Sé que es perderse, extraviar el camino del amor propio, sé que es morir estando viva.
Ocurre de forma silenciosa, sin darse cuenta, ocurre en medio del bullicio del día a día. Ocurre bajo la excusa de la maternidad, bajo la premisa de que los hijos son lo más importante.
Yo sé que es dejar de ser prioridad, cuando amas tanto a alguien que te centras en cuidar de ese ser amado. Te parece sano dejar de comer para que ese ser coma bien, tenga más para comer, coma lo mejor.
Ocurre cuando sales de compra y ves algo que necesitas, y a la vez recuerdas que ya no le quedan los zapatos, y eliges comprar los zapatitos del fruto de tu vientre o el pantalón que necesita tu esposo.
Yo viví, el no tener tiempo para arreglarte, o no tener energía para dedicarte cuidados. Porque tus energías apenas alcanzaban para trabajar y llegar a casa a cuidar de quienes amas y llenar sus necesidades.
Y si el dinero no alcanza es más fácil eliminar tus gastos de cuidado personal, por los gastos básicos del hogar.
Porque busqué vivir con lo básico, con sencillez, sin lujos o pretensiones. No me enseñaron a vivir de otra manera,pero tampoco me enseñaron a ser mujer.
La cultura machista me enseñó una cosa, me exige cumplir con un rol, de esposa abnegada y complaciente, y la cultura feminista me empujó a otra:ser profesional, ser independiente, tener éxito profesional. Eso implica estudiar, trabajar más horas y emprender.
No, no conozco el balance en medio de tantas sutiles y silenciosas exigencias.
Sin darme cuenta me encuentro ahogada, sumergida en medio de muchos roles, yo una sola mujer, intentando vivir con súper poderes, intentando hacerlo todo bien, pero a la vez sintiendo que no soy suficiente.
Me encontré cargando sobre mis hombros con la responsabilidad de cuidar de 3 vidas, responsable de sus cuidados, su felicidad, su crecimiento físico, espiritual, su salud emocional y satisfacción personal.
Me encontré lidiando con los retos de ser madre, con el estrés laboral. Con las antipatías y traiciones de las amigas, o la dificultad de encajar, si ellas aún no ejercían los mismos roles, si ellas si tenían dinero para costearse placeres de los cuales ya yo no podía disfrutar. Con los juicios sobre como vistes, como llevas las uñas o el cabello. Deja uno de encajar.
Empecé a ahogarme, bajo todas esas presiones, bajo la incapacidad de manejar el estrés, o saber administrar el dinero o el tiempo.
Jajaja y adicional la carga y los cargos de ser parte de la colectividad eclesial, las exigencias de ese gremio, sus dogmas y agendas que se convierten en propia y dejas de tener tiempo para ti. Eres responsable de otros, de su cuidado, eres responsable de ser testimonio y ejemplo de liderazgo y vida de fe. Lo peor nunca llenas las expectativas o exigencias impuestas.
Ya entiendo como me perdí.
Es un ciclo vicioso, en donde es fácil perderse, en donde es fácil olvidarse de ser por hacer. 
En esa maraña, se perdió la mujer que creí que sería. En esa maraña morí.
Yo sé que es abandonarme y dejar de ser prioridad.
Lo peor es sentir que una no merece más. Descubrir que no todas nacemos con la misma suerte, bajo la misma estrella, duele.
Se pierde la mujer que se construye desde niña. Se pierden los ideales y fantasía de un príncipe al rescate, de un palacio con lujos, de un galán que te llena de detalles, de obsequios y música.
Se despierta a la realidad de sentirte solo un ser inanimado, un objeto o sujeto sumergido en tantos roles que perdió la silueta.
Cada mujer tiene una historia que contar, más llena de dolor o con mayor felicidad.
Aunque parezca tarde me estoy encontrando a mi misma, me estoy rescatando del hoyo en que caí, me estoy reconstruyendo desde el amor propio.