La pirmide
Publicado en Oct 22, 2022
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La primera cita que planeé con Carolina fue a la pirámide de Cholula, quería que fuera especial. Ella y yo nos amábamos desde hace nueve años, la atracción era como la tierra y la luna, Gea y Urano y en medio un inagotable Eros.
Después de las querellas, la disolución de dos familias, el vituperio constante hacía mi persona “por mi supuesta vida disoluta que había llevado” (en realidad solo soy introvertido, sereno y adusto) los padres de Caro no me querían, como tantos casos de enamorados, desde Shakespeare hasta los romances de los suburbios; era un placer para mí tener una cita con ella, sin escondernos, sin mirar el reloj, sin marcarnos la piel o dejarnos el olor, un amor libre y sin censura o autocensura. Decidí llevarla ahí debajo de la gran pirámide, símbolo de eternidad. Ya de niño aprendí en la escuela primaria que era la construcción más grande de Mesoamérica, adornada en la cima por una iglesia católica, eran las ruinas de un centro ceremonial dedicado posiblemente a Quetzalcóatl y vencida ahora por un monumento que los españoles erigieron para colonizar y colocar a su dios.
Recuerdo que, en la primaria, la maestra de tercer año nos llevó a conocer ese lugar, mi primera impresión fue una profunda melancolía, una sensación de opresión en el pecho, me sentí extremadamente pequeño ante esa colosal estructura. Llegamos a ese punto una mañana de otoño cerca del 2004, la profesora Anguiano dio la indicación de comer el lunch que nuestras madres nos habían puesto para el viaje, después, entraríamos a las cámaras subterráneas que se encontraban debajo de la pirámide, el guía de turistas nos mencionó que las civilizaciones precolombinas comenzaron la construcción posiblemente entre los años 900 y 600 a.c. y que la terminaron 1000 años después, una eternidad para un niño de solo nueve años de edad, no entendía mucho acerca del tiempo dado mi exigua edad. Cuatro capas yacían ahí, una sobre la otra, cuatro tiempos, cuatro eras. Una sobre otra cubría la llegada y el abandono o la conquista de otra civilización; primero los olmecas, después los toltecas, luego los aztecas y finalmente los españoles erigieron la iglesia de la virgen de los Remedios. Era un centro ceremonial de nombre Tlachihualtépetl (cerro hecho a mano, la pregunta era ¿hecho por quién o quiénes?).
La leyenda contaba que, durante el diluvio, Xelhua una deidad arcaica, y otros seis gigantes convertidos en peces, se refugiaron en las cuevas para escapar de la devastación y una vez que las aguas bajaron, Xelhua decidió construir la pirámide para alcanzar el cielo, su empresa fue frenada por un Dios mayor. Evidentemente esto me pareció asombroso para mi imaginación, gigantes, un diluvio, una construcción enorme…  después de que el guía relató el mito, era el momento de ingresar a los túneles que había en la pirámide. Nos formaron en parejas y todos íbamos detrás de la maestra en fila, tomados de las manos por los angostos pasillos escondidos. Adentro, la humedad y el silencio eran la constante, las cavidades inferiores me parecían un eterno laberinto que exasperaba mi curiosidad, había pasadizos que estaban enrejados y con candado, yo me preguntaba qué era lo que había ahí, si bajaban o subían, y si sí a dónde llegaban…
Si mi memoria no me falla, yo iba con Angélica, una niña la cuál me caía muy bien, muy parlanchina y con la cual solía jugar. En ese lugar “sagrado” no podía hablar en voz alta y todo nos decíamos susurrando.
—Oye Angélica, hay que bajar a ver qué hay—
—La maestra nos va a regañar— me contestó apretándome la mano.
Pasamos por unos murales bastante descoloridos, pero aún se podían ver a gente bebiendo algo en unas vasijas o recipientes, uno de ellos —me imagino que era una especie de sacerdote, tenía un penacho en su cabeza grandísimo— en el centro, dirigía el “ritual”. Al lado de ese mural el guía nos dijo que entrabamos a la zona más baja para poder subir nuevamente a la superficie, no sin antes pasar por un muro donde le pidió a uno de mis compañeros que colocara su oído, él se fue al otro extremo y hablándole a la pared mi compañero podía oír lo que le había dicho muy claramente, todos nos emocionamos y quisimos intentarlo. Fue algo sorprendente. Entre el tumulto que había yo noté que a mi izquierda había un enrejado abierto, podía jurar que hace unos minutos no había nada, volteé la mirada para corroborar si era cierto y sí, sentía que algo me llamaba a entrar, una voz en mi cabeza…
A pasos pequeños, y pegado a la fría pared, me escabullí del grupo, cuidando que la maestra Anguiano no me viera entré en el pasadizo, a medida que avanzaba las voces y la poca luz que había empezó a desaparecer quedando en una oscuridad total avanzaba con las manos extendidas tanteando las paredes angostas. No tenía miedo, no tenía miedo a esa oscuridad, solo un sentimiento de zozobra, de expectación por ver hasta dónde podía llegar, me perdí en el tiempo o al menos no sabía cuanto había pasado desde que entré, el reloj de pulsera digital que me había dado mi papá por mi cumpleaños tenía un botón que si lo aplastabas encendía la pantalla de color azul “para ver en la oscuridad”, cuando lo encendí solo aparecían 88:88, lo primero que pensé fue que se había descompuesto y lo olvidé, de pronto empecé a escuchar unos ruidos, unos sonidos de tambores y gente que cantaba, lo que me extrañó fue que hablaban en otro idioma, en otra lengua que parecía a la que hablaban mis abuelitos que vivían en la sierra norte. Empecé a divisar una tenue luz, como de fuego, como de incendió, no una luz de día, sino más bien una luz de hoguera… Salí del túnel y lo que encontré no pude describirlo a esa edad, pasados los años y entendiendo un poco más las cosas me di cuenta de que estaba en un rito ancestral.
Por alguna extraña razón el pasadizo me llevo a la cúspide de la pirámide donde en medio un grupo de adultos vestidos de manera muy extraña (como los antiguos cholultecas, años después lo supe) subían a un niño a una piedra, y con un cuchillo estaban a punto de abrirle el corazón. De repente el niño logró zafarse como pudo e intentó huir por el pasadizo por donde estaba parado. Me quedé inmóvil en la entrada, y al ver que ese niño venía directo hacía mí, lo único que hice fue extender mí mano, él se acercó corriendo lo más rápido que pudo, me observó, se frenó de repente, él era muy parecido a mí cuando yo me veía en el espejo, se quedó atónito, en sus ojos se veía la cara de alguien que se da cuenta que su rostro se ve reflejado en el lago o en un instrumento de obsidiana, todo era muy raro, los adultos lo persiguieron e ignorando mi presencia se abalanzaron contra él, tal vez estaba ahí como un fantasma, tal vez no era a mí a quien buscaban, tal vez había muerto y no lo sabía. Colocaron al niño en medio de una piedra muy grande, dos hombres le sujetaban las manos y piernas cuando un tercero le acercó un cuchillo al corazón y cuando estaba a punto de enterrárselo me tapé la cara con ambas manos y solo oí un grito que venía desde lejos, no sé si grite yo también, si era yo el que gritaba o el otro.
Cuando reaccioné, bajé las manos del rostro y ya era de noche, el grito había alertado a un policía que me estaba buscando —después supe que todo mundo lo hacía, mis padres, la maestra y hasta los policías—. El policía me encontró en uno de los túneles de entrada con los labios secos y temblando, mi madre al verme lloro tanto que me dio una cachetada y me dijo —¡no lo vuelvas hacer, Mario, no! —.
En esas noches y en esos días pasaron muchas cosas, las preguntas de los policías, los interrogatorios de mis padres, las pesadillas viendo a ese niño que extrañamente era idéntico a mí… todos en la escuela me preguntaron qué fue lo que sucedió, incluso los niños más grandes, yo solo les contestaba que “me perdí”, no quería que nadie pensara que estaba loco. Noches y noches soñé la misma escena, la pirámide bajo los pies de un cielo estrellado, el olor a lo que ahora sé que es incienso, las antorchas, el tumulto, la daga entrando al pecho. Despertaba sudando y con el corazón a mil por hora. Pasado los años lo olvidé, y si decidí venir aquí fue en parte para jurarle a Carolina mi amor eterno, un amor que permanezca más de mil años y en el fondo romper mis miedos, o los rescoldos que quedaban de todo eso.
La noche caía, la luna salía y el sueño teñía nuestros cuerpos. Caro y yo después de caminar tanto y armarla de turistas decidimos quedarnos en un hotel de Cholula, cenamos y nuestros cuerpos solo buscaban una cama. Hicimos el amor cómodamente, bebimos tres cervezas y nos quedamos dormidos.
Mis pies descalzos corren, me siguen, dicen que soy el elegido, para estas fechas ya debería haber lluvia, mucha lluvia. No hay centli, hay muchas personas que alimentar y el dios pide ofrendas, pero ¿por qué a mí?, yo quiero vivir, ser un guerrero, no quiero morir, ellos me atrapan, me llevan de las manos y pies, oigo los tambores, veo el fuego, puedo sentir lo frío de la piedra y el correr de mi sangre. Lucho contra ellos, el olor a incienso me asfixia, me van a colocar en la piedra y seré el intermediario del Dios y los hombres, pediré agua por ellos y él se las dará, no quiero morir, me zafo como puedo y veo una entrada que antes no estaba, pero no me importa, hay alguien parado ahí, es otro niño, no parece de aquí, aunque se parece a mí, lleva en el cuerpo extrañas vestimentas, lo veo y él me ve, me asusto tanto, es… es el dios que me impide salir, él coloca su mano impidiéndome el paso y yo acepto mi destino y dejo que ellos me lleven, no tengo miedo ahora, lo veo a él y me veo ahí, no tengo miedo, abajo se escuchan los cantos, el brillo de la daga entra y solo cierro los ojos.  
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Foto del autor Julio Beltrn
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Descripción

La pirmide de Cholula es una de las mayores construcciones hecha por el hombre, en ella hay misterios y uno de ellos es el que relato en este breve cuento.

Palabras Clave: Pirmide Tiempo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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JUNTALETRAS

Muy buen relato amigo, enhorabuena.
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October 22, 2022
 

Julio Beltrn

Muchísimas gracias por tomarte el tiempo de leerlo, saludos.
Responder
October 22, 2022

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