Greta se acerca al Almendro de la Primavera y, mirándome de frente, rodea con sus brazos echados hacia atrás el tronco de madera de color café...
- Tengo frío, Juan...
Rodeo su cintura con mis brazos y ella vuelve a abrazarse a mí. Siento la suave humedad de su cuerpo calentándose poco a poco y entonces no me queda otro remedio que volverla a besar...
Todo mi cerebro es un universo repleto de planetas que giran sin órbitas posibles cuando sus labios se aprietan en la consciente voluntad de mis pasiones no existen límites para estos infinitos segundos en que Greta me convierte en pozo sin fondo donde bebe sin descansar entre ella y yo no existe ninguna distancia porque nuestras últimas conciencias han perdido el temor y saltan palpitantes en esta costumbre dulce de introducirnos el uno en el otro no puedo sentir otra cosa sino el sabor matinal de esta mujer que entra insaciable en el instinto de mi alma con el mismo ardor con que su pecho enloquece todos mis sentidos si ya no puedo sumergirme más es porque estoy besando los íntimos centímetros de su boca encaminada a ser parte sustancial de mis pulsaciones no puede existir otra sensación superior y es por ello por lo que mi gozo es besarla sin piedad para que germine mi poesía envuelta entre mis dedos que conquistan centímetro a centímetro su trigueña piel para despojarla de todas las barreras y sin fronteras encender llamas de fuego incontrolado en toda su existencia caliente tacto que la enerva en la catarsis de la conclusión final en que se ha convertido.
- ¿Por qué te detienes, Juan?.
Acaricio firmemente con las yemas de mis dedos sus labios ardientes. Sale de ellos una energía tan profunda que a los pocos segundos tengo que apartarlos para no quemarme sin remisión...
- ¿Quieres conocer el último límite del País de la Poesía?.
- Lo deseo.
Fragmento de la novela Greta 2 escrita por José Orero de Julián y Liliana Del Castillo Rojas