Mientras practicaba una de mis aficiones preferidas, el senderismo, mis ojos anclaban su mirada bajo un sol que iluminaba en todo su esplendor lo que muestro en esta imagen: Por un instante, he observado de forma atónita lo que mi atención guiaba: Un tronco más, colocado como si de un orden riguroso se tratara, en el sendero de un camino donde el paraje natural conformado por centenares de pinos y cómplices sombras confluye con la vegetación y ese aroma a esencia natural que nos evoca a recordar el sentido más puro de la vida.
                Un tronco más… pero ¿qué muestra de especial entre tantos otros para destacar y, lo más importante, para invitar a practicar un ejercicio de reflexión? Una mirada atenta seguía cada milímetro de su diámetro; un pensamiento recorría cada anillo cuyo rostro presentaba grietas propias y particulares de un crecimiento, de una vida que emanó en raíces y finalizó mostrando, una vez terminada, las cicatrices y acontecimientos que hicieron posible su desarrollo vital.
                Y, quizás, su enclave y apariencia innata nos inculca implícitamente un pensamiento de nuestra propia existencia: Una biografía marcada por las situaciones, vivencias y diversas realidades que nos acompañan desde la eclosión en el sentido más innato de llegar a la vida e iniciar un crecimiento rodeado de un todo infinito que, al son de la luz de la vida y bajo el azul cielo, hacen que establezcamos experiencias unipersonales, crecimientos interpersonales y aprendizajes derivados de la praxis de vivir, que nos permiten desarrollarnos y crecer como el árbol que narra su historia de vida a través de sus raíces, ancladas para siempre en el corazón terrenal de donde venimos, y hacia donde vamos.