Catalejo Mundial -8-
Publicado en Apr 27, 2017
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CATALEJO MUNDIAL – 8-
 
Amigos y amigas de Radio Sensación:
 
Víctor Hugo, novelista francés del Siglo XIX después de Jesucristo se hizo una pregunta: “¿Qué es un envidioso?”. Él mismo se contestó afirmando que es “un ingrato que detesta la luz que le alumbra y le calienta”. Y el humorista español Chumy Chúmez se lo tomó muy en serio cuando dijo que “si hubiera un solo hombre inmortal sería asesinado por los envidiosos”. En cierta ocasión yo escribí lo siguiente: “es la envidia la que destruye el alma de los envidiosos”.
 
Uno de los problemas emocionales más frecuentes, la envidia suele definirse como la tristeza por el bien ajeno; un sentimiento desagradable que se produce al percibir en otro u otros algo que se desea y que dificulta el desarrollo del que lo sufre y sus relaciones con los demás. Se mezclan emociones de naturaleza contradictoria, como por ejemplo, el deseo de tener lo que otro u otros tienen, la admiración por lo que otro u otros han conseguido, el dolor por no tenerlo, la indignación por considerar injusta la diferencia que se observa o la incertidumbre por no entender a qué se deben las diferencias que producen la envidia.

La envidia se produce como consecuencia de dos tendencias que llevan al envidioso a desear lo que no tiene y a compararse con los demás. La naturaleza destructiva de la envidia, que permite diferenciarla de la envidia sana, se refleja en que la primera origina malestar emocional, sentimiento que en lugar de ayudar a superarla dificulta tremendamente esa superación. El envidioso es incapaz de ponerse en el lugar del envidiado o los envidiados, para poder comprender su situación. El envidioso no sabe lo que es la empatía. ¿Qué significa sentir empatía hacia alguien? Significa sentir lo que siente el otro o los otros. Y es la base de la comprensión y la solidaridad.
 
La envidia origina una serie de reacciones negativas y unos trastornos mentales que pueden hacer que el envidioso se aísle de los demás y tenga serias dificultades para relacionarse adecuadamente. Entre los valores más envidiados suelen encontrarse el prestigio, el reconocimiento público, el estatus ocupacional, el éxito, el dinero, el poder o los símbolos espirituales y las posesiones materiales. La envidia es una grave enfermedad psicológica que no deja vivir al envidioso que intenta no dejar, por eso, vivir a los demás. Para lograr desprenderse de la envidia, sobre todo a ciertas edades ya avanzadas, es necesario acudir a la asesoría de los psicólogos o a centros de prevención de salud especializados en trastornos mentales. Grave enfermedad. Muy grave. Destroza el alma de quien la sufre y destroza la felicidad de quienes tienen la desgracia de tener que soportarle. La envidia no deja vivir y si no se resuelve ese conflicto mental trae graves consecuencias de aislamiento con los demás.
 
La envidia es consecuencia de dos procesos psicológicos necesarios para el desarrollo de los seres humanos: el deseo y la comparación. Para prevenir la envidia no se pueden suprimir dichos procesos, sino que deben controlarse sus efectos. El envidioso es un enfermo mental que no consigue mantener ese equilibrio. Para que los dos procesos mencionados produzcan una lucidez sana, es necesario desarrollar habilidades que ayuden a comprender lo que se siente y por qué se siente, convertir el malestar emocional producido por la envidia en un motor para conseguir lo que uno desea tener, y controlar la hostilidad que dicha situación de envidia puede generar, evitando que se deterioren las relaciones con los demás. El envidioso que quiere curarse de esa enfermedad (como ocurre con todas las enfermedades mentales) debe ser consciente, primeramente, de que es una enfermedad que puede curarse sólo cuando él asume que la padece. El problema inicial, por tanto, es que el envidioso quiera dejar de serlo.

La envidia es incompatible con la empatía, que desempeña un papel importante en el desarrollo sano de la personalidad humana para la comprensión de uno mismo y de los demás. Para prevenir la envidia es importante tratar de estimular la empatía y, a través de ella, la capacidad para ponerse en el lugar del otro o de los otros. La envidia se produce siempre en situaciones vividas como una amenaza. El envidioso cree que todos los demás son sus enemigos. Por eso, para prevenir la envidia es preciso favorecer la confianza básica en uno mismo (el envidioso siempre es un ser con baja autoestima y con complejo de inferioridad) y con los demás (el envidioso nunca acepta los éxitos de los otros). Es necesario, para curarse de la envidia, desarrollar expectativas y modelos positivos sobre las relaciones sociales ya que el envidioso siempre está dispuesto a rechazar dichas buenas relaciones y suele recurrir a los insultos porque carece de fundamentos para entender que los demás no tienen la culpa de su enfermedad. Por eso, una de las terapias que usan los psicólogos para curar al envidioso, es trabajar con él para que pueda adquirir habilidades con las que poder responder beneficiosamente a su tensión emocional porque el envidioso no puede vivir en paz ya que siempre está en alteración nerviosa y eso afecta a su espíritu y le hace un ser amargado. La envidia es incluso más dañina que los celos (envidiosos y celosos están incluidos en cuadros psiquiátricos muy parecidos).
 
Uno de los mejores remedios contra la envidia es aprender a afrontar las situaciones de éxito y de fracaso siempre con optimismo, centrando la atención en los aspectos positivos de la realidad. La envidia se produce casi siempre hacia personas que ocupan posiciones superiores dentro de una relativa cercanía porque el envidioso se enferma al querer competir contra los demás. Cuando se establecen relaciones de cierta igualdad los envidiosos, al no tener éxito en sus ansiedades, convierten esa igualdad en una desigualdad asimétrica y pasan a ocupar una posición de inferioridad. De ahí sus complejos que no aceptan aunque sean evidentes. Por eso, para prevenir la envidia es preciso establecer desde la infancia relaciones adecuadas con los iguales. El problema de la envidia es que si no se la vence en la infancia después amarga la existencia de quien la sufre y cuando más avanza la edad más daña la mente y el cerebro. Por eso es una enfermedad del alma y de la mente.
 
Para prevenir la envidia se debe aprender a relativizar las diferencias sociales (los envidiosos sólo absolutizan todo y no saben relativizar la vida) y adquirir habilidades para elegir adecuadamente con quién, cómo y cuándo compararse, para evitar que dicha comparación tenga efectos destructivos y evitar convertirse en un humano con sentimiento de inferioridad. Insisto en que cuando la envidia ya está muy desarrollada (por ejemplo en hombres que han superado los 50 años de edad) es necesario ponerse en manos de expertos psicólogos o acudir a centros especializados en salud mental. La envidia es curable pero sólo cuando el envidioso es consciente de que padece de esa enfermedad. El pensador y filósofo Arthur Schopenhauer dejó escrito en una ocasión lo siguiente: “La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren”.
Así que olvidemos a los envidiosos y sigamos nuestro caminar infinito diciendo, aunque algunos nos tengan envidia por decirlo, que muchos dicen que más de las estrellas hay un espacio vacío. ¿Es verdad? No. Es mentira. Más allá de las estrellas hay un espacio llamado Eternidad y hacia dicho espacio nos vamos quienes tenemos Fe aunque algunos nos tengan envidia por pensar, sentir y decir que sí, que existe la Fe y que es la Fe la que nos evita tener envidia de los demás porque nuestro caminar está ya liberado de todos ellos. Y es que en el mundo de las ideas, lo verdaderamente valioso no es vencer sino convencer.
 
Termino con el siguiente paradigma: un envidioso le dijo a otro envidioso: ¡cuánto te envidio por ser tan envidioso! Y el otro envidioso le contestó: ¡cuánto te envidio por tenerme tanta envidia! Los dos no supieron nunca que se estaban envenenando mutuamente y murieron por culpa de no haber entendido nada más. En su tumba común, pues los dos fueron enterrados juntos para que no siguieran teniéndose envidia, apareció el siguiente epitafio: “Aquí yacen juntos dos que en vida no supieron vivir juntos jamás”. 
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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