En ese lugar donde no me acepto. Donde me juzgo.
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En la ciénaga de mis entrañas, siempre es de noche.
Canta un mochuelo joven, que siempre se esconde.
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El frío es perenne allí y la niebla, huele a sal.
No se debe andar deprisa, porque el suelo de musgo engaña
y no muestra la profundidad real de su hoyo.
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Hace frío. No hay ropa.
El viento junto al mochuelo, junto al grillo,
junto a las pompas del agua estancada, suenan.
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Las raíces de los árboles, parecen las ramas y raíces parecen sus ramas.
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La luna tiene un ojo perdido, que mira al abismo.  Se mueve como faro de luz fundida.
Y los barcos se pierden, y la marea no lleva orden.. .
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¡Ay de mí!  Quiero perderme en la maleza, donde sin fruto gimen mi carne y mi cielo.
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Camino a rastras, mi vientre se desgarra, soy cocodrilo con hambre,
serpiente con frío. Dispuesta a morderme y morir del veneno.
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La tierra que me mancha, me cuenta sobre mí.
Me dice lo que soy, me dice lo que quiero ser, lo que no me dejo ser.
Me cuenta sobre abuelas pasadas, sobre madres primeras,
sobre los hijos de los hijos que tuvieron.
Más me arrastro, más conozco. Más me hiero, más comprendo.. .
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Esa tierra me empapa y me nutre de conocimientos, me despierta y me reconcilia conmigo.
La sal de su arena, se cuela en mis ojos. Mis lágrimas me humedecen los labios.
Su lodo me endurece los pies para que me levante.
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En la ciénaga de mis entrañas, hay una extraña calma constante, el tiempo es lento.
Cuando entro a pasear, recorro sus rincones, me baño en sus aguas y dejo que me cuente.
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En su barro, están mis ancestros. Y los ancestro de mis ancestros. Su barro es la vida.
Y salgo dolorida, pero mis ojos ven con mayor verdad, mis labios sonríen y mis pies caminan.