INTENTO DE ESCRITOR
Publicado en May 16, 2016
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En realidad, no me arrepiento, que inicié muy tarde con este rompecabezas de palabras. Probablemente, porque mis padres y mis abuelos no tuvieron una biblioteca donde yo pudiera tener la oportunidad de leer historias infantiles, que me inspiraran como a los grandes escritores a escribir, pues yo empecé a leer esos textos, luego de mi primera experiencia sexual, que no fue con una prostituta que me festejara mis quince años, sino después de cinco veranos con una hermosa alemana que, aunque te dé celos, la he descrito maravillosamente físicamente con toda y su aventura con un moreno, quien en ese tiempo era muy tímido con las mujeres y que para nada pensaba escribir sus anécdotas. Sin embargo, lo persiguen hasta en los sueños, sobre todo, aquellas que pasaron en un río con agua transparente e inodora –que en un texto lo nombró “El Río de los Niños- en donde pasaron muchas historias que ha venido recordando –ahora voy a narrar en primera persona– y las sigo escribiendo como me van viniendo a la memoria como dos historias que en este mismo momento te las voy a contar para que no se me olviden esos días cuando un grupo de niños, incluido, yo, hacíamos una competencia de renacuajos que los capturábamos con las bolsas del mandado de nuestras madres que todavía recibían la carne, el pollo y el pescado, envueltos con noticias de los marcadores entre los equipos de fútbol. No obstante, las que más me impactaban, eran esas con títulos manchados de letras rojas con encabezados como “matola y violola”, “mocharonle la choya”, “maté a Filiberta porque la amaba”, “mató a su madre sin causa justificada”, “le dan con todo: lo ahorcan, apuñalan y balean”, y muchos otros que, si mal no recuerdo, varios de ellos llegaron a ser la inspiración de un libro, de una película y hasta de un chiste que un amigo lo repetía luego de las competencia de las carreras de los “azabaches” y del Chorro. Esta broma te ha hecho reír cuando te conté mi versión: “Extra, Extra, la esposa celosa le dio a su marido cincuenta puñaladas en el ojo y los doctores temen que lo pierda”.
Pero, la que no se rió, cuando todavía no nos limpiamos con papel higiénico, fue mi hermanita que salió gritando del baño con sus calzoncitos a la altura de las rodillas, porque no se limpió lo apestoso de su culito, luego que tomó en su manita una página que contenía un foto de la Alarma –así, se llamaba el periódico– con dos muertos llenos de sangre como quedaban los sapos que mis amigos –no yo– sin conciencia ecológica, no les dieron la oportunidad de convertirse en un príncipe azul como en el cuento, pues eran aplastados sin misericordia con una piedra.Pero, antes de que se convirtieran en sapos, como pequeñas sanguijuelas, nuestros “azabaches”, salían disparados, nadando para todos lados. El triunfador de esa carrera, era el que mejor había sido guiado dentro del charco hacia la meta con los deditos de cualquiera de nosotros. Después de que nos aburríamos de ese juego, los dejamos tranquilos viviendo hasta que algún día, algunos de ellos quedara destripado y disecado por el sol en una de esas enormes piedras sobre la que nos subíamos para seguir con otro de nuestros juego nombrado El Chorro: después de beber suficiente agua potable de un agujero que estaba en el tubo metálico que corría sobre el único puente que había en la colonia, elegíamos la piedra en donde pujamos para soltar nuestro orín con la finalidad que cada chorro que soltáramos, sosteniendo muy fuerte nuestros penes, cruzara la futura gota ganadora, que había alcanzado la mayor distancia desde cualquier roca redonda, que también nos servían para escondernos de nuestras madres que nos perseguían con huarache o cinturón para pegarnos porque ensuciábamos con la pelota los trapos que fregaba la lavadora y planchadora oficial de la calle, que con ese trabajo, crió y educó a seis hijos que como yo, solamente, conocimos los libros gratuitos de la primaria con sus tapas en donde aparecía en toda su magnitud la imagen de la Madre Patria, que en secundaria no ayudaba a los padres a ahorrar, pues ellos tenían que comprar los libros; textos, heredados de mis hermanos o de los hijos de la lavadora y planchadora. Ellos tenían la orden de mis padres y de Doña Mari, escribir solamente con lápiz para que mi hermanita, Luci, Mario y yo –los hijos más pequeños de cada familia– borráramos las tareas de nuestros hermanos mayores y con líquido borrador las cruces, las flechitas y las notas de los maestros.
Pero, volviendo a la competencia del Chorro y, olvidando nuestro deditos y las palmas de las manos manchadas de color blanco por ese liquido apestoso. Yo nunca pude cruzar al ganador, es más, mi chorro –si lo podría llamar así– siempre fue el más cercano a la piedra, pues a mis padres nunca les importó que mi prepucio cubriera la punta del glande en donde por muchos años, solamente, se asomaba un ojillo que estrechamente me permitía orinar, hasta que decidí con una circuncisión darle a los corpúsculo de placer, gozar en todo su plenitud todas las caricias, de acuerdo, a la inspiración que se presentaba en esos santiamenes sexuales, que también me han inspirado mi alma de poeta, con los cuales quiero poner el segundo fin a este libro que, en mi opinión, hasta ya tiene un estilo literario propio, aunque todavía no he sido constante en leer por año más de cien libros, como lo hacen los escritores de renombre. Pero el cincuenta por ciento y cualquier lectura que cae a mis manos, han permitido asentarme más en este oficio de tenacidad, el cual algunas veces, me da depresión que desaparece cuando recuerdo el libro, cuyo título y nombre del autor he olvidado, mas vuelvo a nuestra biblioteca a recogerlo para leer un pasaje que recordé y, tengo toda la seguridad, que me va a servir como inspiración para seguir la historia que en ese momento estoy redactando, pero, en mi juicio, no creo que la lectura sea solamente la que me ha hecho un narrador, sino que yo ando como el búho  con los ojos abiertos, buscando cualquier detalle que me pueda dar ese arrebato de contar, pues, como siempre digo, cada uno tiene una historia que novelar.
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Foto del autor Carlos Campos Serna
Textos Publicados: 361
Miembro desde: Apr 11, 2009
2 Comentarios 596 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

UN sentimiento de escritor

Palabras Clave: Escritor persona ideas reflexiones

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Carlos Campos Serna

Derechos de Autor: Carlos Campos serna


Comentarios (2)add comment
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Federico Santa Maria Carrera

¡Querido Carlitos..! Fantástico relato haces de infantiles memorias y de inicios juveniles, tan sabroso en su contenido que me lo he devorado casi sin masticarle... Evidentemente vienen enredados en él, diminutos fragmentos de errores gramaticales, ausencia de puntos y comas y nimiedades de esa índole que, con lo valioso que es el fondo general de tu manifiesto, no tienen relevancia en el premio que tu trabajo merece.
Felicitaciones, amigo por tan significante aporte a la dignidad de los escritores al mostrarnos cómo se produce en el interior del alma ese hermoso ímpetu por accionar nuestras letras.
Un cáriñoso saludo.

Federico.
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May 16, 2016
 

Carlos Campos Serna

Y yo, que ya me sentía escritor...bueno me quedo con intento...
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May 17, 2016

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