Vida, obra y muerte de un arrebato
Publicado en Aug 20, 2018
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Mientras apoyaba las palmas de ambas manos sobre la nuca y miraba el techo de su habitación, Julio Beltrán imaginaba figuras, siluetas antropomórficas en la oscuridad de las tres de la madrugada y a esa hora en que en el silencio mora y un quedo susurro lo agobia, pensaba. Su imaginación volaba y era similar a esas ocasiones en las que sin mas nos recostamos sobre algún césped de cualquier jardín y miramos sobre un cielo pintado de nubes que forman infinidad de animales, rostros, emociones… El joven Beltrán pensaba ociosamente en el trabajo, en Lucía, en sus padres, y en su temor e inseguridad intrínsecos a él y que lo distinguían — y perjudicaba— del resto de personas de su entorno. Es a esta hora cuando en un soliloquio febril uno piensa queriendo no pensar y termina pensando de más. El ritmo lento de su respiración, el latir de su corazón y el aminoramiento de estímulos le daban la sensación qué el tiempo no corría; miraba uno y otra vez el reloj de pared sólo para percatarse que habían pasado cinco, tres, dos minutos. Esa tarde había sido la situación era particularmente un poco peor. Sentado sobre su silla giratoria reflexionaba y llegaba a la conclusión que todo está en movimiento; el universo se expande incesantemente, nacen y mueren estrellas, la tierra gira y gira sin que seamos capaz de darnos cuenta, por las calles cientos de personas van de un lado a otro y al final del día no van a ningún lado, sino que regresan al mismo lugar, la sangre recorre todo el cuerpo en un flujo continuo y millones de átomos interactúan sin fin. Ahora él emulaba este movimiento arqueando el cuerpo hacia atrás, elevaba levemente los pies del piso y en un movimiento firme giraba sobre su propio eje. Lucía lo miraba ofuscada y posteriormente con displicencia. Los compañeros de la compañía se reían de él —a veces cuando él no lo notaba y a veces con alevosía— y lanzaban girones de papel impreso en su espalda para que volteara y todos se hicieran los bobos mirando adrede a otro lado y silbando una melodía culposa. Su aspecto no era necesariamente in; su evidente miopía lo había obligado a usar anteojos desde los ocho años, el cabello completamente lacio se obstinaba en cubrirle parte de la frente, el acné lo perseguía desde la juventud y su vestimenta era una extraña mezcolanza con camisa a cuadros y pantalones ajustados a la cadera. Desde pequeño mostró un orden riguroso por la limpieza y procuraba tener simétricamente ordenado todo; en su escritorio los folders eran minuciosamente identificados por color dependiendo la jerarquía, los bolígrafos se enumeraban y tenía uno para cada tipo de requerimiento. En cierta ocasión Joel el compañero de junto rego café sobre el piso y algunas gotas cayeron sobre el santuario del joven Beltrán; Julio sintió una sensación de calor que lo obligó a cerrar los puños, ruborizar el rostro y sentir la imperiosa necesidad de clavar el lápiz que tenía a mano sobre la yugular de Joel y verter unas gotas de sangre sobre su escritorio. Desafortunadamente para él todo quedó en su imaginación como la mayoría de las situaciones que experimentaba. Al salir de la jornada laboral era el ultimo en abandonar el lugar para poder evitar el fastidio que le ocasionaba las charlas vacuas y pueriles de sus compañeros. En el trayecto a casa tomaba el autobús y siempre se sentaba en la parte posterior del lado derecho evitando las miradas de los demás pasajeros. El drama con Lucía no era diferente; se conocían prácticamente desde el jardín de niños. Ella de pelo castaño y rizado ligeramente, de piel suave y ojos miel representa la más anhelada quimera y por el temor a ser rechazado nunca le había declarado su sentir. En secreto y más como un acto vehemente que como una vil y obscena lujuria fotografiaba su rostro desde diferentes ángulos. Era Lucía tomando café a las nueve de la mañana mientras soplaba la infusión, era Lucía tamborileando con los dedos de la mano derecha y con los de la mano izquierda dando clic al mouse del ordenador, era Lucía mientras deglutiendo la comida de las dos de la tarde limpiaba con una servilleta su boca y reía, y entre dientes se asomaban restos de comida, era Lucía con una pierna encima de la otra jugando el pelo y acicalándolo en una muestra de coqueteo con algún tipo fitness de la oficina, era Lucía sobándose los tobillos y retirando las zapatillas agobiantes mientras miraba  en el espejo las marcas del día , era Lucía con la mirada perdida en la ventana del autobús…
Por las noches ordenaba las fotografías con una organización de lo que a su parecer era el mejor ángulo. Era una tarea harto difícil que consumía las horas de la noche y que acompañaba con té mientras con sorpresa miraba el gato que disimuladamente y con sus afelpadas patas interrumpía en su habitación. La idealizaba así pura y apasionada a la vez, una incoherente combinación entre Daniela y Fermina Daza. Si Florentino Ariza esperó 51 años, 9 meses y 4 días para declarar su amor el podía esperar un tiempo más. Ensimismado —y hasta cierto punto retraído— pasaba su vida entre versos, lecturas y escrituras. Extensos ditirambos eran dedicados a ella. Una vez que la noche hacía acto de presencia en su habitación, él cordialmente la invitaba a pasar, y como adolescente precoz la miraba tímidamente, la exhortaba a bailar un vals entre cantos de grillos, el goteo de la lluvia sobre las baldosas y —de vez en cuando— algún sosegado canto de un borracho. La mejor parte del día —y de su vida— era cuando era él y su literatura; de alguna manera podía soportar la realidad gracias a líneas. Tenía una manera lúdica de aprender palabras nuevas y enriquecer su acervo lingüístico. Con los ojos cerrados abría el diccionario y colocaba el dedo índice en una parte arbitraria, leía la palabra y su significado y trataba de memorizarla para posteriormente usarla en cartas que nunca encontraran destinatario. Si la palabra era de uso común repetía este procedimiento con otra y trataba de formar oraciones en ocasiones faltas de sentido pero que lo divertían mucho. También formaba anagramas como Roma- Amor, Clavo- Calvo, Lucía- Licua… lo mismo hacía con alfa gramas y palíndromos. La palabra de hoy era valor; algo que conceptualmente era fácil entender, pero pragmáticamente para Julio no era posible.
Beltrán vivía en casa de sus padres en la avenida Naciones en una casa de dos pisos con amplio jardín y jocosos árboles. Desde su infancia los padres de Julio se preocupaban en demasía por él. Era el único hijo después de una serie de abortos espontáneos que hacían pensar a los padres que alguna condena debería de estar pagando y cuando el primogénito fue concebido no se estimaron cuidados en el niño. Sufrió de alergias desde dos años cuando en el parque y por descuido de su padre un perro se le acercó, lo olfateó con su húmeda nariz, dio la media vuelta, alzó la pata y vertió un chorro de orina amarilla y aromática sobre su cara —hecho demasiado chusco pero verídico—. Cada vez que salía a jugar con los demás niños de su calle era él a quien los balones por acto de magnetismo impactaban contra su cara estrellando los anteojos y derramando sangre por sus orificios respiratorios, a veces llegaba con alguna extremidad fracturada o mínimo lleno de lodo ya que los demás niños lo utilizaban en situaciones especiales como cuando el balón se iba en un barranco o era volado al jardín con perros y tenía que emprender la fuga con raudo paso. Esto a Julio le daba cierto orgullo.
En la adolescencia la situación no fue como él hubiera deseado. Su primer beso fue a los 18 años cuando por error una chica demasiado ebria, compañera de clase lo beso para posteriormente vomitar sobre parte de la cara, ensuciar el suéter a rayas favorito, corromper sus zapatos lustrados y ganar la burla de sus demás camaradas de colegio. Esa noche a pesar del olor fétido que aún tenía, pensó y pensó en los suaves de los labios y el sabor a cerveza. En reiteradas ocasiones era acosado por un grupo de chicos bajos de autoestima y que haciendo gala de su fuerza y sólo para impresionar a un grupo de chicas, lo empujaban, zapeaban, ultrajaban y en una acto por demás ceremonioso lo tomaban por cada extremidad del cuerpo levantándolo a la altura de la cadera abrían como compas sus piernas y procedían a estrellar sus partes genitales contra un poste de luz; el dolor era algo que podía soportar pero la humillación delante de Lucía era intolerable. A altas horas de la noche, en la inmaculada atmosfera de su habitación planeaba en su imaginación planes siniestros contra sus compañeros; la inspiración llegaba cuando sentado en el sofá de su estancia con sus padres al lado, denotando un enfado, miraban cada uno el periódico y disimilaban miradas furtivas tratando de que uno de los dos la retuviera por más tiempo, dejaran a un lado el papel periódico, la madre se acomodaba el pelo, el padre hacía un ligero carraspeo y tácitamente se dirigían a su habitación. Julio miraba las noticias acerca de jóvenes americanos que allanaban los colegios y con armas que compraban por internet o sustraían de los armarios de los padres aficionados a la casería cometían una verdadera masacre. Estos casos eran tema de alguna tesis que formulaba como otras más de situaciones inverosímiles, fuera de lo común o de cierto modo kafkianas por no decir absurdas. La puesta en escena empezaría — como lo requiere la ocasión— vestido de etiqueta, desfundando una nueve milímetros — que no sería difícil de conseguir gracias a las tarjetas de crédito de los padres— que llevaría apretada entre el pantalón y el cinturón, apuntando en la cabeza de los rufianes que lo molestaban, los exhortaría a que amablemente se arrodillaran ( incluso el profesor)—en ningún momento perdiendo la serenidad y los modales que lo caracterizaban—  tomaría por la cintura a Lucía, la besaría con vehemencia y la invitaría a retirarse, tomaría un plumón y con convicción les diría —si no quieren que les vuele los sesos quiero, ¡NO!, exijo que me escriban en el pizarrón uno por uno una razón lo suficientemente poderosa para no matarlos—. Uno por uno pasaría llenos de lágrimas y mocos, las manos y las piernas temblando y escribirían con garabatos indescifrables estas razones. Julio las miraría y terminaría por decir —no me convencen— y empezaría esta heterodoxa orquesta. La problemática vendría al final cuando decidiera si apuntar a la sien o quedarse sentado con las manos en los bolsillos mientras a lo lejos las sirenas entonaran el canto… funestamente sólo se quedaba en la imaginación del pobre chico para después, con la almohada en la cara, sollozar ligeramente. La sonrisa de Lucía lo ayudaba a remar contra corriente en este río que le llegaba a la altura de la boca y pronto terminaría ahogándolo.
Durante está etapa oscura fueron germinando en su interior preguntas, incertidumbres y vacilaciones que le hacían tambalear su nimia existencia. El ser humano busca la felicidad —eso nos queda claro—. Vive en el mañana pensando cuando será feliz, sin embargo, una vez que ha alcanzado el objetivo vuelve a ese estado pasivo, esperando a que algo más lo mueva. Es esa voluntad que siempre quiere estar en constante movimiento cegada por las pasiones y el ego, al final de cuentas es humano, demasiado humano. Es por eso por lo que cuando una pareja comienza el cortejo, la idea surge, posiblemente de abstracciones de lo que es el amor que se han acumulado subconscientemente por medio del entorno familiar y social y de la ignota fuerza de la naturaleza que propicia el encuentro de los polos; esa ley por la cual todo tiene una dualidad (sin excluir la sexualidad).  Una vez que el encuentro se ha consumado poco más queda por hacer ya que lo que quería se ha logrado y se busca algo nuevo que lo proyecte a darle sentido al tiempo ya que el tedio pueda llevarnos inexorablemente a la alineación. Buscamos medios para aniquilar el tedio. Lo buscamos con recelo para embotar nuestros sentidos, para burlar nuestra soledad. El sufrimiento es inexorablemente el estado anímico con más consistencia —y contundencia— en la vida del hombre. Imaginémonos que miles de años de evolución el hombre haya alcanzado a convivir en paz los unos con los otros, no existen guerras, ni se sufre por hambre, y el ego ha quedado atrás como pieza detrás del cristal de un museo —un paraíso terrenal—. El tedio sería tal que uno que otro encontraría medios al suicidio y es que, en medio de las lágrimas, del dolor y del pesar el ser humano encuentra motivo de aprendizaje, de crecimiento y de pasón.
Neruda en su increíblemente hermoso poema 20 recita lo siguiente:
… es tan corto el amor, y tan largo el olvido. El dolor es algo que nos hace sentir vivos —más vivos que la felicidad que pasa apenas perceptible y su duración es efímera— y caemos en cuenta de lo endebles que somos. El guerrero más sangriento a derramado lágrimas, incluso Hitler lloró cuando asesino a su mascota. Por eso en la industria del consumo el sufrimiento es lo que vende; se han escrito más poemas, canciones, obras de teatro y se han grabado mayor número de películas de desamor que de amor. A Schopenhauer se le tacha de pesimista, empero es realismo.
El joven Beltrán después de estas cavilaciones tenía dos opciones: mantener en secreto este amor que lo mataba por dentro donde sus miedos e inseguridades eran como buitres carroñeros que destazaban a gajos su piel y vivir como lo estaba haciendo; fabricando hermosos paisajes oníricos y encontrando voluptuosidad en el dolor (acto un tanto masoquista) o manifestarle su amor a Lucía.
Desde la ventana de la oficina burocrática donde Beltrán apoyaba las manos en el alféizar respiraba el aire que colmaba sus pulmones de smog y de nausea, aflojando la corbata y ciñendo los lentes a su rostro miraba a la distancia a Lucía envuelta un halo místico de tabaco y alquitrán que sostenía entre sus dedos índice y medio. El diálogo entre ellos era estrictamente laboral, aunque se conocían desde pequeños y sus viviendas eran contiguas, inevitable paradoja espacial. En reiteradas ocasiones estaba a punto de decírselo, pero los nervios le apretaban la garganta, el sudor exhumaba en la frente y el habla de tipo subnormal lo detenían, lo ruborizaban y daba media vuelta. A pesar de esto Lucía lo había besado —claro completamente borracha y vomitando en su ropa— y él había acrecentado su libido en ella. Se reprochaba su indignidad y pundonor con frenesí y sin pensar como lo hacen los pseudo valientes se abalanzó hacía ella con paso firme ignorando que el tobillo se doblo y lo hacía tambalear, ignoro las miradas lascivas de los compañeros que mirándolo sin mirar inferían que algo grande tendría que pasar, ignoro el ruido del túmulo afuera que era testigo del acto de un hombre como una ceremonia de un pueblo australiano donde el niño deja de serlo y es renacido envuelto en plumas coloridas simbolizando al animal sagrado; se ha roto el huevo, ignoro la inseguridad y con voz firme exclamó su nombre, la tomo de la cintura y la beso…
Lo que inexorablemente no pudo ignorar fueron unos dedos marcados en su mejilla, unas risas de hienas retorcidas, un sendero titilante y una evidente alineación de la realidad. A estas alturas Julio no pudo distinguir si fue algo empírico o falaz, sólo se recuerda con las palmas de ambas manos apoyadas en la nuca y mirando el techo de su habitación en esa oscuridad agobiante en un estado catatónico. Por fortuna se quedó dormido.
 
 
 
 
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Foto del autor Julio Beltrán
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Descripción

La timidez en ciertas personas es algo que nos persigue como una sombra, que roba nuestra energía vital y es hija predilecta del miedo. Como lo menciona el título, el joven Beltrán nos muestra una vehemencia singular por Lucía y su intrincada miseria.

Palabras Clave: Amor Timidez

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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juan carlos reyes cruz

Formidable cuento sobre un joven enamorado, obsesionado y estimulado por peligrosos sueños que le rosan la mente con probables escapes de su cárcel interna. Dicho sea de paso ésta es una patología social más común de lo que la gente imagina.
En cuanto al texto en esencia, como lector humildemente objetivo, deseo expresarte estimado Javier que observo varios matices en él, que son dignos de analizar. En primer término queda muy claro que eres dueño de un rico verbo que no escatimas en verter en tu relato. Segundo: Imprimes en la fluidez de la historia una coherencia aceptable, pero que a ratos se ve confusa por el intento protagónico que insertas en tus amplios "prólogos" sobre la situación relatada ( aunque no debo desconocer que ellos terminan siendo muy didácticos). Y tercero, la historia es entretenida porque - como hice referencia al principio - nos muestra un aspecto interesante de la vida de muchas personas aquejadas de problemas.
No intento ser doctor en el análisis de tu cuento, amigo Javier, solo emito mi opinión a través de las herramientas con las que cuento.
Un saludo afectuoso y espero que sigas escribiendo.
Responder
August 20, 2018
 

Javier Cabrera

De antemano le agradezco haberse tomado el tiempo de leer estas lineas y su comentario es muy grato para mi,, así como también el análisis. Muchas gracias.
Responder
August 21, 2018

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