Dulces tardes de monotona
Publicado en Aug 04, 2017
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Ploc! ¡ploc!
Dos gotas se desplomaron al suelo desde la azotea, solitarias, cayendo cuando la lluvia ya había pasado. Habían descendido al charco de agua que se formó debajo, salpicando. En verano, cuando la lluvia se hacía presente, las casas se liberaban del calor y las calles tomaban ese olor peculiar a frescura, a tierra mojada, que tanto le gustaba a las personas. En ese momento, doña María, había disfrutaba la lluvia desde el marco de la puerta. La veía, la escuchaba y la olía. Había estado ahí toda la tarde, como cada día. El chaparrón comenzó a las cuatro de la tarde, apenas unos minutos después de que colocara la silla junto a la puerta de barandas que la protegía del exterior y que le hacía sentir un poco más segura. Siempre estaba allí a la misma hora, pues quería ver pasar a don Esteban, aquél anciano amargado que, a pesar de sus comentarios un tanto ácidos, la deleitaba con su presencia.
—¡Buenas tardes, Don Esteban!
—¡Son días magníficos, Doña María! —decía mientras refunfuñaba—. Son como cantos de aves en primavera, alegres de soledad y llenos de gran dicha con el trabajo que nunca termina.
—Usted nunca va a cambiar, pero a pesar de todo me sigue cayendo muy bien.
—Más me vale no cambiar, dejaría de ser yo, y eso es lo único que me queda. Gracias a que mis hijos me lo dieron todo, es que tengo que seguir tocando este violín de la felicidad, disfrutando de las asoleadas y de las caminatas interminables.
—Vamos, sonría un poco, no puede ser tan malo.
—Hasta eso me la paso bien. Me topo de vez en cuando con lindas damas, como usted, que me hacen sonreír de vez en cuando. —le dijo mientras le coqueteaba un poco.
—¡Muchas gracias, Don Esteban! De seguro cuando era joven era usted un gran caballero.
—Lo ha dicho bien, Doña María, era. Pero dejémonos de tanta charla ¿por qué mejor no le toco una canción y usted me regala algo de ese panecito que hace cada mañana? 
—Me parece muy buena idea, señor mío.
Así eran sus encuentros, siempre el mismo ritual, las mismas palabras y hasta la misma música. La primera vez que sucedió fue hace tanto tiempo que ya ninguno de los dos lo recuerda, así que para ellos, todo había sido de esa misma forma desde la primera vez. Aunque todo pareciera monótono, había días que eran distintos. Como la tarde del tres de octubre, cuando don Esteban cumplía años y doña María no solo hacía el pan dulce que le gustaba, sino que hasta le preparaba un pastel. O como la tarde del primero de junio, cuando ella cumplía años y don Esteban, aparte de deleitarla con su música por una hora, le llevaba flores. Así había días que rompían con el protocolo y que hacían de aquellos momentos algo especial. En ocasiones, don Esteban, caminaba sin detenerse, apenas regresándole el saludo, pero sin el sarcasmo característico. “El buenos días” de don Esteban era una frase sepulcral, lapidaria para Doña María. Cuando eso pasaba, se notaba como ella extraviaba algo de luz en su vida, haciendo que se apagara con cada saludo devuelto con cortesía.
A don Esteban le pasaba algo similar. Sus días eran amargos, cansinos y sin gracia, a excepción de ese breve instante del día cuando tocaba para ella. Había sufrido mucho a lo largo de su vida, por eso era cuidadoso, escondiéndose en una capa de sarcasmo y amargura. No se podía permitir una decepción más, pues su corazón estaba a un “no te quiero” para desvanecerse. Pero con ella bajaba un poco la guardia y se permitía sonreír y disfrutar.
Cuando llovía, como en esa tarde, Don Esteban pasaba debajo de un paraguas, con un sombrero formal y un saco largo. Por eso le gustaban los días de lluvia a doña María, pues pensaba que aquél hombre de aspecto malhumorado y de rostro rígido se veía increíblemente guapo. Especialmente esos días hacían que levantarse temprano para hacer el pan valiera la pena.
Su relación era un eterno coqueteo, un mundo cíclico de miradas y sonrisas. Todo aquello formaba parte de su vida y cuando, por alguna razón extraordinaria, no se veían, su vida empezaba a menguar. Si no se tuvieran el uno al otro, serían fantasmas, sombras apenas perceptibles por su interacción con el mundo. Pero siempre estarían ahí, siempre coqueteando, siempre amables y siempre presentes.
Es tarde, cuando la lluvia había pasado, dos gotas se precipitara al charco, creando onda de agua que chocaban con el pie de una niña que se había detenido un instante en la puerta de la casa vieja, pues le había parecido escuchar una música de violín venir de aquel lugar vacío. Miró hacia dentro, escuchó atenta y puedo percibir como dos recuerdos se extendían hacia su presente.
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Foto del autor Ral Vliz
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Descripción

Palabras Clave: Lluvia ansiamos amor.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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