Naufragué en una cornisa cuando cruzaba
hasta el balcón de tu encuentro.
Desde las alturas sobrevolé la Plaza San Martín
y una alfombra de golondrinas evitó el impacto
de mi cuerpo en el asfalto.
Despues de todo, mi sangre hubiera florecido
en tu espalda y la mueca triste de un semáforo
hubiera  guiñado la órden al cortejo: Libertador,
Figueroa Alcorta, todo el bajo.
En un código secreto y condensado no habría recuerdos
que te libraran de las cargas,
no habría pasión por los jazmines y las dalias.
Loas a mi arrojo se hubieran vociferado.
Los diarios de una parada cualquiera invitarían a los
curiosos y en un cafe de barrio, yo sería el argumento
de una poesía.
Estoy aprendiendo mucho en esto de volar la ciudad.
Por lo pronto, para conducirme bien, voy a renunciar
a esas pastillas que me dañan y en las que ingenuamente
creo, me tienden un puente hacia tu calvario.