosario, ha cambiado mucho. La gente de este pueblo la ha hecho más calentana. A Rosario le ha servido mucho venirse a pasar una temporada por estos aíres, se le ha salido lo mejor que lleva por dentro. Una cerveza está bien, gracias, no voy a quedarme mucho rato; con esto de los zombies sólo me interesa encontrarla a ella. Sí, es extraño como el clima nos moldea. Si vos la conocieras de entrada te llevarías una falsa opinión. Lo mismo ella para contigo. Es que ustedes dos son demasiado parecidos; ustedes dos son de esas personas que les cuesta abrirse desde el principio. Ustedes dos son ese tipo de mujeres que les gusta tantear a las personas cuando apenas las conocen, debe ser porque ambas son de la capital. Sabés que yo no soy así. Yo fui criado diferente. Yo vengo de una ciudad donde todos somos muy entradores. A vos te presentan a una persona y ya la estás tratando de tú a tú. Mejor dicho de vos a vos; porque es que en Medellín nos tratamos de 'vos', o de 'usted' a veces. Y es que como dice Rosario, los paisas a veces somos mamones de lo queridos. Un paisa siempre te abre las puertas de tu corazón de entrada y no le da oportunidad al silencio en las coversaciones. Yo no sé ustedes las bogotanas cómo hacen para compartir tantos minutos en silencio. Al final, hasta es mejor así.  Es que a veces podés tener muchos problemas si te le brindás a la gente y la gente no está dispuesta a brindarse con vos. Mirá. Si vos vas a Medellín y como turista le preguntás una dirección a alguien decente, lo que llamamos el decente estándar, la media que llaman, no un maleante cualquiera por ahí, ese alguien no sólo te va a indicar la dirección sino que te va a llevar hasta ella. Son super queridos los paísas. Mamones de lo queridos. Y si te descuidás ese alguien te lleva a su casa y te presenta a toda la familia y te sirve un aguardiente y te da de comer, mientras cancela todos sus compromisos para hacerte de guía por la ciudad. Eso sí, no le vas a dar papaya a un paísa, porque si te pilla la debilidad, te la hunde.   



Diez años después

Voy a la esquina a ver qué pasa. Hace un buen día y quiero ver la gente en la calle. Nada en especial. Sólo los mismos transeúntes yendo de aquí para allá, presurosos, hablando en todos los idiomas, llenando sus minutos de preocupaciones para tener la mente ocupada, para no pensar en el vacío que se experimenta por dentro.

¿Esto de vivir como un millonario es duro, sabes Rosario? Me levanto tarde, como a las doce. Quién iba a creer. Cuando llegué a la Gran Manzana pensé que me la iba a pasar trabajando como nunca lo hice en Facholandia, República Independiente de Estiércolombia.

Caí, ¿sabés? Caí muy al fondo; más al fondo de aquella vez que nos tomamos el éxtasis. Luego fue perderle el miedo a la muerte y luego descubrir que siempre hay un más abajo. Nunca se toca fondo-fondo. La copa siempre será tan honda como vos querás.

Cuando me iba a venir pensé que no iría a sobrevivir en esta sociedad de líderes económicos. Pero no. Las cosas se han dado de forma imprevisible. Tomaron vigencia las palabras del otro amor que tuve después de vos. Me dijo, Cuando llegués a Nueva York vas a poder escribir tranquilo, hacer tus documentales.

Sí, después de vos hubo muchas otras almas, claro. Como lo supusiste aquella vez que te llamé desde La Bohemia con los ojos enchocolatados, mientras Memo me ponía la inyección. Me dijiste, ¿No crees que es un poco tarde para esto? Mira, Varón, los varones no lloran. Dentro de un tiempo te vas a estar riendo de todo esto. Te vas a acordar y vas a decirte a vos mismo: qué divertido fue todo.

Y tuviste razón. Qué divertido fue todo. Qué rica sabe la algarroba cuando no se tiene que oler; qué deliciosa aquella imagen de vos y yo sentados en esas sillas Rimax, a las afueras de La Bohemia, bajo los almendros, temiendo por todo lo que pudiera pasar alrededor, preocupándonos innecesariamente por el antes y el después, llenando nuestros corazones de ansiedad inoportuna, inadvertidos ante la idea de que no había nada más. Todo lo que teníamos era eso: los 15 minutos que estuvimos sentados en las Rimax. Pero es cierto. Todo fue hermoso. Hoy en el recuerdo qué importa todo lo demás. Qué importa esa gente que entraba y salía. Qué importaban los zombies metiéndose a nuestro apartamento y atravesándose en la carretera; qué importaba una lluvia de patos muertos y todo ese glifosato que nos tragamos en los restaurantes donde servían aquellos sancochos de pescao'.

Ha pasado tanto tiempo que ya ni me acuerdo de la última vez que me hice una raya de cocaína. Tal vez fue hace cinco años, tal vez seis. Ya ni siquiera me acuerdo a lo que sabe el aguardiente. Luego de todo lo que nos pasó, vino mucha soledad, todo un alud. Muchas horas de estar dialogando con Dios. Eso es lo bueno de este oficio tan solitario e iluminado como el éxtasis y las demás drogas. Ves a Dios. Hablás con él, te hace saber que hay vida en el más allá en la medida en que todo lo del más acá es una ilusión. Y qué integrados nos hace sentir Dios. Nos muestra el mundo.  Nos hace querer salir a la esquina y ver la gente transitar; detenerse en una esquina y mirar, entrar a una tienda orgánica y comprar un té raro, reírse con los vegetarianos que compran allí, luego sentarse en las banquitas de afuera, imaginar cómo invertir tanto tiempo libre, horrorizarse ante la vejez propia y celebrar la ajena; extrañar a tu novia actual y querer que sea ya la noche para verla y acostarte a dormir con ella y abrazarla y pasar por la lavandería y recoger tu ropa de tres semanas sin lavar; llevarla a casa, ponerla sobre la cama, revisar tu correo electrónico, descargar un archivo en PDF, subir otro a YouTube, colgarlo en Facebook, aburrirse con la vida de los otros, ver ochenta ovnis sobre una metrópoli, ver la imagen de una figura de un marciano en el portal de la NASA; poner una canción de Air, volver a la calle, entrar a la pescadería y pedir un pedazo de salmón crudo, luego pasar de largo el Burger King, tomarse el tercer café del día; tener un ataque al borde de la diabetes, efecto cafeína, saborear el pánico escénico ante la pantalla en blanco, (la cual te espera, voraz, en tu living).

 Entrar a un restaurante árabe, comer muy picante, ver anochecer a las cuatro de la tarde, levantarle las cejas a tus vecinos de México, oler sus deliciosos aromas a comida casera, pensar en todo lo dicho y en todo lo que está por decirse; ver pasar a una gringa con un perro; preguntarse cualquier día sobre qué habrá sido de éste y de aquel. No querer encontrárselos en el Myspace; experimentar un leve cargo de culpa por no tener que trabajar en algo más rentable que ver irse las horas del día con los brazos cruzados, esperar que venga la vejez sin una jubilación asegurada antes de los cuarenta; descargar un podcast; vomitar pestes sobre el nombre de esos escritores quienes viven presumiendo de un estilo de vida por medio de sus blogs; borrar canciones de tu i-tunes; nunca cocinar, dejar que ese pedazo de salmón se eche a perder, comer cosas de la calle, creer que se puede volver adonde empezó todo, a ese momento en que estoy buscándote a vos por todo el pueblo; creer que uno regresa, que han pasado treinta años, que todo está mejor y peor, que uno quiere tener nostalgia, pero que se le hace imposible. No sentir nada. Nada ocurrió. Va a ocurrir.

Va a suceder que yo me bajo de un avión y me quedaré dormido por cinco minutos. Esta vez no será el éxtasis ni el tequila los que me van a transportar. Esta vez será el soroche, el soponcio calorífico de las dos de la tarde en un pueblo del Caribe, la impresión por toda una sociedad derechizada, serán los dioses ocultos, o serás tú, será una decisión mortal.  

Serán esas ciudades creciendo a tu alrededor. Serán esos microchips en tus pesadillas. Será una revista en la sala de espera mientras parte el avión. Serán unos perros olfateándote en el medio de una plaza desierta. Serán las marcas del 666, pintadas en cada pared de ese pueblo, en las espaldas de la gente. Serán todas esas siluetas de gente asesinada, dibujadas en las paredes de la memoria colectiva. Serán todas las casas de un país pintadas de amarillo, azul y rojo. Será un preguntar por todos y enterarse de que cumplieron con su ciclo vital. De que Nico' vendió La Bohemia y envejeció loco al tratar de perseguir esa utopía disparatada de una Reforma Agraria. Morirá atragantado por una yuca a los 82 años. Que su majestad La Alcaldesa tuvo que salir en bombas y se dedicó al lucrativo arte de las conferencias en Europa. Morirá asfixiada por una nube de marihuana de un vecino a los 91. Que La Mona logró organizar a todas las mujeres de Urabá y subirles la autoestima.  Morirá entrando a un templo hindú a los 78. Que Memo logró salvar otras 894 vidas de soldados carne de cañón. Morirá leyendo una reversión de la Ley 100 a sus 99 abriles. El sol entrando por la ventana. Que Ángela fue devorada por una tribu caníbal en medio de un ritual de santería cubana y que trascendió a otras 66 vidas. Transmigró su energía en 1666.  Que Alejandra diseña los planos de una nueva casa en el aíre. Fenece en 2048 a la entrada de una Expo en su amada Bogotá. Que Irma sigue hablando por un micrófono (disturbios del segundo Bogotazo en 2033) y que Pedro Juan ahora responde mejor que nunca. Y que vos... que vos te me perdiste aquella tarde y que juntos fuimos eternos.

No morimos nunca.























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Foto del autor William Zapata
Textos Publicados: 4
Miembro desde: Nov 03, 2009
2 Comentarios 4123 Lecturas Favorito 2 veces
Descripción

Una novela que manda a la literatura de vacaciones

Palabras Clave: Sol mar playa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales


Enlace: http://stores.lulu.com/williamzapata


Comentarios (2)add comment
menos espacio | mas espacio

ursula berru ramos

(Y) amores de verano quien no los tubo
Responder
March 20, 2013
 

Aszul Naxaby Medina

Exelente
Responder
March 12, 2013
 

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