De compras
Publicado en Feb 05, 2019
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Por Roberto Gutiérrez Alcalá
 
Era el quinto pantalón que se probaba. De mezclilla deslavada, tenía un desgarrón en cada una de las perneras. Así lo dictaba la moda. Los otros, más convencionales, le habían quedado o muy ajustados o demasiado anchos y holgados. Se miró en el espejo de cuerpo entero del probador, se dio la vuelta sin dejar de examinarse por encima del hombro, pasó una mano por una nalga, volvió a plantarse de frente y, al cabo de un minuto, decidió que definitivamente no le convencía.
Se quitó los zapatos y el pantalón, se puso el que llevaba –de algodón, negro- se calzó de nuevo los zapatos y descorrió la cortina. Ya regresaría cuando tuviera más tiempo. Ahora debía correr a la oficina. Las dos horas que le daban para comer casi se habían consumido.
-Gracias -le dijo a la dependienta, y le devolvió el pantalón-. Tampoco me gustó cómo se me ve. Chao.
Dio unos pasos por entre los exhibidores repletos de ropa de marca y, cuando se disponía a encaminarse hacia la salida de la tienda departamental, sintió que alguien la tomaba del brazo izquierdo. Giró la cabeza y vio junto a ella a un hombre bien vestido, de piel morena, alto, fornido, apuesto, más o menos de su misma edad, que sonriéndole le dijo:
-¿Ninguno te gustó, amor? A mí tampoco me gustaron los zapatos que me probé. Ni modo. Nos tenemos que ir. Es tarde.
La mujer no comprendió bien a bien el significado de las palabras que acababa de escuchar, como si aquel sujeto las hubiera pronunciado en otro idioma. Por eso se dejó llevar dócilmente por él, hasta que la luz del sol que brillaba allá afuera, en el inmenso estacionamiento de la plaza comercial, la sacó de su confusión y estupor.
-¡Suélteme! –gritó entonces, e intentó zafarse de la manaza del hombre.
-Tranquila, amor... No te sobresaltes -dijo el hombre, y la abrazó sin dejar de caminar-. Tenemos que darnos prisa. Nos esperan.
-¡Déjeme! ¡No me abrace! ¡Auxilio!
Los gritos de la mujer captaron la atención de los dependientes y de las pocas personas que hacían compras en esa parte de la tienda, pero ninguna se movió de su sitio; tan sólo miraban, a la espera de que sucediera algo. Entretanto, el hombre y la mujer ya estaban a unos cuantos metros de la salida.
De pronto, la mujer logró zafarse y comenzó a escapar, pero casi de inmediato el sujeto se sobrepuso, alargó un brazo y la atrajo violentamente hacia su pecho. El policía que estaba en la puerta de la tienda avanzó en dirección a la pareja y le preguntó al hombre:
-¿Todo bien, caballero?
La mujer vociferó, fuera de sí:
-¡No lo conozco! ¡Me quiere secuestrar! ¡Ayúdeme!
El hombre, sin soltar a la mujer, dijo:
-Sí, oficial, todo bien, gracias. Mi esposa sufre un trastorno mental y, como consecuencia de él, experimenta una crisis nerviosa. La llevaré a la clínica donde la atienden. Sé cómo contenerla, no se preocupe.
-¡Pero si no conozco a este individuo, es la primera vez que lo veo! –exclamó la mujer mientras trataba de soltarse del hombre, pero, con cada movimiento que hacía, éste la estrujaba con más fuerza.
El policía miraba la escena con una mezcla de desconcierto, recelo y lástima, sin saber qué hacer.
-Decir que no me conoce, que nunca me ha visto y que quiero secuestrarla es parte de su trastorno mental; además, suele ponerse muy violenta –añadió el hombre a modo de explicación.
-¡Auxilio! –rogaba la mujer.
Dos jóvenes que, como todos los demás, habían permanecido a distancia, decidieron acercarse. Uno de ellos le preguntó:
-¿Cómo se llama, señora?
-¡Eugenia, Eugenia N.! ¡No permitan que este hombre me secuestre!
El hombre intervino:
-Si pasa más tiempo, la crisis nerviosa puede agravarse a tal punto que mi esposa corre el riesgo de caer en un estado de coma irreversible. Ayúdenme, por favor.
Los dos jóvenes se miraron, vacilantes. Un instante después dijeron al fin:
-¡Sí! ¡Vamos!
El hombre cargó a la mujer, cruzó la salida y se detuvo junto a una camioneta Suburban último modelo, de color blanco, estacionada a escasos metros de la tienda.
-Las llaves están en el bolsillo trasero de mi pantalón. Uno de ustedes sáquelas y abra la puerta del copiloto –pidió.
El mismo joven que le había preguntado a la mujer cómo se llamaba así lo hizo.
-¡Nooo! –imploraba ésta-. ¡Auxilio!
El hombre tendió a la mujer en el asiento y la inmovilizó rápidamente con una cuerda; luego, cerró la puerta, tomó las llaves de la mano del joven, rodeó el vehículo, se acomodó en el asiento del piloto y encendió el motor.
La camioneta salió en reversa y enfiló a toda velocidad rumbo a la salida del estacionamiento. Los dos jóvenes observaron cómo se alejaba y regresaron a la tienda. Al pasar junto al policía, éste les dijo:
-Lo que se ve hoy en día, ¿verdad?
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Foto del autor Roberto Gutiérrez Alcalá
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Raquel

De compras...¿sería de verdad el esposo?...¿sería de verdad que ella , Eugenia , sufría trastornos mental.?..¡será que nadie averiguó la verdad?...¡Puede que sí...Puede que no!!..Alguna vez supe que en la realidad estas cosas, del secuestro, sí existen-..Interesante el texto Roberto..Fue un placer...Raquel
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March 01, 2019
 

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