El Bote de los amores.
Publicado en Aug 05, 2020
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   Cuando haya gozado el destino de las evanescencias, cuando sea llamado a gritos, al igual a como se le acusó en la insuperable ruta de los quebrados: un lugar de chiflados. Éste se llenará de agua y se levantarán únicamente las ánimas como rostros al no tener sus pies en esta tierra, haciendo mandatario, y henchido de poder a cualquiera que la haya pisado. Créeme si entiendes lo que es dicha en el silencio; flotando en lo más alto irán los despojos de lo que pudiste haber conocido. Mares dominantes, poca vida, crónicas que jamás contarán lo que sucederá.
   Sabría ya en ese momento, hablando magnificencias de la extinción, que en un pequeño bote, de gruesa contextura y al que su cuerpo le sería descrito como potente, viajaban los últimos hombres del acabose, en donde sólo danzaba con orgullo el mar sin colores. Entendieron los que habían muerto, la posibilidad de desaparecer, negándose el renombre y la altura de los monumentos, en el inicio como en el final, porque se sentirán orgullosos. «Mi mundo acaba su imponencia, mientras señala nuestra historia en mi descenso, para su memoria» lo pensaba así uno de los navegantes, mientras reservaba hacia sus hijos el amparo, que en ellos dejaba esperanza, con esta conversación «esperemos lo que ocurra. Ya vendrá lo que necesitamos. Creceremos, ya que no hay nada más que lo pueda hacer, y en eso llevamos la delantera. No creo que con el mundo ahogándose, vayamos a recibir la peor parte, cuando todo está en miseria.» Le responde otro de los pocos que se toma un momento para reflexionar. Por lo que pudiese venir; encima del bote, recorren el desierto de los mares y pensaron hacia su vida lo mejor, todos los viajeros silenciosos y los pocos que conversaban. Sentado intuirías, furibundo y con la boca seca, a quiénes se ahogaron, por no encontrar un pedazo insignificante de espacio vulgar en aquel bote; ya se habrán de hundir, porque no todos flotaban. La miseria en pasos finos da el vistazo de su primera zancada y el bote se despide, pues si la madera pudiese suplicar, aquella semana sería despedida por los berreos del bote. Llegan en cada generación nuevos chiquillos y el peso ya va dejando en el olvido a los últimos sobrevivientes.
   Mentes acostadas, sin tiempo para razonar cuando el derredor orondo y apoteósico, se asfixia sin sus componentes; o tal vez, simplemente no desean hacer nada y dan la espalda a la extrema situación, que se hincha cada vez más. Los más viejos se levantarán, teniendo firmeza en esos talones arrugados, ante la resistencia del bote, y pondrán a su linaje sobre sus cabezas, levantándose hijos e hijas, y sobre estos nietos y nietas; muchos mueren lentamente aplastados, con la potestad atreves de su mente: son el origen tomado con uñas, por un extremo de algo que comenzará desde aquí. No me atrevo a renegar del grandioso sentimiento que éste debiese tomar en mi pecho hacia mi espalda, si fuese uno de estos ancianos.
   Entonces el bote viajaba, ya sin rumbo, dirigiéndose a grandes escalas bajo el agua, oscureciéndose por el infinito brillo de un nuevo comienzo. Llegó hasta el fondo y la tierra agradecida, con el tamaño de los titanes, lo abrazó a pesar de que cadáveres gloriosos, achatados por las formas plantares de millones de pies, hayan arribado a sus dominios sobre aquel bote. No verás cómo emergían de la mar pequeños niños tomados por los tobillos, que ascendían y ascendían; denotarías, en cambio, a un pequeño y esperanzado montículo al cabo de unos cuantos días. Llegó el instinto de los humanos en la forma anhelada de una colina que atraviesa al cuerpo más decisivo del mar, y para el fondo, la montaña con una base eufórica de mujeres machacadas, al no resistir el peso anímico de toda una generación, al igual que los hombres, que se despidieron complacidos con el estallido de sus pulmones en algún trecho de los más profundos, sin soltar la esperanza de quienes los estarían pisando; y la montaña crece, no se deshace, llegando inclusive a superar el manto de las aguas, y así continua elevándose aquella colina, perdida entre el mar y los “amantes”. Ahora condenados por el malestar de sobrevivir, depositan en sus hijos más preocupación ¡Qué se amen, y de estos nazcan más retoños, y que la montaña siga viva! Los ahogados, ya no lloran, ni piensan en sus hijos, dan a su merecer, amores, entre mujeres y hombres que por estos, más herederos surgirán y la existencia continuará erigida ¿Por qué dan brincos nauseabundos, en el malestar de su vida? ¿Los entenderé como personas, si han hecho de sus pasiones una vulgar zanja de melancolías? Quiero que continúes observándolos, porque ahora es así la vida de los hombres.
   De por sí los cuerpos desnudos deambulaban toscamente, como las vísceras de los peces viscosos, como para dejar escapar el movimiento lento de aquella montaña cansada. Algunas piernas chocaban con el berrinche de un muerto, se golpeaban la carne con la carne, se lastimaban la suave piel para sus rollizas pulpas dejar en el meneo del silencio y ya con los amantes sentados, bajo el manto esponjoso que son sus cuerpos, agotados dejaban escapar la débil energía de su amor; más niños subían a la cima, esperando ser los futuros amantes. Algunos de los pequeños al luchar en su desnudez contra la madurez, hierben en sorpresas por la irritación de ser obligados a amar. De la carne descascarados olores a pellejo, de la vainilla y el asado, se deslizaban entre los frenéticos bailarines, coléricos y desnudos hasta convertirse en la atmosfera de todos los que querían ver crecer a la cadena. Los oían con violencia, a pesar de que el sueño se escapara cada vez más, llegando así el endemoniado anhelo. Caía molla, sobre molla y el espectáculo zumbaba a través de los cuerpos; así se oía junto a los temerosos, por el amar de los adoloridos. En dolor estallaban las damas, en contra de los blandos torsos que las abrazan; suave también los suyos, y la negación ha llegado. Resbalosos se hacen los quejumbrosos cuerpos por la humedad; los aromas envenenan el golpeteo que necesita la acción del amor. El brío ahora se manifiesta, y de los malestares a las mujeres se les deja en la punta junto a los hijos, porque de ellas nacerán los pisos subsiguientes; carne infantil, infestada de odio al amor; energía dulce y bisoña para arremeter con furia sobre la sensualidad de lo que les es imposible conocer, pero así lo desea el anhelo por la vida, y la poca importancia de subsistir irascible gracias a los muertos que descansan como cama tierna, desde el helado cuerpo fallecido, por las figuras húmedas que desfallecen, hasta los tibios mozos ardorosos que en sus espaldas descansan los inservibles chiquillos. Tan agotados terminaron algunos, que atravesaban los temblores del estrés y amenazaron con desmoronar unos cuantos pisos, sin embargo afanados por la vida, y preocupados por la miseria de la historia que se abandonaría, la torre se alzó con más fuerza. Reniegan muchos, ya no hay nada más que hacer, la abundancia carnal ya no apetece a nadie, la vulgaridad genital se olvida y pasa sin pena ni gloria; ya ni por los hijos se tiene estima, los malditos son una agonía sobre sus cabezas.         

 
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Foto del autor Jonathan Pérez
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Miembro desde: Aug 02, 2020
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Descripción

Una línea de sucesos muy extensa... con el tiempo se espera entender al agotamiento, a la carne y al hastío. El mar crece y los amores se confunden.

Palabras Clave: Amor carne vejez mar agonía muerte y cansancio.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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