Hablando de ¨dedillo¨ y machismo, mejor dicho, de ignorancia por parte de mi padres que me lavaron mi cerebro en la niñez, adolescencia y parte de mi adultez con sus sermones casi de orden sacerdotal. Yo también desprecié casi con odio a los homosexuales y al número cuarenta y uno que, desgraciadamente, tampoco pude saltar cuando empecé a sentir cierto dolorcito en mis partes bajas, para ser más preciso entre el recto y los testículos: anuncio que mi próstata estaba inflamada, marcando con esto en cierta medida el pasar de los años, por lo tanto, debía hacerme ¨la prueba del añejo¨ que recomiendan los doctores cuando uno pasa de los cuarentas. Ese día que nunca pensé iba a llegar, salieron a brote algunos prejuicios, pues siempre decía que preferiría morir antes de que un dedo perforara mi ¨chiquitín¨ y me volviera del otro bando. Me rehusé varios meses ir a revisarme, hasta que ya no pude soportar el dolor. Por miedo a ser desflorado, le dije a mi mujer que me acompañara. Al llegar a la consulta, en el cuarto de espera, había un hombre solitario cruzado de piernas con las manos entre ellas, como si trajera minifalda. Nos saludamos sin vernos a la cara, con el fin de no reconocernos, si por casualidad nos encontráramos en la calle. Cuando llegó el doctor nos saludó ¨de manos¨ a los dos. Supongo que mi compañero de la misma desgracia, miró también los dedos del galeno para saber los centímetros de longitud y grosor de lo que íbamos a recibir. Yo esperaba que lo sacrificaran a él primero, para escucharlo gemir o gritar de dolor como me habían contado esta experiencia algunos amigos y tener la posibilidad de salir corriendo como gacela de ahí y no ser ensartado por la lanza del galeno. Pero, desgraciadamente, yo fui el que ya no lo vio cuando abandoné el consultorio caminando con mis piernas tipo vaquero, comprobando también, que mis compadres sí se querían de verdad, ¨ya que por amor se sufre¨. No sólo me había mojado los ojos de dolor, sino el centro de las nalgas. Yo había escuchado muchos ¨chistes prostáticos¨. En la intimidad con el urólogo, varios de ellos se hicieron realidad cuando me vi en posición de perrita con la cola parada. Veía con sumo respeto la solemne preparación del médico, ajustándose el guante de plástico y untando con gel el dedo justiciero. Sin decir, aguas que ahí te voy, de repente recibí ¨el pum¨ sin anestesia. Inmediatamente mis mejillas se llenaron de lágrimas. Si en ese momento me hubiera visto al espejo, seguramente, mis ojos estarían como la luna blanca en todo su esplendor y con una cara de sorpresa como los circulitos de ¨smile¨ que tienen la cara roja.
-Ahora si sentí lo que han de sufrir mis compadres, cada vez que hacen el amor.
-No exageres que para todo hay soluciones, medios y técnicas. Pero, dime la verdad. ¿A poco no sentiste bonito?
-La verdad, la verdad cuando el pinche dedo te lo mueven, sientes una sensación de ¨orgasmo orínico¨, pues casi me orino sobre la sábana blanca. Pero, el dolor no es de esos dolores con los que quieres llorar o reír. En verdad, prefiero morir a que me midan de nuevo el aceite. Hasta pienso que el ¨Doc¨ es gay. Antes de escribir la receta me miró igualito, como cuando tú me dices que amas.
-No seas mal pensado. Para ellos, esto es solamente una rutina como cuando nosotras vamos al ginecólogo. Así que si sigues con el problema, yo misma te traeré de los pelos. O prefieres una ayudadita de tus compadres, así todo queda entre familia y nos ahorramos la consulta. Como quiera, no soy para nada celosa. Ja, ja, ja.
-No te pases. En vez de consolarme con un beso y un abrazo, te burlas de mi sufrimiento.
-Ya no seas ¨maricón¨ y camínale más rápido porque Juanito nos está esperando en la escuela…
Copyright © 2013 Carlos Campos Serna del libro “Cama Democrática”