El Animal Definitivo
Publicado en Mar 13, 2009
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 El animal definitivo


Siempre lo supe, aunque jamás haya hablado con nadie sobre el asunto, siempre supe que existían. A veces en las noches, escucho como un murmullo de jadeo y un sonido de hojas secas que parecen un respiro solitario.
Siempre he creído que un animal, además de todos los conocidos, habita con nosotros este planeta. Me he convencido de ello desde niño, y me ha quedado el recuerdo.
Es un animal de cuya forma nadie puede saber, porque jamás, en ningún momento de la historia de este mundo, él ha sido visto.
Todo el potencial de su evolución estuvo orientada hacia esta particular cualidad para ocultarse. Durante cientos de millones de años su estructura, su anatomía y sus reflejos, se perfeccionaron en esta mutabilidad camaleónica. Su destreza máxima, su excelencia, era eso, sólo eso: la inigualable propiedad de escabullirse entre las sombras.
Creí siempre en este animal que habita por igual en selvas o ciudades, que viaja en barcos, y aviones, que vive en el trópico y en el ártico, un animal digamos... definitivo. Un animal que no se ve, que no se huele, ni se presiente a nuestro costado.
Jamás se han encontrado desperdicios de comida porque nada común lo alimenta. Nunca un cadáver, ni gotas de sangre... nada.
Muchas veces he soñado con él, lo he buscado en el monte, he creído verlo en las dunas; pero tantas veces fue el reflejo del mar sobre un palote, como la luna jugando billares con la arena. Y nunca más lo he presentido en las playas, en las sierras o en la pampa. Nunca lo he visto montado en torres de radio o modernas estructuras parabólicas de microondas.
No lo he visto tampoco pastar en los campos muy verdes. Pero por allí andan, ocultándose de todas las cosas, porque ni los árboles pueden sentir su peso o sus líquidos, y nadie habita el recuerdo de su contorno, en la memoria.
Ya ven que fácil es ser un pequeño Dios, creando planetas y soles. Y si no nos es dificultoso imaginar a este animal, sí nos es, absoluta y definitivamente imposible, negarlo. Porque quien podría asegurar que no existe, que todas estas suposiciones sobre su presencia junto a nosotros son inciertas; si cualquier demostración sobre su ausencia, no haría más que corroborar la magnificencia de su hábito, la de llevar tal célebre disfraz de ser... nada.
Siempre se ha ocultado de animales y personas, y no ha dejado huella arqueológica en las piedras, acaso alguna esquiva sombra, sobreimpresa en la roca más antigua, cuando aún no eran perfectos actores del engaño. Tal vez alguna señal no clasificada, a la que nunca se le ha encontrado dueño. 
Tan sólo eso es mí pequeña historia, contarles de un animal, de algún modo bueno, que habita nuestra casa, y camina junto a nosotros, todo el tiempo.
Un animal indómito, que nunca será enemigo, ni amigo. El animal de los sueños, un animal que visita todos... nuestros sueños. El único animal cuya inexistencia, no podrá ser probada jamás.
El animal... definitivo, el que seguirá estando sin ser presentido siquiera, el de hábitos escurridizos, el que tiene la forma que quieras, porque la que seas capaz de imaginar, esa será su forma, la silueta inconfundible, de un animal perpetuo.
Y por ahí andan todos ellos, buscando alguien que por fin los vea. Entonces serán catalogados como corresponde, con museo dedicado y todo.
Y acompañados por otras miradas, tal vez consigan así, parecerse a las cosas que más desean, tener para siempre una forma inamovible, y despreocuparse de la carga ancestral con que les han obsequiado los tiempos: la fatigosa y automática costumbre, de parecer que no están, que no existen.
Cuando era un chico me sentaba sobre un tronco caído, en noches de luna llena, y al cerrar los ojos, podía presentir como corrían, como jugaban a ser invisibles. 
Pacientes conocedores de la precisión para el ocultamiento, a veces notaba que “sentían mí mirada” puesta en esas correrías.
Pensaba que aprenderían a escapar de esta forma de observarlos, creía que al cabo de algunos días, si cerraba los ojos, ya no podría verlos, pues su evolución para escaparse era tan maravillosa que seguro, suponía entonces, se burlarían de aquel pequeño que yo era. Pero pasaron los días y los años y seguía presintiéndolos correr sobre el pasto, no hicieron nada para ocultarse de mi presencia.
Sólo cuando me creció la barba dejé de saber de ellos. Era de noche, como siempre, y noté que se detenían por un momento, dejaron de jugar y esquivarse, me miraron todos al mismo tiempo, y fabricando una manita de entre su anatomía, me saludaron... mientras desaparecían. 
Fue una noche de verano, hace ya muchos años, en el campo, bajo las estrellas.

  
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Descripción

Prosa poetica

Palabras Clave: animal definitivo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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