Vociferaciones.
Publicado en May 25, 2017
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Llevo horas caminando sin descanso. Me duelen los pies, tengo la boca seca y el sudor se me escurre pesadamente por la frente. Es una noche sin estrellas, calurosa, eterna. Ya me cuesta respirar pero tengo que seguir andando, aunque mis pantorrillas parecen que están a punto de acalambrarse. No hay viento, ni sonido; tal vez  tengo los oídos tapados, aunque no lo sé con certeza, pues desde dentro escucho voces retumbantes. Tengo mucho sueño pero no hay manera que pueda descansar un instante. Debo seguir… sin pausa. 
Hace rato que la luz de la ciudad se ha quedado atrás, escondida tras los cerros, los árboles y la noche. El único albor que se puede ver es un punto diminuto en el horizonte. De vez en cuando volteo a ver si alguien viene detrás de mí, pero no veo nada. Camino a tientas y tropiezos, chocando con rocas y árboles. Me siento sucio, cansado y perdido. No sé cuánto más seguiré así, pero debo intentarlo, debo continuar. Si me detengo, moriré. Tengo que sobrevivir, pues se han perdido muchas vidas por mi culpa. No puedo parar pues tal vez sea el único que ha sobrevivido.  
Atrás he dejado los alaridos y el bullicio de las masas. Ese sonido que aun rebota en mi cabeza. Jamás en mi vida había visto tanta gente junta, aunque no creo que pueda llamarles así, pues solo eran caminantes sin vida. El cúmulo de gritos y gruñidos era algo ensordecedor, alucinante. El solo escucharlos me causó ansiedad y desesperación por salir de ahí. Y su olor, ese olor nauseabundo y penetrante, me sacó fuera de mí. Era increíblemente asqueroso. No podía soportarlo, aunque, por ese olor, pude mantenerme con vida. Podría decirse que soy un cobarde, que abandoné a todos, pero no podía hacer nada, el mar de entes se abalanzaba sobre nosotros. La puerta de la biblioteca era frágil y no pudo soportar el peso de todos ellos. Uno tras otro entraban sin cesar, llenándolo todo de vociferaciones y olores nauseabundos. Habíamos tenido demasiada suerte al durar medio día ahí dentro. Era muy arriesgado, pero decidimos quedarnos en ese lugar. Desgraciadamente nos oyeron y todo empezó a descontrolarse. Fueron llegando en grupos pequeños, atraídos por el ruido que iban haciendo los demás, hasta que afuera se convirtió en un rio de furia. Por fortuna me había alejado de la puerta para vomitar pues el olor me había causado nauseas. 
—¡Regresa, Regresa! —me gritaban— ¡Regresa! Necesitamos de tu ayuda. 
Pero no hubiera marcado diferencia si me hubiera quedado ahí soportando el peso del tumulto de muertos que querían comernos. Hubiera fallecido con ellos, pues, cuando la puerta se vino abajo, todo acabó. Yo no hice otra cosa más que correr. Después de eso, no supe de ellos.  Quizás murieron. 
Hui por la ventana del baño, por esa pequeña rendija que da al estacionamiento. Corrí entre los autos, salté la cerca y traté de llegar a casa, pero la ciudad entera estaba enloquecida. Había gritos y desorden por cada rincón. Decidí alejarme de la ciudad, apartarme de todas esa personas que acabarían por convertirse en voraces asesinos sedientos de carne viva.  Salí por la carretera al norte de la ciudad, cruzando por el puente Dalila. Había autos abandonados y basura por todos lados. Era una locura vivir el fin del mundo en carne propia. Caminé y caminé y sigo caminado. Me alejé de la carretera y ahora sigo por los cerros. Realmente no tengo idea de a dónde ir. Solo quiero alejarme de todo. Seguir viviendo. 
No sé qué hora es ni cuánto he caminado, pero creo que pronto debe amanecer. El pequeño punto se hizo una mancha, una pequeña localidad. No conozco ese lugar, pero cualquier cosa es mejor que la ciudad con su ruido atemorizante y su olor a muerte. Los escucho y los huelo como si siguieran ahí, metidos en mi cabeza y en mis sentidos. 
Cuando llego al pueblo, no hay gente en las calles ni rastros de destrucción. Parece un lugar vacío.  
—¡Ayúdenme! ¡Necesito ayuda! —grito, pero nadie responde.  
Una a una recorro las calles, pero están vacías. Llamo las puertas y nadie responde. Parece que todos se han ido. No hay autos, ni animales. Solo las pequeñas casas huecas y levemente iluminadas. Llego a la plaza y todo parece en calma… salvo el sonido de gruñidos y alaridos en mi cabeza. Insisten en regresar, como recordatorio recalcitrantes de lo que he hecho. 
—¡Salgan de mi cabeza! —me digo— ¡Salgan!
Retumban y resuenan como campanas. Murmullos que gritan sin parar recordándome lo que he hecho. Las oigo cerca, aunque apagadas. Levanto la vista y veo una pequeña capilla, vieja y derruida. De nuevo, el olor a muerte llega de a mí. Corro hacia el templo intentando refugiarme del recuerdo. Toco la puerta, pero nadie respondo. En mi desesperación, le doy de golpes una y otra vez. El olor continúa con más fuerza. Caigo al piso y me tomo la cabeza. “Debo escapar” pienso. Me levanto y sigo golpeando la puerta sin cesar.
—¡Ábranme, necesito ayuda! ¡Ábranme por el amor de Dios!
Mi insistencia cobra fruto; Un golpe desde dentro me responde, después otro y otro más. Sorprendido me alejo un poco de la puerta. De pronto, la puerta cae, y un mar de gente muerta sale de ella. Otra vez su olor, otra vez los gritos y los gruñidos.
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Foto del autor Ral Vliz
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Descripción

Un joven escapa de un ataque zombie, pero con un costo terrible.

Palabras Clave: Zombies noche gruidos

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



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