CÓRDOBA COLONIAL (Acuarelas 5-6-7-8)
Publicado en Nov 06, 2009
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CÓRDOBA COLONIAL
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(Acuarelas Argentinas 5-6-7-8)

(Novela por entregas)
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EL RANCHO de PIEDRA

Acuarela Cinco

El sol expandía fuegos por el paisaje y una eclosión brillante de mica tapizaba el escenario de la sierra, en aquella siesta inmaculada de blancura. Sobre esa dimensión asoleada y eterna, el perfil recortado en curva de Hermenegildo, con sus pómulos emergentes y sus ojos zarcos, sobrevivencia de una raza india inextinguible, declaraba su estampa milenaria como imagen de un vacío intemporal.

Fue el instante en que salimos a su encuentro, como dos niños serranos y casi silvestres, atravesando el bosque de talas y huyendo de la vigilancia de Tobías. Por momentos en el silencio caluroso del verano, donde el ardor cae en vértigo sobre la tierra, un leve rasguño a la distancia parece un alarido. Y el temor a la aventura infantil, que producíanos nuestra huída, hacía precipitar el color rojo de las mejillas.

Nos colocamos sumisamente a su lado entre las peñas del contorno, junto al alero de paja de su rancho de piedra que emitía hondas intensas de calor, para él, imperceptibles. Nada lo conmovía. Cualquier ambiente, el presente de fuego o la escarcha invernal, le eran indiferentes. No nos hablaba. No emitía tan siquiera el rumor de sus pensamientos ... Lentamente, como saliendo de un pasado inmaterial, reparó en nosotros a través del hueco profundo de sus ojos zarcos muy claros, recortados sobre el cobre brillante de su piel.

--"Íbamos veinte arrieros, con veinte carretas cargadas de cueros secos, carne de charqui y vinos camino de Arica para traer sedas de Oriente ... Don Cirilo se apeó del pescante para ver de cerquita al Atacama, y el Tobías, mozo entonces, había quedado dormido con las armas al cinto "¡Vaya cuidador!" ... dijo Don Cirilo "¡Si yo debo protegerlo a él, durmiéndoseme ansí en el "pior" lugar!" ... Era hombre "juerte" y decidido Don Cirilo ... Arrogante... conmigo le bastaba y él lo sabía. Mi lanza era suficiente. Pero quería "pasiar" y probar al mulato ¡tan joven entonces! darle la "juerza" de un gaucho porque se criaba en la casa entre "mojeres."

Y se iluminaron sus ojillos claros de Hermenegildo como micas al sol, reviviendo esa emoción juvenil de rivalidad gauchesca contra los mulatos, siempre asiduos a la vida doméstica de nuestras familias.

-"Yo seré un Don Cirilo como aquél y llevaré cueros más lejos, con más mulas, y Ambrosio no se dormirá en mi carruaje"-...Interviniste entonces para que yo te oyera y admirase, como héroe desvalido al que sermoneaban todas las tardes.

-"¿Endeveras? ... velay ... Cirilito ... Cirilito ... ¡Don Cirilito!..."

Su silencio volvió a invadirnos y retornó nuevamente al estatismo, mientras cruzaban en sus recuerdos los macizos nevados andinos, que los años habían apartado de su vista. El ronroneo del mate que él llevaba a la boca como atenuante a la sed (con aroma a yerbabuena en ese ardiente verano) le devolvía cierta apariencia humana.

De sus dedos nudosos y cobrizos asomaba el porongo natural, fundiéndose en una sola especie. Su mate espumante con la bombilla presta, parecía mantener la única realidad de aquel instante. Cerró los ojos y la mansedumbre del sueño se posó sobre su cuerpo, con la fuerte osamenta sentada en silla baja y los brazos cruzados en una perfección de estatua.

Y allí lo dejamos después de un largo rato, sin que ningún movimiento involuntario lo privara de aquel equilibrio casi sobrenatural.

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RUMBO al ALTO PERÚ

Acuarela Seis

En el atardecer somnoliento de otoño bajo la placidez abrileña de la sierra, la centenaria bisabuela Aurora alimentaba con su mano al zorzal azabache, que llenaba de música nuestra galería. Un tapiz de hojas secas cubría el adoquín del patio, y la mirada melancólica de mi madre se posaba sobre el aljibe.

Su nostalgia doliente evocaba a mi padre en su ausencia, quien viajaba con su comitiva rumbo al Mercado de Charcas... Y ella consolábase con la imagen de tu cercanía junto a él, con tu presencia a su lado. De forma que tu alejamiento que llevaba ya dos años habíase transformado de improviso para nuestra madre, en un reencuentro emotivo, desde el momento en que él abordara la carroza que lo llevaba año a año, por los caminos del Alto Perú.

Desde su partida aguardábamos esa llegada imperiosa, como si su descenso en Charcas fuese el nuestro propio. Y el calor de su brazo sobre tu cuello, fuese la misma ternura envolvente de nuestra pasión femenina, emotiva y llorosa... ¡Y no la altiva adustez de nuestro padre!

El llevaba nuestro amor cordobés que a la distancia, sin la frescura de nuestros campos, sin el aire ventoso de nuestra sierra, en el empedrado ciudadano de Charcas, convertiríase en algo muy distinto. En una emoción diferente que el joven estudiante chuquisaqueño que tú encarnabas ahora, iba a transformarlo en una galantería familiar y afectuosa, más que en una nostalgia doliente como la nuestra.

La soledad del que ha quedado a la distancia no tiene el mismo espectro sentimental del que ha partido, en busca de novedades y emociones. No era lo mismo yo, tu hermana compañera de juegos y ahora distante, recorriendo los senderos donde fueran nuestras diversiones infantiles, que tú en la vida mundana altoperuana, cual era ahora tu presente.

¡Qué lento era aguardar los días de camino, cuando nuestra imaginación volaba al viento llevada por la serenidad otoñal! Todos viajábamos. Nuestro padre en la realidad. Nosotros en el alma.

La carroza avanzaba por los caminos dándonos la espalda. En su interior nuestro padre dejaba evadir sin prisa el pensamiento, para alejar la monotonía del tiempo señalado en semanas sin noches ni días. La capa envolviéndole el rostro, en protección al polvo blanco de las salinas, que filtrábase por las cortinillas de las ventanas. Sus largas y elegantes manos jugaban con los extremos rubios de su barba. Posábanse enguantadas sobre las rodillas, repasando el lienzo de su traje paraguayo, que partiera impecable y que debía resistir todo el peso del trayecto.

A su frente Gervasio (su fornido guardaespaldas de arrogancia angola) atisbaba con ojo atento los peligros inciertos de la travesía. Asomaba de continuo su rostro muy inquieto, a través del resquicio de las cortinitas. Su mirada altanera y vivaz, obscura como la noche, se confundía en el interior del recinto escondiéndose de la vista de los arrieros. Sus manos musculosas posábanse sobre la pistola que llevaba a la cintura, y el menor bullicio del exterior era captado por él con rapidez y premura.

Mientras los gauchos protegidos del viento salino con sus ponchos --y armados de lanza y facón-- guiaban con altivez a la caravana de carretas, cargadas con productos del Tucumán. La carroza de mi padre y Gervasio con sus briosos caballos, continuaba guiando a las mulas caravaneras por el Camino Real.

Y la comitiva de carretas. que había partido de nuestros campos, apartando a nuestro padre de la sierra, avanzaba ya por tierras desérticas de indómitas salinas. Para desembocar luego en los tupidos bosques de rojos senderos, que lo transportarían hacia el bullicioso norte altoperuano... ¡de ciudades alumbradas e inmensas ruinas preincaicas!

¡Qué mundo de fantasía era el nuestro en la lejanía! .Como un susurro envolvente de pausadas notas, la bisabuela Aurora rememoraba el paisaje que mi padre y Gervasio iban contemplando, y al que ella conocía palmo a palmo ... pero con un derrotero inverso. En su memoria centenaria, y congelada en el tiempo, la mamasita Aurora evocaba la inversión del viaje y del espacio.

Su partida juvenil de Lima, la ciudad de los Virreyes, la cuna de su nacimiento, con la blancura reluciente de sus casas festoneadas de balcones floridos. Luego el paso por el pétreo Alto Perú, y el lento descenso desde Altiplano entre pampas y quebradas, hasta llegar a las selvas y salinas tucumanas. Para por fin arribar hasta este refugio de nuestra sierra cordobesa, que la atraparía para siempre.

--"Era en tiempos de mi Cirilo y a su lado. Mi traje de novia llegó acomodado en un arcón ... Hermenegildo abría la marcha y me consolaba."

¿Qué serían ya entonces para ella, desde esa larga distancia en el tiempo, la florida Lima y la blanca Charcas?

En el camino mi padre continuaba dentro del carruaje, mientras Gervasio descendía para controlar la comitiva y palpaba nuevamente su pistola. Su salto ágil y atlético. Y su figura felina y africana, imponía respeto en el gauchaje. En cada alto del trayecto el mulatón paseaba su mirada inquisitiva, por las treinta carretas cargadas de cueros secos, vinos y charquis, que avanzaban con pesadez, descoloridas y grises por el polvo persistente.

Los jinetes de lanza en mano lo miraban de frente, altivamente, con su estirpe de casta gaucha. Y ambos en su respetuosa rivalidad, continuaban la senda prefijada. El orgullo criollo del gauchaje (de profundas raíces indias) no cedía su lugar en la marcha. No cedía su dominio de los caminos. Y en esa combinación humana, en esa síntesis de exóticas lealtades, de cercanías y distancias ... todos continuaban la ruta silenciosa.

La mutua compañía de mi padre y Gervasio, el encomendero y su guardaespaldas angola, junto a la elegante altivez de los gauchos lanceros que guiaban las carretas (y comían por separado) iban en conjunto abriendo los senderos del norte. ¡Y del hechicero Alto Perú con sus emociones mundanas!

Y mucho más allá (adonde ellos nunca llegarían) el Virrey de Lima enviaba pliegos con firmas de rúbrica y sellos hispánicos, a los lejanos señores de la Casa de Austria.

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LA PROVINCIA del TUCUMÁN

Acuarela Siete

En los primeros días de nuestra infancia, cuando nuestro bisabuelo Cirilo aún vivía, lo podíamos ver replegado en su gran sillón de quebracho colorado, mirando impasible al sol naciente que se elevaba por el cordón de la sierra. Su presencia casi mitológica, daba un acto majestuoso a la Merced.

Había entregado ya a nuestro padre (su nieto) la conducción de la caravana de carretas cuya comitiva iba hacia el Alto Perú, todos los años, y que él mantuvo bajo su rigor una vida entera. Los que para él eran entonces "sus jóvenes" --Tobías y Zenón, mayordomo y capataz-- quienes doblaban la edad de mi padre, administraba su casa con un celo inigualable, sometiendo a su juicio cualquier circunstancia novedosa. Sólo Hermenegildo, en la continuidad sin límite del espacio serrano que casi había nacido con ellos, se mantenía intacto como él, desde aquel tiempo. Su tiempo.

El tiempo de ellos, cuando los viajes familiares se remontaban a Lima y la colorida ciudad de los Virreyes trasuntaba un dejo de Emperadores, ahora lejanos. Como recuerdo simbólico de una vida transcurrida con lentitud (pero que para ambos no había caducado) los veíamos juntos caminar a la par, recorriendo senderos contiguos a la casona, en mañanas heladas y casi sin llevar abrigo.

El Papasito Cirilo era de esas figuras que aparecen en las primeras horas de nuestras vidas, como si hubieran estado esperando nuestra llegada, para despedirse recién del festín de la existencia. Fue un hombre brillante y esplendoroso. Cautivaba a sus amistades como si fuesen un auditorio. Alegraba a sus acompañantes con el encanto de su guitarra, su diálogo ameno, su pose hidalga y su orgullo de casta. Su fascinación dejó celebridad y embeleso.

Pero esta imagen múltiple es la que yo conocí por mentas, por la añoranza de los otros. Pues la mía en la pasividad de mis primeros años de vida, es la del anciano tierno y erguido, juguetón como un niño con nosotros, pero también enérgico como todo hidalgo campesino. Ya no pulsaba su guitarra y su vista era casi nula. Sus músculos muy tensos apenas le permitían movilizarse. Su imagen patriarcal y elegante, era más simbólica que real, y tenía cierto acento de estatua.

Mi padre le profesaba una devoción absoluta, y la palabra empeñada de su abuelo (en alguna cuita lejanísima de su prolongada vida) fue cumplida por él con más minucia que la suya propia.

Esta era ante todo, la ley sagrada que regía entre nosotros como base de vida. Y casi diría como régimen contractual existente en toda nuestra Provincia del Tucumán : "la Palabra dada" que oficiaba de organismo competente, dentro de la dilatada extensión que nos separaba de la Audiencia de Charcas : La palabra empeñada.

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La Gran Provincia del Tucumán tuvo su espíritu de vida, sus anhelos alcanzables a todos y su estilo propio. Vivió en armonía y felicidad con Lima, la capital de este Virreinato del Perú y estuvo orgullosa de su Virreyes. Sintió una unción reverente por los miembros de la Real Audiencia de Charcas y fue una disciplinada ejecutora de sus decisiones.

Fue lentamente creando su propia idiosincrasia, mientras mantenía un culto afectivo y nostálgico por la alegre Lima de nuestros ancestros,. La cual, cada vez más lejana ... a medida que el Tucumán se iba autoabasteciendo. Que el Alto Perú se volvía más opulento y regio. Que la Real Audiencia de Charcas crecía. Que Chuquisaca imponía su esplendor aristocrático y universitario. Que Potosí acumulaba riqueza y acuñaba moneda. Que Córdoba como sede cultural jesuítica con universidad propia, se hacía más importante. Que la industria guaranítica del Paraguay, volvíase más célebre y más operativa. Que el puerto altoperuano de Arica, aumentaba de eficiencia proveyendo de sedas de Manila y embarcando nuestros cueros.

Era como si el indomable Kollansuyo vuelto a su energía anterior a los Incas (era el Principado Tucman tributario del Reino Charca) organizara otra vez su nación independiente. Más antigua, más arcaica que propio el Incario, bajo el amparo cósmico de las salobres aguas del Titicaca.

Prolongación de un imperio milenario, resurrección de un pasado que se remontaba a los orígenes del continente en Tihuanaco... los hijos del Tucumán, guiados por la luz misionera de estos nuevos Charcas, nos fuimos sintiendo cada vez más autosuficientes. Nos fuimos viendo con mayor posibilidad de creación cultural, convenciéndonos día a día de nuestras propias capacidades, bajo la sabia administración de las Huestes de Loyola.

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Fue condición de toda la gente de nuestra tierra, en esta extensa y próspera Provincia del Tucumán, la de una prolongada vida rayando la centena o de lo contrario una vida muy corta. No conocimos la mitad del término. La vida nos llamaba para cumplirla totalmente o para renunciar a ella antes de malgastarla. Conocimos centenarios y nos despedimos de gente muy joven. Pero todos vivieron en la plenitud, con gran ostentación de fuerza y salud.

Los que nos dejaron de improviso, apenas saludándonos y sin darnos tiempo a salir de la sorpresa. O los ancianos cuyo cuerpo envejecido mantenía una mente clara, un discernimiento lúcido, que parecía disociado a su cuerpo inútil. Fue encantador hablar con ellos por sus deslumbrantes memorias, que nos entregaban en sus relatos (como en un juego de colores) ese pedazo de historia viva, que había desfilado ante sus ojos.

Aquellos que se mantuvieron en el camino siempre fuertes, imponentes y elegantes, remarcaban a su paso,cada uno su estilo. Ya fuese el del gaucho, el del angola o el del encomendero. Además, cada uno lucía con orgullo su atuendo propio. Y en la paz solariega con ese tipo de vida, el devenir augurábales la posibilidad de procrear hijos de temple, como los que esta tierra difícil agreste y aislada, necesitaba para crecer. Amparados bajo la paciente y amorosa mirada de Inti, el dios sol americano. Su verdadero y único dueño.

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LIMA IMPERIAL

Acuarela Ocho

Ante todos estos progresos que en tres generaciones se hicieron elocuentes (volviendo innecesario el tránsito hasta Lima) se fue volviendo la cabecera virreinal, que había reconstruido hispánicamente bajo el sello de los Habsburgos, al memorable Tihuantisuyo ... Más mágica, más llena de fábulas encantadas y más célebres sus antiguos visitantes.

Esta magia tenía para nosotros el papasito Cirilo. Fue el último de los nuestros proveniente de la florida Lima, y el primero de los Cirilos que viniera al Tucumán desde el Alto Perú, para establecerse en una Merced de la serranía cordobesa, como encomendero. Nunca descendió de joven hasta la erudita Córdoba de los Jesuitas. Y cuando su hija Mercedes ingresó en el convento de las Teresas, (llevando hasta allí toda su rubia juventud, su belleza inmaculada y su rica dote )... El recorrió las calles empedradas de ostentosos templos, como el visitante lúbrico y mundano que se sobrecoge ante la vista, de la vida contemplativa.

Nadie más volvió a ver el rostro níveo de Merceditas y recordaban aún sus dorados cabellos vascongados, que algún día creyeron ver renacer en los míos ¡tanto tiempo después! ...Su voz tersa y pausada (que yo escuchaba a través del enrejado de madera de las visitas muy aisladas a su convento de Córdoba) tenía para mí esa magia de los homónimos. Y hubiera querido pasar a través de aquel tupido enrejado de las monjas que escondía sus rostros, para poder verme a mí misma, como ante el espejo que no quiere contestarnos nada. Y yo, que la reencarnaba en la familia, la escuchaba con unción casi profética, maravillada de estar ante mí misma y sin saber quién era.

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El papasito Cirilo perdió muy pronto a sus hijos varones y a mí no me tocó conocer a ninguno. Primero al niño Rosendo, su rubio saltarín, picado entre los riscos pedregosos por una yarará. El más apuesto, Andrónico, de cabellos obscuros y ensortijados con brillantes ojos azules, quien partiendo desde Arica hacia Filipinas llevando cueros cordobeses para traer sedas chinas, quedó en un naufragio en el Océano Pacífico.

Nuestro abuelo Cirilo, llegó a desposarse y tuvo cuatro hijos, un varón y tres mujeres, pero yo no lo conocí. Realizó estudios en el colegio jesuítico de Nuestra Señora del Monserrat, y fue un buen alumno latinista. Pero era demasiado temperamental y temerario, amante del galope tendido en caballos sin castrar. Muy joven aún, se desbarrancó por la sierra con su potro preferido.

El papasito Cirilo se encontraba en aquellos días en Lima, a la que había llegado en uno de sus asiduos viajes comerciales (llevando como siempre al corazón de mamasita Aurora que añoraba su bulliciosa cuna a la cual nunca volvió a ver) cuando el chasqui le entregó la infausta nueva. Aquello lo transformaría nuevamente en padre, debiendo hacerse cargo de la educación paternal de su nieto, único varón (nuestro padre) para quien sería indispensable desde ese momento en adelante. Una inmensa tragedia que cerraba el círculo doloroso de sus hijos varones.

Pero el papasito era un hombre demasiado esplendoroso para el dolor. Su festividad limeña nunca fue doblegada por la solemnidad de Charcas (que habría de ser para mi padre, en cambio, la razón de su vida y estilo personal). Regresó al Tucumán de inmediato y en un abrir y cerrar de ojos, recuperó sus melodías, su guitarra, sus audiencias y amistades ¡Pues la Merced necesitaba un conductor de fuerza y vigor!

Cuando perdimos finalmente al papasito, ya nonagenario, sentimos que Lima se nos alejaba. Se apartaba de nosotros, y su imagen quedaba dependiente sólo de la sobrevivencia de mamasita Aurora. Cuando ella también nos dejó airosamente, centenaria casi, a causa de un golpe casi infantil demostrando que no se había hecho cargo de su edad al subir diariamente a una banqueta para arreglar la hora del reloj... Sentimos que sobre nosotros caía una orfandad telúrica.

¡Era Lima que se iba con ella! Era Lima esplendorosa y eufórica, florida y principesca, tierra de Marqueses y Virreyes, insustituible para la historia de Sudamérica. Imposible de emular por sus copias virreinales, que pudieran algún día intentar de robarle un cetro intransferible. Con su romanticismo y sus festines, sus juegos y romanzas, sus amores y sus danzas. Y todo el ensueño que ella creaba hacia la distancia para nosotros, que nos hallábamos tan lejos, en el corazón mismo del Tucumanao.

¡Era la propia Lima quien se iba con ella!... porque quizás éramos nosotros --pródigos e injustos con el orgullo de raza joven-- quienes nos habíamos ido desprendiendo lentamente de ella.. Y deambularíamos desde entonces tristes y melancólicos, por esta pérdida irreparable.

¡Brindemos por aquel Virreinato del Perú de antaño! ¡Brindemos por su gloria y su excelencia! Porque fundó ciudades en pampas, selvas y desiertos tucumanos, donde el aborigen habitaba hasta entonces en cuevas. Abrió caminos por sitios inexplorados colocando postas para las caravanas. Creó Universidades, como la Universitas Cordubensis Tucumanae.. Impulsó empresas agropecuarias productivas, industrias, dio importancia al crecimiento poblacional y enseñó a sus súbditos el valor del trabajo, para mejorar las condiciones vitales de todos.

Porque los pueblos que han unido culturas disímiles y exóticas, fusionándolas en una sola identidad, fueron dignos y valiosos. Y lo lograron por la capacidad de su dirigencia, llevando adelante un proyecto muy bien diagramado. Y aquel inmenso Perú de antaño que abarcaba un semicontinente. Aquél de nuestros ancestros. Aquél del Tihuantisuyo, aquel de los Virreyes cuyas fronteras fueron tan grandes, vivirá siempre en nuestra memoria más allá de los egoísmos foráneos.

Y nosotros que fusionamos esas culturas vigorosas, haciendo coexistir sangres distintas y fuertes, seguiremos siendo con orgullo sus hijos, sus vástagos y sus súbditos.

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Alejandra Correas Vázquez
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Descripción

La vida en las Mercedes del Gran Tucumán de antaño relatada en forma de una saga familiar

Palabras Clave: córdoba colonial acuarelas 5 6 7 8

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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