El objetivo
Publicado en Sep 28, 2009
Me enteré, por casualidad, que regresaba de Europa definitivamente. Tomaba café con antiguas compañeras de estudio, y mi oído, perfectamente entrenado para estos casos, detectó que alguien del grupo, mencionó su nombre. Tuve la sensación de ser objeto de algunas inquisitivas miradas. Me guardé muy bien de hacer comentarios, más de una conocía el affaire que tuvimos. Con actitud de esfinge, simulé estar abstraída en la borra de mi café, que en realidad no existía. Salí de la incómoda situación gracias a la oportuna llegada de un chico que ofrecía ramitos de violetas en cartuchos amarillos. Una mirada al reloj fue la excusa para retirarme elegantemente y así darles la oportunidad de comentar lo que se les ocurriese.
Caminé varias cuadras sin darme cuenta hacia donde me dirigía. Una mujer madura alborotada como una adolescente por oír unas palabras referidas a alguien que pasó hace años por su vida. Mi corazón latía más rápido que de costumbre y sentía arder las mejillas y un deseo vehemente de reencontrarme con él. Llegué a casa, me duché y desnuda frente al espejo, me erigí en juez imparcial para descubrir uno a uno los estragos que los años dejaron en mi humanidad. Para evitar un bajón, me serví un coñac y lo saboreé lentamente al tiempo que pensaba el modo de reparar, disimular ó encontrar una solución para el problema. Busqué por Internet y encontré soluciones a paladas, todas con un mismo denominador, la inversión de una suma astronómica. Me dormí recién al amanecer, tanto pensar y divagar me quitó el sueño. Antes del mediodía fui a consultar con especialistas en piel, en dietas para adelgazar y rejuvenecer, y a un gimnasio donde me anoté para comenzar una rutina de ejercicios y elongaciones a partir del siguiente día. Llegué a casa bien entrada la tarde, muy cansada y cargada de folletos de los lugares recorridos. Tomé un café con leche y medialunas y llevé a la cama toda la literatura para seleccionar la considerada más afín a mis expectativas y posibilidades. Los siguientes días fueron la expresión cabal de lo que estaba dispuesta a hacer para recuperar al perdido. No hubo límites para alcanzar el objetivo ni sacrificio que no estuviera dispuesta a realizar. Comprendí que la motivación es imprescindible. El cuerpo, las articulaciones, los músculos, todo mi ser, acató las órdenes impartidas por el cerebro, avaladas por una férrea y desconocida voluntad. Dos veces a la semana, concurrí a sesiones dermatológicas que incluían limpieza, tonificación, masajes, máscaras, complementados con ultrasonido, láser, aromaterapia y todo lo que me indicaban. Me animé a una lipoaspiración que me liberó de la adiposidad localizada en el vientre, parte interna de rodillas y muslos. Después la piel sobrante tuvo que ser eliminada con cirugía. Me aguanté todo con estoicismo y una entereza que descubrí a medida que la urgencia por acercarme a la imagen de mi juventud, me acuciaba. Creí morir cuando en una ráfaga de lucidez, me vi. llena de espantosas cicatrices repartidas a lo largo y ancho de mi anatomía. La imagen de la criatura del Dr. Frankestein, se superponía, sin yo quererlo, a otros pensamientos más beneficiosos para mi recuperación. Harto de mis quejas, el cirujano, al conocerlo, tan convincente y seductor, perdió la paciencia y fuera de si, me espetó: -Usted lo quiso, ¡ahora aguante! Y no quedó más remedio. Pasé un mes observando detenidamente el proceso, lento pero seguro, de recuperación. Seguí, al pie de la letra todas sus indicaciones y bueno, aquí estoy. La mirada envidiosa de amigas y vecinas es una prueba evidente que se produjo un cambio importante. Mi cuenta bancaria, exhausta, es otra, más evidente aún. En fin, fue una decisión mía. Tres meses después, las miradas de los conocidos, avalaron esa decisión. Claro que sobre todo, tuve en cuenta, las de mis amigas, históricamente envidiosas y despiadadas. Me veo muy bien. La ropa, adaptada a mi nueva silueta, me sienta de maravilla. Cambié hábitos nocivos en la mesa y en otras áreas. Los resultados justifican el sacrificio y la inversión. Satisfecha e impaciente estoy lista para alcanzar el próximo objetivo. Paralelo a esto, mi tarea detectivesca resulta positiva. Mi antiguo amor llegó al país, viudo, sin hijos y se instaló en las afueras de la ciudad. Trajo muchos €, me encargué de averiguarlo. No soy interesada pero considero necesario y justo, la posibilidad de recuperar lo invertido. El día está precioso, ideal para un encuentro y no lo elegí al azar. Hace, varias décadas, en un atardecer maravilloso, que espero hoy se repita, me convirtió, de niña en mujer, en un entorno semejante al que mis ojos contemplan hoy, mientras, emocionada, estaciono mi auto. Mucho verde, en el follaje y en el césped que cubre este inmenso parque. Hablé ayer por teléfono con su ama de llaves. No fue fácil convencerla para que me reciba. Le dije que somos amigos de niños, conté muchos detalles familiares y mi deseo de sorprenderlo, amablemente. A regañadientes aceptó, algo quería decir, cuando se cortó la comunicación. No llamé de nuevo para evitar se arrepintiera. Me acerco hasta la reja imponente que rodea todo el perímetro de la mansión. El portón es abierto por control remoto, previa identificación y avanzo con el auto por un sendero de grava hasta el frente de la residencia. El corazón da brincos dentro mi pecho. Se que no es amor, a esta altura, soy cerebral y pragmática. Es la emoción de considerar que antes ó después, participaré de todo lo que abarcan mis ojos. La mujer con la que hablé ayer, se acerca. En tono seco y formal me indica que va a conducirme arriba, a la habitación del señor. -Prefiero verlo aquí, respondo. - Imposible, el señor no está bien. Sin opciones, tengo que aceptar. Me conduce hasta una hermosa habitación luminosa, elegantemente amoblada y de ahí hasta un amplio y despojado dormitorio. Desde el umbral, contemplo una escena que me deja petrificada. Sobre una cama ortopédica, conectado a máquinas, y a un respirador, rodeado de personas de blanco que en silencio van, vienen, controlan los escasos signos vitales de este desconocido que varias décadas atrás, en un lugar encantado, me convirtió de niña en esta mujer que tanto hizo para recuperar una ilusión. La voz grave, sin matices del ama, me vuelve a la realidad. Me ofrece algo para reconfortarme. Sólo quiero salir de ese ambiente hospitalario. Como autómata, subo a mi auto, traspongo el portón y busco el sendero que me aleje de esta cruda, inesperada realidad. La chica del peaje, la misma que hace menos de una hora me vió glamorosa marchar hacia mi objetivo, me pregunta, si estoy bien.- No, pero ya se me pasará. Eso creo, respondo. Preparo mi baño con pétalos y esencias. Enciendo velas perfumadas y sumergida en la sedosa tibieza, comienzo a relajarme. Magui
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|