¿Y qué quieres que te diga? Que el color de tu mirar arruinó mi vida, o que el rose de tus labios quedo de una manera irascible en los míos. La subjetividad del objeto y el sujeto ya no es más, tú has transfigurado las leyes de la física, metafísica y pata física para dibujarla en el lienzo de tu filosofía. Un enigmático sortilegio ata mi sentir, mi pensar y mi accionar, llevándolo a una automatización en donde el producto es la remembranza de tu rostro pálido.
A la distancia te miro, a la distancia te sueño, y es la misma distancia a la que agradezco de permitirme no acercarme a ti. La dialéctica del amo y el esclavo (siendo yo el esclavo) tornara de un matiz marrón la realidad de mi angustia. Permítame explicarme si me es tan amable. He sucumbido ante el vicio del vino y el recuerdo de una manera dionisiaca valiéndome más del hedonismo que del estoicismo. Yo más que tú tienes la culpa, la flagelación de mi cuerpo con miles de botellas de vino y la distorsión de mi alma con miles de toneladas de añoranza dan como resultado el ser de papel arrugado que te escribe y que descarga su sentir cómo vomito de clochard en la banqueta.
El esclavo gozara de su esclavitud siempre y cuando las cadenas lo llenen de felicidad. El amo saboreara las mieles del orgullo que provoca en una llama falta de amor. No me compadezco de mi miseria de amor, no idolatro tu belleza, no disfruto tu ausencia, sin embargo, gozo la voluptuosidad que el recuerdo alborota mi integridad y me entrega la dicha del dolor. ¿Es tonto sentir placer en el dolor? No. Compadezco a quien no haya sufrido, a quién no se haya revolcado entre fango y las lágrimas, a quién no se haya convulsionado por el estrés caótico de la remembranza, o por el aullido del potro del deseo.
Evoco de una manera asequible tu andar, tu pelo y tu sonrisa, implorando a dios que alguien más no lo encuentre tan placentero, y si es así, comparta sus conocimientos conmigo. Yo te deseo la felicidad, pero mi corazón te desea a ti.