ROSARIO LA DESGRACIADA. Captulo Primero.
Publicado en Jul 06, 2016
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Cada familia es un mundo diferente. Siempre se dice que lo que a todo el mundo nos deja una huella. Cada individuo, guarda un recuerdo de sus padres, hermanos, que puede ser positivo o negativo. Sin embargo, mi amiga Rosario, nunca vio ninguna razón para rendirle un homenaje a sus padres.  Su madre sobre todo, fue muy estricta e incomprensiva con ella.
Sus padres nacieron en Carmona, se llamaba Rosario y Manuel. El padre nació en 1939, su madre en 1942. Los dos crecieron en una cueva (casa de piedra) donde no tenían luz, ni agua potable, y caminaban kilómetros, para recoger leña y así era como cocinaban.
Cuando Rosario cumplió los quince años, y Manuel los veinte, se marcharon a Barcelona, porque estaban cansado de trabajara en el campo, y cobrando un sueldo miserable. La madre era morena, ojos oscuros y grandes, pelo negro y rizado, estatura baja, y un cuerpo delgado. Siempre tuvo fama de tener un carácter fuerte y dominante.
Manuel era moreno,  ojos azules y grande, alto, delgado, su boca tenía los labios muy grueso, nariz chata y pelo negro. Tenía un carácter agresivo bajo los efectos del alcohol.
En Barcelona, Manuel trabajó en una fábrica de juguete, Rosario, sirviendo en casa de una familia pudiente.
El primer hijo que tuvieron fue Antonio. Pero nació muerto, pues en el barrio donde se asentaron apenas pasaba un médico, y al que avisaron, llegó tarde para salvar al niño del parto. El segundo, se llamaba Fernando, murió en un accidente de coche a los cinco años. La última que nació fue Rosario, y la única superviviente. Era  morena con los pelos negros y rizado, de niña siempre fue muy afable  con sus padres. Apenas tiene recuerdos de Barcelona, pues regresó a Carmona (Andalucía) con tres años. Al principio, se instalaron en la calle judería, en una casa de vecinos, que tenía un patio central, rodeado de arquería; en frente una escalera de ladrillos muy viejas con una baranda endeble.
En el segundo piso a la derecha, vivía la familia de mi amiga Rosario. Tenía un pasillo muy estrecho, los suelos eran losas viejas, a la derecha, estaba una cocina muy  pequeña, con una mesa de madera antigua cubierta encima con un mármol, enfrente una cocina de gas portátil; entre la cocina y  la mesa, había un fregadero de chapas; y al lado, un frigorífico.
La salita caía enfrente a la cocina, los muebles que había en el interior era una mesa redonda con cuatro ó cinco sillas, y en unos de los rincones, una hamaca donde se sentaba Manuel ; al lado de la puerta, una lámpara grande, que tenía enchufada y un conjunto de muebles de madera donde tenían guardado los juegos de tazas, cubierto con un cristal de verde vidriera. Dentro de la salita, había una puerta de chapa, que daba a una terracita. El resto de los apartamentos, eran de las habitaciones donde dormía los padres de Rosario, y en la otra, ella.
Manuel pidió un préstamo para comprar un terreno donde puso un establo de vaca. Aquí empezaron los problemas, porque Rosario una vez que vendían la leche en la calle, se guardaba para ella el dinero. Cuando Manuel llegó a su casa borracho, Rosario y su madre estaba almorzando, pero empezaron los problemas familiares:
_ ¡Yo no me marché a Barcelona para estar peor, quería ahorrar dinero para  montar un negocio!
_ Si quieres que te dé las quince mil pesetas para el pienso de las vacas, no las tengo
_ ¡ Que no las tienes! ¡Si me has dicho que has ganado este mes ciento cincuenta mil pesetas, y no tienes para darme quince mil pesetas!
_Hay que pagar la luz, el agua
_ ¡ Rosario ,no me hagas reír, que el agua la coges de un pozo, y el contador de luz lo tienes cortado! ¡Por no decir, que tienes a la niña con la estufa apagada para no gastar más!
_¡Y yo además de trabajar, tengo que pagar un préstamo al banco!
-                     _¡Bueno, ese no es mi problema, porque yo no monté el negocio!
-                     _¡Puta, te voy a dar tu merecido!- Le pegó una bofetada dejándola caer al suelo
-                     _ ¡ Papa, mama. Basta por favor!
-                     Empezaron a pegarse puñetazos y se golpearon mutuamente con objetos (jarrones, ceniceros, palos de escobas), se agarraron de los pelos, se pegaron patadas, y Rosario se fue a su dormitorio, pero no dejaba de escuchar los ruidos y las palizas que sus padres se estaban dando. Toda la salita quedó destrozada: Los juegos de tazas se habías roto a pedazos, los muebles quedaron agujereados y los cristales rotos.
Se llevaron cerca de un mes sin dirigirse la palabra.
Pronto empezaron los conflictos con los vecinos. En una reunión todos se pusieron de acuerdo en pintar la casa, y en arreglar las escaleras que estaban bastante deteriorada porque algunas lozas estaban despejadas del suelo.
_ Yo no puedo pagar tanto dinero_ dijo Rosario_
_ Pero bueno, Rosario_ contestó María, unas de las vecinas_ Son quinientas mil pesetas a pagar entre todos, tú sólo podrías una parte.
_ Ay hija, este mes he vendido poca leche, y mi marido tiene que pagar un préstamo
_ Mira Rosario, no pongas de excusa a tu marido porque hace tiempo os pegasteis
_ ¡Tú no te metas en donde no te llaman_ Le contestó Rosario de forma sulfurada_
_ No me grites, que yo te he contestado bien
_ ¡Pues no me toques la narices!
_ Yo no te estoy tocando las narices. Estamos aquí reunido por un problema que nos afecta a todos, y tú estás tratando de rehuir
_ ¡ Pues bueno, hija solucióname tú los problemas!
_ Primero tranquilízate, y luego, ya hablamos También yo tengo problemas para llegar a fin de mes, y no por eso, voy a dejar de lado las carencias que esta casa tiene
_ Pues si no llegas a fin de mes cómo vamos a pagar las lozas, el cemento, pagarle los peones
_ Entre todos
_ Cuando yo vea a todo el mundo soltando, a lo mejor pongo el dinero
Se llevaron mucho tiempo discutiendo y al final, no llegaron a ningún acuerdo ese día. Tardaron un año entero en arreglar la casa. Rosario mi amiga, ya le tocaba hacer la comunión, pero ese mismo año, su padre apareció ahorcado en el cuarto. Su madre cuando se lo encontró, se echó las manos a la cara y arañándose el cutis, cayó de rodilla:
_ ¡Ay qué desgracia más grande!
_ Mamá, ¿qué pasa?_ Preguntó Rosario cuando acababa de regresar de la escuela
_ ¡ Mira mi niña! ¡ Papá está muerto!
_ ¡No! ¡ No puede ser! ¡ Papa baja de la lámpara, por favor! ¡ Te está poniendo amarillo!
_¡ Mamá, es una carta de papá!
_ ¡ Déjame niña, no quiero saber nada!
Todos los vecinos entraron en la casa para preguntar lo que pasaba. En el pasillo había  tres mujeres vestidas de negro en pie y peinadas con un roete: Isabel, Dolores y Gracia. Fueron vecinas de Rosario durante la infancia.
—    Yo he comido hierbajo verde con agua hirviendo—decía Isabel
—    Pues yo trabajaba en el campo día y noche y aún así pasábamos hambre—Le contestó Gracia
—     Mi perdió una pierna por problemas de circulación. Como ya no podía trabajar, y yo era la hermana mayor de seis hermanos me puse a servir con diéz años.
Sus vidas sólo conocieron sombras, martirios, torturas:  Isabel se quedó viuda con cuatro hijos; Un hijo de Dolores fue atropellado por un tractor cuando trabajaba en el campo; pero Gracia era la más desdichada de todas, se había quedado huérfana a los doce años, pues su madre murió de un resfriado mal curado y antes de nacer, su padre murió de una tuberculosis. Vivió durante mucho tiempo sola hasta que contrajo matrimonio con Juan y tuvo cuatro hijos. Pero no fueron más dichosos: su hija Carmen falleció por un problema de corazón; los otros tres Antonio, Rubén y Jorge se marcharon a Alemania y no supo más de ellos.
Manuela y Josefa estaban acompañando a la madre Rosario en la salita, sentada una en cada lado. Ambas estaban consolándola:
—Venga, tienes que seguir adelante.
Entraron dos hombres vestidos con uniforme, para llevarse el cuerpo en una camilla. Les costó mucho trabajo porque en la escalera y  en la puerta de la calle había mucha gente congregada
—¡Espere! ¡No se lo lleven todavía, por favor!
—Venga, tranquilízate… —decían las dos mujeres que le acompañaban.
—¡Soy una desgraciada!
—Piensa ahora en tu hija, Rosario.
Tardaron veinticuatro horas en hacerle una autopsia y por la noche hicieron los preparativos del entierro. Al día siguiente, se celebró el entierro. Dos horas antes de la misa, se llevaron el cuerpo al piso y lo metieron en la habitación con la puerta abierta para exponerlo a todos los curiosos.
—Entra,  a verlo, no tiene mal aspecto, aunque esté muerto
Rosario parece que había adelgazado varios kilos en un día, sus ojos estaba alarmantemente enrojecidos y la piel del rostro  irritada de tanto llanto. Su hija estaba encerrada en su habitación ; la habían llevado al médico porque sufrió un ataque de ansiedad, y en urgencias le pusieron una inyección, que la sedó casi por completo. A la madre, también la habían llevado al médico y le recetaron unos tranquilizantes.
—Se había arruinado porque no podía pagar las trampas… El banco le había mandado una carta para embargarle el negocio, el establo de vacas que tanto quería.
—¡Pobrecito! — exclamó una mujer peinada y vestida de negro. Manuela, que estaba al lado de Rosario, le miró con la cara seria.
Pasaron cuatro meses y para el día de la comunión, Rosario quería vestir a su hija con un traje negro por la muerte de su padre, pero Manuela dijo que eso no podía ser, y corrió a hacerle un vestido de comunión con una bonita tela de un blanco inmaculado y le puso un lacito de seda que ceñía la cintura de la niña debajo llevaba una combinación larga, que le daba volumen al traje. Por supuesto, no asistió porque como ella dijo, se había quedado viuda y le parecía obligatorio llevar el luto, incluso en aquella ocasión tan especial para su hija. No solo no lo celebró, sino que mandó ese mismo día a su hija a repartir leche
Mi amiga Rosario pensó: “Todos los padres han asistido a la comunión de sus hijos, menos la mía. Sólo me ha acompañado Manuela y porque es la única que se lleva bien con mi madre. La prueba está en que ella y Josefa eran las únicas vecinas que le visitaron en el velatorio, y la acompañaron al entierro. Aunque fueron muchas personas a mi casa y asistieron luego a la misa, por un interés malsano y chismorreo y, pues no trataron a mi padre y la mayoría ni siquiera lo conocía.
Al final, mi madre vendió el establo y las vacas, y así ganó algunos millones.  Después de dos meses se puso a servir en casa de familias pudientes.
Rosario era una persona tan miserable como Euclión que vivía en una angustia permanente de que su hija le robara el dinero que había ganado con la venta del negocio de su marido. Ella excavó un agujero para guardar todos sus ahorros. Como aún así no se sentía segura, lo depositó en el banco, y su hija no podía sacar lo sin su permiso.
No sólo no le daba dinero a su hija, sino que comía una vez al día en casa de los sirvientes, ahí también lavaba las ropas, y todo por no gastar dinero. Su hija se llevó una semana entera almorzando y cenando un sándwich
—Mamá, tenemos que comprar comida porque sólo hay una loncha de queso y medio sobre de espaguetis para toda la semana.
—Bueno, ahora mismo no hay dinero. Tenemos que bastarnos con lo que tenemos. Además se puede comer toda la semana lo mismo. Es de señorito comer todos los días un plato diferente—contestó la madre sentada en el sillón sin tener la estufa puesta, ni la tele
—¡No mientas, porque sé que podemos comprar comida y no pasar estas penurias!
—    ¡Mira, no se puede gastar el dinero por capricho, porque con un bocadillo tendría más que suficiente!
—                — ¡Por qué tengo que malcomer, porque en tu casa comíais un plato al día!
o                   — ¡En mi casa a mí me enseñaron que hay que trabajar mucho y gastar lo mínimo. Toda la semana comíamos lo mismo y no nos pasaba nada!              
o                   — ¡Estoy harta de ti y de tus miserias. Cualquier te mandaré a la mierda y no me verás nunca más el pelo!
—¡No me grites que soy tu madre! Además yo ya he comido en casa de los Rodríguez.
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Foto del autor ROCO GARCA LPEZ
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Descripción

Relato Corto.

Palabras Clave: Narrativa Narracin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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