LIBRE DE PECADOS / CUENTOS ENAMORADOS
Publicado en Sep 22, 2009
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LA SALIVA DE LA HIENA      
El olor ácido llegaba hasta la puerta. Cuando caminé por el pasillo angosto de paredes sucias y sin revoque, tuve la sensación de ingresar a un túnel donde al final y después de transponer una puerta de metal oxidada, me esperaba un lago de agua podrida.
A medida que avanzaba imaginaba hundiéndome en un pantano inmundo. Me producía un estado de asco porque el hedor que recibía lo asociaba al vómito infantil, a leche quemada, a yogur, a esa especie de líquido claro, de color amarillo verdoso, similar a la cuajada.
Con notoria voluntad cumplí la primera etapa y arribé al fondo. Golpeé la puerta. Apareció Belisario vestido de blanco, con un gorro visera, anteojos de seguridad y guantes de látex. Me invitó a pasar, enseguida  respiré un vapor pesado y observé una nube azulina que cubría el galpón. "Estoy con el gorgonzola, es la época", dijo. Me llevó al interior. De unos caballetes colgaban veinte bolas envueltas en tela de cáñamo. Muy cerca, en una especie de escurridor gigante, había 6 o 7 piezas y sobre una mesa de 2 metros de largo otros panes matizados con manchas verdosas similares a hojas de perejil. "No te preocupes por la limpieza, a éstos le meto baritina y listo", apuntó Belisario.
El lugar era oscuro, sólo dos líneas de tubos eléctricos iluminaban un escenario aterrador.  Reinaba un total desorden. La suciedad gobernaba desde hacía tiempo, al menos eso se advertía en cada rincón. Me llamó la atención la cantidad de gatos que circulaban como si fueran operarios. Asocie su presencia a la idea de que donde hay gatos no hay ratas. Pero bien podía ser ésta la excepción.
Belisario era un marginal de aspecto frágil y enfermizo. No reconocía afecto, no hablaba de amores, de un pasado sentimental. Calculo que tendría unos 45 años. Estaba casi seguro que era alcohólico. Su voz sonaba apenada y su forma de decir parecía culposa. Siempre tuve la intuición  que Belisario buscaba en cada encuentro, una forma higiénica de sentirse bien como persona.
Lo conocí circunstancialmente, él ayudaba en un puesto de diarios donde habitualmente yo compraba el matutino. A veces charlábamos de fútbol y en contadas ocasiones sobre política. De vez en cuando, compartimos un café y creo un asado en la casa del Tati, el dueño de la parada. Conmigo fue sincero, con los otros se mostró reticente. A muchos - incluido Tati -, les había dicho que tenía armada una pequeña empresa industrial de productos lácteos, con oficinas en la Capital y centro de operaciones en Uribelarrea, un pueblo perdido en el tiempo, cercano a la ciudad de Cañuelas. Llamaba la atención que siendo un "empresario", mantuviera  dependencia  con el gremio periodístico.
 En rigor, Belisario había nacido y crecido en Uribelarrea, en el seno de una familia de tamberos. Siempre que podía volvía al lugar. A medida que tomó confianza me propuso visitar la zona. Lo acompañé dos veces. La primera fuimos en micro hasta Cañuelas y desde allí en remise al centro del pueblo. Llegamos a la siesta, en ese mismo momento donde las horas parecen interminables y los instantes de vida un regalo. Belisario prácticamente no hablaba, era un hombre de gestos, de ademanes. Su figura parecía una vara.  Permaneció parado un largo rato como hilvanando sueños pasados. No lo molesté. A mí también la tarde me devoraba. Perdí la noción del tiempo, de la distancia. Allí no había muchedumbre, gente empujándose, bocinas histéricas. Tomé conciencia del silencio, del aroma a retama, del sonido del viento, del canto perdido de algún pájaro. Ese no era mi mundo pero estaba seguro que todos los mundos de Belisario terminaban en Uribelarrea.
Nos sentamos en un banco destartalado de la plaza. El sol quemaba el pasto seco de los canteros. Con verdadero esfuerzo se animó a contarme que los domingos se instalaba allí para ver pasar a las muchachas. Después casi al atardecer marchaba hasta el almacén de Paco Ventura, un bolichero a quién le fabulara sus aventuras amorosas mientras pecaba con algunos fernet y dados de mortadela. Alegremente entonado, partía hasta la casa de la negra Betina, la amante del pueblo, la mujer que todos conocían, a la que las señoras dignas no saludaban, esa que ayudaba a los viajantes a olvidar que las ventas no siempre abultaban el bolsillo, la misma que en los festivales animaba la fiesta y en momentos de dolor acompañaba a las viudas. Más tarde, todavía con el perfume húmedo de la cama pestosa, se volvía a la casa y terminaba de alegrarse con  las copas de ginebra  sobrantes de la noche anterior. Sus padres y hermanos ya dormían. El único que lo esperaba era un perro ratonero retacón  que con mirada triste y aullido ronco le  decía un "buenas noches" perdido.
La segunda vez lo escolté porque temía por su vida. Belisario en su afán de mantener la fábrica, contrajo una deuda con un agenciero dedicado a la venta de autos usados. El hombre resultó ser un matón de acumulado prontuario y pulida relación con policías corruptos. Angustiado por la morosidad, Belisario recurrió a varios conocidos para tratar de salvarse. Como era de esperar nadie colaboró. Desesperado, remató su producción a un mayorista que abonó con cheques posdatados. El agenciero aceptó los valores pero le advirtió que si se veía en problemas la cosa terminaría mal. Descorazonado y sin aliento se aferró a la ayuda de Tati y mía. Ambos apuramos los ahorros para auxiliar al amigo. Belisario entristecido se volcó a la bebida despiadadamente. Para sacarlo del trance le mentí diciéndole que un paseo por Uribelarrea nos vendría bien a los dos. Durante el viaje estuvimos callados. Cada uno metido en su mundo y en su historia. En Cañuelas almorzamos en un restorán frecuentado por visitadores veterinarios, viajantes y camioneros. La comida fue abundante y casera. La atención decorosa. En la sobremesa Belisario me pidió un último favor: "No se trata de dinero", apuró. "Aquí en el cementerio están mis viejos y me gustaría rezar en su tumba", continuó acongojado. Nos fuimos caminando hasta el camposanto, lindante con capilla. Preferí mantenerme a cierta distancia. Belisario resistió parado unos minutos. En el infinito real de la conciencia una vez más tuve envidia de los poseídos de fe. ¡ Qué podía decir yo cuando en mi alma no estaba encendido el candil de la esperanza, la virtud de la humanidad,  la espiritualidad básica y necesaria para creer en algo más que en los hombres! Tengo idea que mi rechazo a la religión fue a los quince años. Por entonces yo iba todos los domingos a la Iglesia San José de Flores. No registro con certeza si lo hacía convencido. Hasta que un día, en mitad del oficio religioso, infortunadamente las vírgenes y los santos me señalaron. Sin aviso previo tuve deseo de orinar y de improviso, por mis piernas, corrió un torrente de pis hasta mis zapatos. No miré el piso. Como pude salí del templo, crucé corriendo la avenida Rivadavia y me senté en un banco de la plaza Pueyrredón. No entendí  qué me había pasado. Mi pantalón no estaba mojado. Mi calzado no había perdido su lustre. Con profunda vergüenza volví a la parroquia. Me arrodillé y recé, creía que estaba enfermo, que éste era un llamado de la muerte. Por otra parte me sentía sucio, oloroso, repelente. Me apuré y al llegar a mi casa me duché pero aún seguía el aroma ácido de mi orina. Enloquecido decidí frotar mi cuerpo con alcohol y lavarme las manos con agua sanitaria.  Durante meses soslayé el paso por la iglesia. Como un perseguido cambie mi itinerario. Volví a entrar a una casa de rezos cinco años después. Fue para asistir a una misa en memoria de mi padre que había fallecido un mes antes. Lo hice en solidaridad a mi madre que estaba destrozada. Desde aquel episodio no retorné a una basílica.
La denuncia de una vecina disparó la sospecha. No era posible que cada noche un gato muriera. Tampoco que su velatorio fuera en la vereda de Belisario. Me resistía a creer que él los envenenara. Supuse que algún producto tóxico les provocaba el deceso. Sin embargo, ciertas actitudes que había observado, me hacían dudar. Siempre recuerdo que Hemingway amaba a los felinos y una historia relatada por su biógrafo viene a cuento: cierta vez, el escritor tuvo que sacrificar a su animal más querido y lo hizo al amanecer. Después cavó una fosa en el jardín, lo enterró y reventó en llanto. ¡Era Hemingway!, el duro, el bravucón, el que no se permitía la derrota. Evidentemente su amor por los gatos no tenía medida. Belisario, por diferencia, en ningún momento lagrimeó. Tal vez este aspecto oculto y sórdido respondía a primarios antecedentes de su historia familiar. Belisario era un ser ambivalente, tenía días de profunda alegría y otros de total depresión. Incluso variaba de una hora a otra. Muchas veces se mostraba agresivo, sobre todo cuando recurría a una desatinada cuota del alcohol.
Mi desconfianza tuvo su confirmación cuando con desconcierto observé que Belisario quemaba  todos los martes a la medianoche, una caja de cartón. Ante mi pregunta sobre qué contenía el cubo, su respuesta era "carne endemoniada". Después de un silencio concentrado, Belisario lanzaba un grito primitivo, desgarrador, que resonaba en todo el ambiente. Lo asocio el rito a una locura enmarañada con su vida irreverente. Si algo le faltaba a ese lugar invadido por el perfume agrio, era ese olor a carne quemada y pelo chamuscado.
 Poco gratificante para nadie es encontrarse con restos carbonizados envueltos en papel de diario. Por más que uno quiera hallarle explicación o justificar el accionar de estos enfermos, desdichadamente frente al hecho, las palabras tienen poco valor.
 A mí todo me resultaba bastante confuso.  Belisario se pintaba como un ser tierno,  sin maldad aparente. Para el común de la gente, el hombre era una suerte de estúpido al que había que ayudarlo por caridad, porque en conclusión todos afirmaban que era una criatura primitiva, endeble, quebradiza.
Cuando sobre el cordel atado de pared a pared que atraviesa el galpón de la industria láctea, vi colgados de la cola a esos mismos gatos que el propio Belisario había criado, sentí un profundo pesar. La miseria humana daba testimonio de la aberración ¿Pero hasta qué punto yo podía juzgar a un semejante? La confesión de Belisario sobre su proceder en nada me aclaró el panorama. Él alimentaba a los gatos porque envidiaba su sagacidad, su independencia, su sexo, su vida peligrosa. Pero además lo hacía porque eran los únicos que frenaban a las ratas. Mientras me hablaba una especie de nudo en su garganta lo bloqueaba: "Cuando era chico me escondía en un galpón - se sinceró-, allí pasaba horas observando las manchas de humedad del techo. Algunas parecían caras dibujadas. Una tarde me quedé dormido y el mordiscón de un bicho me despertó. Era una rata que parecía un gato. Me había afilado el dedo gordo del pie. La sangre no paraba. Tuve miedo, empecé a temblar. Me agarré el miembro herido y lo apreté con fuerza. Mi mano se llenó de sangre. Así permanecí un largo rato. Logré pararme y llegar hasta la casa. Nunca le conté a mi madre esta historia. Me hubiera dicho que las ratas son las mujeres del diablo y que ellas son tan putas que conquistan a los hombres honestos. Por eso Dios creó al gato, para acabar con todas las mujeres ligeras".
La enorme confusión de mito y leyenda que Belisario me denunció, parecía el argumento de un cuento fantástico. En esa vida de atormentado, de casilleros sellados de confusas historias, nadie se atrevería a pedir permiso.
Dos semanas después de aquella escena de gatos retorcidos  de dolor y aullidos con muerte, el lugar quedó clausurado. De nada sirvieron las súplicas y comisiones monetarias ofrecidas. Belisario se fue escupido, insultado y golpeado por un grupo de vecinos indignados. En su declaratoria ratificó los hechos y quedó incomunicado. Tati, en conocimiento del problema, habló con un abogado. Setenta  y dos horas después, Belisario estaba libre. Su estado era deplorable. Lo acompañé hasta la clínica donde a partir de ahora sería su nueva vivienda. Lo ubicaron en una habitación individual que se ajustaba a su necesidad. Las paredes estaban pintadas de un suave color celeste. La cama lucía un acolchado de rombos azules y verdes. No había cuadros ni espejos. Una mesa pequeña y una silla completaban la escena. El cuarto me resultó oscuro. El director del Centro argumentó que por el momento éste debía ser el lugar. Me quedé para solidarizarme. Belisario se acostó boca arriba y permaneció en silencio mirando el cielo raso. Obligado yo hice lo mismo. No había manchas de humedad. No había caras dibujadas. Le pregunté si quería tomar algo. No contestó. Al cabo de una hora me incorporé y fui al baño. Cuando regresé Belisario me dijo: "Volvió la rata, está ahí". Miré el ángulo del cuarto señalado por él. No había nada. Le respondí que ya se había ido. Furioso replicó: "¡No me engañes. Ella viene por los dos!". Traté de persuadirlo, de calmarlo, pero no fue posible. Me aconsejaron que me retirara. A desgano lo hice. Sabía que lo medicarían para vivir un sueño imperfecto. Así transcurrirían los días futuros, en el oasis de un desierto de tranquilizantes y antidepresivos. Ya no volvería más al horizonte amplio de la pampa, a la ronda de la plaza, a los pechos manoseados de Betina, a los perros de su niñez, a la estación del ferrocarril, a la bicicleta prestada. La nube de su infancia ya no sería para este cielo. Atrás, muy lejos, estaba la rueda del molino, el surco, el arado. Belisario se apagaría como la tarde entre un concierto incierto de sapos y chicharras. Nunca el amanecer volvería con su frescura. Sólo las gotas de rocío lavarían su opaca mirada.
Una vez más la fragilidad de la vida caería derrotada y a mí me tocaba  despertar al alba.
María Aurelia Ramírez conoció al "Goñi" Azpúa un 25 de mayo, durante la conmemoración de la fiesta patria celebrada en la plaza central de Lobos. Ella trabajaba de operaria en un matadero de aves y vivía en Roque Pérez. Él oficiaba de tambero, con residencia en Uribelarrea. Ambos mantuvieron oculto su vínculo porque el "Goñi" tenía esposa y 3 hijos. Al cabo de un año de encuentros furtivos, Azpúa decidió cortar la relación a pesar del avanzado estado de gravidez de Aurelia. Su compromiso de asistencia nunca lo cumplió. La Ramírez para salvar la situación se juntó con Raúl Echagüe, un peón de estancia viudo con dos hijos. De aquella unión de la operaria y el tambero, nació Belisario, a quién Echagüe reconoció como hijo propio.
 El niño creció sin conocer su historia hasta que Don Raúl falleció. Su madre resignada le contó toda la verdad. Ya el "Goñi" Azpúa era un anciano. A pesar de ello, el odio y la venganza vulnero a Belisario quién no descansó hasta acabar con su rencor.
Primero ganó la confianza de Esteban, el hijo mayor del "Goñi", después sedujo a Violeta, la única hija mujer de Azpúa. De esa manera pudo ingresar en la usina láctea "La Vasconia", propiedad de la familia en el pueblo de Uribelarrea. Prolijamente encandiló a la mujer. Violeta encendida de amor se entregó a la pasión carnal y con suprema confianza lo acercó a Bernardo, el otro hermano que apuntaba ser el sucesor del viejo Azpúa. La esposa de "Goñi" había muerto años atrás víctima de brucelosis.
 Belisario jamás dijo palabra alguna de su familia sustituta. Inventó una historia trágica. Argumentó que sus parientes vivían en los pagos de San Miguel del Monte, cerca del Río Salado, y que una madrugada durante una feroz tormenta, la casilla precaria en que vivían se inundó por completo y todos murieron ahogados, arrastrados por la corriente de agua y barro. Él salvó su vida porque aquella noche había viajado a Las Flores para asistir a una fiesta de casamiento. Quienes le dieron posterior albergue fueron unos quinteros portugueses de apellido Antúnes que tenían un campo en el poblado de Zenón Molina, a escasos 30 kilómetros de Lobos. Su leyenda oral fue recibida como cierta y nadie pretendió dudar de este joven trabajador y comprometido con el esfuerzo.
 Violeta y Belisario se esposaron después de 2 años de noviazgo. Seis meses más tarde la joven fue encontrada muerta en el depósito de la usina. La habían golpeado salvajemente con una pala. Su cuerpo estaba rodeado de hormas de quesos y ratas muertas. Sobre el pecho yacía un gato quemado.
La suerte de Esteban no fue menos ingrata. Durante un viaje desde Cañuelas a la Capital, comenzó a sentir un dolor intenso en su pierna izquierda mientras conducía su camioneta. No dio importancia al llamado. Transcurridos 15 días fue internado en el Hospital de Ezeiza con diagnóstico de severo envenenamiento. A pesar del cuidado, Esteban dejó de existir doblegado de dolor y empapado de sudor helado.
Belisario apenado y sin consuelo, le planteó a Bernardo la idea de alejarse y radicarse en Buenos Aires. Lo convenció para abrir un pequeño establecimiento lácteo en el barrio de Chacarita y así mantenerse alejado de tanto malestar. Bernardo aceptó. Al principio todo marchó bien pero las investigaciones policiales cada día acosaban más a Belisario. Sus testimonios fueron frágiles. Todo daba a entender que no decía la verdad, que algo escondía.  Bernardo ante tantas dudas cambió el rumbo de los acontecimientos.  Estaba seguro que la policía determinaría que Belisario era un asesino, el único culpable del desastre familiar.
A partir de ese momento y ante el acoso permanente, Belisario se derrumbó y transformó sus días en  miseria y desolación. Vivía huyendo, escapando a todo. El hombre era frágil para el suicidio, débil en sus argumentos, inocente en sus respuestas. Prácticamente estaba acabado.
Tati y yo nunca pensamos que Belisario tuviera maldad. Lo ayudamos por misericordia y posiblemente volveríamos a auxiliarlo cuando dejara la clínica donde había ingresado sin ninguna resistencia.
Cuatro años tardó la policía científica de la provincia de Buenos Aires en determinar que Bernardo Azpúa, hijo adoptivo del Ignacio "Goni" Azpúa, fuera el máximo responsable de  la muerte de Carmela Gutiérrez de Azpúa, de Violeta Gladys Azpúa, de Esteban Carlos Azpúa y de la dudosa desaparición de "Goñi" Azpúa.
María Aurelia Ramírez nunca volvió a ver a su hijo.
Belisario Echagüe aún continúa internado en la Clínica Psiquiátrica "Madre Tierra".
Horacio Tatikian "Tati", vendió su parada de diarios y vive con su familia en San Telmo.
Todos los domingos, Fernando Ferrer visita a Belisario Echagüe. Juntos comparten el almuerzo.
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Textos Publicados: 26
Miembro desde: Aug 20, 2009
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Descripción

Un hombre sin vida.

Palabras Clave: Bipolar.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: SI

Derechos de Autor: JOSE MARIA GATTI

Enlace: josemariagatti@terra.com


Comentarios (6)add comment
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja

¡Y cuando sale publicada Libre de Pecados amigo?
Responder
January 24, 2010
 

Diego Lujn Sartori

Hola:

te invito a leer algo de los ultimos 10 textos levantados y espero tus comentarios.

Saludos

Diego
Responder
November 16, 2009
 

Juan Sambra

Realmente me quedé sin palabras, ante una historia cotidiana que fue capaz de traspazar los límites de la imaginación humana. Muy bueno
Responder
October 13, 2009
 

LIBRE DE PECADOS

Annita: Me siento tan gratificado con tu critica que realmente me dan ganas de seguir escribiendo todo el día, a cada rato, en todo momento. La historia está entrecruzada con hechos reales. Por varios años - mientras estudiaba- trabajé como visitador veterinario para un laboratorio multinacional. Si hubiera seguido en ese camino hoy sería un CEO o algo así. Me parece que estoy más feliz con esta realidad. Efectivamente varias cosas la ví, las viví y eso me permitió organizar este cuento. Coincido: puede llegar a ser un una novela corta. Pero vos te darás cuenta que soy un hemingwayano. Los cuentos son más difíciles que las novelas. La historia es más directa. Ya la obra LIBRE DE PECADOS está lista. Calculo que ahora viene el trámite de algún prologuista y después el soporte papel. Ya que estás enganchada con mi literatura, te puedo enviar LA PIPA DE HEMINGWAY que es el resumen de la primera parte del blog. Este libro me dio muchas satisfacciones y compartirlo será un gusto. ¿Y presentarlo?...no descartarlo. Un cariño, mi renovado agradecimiento y hasta pronto. José María.
Responder
September 23, 2009
 

inocencio rex

extraordinario.
que mas puedo agregar a lo que ya dijo anna?
5 estrellas
Responder
September 23, 2009
 

Anna Feuerberg

Hola José María, aquí estoy en mi primera lectura de tu obra.

El texto denota la solidez que otorga la experiencia. Mi primera impresión fue que LA SALIVA DE LA HIENA más que un cuento es como una mini novela porque los cuentos suelen girar alrededor de una misma idea mientras que aquí nos encontramos ante un texto que desarrolla diversas secciones; nos habla de las historias de varios personajes, algunos protagónicos y otros incidentales (muy bien logrados todos dentro de su identidad); y así la historia se va desplegando poco a poco, dando algo de información aquí y otro poco de información allá, hasta que se desencadena el nudo propio del relato y el giro del final (cuando nos informan que no fue Belisario quien asesino a esas personas, sino uno de los hermanos). El epílogo sobre el derrotero de los elementos de la historia al final es chévere.

La historia se inicia con las impresiones sensoriales del personaje narrador a su llegada a la empresa láctea de Belisario. Estos olores fuertes a podrido al igual que las imagenes visuales del entorno prologan la atmósfera del relato que nos vas a contar, y se continúan empleando a lo largo del texto de manera importante, por ejemplo, vemos que cuando Belisario descansa en el hospital el ambiente de la habitación es liviano y amistoso. También todo ese desorden en la casa de Belisario expresa la confusión psíquica del personaje. Las imagenes visuales de los gatos chamuscados y colgados de la cuerda son bien expresivas. ¿Los bultos que cuelgan al principio de la historia son gatos envueltos?

El texto es un entretejido delicado de descripciones, de relaciones entre los personajes, de narraciones, pensamientos, hay incluso una reflexión filosófica sobre la creencia o no en la fe, está el inciso de Hemingway, los altibajos del estado emocional y de conducta de Belisario, la visita al cementerio, la concepción de Belisario (Aurelia y Goñi), la historia que inventa Belisario sobre su origen, como te mencioné antes, historias dentro de historias: cómo va progresando la amistad entre Belisario y el personaje narrador, la historia de Betty, el encuentro en el bar de Tati, los viajes a Uribelarrea, la visita al cementerio (por ser el lugar de la muerte considero muy apropiada la reflexión sobre la fe en lo divino aquí).

Belisario sufre mucho. Sufre la ausencia de sí mismo. Proyecta en los gatos lo que quisiera ser pero hay algo dentro de él que no le permite aceptarlo y entonces destruye esa imagen de sí mismo en el cuerpo de los gatos. Belisario creció en un hogar, luego descubre que su verdadero padre lo abandonó. Esto es sentimiento de desamparo, es otro vacío que se genera en su interior y que no puede llenar de ninguna otra forma sino a través de la rabia y la venganza, pero su personalidad está tan menguada y débil que no tiene el poder para hacerle daño a un ser humano aunque quiera. Los gatos son otra cosa, son una extensión de sí mismo.

Betty es maravillosa, me encantó este personaje, la amante del pueblo, la que consuela a las viudas, muy bella. El personaje narrador también, es solidario, es amigo, es acompañante, es comprensivo. No juzga, observa lo que hace Belisario pero no lo cuestiona, y Belisario se siente seguro con él.

Creo que Belisario tiene un concepto muy pobre sobre sí mismo porque se ha sentido amenazado en su vida, las ratas lo muerden, cayó en malas manos para intentar rescatar su empresa, se siente inhibido en la conversación en el restaurante de Tati. Al parecer tampoco hubo una relación estrecha con su madre, no se menciona nada al respecto, tan sólo la traición y el vacío que siente de su padre. Quizás el padre adoptivo lo reconoció pero no representó un ejemplo de masculinidad en su vida.

En tu palabra clave pones bipolar. ¿La historia es imaginaria o está inspirada en un evento real? Yo borraría esa pista sobre la condición emocional de Belisario y dejaría la interpretación a la imaginación del lector, la historia tendría mayor misterio.

Esta frase es de antología: "Llegamos a la siesta en ese mismo momento donde las horas parecen interminables y los instantes de vida un regalo."

Hay un par de comas que no comparto.

Me ha interesado mucho tu cuento José María. Voy a aprender mucho leyéndote : )

Un abrazo,

Annita

Responder
September 23, 2009
 

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