LA NIA ALEMANA
Publicado en Mar 27, 2017
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Me encuentro en una parada de bus en alguna ciudad de Alemania. Mientras espero que llegue el transporte, observo pasar varios autos de los que en México solo traen los políticos, los empresarios o, aquellos a quienes la vida no vale nada, pues se arriesgan todos los días, mínimo, de ser asaltados. Puntualmente, llega cada diez minutos el bus. Me subo. Pago mi boleto. Aprendo un poco Alemán y leo que sí alguien viaja sin boleto, deberá pagar 60 Euros de multa, más o menos, 1200 pesos mexicanos. En la estación se suben dos hombres. Se cierran las puertas y a medio viaje de la otra parada, ellos sacan sus identificaciones. Son los controladores. Revisan a cada uno de los pasajeros. Pero, con más obsesión a los extranjeros, inclusive a mí, que cuando me voy a bajar tengo que mostrar una vez más el boleto al mismo hombre que ya me había controlado. Probablemente, pensó que alguien me lo había prestado. Se lo enseño. Me deja bajar, echándole una mirada de tristeza a su compañero, como diciendo, se nos han ido 60 Euros. Llueve un poco. Me meto a un restaurant. Pido un café con leche. Mientras espero, observo que hay varias mujeres con recién nacidos. Algunas les dan pecho a sus bebes sin que nadie de los comensales les de asco. Es más, creo que el único que se da cuenta de ese gran detalle, soy yo. Como siempre traigo algo para pasar el tiempo. Me pongo a leer un libro de un inmigrante en Estados Unidos cuyos padres se fueron de ilegales. Él es un empresario con varios restaurantes. Durante la lectura, me identifico con el protagonista que tiene mi edad, pues como yo cuando estoy en México de vacaciones, él quiere buscar sus raíces entre las piedras de Pedro Páramo. A pesar de estar muy concentrado en la lectura, siento una mirada. No es la mirada de una mujer alemana, sino de una niña rubia de ojos azules, no mayor de un año, que me sonríe y me saluda con las manitas. Le devuelvo el saludo también con una sonrisa. Sigo con la lectura y de reojo miro que la niña me ofrece los bracitos como queriendo que la cargue. Su madre, también rubia y de ojos azules, voltea y me dice que su hija se ha enamorado de mí. Yo me sonrojo un poco, mientras la chiquita sigue alzando los bracitos. Me dirijo hacia ella. Le pido permiso a su mamá. Quiero cargarla. La saco de la silla y me la llevo a la mesa en donde se encuentra una taza de café y un libro. Juego con ella, aproximadamente, diez minutos hasta que la madre termina de empacar todas sus cosas. Le ofrece los brazos, pero la niña se aferra a mi cuello. La madre, amorosamente, la abraza y la retira de mí. La niña se va llorando desconsoladamente y yo me quedo pensando que hace diez años un niño no mayor de cuatro años, mientras paseaba en un Malecón de Lima; Perú, me dijo: “Tú eres un negro cochino”. Cuando le pregunté por qué me había dicho eso. Él me contestó que así le decía su mamá a los negros. Miro alrededor. Me doy cuenta que otra madre le da pecho a su hijo, mientras reflexiono que, en realidad, la discriminación y el racismo, sí se maman…
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Foto del autor Carlos Campos Serna
Textos Publicados: 361
Miembro desde: Apr 11, 2009
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Descripción

En realidad, la discriminacin y el racismo, s se maman

Palabras Clave: discriminacin racismo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Carlos Campos Serna

Derechos de Autor: Carlos Campos Serna


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Nicole

Qué bueno. Ya ves si se maman...
Responder
March 31, 2017
 

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busy