Olvidé las palabras (Novela) -Capítulo 2-
Publicado en Apr 28, 2017
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El tráfico por las calles de Nueva Orleans estaba saturado de automóviles pero lo evidente era muy evidente. 
 
- Creo que alguien nos está siguiendo, Joseph.
- Ya me he dado cuenta desde un principio, Diana.
- ¿Y no sería mejor darle un esquinazo para que nos pierda de vista?
- Creo que no es necesario.
- ¿Qué es lo necesario para ti, Joseph?
- De momento, un distanciamiento prudencial.
- ¿Te estás refiriendo a mí?
 
Joseph Liore prefirió no contestar de manera directa.
 
- Depués de haber estado varios días ocupado en cuestiones cotidianas que han necesitado mi atención personal, me ha dado por escribir para reflexionar sobre sabios consejos.
- ¿Alejarse de alguna persona en concreto?
- Según Freud, la neurosis no niega la realidad, sino que simplemente no quiere saber nada de ella. Hay que reconocer que cierto tipo de ruptura él lo considera como estado normal y valioso para apartar obstáculos de nuestra libertad.
- Sigue. Me parece muy interesante aprenderlo. 
- Sucede que hay muchas mujeres en la vida de un hombre normal.
- Pero tú no eres un hombre normal...
- Gracias. Es un placer balsámico que una chica como tú diga eso de mí. Es como si estuviese viviendo una experiencia cultural.
- ¡Jajajajaja! Sabes ser muy gracioso. Es por eso por lo que he dicho que no eres un hombre normal.
- Pues yo tengo solamente dos ojos para ver y dos oídos para escuchar.
- ¡Jajajajaja! ¡O estás loco del todo o la que está loca del todo soy yo!
 
Joseph no tuvo más remedio que sonreír.
 
- Siempre he dicho que las mujeres millonarias tenéis unas formas de actuar bien extrañas.
- ¿Es bien extraño haberle dado calabazas al más famoso abogado de Nueva Orleans?
- ¿Te interesa un poco de filosofía como si estuviésemos viviendo juntos y de pronto tuvieras que irte para siempre de mi lado?
- ¡Jajajajaja! Me encanta que imagines los imposibles.
- Escucha. Te extraño es lo que queda de un te quiero que vuelve a resurgir en nuestra conciencia. Es verdad. El tiempo se repite. Es verdad. Extrañar es mucho más que recordar.
 
Ella se sentía mejor que nunca y tenía muchas ganas de seguir hablando con él.
 
- Excelente reflexión sentimental. Hay quienes opinan que, al hablar sobre sentimientos es necesario no reflexionar. Grave error.
- ¿Por qué lo consideras un grave error, Diana?
- Reflexionar como has hecho tú es amar las expresiones con sentido humano. 
- ¿Te importa si te hablo del amor?
- Me gustaría escucharte por primera vez hablar del amor.
- El amor consta de dos partes: lo narrado y lo experimentado. Cuando ambas cosas se unen surge la verdad del por qué no molesta caminar bajo la lluvia si vas del brazo del ser humano que amas. Quienes no han sentido esa sensación nunca, aunque sea de manera real o sólo sea de forma imaginada, es que no han sabido jamás lo que es el esfuerzo de tener que enamorar a quien amamos de verdad. Por eso los días de lluvia siempre me traen recuerdos de amor. Y es que el agua que cae del cielo, como es de Dios, nos bendice si amamos de verdad.
- ¿De qué libro has sacado todo eso?
- Por Dios, Diana... yo no soy de los que copian los sentimientos escritos por otras personas... 
 
A Diana le entraron deseos de abrazarle pero se contuvo por dos razones que eran obvias. La primera de ellas es que todavía le era un desconocido y la segunda es que estaba manejando el automóvil. Ahora parecía como que su vida empezaba a tener un sentido diferente al que había tenido hasta entonces.
 
- ¿Puedo contarte un secreto, Joseph?
- Si es demasido serio prefiero no conocerlo.
- ¿Por qué razón prefieres no conocerlo si es demasiado serio?
- Estoy cansado de escuchar secretos serios que luego resulta que los conocen todo el mundo. Prefiero los secretos que me hacen reír. 
- ¡Jajajajaja! ¡Te prometo que te vas a reír si me dejas que lo cuente!
- ¿Te vale si sólo es una sonrisa nada más?
- Me vale.
- Entonces cuéntalo.
 
Diana de Still se lanzó sin pensarlo dos veces.
 
- Una vez conocí a un pato que metió la pata.
- ¡Jajajajaja! ¿Es en serio o sólo un chiste?
- Te dije que te ibas a reír pero resulta que es en serio.
 
Joseph Liore seguía conduciendo atento al tráfico de las calles mientras hablaba y escuchaba.
 
- No la metió conmigo.
- ¡Jajajajaja! ¡La verdad es que no me lo había imaginado!
- Tú eres tonto. Si te digo que no la metió conmigo es una gran verdad.
- Con quién la metió.
- Con una amiga de la universidad.
- ¿Puedo saber cómo se llama ese ganso?
- No es un ganso sino un pato aunque sí que da la sensación de que es un ganso.
- ¿Puedo saber ya cómo se llama? 
- Patrick Rivers. Y es de Mississipi. Me parece que metió la pata una noche que estaban escuchando "El lago de los cisnes" dirigido por Tchaikovski.
- ¡Caramba, Diana! ¿No decías que era un pato?
- Sí que lo era; pero aquella noche creyó que era el patito feo convertido en el cisne más guapo de todo su Estado. 
- ¡Jajajajaja! ¡Igual que le pasa a mi tío Ben Areck Basin!
- ¿Un paleto con boina que sólo tiene una idea en la recámara?
- Eso es. La boina impide que se quede totalmente en blanco.
- ¡Jajajajaja! ¿Cómo puedo imaginarme yo a un hombre totalmente en blanco?
- Cuando estés en alguna fiesta de gente rica y veas a algún invitado pobre tirando tapones de botellas de champán hacia tu cabeza para poder ligar contigo y llevarte a dormir a una era. 
- ¿Eso es una metáfora?
- Considéralo una metáfora pero ten en cuenta algo muy importante. 
- ¡Que las metáforas sólo son poéticas!
- Menos cuando se trata de tapones de botellas de champán a punto de saltarte un ojo.
- ¿Y lo de la era es también real?
- Más real que nosotros dos juntos.
 
Diana de Still no quiso seguir porque no se atrevía a decirle que era eso lo que deseaba.
 
- ¿Puedo saber a dónde me llevas para cenar?
- Al Bombay Club de la Conti número 830. Pero admito otras alternativas. 
- ¿Y si te digo que no tengo otras alternativas?
- Ya sé que de momento estás libre y por eso tengo que aprovechar para verte sonreír antes de que ya sea demasiado tarde.
 
Diana de Still siguió sin decirle nada de lo que estaba empezando a sentir por él. Sabía que a un ser tan bohemio era imposible atarle. Era mejor pensar en otro mucho más asequible; aunque ella fuese, precisamente, una loca amante de las Bellas Artes.
 
- ¿Y qué hacemos con el pesado que nos está persiguiendo?
- En vez de ponernos nerviosos lo mejor es olvidarle hasta que se dé a conocer.
- ¿No sientes el peligro?
- Sí lo siento pero no le tengo miedo. Y no me digas ahora que soy el hombre más valiente del mundo, por favor.
- Pero puedo soñar que sí lo eres.
- Si te gustan las fantasías...
- ¡Me encantan las fantasías!
 
Joseph Liore sonrió cuando aparcó el Wolkswagen.
 
- A mí también...
 
Y ella entendió lo que estaba queriendo decirle.
 
- Te sigo, Joseph.
 
En la puerta del Bombay había un guardián alto y delgado, de unos 50 años de edad poco más o poco menos, y parecía tener una dentadura postiza cuando hablaba.
 
- ¿Tienen ustedes alguna reserva?
 
Contestó ella.
 
- Va a ser que no... pero... dígale al encargado de las mesas si es suficiente con mi presencia...
 
El portero se fijó en ella y se dio cuenta que un bombón de aquella naturaleza atraería a mucho público si la descubrían cenando en el Bombay Club.
 
- No es necesario. Entren ustedes con total tranquilidad. Todavía hay mesas libres y estamos en un país libre.
- Dejemos de hablar tanto de la libertad cuando resulta que hay derechos de admisión.
 
El portero se quedó sin saber qué decir hasta que pudo reaccionar.
 
- Esto... es que las ordenanzas... pues son las ordenanzas...
- ¿Podemos o no podemos pasar?
- Ustedes dos claro que sí pueden pasar cualquier día que lo deseen incluído esta misma noche. Y por si necesita mis servicios quiero que usted sepa que me llamo Alphonse Brownbox todo junto.
- ¿A qué clase de servicios se está usted refiriendo?
 
Joseph Liore solamente sonreía ante los apuros que estaba pasando aquel tal Alphonse Brownbox soportando las indirectas de Diana de Still.
 
- Esto... a cualquier asunto... que usted me permita...
- ¿Y si le permito que me cuente cuentos antes de empezar a dormir?
 
El portero seguía pasando serios apuros.  
 
- ¿Qué clase de cuentos le interesan antes de empezar a dormir?
- Alguno que se trate de un príncipe azul que se disfraza de portero antes de darse a conocer ante su bella enamorada.
- Señorita... por favor...
 
Joseph Liore tuvo que intervenir para ayudar al cicuentón en apuros.
 
- La verdad, caballero, es que se está refiriendo a "El gato de las siete lenguas".
- ¿"El gato de las siete lenguas"? ¿No será "El gato con botas"?
- No, no, caballero. Ella se está refiriendo a "El gato de las siete lenguas".
- Estoy totalmente desarmado. Yo sólo sé inglés y francés.
- Por eso ella no sueña con usted así que es mejor que usted no sueñe con ella y todos seremos mucho más felices. ¿Quiere que le diga algo sobre la felicidad?
- Supongo que estará relacionado con algo importante.
- Por supuesto que sí. Está relacionado con la justicia.
- No lo llego a entender.
- Cuando los humildes tengan la misma oportunidad de entrar en cualquier restaurante sin ser humillados en la puerta antes de echarles a patadas sabrá usted que es a esa libertad a la que me refiero. 
 
El portero se apartó rápidamente de ella y los dos entraron para elegir la mejor mesa de las que todavía estaban libres. Un señor con grandes bigotes les dirigió una rápida mirada con sus ojos duros y grises. Se levantó ceremoniosamente y, haciendo una pequeña reverencia ante ella, les dirigió la invitación.
 
- Me encuentro solo y me encantaría tener una compañía tan ideal como la de dos jóvenes como ustedes. ¿Desean compartir la cena conmigo?
 
Joseph Liore supo que tenía que rechazarle con total amabilidad.
 
- Siento mucho el hecho de no poder aceptar su invitación esta noche porque se trata de hablar de un tema muy personal. Quizás en otro momento.
 
El caballero de los ochenta años de edad lo entendió pero le entregó su tarjeta personal a Joseph Liore.
 
- Me llamo Michelangelo Baldoria Vecchio y soy descendiente de italianos tanto por parte de mi padre como por parte de mi madre.
- Interesante. ¿Conoce usted a Carlos Marcello?
 
El octogenario pareció dudar por unos momentos antes de responder.
 
- Esto... sí... claro que conozco al pequeño hombre...
- No lo dice usted con demasiado entusiasmo. 
- ¿Son ustedes dos amistades de Carlos Marcello?
- Ni tan siquiera le hemos visto jamás en nuestras todavía jóvenes vidas. ¿No le simpatiza a usted el pequeño hombre?
 
El octogenario bajó un poco más la voz para no ser escuchado nada más que por Diana y Joseph.
 
- ¿Cómo le sentaría a usted que un tipejo de los bajos mundos, y por muchos millones que tenga nunca dejará de ser un barriobajero, haya asesinado a la más querida de sus nietas si es que usted llega a tenerlas?
- ¿Eso hizo Carlos Marcello?
- Mandó asesinar a mi nieta más amada por mí por el hecho de no querer dejarme extorsionar... pero un día Dios hará justicia...
- ¿Cree usted en Dios?
- Sí. Porque soy un verdadero cristiano seguidor a muerte de Jesucristo. Por eso sé que ese barriobajero morirá podrido en medio de sus millones pero tendrá la muerte que le corresponda a un ser tan cruel.
- ¿Es cierto que también mandó asesinar al alcalde Facio?
- Por supuesto que es cierto.
- Escuche. Me interesa hablar con usted a solas en la primera ocasión que usted pueda pero ahora me es imposible hacerlo porque necesito estar a solas con esta señorita.
- ¿No es su esposa ni su novia?
- Nunguna de las dos cosas. Pero de momento me es más importante que si fuese mi esposa o si fuese mi novia. ¿Me está usted comprendiendo?
- ¿Es usted de esos viciosos desvergonzados del amor libre?
- No me ha entendido nada. Entre ella y yo no existe ninguna clase de relaciones sentimentales nada más que la de dos simples compañeros embarcados en una aventura que es solamente cultural. Los dos somos también verdaderos cristianos. ¿Podemos vernos usted y yo a solas mañana por la mañana?
- Perfecto. Ahora sí que lo he entendido. ¿Qué le parece, jovencito, si nos vemos a las once de la mañana en la Avenida Harrison del City Park?
- De acuerdo. No le cuente a nadie nada de lo que hemos hablado.
- Vivo sólo con mi perro "Donald".
- Pero no olvide que la cita es mañana.
- No lo olvidaré.
 
Encontraron una mesa libre muy lejos de los demás comensales. Y, una vez sentados, ella quiso saber.
 
- ¿Qué hablaste con ese señor tan anciano?
- Tengo una cita con él mañana por la mañana.
- Querrás decir que tenemos una cita con él.
- No. En esta ocasión tú aprovechas para seguir preparando tu tesis en la Biblioteca de la Avenida Loyola. La cita puede ser muy peligrosa si se trata de una trampa mortal o si alguien se entera de lo que vamos a hablar. A la hora de comer nos juntamos y te lo cuento todo.
 
El camarero se acercó.
 
- ¿Te gustan los mariscos y los pescados, Diana?
- Me encantan los mariscos y los pescados.
- Sírvanos una cazuela de mariscos y pescados y una botella de vino verde.
- Tenemos un excelente Casal García importado directamente de Portugal.
- Pue ese mismo. Después pediremos el postre.
 
El camarero se alejó y ella fue directa a un tema que tenía enormes deseos de conocer.
 
- ¿Ya te has olvidado de ella?
- Creo que sí. Creo que hace ya mucho tiempo que me he olvidado de ella.
- ¿Estás seguro de lo que dices?
- Escucha, Diana. Si no la hubiese olvidado del todo no estaría ahora hablando contigo en Nueva Orleans.
- ¿Y no será que me estás utilizando precisamente para poder olvidarla?
- No soy de esa clase de hombres. Me repugnan esa clase de hombres que usan a las mujeres para descargar sobre ellas las desgracias de no haber podido olvidar a otras. ¿Estás comprendiendo lo que digo?
- Sí. Que eres incapaz de hacer que paguen justas por pecadoras.
- Exacto. Esa clase de hombres me dan asco.
- ¿Qué es un desamor, Joseph?
- Algo que no debe ocurrir jamás.
- Pero es algo que ocurre muchísimas veces.
- Por desgracia muchas veces más de las necesarias.
- ¿Y cómo se puede superar un desamor?
- Pon atención, preciosa. A veces hasta los malos amores nos dan vida. De amor se vive, se padece, se sufre, se ríe y se llora. De amor y desamor, como tú dices, está la vida llena. De amor y de desamor seguimos latiendo.
 
Ella se le quedó mirando fijamente a los ojos como queriendo decirle algo más profundo, algo que estaba sintiendo en su interior, pero no se atrevía a confesarle que cada vez le gustaba más estar a su lado.
 
- Yo no he conocido jamás eso. Lo que quiero saber es cómo se puede superar si es que un día tengo que vivirlo. 
- Primero utiliza tu imaginación para visualizar este diálogo. ¿Puedes hacerlo?
- Puedo.
- Yo te quise como se quiere sólo una vez en la vida.
- Por supuesto que me quisiste. Con egoísmo.
- Sólo me mostré cual era. Todo el amor estaba en mí.
- Y te olvidaste de mí cuando todo el amor también estaba en mi interior.
- Lo siento.
- Ya no lo sientas más. Te has quedado liberada. 
- No. Me he quedado hundida...
- Entonces tendrás que vivir en lo subterráneo hasta que lo hayas olvidado todo y sepas que todavía sigo viviendo.
 
Diana observaba los brazos de Joseph y aquellas perfectas manos de artista con las que parecía estar dirigiendo toda una verdadera orquesta de emociones.
 
- ¿De esa manera se olvida?
- Todo en la persona indica que la persona no es ni puede serlo nunca un olvido total. Las parcialidades de los olvidos se reflejan en esa frase final de “suerte en la búsqueda”. Quien busca el olvido se encuentra siempre con la memoria. Así que si alguna vez te sucede recurre a tu memoria para poder superar al olvido. El olvido no se olvida pero el olvido se supera cuando sabes encontrar la fe de tu felicidad. Si te dicen que el silencio es el olvido se equivocan porque el silencio siempre es un recuerdo. Así que si alguna vez conoces el desamor recuerda siempre que recordando se supera. O sea, todo lo contrario de lo que cree la inmensa mayoría de las gentes. Intentan no recordar bebiendo, con las drogas, amando a otras personas sin ninguna clase de amor o haciendo toda clase de fechorías como si el resto del mundo tuviera la culpa de su desgracia. ¿Me estás comprendiendo?
- ¿Y qué alternativa te diste tú a ti mismo?
- Pensé en algo muy elemental. Jugando al fútbol americano universitario, no profesional sino universitario, descubrí que en el desamor o se gana o se pierde pero nunca se empata. Así que siempre juego para ganar. Y si me toca perder pienso que en el siguiente partido voy a poder ganar. Hasta que a fuerza de ganar varias veces te quedas vacío por completo y puedes volver a comenzar ya superado el olvido. ¿Te das cuenta ahora de que no es tan difícil conseguirlo sin tener que dañar tu persona ni la persona de quienes no tienen culpa alguna? 
- Entiendo que te refieres a seguir adelante sin caer en ningún abismo.
- ¿Tienes buena memoria?
- Tengo una memoria sensacional
- Anota en tu memoria lo siguiente antes de que llegue el camarero. Cuando sacamos a relucir el pañuelo de las despedidas es como si estuviéramos desalojando fantasmas de nuestro pensamiento. ¿Qué estamos pensando en esos largos minutos en que parece que la despedida nunca va a tener lugar? Algunos creen en el nerviosismo, otros creen en la incertidumbre y hay quienes hablan de inquietud. Ninguno de estos tres grupos de personas aciertan. La verdad es que toda despedida es una sensación. Esa sensación de la que casi nunca se habla porque se lleva por dentro y se procura evitar que salga a la luz pública. Sólo quienes entienden esta curiosa circunstancia saben lo que de verdad se siente cuando se dice adiós a una persona, un animal o una cosa; puesto que en las tres situaciones se experimenta la misma sensación: una especie de vacío que está llamado a convertirse en olvido. Y si seguimos ese proceso conseguimos superar todos los desamores por completo. ¿Es complicado de aprender?
- Parece sencillo...
- Es que es en lo sencillo en donde reside la respuesta. Si te fue sencillo enamorarte mucho más sencillo es aprender que aquello no era el amor.
 
Diana no pudo resistir una sonrisa.
 
- Si tú fueses mi novio en este mismo momento te daría un beso completo.
 
Ni tan siquiera pudo intentarlo porque apareció el camarero con los platos.
 
- Que tengan una buena cena. ¿Qué desean como postre?
- ¿Tienen flanes de gran tamaño?
- Da la casualidad de que sí.
- Pues tráiganos un flan muy grande y dos cucharillas.
- ¿Es que van a comer los dos del mismo flan al mismo tiempo?
 
Joseph Liore miró limpiamente a Diana de Still para fuese ella la que lo decidiera.
 
- Por supuesto que sí.
 
El hilo musical, mientras cenaban ya en silencio, desgranaba canciones de jazz de Billie Holyday traducidas al español porque debía haberlo pedido alguno de los comensales alli reunidos. 
 
- Este suspenso me está matando. No puedo soportar la incertidumbre. Dime ahora. Tengo que saber si quieres que me quede o me vaya. Ámame o déjame solo. Tú no me creerás, te quiero sólo a tí. Hubiera preferido estar solo y entonces ser feliz con otra persona. Tú puedes encontrar en la noche el momento adecuado para besar pero la noche es mi tiempo para solo recordar el pasado arrepintiéndome en lugar de olvidar con otra persona. No habrá nadie a menos que ese alguien seas tú. Tengo la intención de ser independientemente triste. Quiero tu amor, pero no quiero pedirlo prestado. Tenemos un hoy para volver mañana. Para tu amor es mi amor. No hay amor para nadie más.
 
- Joseph...
- Supongo que quieres contarme algo...
 
Pero ella se arrepintió de repente...
 
- Nada. No es nada. Quizás que tengo ganas de comerme ya el flan a tu lado.
- Eso es sencillo. Pon tu silla junto a la mía.
 
El camarero llegó con el enorme flan grande y, al verlos juntos en lugar de separados, no dijo absolutamente nada pero le extrañó muchísimo.
 
- Va a ser la primera experiencia en mi vida. 
- ¡Jajajajaja! ¡Eso sí que me ha hecho reír, Diana!
- Pero resulta que es la verdad.
 
Ella adivinó que él era, por lo menos así lo creía firmemente, un hombre imposible de ser conquistado. Un neoyorquino, como neoyorquina era ella, de los que no tienen fronteras; un joven mucho más joven que todos los demás jóvenes que había conocido. Había descubierto a alguien que tenía siete años más que ella y, sin embargo, daba la sensación de que no había ninguna clase de distancia porque hablaban el mismo lenguaje. Uno de esos hombres siempre tan jóvenes que podría ser capaz de escribir las cartas más amorosas que ella pudiera imaginarse. Y sin más preámbulos comenzaron con la ceremonia del flan en común. Ella no quiso saber nada más sino que el futuro lo dejaba en las manos de Dios.  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Novela

Palabras Clave: Literatura Prosa Novela Narrativa.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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José Orero De Julián

Muchas gracias por tu seguimiento, Lucy. Espero y deseo no defraudar tus expectativas. Estoy haciendo todo lo que puedo para no fracasar; así que agradezco tus palabras de aliento. Un abrazo sincero.
Responder
May 05, 2017
 

José Orero De Julián

Gracias, Lucy. Cuando existen lectoras como tú es importante e interesante seguir adelante. Un saludo amistoso, compañera.
Responder
May 02, 2017
 

Lucy Reyes

Voy en el capítulo 4, me sigue interesando tu novela. Gracias por compartir.
Responder
May 04, 2017

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