Sin concesiones (Diario)
Publicado en Sep 25, 2016
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Me inicié como estudiante universitario sin dar ninguna clase de concesiones de cara a la galería. Ya había muerto Franco y el circo político español comenzaba a ser una pelea barriobajera entre "bárbaros" y "romanos". En aquel año de 1975 era muy frecuente que un "amigo" te enviara una carta deseándote todo lo mejor del mundo pero que, al abrirla, te volaba los cinco dedos de la mano con la que la habías abierto. Menos mal que te quedaban los cinco de la otra para poder contar cuándo se produciría tu venganza. Músculo contra cerebro y cerebro contra músculo. El escenario del "teatro" español estaba lleno de extras que se apuntaban a las sesiones diarias por aquello de ser famosos y salir en los periódicos. Día tras día se inauguraba una nueva función. Stop.
 
Los mítines políticos se asemejaban a carruseles donde el tío más vivo se llevaba la gloria pasajera hasta que llegaba otro tío más vivo que le sucedía en la primera página de los periódicos. Como dijo Emilo Romero Gómez, "la paz empieza nunca" porque los había que se partían la cara a tortazos por una ideología o por otra. Ideología era la palabra mágica que se había puesto de moda en nuestra sociedad. El mundo de las ideas había comenzado a desaparecer y los ideólogos sonreían ante las cámaras de cualquier canal televisivo que les daba una oportunidad como si el programa "Salto a la Fama" o el programa "Reina por un día" hubiesen vuelto a nuestros quehaceres diarios. Stop.
 
Quien no saltaba por los aires podía sentirse feliz en la lucha antiterrorista que nos hacía acordarnos siempre de los padres y las madres de los etarras y gentes del mismo jaez. Y en cuanto a las chavalas también les había entrado la fiebre de aquello que se dio por llamar conciencia. La toma de conciencia parecía algo así como la toma de La Bastilla pero a lo basto. El que "hilaba más fino" en sus chácharas interminables se llevaba "el gato al agua". Los plúmbeos discursos discursivos se habían convertido en espectáculos de corrales teatreros como en la época de Lope de Vega. Ya no se discutía asuntos como que el Real Madrid fuese mejor que el Barcelona o que el Barcelona fuese mejor que el Real Madrid. Lo que se discutía en todos los cenáculos y sus posteriores tertulias era adivinar cómo íbamos a terminar todos los españoles. Stop.
 
El cansino juego de las demagogias siempte tenía un gusto a acíbar rancio para los hispanos y las hispanas que nos hacíamos cruces por ver si acertábamos en aquellas "quinielas" políticas donde no hacíamos otra cosa sino escuchar. Las monsergas de los curas habían desaparecido y su lugar lo ocupaban las llamadas dialécticas de la oratoria que siempre, por supuesto, terminaban en un reparto de hostias. A todo aquello se lo llamaba democracia; así que los silenciosos, los que siempre estábamos callados, buscábamos con ansiedad en nuestros diccionarios de "andar por casa", la definición de democracia porque todavía no sabíamos bien si aquello de darse trompazos los unos contra los otros ocupaba un lugar en dicha definición. La más grande sorpresa que nos llevamos fue saber que democracia era gobernar bien a los pueblos y por el bien de los pueblos. ¿De qué bien se trataba todo aquello?. De arrimar cada uno su sardina a la sartén para sacar la mejor tajada posible. Y de posible en posible andábamos todos los independientes, los que no creíamos en ninguna de las ideologías, observando el panorama, que ya se estaba conociendo como "el ruedo ibérico", desde nuestra improvisada atalaya. Aquel barullo ideológico nos aturdía más que los ruidosos motores de la maquinaria politicastra sonando sin ton ni son porque nadie tenía ya la cabeza en su verdadero lugar. Stop.
 
A decir verdad, guardábamos silencio porque nos entraban ganas de reír; pero en 1975 estaba prohibido reír y era necesario "guardar las formas" que consistía en poder sobrevivir sin tener que ganarse alguna hostia de las que se repartían a diestro y siniestro y día tras día. A pesar de todo ello la pregunta verdaderamente existencial consistía en lo de si éramos o no éramos felcies en aquel año. Tenía yo ya 26 años de edad y mi felicidad consistía en comenzar mi carrera hacia el periodismo profesional; pues a alguna profesión universitaria tenía que aspirar para no confesar a las chavalas de muy buen ver que sólo era un bancario. Stop.
 
Los independientes vivíamos "a salto de mata en mata" como conejos huyendo de los "galgos" y de los "podencos", ya que era mejor tener una buena madriguera casera desde donde poder contemplar aquella "ceremonia de la confusión" puesto que florecían y proliferaban más que las amapolas campestres toda una sucesión de siglas como en ningún otro siglo de nuestra Historia patria. Y nos divertíamos mucho averiguando qué significaban todas aquellas siglas y a qué ideología correspondía cada una de ellas. Ya no podíamos conformarnos con lo de la ONU y la UNESCO puesto que era necesario, o nos estaban haciendo que fuese necesario, aprendernos de memoria toda aquella "sopa de letras". Así fue cómo llegó un momento en que un profesor de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense de Madrid, me dijo "tú hazte el loco", que era la mejora manera de traducir lo de Tlatelolco. Stop.
 
A "la guerra fría" le había sucedido "la sangre caliente" y no estaba el horno para bollos así que me hice pasar por Napoleón Bonaparte ligando con Josefina; digamos, por ejemplo, con Pepa Flores o con Pepita Jiménez puesto que de cultura ya iba yo muy buen surtido; algo así como si se tratara de galletas María Fontaneda a granel. Fue entonces cuando me dio por vivir como las cigarras y los saltamontes en lugar de vivir como las hormigas y las cucarachas. Me quedó muy bien aquello de "Cigarras y Saltamontes"; así que decidí crear mi propio mundo dentro de "la galaxia Guttenberg" que me venía como anillo al dedo para mi posterior futuro pluscuamperfecto. Stop.
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Foto del autor José Orero De Julián
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Páginas de Diario personal.

Palabras Clave: Diario Memoria Recuerdos.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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