Esta es la historia de Jaime y su cuerpo. Tenían una relación perfecta, pues ninguno podía vivir sin el otro. Y LA VIDA era el resultado de la relación entre ambos.Jaime amaba profundamente a su cuerpo y amaba profundamente la vida, todas sus cosas buenas: ir al cine, pasear, comer, soñar… y su cuerpo, el cuerpo de Jaime, también disfrutaba de la vida.
Al principio todo iba bien, pero Jaime empezó a descuidarse. De vez en cuando bebía, no hacía todo el ejercicio que debía y no se alimentaba correctamente. Y su cuerpo se empezó a resentir, poco a poco. Y enviaba señales, señales que Jaime recibía e interpretaba a medias. Cuando Jaime fumaba, su cuerpo tosía. Entonces Jaime fumaba menos. Cuando comía fatal y su cuerpo engordaba, salía a correr de vez en cuando. Y creía que eso sería suficiente, porque Jaime amaba a su cuerpo, lo amaba con toda su alma, y también amaba esa relación que los unía ambos: la vida. Esa que dependía de ambos. Y si tanto la amaba, no había nada que lo pudiese estropear, todo tendría solución.
Jaime entendía que su cuerpo tenía necesidades, no era estúpido. Pero no entendía algo muy importante: su cuerpo tenía un límite, y no dejaba de enviar señales. Hasta que un día su cuerpo no pudo más, y todo se paró.Jaime se vio de repente privado de su cuerpo. Y se vio privado de la vida. Tumbado en la cama del hospital, en coma, lo comprendió. Jaime necesitaba a su cuerpo para vivir, pero su cuerpo también lo necesitaba a él; y no lo había cuidado como era debido. Por qué no? Si él lo quería! Quería vivir junto a él, quería la felicidad para ambos. Entonces comprendió, demasiado tarde, que el amor no era suficiente.Creía que atender las necesidades específicas que su cuerpo reclamaba sería suficiente, cuando el problema era una cuestión de comprensión. De entender. Y entendió que, si quería vivir, si quería a su cuerpo, debía tener siempre presente que su cuerpo lo necesitaba a él, que necesitaba alguien que comprendiera que era único y que debía cuidarlo siempre, todos los días.