Escape
Publicado en Jun 30, 2017
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—No está por acá. No sé en dónde se metió. —se escucha una voz entre la penumbra que es iluminada por las luces que salen de las lámparas. 
—Debió escapar por la ventana. No te preocupes, ya la atraparemos. —le contesta otra voz.
El ir y venir de los pasos apresurados retumba en los oídos temerosos de una chiquilla que se aferra fuertemente a la muñeca mientras se queda agazapada en silencio escondida entre la ropa sucia. Permanece allí solo unos minutos, pero para ella son horas. No comprende realmente lo que sucede, pero sabe que tiene que huir y esconderse. Intuye que no debe dejar que la vean.
—¡Encontré algunos, vengan, rápido! —Las voces vienen de fuera. Se escuchan gritos, disparos y peleas. 
La chiquilla se asoma por la pequeña ventana que da a la calle y logra ver que hay un alboroto. No hay luminarias en las calles, salvo las luces de las torretas y de las lámparas que los hombres traen consigo. Hay varias personas por todos lados tratando de escapar. Un helicóptero sobrevuela la zona, vigilando el barrio desde arriba. De pronto una luz alumbra la ventana, logran descubrirla de nuevo. 
—Ahí está. Vamos, vengan, hay que atraparla. 
La niña sale del cuarto del lavado y corre entre los pasillas hasta llegar a la cocina que se encuentra al  fondo. Abre la puerta de una gaveta y se mete. Permanece en silencio mientras los hombres aparecen de nuevo. La cocina es pequeña y oscura. Hay una puerta que da al patio trasero, pero permanece cerrada con una tabla. No hay manera que pueda salir por ahí. Tiene la esperanza que desistan antes de que lleguen a buscarla a ese lugar que se ve un tanto descuidado. 
—Esta vez no la dejen escapar. Ustedes dos, permanezcan en la puerta para que no huya. Lo demás búsquenla. Debe estar aquí. 
Escucha como van destruyendo todo. Derriban muebles, abren cajas, entran a todos las habitaciones y revisan cada rincón. Es cuestión de tiempo para que logren descubrirla. Extrañamente nadie había entrado aún a la cocina, pero inevitablemente lo harán y la atraparán. Solo le queda esperar.
Hace unas horas atrás, en el colegio, todo parecía distinto. Jugaba alegre sin tener una preocupación real en la vida. Claro, había quien la molestaba constantemente por su origen, aunque ya estaba acostumbrada. Era algo que vivía a diario.  Sus padres ya se lo habían advertido.
—No les hagas caso, amor,  trata de ser valiente y soportar. Esos niños tienen algunos problemas con la  familia. Les falta amor, pero tú debes se fuerte. No te ofendas ni lo sientas personal. Solo dile a la maestra cuando eso pase. —instruyó su padre una tarde al salir de la escuela. 
En esa época era normal que se escucharan insultos racistas. No le parecían ajenas las palabras mojado o frijolero. Ella las conocía bien, incluso sabía cómo se decían en inglés. 
Aunque el barrio era un lugar un tanto más agresivo, según lo decían los maestros, a ella le parecía agradable. Conocía a la mayoría de los que vivía ahí, y nunca la molestaban, ni siquiera los “malandros” que se juntaban en la esquina. Incluso, en una ocasión, la defendieron de unos niños que la estaban fastidiando. Para ella aquel lugar era su hogar y se sentía segura. No conocía otro sitio y pensada que viviría ahí por siempre. Pero las cosas empezaron a cambiar. La gente fue haciéndose menos y la tensión se hacía visible, incluso para ella, que era apenas una chiquilla. Sabía que algo pasaba, aunque no lo comprendía del todo. 
Ese día salió de clases esperando que su papá pasara por ella. Pero no llegó. Se quedó sentada un par de horas a fuera de la escuela hasta que una de las maestras la vio y la acercó a casa. La dejó a un par de cuadras de su hogar, pero no tuvo ningún inconveniente en caminar, pues era algo que le agradaba hacer.  Al andar por su barrio, notó que estaba vacío, no había nadie en la esquina y ningún ruido se hacía presente, aunque aquello solo le despertó un poco de curiosidad. 
Era ya casi la hora de cenar, y esperaba que ya estuviera servida la mesa, pues ya tenía bastante hambre.  Sin embargo, al entrar, el silencio y la ausencia se apoderaron del ambiente. Nadie estaba ahí, ninguno de sus hermanos o sus padres. Sintió pánico apenas se sintió sola. El hambre se desvaneció y solo le dejó un dolor en el estómago. Empezó a recorrer las habitaciones.
—¿Edgar? ¿Iván? ¿Rosa? ¿Mamá? ¿Papá? ¿Alguien? –decía una y otra vez, mientras la voz se le cortaba y los ojos se le llenaban de lágrimas. 
Por primera vez, en mucho tiempo, se sintió abandonada en un país ajeno donde la despreciaban. No había ningún familiar a quien acudir, pues casi todos vivían en México. Marcó a los teléfonos de sus padres pero ninguno contestó. Permaneció sentada en la sala, rodeando las piernas con los brazos y escurriendo lágrimas por el pequeño rostro. Esperaba que en cualquier momento su familia entrara por la puerta. Pero no sucedió. La noche llegó pronto y ninguna rastro de su familia se dejó ver. 
Aun permanecía en la sala esperando cuando se escuchó un grito:
—¡Regresó la migra!
De pronto, las luces de toda la cuadra se apagan, en ese momento varias camionetas llegaron de improviso. Apareció una luz en el cielo y todo fue confusión en ese momento. Su instinto fue esconderse, aunque no sabía muy bien lo que sucedía. Cuando iba corriendo por la sala, unos hombres lograron ver que alguien estaba dentro. Ella entró al cuarto del lavado y ahí permaneció, hasta que de nuevo fue descubierta.
Ella sigue escondida en la cocina, mientras espera que la encuentren. Siente que ya están cerca. Se asoma por la rendija y ve como las luces de las lámparas bailan en la oscuridad, agitándose, buscando inquisitivamente para atraparla. Mientras lo hace, nota algo extraño. Un hombre bastante alto permanece escondido en la cocina. No lo había visto antes, pero ahí está, entre el refrigerador y la puerta. Solo se ve la luz reflejada levemente en sus ojos. Mientras lo ve curiosamente, un hombre que viste de uniforme verde, con un cinturón negro y guantes de color arena aparece. Se dirige a su escondite y de un solo golpe abre la puerta. 
—¡La encontré! —dice el hombre, aunque parece que no lo escuchan.—. Vamos chiquilla. No temas, te mandaremos a casa. 
La niña está asustada, con los ojos bien abiertos y las pupilas dilatadas. No grita, ni llora, solo enmudece. Se aferra al mueble mientras el hombre trata de sacarla. Pelea ferozmente pero es vencida por la fuerza del hombre.    
—No te resistas, chiquilla, no te pasará nada. 
Mientras la sujeta por los brazos, el hombre que permanecía escondido lo ataca, abrazándolo fuertemente y sujetándolo mientras la niña se zafa de sus manos. 
—Huye, niña, yo lo detengo. Corre, anda. La puerta está abierta. 
La niña sin pensarlo corre hacia la puerta y sale por el patio. Por un hueco en la cerca pasa a la casa de atrás. La traviesa, se asoma a la calle y sigue corriendo sin detenerse. No tiene idea de cómo escapó, pero en pocos minutos había logrado llegar a un sitio más poblado. El peligro ha pasado. Parece que ya nadie la busca, aunque ahora se enfrenta a una terrible realidad. Está sola, sin comida y un lugar a donde ir. No tiene familia  y probablemente viva en la calle.
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Foto del autor Ral Vliz
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Descripción

Una pequea nia es acechada por unos hombres.

Palabras Clave: Nia soledad persecucin.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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